lunes, 24 de diciembre de 2018

14. EL RAYO BLANCO DEL AGUA

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Al encuentro
El agua viva de la Misericordia
Pecador o corrupto

AL ENCUENTRO

Dios es misericordioso: carga con nuestra miseria para quitárnosla. Dios es un buen samaritano, que hace bien a sus amigos y a sus enemigos. Personalmente Dios no tiene enemigos, pero hay gente que va contra Él.

Por eso quiere Jesús que confiemos en su Misericordia: creer en su Amor.

En realidad es Dios el que nos busca. Quiere hacer llegar su amor a nosotros. Pero hay un obstáculo, el pecado. De lo que hagamos con el pecado dependerá nuestro encuentro con Él.

Una mujer “casualmente” se encontró con Jesús y decidió rehacer su vida (cfr. Jn 4, 1-45). La historia tan conocida la podemos contar así: Jesús iba de Judea a Galilea y tenía que pasar por Samaria. Y se paró a las afueras de un pueblo, junto a un pozo.

El Señor, agotado del camino, estaba allí sentado. Eran más o menos las doce del medio día.

Parece que está descansando, es cierto. Pero también a la espera, pacientemente: como en el sagrario.

Llega una mujer a sacar agua. No fue casual. Los discípulos se fueron al pueblo a por comida y le dejaron sentado junto al brocal. Pero en realidad lo que Jesús quiere es encontrarse con esa persona.

Y llegó la samaritana a sacar agua. Normalmente la pintan joven. Va a una hora rara. Porque las mujeres de forma habitual acudían al pozo muy de mañana o bastante entrada la tarde. Eran esas las horas en la que se veían y comentaban... Se ve que ésta no quería coincidir mucho con las otras.

Va con sus preocupaciones, con el cántaro, pero también con sus asuntos en la cabeza. Igual que cada uno de nosotros, que vamos a la oración con nuestras cosas, es inevitable, son las del día, las que nos tienen ocupados.

Y Jesús le dice: Dame de beber, le habla de lo que ella tiene entre manos, nunca mejor dicho. Pues era la forma de entablar el diálogo...

Jesús es la Verdad, no engaña con esa petición, estaría cansado y sediento... pero también lo hace por ella, sobre todo por ella. Porque tiene sed de su salvación. Y empieza por lo que a la samaritana le preocupa en ese momento.

Porque al Señor lo nuestro le interesa, pero de verdad, como le interesa a una persona sedienta el agua.

Al decirnos a cada uno: Dame de beber, convierte nuestras cosas “corrientes” en Suyas. Porque tiene verdadera sed de lo que nos preocupa.
Lo nuestro es suyo: nuestras preocupaciones, nuestras alegrías y nuestras penas...

Como sus discípulos se habían ido al pueblo, están solos la mujer y Jesús. Igual nosotros. Cuando vamos a rezar, aunque haya más gente, estamos solos con Dios. Si queremos, se abre un canal de comunicación invisible entre Dios y cada uno.

Jesús toma la iniciativa como siempre, sin imponerse. Dame de beber, le dice. Y aquella mujer podría haberle ignorado... ¡Cuántas veces estamos en la oración pensando en otras cosas y sin darnos cuenta, ignorando a Jesús!

Pero la samaritana le contentó: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se trataban con los samaritanos).

La mujer sabe que según las tradiciones, Jesús se contaminaría al usar un vaso que perteneciese a ella. Por eso le pregunta cómo puede darle de beber. Porque los samaritanos eran despreciados
por los judíos (estaban muy mal considerados porque habían abandonado las tradiciones de Moisés).

Podemos pensar, en frío: ¡cómo le puede interesar a Dios mis cosas: ¡Él, que es Todopoderoso, y yo que soy tan poca cosa! ¡Él que es la Santidad, y yo un don nadie…!

EL AGUA VIVA DE LA MISERICORDIA

Jesús le responde: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva.

¡Si supiéramos quién está realmente en el sagrario…! Le pediríamos y Él nos daría lo que realmente necesitamos: vida interior, agua viva.

La mujer le dice: Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?, ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?

En nuestro caso podríamos decir: -Señor, ¿cómo puedes tú resolverme mis problemas estando en el sagrario? Yo necesito a alguien que me solucione un asunto de trabajo o que cure la enfermedad de un familiar, o que me devuelva la ilusión en mi proyecto...

Jesús contesta a la mujer: El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed...

-Mira -parece que nos dice- cuando soluciones ese problema del trabajo, o recupere la salud esa persona o salga el proyecto que tienes en la cabeza, vendrán otras cosas, otros problemas, siempre habrá algo

Dificultades y contratiempos siempre vamos a tener. Lo que nos interesa es encontrar a Dios en esas dificultades y contratiempos.

Señor -le dice ella- dame de esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.

La mujer lo tiene claro. Tú y yo tantas veces lo tenemos claro.

Nos interesa tener el agua del Amor de Dios, que nos permite vivir cristianamente.

Quiero a Jesús, quiero seguirle, quiero... Pero no somos capaces. Hay algo que nos frena.

Entonces Jesús, destapa la realidad de aquella mujer y le dice: Anda, llama a tu marido y vuelve.

El único mal, el único obstáculo para vivir como Jesús nos propone es este: el pecado.

Qué difícil es darse cuenta de esto. Por eso escribe san Josemaría: 
No olvides, hijo, que para ti en la tierra solo hay un mal, que habrás de temer, y evitar con la gracia divina: el pecado” (San Josemaría, Camino n. 386).

Temer... ¿por qué temor? Porque sabemos lo que es y el auténtico mal para nosotros y los que nos rodean.

PECADOR O CORRUPTO

El pecado es una “elección de sí mismo contra Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 397).

A veces es difícil darse cuenta de que con nuestro comportamiento estamos yendo contra Dios. Y nuestro Enemigo intenta que pensemos que no hacemos mal a nadie con nuestro comportamiento.

Por eso la mujer responde con sencillez: No tengo marido.

Ella le dice la verdad, que no tiene marido. Tradicionalmente se ha pensado que esta mujer era un poco fresca.

Pero, no deja de ser curioso que, cuando luego vuelve toda contenta al pueblo y le dice a la gente todo lo que ha pasado, ellos la creen... ¿Creerían así a una pecadora pública?

Pues sí que la creyeron, porque dejaron lo que estaban haciendo y se fueron a ver a Jesús.

Jesús le dice: Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.

En principio, el mero hecho de haber tenido múltiples maridos
no es que fuese pecado.

Podían haber muerto los cinco por causas varias: enfermedad, asesinados por bandoleros o en la guerra.

El hecho es que el hombre con el que vivía ahora no era su marido. Esta mujer vivía en una situación irregular, alejada de Dios, y lo estaba pasando realmente mal. Tenía que esconderse de los vecinos.

La mujer le dice: Señor, veo que tú eres un profeta.

Lo que es seguro, y esto es lo importante, es que Jesús le dijo todo sobre ella... Que el Señor era consciente de lo mal que lo estaba pasando.

Si hablamos con Él, si abrimos ese “canal invisible” de la oración, sale nuestra verdad más intima y nos hace mejores.

El trato sincero con Jesús a través de la oración nos ayuda a reconocer lo que somos... pecadores.

En un libro entrevista al Papa Francisco (El nombre de Dios es misericordia) el periodista le pregunta:
“Usted dijo durante una homilía en Santa Marta:’¡Pecadores sí, corruptos no!’. ¿Qué diferencia hay entre pecado y corrupción?”

Y Francisco responde:
“La corrupción es el pecado que, en lugar de ser reconocido como tal y de hacernos humildes, es elevado a sistema, se convierte en una costumbre mental, una manera de vivir. Ya no nos sentimos necesitados de perdón y de misericordia, sino que justificamos nuestros comportamientos y a nosotros mismos.

(...) El corrupto es aquel que peca y no se arrepiente, el que peca y finge ser cristiano, y con su doble vida escandaliza.

El corrupto no conoce la humildad, no se considera necesitado de ayuda y lleva una doble vida.
(...) El corrupto se cansa de pedir perdón y acaba por creer que no debe pedirlo más”.

Pero Dios nos busca. Quiere hacernos felices. Quiere que abandonemos nuestra vida de pecado.

Quizá no de grandes faltas, pero sí de mediocridad espiritual. Lo que el Apocalipsis llama tibieza: ni frío ni caliente (cfr. Ap 3, 16).

Y nuestra responsabilidad consiste en conectar con Dios, para que Él haga el resto.

sábado, 15 de diciembre de 2018

13. LA MISERICORDIA RADICAL


V. LAS NUEVAS ARMAS

El Hijo de Dios encarnado nos adiestró, con su vida y su palabra, para luchar contra nuestro enemigo.

Jesús, en la cruz, nos regaló, precisamente, su Amor misericordioso, con el que derrotaríamos a Satanás. De su corazón traspasado manó, entonces, sangre y agua, y un testigo presencial quiso dejar constancia por escrito de este hecho (Jn 19, 34). Fueron como dos rayos: uno blanco y otro rojo, como así le fue revelado a santa Faustina Kowalska.

Y con esas “nuevas armas” podemos derrotar a la Serpiente antigua, los que al principio de los tiempos fuimos vencidos junto a un árbol (cfr. Gn 3, 1-20).

Para extender su Reino y vencer al “demonio” , nos da el agua viva que nos purifica: la caridad destruye nuestro egoísmo si reconocemos nuestros pecados.

Dios se hace pan y vino, para fortalecer nuestra “carne”, al convertirse en el cuerpo y la sangre de Jesús. Y adelanta así el premio que nos dará, y aumenta la esperanza del cristiano.

Jesús es la Palabra de Dios: el diálogo con Dios es el arma, que al iluminar nuestra fe, vence al “mundo” (cfr. 1 Jn 5, 3-5).


La verdadera perfección
El cristianismo es radical
El seguimiento radical


LA VERDADERA PERFECCIÓN

Hay gente que le tiene miedo a Dios: le juzgan como un ser duro y justiciero.

Otros, en cambio, piensan que es tan bueno que permite todo. Que da igual lo que se haga, porque la bondad de Dios es infinitamente blandengue.

Hay cristianos cumplidores que piensan que el Señor es tan justo, que les daría miedo encontrarse con Él: lo imaginan un “Ser tan Perfecto”, que no admite fallos.

Esas buenas personas, al pensar en Dios, lo ven como un ser duro, que “no pasa una”.

Lo consideran como un padre rígido, serio, justo: como si el cielo fuese una academia militar de la antigua Prusia.

Efectivamente, el Señor nos propone a todos los cristianos que seamos perfectos (cfr. Mt 5, 48). Pero esto no quiere decir que Jesús pretenda que no tengamos fallos. Tener fallos es lo normal. Es muy humano ser tentado.

El Señor dice: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Hay que ser santos de la forma que Dios es santo.

Jesús aclara: sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6, 36). Así es Dios, y esta es nuestra meta. Precisamente el discípulo que vio la crucifixión nos dice que el Corazón del Señor fue traspasado. Y que de Él salió sangre y agua.

A santa Faustina le fue revelado que del Corazón de Jesús salen dos rayos, uno rojo y otro blanco.

El blanco hace referencia al Amor de Dios que nos limpia, especialmente a través de los sacramentos del Bautismo y la Penitencia.

Porque Dios no solo se compadece de nuestra miseria, sino que nos la limpia con su Amor. Así nos cura.

Y si somos semejantes a Él, también seremos radicalmente misericordiosos. Es un arma que Dios nos concede para vencer en esta guerra de paz. Con esa arma estamos blindados contra el “lado oscuro”, el poder de las tinieblas (Lc 22, 53; Col 1, 13).

Porque nadie tiene la capacidad de “hacernos malos” si nosotros no queremos. Pues a Dios nadie puede hacerle malo, incluso los que van contra Él, acaban demostrando que el Señor es bueno.

Jesús decía que nuestro Padre Dios hace salir el sol para todos (cfr. Mt 5, 45). Así debe ser el cristiano que aspira a la santidad: una persona con defectos, pero que sabe querer a todos,
con las miserias que ellos tengan.

A nosotros muchas veces nos cuesta actuar así, pero no a Dios, que es más humano que nosotros. Él nos ayudará si se lo pedimos...

Orar, que no solo hablar... Necesitamos escuchar a Dios. Estar junto a él para que nos pueda comunicar la forma de ser felices en esta vida.

Recuerdo que antes de marchar a la primera convivencia a la que asistí, me dijeron que el secreto para pasarlo bien era hacérselo pasar bien a los demás. Y esto es una paradoja.

También las palabras de Jesús son paradójicas cuando dice: Quien de vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro servidor (Mt 20, 26).

Porque a todo el mundo le gusta mandar y el Señor nos pide que seamos los esclavos en la convivencia diaria.

El hecho de que dos de los apóstoles quisieran ocupar los puestos importantes, en la cadena de mando del Reino del Mesías, le sirve a Jesús para explicar cómo debían comportarse sus discípulos (Mc 10, 35-43):

Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos los oprimen, y los poderosos los avasallan. No ha de ser así entre vosotros; por el contrario, quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor.

En el Reino de Dios, el poder no lo ejercerá la fuerza o el control político, sino el servicio, porque el que ama se hace voluntariamente esclavo de sus amigos.

El amor hace que nos gobierne la persona amada. Nos ponemos voluntariamente a su servicio.

Por eso Jesús les dice a los que le seguían: Quien entre vosotros quiera ser el primero, sea esclavo de todos (Mc 10, 44). Y es que su Reino se fundamenta en el Amor, como la raíz que sostiene ese árbol.

Ya se sabe que la palabra radical viene de raíz y significa la esencia de una cosa. También designa lo que es fundamental. Así podemos decir que lo radical en el hombre es el amor, porque estamos hechos a imagen de Dios (cfr. Gn 1, 27 y Catecismo de la Iglesia Católica, n. 355).

Y ya nos dice san Juan que Dios es Amor (1 Jn 4, 8 ; cfr. Ibidem, nn. 218-221). Eso quiere decir que se da del todo, podíamos decir que se entrega de manera radical. Porque ese término también significa completo.

Efectivamente el Amor es radical en Dios. Pero también es el fundamento de la vida del hombre y la máxima expresión de la humanidad. Podríamos decir que el amor es la esencia del hombre.

El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda la recobrará (Lc 17, 33), dijo Jesús.

El amor está lleno de contrastes. No consiste en quedarse sin nada (eso piensa el egoísta), sino en darlo todo (eso piensa elque ama).

El joven rico del que nos habla el Evangelio se amaba a sí mismo sobre todas las cosas, y por eso no siguió al Señor.

Amar es correr un riesgo. Es aceptar la inseguridad, la incertidumbre de dar sin esperar nada a cambio.

El Amor misericordioso de Dios es radical porque Él es así. Siendo Todopoderoso, va y se hace Niño. Teniendo la vida, la entrega, para que lo maten en una cruz.

La misericordia es radical, porque el Amor de Dios es así de radical. Curiosamente, la gente que se entrega a Dios casi toda es joven, porque hay que estar un poco loco para darlo todo sin esperar nada.

Y, en caso de que se dé esa locura en “personas mayores” es porque tienen una chispa juvenil. Por eso de san Josemaría decían que estaba loco… de amor de Dios.

María Magdalena es un modelo de amor radical. Todos los que seguían al Señor la conocen. La mala fama que tenía había llegado a sus oídos. Se sabía que Jesús había expulsado de ella siete demonios (cfr. Mc 16, 9). Pero eso a ella le da igual.

Cuando Jesús resucita (Jn 20, 11), la Magdalena no se aparta del sepulcro, a pesar de que el Cuerpo del Señor no está. De allí no se va ella hasta que lo encuentre.

Al final el Señor se le aparece, especialmente a ella, porque a Jesús le emociona que le se busque así, de manera radical.

EL CRISTIANISMO ES RADICAL

También el poder es radical. Hay gente que lo busca, porque con él lo tendría todo: dinero, fama, sexo... Con el poder saciaría ese deseo que tenemos los seres espirituales de ser importantes.

En nuestro interior, quizá, anida el deseo de realizar cosas grandes. Y si lográramos que reconocieran nuestra valía, entonces, nos consideraríamos felices y, de lo contrario, pensaríamos que somos unos fracasados.

Lo mismo que uno se mira en un espejo para ver si está bien. Me acuerdo de una chica del Colegio Mayor que tardaba más de media hora en peinarse. Pues dudaba de cómo colocarse
un rizo.

Hay personas que se miran en el espejo de los demás. ¿Qué imagen tendrá de mí? ¿Debo ponerme el rizo para el otro lado?

Evidentemente todos tenemos deseos de que los demás nos vean como importantes, no solo físicamente. ¿Doy buena imagen? ¿Me consideran como una persona valiosa?

Y para realizar todos esos deseos de ser importantes la mayor parte de la gente ve que es necesario poseer una serie de cualidades. Los adolescentes piensan que para gustar a las chicas necesitan una moto. Un vecino tenía una con la que podía ser la envidia del barrio porque llevaba a la rubia de
la urbanización. Para este chico la moto formaba parte de su personalidad.

Y lo mismo que un adolescente puede pensar que conducir un vehículo enriquece su yo, para un adulto es el liderazgo lo que podría hacerle creer que vale más que los demás. El
mandar tiene un cierto valor añadido entre los hombres.

Pero la mayor grandeza de un cristiano es servir. Por la sencilla razón de que ese deseo de ser importante es producto del Amor, y el amor nos lleva a la entrega. Precisamente es esa actitud la que nos hace semejantes a Dios.

El deseo divino de ser grande tendría que haberlo llenado Satanás con el amor. Pero su ego de ángel, le convirtió en personaje “enlutado”, que no admitía bromas sobre su pretendida dignidad. Y el demonio se hinchó tanto, tanto, como un inmenso globo negro. Se infló con la “soberbia” –que es un
gas pesado– y por eso no es extraño que el Demonio cayese del cielo, por la fuerza de su propia “gravedad”.

Y lleno de orgullo y de amor propio, Satanás utilizó a los demás como si fuesen esclavos. Era de esperar que su grito fuese “no serviré”.

Las Actas de los mártires nos hablan de chicas adolescentes que mueren por las dentelladas de un leopardo o de otra fiera salvaje.

En Europa esto no sucede hoy en día, porque los leones son otros.

Voy a contaros la historia de Blanca, una cristiana de los “últimos siglos” del cristianismo, que desafía al qué dirán. Porque hay personas que “en la actualidad” tienen miedo a los  zarpazos de las leonas de su clase.

Blanca, es una niña bien, su padre es registrador de la propiedad. Tiene mucha amistad con Marina, que también estudia primero de Bachillerato pero en otra ciudad. Se ven sobre todo los veranos.

Marina le demostró que era amiga, como ninguna, cuando enfermó gravemente. Fue a verla con mucha frecuencia al hospital y se quedaba las noches del fin de semana, para que descansaran los padres de Blanca.

Finalmente se recuperó. Y una noche, mientras en su casa se veía la televisión, leyó un correo de Marina, que decía entre otras cosas:

“¡Qué pena no poder ir a la playa contigo en agosto!
La última vez que nos vimos tenía una noticia que darte, pero no me atreví. Y ahora no sé cómo empezar. Es sobre lo más importante que me ha ocurrido...

El amor que te he estado ocultando es Jesús. Ya ves, Blanca, he decidido entregarme a Dios.

Espero que no me odies ahora. Era lo que quería decirte el último día, pero no tuve valor.

Mis padres me dicen que no sea tan radical, y que no eche a perder mi juventud, que otras han acabado rebotadas.

Pero si yo les hiciera caso estaría traicionando al Amor de mi vida.
¿Puedes entender esto? Pensarás que estoy loca.

Blanca, se me caen las lágrimas... Esta mañana he rezado por tu familia y también por ti. No te enfades, yo he pedido para que algún día también tú ames y sigas a Jesús”.

Imaginemos, por un momento, que este mensaje se hubiera escrito hace veinte siglos, quizá, entonces, hubiera terminado de esta forma:

Le dejo esta carta a una esclava cristiana que trabaja en nuestra casa. Espero que mi muerte sea rápida, pero si no lo es, la ofreceré por ti. Adiós”.

Es cierto que si uno quiere radicalmente al Señor y Él nos pide cosas heroicas, se las daremos.

Dice Benedicto XVI “sé bien que vosotros, jóvenes, lleváis en el corazón una gran estima y amor hacia Jesús”.

Desde luego esto se cumplió en la vida de los primeros cristianos, y fue ejemplo para los que vinimos después, que somos ahora los últimos.

Si Blanca hubiera vivido en tiempos de los primeros cristianos, quizá, se hubiera escrito de ella lo siguiente:

Iba a escondidas a la tumba de su amiga para rezar y llorar. Y Dios cada día le parecía más cercano. Comenzó a recibir catequesis... Cada vez fue a más. Hasta que pidió bautizarse, sabiendo que eso le traería problemas. Y empezó a vivir su fe, a ir a Misa. A dar la cara”.

Entonces, como solía pasar, una conocida suya la delataría. Sus padres la interrogan: –¡Mira lo que dicen de ti, hija!

Pues es así; padre, madre, soy cristiana.

Su padre no se rinde y le ordena que de culto a otros dioses. Pero ella se niega. Entonces la amenazan con cambiarla de colegio.

Los padres se asombran de la firmeza de su hija. Deciden renegar de ella: firman un acta de repudio y la llevan a la cárcel. Hoy diríamos a un internado en Málaga.

Al final Blanca es decapitada. ¿Qué radical, verdad?

En la actualidad no le arrancarían la cabeza a la chica sino que le quitarían el móvil. ¿Qué radical, verdad?

SEGUIMIENTO RADICAL

Quiero deciros algo del cónclave sin violar el secreto. –Les decía Benedicto XVI a un grupo de alemanes– Nunca pensé en ser elegido Papa, ni hice nada para que así fuese. Cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la ‘guillotina’ caería sobre mí, me quedé desconcertado”.

Una cosa por el estilo hemos notado los que nos entregamos a Dios. Hay un cuadro que se encuentra en un templo de Roma que es bastante famoso. Esta pintura describe la llamada de san Mateo. Y se ve que este hombre se encuentra desconcertado cuando el Señor le llama. Sencillamente no se lo esperaba.

Lo mismo que el padre de una chica muy pija, que conozco, a la que el Señor llamó a una entrega total. Su padre no salía de su asombro, cuando ella le manifestó su decisión:
Haz lo que tú quieras, le dijo. Pero tú vas a durar poco, con lo que te gusta a ti llevar tacones...

¿Qué tendrá que ver los tacones con entregarse a Dios? Incluso, al Señor le puede servir que una los lleve para que tenga más altura.

En el caso de Benedicto XVI él pensaba que, a su edad, Dios no iba a encargarle ninguna tarea, y sin embargo se le iba a encargar la más importante:

Creía que había realizado ya la obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días.

Y como sucede muchas veces después del desconcierto viene un primer momento de rebeldía, según él ha dicho:

Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes.

De todas formas el Señor utiliza a alguna persona para hacernos reflexionar. Según contaba el Papa le impactó lo que le escribió un cardenal:

–Me recordaba que durante la Misa por Juan Pablo II yo había centrado la homilía en la palabra que el Señor dirigió a Pedro a orillas del lago de Genesaret: ¡Sígueme!

Efectivamente esa llamada de Jesús ha sido escuchada por muchas personas a lo largo de la historia. Parece como si el eco de esas palabras de Jesús siguiera resonando en el corazón
de los cristianos. Esto es lo que le sucedió a Juan Pablo II, y así lo explicaba Ratzinger. Karol Wojtyla había recibido esa llamada del Señor y había dicho:

-Sí, te sigo, aunque me lleves a donde no quisiera.

Por eso la persona que le escribió dice a Joseph Ratzinger que se aplique también el cuento:

Si el Señor te dijera ahora ‘sígueme’, acuérdate de lo que predicaste. No lo rechaces. Sé obediente, como describiste al gran Papa”.

Y esa carta, que de un compañero cardenal le llegó a Joseph Ratzinger al corazón, le hizo reflexionar:

–Los caminos del Señor no son cómodos, pero tampoco hemos sido creados para la comodidad, sino para cosas grandes.

Ya lo decía el psiquiatra famoso que hemos citado anteriormente: el ser humano actúa por el deseo de ser grande. Y esto es así porque el Señor lo ha puesto en nuestro corazón.

Y aunque seguir al Señor cuesta trabajo, como Ratzinger estaba acostumbrado a darle gusto, también lo hizo esta vez:

–Así, al final, no me quedó otra opción que decir que sí. Comentaba con sencillez.

Desde luego podía haberse negado, porque a su edad el oficio de ser Papa no le resultaba nada atractivo, era una carga demasiado pesada. Por su forma de ser prefería dedicarse a una ocupación más tranquila como es el estudio de la teología.

Pero indudablemente el Señor le ha premiado, y su vocación por la enseñanza -que descubrió cuando era joven- se ha cumplido a lo grande. Porque Dios le iba preparando para que con su palabra enseñara a toda la humanidad.

Ya se ve que el Señor hace las cosas a lo grande. Y como decía una gran santa, que murió muy joven: Dios a las personas que más quiere no es a los que más da, sino a los que más pide... Parece una paradoja, pero es que luego les va a recompensar por la generosidad que hayan tenido.

Así es el radicalismo del amor, que en el caso de Dios y de los santos, se convierte en misericordia: cargar con las miserias de los demás, dar la vida por los demás.

La historia de la Virgen fue así. Eligió darle todo al Señor, cuando Él se lo pidió.

El radicalismo forma parte del amor de esta Mujer, que no solo perdona a los que causamos la muerte de su Hijo con nuestros pecados, sino que nos adoptó, y dio la vida por nosotros.

 Corazón misericordioso de María, ruega por los que ahora te lo pedimos…

domingo, 9 de diciembre de 2018

12. DESEO DE SER GRANDE


Esencia de hombre
Deseo de ser grande
Hacerse pequeño

ESENCIA DE HOMBRE

En una ocasión una niña me dejó un cuento que ella misma había escrito. Relataba la historia de una hechicera, llamada Micaela, que buscaba una perla muy costosa para poder venderla y conseguir con ese dinero una varita mágica –nada menos que la número 4000– con la que podría dominar el mundo.

Y es que la magia se ha puesto de moda, con los libros de Harry Potter. Quizá lo que atrae a la imaginación de los niños es tener poderes. Eso que con ingenuidad desean los pequeños, de alguna manera, le propone Satanás al Mesías: tener el Poder con mayúsculas. Porque teniéndolo le llegaría todo lo demás.

Como ángel que es, Satanás, conoce la naturaleza humana, y promete al Mesías que le ayudaría a dominar a todos los pueblos del mundo, con la condición de que le adore.

La negativa de Jesús es fuerte y el demonio se va (cfr. Lc 4,13). Esto es lo que sucede también con nuestras tentaciones: si le plantamos cara, el demonio huye. No quiere decir que no vaya a volver, pero en ese momento se va con el rabo entre las patas.

Ante el corte que le dio Jesús, se desconoce si Satanás comentó algo. Desde luego la Sagrada Escritura no lo ha recogido. Aunque, por lo que hizo más tarde, podríamos concluir que pensaría: –Ya te arrepentirás, ya te arrepentirás...

Lo mismo podría pasar cuando se nos presenta una tentación y la cortamos diciendo: –No me quiero enfadar... No quiero mirar... No quiero pasar por tu aro. Entonces el Maligno nos insinúa: –Ya te arrepentirás... Has perdido una ocasión única.

En el caso de Jesús, Satanás pensaría:
Por no hacerme caso voy a conseguir que te destruyan... Conozco perfectamente vuestros puntos débiles... Conozco la esencia del hombre, y así que te aniquilaré.

DESEO DE SER GRANDE

Precisamente Sigmund Freud, el famoso psiquiatra del siglo XX, decía que uno de los dos motivos por el que el ser humano actúa es por el deseo de ser importante (cit. por Carnegie, Ibidem).

Pero, quizá en nuestro caso, no es un deseo de ser grande ante el mundo sino ante nosotros mismos.

También el ser estimados y valorados por la gente de nuestro entorno, del trabajo, nos llena de satisfacción. Lo mismo que cuando pasamos a ocupar un cargo de cierta responsabilidad y cuentan con nuestra opinión. Y al contrario sucede cuando ya no nos estiman y pasan de nosotros.

Pues miremos a Jesús y observemos lo que dice: la estima de los demás es una cosa buena, tener influencia y buscar el liderazgo es muy humano, pero... perseguirlo a toda costa no.

Seguramente en nuestra vida nos hemos encontrado con personas que pretenden caerle bien a todo el mundo. Tienen temor a desagradar y por eso te dicen lo que quieres oír. Utilizan su empatía para causar siempre buena impresión en los otros.

Desde luego a nadie le amarga un dulce. Preferible es un halago que una contestación fría y distante. Lo peligroso es que por no desagradar a alguien se acabe faltando a la verdad, que por buscar el aprecio de los demás, pactemos con la mentira. Que intentemos a toda costa salir siempre a flote de todas las situaciones, aunque sea a costa de Dios.

Quizá se podría decir que –al estar hechos a imagen y semejanza del Creador– en nuestro corazón hay una semilla divina que nos lleva a aspirar a cosas grandes.

Pero en el soberbio esa semilla se malicia, se estropea. El orgullo, introducido por Satanás, hace que se corrompa ese germen de Dios.

HACERSE PEQUEÑO

Contra esa aspiración de ser importante, que se vuelve enfermiza, hay un antídoto: el Amor con mayúsculas.

Esta es la medicina para curar la herida del orgullo: hacerse como un niño que se deja llevar por su Padre.

San Josemaría en el prólogo de uno de sus libros, en el que nos habla de los misterios de la vida de Jesús, nos da la pista para seguir al Maestro:
si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño.
Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños” (Santo Rosario).

Amar, abandonarse, rezar como un niño. Y el Amor de Jesús, su abandono, el amor y su oración en un momento en que las sombras del maligno están presentes. En el huerto de los olivos Jesús en su oración no deja de repetir una y otra vez: Abba, Papaito... (Mc 26, 39).

Jesús como buen hijo, quería cumplir la costosa voluntad de su Padre. Porque la obediencia es la virtud de un buen hijo (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2226).

Por eso, el Hijo de Dios vivo asumió la muerte “en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre” (Ibidem, n. 1009).

Y la soberbia, en cambio, lleva a querer hacer nuestra voluntad, por encima de la de Dios.

Lo contrario del Amor es el egoísmo, que nos coloca en el centro y pretende que Dios y los demás seres giren en nuestro entorno, como si todos ellos fuesen una especie de planetas que deben ser iluminados por nosotros.

Así, todos serían considerados como servidores nuestros. Y como venimos repitiendo, Dios sería el más importante. Por eso hay quienes se enfadan cuando rezan y no salen las cosas: piensan que su Padre del cielo no les ha hecho caso. Es el orgullo el que lleva a querer ser grande de una forma desmedida.

Y el pecado como escribió san Agustín es precisamente “amor de sí hasta desprecio de Dios”. Y concreta el catecismo: “es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1850).

Por eso en nuestra oración podemos decirle al Señor: –Si tú lo quieres, yo también lo quiero.

El respeto filial se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas” (cfr. Ibidem, n. 2216). Solo así se explica que el cumplimiento tan costoso de la voluntad de su Padre fue su máxima expresión de amor por Él.

En el huerto, vemos a Jesús, llorando como un niño, desprendido de su poder humano, pero orando...

Sus horas de oración, antes de padecer, le sirvieron para adaptarse al querer de su Padre, que humanamente tanto le costaba, cuando el poder de las tinieblas se hace muy patente en su alma humana.

La grandeza humana, que le correspondía como Mesías, iba a ser pisoteada hasta extremos nunca vistos. Para eso hacía oración.

Para eso hacemos oración los cristianos cuando nos cuesta cumplir lo que Dios nos pide. Le decimos igual que Jesús:

Si fuese posible, aparta de mí este cáliz de dolor, pero de todas formas hágase Tu voluntad.

Jesús asumió la humillación que tendríamos que haber recibido nosotros y obedeció al querer de su Padre; nos muestra así el amor que Dios nos tiene, que no solo se compadece, sino que va más allá: su amor se hace misericordia, y por eso es capaz de llevar nuestra miseria. Dios, que se hace Hombre,
para padecer en nuestro lugar.

Aunque ver a Jesús, enclavado en un madero, sea lo más opuesto a un triunfo humano, sin embargo es allí donde recibió su glorificación.

Porque Jesús reinó en la cruz con la mayor muestra del Amor, gracias a la obediencia a la voluntad de su Padre.

Es la obediencia al Amor de Dios la que hace de medicina que sana nuestro orgullo. Y obediencia viene de audiencia. Escuchar. Ponerse en el lugar del otro. Jesús, al morir en la cruz, no solo escuchó a su Padre, sino que refleja su amor. Por eso cuando a nosotros nos cuesta cumplir la voluntad de Dios hemos de mirar al crucifijo.

sábado, 1 de diciembre de 2018

11. LA ERÓTICA DEL PODER


La erótica de poder
El Señor de los anillos
Las dos torres


LA ERÓTICA DEL PODER

Satanás en su intento de ser como Dios pretende dominarlo todo, pero en lugar de gobernar con la verdad, lo hace con el engaño que oculta su codicia posesiva.

Es mentiroso y promete cosas que no puede dar. Promete la felicidad, pero solo sabe imitarla con algún sucedáneo que produce placer. Y, a veces, los placeres que propone son artificiales, porque lo natural proviene de Dios.

Como vimos anteriormente, promete el amor pero lo que da es sexo egoísta. Ya dijimos que la sexualidad es un bien, pero el quiere que la separemos de la realidad del amor verdadero, que no la veamos en su conjunto. Y así actúa también en otras cuestiones, intentando engañarnos con verdades a medias.

Ya el primer Adán, engañado por el diablo, tomó la apetecible fruta. Pensó que comiendo de ella sería como Dios. Ahora Jesús, el nuevo Adán, es tentado con el poder. Se le insinúa que así sería igual a Dios, que dispone de todo, domina en todo...

Pero Satanás le quiere hacer ver que en la Tierra, quien gobierna es él; presentándose como el verdadero rey de este mundo, que dejó el Cielo para poseer la Tierra. Y si alguien quiere hacer algo que valga la pena tiene que ser práctico y ponerse a sus órdenes.

En la última tentación Satanás ya no cita la Sagrada Escritura, sino que se quita definitivamente la careta: quiere ponerse en el lugar de Dios, y que Jesús no haga la voluntad de su Padre, sino lo que él le dice. Y le hace la propuesta más ventajosa que podría satisfacer la codicia del Mesías: Le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras (Mt 4, 1-11).

Como si le dijese: –Si me pones en el centro de tu vida haré que seas Rey de reyes.

Así Satanás intenta descubrirle a Jesús la erótica del poder. Pero el verdadero amor no consiste en apropiarse, codiciosamente, de los demás, sino más bien al contrario hacer partícipes a los demás de nuestros bienes.

Es difícil que una persona que mande quiera dejar el poder. Por eso en muchas constituciones nacionales hay límites de mandatos y contrapesos, como la llamada división de poderes, para evitar que una persona se apegue al cargo o que actúe dictatorialmente.

Incluso en las empresas hay personas acaparadoras que intentan controlarlo todo y, muchas veces sin proponérselo, quieren hacerse imprescindibles. Es fácil que en algunos ámbitos los que gobiernan quieran, no solo permanecer en su sillón de mando, sino tomar todas las decisiones importantes.

En una dedicatoria, el autor de un libro sobre cuestiones de gobierno, decía: Para mis colegas, que tienen el poder y lo transmiten.

Un mal gobernante cuando tiene el poder, no quiere entregarlo a nadie: pues existe una tentación permanente de tiranía en la naturaleza humana. Después de la caída original hay una ruptura entre nosotros y los demás.

El enemigo ha introducido la sospecha con respecto a los otros. Es muy de Satanás, pensar que si los demás tienen el poder, lo utilizarán en su contra. Por eso el demonio no tiene colaboradores, tiene esclavos.

La cultura del mal piensa: “lo bueno para los demás es malo para mí”. De ahí nace la envidia por el bien ajeno. Los demás son vistos como competidores.

Sin embargo la cultura del amor, la cultura de la entrega, es totalmente opuesta. Dios entrega el poder a las criaturas, no tiene ningún miedo a dar. Porque el bien de los demás es también el bien de Dios.

Por eso, en el gobierno, una característica del buen hacer es delegar. Para un cristiano, mandar no consiste en apropiarse de la voluntad de los demás. Porque el que ama no busca apropiarse sino dar. Y el gobierno tiene que ver mucho con el amor. Gobernar bien es delegar, compartir el poder.

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS

Satán imita a Dios, y le ofrece a Jesús su poder para que él gobierne en los pueblos de la Tierra. Es gracioso escuchar a Satanás que va a dar algo. Se ve que es un mentiroso pues lo que persigue es poseer. Y para eso tantas veces emplea el anzuelo del poder.

Pretendía que Jesús fuera su títere, porque era un hombre importante, al que promete que ayudaría, claro, pero a cambio de que le adorase, que en la práctica le pusiera por encima de todas las cosas: ocupando así Satán el lugar de Dios.

Y Jesús no dialoga, como siempre le corta en seco, le cierra de un portazo su alma humana. O mejor dicho, se la abre un poco, lo imprescindible para espantarle, diciéndole: Apártate Satanás, pues escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto (Mt 4, 10).

Pues Dios no busca nada a cambio, es generoso. No quiere títeres, sino hijos libres. Porque la libertad es el don más grande que ha dado a los hombres en el terreno de lo humano, y el enemigo lo sabe y la quiere arrebatar.

Satanás no tiene hijos, tiene siervos, a los que pervierte haciéndoles probar la erótica del poder y así hacerlos dependientes de esa droga, que es un sucedáneo del amor.

El amor verdadero comparte; en cambio, el poder corrupto es instrumento de posesión. Porque el Señor oscuro lo que pretende es que todo dependa de su voluntad, no comparte sino que controla.

Satán no es un altruista sino un Genio Maléfico que busca tenernos bajo su influencia.

La soberbia de la vida es querer gobernar a todo el mundo. Como aquello que decía la novela:

Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”. Precisamente lo que ofrece Satán a Jesús es como ese “anillo único”, para que con él posea todos los reinos de la Tierra.

El demonio, al desconocer que Jesús era Dios, ignoraba que ya poseía ese “poder”. Y el Mesías, al ser crucificado voluntariamente en el monte Calvario, podría decirse que su “anillo” lo destruye en el “monte del Destino”, donde es conducido, siguiendo el símil de la novela de Tolkien.

Jesús, por Amor, no utiliza su poder. Y así despoja a Satanás del arma con el que tenía esclavizado a los hombres, por amor propio exorbitado, por soberbia.

San Agustín dice, en su magistral obra, que dos amores levantaron dos ciudades. Siguiendo esa comparación podríamos decir que esos mismos “poderes” levantaron dos torres.

LAS DOS TORRES

El Amor lleva a no utilizar el poder en beneficio propio. La soberbia, en cambio, lleva a servirse de los demás como si fuesen marionetas, y lleva a la búsqueda del poder a toda costa, a querer ser Dios.

El enemigo del hombre pretende hacernos creer que si le adoramos, si le obedecemos, entonces nos hará poseer los reinos de la tierra. En el siglo XX dos ideologías en clara oposición al Cristianismo quisieron colocar al hombre en el lugar de Dios.

Lo mismo que en la antigüedad los hombres quisieron hacer una torre que desafiara el cielo, haciendo ver la potencia que poseía el hombre. También en el siglo XX el marxismo quiso construir el paraíso en la tierra de espaldas a Dios. Y el reino de la mentira dominó durante décadas en los países comunistas del telón de acero, exterminando a millones de personas con sus purgas y su revolución cultural.

Casi al mismo tiempo el poder nazi quiso construir un imperio en el que la raza aria construiría al hombre nuevo, al súper hombre, pues a Dios se le daba por muerto.

En la antigüedad san Juan nos habla del Imperio Romano que era representado como el Anticristo. En el siglo pasado las dos torres del marxismo y del nazismo quisieron acabar con todo vestigio de Dios.

Especialmente los nazis quisieron exterminar al Pueblo judío, heredero de la promesa de Dios. La sola supervivencia de ese pueblo parece que es un auténtico milagro histórico. No hay otra nación como Israel. Nadie puede acabar con ella, porque el Señor la protege. Su mismo nombre significa “invencible”.

Pero Hitler, de forma sorprendente, diabólica, logró embaucar a la mayoría de la población de uno de los países más cultos de Europa.

Con un fenómeno, que podríamos designar de soberbia colectiva, Alemania se lanzó a dominar al mundo, queriendo eliminar todos los obstáculos que le surgieran al paso, aunque eso llevará al extermino de poblaciones enteras. Fiándose en el poderío de su raza quería inaugurar un tiempo en la historia donde gobernara el nuevo hombre.

El entonces cardenal Ratzinger, luego papa Benedicto XVI, que tuvo vivencias negativas del nazismo, en conversaciones con Peter Seewald, tituladas “Dios y Mundo”, señala que Hitler estaba inmerso en lo satánico y que se conocían informes fiables, de testigos oculares, que demostraban que
Hitler mantenía una especie de encuentros demoníacos que le hacían decir temblando “Él ha estado de nuevo aquí”. Se refería a Lucifer.

Por lo que se cuenta en el libro citado arriba: Hermann Rauschning, escritor y amigo cercano de Hitler, afirmó haber visto al Führer en su cuarto, jadeando, sudando copiosamente, mientras repetía palabras desconocidas y frases indescifrables. Hitler, balbuceando, decía “El hombre nuevo
está con nosotros, existe. Allí, allí en el rincón, allí está”.

Efectivamente, Satán se sirve de instrumentos para instaurar su reino. No olvidemos que imita a Dios en todo lo que hace: y sustituye la cruz por la esvástica, o por otros signos.

Su reino es temporal, su poder tiene fecha de caducidad, como el gobierno del Fürher. O como el imperio Romano, o el dominio de Napoleón. Porque solo el reino de Dios es eterno. Suyo es el Reino, el poder y la gloria por siempre. Porque el Amor no pasa nunca.

Satanás, en cambio, quiere tener el poder de Dios pero sin Amor. Lo suyo es el egoísmo. Promete todo a cambio de estar él en el centro: –Si me adoras te daré el poder sobre los reinos.

FORO DE MEDITACIONES

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