viernes, 27 de marzo de 2020

¡SAL FUERA!



No estamos solos

La primera idea de esta meditación es que ante lo que está pasando no estamos solos. Jesús nos acompaña. Algunos de vosotros habrá recibido la noticia del fallecimiento de una persona conocida. Tremendo si se trata de un familiar.

Nos consuela saber que en esos momentos Dios está cerca. Hace poco tiempo decía el Papa:

En estos días me contaron una historia que me removió y dolió, y refleja también lo que está pasando en los hospitales.

Una anciana comprendió que se estaba muriendo y quería despedirse de sus seres queridos: la enfermera fue por el teléfono e hizo una vídeo-llamada a su nieta, por lo que la anciana pudo ver la cara de su nieta y pudo irse con ese consuelo.

Es la necesidad última de tener una mano que tome la tuya. Un gesto de compañía final. Y muchas enfermeras y enfermeros acompañan ese deseo extremo con el oído, escuchando el dolor de la soledad, tomando la mano.

De las pocas veces que se dice en el Evangelio que Jesús lloró, fue precisamente por la muerte de un amigo. Tanto lo sintió que hizo que su amigo Lázaro volviese a la vida.

Los textos de la Misa de este domingo nos hablan de la Resurrección. Y es que Jesús es el camino nuestro, y también la Vida.

El poder de resucitar muertos

La segunda idea de esta meditación es que Jesús que es nuestro amigo tiene el poder de resucitar muertos.

Jesús es Dios y Hombre. Su palabra tiene un poder sobrenatural... Cuando Dios dijo que se hicieran las montañas, las montañas aparecieron, y lo mismo pasó con el sol y los mares… Por eso cuando dijo a Lázaro: ¡sal fuera!, el que estaba muerto volvió a la vida. El que estaba ya putrefacto, en lo hondo de la tumba, salió envuelto en vendajes.

Está profetizado: os infundiré mi espíritu y viviréis (Primera lectura de la Misa: Ez 37, 12-14).

Por eso dice el Salmo que hoy leemos: desde lo hondo (desde el sepulcro) a ti grito, Señor (129).

Hay quien piensa que los milagros de los que nos habla el Evangelio se hicieron por medio de sugestión. La gente se sugestionaba y se le curaba una enfermedad: es el llamado efecto placebo.

Es típico en los campamentos que algunos niños se quejen mucho de que les duele la cabeza o el brazo. Se les pasa milagrosamente cuando les das una pastilla. Y, a lo mejor, esa pastilla es de azúcar. Pero se sugestionan y se curan.

Así, algunos explican que un ciego de nacimiento comenzase a ver, que un paralítico pudiese andar, que con tres bocadillos de sardinas comiesen miles de personas, etc.

Dicen que la mente humana tiene una capacidad desconocida para realizar esos fenómenos paranormales, que la gente corriente llama milagros. Desde luego esta opinión pseudo científica no deja de ser bastante curiosa.

Pero lo de resucitar a un muerto, eso es ya diferente, ahí ya no existe el efecto placebo, porque el muerto no puede ser sugestionado.

Entonces se podría objetar que es que no estaría muerto. Pero en este caso de la resurrección de Lázaro, su cuerpo llevaba varios días en el sepulcro, y olía ya por putrefacción de la carne, señal evidente de que no estaba en estado de coma.

Con la medicina y contando con el paso del tiempo se podrá hacer muchas cosas, pero nunca resucitar a un muerto, eso no tiene vuelta de hoja.

Jesús lo hizo. Y por eso querían matarle sus enemigos. Porque ya era demasiado... Darle la vista a un ciego de nacimiento fue portentoso, pero darle la vida a Lázaro eso era ya tumbativo, mejor dicho resucitativo.

Aunque parezca increíble, hace poco leí en un libro que lo de Lázaro fue un montaje. Que, como estaba enfermo y pálido, se envolvió el mismo con vendas y se metió en su propio sepulcro esperando a que llegara Jesús. Esto es lo que pensaban los gnosticos.

Nosotros cuando algún alimento tiene fuerza, decimos que es capaz de resucitar a un muerto. La palabra de Jesús es así, pero realmente, la muerte no aguanta su presencia. Sus palabras traspasaron aquel día la roca donde estaba enterrado su amigo Lázaro.

En el Génesis se cuenta como Dios le sopló a Adán un aliento de vida, y Adán comenzó a vivir. El Señor tiene poder para devolver la vida, otra cosa es si eso es lo que más conviene. Cuando Jesús parece que no hace caso a nuestros ruegos y no evita lo que ahora está pasando: una enfermedad por la que mucha gente muere, no es que sea un Personaje frío que no sufre por nosotros. Muy al contrario: si Jesús permite esta situación es porque sabe que nos va a reportar muchos beneficios.

El Señor puede devolvernos la vida como hizo con su amigo Lázaro. Pero también puede resucitarnos a la vida sobrenatural, la vida de la gracia, que es lo importante.

Porque ¿para qué queremos vivir toda la eternidad alejados de las personas que queremos? Eso no sería vida, porque una vida sin amor es un desastre y una vida eterna sin amor es un infierno.

Como dice san Pablo el Amor de Dios es lo que nos devuelve otra vez la vida sobrenatural (segunda lectura de la Misa: cfr. Rom 8, 8-11). Y esto es lo que el Señor quiere hacer con nosotros esta cuaresma: resucitarnos.

Tiene poder para sacarnos de lo más profundo. Por eso le repetimos: –Desde lo hondo, a Ti grito, Señor. 

Además el mismo Jesús lo dijo: El que (…) cree en mí, no morirá para siempre  (Jn 11, 26).

Lázaro estuvo cuatro días muerto. Por eso, nosotros nunca debemos desanimarnos por nuestros pecados, aunque los cometamos una y otra vez. La Gracia es más fuerte. Jesús nos cura si confiamos en Él.

Sacar al bicho

La tercera idea es que Jesús que es nuestro Amigo, puede hacer que salga fuera de nosotros lo que nos daña y nos quita la verdadera vida. Vamos a pedirle al Señor que nos resucite las veces que haga falta porque somos sus amigos. Vamos a pedírselo ahora.

Un conocido filósofo, que murió loco, decía para meterse con los cristianos: no se les nota caras de resucitados. Como si dijera que a veces vamos por la vida con cara de mártires. Por eso si en la tierra hay cristianos que tienen cara de muerto es aconsejable que vayan a tomar el sol.

Y que a nosotros se nos note después de esta cuaresma que hemos cambiado. No solo porque nos hayamos empeñado, sino porque le hemos pedido al Señor que nos ayude. Y Él con su voz de Dios nos dice: ¡sal fuera!

Muchas veces se ha explicado la dificultad de cortar con las cosas que nos cuestan con  la imagen del sapo. Recuerdo hace tiempo que una niña de 5º de Primaria definía el sapo como «algo malo que uno ha hecho, que se queda dentro y da supervergüenza contar, y te pones de todos los colores» (E. MONASTERIO: Un safari en mi pasillo).

A una persona santa, Dios un día le permitió ver como, hablando con otro iban saliendo sapitos pequeños de su boca. Pero que de vez en cuando se asomaba uno grande y repugnante, con ojos saltones y que no terminaba de salir. Se metía para adentro y volvía a asomarse al cabo de un rato…

Tú, pídele al Señor que nos saque nuestros sapos: la pereza, el programa de televisión que a veces nos separa de Él, etc.

Que nos saque de los sitios donde no está Dios. Y verás como a la puerta de ese local el Señor te dice: ¡sal fuera!

Cuenta Santa Teresa de Jesús en el Libro de la vida (Capítulo VII) que Dios le hizo entender que no le convenían algunas amistades que frecuentaba.

Ella, que era una persona buena, fue poco a poco enfriándose en su amistad con el Señor y perdiendo vida sobrenatural.

Y como le crecieron los pecados comenzó a faltarle el gusto por las cosas de Dios. Entonces, el diablo la engañó porque, al verse “tan perdida”, tenía miedo de hacer oración. Y por eso prefería estar con mucha gente y tratar menos con el Señor.

Ella misma dice que engañaba a las personas con las que hablaba, porque seguía apareciendo como buena, e incluso les hablaba de Dios.

Como ella no hacía caso, y seguía hablando con una determinada persona, el Señor se le apareció y le hizo ver que aquello le dolía mucho.

Precisamente, un día, estando con esa persona, vio venir hacia ella como una especie de “sapo grande”.

La santa cuando entendió todo aquello, echó el sapo de su vida, que no era imaginario. Y volvió a darle gusto a Dios, que le pedía desde hacia tiempo que dejara de verse con esa persona.

Por eso, nosotros, en este tiempo, después de reconciliarnos con Dios volveremos a la vida verdadera, no la de diseño.

Y, aunque haya gente que nos diga que no estábamos muertos, que nos habían visto en el botellón, les diremos que sí, que estuvimos, pero que nos fuimos porque Alguien nos llamó.

Cuenta el Evangelio que el Señor expulsó siete demonios de María Magdalena (Lc 8, 3). Yo me los imagino en forma de sapo.

La Magdalena no resucitaría a la vida espiritual de la noche a la mañana. Su conversión sería poco a poco. A veces volvería para atrás. Estoy seguro que Jesús se la confió a su Madre, para que su vuelta a la vida fuese definitiva.

La Virgen como buena enfermera nos curará, después de que Jesús, nuestro amigo y también nuestro médico, haya expulsado  los virus malignos.

viernes, 20 de marzo de 2020

CIEGO EN ESPAÑA




Fiarse de uno mismo o fiarse de Dios

Tenemos que hablar de fe. Y nos puede pasar como a aquella niña que le preguntaron sobre esta virtud cristiana. Ella contestó en el examen: La fe es aquello que Dios nos da para entender a los curas.

Por eso voy a pedirle al Señor que sepa explicar esta virtud que es tan importante en el día a día. La cosa es así: en nuestra vida se presenta una disyuntiva: fiarnos de nosotros mimos o fiarnos de Dios. Normalmente esta elección consiste en cosas pequeñas, pocas veces aparece en cuestiones de importancia. Para tener fe hay que fiarse del Otro con mayúscula. No querer tener todo controlado por nosotros mismos. Hay cosas que queremos tener «amarradas» pero que no sea por falta de fe.

Hay gente que quiere tener todo «controlado» debido a una enfermedad. En ese caso que le vamos a hacer, pero hay también personas que amarran todo por falta de visión sobrenatural, porque no acaban de fiarse de nuestro Señor.

Dile: –Me fio de ti.
Quizá oímos en nuestro corazón aquello del salmo: deja tus preocupaciones en el Señor y el te sostendrá.

Es curioso como el oído y la lengua están conectados. Parece que no tiene mucho que ver el oído con la lengua… que se lo pregunten a los otorrinolaringólogos. Desde luego en la vida espiritual están conectados, porque sabemos que «no hay peor sordo que el que no quiere ver». Sucede que uno no escucha a Dios porque antes no ha querido verle.

Hace ya muchos años, un conocido literato español dejó escrito algo asombroso. Siendo adolescente se le ocurrió un día, al volver de comulgar abrir el evangelio al azar y poner el dedo sobre un pasaje. ¿Sabes cuál le salió? Te lo leo: «Id y predicad el Evangelio por todas partes».

Le produjo una profunda impresión, entendió que era como un mandato de que se entregara totalmente a Dios. Pero pensó algo así como: «si sólo tengo 15 años y, además, tengo novia. Demasiada casualidad, se dijo, ha sido todo muy rápido…»

Y decidió probar otra vez. Abrió la Escritura y leyó: «Ya os lo he dicho y no habéis atendido ¿por qué lo queréis oir otra vez?» (cfr. Carta de Miguel de Unamuno el 25 de marzo de 1898 a su amigo Jiménez Ilundain en Literatura del siglo XX y cristianismo. Charles Moëller, p. 71 y 72).

El pasaje que leyó Miguel de Unamuno era precisamente el del ciego de nacimiento al que curó el Señor. Y los fariseos se negaban a creer que había habido un milagro (cfr. Jn 9, 1ss).

Con este escritor dejó de creer, se declaraba agnóstico. Poco a poco fue perdiendo ese diálogo con el Señor. Y cuando uno va por el mundo sin Dios, va a ciegas. Sin embargo el ciego de nacimiento como se fió de Dios escuchó la voz de Jesús. Pues a este literato le ocurrió lo contrario: se quedó ciego con el pasaje que leyó.

Así poco a poco no solo se va perdiendo la vista sino también el gusto por las cosas de Dios, y va faltando el tacto para tratar a los demás. Una persona que funciona así, funciona por el contacto, acaba impactándose con algo o con alguien.

Sin visión sobrenatural, sin querer escuchar a Dios acaba uno desconcertado. Al principio quizás no, pero sucede cuando en la vida llegan acontecimientos duros que no no espera.

Sin visión sobrenatural la Iglesia parecería una asociación clerical a la que por desgracia tendríamos que estar unidos. Sin fe no se entiende nada. Nuestra vocación no tiene ningún sentido si no se ve a Dios detrás.

El ciego de nacimiento

La falta de fe de algunos, a veces, es un poco chocante. Eso se ve con claridad en el Capítulo 9 de san Juan. Aquí se nos cuenta la curación de ese ciego de nacimiento, del que venimos hablando.

Este milagro desconcertó y enfadó a algunos que no tenían fe en Jesús, porque lo había realizado en sábado, el día del descanso judío. Se creían seres tan superiores que había que pedirles permiso a ellos para hacer el bien. Es absurdo: un hecho bueno no puede provenir sino de Dios.

Pero aquellos hombre como no quieren creer en Jesús, tampoco ven la realidad de ese hecho prodigiosoY por eso intentan buscar una explicación donde no la hay.

Primero le preguntan al que era ciego: ¿mo te ha curado? Y él les contesta: Me puso barro en los ojos me lavé y veo. Como siguen sin creer, entonces interrogan a sus padres, pero ellos no saben nada.

La solución la da Jesús cuando se encuentra con el ciego a solas. Le dice: –¿Crees en el Hijo del Hombre? Él contestó: –Y ¿quién es, Señor, para que crea en Él? Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es. Él dijo: –Creo, Señor.

Creyó en el Señor y empezó a ver lo que antes no veía. La realidad se le presentaba distinta, sin tinieblas.

Señor, danos esa luz, auméntanos la fe.

Jesús no sólo le dio la luz natural sino la sobrenatural. Empezó a caminar por el mundo como hijo de la luz (Ef 5,8), viendo las cosas con los ojos de la fe.
Podemos repetirle ahora, al Señor, las palabras del ciego cuando empezó a ver: Creo, Señor (Jn 9, 38).

La falta de fe es la peor ceguera, y lo peor que nos puede pasar en esta vida. No creer, no contar con Dios es un engaño. Lo que parece real no lo es.

A veces, la vida en esta tierra se ha comparado con una comedia en la que cada uno representa un papel. Y sucede, en el teatro o en el cine, que lo que allí se desarrolla no es real, aunque lo parezca.

El que actúa de rey, una vez acabada la función deja su corona, y se toma un bocadillo en un bar. Y lo mismo el que hace de mendigo, puede ganar millones por su actuación. Por eso, se compara nuestra vida con el arte dramático: detrás de las cámaras y de la tramoya está la realidad, pero no en el escenario, allí todo es apariencia.

Ya lo decía un conocido actor y escritor inglés: Todo el mundo es un escenario y todos los hombres y mujeres no son sino actores”. La gracia del asunto es que, mientras más real parece lo del escenario, más falso es.

Muchas veces, a nosotros nos pasa lo mismo en la vida diaria. Estamos tan metidos en las cosas, que tenemos un encuadre que no es real, que nos puede parecer definitivo, pero que no lo es porque no está Dios.

No te fijes en las apariencias nos dice el Señor por boca del profeta (1 Sam 16, 7).

La realidad de nuestra vida, de cada persona sólo la puede conocer Dios, que es el que mira las cosas fuera del tiempo. Y mira, no el papel que uno representa, sino que el Señor ve el corazón (Idem).

Es un hecho que nuestra vida la está viendo constantemente Dios. Nosotros no le vemos a Él porque está como escondido, pero nos ve y nos oye, como ahora desde la oscuridad del sagrario.

Cuando va al cine, está todo oscuro y nada parece real salvo la película que estás viendo. Todo lo de alrededor es como si fuera un gran vacío. Pero, justamente en esa oscuridad está la realidad, las personas de verdad. Allí, el mundo real está oscuro, parece que no existe. En cambio, el irreal, el que aparece en la película, parece el verdadero.

El Señor nos podría decir: en el cine ves y oyes a personas que no están allí. Pero Yo siempre estoy contigo aunque no me veas. Lo difícil no es creer esto, lo difícil es darse cuenta de que el Señor está siempre a nuestro lado. Ver las cosas como las ve Él. Por eso nos repite: No te fijes en las apariencias, porque lo verdadero es ver la realidad como la ve Él.

Que yo vea con tus ojos

Que yo vea con tus ojos... pedía san Josemaría. En eso consiste la luz de la fe. Con la fe tenemos la luz de Dios. Precisamente el Señor se encarnó para darnos esa visión sobrenatural.

Una visión que traspasa la oscuridad y que nos deja ver más allá de las apariencias. Nos deja verle a Él en las cosas que hacemos. Es entonces cuando todo adquiere sentido. Lo que da sentido a una película, a los actores, es precisamente el público que la está viendo. Sin el público todo aquello no sirve... Porque lo real, lo importante no es lo que yo piense, sino lo que piensa Dios sobre las cosas, las personas, los acontecimientos de mi vida.

¡Qué pena no tener fe!  Sin fe no ves el sentido de la vida. Lo mismo que la ceguera impide ver el relieve, los colores, un agnóstico, no sabe, ni ve lo fundamental.

Jesús da luz. A veces es un poco misterioso, pero te hace ver cosas, mejorar. Pasa como con la electricidad. De manera que uno no puede explicar cómo le das a un interruptor y se enciende una bombilla.

Jesús nos da una luz nueva que nos hace vivir de distinta manera, viendo la realidad de las cosas. Vivir así, bajo la luz de la fe nos llena alegría y optimismo.

María vio siempre la realidad con la luz de la fe. Cada día era distinto, aunque siempre representara el mismo papel: limpiar la casa, ir por agua, cocinar, colocar unas flores… Sabía que Dios estaba detrás de cada acontecimiento. Y aunque otros, en Israel, estaban ciegos y no se daban cuenta, ella veía.

Por eso corrigiendo al poeta, podemos decir:

Dale limosna, mujer
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en España.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías