viernes, 22 de enero de 2021

METANOIA CON RECETA


La cercanía de Dios nos pide siempre un nuevo cambio: todos somos pecadores.


Hace algún tiempo vino una profesora de 3º de Primaria para ver si podíamos subir a la clase y explicarles que criticar no está bien. Yo pensé que aquello era un poco exagerado: ¡niñas de 6 años criticando! 

Aquello fue un espectáculo. Entré en la clase y, mientras les explicaba que ni siquiera se debe pensar mal de la gente, todas sonreían y me miraban fijamente. Era una situación un poco incómoda. Vete tú a saber lo que estaban pensando mientras.

A veces no resulta cómodo decir a una persona que tiene que cambiar. Por eso hay quien se resiste a hablar claro a los demás. Esto le sucedía al profeta Jonás, que pensaba que no le iban a hacer caso.

Decirle a una persona las cosas que hace mal, cuesta. A nadie le sienta bien que se lo digan. Es verdad que siempre hay que hacerlo con delicadeza, pero exigir cuesta, no está de moda. 

En el salmo le hemos dicho al Señor «enséñame tus caminos» y uno de esos caminos que tiene previsto es el de hablar claro a los demás (Sal 24, responsorial) 

–Enséñanos a corregir.

En el fondo, lo que nos pasa es que no queremos hacerlo porque vamos a caerle mal a una persona o a muchas. Sabemos que van a pensar de nosotros un poco regulín, por lo menos durante unos minutos.

Cuando una madre regaña a su niño, el niño pone cara de enfado y le dice: -ya no te quiero. A San Juan Bautista, hablar claro le costó, no solo la lengua sino la cabeza. 

Hubo un santo en Polonia, en el siglo XI, que se atrevió a corregir el comportamiento del mismísimo rey, por sus inmoralidades. Entonces el rey, molesto, ordenó matarlo. Como los que tenían que hacerlo se resistían a matar a una persona tan santa, el mismo rey Boleslao II subió al altar de la catedral de Cracovia y, mientras San Estanislao celebraba la Santa Misa, lo asesinó con sus propias manos.

Jonás acabó predicando la conversión en Nínive (la actual Bagdad). Él se resistía a ir para allá, y el Señor tuvo que llevarlo en el interior de una ballena, inventando así el primer submarino de la historia.

CONVERSIÓN EN MEDIO ORIENTE 

Era necesaria la conversión de los ninivitas. Tenían que cambiar la mala vida que llevaban. Y para eso un hombre debía decirlo, porque el Señor utiliza instrumentos (cfr. Jon 3,1-5.10: primera lectura de la Misa).

A veces, el Señor, se sirve incluso de los niños. Contaba una madre de familia con tres hijos que, en un reciente viaje en tren, la mayor, una niña rubia que no es más alta que una silla, se dirigió a una persona mayor que estaba leyendo una revista inconveniente y le dijo: ¿Usted no sabe que lo que mancha a un niño mancha a un viejo?

CONVERSIÓN EN OCCIDENTE

Ahora es necesario que se de un cambio en nuestra vida. Pero si vemos que no lo necesitamos –como le ocurría a los de Nínive– entonces es que nuestra conversión debe ser más urgente todavía.

Hay gente que se deja decir las cosas. Se nota que te escuchan cuando le estás diciendo algo que no va. Y, como son humildes, aunque les siente a cuerno quemado lo que le estás diciendo, te hacen caso.

Otros, en cambio, no se dejan decir nada. Les dices algo y entonces se enfadan, y te ponen en su lista negra. O piensan que esa es tu opinión y que, por su puesto, está equivocada porque hay gente que les conoce y nunca le han dicho eso.

Puede ser que Dios envíe a alguien para que nos diga: –No eres excesivamente malo, pero tampoco eres excesivamente bueno. Te estás volviendo tibio.

En realidad nos están diciendo que vamos bastante mal, porque a los tibios, dice San Juan, Dios los vomita de su boca.

Aunque seguramente nuestra vida no será así, porque vivimos como cristianos. Pero puede ser que nos de miedo corregir, meternos en la vida de los demás. 

Y nos puede dar miedo que nos señalen con el dedo y digan o piensen: -mira por ahí va la cristiana, la que no le gusta que hablemos de cosas frívolas...

PEQUEÑO JONÁS

Si huimos de colaborar en la conversión de los demás seríamos como Jonás. La palabra «metanoia», que significa conversión, puede sonarnos a griego, porque no queremos saber nada de las enfermedades ajenas. No queremos pensar en las cosas que las amigas hacen mal, no vaya a ser que las tengamos que corregir después de esta meditación.

El Señor, a los cristianos, nos ha puesto como médicos de urgencia: la gente que tenemos a nuestro alrededor necesita de nuestra ayuda. Y hay que darse prisa porque como dice San Pablo «la representación de este mundo se termina» (en segunda lectura de la Misa: 1Co 7,29-31).

LA RECETA

Es tan importante anunciar conversión que esto fue lo primero que hizo Jesús: iba predicando «convertíos y creed en el Evangelio».

Si queremos que la gente cambie de verdad hay que hablarles del Evangelio. Y el cristianismo se puede resumir en tres palabras: amistad con Jesucristo. Esto es lo importante porque no se puede conseguir metanoia sin receta.

Y como todas las medicinas, las madres las convierten en cosas apetitosas. La Virgen nos ayudará a que la gente cambie dándoles la amistad con Jesucristo.

jueves, 14 de enero de 2021

ENCUENTROS EN LA PRIMERA FASE


En la actualidad Dios sigue llamando, y lo hace como casi siempre: en el silencio y a través de otras personas que nos lo presentan.


He de reconocer que algunos de los que estamos aquí hemos sido llamados a la amistad con Dios de esas dos formas.

A veces nos gusta recordar cómo fueron los primero encuentros que tuvimos con el Señor.

Es bueno que nos sirvamos de la memoria para unirnos más a Él: al contemplar que nos iba persiguiendo, porque quería que fuésemos su amigo.

LA VOZ DE DIOS

Nos cuenta la Sagrada Escritura que un chico llamado Samuel aún no conocía cómo hablaba el Señor (cfr. 3,3b-10.19: primera lectura de la Misa).

Fue el sacerdote Elí quien entendió que Dios llamaba a aquel chico. Por eso le dio el consejo de que cuando oyese algo dijera: –«Habla, que tu siervo te escucha».

Y éste fue el inicio de la amistad del Señor con Samuel.

Y esa jaculatoria que han dicho los hombres desde entonces podemos utilizarla ahora: –Habla, Señor, que te escucho.

Esto lo han dicho los cristianos de todas las épocas, con distintos acentos, en distintos idiomas, o con palabras semejantes. San Josemaría le decía al Señor: – ¡Jesús, dime algo!

Eso lo decía ya, cuando tenía amistad con Dios. Porque en su adolescencia repetía:
Señor, que vea. Que es una forma de decir: –Habla, Señor, y muéstrame lo que quieres de mí.

Sin el dialogo con Dios es muy difícil descubrir lo que el Señor nos pide. Tantas veces los santos han dicho que hay que rezar más.

Son pocos los que rezan, y los que rezamos, rezamos poco, le dijo un diplomático al Papa Pablo VI, con palabras de un Santo.

Los que rezamos, rezamos poco. Nuestro propósito tiene que ser rezar más, rezar mejor.

Y la calidad de la oración se ve por los frutos.

La calidad de nuestra oración se ve por los frutos. Pero no hay que tener la ingenuidad del que quiere conseguir los frutos tirando de la planta para que crezca.

No queremos frutos para nuestra cuenta personal, sino porque nos interesan las personas.

No se trata sólo de conseguir que la gente rece algo. Eso está muy bien. Hay que procurar que dediquen un tiempo a hacer oración.

Y esto es así porque el Señor cuenta con nuestra colaboración.

DIOS HABLA TAMBIÉN A TRAVÉS DE SUS INTRUMENTOS

Con frecuencia el Señor se sirve de otras personas para que se conozca su voluntad.

Se sirve del Papa para señalarnos el camino. Para eso puso el Señor la Roca de Pedro.

No es extraño que a Benedicto XVI le hagan preguntas. En concreto, en abril del año pasado, los obispos norteamericanos le dijeron:

«Dé su parecer sobre la disminución de vocaciones, a pesar del crecimiento de la población católica»

Y el Papa le respondió:

«En el Evangelio, Jesús nos dice que se ha de orar para que el Señor de la mies envíe obreros; admite incluso que los obreros son pocos ante la abundancia de la mies (cf. Mt 9,37-38).

Parecerá extraño, pero yo pienso muchas veces que la oración –el
 unum necessarium– es el único aspecto de las vocaciones que resulta eficaz y que nosotros tendemos con frecuencia a olvidarlo o infravalorarlo.

No hablo solamente de la oración por las vocaciones.

La oración misma... es el medio principal por el que llegamos a conocer la voluntad de Dios para nuestra vida.

En la medida en que enseñamos a los jóvenes a rezar, y a rezar bien, cooperamos a la llamada de Dios.

Los programas, los planes y los proyectos tienen su lugar, pero el discernimiento de una vocación es ante todo el fruto del diálogo íntimo entre el Señor y sus discípulos.

Los jóvenes, si saben rezar, pueden tener confianza de saber qué hacer ante la llamada de Dios.

Por eso –como decía San Josemaría– si no conseguimos de los jóvenes que sean almas de oración hemos perdido el tiempo.

Se trata de que los llevemos a Dios como hizo Juan el Bautista con los que él trataba.

De San Juan Bautista algunos podrían decir que era una persona radical y excéntrica, pero no pueden negar que era humilde.

No le interesa otra cosa que servir al Señor, ser su instrumento. No quería que se quedasen en él. Llevó a la gente a Dios.

El Evangelio nos relata el encuentro de Jesús con dos jóvenes discípulos del Bautista: eran Juan y Andrés.

Precisamente estos dos chicos fueron intermediarios para que otros conocieran a Jesús (cfr: Jn 1,35-42). Más tarde todos ellos serían amigos de Dios.

La humildad engendra humildad. Se ve perfectamente cuando lo que se persigue en el apostolado es que la gente busque a Dios, no nuestro triunfo.

Esto sucedería si no se reza: se acabaría confundiendo el servicio a Dios con servirnos a nosotros.

Si no se reza, se acaba confundiendo el seguir al Señor con cumplir una serie de actividades religiosas.

La primera verdad fundamental que hemos de enseñar es que la vida de oración –la oración contemplativa– no es fruto de una técnica, sino un don que recibimos.

La oración no es una técnica sino una gracia. Y resulta extraño que se pueda hacer compatible hacer oración con no estar en amistad con Dios.

El secreto consiste en tener la misma longitud de onda que tiene Dios: conseguir sintonizar. Eso es cuestión nuestra

CUESTIÓN DEL RECEPTOR

Ya se ve que Dios suele hablar bajito. Y sólo es posible escucharle si nuestro interior es un receptor que no está dañado, que puede conectar.

Juan Pablo II hablaba de «la teología del cuerpo». Y así es: nuestro cuerpo es un instrumento de alta tecnología espiritual, que si sufre alteraciones no podrá escuchar la voz de Dios.

Admiramos los grandes templos de Roma o Estambul, que han servido de encuentro con Dios.

Pero el templo más preciado por el Señor es nuestro cuerpo: allí puede habitar el Espíritu Santo, o puede ser un santuario vacio o profanado (cfr. 1 Co 6,13c-15ª.17-20: segunda lectura de la Misa).

Lo primero que hicimos nosotros fue comenzar con un tiempo dedicado a Dios, esto serán nuestros encuentros en primera fase. Luego tiene que venir la amistad.

La amistad es una cosa tangible. Indudablemente no somos santos.

Pero sí podemos tener intimidad con nuestro Señor. Para eso está el silencio interior.

Llamamos «oración» a ponernos en la presencia de Dios, con el deseo de entrar en la intimidad con El, en medio de la soledad y del silencio.

MAESTRA DEL SILENCIO Y DE LA ESCUCHA

María lo primero que hacía cuando llegaba a casa era encender la televisión, porque si no escuchaba ese ruido de fondo se sentía sola.

«Y cuando se subía al coche, lo primero que hacía era poner la radio. O mejor dicho estaba puesta ya: nada más darle al interruptor del coche se oía. Es que a ella le daba miedo la soledad».


Esta María, no era la Madre de Jesús: no sólo no le daba miedo el silencio, sino que era el vehículo que le llevaba a Dios.

Desde que tuvo uso de razón, María estuvo atenta a la voz de Dios. Y era tan fluido ese diálogo, que el mismo Señor quiso habitar materialmente en su cuerpo. Como en nuestro caso cuando recibimos la Comunión.

viernes, 8 de enero de 2021

ES MI PADRE


El día de nuestro Bautismo es el más importante de nuestra vida, ya que nos hacemos hijos de Dios. Con él recibimos un nuevo nacimiento, por eso se llama también el sacramento de la re-generación.

Jesús fue al encuentro de San Juan Bautista, que estaba predicando con gran éxito la conversión. Era normal que en un ambiente de expectación ante la venida del Mesías, la gente se estuviera preparando.

Iban tantos, que los fariseos acuden para ver qué pasa (Jn 1,19-26). Y en medio de tanta gente también el Señor aparece por allí: «Vino Jesús al Jordán desde Nazaret de Galilea» (Mt 1,9). Juan el Bautista cumplió su misión de mover a la penitencia, como preparación de la llegada del Reino de Dios.

Muchas veces uno se asombra de por qué el Señor se bautizó si no le hacía falta. Jesús, sin tener necesidad de conversión, se sometió al rito del Bautismo, de la misma manera que lo hizo a los mandatos de la Ley.

UN CRISTIANO ES UN BAUTIZADO

Y precisamente, Jesús, el día de su Ascensión también quiso que los cristianos enseñaran y bautizaran en su nombre. Les dijo: «Id por todo el mundo y enseñad a todas las gentes bautizando en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,16).

La ceremonia del Bautismo ha cambiado mucho. Antes, en los primeros tiempos, la mayor parte de las personas que se bautizaban eran adultos, y el Bautismo se hacía por inmersión: la gente se iba al Jordán o a cualquier otro riachuelo que estuviera a mano, y el sacerdote los sumergía enteramente en el agua.

Todo eso significaba que el que se bautizaba era sumergido bajo el agua y, al salir, resucitaba como Jesús. Y así se convertía en una nueva persona de pies a cabeza.

Nosotros llegamos a la salvación a través del agua. Eso es el Bautismo: lanzarse al agua para obtener la liberación.

UN ATEO COMO DIOS MANDA

Te voy a contar una historia real. En tiempos del más duro comunismo en la antigua Unión Soviética, un oficial de la marina de 21 años, se lanzó al mar desde su barco para huir del sistema y llegar a la costa de Canadá.

Era huérfano. Había pasado por tres orfelinatos y nunca había rezado. Le habían repetido hasta la saciedad que Dios no existía. Lo más que un hombre podía aguantar en esas aguas era hora y media, y se confundió de dirección. Cuando llevaba varias horas nadando y no podía más, se detuvo.

Te leo lo que él mismo cuenta: «Sentí que estaba perdido, totalmente perdido. “Serguei has acabado (se dijo). Vas a morir. Nadie está al corriente de esto. Nadie está preocupado por ti. Nadie”.

Me habían educado en la doctrina de Marx, de Engels y de Lenin. Ellos eran mis dioses. Me había arrodillado varias veces ante el cuerpo de Lenin en Moscú, era mi dios y mi maestro.

Pero ahora, al final de mi vida, mi espíritu se volvió hacía ese Dios que no conocía. Rogué instintivamente: “Dios, no he sido nunca feliz en esta tierra. Ahora que me estoy muriendo acoge, si te place, mi alma en el Paraíso. Dios, quizá, podrías darme allí un poco de felicidad. No te pido que salves mi cuerpo, pero en el momento en el que se hunda, acoge mi alma en el cielo, por favor, ¡Dios!


Cerré los ojos completamente, convencido de que todo había acabado. Ya estoy preparado, pensé en lo más profundo de mi alma. Ahora me puedo dormir. Me relajé y cesé de luchar. Mi pelea había concluido».

A TODO EL MUNDO LE LLEGA SU HORA

Hay una oración que han rezado durante siglos los cristianos y que muestra la protección de Dios por sus hijos: «¡Sálvame, oh Dios, porque las aguas que me llegan hasta el cuello! Me hundo en el cieno del abismo, sin poder hacer pie; he llegado hasta el fondo de las aguas, y las olas me anegan» (Sal 68).

Sigue diciendo el ruso de nuestra historia: Lentamente, muy lentamente, sentí que algo extraño estaba sucediendo. A pesar de que toda mi energía se había gastado hasta la última gota, una fuerza nueva invadió mis brazos extenuados. Sentí como si en el agua me rodearan los brazos recios y amorosos del Dios vivo, como si me encontrara una boya enviada del cielo.

Yo no era creyente. Jamás antes había dirigido mi oración a Dios, pero noté que brotaban en mi cuerpo agotado nuevas reservas: podía nadar
».

LLEGAR A DIOS A TRAVÉS DEL AGUA

Algo así, y mucho más es la fuerza que recibimos en el Bautismo. Por eso, el día de nuestro Bautismo, es el más importante de nuestra vida.

Conozco un sacerdote que celebraba su cumpleaños el día de su Bautismo porque lo consideraba como el día de su nacimiento. San Josemaría, a veces, cuando pasaba al lado de su pila bautismal la besaba, porque allí había empezado a nacer.

Gracias al sacramento del Bautismo somos hijos de Dios. Es lo mismo que le ocurrió al Señor en el Evangelio. Dios nos dice: «Eres mi hijo muy amado» (cfr. Mc 1,11). Por eso es un momento tan trascendental.

Todo esto normalmente se nos olvida, aunque alguna vez nos lo hayan explicado. Lo que sucede en el Bautismo, que nos hacemos hijos de Dios, no lo pensamos con frecuencia.

Conozco el caso de un niño de ocho años, también ruso, al que adoptó una familia de Madrid. Se le acercó una chica pija, y le dijo, sin saber que era adoptado: –Oyesss ¿quiénes son tus padres? Y el niño de ocho años, que había pasado por varios orfelinatos y tenía mucha vida, le respondió a la adolescente: –Si yo te contara…

Necesitamos fe para darnos cuenta de que somos hijos adoptivos de Dios. Es bueno que repitamos eso: Yo soy hijo de Dios, hijo de Dios. Y porque somos sus hijos el Señor nos da todo: «Tú eres mi esperanza, mi seguridad desde mi niñez» (Sal 70).

A TRAVÉS DEL AIRE

Un cardenal filipino cuenta que, durante un viaje en avión, se encontró en medio de una violenta tormenta tropical y el avión empezó a dar unos tumbos espectaculares.

Todos los pasajeros estaban tremendamente asustados. A su lado se encontraba un niño. Y el cardenal le preguntó: –¿Tú por qué no estás asustado? Efectivamente era muy raro que un niño estuviera tan sereno en una tempestad así. Y el chaval le respondió: –Es que el piloto es mi padre.

CON LOS PIES EN LA TIERRA

Después de todo lo que hemos dicho es fácil comprender el interés que ha tenido la Iglesia de que los niños reciban cuanto antes el principal regalo de su vida. Hemos de agradecer a nuestros padres que al poco de nacer nos llevaran a recibir este sacramento.

A veces vivimos intranquilos sin saber que Dios es nuestro Padre, el Amo del mundo. Y nos ponemos nerviosos por muchas cosas: los exámenes, que será de mí el día de mañana, o perdemos la paz cuando nos regañan o no nos ha salido algo como queríamos.

Con frecuencia nos comportamos como un niño sin padres, que va de sobresalto en sobresalto porque no tiene nadie que le dé seguridad.

LA INTELIGENCIA DEL ORDENADOR

La historia que contábamos del oficial de la marina rusa termina en Canadá. Allí un funcionario del gobierno le preguntó: «Kourdakow, hemos estudiado su historia con todo detalle, hemos introducido sus datos en un ordenador especialmente programado para analizar estos casos: la temperatura del agua, la dirección y la fuerza del viento, la violencia de la tempestad, la distancia del barco la altura de las olas, y también su fuerza física.

El resultado del análisis es que usted no pudo haber sobrevivido. ¿No habrá algo, aunque sea una insignificancia, que se haya usted olvidado de decir concerniente a aquella noche?

Reflexioné unos momentos, y a continuación dije: –La sola cosa que no he mencionado es que le recé mucho a Dios.

Aquel señor se marchó y volvió al cabo de algunos días. –Sergei, me comunicó, te interesará saber que cuando se introdujeron en el ordenador todos los datos, incluyendo el de tu oración, la máquina respondió que tu éxito y tu supervivencia eran posibles. Ahora creemos tu historia
».

SIEMPRE CON ESCOLTA

Con esto se entiende mejor que la Iglesia, refiriéndose a la protección de Dios por sus hijos, nos invite a rezar: «Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas encontrarás refugio, porque ha dado órdenes a sus ángeles para que te guarden en todos los caminos. Te llevarán en sus palmas para que no tropiece tu pie en piedra alguna» (cfr. Sal 90).

Así vivió desde siempre la Hija predilecta de Dios, la Virgen María. El Espíritu la cubrió con su sombra en el momento de la Encarnación y la protegió siempre, también en las horas tremendas de la Pasión. Nadie se metió con Ella, nadie la insultó ni se burló de la Madre del Condenado. Su Padre Dios, el Señor de la Historia, no lo permitió.

lunes, 4 de enero de 2021

HA NACIDO UNA ESTRELLA


Unos magos se presentaron en Jerusalén preguntando por el Rey de los judíos, que según pensaban acababa de nacer, porque habían visto su estrella.


«Vidimus stellam eius in oriente» dice el texto bíblico (Mt 2,2: Evangelio de la Misa). Y la liturgia de la Iglesia traduce: «Hemos visto salir su estrella». 

Se traduce «in oriente» como «al salir», o «al nacer». Hemos visto su estrella «al nacer», porque «oriente» no es sólo un lugar de la tierra, oriente también indica «nacimiento», lo mismo que occidente es el declive o muerte.

UNA ESTRELLA

Algunos también hemos visto cómo la estrella de Dios nacía en nuestro corazón. Nos acordamos ahora de esos momentos en los que vimos brillar la llamada. Nos dimos cuenta de que no eran casualidades lo que nos estaba sucediendo: y como siempre el Señor nos exigió fe para lanzarnos y ponernos en camino. 

Te cuento una historia: los profesores y la gente que le conocía en su pueblo –y más tarde en la Ciudad– le habían dicho que le veían para el sacerdocio. «Pero él siempre se había resistido» a pensar en eso.

De todas formas a ese chico, una idea le rondaba en la cabeza: en los caminos de Dios no hay nada parecido a la mera coincidencia.

Huérfano antes de la mayoría de edad; sus cualidades intelectuales; las dificultades que había padecido; su inclinación a la oración; la gente que había influido en él.

Todo esto no se trataban de incidentes aislados en su vida, sino de postes que le indicaban un camino, que llevaba directamente hacía lo que Dios quería de él.

Durante la primavera y el verano de 1942 creció en su interior la convicción de que había sido elegido, y de que ante esa elección sólo podía existir una respuesta.

Había tardado un año y medio en madurar esa decisión, lo que quiere decir que tuvo lugar en su interior una intensa lucha antes de decidirse.

Pasado el tiempo se refería a aquellos años, como un proceso de gradual clarificación o «iluminación interior».

Como ya os habréis dado cuenta este chico se llamaba Karol Wojtyla.

UNA LLAMADA 

También algunos de nosotros hemos recibido ya esa iluminación de Dios. Notamos aquella llamada de Jesús: «venid». Y dejamos todas las cosas para seguirle: igual que los Magos. 

Se cuenta que un pensador ruso, que pasaba por una etapa de cierta crisis interior, decidió ir a descansar unos días a un monasterio. 

Allí le asignaron una habitación que tenía en la puerta un pequeño letrero en el que estaba escrito su nombre. 

Por la noche, no lograba conciliar el sueño y decidió dar un paseo por el claustro. A su vuelta, ese encontró con que no había suficiente luz en el pasillo para leer el nombre que figuraba en la puerta de cada dormitorio. 

Fue recorriendo el claustro y todas las puertas le parecían iguales. Por no despertar a los monjes, pasó la noche dando vueltas por el enorme y oscuro corredor. 

Con la primera luz del amanecer distinguió al fin cuál era la puerta de su habitación, por delante de la que había pasado tantas veces, sin reconocerla. 

Aquel hombre pensó, que todo su deambular de aquella noche era una figura de lo que los hombres nos sucede con frecuencia en nuestra vida. 

Pasamos muchas veces por delante de la puerta que conduce al camino que estamos llamados, pero nos falta luz para verlo.

Tantas veces nos ocurre esto a nosotros, que nos falta oración para ver con claridad. Pero no sólo es cuestión de que tengamos luz. 

El Señor le mandó la estrella a los Magos pero ellos tuvieron que tomar una decisión, y cambiar los planes que tenían hasta ese momento.

Esto es lo que han hecho todos los santos: pues para seguir al Señor hay que tener cintura, cambiar los esquemas, no aferrarse a lo que ya hacemos, a nuestros proyectos.

CAMBIO DE PLANES

Poco tiempo después de ser elegido, Benedicto XVI «nunca pensé en ser elegido Papa ni hice nada para que así fuese. 

Cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la “guillotina” caería sobre mí, me quedé desconcertado. 

Creía que había realizado ya loa obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días. Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto!»

Se ha escrito que no era algo nuevo en la vida de Joseph Ratzinger. Un día de 1977 recibió la visita del Nuncio: 

«charló conmigo de lo divino y de lo humano y, finalmente, me puso entre las manos una carta que debía leer en casa y pensar sobre ella. 

La carta contenía mi nombramiento como arzobispo de Múnich y Frisinga. Fue para mí una decisión inmensamente difícil. Se me había autorizado a consultar a mi confesor. 

Hablé con el profesor Auer, que conocía con mucho realismo mis límites tanto teológicos como humanos. Esperaba que me disuadiese. Pero con gran sorpresa mía, me dijo sin pensarlo mucho: “Debe aceptar”. 

Así, que después de haber expuesto otra vez mis dudas al Nuncio, escribí, ante su atenta mirada, en el papel de carta del hotel donde se alojaba, la declaración donde expresaba mi consentimiento»

Joseph Ratzinger había elegido una vida de estudio, pero Dios le llevó por otros caminos, pues después de este cambio de planes vino otro, en 1981, cuando fue llamado a Roma por Juan Pablo II para presidir la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Como en el caso de los Reyes Magos, el Señor nos pide cosas curiosas. Cada etapa de nuestra vida tiene su cierta originalidad.

Por ejemplo lo de seguir una estrella tiene mucho de poético, pero en realidad no deja de ser pintoresco. 

DIOS JUEGA

Podía haberlos avisado a través de un ángel, así cosa hubiera sido menos problemática, y con un grado de más certeza. 

Ayer leía en el periódico que en una ciudad española querían poner en los autobuses el siguiente anuncio: «Probablemente Dios nos existe. Deja de preocuparte y goza de la vida».

Algunas personas cuando desgraciadamente han perdido la amistad con Dios, intentan olvidarse de Él. 

Y Dios no les deja que le olviden, porque todo en su creación sigue gritándoles: «Dios existe». 

Esto nos recuerda esa escena impresionante del tercer capítulo del Génesis, en que Adán y Eva, después de caer en el pecado de desobediencia, intentaron huir de la presencia de Dios, ocultándose entre los árboles del Paraíso. 

Y, por supuesto, eso no les dio resultado. No pasa mucho tiempo antes de que se oiga la voz del Señor que dice: «Adán, ¿dónde estás?». 

Dios se comporta con nosotros como las personas mayores con los niños: como si jugara al escondite con nosotros. 

Esa historia del Génesis es una imagen de lo que realmente sucedió; porque Dios está en todas partes y lo ve todo; realmente no tiene que ir buscando a la gente entre los arbustos, como tenemos que hacer nosotros cuando la gente se esconde. 

Pero la mejor manera de explicárnoslo a nosotros para que entendiéramos lo que pasó tras la caída del hombre, es esta imagen que la Biblia nos da:

Un Dios eterno, que nos trata como la gente mayor trata a los niños, jugando.

Jugando, cuando se encuentra a la persona que se ha escondido. Le toca a la otra persona, que había estado buscando, esconderse; y Dios sigue las reglas del juego. El hombre ha intentado esconderse de Dios y Él le ha encontrado. 

Ahora Dios se ha escondido y al hombre le toca intentar encontrarle. 

Dios vino y se escondió bajo el aspecto de un Niño pequeño, recostado en su Madre, en una oscura cueva, en una ciudad insignificante llamada Belén. Allá en la Judea. 

Fue una forma de esconderse. Y como nosotros los hombres somos limitados, tuvo miedo de que fuésemos demasiado inútiles para encontrarle, e hizo lo que hacen las personas mayores en esas ocasiones: se asomó. 

Nos dejó pistas por todos sitios. Ése fue el papel que tuvieron los Profetas. «He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo... Y tú Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los clanes de Judá... El buey conoce a su amo y el asno el pesebre de su amo... Una rama brotará de la raíz de Jesé –Jesé fue el padre de David– y así una flor brotará de esa raíz».

Esas pistas son las que nos prepararon para ir a buscar a un Niño, nacido de la familia de David, en Belén.

«Adelante» dirían los Profetas, «te estás acercando». Entonces una estrella apareció a los Magos de Oriente y esto mejoró aún las cosas. «Adelante», diría la estrella, «te estás acercando aún más». 

Un ángel se apareció a los pastores y les habló de un Niño que yacía en un pesebre, y esto hizo que fuera facilísimo. «Adelante», dijo el ángel, «casi estás allí». Y así se reveló el secreto.

Hemos de dejar a Dios que juegue con nosotros, que nos haga descubrir su voluntad de la forma que Él quiera.

En este caso fue poco racional, si lo miramos humanamente hablando. Pues si Dios quería que unos Magos le adoraran,

DEJARSE LLEVAR  

Pero el Señor tiene sus planes, que muchas veces están concadenados unos con otros: tenían que enterarse unos sabios en Jerusalén y el Rey Herodes.  

Había que probar la fe y la esperanza de unos hombres piadosos... Cosas que tiene Dios para funcionar con los hombres: juega a varias bandas... lo que tenemos que hacer nosotros es dejarnos llevar.

Eso hicieron los magos, y por eso «vieron al niño con María, su madre».

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías