lunes, 1 de octubre de 2007

DOS DE OCTUBRE

Benedícite Dómino..., ministri eius, qui fácitis voluntátem eius . Bendecid al Señor..., servidores que cumplís sus deseos (1).

También dice el Salmo responsorial de la Misa de hoy: A sus Ángeles ha dado ordenes... Ángelus suis mandábit (2).


Dios puede intervenir directamente en nuestra vida. Pero siempre que actúa utiliza a otras personas, que son instrumentos suyos.


Normalmente Dios utiliza a sus amigos, que son los santos, para ayudarnos: como un Padre bueno, e inteligentísimo, que quiere nuestra felicidad. Los santos en nombre de Dios nos dicen aquí sí, o aquí no.


Encontrar a santos es difícil porque hay poca gente que quiera al Señor sobre todas las cosas: de todas formas en nuestro caso, estamos rodeados de personas que buscan la santidad.


También es verdad que el Señor se sirve incluso de sus enemigos.


También al demonio, ese ángel corrupto que le sirve de instrumento.


Igual pasa con la gente que no quiere a Dios, todo sirve: lo mismo que se saca abono de los excrementos de una cabra, a nuestro Señor le sirve de fertilizante la basura que desprende satanás.


Dios es muy poderoso y por eso se sirve hasta de sus enemigos para hacer el bien a los que le aman.


Si eso hace con sus enemigos, con sus amigos todavía hace más.


Hoy celebramos la fiesta de los Colaboradores de Dios, sus Ángeles.


A ellos le decimos con la liturgia de la Iglesia : Bendecid al Señor..., servidores que cumplís sus deseos (3). Este es el Aleluya de la Misa de hoy.


En el Opus Dei somos muy amigos de los ángeles, con nuestra vida hemos de conseguir que no se pierda esa familiaridad con estos colaboradores de Dios, que Él ha puesto para nuestra custodia(4), como dice la liturgia de hoy en la oración colecta.


Así dice el Señor: voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino... Respétalo y bendícelo(5).


Esto es lo que pretendemos nosotros con la oración de este día: venerar a estos colaboradores de Dios, que continuamente están transmitiéndonos la voz de Dios.


En una dedicatoria, el autor de un libro sobre cuestiones empresariales decía: Para mis colegas, que tienen el poder y lo transmiten.


Un mal empresario cuando tiene el poder, no quiere entregarlo a nadie: pues existe una tentación permanente de tiranía en la naturaleza humana, después de la caída hay una ruptura entre nosotros y los demás.


El enemigo ha introducido la sospecha con respecto a los demás. Es muy de satanás pensar que si los demás tienen el poder lo utilizarán en su contra. El no tiene colaboradores tiene esclavos.


La cultura del mal piensa: que lo bueno para los demás es malo para mi: de ahí nace la envidia por el bien ajeno. Los demás son vistos como competidores.


Sin embargo la cultura del amor, la cultura de la entrega, es totalmente opuesta. Dios entrega el poder a las criaturas, no tiene ningún miedo a dar. Porque el bien de los demás es también el bien de Dios.


Y si alguna criatura le falla. El amor es tremendamente positivo e ingenioso: el bien saca siempre bien. Para las criaturas que fallan Dios siempre tiene un arma que se llama la misericordia.


Y allí estaba en Madrid un joven sacerdote llegando para hacer sus ejercicios espirituales:


Comenzaban[...]el domingo, 30 de septiembre[...]por la tarde se presentó allí


[...]provisto de[...]un buen puñado de papeles y notas sueltas.


En ellas[...]había ido recogiendo[...]las gracias[...]en forma de inspiraciones e iluminaciones (6).


Cuando hacemos oración le agradecemos las inspiraciones que Él nos envía. A veces utiliza a otras personas que nos sugieren cosas de su parte.



Muchas veces es nuestro Ángel custodio el que nos transmite esas iluminaciones. Quizá esto es lo ordinario, y además es lo nuestro.


El martes por la mañana, dos de octubre, fiesta de los Ángeles Custodios, después de celebrar misa, se encontraba [...]en su habitación leyendo las notas que había traído[...]


De repente, le sobrevino una gracia extraordinaria, por la que entendió que el Señor daba respuesta a aquellas insistentes peticiones del Domine, ut videam! y del Domine, ut sit!

Nuestra oración es siempre eficaz: nada se pierde.

El Señor se sirve siempre de instrumento: la Virgen, los Ángeles, San Josemaría, los que están ya gozando del cielo, y ahora nosotros. Por eso el Prelado de la Obra escribía:


Ya se han marchado a la casa del Cielo prácticamente todos los hombres y todas las mujeres que siguieron a nuestro Fundador en los primeros lustros de la Obra [...] Ahora hemos tomado nosotros el relevo, para transmitir fielmente el espíritu del Opus Dei a las generaciones que han de venir.


Lo tenemos muy claro y por eso estamos rezando: queremos que el Señor que nos ha puesto en este lugar nos de fuerza para ayudar a nuestros hermanos.


A ellos hemos de iluminar con nuestros consejos, y ayudarles con nuestra mortificación, con nuestro trabajo.


Es curioso pero el Señor no quiso que San Josemaría viese el Opus Dei en la Santa Misa, sino en lo que podíamos decir en el trabajo propio de unos días de oración.


Según prescribía el horario se celebraba la Santa Misa entre siete y ocho; luego desayunaban, hacían el examen de conciencia y a las nueve se rezaban las Horas Menores, seguidas de la lectura del Nuevo Testamento.


Entre esta lectura y la siguiente plática, a las once de la mañana había un tiempo libre. Es en este tiempo libre para meditar —de diez a once de la mañana— cuando tuvo lugar el hecho que se narra (cfr. AGP, RHF, D-03610: Empleo del día para los que hacen los ejercicios) (7).


Tres años más tarde escribió:


Recibí la iluminación sobre toda la Obra, mientras leía aquellos papeles. Conmovido me arrodillé —estaba solo en mi cuarto, entre plática y plática— di gracias al Señor, y recuerdo con emoción el tocar de las campanas de la parroquia de N. Sra. de los Ángeles .


Siempre la Virgen en nuestra vida. Así ha sido desde el comienzo, ahora le decimos a la mejor colaboradora que tiene Dios: -Reina de los Ángeles ruega por nosotros



(1) Aleluya de la Misa del día, del Salmo 102, 21.

(2) Salmo 90, 11.
(3) Aleluya de la Misa del día, del Salmo 102, 21.
(4) Oración colecta de la Misa del día.
(5) Primera lectura de la Misa del día, Éxodo 23, 20-23a

(6) VÁZQUEZ DE PRADA, I.

(7) VÁZQUEZ DE PRADA I, 104








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