lunes, 29 de enero de 2018

11. EL HUERTO





























El nuevo Adán
En el jardín del Edén, un hombre quiso ser como Dios, pero sin contar con Dios. Adán no quiso hablar con su Padre de esas tentaciones que tenía, sino con una serpiente. En otro jardín, en el huerto de los Olivos, otro Hombre, en nuevo Adán, sintió la humillación.

Dios Hijo que se humilla, y con eso pisa la cabeza de la serpiente antigua porque confiaba en su Padre. Es que el nuevo Adán que tenía que arreglar con su obediencia lo que estropeó el otro.

Jesús lucha por hacer la voluntad de Dios, sudó sangre. Ser santo siempre ha costado mucho trabajo.

El Señor nos deja mirar en su alma humana. Su oración le ayuda a soportar la pasión. Estuvo tres horas en orando para identificarse con lo que Dios Padre le pedía.

Los Apóstoles, que se durmieron en lugar de rezar, no fueron capaces de adaptarse alquerer de Dios. Como no rezaban no estuvieron a la altura de las circunstancias. Porque en la oración es donde Dios nos une a Él, a su voluntad.

Oración
Si no, se hace oración es imposible hacer lo que Dios nos pide. Si Adán hubiera consultado con su Padre, le hubiera dado luz, fuerza. Pero conversó con el enemigo, con la bicha.

Por el pecado, nuestra voluntad nos arrastra a otro sitio. Por eso hay que rezar: «hágase tu voluntad en la tierra como se hace en el cielo».

O tenemos conversación con Dios o la tenemos con el enemigo, que nos tienta desde fuera. Hacer la oración, como Jesús en el huerto, para que podamos hacer la voluntad de nuestro Padre Dios.

No es verdad que Dios abandone a las personas, como muchos se creen. Jesús hace la oración de un  hombre que pide ayuda al verse acorralado por sus enemigos (cf. Mt 26,14-27,66). Y Dios Padre parece que no le escucha...

Pero la pasión no es la última palabra
A veces nosotros podemos tener la misma sensación de abandono cuando pedimos en la oración, y da la impresión que Dios no oye. Y por eso decimos: –No me hace caso.

También en nuestra vida habrá sufrimiento. Pero al final –si sabemos confiar en Dios nuestro Padre, como Jesús– los látigos se convertirán en ramos de triunfo.

El Señor de un veneno hace una medicina. Lo malo se lo transforma en bueno. El veneno del sufrimiento, de la muerte, solo perjudicó a quien lo utilizó, al diablo.

Ahora ya sabemos el porqué de las palmas que aclaman a Jesús como Rey. El Señor triunfaría convirtiendo el mal en bien. Los ramos eran señales que anticipaban su triunfo. Pero no sólo profetizaban el triunfo de Jesús, también el nuestro. Si sabemos sufrir con el Señor también resucitaremos con Él.

Cuanto más sufrimiento ahora más gozo después. Todos los santos vienen a decir lo mismo. Cuando hacemos cosas que nos cuestan por dar gusto al Señor, al principio el alma siente el rechazo.

Jesús era también hombre pasible como nosotros, y rogó para verse libre de su pasión, y tuvo que sufrirla. «Padre: si es posible, pase de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».

Los torrentes de emoción que se vuelcan sobre su naturaleza humana no pueden ahogar su resolución por hacer la voluntad de su Padre.

Todas las emociones que se agolpan en su alma son como las tremendas olas  de un mar embravecido, que golpea una roca en la superficie de la playa. Y los sudores de su agonía son como las salpicaduras de esos embates del sentimiento.

Porque el objetivo del ascetismo cristiano no es privarnos de nuestros sentimientos, de nuestras preferencias ni de nuestros deseos.

Porque el fin de nuestra lucha de cristianos es someter nuestros sentimientos a la voluntad de Dios, a través de una continua y serena aspiración a Él, a la que llamamos oración.

La oración perfecta es la que pide que se haga la voluntad altísima, santísima y adorabilísima de Dios en nosotros y en todo. Debemos pedir que se haga la  voluntad de Dios en lo que amamos, en los que nos ofenden y en los que nosotros hemos ofendido.

En los que están encomendados a nuestro cuidado y en los que nos han pedido que roguemos por ellos… Y en todos los diferentes acontecimientos que perturban nuestra vida y los de la historia humana…

En definitiva la oración perfecta es que pide que la voluntad de Dios se haga en todo. Porque la voluntad humana de Jesús no se hizo en todo. Ahí está la historia de Judas para testificarlo.

Judas
El Señor lo llamó personalmente, vivió tres años con él, era de sus íntimos, y sin embargo le hizo traición. Lo entregó por el precio que se pagaba por un esclavo. Por unas cuantas monedas, unas 30. Otros son capaces de ofender a Dios por menos. ¿Qué le sucedió a Judas?

Un privilegiado
Fue elegido personalmente por Jesús: tenía vocación de apóstol. El Señor le quería como solo Dios sabe hacerlo. El único que nos conoce a la perfección, mejor que nosotros mismos, mejor que nuestra madre es el Señor, y por eso es el único que puede querernos de verdad.

Y nos quiere, a pesar de conocer nuestros defectos y todos nuestros pecados. Así quería a Judas, unos de los hombres más privilegiados de la historia.

¿Qué le sucedió?
Al principio ¿quería al Señor? ¡Pues claro que le quería!, como los otros once. Tendría defectos como el resto de los apóstoles. Eso no es de extrañar.

Pero el amor que tenía a Jesús no fue creciendo. El amor a nuestro Señor tiene que ir aumentando poco a poco. Judas se fue acostumbrando a tratar a Jesús.

El Señor cada vez le iba resultando más antipático, más distante. Fue perdiendo poco a poco la sintonía con él. Sus sermones le parecerían un rollo, incluso exagerados.

Con el paso del tiempo pensaría que el Señor era un idealista, y él quería estar con los pies en la tierra, había que pensar en el futuro. Veía como los demás, incluso las autoridades, hablaban mal de él, y algunos de sus discípulos le habían abandonado.

Lo peor no fue que su amor fuese a menos, que se hubiera acostumbrado a Jesús, que le resultase incómodo lo que decía. Lo peor fue que se fue callando, que no dijese nada, que no hablara personalmente con el Señor.
Sin duda el problema de Judas también fue de sinceridad. Todos los Apóstoles eran tremendamente sencillos, transparentes, por eso perseveraron.

Escondía la miseria
Al principio él no era así. Pero, al no querer entregarse, tuvo que ocultar donde tenía su corazón, porque su corazón estaba centrado en las cosas de la tierra. Por eso llegó a pensar que, sin dinero, no podía hacer cumplir sus sueños. Toda su vida estaba centrada en él mismo. Se hizo un egoísta.

Sabemos que a veces, decía las cosas con segunda intención para justificarse, para ocultar sus verdaderos intereses.

Pero Jesús no se desanimó
A nosotros Judas nos cae mal, pero a Jesús no, y le estuvo dando oportunidades hasta el último momento. El Evangelio nos relata todos los detalles que tuvo el Señor para ver si se arrepentía. Pero no podía obligarle porque le había regalado la libertad. El Señor ante nuestra libertad se detiene

Pero hubo otro Apóstol
 Es justo hablar de otro apóstol que fue fiel hasta la muerte. Juan era un pescador. Si hubiera seguido en el oficio hubiera montado una cooperativa en Betsaida. Se habría casado igual que Pedro y habría tenido varios hijos. Pero el Señor le llamó en plena juventud.

En su corazón solo había un Amor de mujer, era la Virgen. Su corazón se mantuvo también siempre fiel a Jesús.

Se consideraba el enchufado. Cuando tenía noventa años escribió que era el discípulo amado. No porque Jesús le hubiera llamado así, sino porque era lo que pensaba. Todo el mundo que se encuentra con Jesús se considera privilegiado.

Cuando era tan mayor hablaba del Amor como si fuera un adolescente. En el fondo era muy parecido, salvando las distancias, a la Virgen. Ella nunca envejece, ni siquiera en la eternidad. Es la Mujer nueva.

Eva
Y después de que Dios es humillado por nuestro amor, vendrá lo que nadie esperaba: la Resurrección. Sin embargo la Virgen se fió siempre de Dios. La primera Eva ante un árbol desconfió de Dios. María ante el madero de la cruz, aceptó ser humillada.
                     
El primer pecado fue iniciado por el orgullo y la desobediencia de una mujer. La salvación nos vino también por la humildad y la aceptación de una Mujer: por su hágase.

viernes, 26 de enero de 2018

12. EL GUSANO


Los santos lloraban
Los santos lloraban meditando la Pasión del Señor. ¡Qué cosa más curiosa! Y casi con toda certeza no era fruto del sentimentalismo.

¿Qué es lo que les pasaba? ¿Por qué estallaban en lágrimas?

Ellos no solo lo pensaban, como si aquello le sucedió a un personaje histórico.

Es que  querían mucho a Jesús.

No es lo mismo que se muera la madre de una amigo a que se te muera tu madre.

Y no es lo mismo que muera sufriendo una barbaridad a que tenga una muerte dulce.

Está claro que los santos querían mucho al Señor. Y, cuando uno ve el sufrimiento de los demás hace que te impacte más todavía: «ojos que no ven corazón que no sienten».

–¿Porqué sufrió el Señor tanto?

–Sufrió tanto por un solo pecado mortal.

Por un solo pecado mortal
 –Y ¿por qué la gente que comete pecados mortales, le da como igual?

Es duro, pero hay personas que conviven habitualmente con pecados mortales. Parece que les da igual. Incluso compaginan el pecado mortal con una cierta vida cristiana.

Hay personas que ven una película de la Pasión y se enternecen. Pero eso es un sentimiento pasajero, que no deja nada, que según viene se va.

Lo hacen compatible con faltar un domingo a Misa porque no tenían ganas.

–¿Qué sucede? ¿Por qué nos pasa eso? ¿por qué no lloramos como lloraron los santos?

Porque no estamos allí, en el Calvario.

Vamos a pedirle al Señor la gracia de estar, allí durante esta meditación.

Vamos a pedirle también que le abandonemos –como los Apóstoles– cuando el Señor más los necesita.

Sabemos que después de haber pasado Jesús la noche sin dormir, lo presentaron a Pilatos, y éste lo mandó azotar. Aquello fue tremendo.

La columna y los verdugos
Había una columna destinada a que los condenados sufriesen esta pena. Los verdugos pusieron sus instrumentos, látigos, varas y cuerdas, al pie de la columna.

Esos hombres habían azotado hasta la muerte a otros condenados, «parecían salvajes y estaban medio borrachos», nos cuenta  Ana Caterina Emmerich.

Dieron puñetazos al Señor cuando llegó, y le arrastraron, a pesar de que él se dejaba llevar sin ninguna resistencia.

Entonces, le ataron brutalmente.

Esta columna estaba sola y no servía de apoyo a ningún edificio.

No era muy elevada. Un hombre alto, extendiendo los brazos hubiera podido alcanzar la parte superior.

Jesús temblaba y se estremecía al ver lo que se le venía encima.

Se quitó él mismo sus vestidos con las manos hinchadas y ensangrentadas de los malos tratos de la noche anterior.

Los verdugos le ataron las manos, levantadas en alto, a un anillo de hierro que estaba en la parte superior de la columna.

Y estiraron tanto sus brazos que, sus pies, atados fuertemente a la parte baja de la columna, tan sólo tocaban un poco el suelo.

Y empezaron a golpear, no solo por la espalda como se ve en la película The Passion, sino por todo el cuerpo, también por las piernas y la cabeza:

Arrancándole la piel a cada golpe.

No sé si has visto un flagelo romano. Sesenta de esos golpes eran suficientes para matar a un hombre.

Tres cuartos de hora
El Santo de los santos fue extendido sobre la columna de los malhechores y empezaron a golpearle.

Aquello duraría unos 45 minutos. Los látigos estaban teñidos de rojo. Y como sabemos el rojo, en aquella época, era el símbolo de la realeza. Así iban vestidos los reyes.

Jesús era Rey. Su cuerpo se vestiría del rojo de la sangre. Él que era el Hijo de Dios temblaba y ser retorcía como un gusano.

Sus gemidos dulces y claros se oían como una oración en medio de los latigazos, de los gritos de los verdugos y de los insultos de la gente.

De cuando en cuando había algún silencio, como el que ahora hacemos nosotros...

Y, a lo lejos, se escuchaba el balido de los corderos pascuales que iban a ser sacrificados en el templo.

Porque Jesús es el Cordero que quita el pecado del mundo.

El Señor solloza y gime de puro dolor. Él es el verdadero Cordero de Dios.

Cada golpe es tremendo. La crueldad y el ruido de los azotes, hace que el público haga gestos de dolor cada vez que le pegan un latigazo.

Otros verdugos van preparando varas de espino para pegarle.

Cuando la primera pareja de soldados ya están agotados y sudados por el esfuerzo, viene la segunda pareja de verdugos, que llegan con ganas de ser más crueles que los anteriores.

Estaban medio borrachos, como dice Caterina Ememrich y no saben lo que hacían…

Como una persona que no va a misa los domingos porque tiene sueño después de la movida.

También había varas con puntas de hierros. Las cogieron y se lanzaron como si fueran perros rabiosos.

Como tú y como yo cuando nos da un ataque de ira, y no nos damos cuenta que al que estamos pegando es al Señor.

Por todo el cuerpo
Los golpes rasgaron todo su Cuerpo. Los flagelos romanos eran látigos que tenían en los extremos garfios de hierro que arrancaban la carne a cada golpe.

Y por eso saltaban a lo lejos como tiras de carne, del cuerpo del Señor.

El cuerpo de Jesús se cubrió de manchas de distintas tonalidades: azules, rojas, y otras casi negras...

La sangre saltaba lejos y los verdugos tenían los brazos llenos de sangre como los carniceros.

–¿Porqué tanto dolor?

–Así nos damos cuenta de lo que supone un pecado mortal, que es matar a Jesús.

Y también nos damos cuenta de lo que es un pecado venial, porque le arrancamos al Señor la piel a latigazos.

–¿Quién puede tener la desfachatez de llamar a una mentira con el título de «piadosa», cuando causan esta carnicería?

Nos daremos cuenta de esto en el purgatorio. Ojalá no vayamos.

El Señor reza, llora y gime
La segunda pareja de soldados ya cansada da paso a otros dos verdugos.

Al no tener sitio donde golpear, dan la vuelta a Jesús. Lo desatan de la argolla, y le ponen  su espalda pegada a la colunma.

Ahora está de cara a los verdugos. Jesús los mira con los ojos llenos de sangre, como pidiendo misericordia.

Entonces cayeron sobre él.

Al ver zonas blancas, sin golpear, se ensañan.

En poco tiempo lo convirtieron todo en color rojo, azul o negro.

¿Qué podemos hacer nosotros sabiendo esto?

Pedirle perdón al Señor por las veces que le hemos flagelado, y nosotros sin saberlo. ¡Pero ahora lo sabemos!

El gusano
Jesús se estremecía, oraba y gemía cada vez con menos fuerza.

Tiene su Cuerpo en carne viva. Está tan destrozado que la imagen bíblica que más lo define es la del «gusano».

Lo desatan de la columna y cae en el charco de su propia sangre, sin conocimiento.

Durante las tres sesiones hay ángeles llorando en torno a Jesús. Sus lágrimas llevan al Padre sus gemidos.

El Rey está  «estrenando un vestido nuevo», un nuevo manto púrpura natural.

Y la Reina sufría junto a su hijo
María acompañaba a Jesús. Sentía cada uno de esos golpes como si se lo pegaran a Ella. Estaba pálida como un cadáver.

Y a nosotros ¿nos afecta esto tanto como a la Virgen?

María no había tenido ningún pecado. No había sido la causante de estos dolores, y sin embargo «sufría porque amaba».

No se trata de que echemos una lágrima sentimental, sino que, con la fe, nos arrepintamos.   


El primer pecado fue iniciado por el orgullo y la desobediencia de una mujer. La salvación nos vino también por la humildad y la aceptación de una Mujer: por su hágase. 

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías