miércoles, 28 de mayo de 2008

LA BASE, LO PRINCIPAL, Y EL PRODUCTO

San Josemaría hacía ver a Jesús como un Niño que enseñaba ya desde la cátedra del pesebre.

Y esto es así porque Jesús vino a nuestra tierra para enseñarnos el camino del cielo (cfr. Sal 49: salmo responsorial).

Para enseñar la verdadera sabiduría, ese dulce sápere que nos alimenta.

Somos alumnos del Señor, y alumno es el que recibe alimento. La palabra viene del verbo latino almo: alimentar.

Por eso a la universidad se le llamaba alma mater, madre que alimenta.

La Iglesia también es una Madre que nos alimenta, a ella hemos venido a aprender.

Jesús nos dice: «aprended de mí» (Mt 11,19).

Y nosotros le decimos ahora que queremos ser como Él, cada día parecernos más y más.

–Señor, danos tu luz y tu verdad.

Que la gente que nos trate de cerca pueda decir de nosotros lo que dijo Juan: «¡Es el Señor!».

«Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón».

Dile al Señor, porque estamos en su presencia:

–Haz que mi corazón sea semejante al tuyo.

No es una apariencia física lo que pedimos.

–Que tengamos un corazón como el Tuyo: en eso está nuestra identificación.

¡Humildes de corazón! Así tenemos que llegar a ser, luchar cada día más.

Y sobre todo, pedirlo: –
Jesús, hazme humilde como Tú.

El Señor es muy claro cuando aconseja que escuchen lo que dicen los fariseos y los escribas, pero que no imiten sus obras, porque «todo lo que hacen es para que los vea la gente» (Mt 23, 1–12: Evangelio de la Misa).

La humildad, la bajeza puede consistir en no tener una buena posición:

Es de una familia muy humilde (quizá a ti también te hace gracia al oírlo).

También la humilde puede ser una pose: adoptar actitudes, modales, voz, compostura, tono.

Todo un conjunto de cosas externas que uno puede ir incorporando para tener fama de humildad.

Para poder gloriarnos, envanecernos con nuestra poquedad.

Porque sabemos que es una cosa virtuosa, que nos hace gratos a los ojos de los demás, o a nuestros propios ojos.

Hay quienes luchan por bien parecer, y hay quines se maquillan para tener una humildad facial.

El Señor no pide eso. Nos pide humildad de corazón: la que tiene uno que siendo poderoso se inclina ante los demás, se abaja por amor.

Abajarse, estar en un sitio incómodo para servir a los demás.

Hay profesiones más encumbradas, que están más altas en la escala social, a las que se aspira opositando o se sube por el escalafón.

Hay otras profesiones que son más bajas, peor conceptuadas, que no son tan lucidas.

Nuestro Señor eligió para Él una de estas últimas: profesión manual, en la que no mandaba, sino que era mandado: estaba a voluntad del cliente.

Su manera de trabajar, esa elección suya, fue un reflejo de lo que era su Corazón: era capaz de bajar mucho, porque era capaz de amar mucho.

–¿No querrás que me ponga de rodillas? Una tiene su orgullo. Me decía una persona.

Efectivamente eso es lo que nos aleja de los demás, y nos aleja de Dios: la incapacidad de ponernos de rodillas.
Ante todo el mundo que pasa, ante nuestros hermanos, hemos de actuar de esta forma: para lavar los pies hay que arrodillarse.

No son palabras bonitas: son palabras.

¡Qué diferencia esa actitud con la que tenían habitualmente los fariseos. De ellos dice Jesús que «les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente les llame maestros» (Evangelio de la Misa).

Lo importante es tener la virtud, la práctica. Lo dice la Sagrada Escritura: «dejad de obrar el mal, aprended a obrar el bien» (Is 1, 10. 16–20: Primera lectura de la Misa).

Que aprendamos a estrenar cada vez un corazón nuevo (cfr Ez 18, 31: Versículo antes del Evangelio)

La virtud de ceder, cuando es una cosa intrascendente. –
No discutas, cede... El que parece que pierde es el que gana.

Una persona que, para vencer, utiliza la fuerza o las voces, no sirve para el gobierno en la Iglesia: porque valora más su opinión que la de los demás, y por eso la impone a la fuerza.

Se hará su voluntad una vez, dos veces, tres veces por no oírle, pero no porque tenga razón.

Esa persona se hace incómoda, se aísla... porque no actúa en verdad: ha venido para mandar.

Encajan perfectamente en este contexto las palabras que siguió diciendo Jesús aquel día: «no os dejéis llamar maestros».

Que la verdad triunfe por sí sola, por su esplendor, aunque nos cueste la crucifixión, como a nuestro Señor.

La humildad siempre se abre paso. La cruz la ha hecho fecunda. No eres humilde cuando te humillas, sino cuando te humillan y lo llevas por Cristo. (Camino, 594).

Y podíamos decir al revés: eres un soberbio cuando humillas, y lo haces por ti mismo.

Esto es lo que sabe hacer satanás: humillar.

Lo contrario a Dios: que vino a humillarse para levantar a la gente.

–¡Señor: haz que mi corazón sea semejante al tuyo!

¡Que tenga capacidad de abajarme, de no tomarme muy en serio!

Los soberbios son incapaces de reírse de sí mismos. Y lo que más les molesta es que se rían de ellos: eso les humilla a sus ojos.

Al final, se cumple lo que dijo Jesús: «el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido»

Es cierto que siempre llevaremos con nosotros la soberbia, pero podemos reducirle para que no crezca demasiado: irle quitando ramas, regándole poco, poniéndole poca tierra.

En vez de que sea un árbol grande, convertir nuestra soberbia en un bonsái transportable, a base de ir podándola.

Hay gente apasionada y poco inteligente, que por su forma de ser puede ser una tierra fértil donde crezca el yo.

Saberlo, pedir ayuda y luego contaminar el terreno para que no pueda crecer nuestro ego.

Evidentemente hay cosas que nos facilitan la humildad: hay que fomentarlas.

Escuchar, ponderar las opiniones de los demás, no rebatir, sino ponderar los puntos de vista ajenos.

Pero sabemos que en nuestro interior hay esa tendencia ecológica a valorar nuestro sistema.

Por encima de otras cosas, la humildad. Al Señor le gusta fijarse en la humildad.

Por otra parte, igual que nosotros, con una persona humilde nos quedamos tranquilos: –
Ya adquirirá otras cosas.

El Señor a nuestros primeros Padres tuvo que cortarles el grifo de las gracias.

No así a María: ahora le pedimos que intervenga para hacernos gratos a Dios:

Haz que mi corazón sea semejante al de Jesús y al tuyo.

La humildad, es vaciarse para ser llenado.

«Aquellos que son movidos por el Espíritu de Dios, esos son los hijos de Dios».

Los que se mueven por la caridad, esos son los que le Espíritu Santo mueve, y son verdaderamente hijos de Dios.

El hombre es por naturaleza un ser sediento y necesitado, no sólo como materia, sino todavía más como ser espiritual.

Por eso tenemos necesidad de pedir, y ahora lo hacemos:

Ven Espíritu Santo, fuego de las almas santas.

Y que tu caridad habite en lo más interior de nuestra personalidad.

–Ven para que todo lo que realicemos esté hecho con tu Amor.

Pero si queremos que esto sea así, hemos de poner el fundamento humano.

San Josemaría enseñaba que no quería «caridad que no fuese cariño».

De aquí su profunda humanidad. San Josemaría era muy humano y muy sobrenatural: todo a la vez.

Por eso machaconamente repetía que él no tenía más que «un corazón para amar a Dios y a las criaturas».

–Señor, le decimos ahora,
envía tu Espíritu, el Espíritu de Jesús, para hacernos humanos y divinos como es nuestro modelo, Cristo.

–Señor, que nuestro corazón, nuestro único corazón sea para ti.

De aquí nace la unidad de nuestra vida. Sólo un corazón sólo una vida.

¿Qué es un cristiano? Una persona que nos lleva a Dios, que nos sirve de enlace, como un puente que una a cada uno con Dios, por eso al Sumo Sacerdote se le llama Sumo Pontífice.

Porque todos los cristianos somos un pueblo de sacerdotes: tenemos «alma sacerdotal»

Por eso la función vuestra y la mía: es estar todo el día uniendo con Dios, a veces no quedará tiempo para otras cosas.

Pero si deseamos ser santos estaremos dichosísimos entregándonos para unir con Dios.

Un sacerdote seco, cortante, malhumorado, triste, no puede unir con Dios.

Tampoco un cristiano que tenga alma sacerdotal debe actuar así. Debemos ser como las madres, como nuestra Madre:

Corazón dulcísimo de Maria haz que mi corazón sea semejante al tuyo.

HACE FALTA IMAGINACIÓN

Nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles las últimas palabras del Señor antes de subir al Cielo (1, 8):
«
seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (...) Entonces regresaron a Jerusalén (...)
Todos ellos perseveraban unánimes en la oración...
».

Después de la marcha al Cielo de nuestro Señor empezó en la Iglesia una nueva etapa, la etapa de la fidelidad.

A los cristianos se les llamaba precisamente así, fieles.

También en las instituciones de la Iglesia con la marcha de su fundador comienza la etapa de la fidelidad.

Los Apóstoles fueron muy fieles al Evangelio, y lo transmitieron a precio de sangre.

No siempre la cosa fue fácil, pues desde el principio hubo muchas dificultades para vivir la unidad entre los cristianos.

Las cartas de San Pablo nos hablan de dificultades graves, y también de la fortaleza del Apóstol, que incluso tuvo que corregir a San Pedro en Antioquía.

La corrección de San Pablo hace que la Roca de la Iglesia, Pedro, no desfallezca en su fidelidad.

También nosotros vamos a pedirle al Señor ahora:

Jesús haznos fieles, con la fortaleza de los Apóstoles, con una fortaleza llena de cariño y sentido común.

Nuestra fidelidad, lo mismo que la de los Apóstoles consiste muchas veces en
no cansarnos de corregir.

Es una tentación pensar que la corrección fraterna no sirve para nada.

Quizá no sirve una “sola” corrección, porque el Señor nos pide una caridad más perseverante, quiere que sigamos insistiendo con cariño.

Nosotros somos testigos de que el Señor no abandona a su hijos. Él personalmente es nuestro buen pastor:

Aunque camine por valles tenebrosos nada temo, porque tu vas conmigo.
Si ambulávero in valle umbrae mortis, non timebo mala, quóniam tu mecum es.

Cada uno de nosotros, y la Iglesia entera puede decir esto: —Señor tu vas conmigo, tu mecum es.
Por eso aunque la historia de la Iglesia es la historia de las debilidades de unos y de otros, también es la historia de la acción de la gracia.

Siempre ha habido dificultades y divisiones: las más graves fueron en los primeros siglos. Ha habido herejes, que causaban cismas.

Pero por encima de todo, ha habido santos.

Es curioso, pero es así: el Señor no dejó escrito el Evangelio, y ni siquiera lo revisó.

Tampoco dejó el Catecismo de la Iglesia Católica.

Hicieron falta concilios, hombres fieles, estudiosos, y sobre todo personas que en cada época fueron verdaderos cristianos.

Por algo fue. Porque la fidelidad que nos pide el Señor no consistió en inventar cosas...

Pero había mucho que hacer.

La fidelidad que nos pide el Señor a los cristianos no es una cosa estática. No se trata sólo de conservar sino de hacer fructificar.

Se trata de vivir un espíritu, el espíritu de la del Evangelio, que no es una cosa rígida, o momificada.

Tenemos que conocer muy bien lo que nos ha dejado el Señor, lo que nos han dejado los santos para hacerlo vida.

Hacer vida el espíritu del Evangelio:

Un corazón vivo no amojado o encorsetado.

No se trata de conocer unos criterios sino de vivir un espíritu que se adapta a las situaciones variadas.

Hablando de fidelidad Juan Pablo II en ¡Levantaos! ¡Vamos! p. 179 dice:

«no se limita solamente a defender y salvaguardar lo que ha sido confiado, sino que tiene el valor de negociar con los talentos para multiplicarlos (Mt 25, 14-30)».

En la parábola de los talentos el Señor nos habla de uno que enterró lo que había recibido.

Indudablemente es una forma de fidelidad, pero mal entendida.

En la Iglesia está todo hecho, pero también está todo por hacer.

El Señor necesita ahora la imaginación de San Pablo, la imaginación de San Josemaría: una fidelidad que no es estática ni rígida, sino que es una fidelidad viva.

En la carta apostólica que escribió con ocasión del comienzo del nuevo milenio el Papa recordó la necesidad de cultivar un amor creativo (¡Levantaos! ¡Vamos! p. 102):

Es la hora —decía— de una nueva fantasía de la caridad (Novo millennio ineunte, 50)

Nosotros gracias a Dios no nos encontramos con tantas dificultades para vivir nuestro espíritu como los primeros cristianos.

Pero como ha dicho recientemente el Papa:

Hoy hace falta mucha imaginación

Se necesitan personas que amen y piensen, porque la imaginación vive del amor

Agradecimiento a Dios por la fidelidad de los santos, sobre todo los que han vivido con nosotros.

Santos que han ayudado al Señor en nuestra época a abrir caminos de fidelidad.

Cor Mariae Dulcissimum iter serva tutum.

Cada uno somos responsables ante Dios de que el espíritu de Cristo se conserve siempre intacto.

Las prácticas de piedad aprobadas por la Iglesia son camino seguro de santidad personal y medio para que el espíritu del Evangelio no se desvirtúe nunca.

Así, rezando como la Iglesia quiere, ayudamos –por la Comunión de los santos a todos los cristianos.

Nos dice el Evangelio, que una vez que se despidió el Señor:

«Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María la Madre de Jesús»

Este es el secreto perseverar con María. Por eso le decimo a Ella, de nuevo:
Cor Mariae Dulcissimum iter serva tutum.

Corazón Dulcísimo de María, contigo el camino de la fidelidad será seguro:
enséñanos a cultivar los talentos que nos ha dado tu Hijo,
concédenos que nuestra imaginación esté al servicio del Amor de Dios.

TRABAJO DE DIOS

El Señor vino al mundo para salvarnos. Esa fue su misión.

Dios Padre lo envió para «dar su vida en rescate» (Mt 20, 28: Antífona de la comunión de la Misa de San Josemaría).

Y así, la Persona de Cristo, se identifica con su misión. Jesús es el Salvador. Vino para salvar almas.

La salvación la hizo con su vida, la mayor parte en una carpintería; luego tres años más en contacto con la gente, predicando por Palestina. Y siempre con su oración por nosotros. Todo esto fue su trabajo.

Jesús dice: «mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo» (Jn 5,17).

Señor, gracias por tus cuidados constantes.

Siempre está realizando nuestra salvación. Y se sirve de otras personas como instrumentos para hacerla.

Por eso nos manifiesta: «Os daré pastores conforme a mi corazón» (Jr 3, 15: oración de la Antífona de entrada).

Y esto es lo que ha hecho durante toda la vida de la Iglesia. El Papa, los obispos y los sacerdotes son los pastores puestos por el Dios.

Señor ¡qué bueno eres que no nos dejas nunca solos!

Es una realidad que siempre está cerca de nosotros, también a través de personas que nos envía continuamente para que le ayuden a cumplir la misión que había recibido del Padre:
salvar almas.

–Señor, gracias por los santos. Son como un regalo del Cielo. Nos señalan el camino para llegar a la meta.

Los buenos pastores, como Jesús, también dan su vida por los demás. Este es el caso de san Josemaría. Lo recordamos en este mes de junio porque el día 26 celebramos su fiesta.

En él, como en todos los santos, se ha cumplido lo que el Señor dijo: «serás pescador de hombres» (Lc 5, 1–11: Evangelio de la Misa).

La vida de san Josemaría fue muy parecida a la de Jesús. Estuvo durante muchos años trabajando encerrado en un despacho.

Y, luego, en los últimos años de su vida fue por el mundo hablando de Dios, en una catequesis por España y América.

Ayudó a Dios en el trabajo de la salvación de los hombres. Colaboró con el Señor proclamando «la vocación universal a la santidad y al apostolado» (oración colecta).

Entendió que debía ganar almas para Cristo.

Y el Prelado del Opus Dei, ahora, sigue con esa misma misión.

San Pablo nos dice que «los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son Hijos de Dios» (Rm 8, 14: segunda lectura de la Misa de San Josemaría).

Y ¿cuál es el Espíritu de Dios? Es el Espíritu Santo, el Alma de la Iglesia, que nos hace apóstoles de Jesucristo.

Por eso dice el Aleluya de la Misa de San Josemaría: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mc 1, 17).

Para eso nos ha puesto Dios en este mundo, para abrir los caminos divinos de la tierra, haciendo un apostolado de amistad.

Para ser amigos hay que tener proyectos en común.
El libro del Génesis nos cuenta como «El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en medio del jardín del Edén, para que lo guardara y lo cultivara» (2, 15: Primera lectura).

Guardar este mundo para Dios y cultivarlo. Ese es nuestro proyecto común. Común entre los cristianos y común con Dios.

San Josemaría se dedicó a ese proyecto desde que era joven. Durante los años que pasó estudiando la carrera de Derecho en la Universidad de Zaragoza, fue acercando a Dios a los que trataba.


Comentaba él mismo:
cuando yo era estudiante de la Universidad de Zaragoza tenía un amigo que llevaba una vida desarreglada, y entre varios logramos que fuera a confesarse…

Un amigo suyo le agradecía por carta la ayuda que le había prestado al preparar el examen de Canónico, y se despedía de san Josemaría diciéndole:
Pater, me confesé y comulgué y acerca de esto tengo que escribir una carta muy larga.

Toda su vida estuvo así, trabajando para Dios. Por eso el día de su canonización, 6 de octubre de 2002, muchos miles de personas estuvieron en la Plaza de San Pedro.

El Señor nos dice ahora: –
Necesito tu ayuda para salvar almas.

Somos colaboradores del trabajo de Dios en el mundo. Y eso nos lleva a trabajar siempre con «con alegría» (Oración después de la comunión).

Y como el mundo son todas las almas, hacemos nuestra, ahora, la oración del salmo «alabad al Señor todas las naciones» (Salmo responsorial de la Misa, 116, 1a). Ese es nuestro objetivo.

Hay una persona que es la máxima colaboradora de Dios en el trabajo de la redención: nuestra Madre. Tiene, como buena Madre, una solicitud constante por nosotros. Después del Señor, es la que más nos quiere.

San Josemaría la quería mucho. Decía que no teníamos que imitarle en nada, si acaso , en el amor que le tenía a la Virgen. Por algo llevaba el nombre de María repetido en los que le pusieron en el bautismo.

Podríamos decir que en su esencia era Mariano, como así se llamaba también. Su corazón estaba siempre junto a la Virgen.

Como cosa anecdótica te cuento que San Josemaría dijo —estando en Pamplona— que le gustaría que después de su muerte, su corazón fuese a la Ermita del Campus.

Y don Álvaro, su primer sucesor, por el cariño que le tenía no quería que se despedazase el cuerpo de San Josemaría, para hacer reliquias, como se ha hecho con otros santos.

Tanto le quería D. Álvaro que no deseaba repartir su cuerpo: aunque se tratase un devoto despiece. Y por eso le dijo en esa ocasión, con mucho humor, tratándose además de un lugar tan próximo a la Clínica Universitaria:

Padre, en lugar de su corazón, lo que vamos a poner es un electrocardiograma.

Y efectivamente el deseo de San Josemaría se ha realizado: debajo de la imagen de Nuestra Señora del Amor hermoso, se ha puesto una reliquia suya, que D. Álvaro, previsoramente consiguió en vida.

Su corazón estaba siempre junto a la Virgen del Amor más hermoso que puede existir. Ella que trabajó siempre para su Hijo a favor de nosotros, nos ayudará en este trabajo de Dios, como ayudó a san Josemaría.

martes, 20 de mayo de 2008

UN SAGRADO CORAZÓN LLENO DE MISERIAS AJENAS

En el Deuteronomio se lee que «el Señor se enamoró» de nosotros (7, 8).

San Juan afirma que «el amor es de Dios» (1 Jn 4, 7). Es más, luego lo explica mejor. No es que solo sea que el amor proceda de Dios, es que «Dios es amor» (4, 8).

Pero ¿cómo es el amor de Dios? ¿Cómo es su corazón? Aunque pensemos que el amor de Dios no se puede ver, sí se puede porque se ha encarnado.

Por las reacciones de Jesús durante su vida terrena vemos que tiene un corazón humano.

Fue su Sagrado Corazón el que amó a aquel joven que tenía mucho, pero que no supo corresponderle.

Su Corazón se compadeció al ver con sus ojos tanta gente que estaban como ovejas sin pastor o que llevaban tiempo sin comer.

Fue su Sagrado Corazón el que perdonó a los pecadores: a Zaqueo, al buen ladrón, a Pedro. El Señor nos quiere siempre aunque no nos salgan las cosas.

Los santos han sido conscientes de esto. Por eso, san Josemaría decía:

«Tengamos presente toda la riqueza que se encierra en estas palabras: Sagrado Corazón de Jesús (…)»

En la fiesta de hoy hemos de pedir al Señor que nos conceda un corazón bueno» Así entenderemos por qué el Señor decidió resumir toda la Ley en ese doble mandamiento, que es en realidad un mandamiento solo: el amor a Dios y el amor al prójimo, con todo nuestro corazón» (Cfr. Mt 12, 40).

Cuando una persona se enamora, quiere que ese amor sea eterno. Pero a veces no dura, es pasajero porque nuestra capacidad es pequeña y cutre.

En una revista del corazón decía una protagonista del papel cuché que el amor es eterno mientras dura.

El amor que Dios nos tiene es un amor de misericordia, que carga con nuestras miserias (cfr. Salmo 102).

Por eso le podemos repetir ahora: –Bendito sea su sacratísimo Corazón.

El amor de Dios no depende de nuestra fidelidad. No depende de lo que nosotros hagamos. El Señor nos quiere porque Él es bueno. Dios nos querrá siempre aunque no le correspondamos.


Por eso dice el Salmo: «la misericordia dura siempre».

Dios se nos ha revelado en Jesús. Se ha abajado para que nosotros viéramos como es. El Señor ha querido cargar con nuestra miseria.

El madero de la cruz simboliza nuestros pecados que Él los lleva y se deja crucificar. Su Sagrado Corazón está lleno de nuestras miserias.

El Señor, en el Huerto de los Olivos sudó sangre al ver toda la miseria humana, por eso las venas no le aguantaron.

Su mirada abarcaba desde el primer hombre hasta el último. ¡Qué peso tan grande!

Crímenes, injusticias, persecuciones, sacrilegios… Todos los actos imaginables que rechazaban su Amor.


Y sin embargo, va por ahí como alguien que es continuamente rechazado. Enseña su Corazón herido.

Así aparece siempre, sufriente. Lo enseña para que los vea todo el mundo, a ver si reaccionamos.

Parece como si Jesús nos dijera: «A vosotros os es natural amar a alguien que os ha sacado de un gran peligro; pero a Mí, que os he librado del Infierno, ¿por qué no Me amais?»

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús recibió un especial impulso el 16 de junio de 1675.

En esa fecha se le apareció Nuestro Señor a Santa Margarita María y le mostró su Corazón.

Estaba rodeado de llamas, coronado de espinas, con una herida abierta que manaba sangre y, del interior, salía una cruz.

Santa Margarita escuchó al Señor decir:

«He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor».

Reparación y desagravio, por las muchas injurias que recibe sobre todo en la Sagrada Eucaristía.

«Por eso, te pido Yo –continuaba diciéndole– que el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento sea dedicado a una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día y reparando con algún acto de desagravio...»

Y le prometió que concedería a todos los que comulgasen nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final:

«No morirán en desgracia mía, ni sin recibir sus Sacramentos, y mi Corazón divino será su refugio en aquél último momento».

Gracias a la Virgen ese Humano Sagrado Corazón late en el interior de la Trinidad

Y este Corazón lo mismo que el de María quiso llevar nuestra miseria para salvarnos.

Podemos decir hoy:

Dulce Corazón de Jesús en Vos confío. –Dulce Corazón de María sé la salvación mía.



domingo, 18 de mayo de 2008

CORPUS CHRISTI

Esta es una semana peculiar en Granada y en la Iglesia. Es la gran fiesta del Corpus Christi, del cuerpo de Cristo. Más conocida por estas tierras como la semana del Corpus.

La ciudad cambia, viste sus calles para mostrarse digna ante el Señor que, metido en la preciosa custodia de la catedral, irá en procesión por el centro.

Todos se juntan, se agrupan en torno a Jesús Sacramentado. Ese día se respira un clima distinto porque Dios está en la calle, mirando desde la custodia a cada persona que a derecha e izquierda le observarán.

Es un momento mágico, como si te transportaras a otro mundo, a pesar de que el trayecto de la procesión lo conoces bien.

Damos un pequeño salto en el tiempo y nos vamos al año 50 después de Cristo. En esos años, San Pablo escribió una carta a los habitantes de Corintio -Grecia- a quienes quería mucho.

Al comienzo del capítulo décimo de su carta, dice: yo os exhorto, por la cortesía de Cristo. Es una frase maravillosa la cortesía de Cristo.

La palabra cortesía, después de mirarlo en el diccionario, significa la atención, el respeto y afecto que una persona tiene con otra.

Cristo es cortés, educado y atento contigo. Él es así.

Y nos lo muestra saliendo a la calle con el único fin de encontrarse contigo, de buscarte.

Estamos habituados a considerar los grandes momentos de la vida de Jesús: las horas tremendas del huerto de los olivos, su identificación con la voluntad del Padre, lo vemos expulsando demonios (aquellos dos mil cerdos que se ahogaron), su valentía al tratar a los fariseos…

Pero, sin querer, podemos pasar por alto detalles importantes que hacen muy rica y atrayente la personalidad de Cristo.

Podemos no pararnos en esta cualidad suya, en la cortesía, en su amabilidad con cada persona.

¡Cómo agradecemos el hecho de que alguien nos demuestre su cariño, que se ocupe de nosotros! Un pequeño detalle, una mirada de aprecio, una pregunta con interés, que esté cerca por si necesitamos algo…

Pues así está el Señor contigo…Él es así. Es su manera de ser, no lo puede remediar.

Se queda en el sagrario y sale a la calle para demostrártelo. Jesús se deja hacer: lo sacan, lo pasean, lo retienen…y Él, en silencio, deja hacer sin protestar, sin ruido, con elegancia, por ti y por mí.

Se manifiesta al mundo sin llamar la atención, como en Belén. Parece que no hace nada y hace todo…

Les cambia la vida a los pastores, a los Magos de oriente… y empeora la de Herodes.

Hace bien a los humildes y daño a los soberbios.

Jesús, cuando iba por Galilea, por Samaria, ¿con quien se paraba para hablar? con un pobre ciego, con una mujer mayor, viuda, que había perdido un hijo, con otra que anda encorvada, enferma…

Está a gusto con la gente que no cuenta en este mundo.

Recuerdo el año pasado, yendo unos metros delante del Santísimo Sacramento, en fila, con otros curas, en una de las paradas me encontré a la derecha con un grupo de gente retrasada mental que estaban armando un jaleo considerable.

De repente se callaron todos y se levantaron de golpe. Habían visto la custodia que aparecía al doblar una esquina.

Hasta las personas así se dan cuenta de que en ese trozo de pan está Dios.

¡Cuántos que parecen listos, autosuficientes, que creen tener el mundo entre sus manos, que creen manejarlo, cuántos de estos no saben que ahí está Jesús, con su cuerpo!

Pero a pesar de todo, Cristo, en su bondad, sale a la calle por todos, por los que le quieren y por los que no le quieren.

Allí, en la procesión, habrá gente con el alma en gracia. Otros en pecado mortal. Unos le mirarán con aprecio, otros con indiferencia y habrá quien lo haga con odio.

El Señor es no hace distingos. Tampoco los hizo cuando iba por los pueblos de Palestina predicando a buenos y a malos, a los que le seguían y a los que le perseguían.

Igual que pisó esas tierras pisa ahora nuestras calles.

Él es así: cortés, amable. No se impone a nadie, ni rechaza al que se le acerca. Sale para ricos y para pobres, para viejos y jóvenes, para pecadores arrepentidos –tú y yo- y para gente que le volvería a matar.

Y, a pesar de esa masa humana que espera a su paso, Él distingue a cada uno. Sabe lo que ocurre en cada corazón, también en el tuyo.

Es muy difícil mirar al Señor en la sagrada Eucaristía, reducido a una cosa, un trozo de pan, y no sentir por dentro un poco de vergüenza porque no somos capaces de ser tan generosos como Él.

¡Ójala encontrara este sentimiento en tu corazón! Tu falta de generosidad para estar con Él.

Sería la manera de empezar a edificar en serio, de querer a un Dios que permanece en silencio para encontrase contigo.

Cuenta el primer libro de los Reyes, del Antiguo Testamento, que un día estando Elías, el profeta, en el monte Horeb, dentro de una cueva, Dios le dijo: sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!

Así estaba Elías cuando de repente vino un huracán tan fuerte que partía las piedras y descuajaba los montes pero, dice la escritura, el Señor no estaba en el viento.

Después vino un terremoto, pero tampoco estaba allí Dios. A continuación un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego.

Pero, justo después se oyó una brisa tenue, como un susurro, era Dios.

Él es así, actúa en silencio, su presencia es una brisa tenue, un susurro.

Y así pasará la custodia a tu lado, en silencio. Y, cuando lo haga, dile: Señor cómo puedo quererte más.

Seguro que Jesucristo, por dentro, pensará: ha merecido la pena haber salido otro año.

¡¡Qué pena si el sacerdote, después de la procesión, lo volviera a meter en el sagrario sin que hubiera encontrado ningún fruto en tu vida!!

Por desgracia hay muchos que van a la procesión porque no tienen otro plan o por curiosidad.

Da igual, Cristo seguirá saliendo todos los años, aunque sólo haya un grupo de discapacitados, aunque sólo haya una persona que le quiera.

Que encuentre tus ojos y tu corazón iluminados.

El Corpus Crhisti también es la fiesta de María, su Madre santísima. Por las venas del Señor corría su sangre, y el parecido físico era evidente. Además ¡adivina de quién aprendió Jesús esas maneras corteses y amables!

Es fácil imaginarse a la Virgen muy pendiente de la Hostia Santa para que no le falten palabras de amor y de consuelo. Es lógico que haga eso una Madre, ¿verdad?

¡¡Madre mía que te ayude en esa tarea, que quiera al Señor por los que no le quieren en esta fiesta de su Cuerpo y de su Sangre!!

DESDE QUE TE CONOZCO COMO MÁS

Ver resumen
La fiesta del Corpus Christi la quiso Dios directamente para hacernos valorar la Eucaristía.

Se celebra desde hace 700 años. La historia comenzó en Bélgica.

En el año de 1230, en un monasterio a las afueras de Lieja, una religiosa llamada Juliana de Monte Cornillón, tuvo una visión en la que se le aparecía la luna radiante, pero ensombrecida por uno de sus bordes.

El Señor le hizo entender el sentido de tan enigmática visión: la luna radiante significaba la Iglesia Militante, mientras que la sombra hacía alusión a la ausencia de una fiesta dedicada específicamente a la adoración del Cuerpo de Cristo.

Las visiones de la mística belga fueron examinadas por una comisión de teólogos, entre los que figuraba Jacobo Pantaleón.

Años más tarde, este sacerdote era elegido Papa con el nombre de Urbano IV.

Dos años después de su elección, en 1263, se produce el prodigio de la Misa de Bolsena. Podemos recordar lo que sucedió.

Pedro de Praga, sacerdote muy piadoso, era tentado con dudas sobre la real presencia de Jesucristo en la Eucaristía.

Iba camino de Roma y se detuvo en Bolsena para decir Misa.

Al partir la Hostia consagrada se le convirtió en carne, de la que salían gotas de sangre, que cubrían el corporal.

Lleno de terror, suspende la Misa y llevó los corporales a la sacristía.

Urbano IV se encontraba en Orvieto, cerca de Bolsena, y pidió que le llevaran esos corporales.

El Papa con toda su corte los recibió de rodillas. Estos corporales se conservan en Orvieto.

Este milagro, junto al recuerdo de la visión de la religiosa, hizo que el Papa instituyera en toda la Iglesia la fiesta que ya se había celebrado en Lieja años antes.

En el libro del Deuteronomio, Dios nos habla de un alimento misterioso.

En aquel tiempo, el Señor dio de comer a su pueblo un pan que nadie conocía.

Este pan era símbolo de otro, el de la fiesta de hoy.

Dice la Escritura que el hombre no sólo vive del pan natural, sino de otro tipo que es el pan sobrenatural.

A este alimento del cielo es al que llamamos Corpus Christi: el Cuerpo de nuestro Señor que se nos da como «verdadera comida» (Jn 6, 55: Evangelio de la Misa).

-Que no nos acostumbremos a tu presencia jamás.

Este Cuerpo se compone de cabeza y miembros, que están unidos.

Esto lo explica muy bien san Pablo: «aunque somos muchos formamos un solo cuerpo» (1 Cor 10, 17: Segunda lectura de la Misa).

El Corpus es alimento para que crezcamos, nos hace vivir una vida distinta y eterna. «El que come de este pan vivirá para siempre» nos dice Jesús (Jn 6, 58).

Este alimento nos lo deja el Señor para tener fuerza y superar las dificultades: los desánimos, el cansancio.

En definitiva, nos lo da para llevar una mejor calidad de vida sobrenatural.

-Jesús, pan del cielo, danos la vida eterna.

Nos deja un pan de esta vida que nos lleva a la otra. No solo eso, sino que quería estar con nosotros hasta el fin de los tiempos.
-Bendito sea Jesús en el santísimo Sacramento del altar.

Dios quería ser nuestro. Y para eso, se hace alimento, algo que se come y que llega a formar parte íntima de cada uno, se hace uno con nosotros.

Y, luego dicen que el verbo comer no es poético. El amor nos lleva a comer al Señor.

Jesús quiso que el verbo comer apareciera en el Evangelio. Y lo hizo porque explica muy bien la Unión que quiere tener con nosotros. No hay mayor unión que ésta.

-Pasmarse todo los días: Dios te llama. (…) el Sagrario tendría que ser un revulsivo: dolor y contrición por las veces que no le cuidamos.

Si lo piensas es impresionante. No hay varios Jesucristos sino solamente Uno. El que está en el Cielo es El mismo que comemos.

Esta fiesta nos reúne a todos, como se reúnen las familias para comer, incluso en la terracita de la calle. Allí salimos para ver nuestra verdadera comida.

Sabiendo que siempre nos aprovecha, aunque a veces nos distraigamos. Lo mismo que a una persona hambrienta le alimenta un plato de comida aunque esté acatarrada y no saboreé lo que come.

Este Cuerpo se formó en la Virgen María. De alguna manera misteriosa Ella también está presente en la Eucaristía.





EL GPS

El Señor nos ha creado para llevarnos al Cielo. Y como está empeñado en que lleguemos, hará todo lo posible por conducirnos hasta allí.

Somos sus hijos (cfr. Salmo 2, 6), por eso tiene tanto interés en que lleguemos.

Cuando Dios nos creó, lo hizo metiéndonos dentro una especie de gps, como los que traen de fábrica los coches de hoy en día.

Cuando nacemos, venimos con la conciencia incorporada. Ese es nuestro dispositivo gps.

A través de la conciencia, Dios nos habla para decirnos qué hacer y conducirnos al Cielo.

Hoy es fácil llegar a cualquier sitio. Incluso si está lejos, en otro país, eso no es problema.

Tú le dices al gps la calle donde quieres ir, y él solo te lleva. Te va indicando todo el tiempo por donde tirar:

—Dentro de 200 metros gire a la derecha. Siga recto. Después de 50 metros, gire a la izquierda.

El otro día fui con un amigo a Málaga. Lo primero que hicimos fue poner la dirección donde íbamos: calle Las Palmeras del Limonar, y salimos.

Es una maravilla cómo te va llevando. Después de hora y media de viaje, cuando llegamos, nos dijo el chisme:

Ha llegado a su destino. Miramos el gps y, efectivamente, ponía Las Palmeras del Limonar número 12.

Pero, sorprendentemente, mi amigo, que ya había estado en el sitio a donde íbamos (hay que decir que es un pelín despistado, por eso fuimos con el gps), dijo:

–Ay va, que raro, aquí no es. Esto es un local social y nosotros vamos a un chalet particular. Ésta no es la casa.

¡Qué curioso, dijimos, si el gps nunca falla!

Llamamos por teléfono a nuestro destino y preguntamos como ir.

Efectivamente, el gps nunca se equivoca porque funciona por satélite. Lo que estaba equivocado era la información que tenía en su memoria.

Nos decía que estábamos en la calle Las Palmeras del Limonar y, sin embargo, nos había llevado a otra calle llamada Palmeras.

El que hizo el mapa del gps se había confundido al meter la información.

Al final, pudimos llegar a nuestro destino cambiando el nombre de las calles.

Dice el refrán que todos los caminos llegan a Roma, y puede ser cierto. Pero no todos los caminos llegan al cielo.

Para que nos conduzca hasta allí, nuestro gps, la conciencia, tiene que tener en su memoria los datos correctos, sino es imposible.

Esa información nos llega a través de Cristo. Él mismo se lo dijo al Apóstol Tomás:

«Yo soy el camino (...) Nadie viene al Padre sino por mí» (cfr. Jn 14, 1-6). La enseñanzas de Jesús son los datos correcto que tenemos que tener metido en nuestra alma.

Es la información que debemos incorporar a nuestras coordenadas. Porque, aunque uno tenga muy buena voluntad, eso no basta para llegar al sitio correcto.

Hay personas buenas que no llegan donde quieren. Y, después de viajar creyendo que van bien, se encuentran con la sorpresa de que han llegado a otro sitio, como nos pasó a mi amigo y mí.

Eso fue justo lo que les sucedió a algunos judíos de los tiempos de San Pablo.

El Apóstol dijo que habían confundido las profecías que se leían los sábados (cfr. Hch. 13, 26-33) y terminaron matando a Jesús, lo borraron de su conciencia.

Pero, la muerte del Señor no acabó con los planes de Dios, porque «Dios lo resucitó al tercer día de entre los muertos»

Como el Señor está empeñado en que nos salvemos lo va a intentar una y otra vez, sin cansarse.

Lo increíble del gps es que, si te equivocas por un despiste, y si es correcta la información que tiene, te vuelve a marcar una ruta nueva para que llegues a tu destino. Pues lo mismo hace Dios.

Aunque nos salgamos del camino una y mil veces, el Señor intenta reconducirnos otras tantas. Y, en ocasiones, por sitios que somos incapaces de imaginar.

En aquel viaje a Málaga, a la vuelta, saliendo de la ciudad, el dispositivo gps nos llevó por una calle tan estrecha que apenas cabía el coche.

Parecía que se había equivocado y que nos estaba llevando al huerto. Pero nos fiamos, por aquello de que los satélites no se equivocan, y efectivamente llegamos a la autovía que nos condujo directos a Granada.

Así hace Dios. Nos lleva en ocasiones por sitios estrechos, incómodos, que parece que no van a ningún lado, y luego resulta que es el mejor de los caminos.

De todas maneras, algunos piensan que la técnica tiene sus limitaciones. No así Dios, que nos ha dejado a su Madre para que este camino de la vida sea siempre seguro.

Por eso, le decimos ahora: Madre nuestra, Consérvanos el camino seguro: g–p–s.

jueves, 15 de mayo de 2008

SANTÍSIMA TRINIDAD

Bendito sea Dios Padre, y su Hijo unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros (Antífona de entrada).

Así vamos a empezar nuestra Misa: alabando a Dios, que se abaja a querernos como somos, no como Él quiere que seamos: tiene misericordia de nosotros, asume nuestra miseria, no sólo las cosas buenas que Él nos ha regalado.

Nos quiere con nuestra miseria, y por eso es capaz de quitárnosla. Carga en su corazón con lo malo que tenemos.

Por eso, a un Dios tan bueno le decimos hoy, en el Aleluya de la Misa:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Efectivamente, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo son la unión de una fuerza que
se hace igual a lo que ama.

La Iglesia nos habla hoy de un admirable misterio. Tres personas en la más estrecha unidad.

Tres personas que se relacionan en una comunión de Amor.

Una Trinidad de Personas que dan y reciben perfectamente durante toda la eternidad.

Así es la vida interior de Dios, y así fue la vida interior de los santos.

Así será en el Cielo. En el Reino de los Cielos la vida será
perfecta entrega de uno mismo, y perfecta receptividad.

Dios es unión de Amor. Comunión de Personas distintas.

El hombre también es así, por ser imagen de Dios.
El ser humano está llamado a la unidad de amor con otros.

Lo humano es la comunión con personas distintas.

El hombre se convierte en
más santo cuanto más se parece a Dios.

Los santos siempre han buscado esa unión en la diversidad.

El hombre se convierte en imagen de Dios en la comunión. Por eso, dice San Pablo en la primera lectura de la Misa de hoy (2 Cor 13, 11-13):
tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.

En el interior de todo ser humano hay un anhelo de entrega y de pasión por recibir.

Por eso las películas románticas nunca pasarán de moda. Porque reflejan como está hecho el corazón del hombre.

El amor humano entre un hombre y una mujer es un icono de cómo es Dios. Es una imagen no perfecta, pero todo el mundo puede entenderlo.

Más perfecto es el Amor célibe. Porque es así como será nuestra vida en los cielos.

También el amor de un padre y una madre representa el amor de Dios. Quizá el amor de madre es el amor más fuerte que se da en esta tierra.

Es el más parecido al que Dios nos tiene: porque el amor de Dios es como el de un Padre y como el de una Madre (cfr. Catecismo de la Iglesia católica 239, 370).

Anhelo de entrega radical del yo, y recepción del otro. Éste es el cielo.

El amor entre el Dios Padre y Dios Hijo es tan fuerte que constituye una Persona: Dios Espíritu Santo.

Y, sin embargo, nos dice San Juan en el Evangelio de hoy (Jn 3, 16-18):
tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.

Ante este amor de Dios, podemos repetir, con el Salmo: A ti gloria y alabanza por los siglos.

El Señor nos había destinado desde el principio a que tuviéramos una relación de amistad con Él.

Pero esta situación de amistad se rompió con Adán y Eva.

El pecado original consistió en infringir la ley del don de sí que llevamos dentro.

El pecado convierte al otro en un objeto, en algo que se usa.

Una cosa es pecado no porque Dios, de manera arbitraria, declare que lo sea. Sino porque destruye la verdad de nuestra condición humana, que está inscrita en nuestro interior: estamos hechos para los demás.

La historia de la creación del hombre revela que
la realización del ser humano depende de entregarse, no de afirmar el propio yo.

La entrega mutua en el amor. Esa es la Trinidad, y esa es la vida nuestra.

Esta meditación está saliendo hoy muy intelectual. De todas formas siempre habrá alguien que, cuando los Ángeles canten: Santo, Santo, Santo, empiece a toser. Para dar la nota.

Que le vamos a hacer somos humanos, que no viene de humo sino de humus, barro.

Gracias a María late un corazón humano en el interior de la Trinidad.

Gracias al Fiat de la Virgen se hizo hombre Dios. Para que nosotros participáramos de su vida divina.

Gracias a Ella somos humildemente dioses, porque contamos con nuestro Padre Dios.

martes, 13 de mayo de 2008

DIOS ES UNA FAMILIA

Ver resumen.
Hoy celebramos el misterio principal de nuestra fe, que no hubiéramos conocido si el Señor no nos lo hubiera dicho. Es la vida íntima de Dios la que viene a revelar Jesús
.

Que Dios es Padre, que Dios es Hijo y que Dios es Espíritu Santo.

El Señor ha tenido paciencia hasta que ha podido decírnoslo. Si lo hubiera dicho antes, seguramente se hubiera pensado que hay tres dioses.

Al principio, Yavhé quería remarcar a su pueblo que era un solo Dios, que no había varios dioses.

Nos cuenta el libro del Éxodo (34, 4b–6. 8–9) como Moisés cuando sube al monte Sinaí y le pide a Dios que esté siempre al lado de su pueblo, porque Israel es de duro entendimiento, de «dura cerviz».

Efectivamente, el pueblo elegido no hubiera entendido en ese momento toda la verdad a cerca de Dios.

Una vez que asimilaron que Yavhé era Uno, con Jesús revela que es un solo Dios pero que tiene tres Personas.

Esto es difícil de entender si uno no tiene fe. Lo dice el Señor en el Evangelio para que el mundo crea (cfr. Jn 3, 16–18).

No hay que olvidar que el hecho de que Dios sea Uno y Trino es un misterio.

Recuerdo que un día iba con otro sacerdote por la calle, paseando tranquilamente. Se acercó un señor con la mirada medio perdida y nos preguntó:
-Padre, padre ¿hay alguna explicación para entender el misterio de la Santísima Trinidad?

-Pues no porque si no dejaría de ser un misterio…

-Es verdad, respondió el hombre, lo que sigue siendo un misterio es que yo pido a la gente dinero y que no me den ¿Ustedes tienen algo? Lo digo para romper el misterio…

Hay muchas personas que ven con facilidad que Dios sea Uno. Son los creyentes de las tres religiones monoteístas: junto con los cristianos están los hebreos y los musulmanes. Los tres procedemos de la fe de Abraham.

En la Alhambra hay un poema en el que se explica, con mucha claridad, la fe de los musulmanes. El poeta dice que allí, la oración se dirigía «a un Dios solo».

Efectivamente, los musulmanes creen que Dios es Uno. Tanto lo remarcan que piensan que está solo. Y sin embargo Dios es una familia. Vive en familia desde siempre.

El misterio de la Santísima Trinidad no es un invento de la teología. Nuestro Dios es tan grande que no nos cabe en la cabeza.

Hubo un escritor muy conocido en Inglaterra (Collins), famoso por su incredulidad, que se encontró en cierta ocasión con un obrero que se dirigía a la iglesia, y le preguntó con ironía:

–¿Cómo es tu Dios, grande o pequeño?

Y el obrero le contestó con sencillez: –Es tan grande que tu cabeza no es capaz de concebirlo; y tan pequeño, que puede habitar en mi corazón (Cfr. T. Tóth, Venga a nosotros tu reino).

Claramente, San Pablo en una de sus cartas desea que recibamos «la gracia» que nos ganó Dios Hijo muriendo en la cruz, «el amor» de Dios Padre que nos regaló la vida, y la unión con el Espíritu Santo (cfr. 2 Cor 13, 11–13).

Ésta es la fe católica, se dice en una oración muy antigua de la Iglesia: que veneremos a un solo Dios en la Trinidad Santísima y a la Trinidad en la unidad. (Símbolo Atanasiano, n. 3).

Siempre están juntos. Ahora en sagrario están los Tres. Podemos aprovechar para hacer ahora, en nuestra oración, un acto de fe: –Creo en Dios Padre, creo en Dios Hijo, creo en Dios Espíritu Santo.

También adorarle: –Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo… (Ap 1, 8).

O podemos decirle: «A Ti la alabanza, a Ti la gloria, a Ti hemos de dar gracias por los siglos de los siglos, ¡Oh Trinidad Beatísima!» (Trisagio Angélico).

Es la letra de la canción de los ángeles, del Trisagio Angélico. Conocemos la letra pero no la música que debe ser impresionante. Si pudiéramos escuchar las canciones de los ángeles nos daría un ataque de belleza, aunque la letra fuera siempre la misma: –«Santo, Santo, Santo. A Ti la alabanza, a Ti la gloria, a Ti hemos de dar gracias por los siglos de los siglos, ¡Oh Trinidad Beatísima!».

San Josemaría tenía un truco para tratar a la Trinidad. Le servía hacerlo a través de otra trinidad, la de la tierra, a través de Jesús, María y José.

A ellos acudimos para que nos enseñen a buscar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo.

Esto es lo que deseamos a todos los que lean este blog.

martes, 6 de mayo de 2008

SACAR BRILLO A LOS TALENTOS

En la última cena dijo Jesús:«os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy, os lo enviaré». (Jn 16, 7–8)

Es precisamente el Espíritu Santo el que va a guiar a los Apóstoles, haciéndoles comprender y recordar lo que tantas veces el Señor les había manifestado. Cuando llega la mañana de Pentecostés, parece que el puzzle recobra vida. Porque ya tiene todo coherencia.

No les dice cosas nuevas, sino que les abre la inteligencia.

El Espíritu Santo nos conduce haciéndonos recordar y dándonos luz especial para entender

«Os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros». (Jn 16, 7–8).

Paráclito, que significa, llamado junto a uno. Al que se le llama junto a nosotros para que nos acompañe y nos consuele, por eso se le llama también el Consolador

Está junto a nosotros y nos acompaña y, a veces, nos consuela. Y nos consuela de no ver al Señor.

Esta promesa se cumplió ya el día de pascua:

«Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22)

Y unos días después tuvo lugar la manifestación definitiva de lo que nos había anunciado: Él nos lo enviaría.

Según la tradición religiosa de Israel Pentecostés es la fiesta de la siega. En griego toma este nombre porque se da cincuenta días después de la pascua.

Pentecostés era la fiesta de la siega, porque ya es hora de la siega, ya era la hora de de recoger el fruto.

Todo lo sembrado por Jesús se recogió empezando desde ese día.

Pero el fruto no depende de nosotros, depende de Dios que da el incremento.

Por eso hemos de decir hoy: ven oh Espíritu Santo, Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles, muéstranos qué debemos hacer para dar fruto.

Se dice que las acciones más fructíferas de la vida cristiana se dan por la cooperación de las virtudes de la prudencia y de la caridad.

Estas son las virtudes más importantes en su ámbito. En el terreno humano: la prudencia es la virtud principal; en el sobrenatural, la caridad.

A medida que crece la virtud de la caridad, es decir, «el amor que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo». (Rom 5, 5)

A medida que crece esa virtud, se van desarrollando en nuestro interior todos los demás dones.

Con el aumento de la caridad recibimos la virtud de la prudencia, la ayuda del don de consejo.

Es precisamente el Amor de Dios que se derramó hoy especialmente para toda la Iglesia.

Pues la caridad hace posible que nuestra mente se abra y que sea dirigida por el Epíritu Santo, para saber conducirnos a nosotros mismos y dirigir almas.

Esto es lo que hicieron los Apóstoles: una vez que recibieron el Espíritu Santo se pusieron a predicar y las gentes les preguntaban «qué debemos hacer». Y los Apóstoles se lo dijeron.

Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles, danos el don de consejo para hacer apostolado.

Si tuviéramos que definir al hombre prudente, diríamos que el hombre prudente es el hombre bueno. Lo sabemos bien, en el apostolado la cualidad más importante es el aprecio.

Desde el sagrario el Señor nos mira a cada uno. Y lo hace como nuestras madres, con un aprecio infinito. Desde esta ventana, el mundo se ve pequeño, pero se ve con mucho cariño.

Desde Dios la mirada que nos dirige es una mirada de aprecio, Él nos quiere, nos aprecia.

Si no existe el aprecio el saber valorar a los demás, no se podría sacar toda la riqueza interior que puede llegar a tener el corazón humano. Lo tiene, lo tenemos en potencia y el aprecio hace que demos fruto.

Es curioso que el primer Papa que ni era levita, ni pertenecía al rango sacerdotal judío, ni estaba versado en la Escritura Santo, que era un pescador. Es como si en el último cónclave hubieran elegido a un albañil, o como si en vez del Papa Ratzinger, hubieran elegido a un dependiente de comercio.

Pues el Señor eligió entre los millones de personas que poblaban la tierra a un pescador.

El Señor eligió a un habitante de la Palestina de hace dos mil años para dirigir su Iglesia, y no sólo eso, sino también el resto de los apóstoles eran por el estilo.

Pero los miraba con tanto afecto, que fue capaz de sacar de Pedro y los demás, lo que ninguno de nosotros no hubiera sacado: el primer Papa, los doce Apóstoles, las columnas de la Iglesia.

Esto es algo, original e incluso desconcertante. Como lo es la caridad. El hombre prudente, el que es bueno, es comprensivo como lo es Nuestro Señor porque conoce y valora.
La comprensión es eso, conocer y valorar, es hacerse cargo de.

Esta es la cualidad que le pedimos hoy a Dios. La misma que el Señor entregó a los Apóstoles y que entregó a nuestro fundador. Esta cualidad que se exterioriza en el alma cuando su Amor nos llena, que hizo en Pentecostés que los apóstoles fueran transformados (siendo los mismos). Cuando se aprecia a una persona, se tiene el don de consejo. Cuando un alma está llena del amor de Dios se descubren valores que el mismo interesado no ve, que no sabe que tiene.

El apóstol es un descubridor de talentos, de valores ocultos, pero no para uno mismo sino para los interesados. Esto es lo que hizo Nuestro Señor, lo que hizo nuestro Padre y es lo que nosotros tenemos que aportar ahora en este momento de nuestra vida que estamos aquí.

La confianza es el inicio del aprecio que nosotros sentimos por los demás y que tiene el Señor por nosotros. Él confiaba en sus doce amigos y en todos, incluso en Judas que le traicionó. La desconfianza, lo que señala es que la amistad ternimó o que no empezó.

Danos Espíritu Santo la confianza en los demás, porque sin confianza no es posible el Amor –Espíritu de Verdad, que confiemos en la verdad de los demás para poderles ayudar.

La verdad es la base de la convivencia humana. Sin ella el hombre no es capaz ni de estar en su casa, porque la verdad crea el clima del habitat humano.

–Espíritu de Amor, haz que huyamos de la tiranía del yo.

Porque el tirano es el que no escucha la realidad de los demás. Tiene su idea, pero no escucha la realidad de los demás porque no los ama y no los entiende por eso nunca acierta

Cuando hay desconfianza se transmite una corriente negativa que crea una muralla invisible de desafecto.

Si se desconfía no es posible una relación fluida con nadie, porque decapita toda relación humana, toda amistad. Cuando los demás son vistos como medios para conseguir fines no se les quiere por sí mismos. Vemos que el Señor no nos utiliza, nos quiere por nosotros mismos, uno a uno como nuestras madres. Las madres no nos ven como instrumentos. Nos quieren por lo que somos, nos conocen con nuestros defectos con nuestros lunares. Nos conoce con nuestro buen o mal carácter y siempre veían algo más de nosotros
Y así es Dios.

La caridad completa la prudencia. Así los Once actuaron según el querer de Dios, la caridad completa la prudencia.
Estas dos virtudes forman un todo armónico, ambas virtudes se necesitan.

Si uno no tiene la caridad te cargas la verdadera prudencia. Sin cariño, sin caridad aparece una prudencia que es falsa, que es falta de exigencia.

Con respecto a los dones del Espíritu Santo, la mente humana tiene que estar movida por el Paráclito, un Dios familiar que está junto a uno. El que Consuela. El que da consejo: por el que la mente humana se conduce por el Espíritu Santo y conduce a otros. Cuánto necesitamos esto para acertar, para hacer lo que Dios quiere.

Santo Tomás, relaciona esto con una bienaventuranza: «Bienaventurados lo misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7). El prudente es el hombre justo, el hombre templado, el hombre bueno, el misericordioso, el que se apiada, comprende, carga con la miseria ajena.

El que tiene como fin de su vida la caridad, el Amor y busca el bien, ese es el misericordioso. Por eso el prudente antes de serlo ha de decidir hacer primero el bien, el verdadero Bien.

Si uno no busca el Bien mayor no puede ser prudente. El bien parcial alejado de la caridad es un bien mentiroso, porque están alejados de la verdad: engañan timan al que lo elige, entierran el corazón humano en una pequeña carce. El hombre así, se esclaviza.

En Pentecostés, el cenáculo dejó de ser un lugar cerrado, pasó a ser un lugar abierto. La caridad hizo que los apóstoles dejaran de buscar sólo su bien pequeñito (la comodidad, la seguridad…), La caridad hizo que se abrieran y buscaran el bien de Dios, de los demás que es la salvación de las almas.

María nuestra madre estuvo en Pentecostés, ella pide con sus oraciones el don del Espíritu Santo, que ya recibió el día de la Encarnación. Ahora en el cenáculo, su nueva misión de Madre se realiza allí mismo porque nace el Cuerpo místico de Cristo que es su Iglesia. La efusión del Espíritu Santo lleva a María a ejercer desde hoy la maternidad espiritual de un modo especial.

No sabemos con exactitud como vivió Ella tras Penecostés. Pero sin duda, con su caridad y con su prudencia supo ayudar a los primeros discípulos de su Hijo.

-Madre, como a esos primeros, acompáñanos también ahora.

BORRACHOS SIN FRONTERAS

Ver resumen
Hace unos días se reunieron en Granada miles de personas para celebrar la llegada de la primavera haciendo un macrobotellón.

Había gente de muchos sitios. Además de los universitarios de la ciudad, también vinieron de otras provincias.

Durante toda la tarde se vio un río de gente que iba con la clásica bolsa de plástico con todo lo necesario. El ambiente era de ilusión, de alegría por la que se iba a armar.

El día de Pentecostés también se reunieron miles de personas en Jerusalén para celebrar la fiesta de la cosecha, que se tenía cincuenta días después de la Pascua.

En griego la fiesta de la cosecha se traduce con la palabra Pentecostés, porque se celebraba 50 días después de la Pascua.

Venían de Libia, Cirene, de la actual Irak. Casi todos eran judíos nacidos y educados en países extranjeros, por eso hablaban lenguas distintas. Aquello no dejaba de ser un espectáculo curioso.

En ese día los discípulos del Señor estaban reunidos en un mismo lugar, unidos por el miedo que es lo más penoso que puede unir. Y, de repente, llegó el Amor de Dios (cfr. Hch 2, 1-11).

«Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar» (Hch 2, 4). Se llenaron del Espíritu Santo, que produce los efectos del vino y empezaron a hablar.

De esta manera pasaron aquellos primeros cristianos del miedo y de la tristeza a la ilusión, a la ilusión de la juventud, y así nació la Iglesia (cfr. Prefacio de la Misa de Pentecostés).

En cambio, en el botellón de Granada algunos pasaron del punto al coma, del puntillo al coma etílico.

Hay un filósofo español que ha escrito un libro que se titula: «Breve tratado sobre la ilusión».

En castellano la palabra «ilusión» tiene varios significados. Se habla de un «iluso» cuando una persona tiene ideas que no están fundadas en la realidad.

Pero también el término «ilusión» tiene una carga positiva, por eso hay cosas que llamamos «ilusionantes». Es la ilusión tan propia de los niños, los locos y los borrachos.

Precisamente uno de los efectos del alcohol es transformar la realidad y hacerte más expansivo.

Me contaron que algunos locutores de radio, antes de salir en antena se toman un copazo, para tener así más facilidad de palabra.

¡Cómo cambia la cosa cuando se tiene el cuerpo entonado!

Pues el Amor de Dios, el Espíritu Santo, es como el vino que enardece, ilusiona y nos hace hablar con el lenguaje que la gente entiende, el lenguaje del corazón.

Por eso le decimos con la Iglesia:

–Ven Espíritu divino (…) riega la tierra en sequía.

–Entra en el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos (…). Infunde calor de vida en el hielo

(Cf. Secuencia de la Misa de Pentecostés).

Los Apóstoles «se llenaron del Espíritu Santo y hablaron de las maravillas de Dios», nos dice el Libro de los Hechos.
Aquel día, los Apóstoles no se cortaron un pelo. De hecho la gente que les escuchó estaba asombrada y perpleja. Tanto que se decían unos a otros: –«¿Qué puede ser esto?». Y otros se burlaban diciendo: –«Están bebidos» (cfr. Hch 2, 12–13)

Dicen, y es muy probable, que la cerveza la inventaron los monjes. Por algo sería...

Los Apóstoles estaban llenos del Espíritu Santo y, por eso no les paró nadie.

San Pedro gritaría las maravillas de Dios en el idioma de la Capadocia. También Santo Tomás se pondría a hablar con fluidez la lengua de los Partos, y San Mateo anunciaría el Evangelio como los Bereberes del norte de África. Unieron a todos los que estaban allí hablando del Amor de Dios en distintos idiomas.

Todos recordamos como la civilización antigua creó una torre que acabó separando a los hombres de Dios, y a los hombres entre sí, porque no hablaban el mismo lenguaje.

Eso fue Babel, el orgullo que condujo a la separación. Es lo contrario de Pentecostés. Porque el Amor de Dios no tiene barreras. Nos lleva a hablar en el lenguaje que todo el mundo entiende: el lenguaje del afecto.

Pero el lenguaje es un vehículo, lo importante es el contenido. El mensaje que nosotros tenemos que transmitir es que tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo. Esta es la maravilla de Dios (cfr. Hch 2, 11).

El diablo no quiere que la gente sepa esto. Nos tienta para que no hablemos de Dios. Nos mete la idea de que si hablamos, entonces los demás nos mirarán como si fuéramos personas raras.

Nos mete miedo y vergüenza: ¿qué van a decir si invito a esta amiga para que vaya a Misa conmigo? o ¿qué pensará si le digo que haga un rato de oración o que se confiese...?

El tentador nos quiere convencer de que si hacemos como apostolado vamos a perder puntos delante de los demás.

Pues quédate sin puntos como le sucede a los que conducen borrachos. Quédate sin puntos, pero tú conduce a la gente al cielo.

–Ven, Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles (Aleluya de la Misa de Pentecostés).

María es su Esposa. Está llena del Espíritu Santo. Ella nos lleva al Señor casi sin darnos cuenta.

Con Ella el amor a Dios entra solo como el buen vino, y va directo al corazón.

sábado, 3 de mayo de 2008

EL OSCAR AL MEJOR HOMBRE

Ver resumen
El Señor se encarnó para poder sufrir por nosotros. Porque Dios no podía sufrir, a menos que se hiciese hombre.

Hemos comprobado el amor que el Señor nos tiene: nada más hay que mirar sus manos y sus pies para emocionarse.

Por nuestro amor sufrió esas tremendas heridas, y muchas humillaciones.

Hoy celebramos el día de la Ascensión ( cfr. Primera lectura de la Misa: Hch 1, 1-11). Ese día llegó Jesús a la Gloria y recibió todo el agradecimiento desbordante, que hasta entonces había estado conteniendo el cielo.

El día que Jesús entró en el cielo fue como una explosión de alegría. Me acordaba de las Jornadas Mundiales de la Juventud con Juan Pablo II: Santiago de Compostela, Denver, París, Roma, o la última que hubo con Benedicto XVI en Colonia, en la que a lo mejor estuviste.

Impresionaba ver miles y miles de jóvenes, y no tan jóvenes, aclamando al Papa cuando pasaba con el Papamóvil entre la multitud: gritos de viva el Papa, banderas al viento, gente corriendo intentando seguir el coche blanco…

Podemos imaginarnos así la entrada de Jesús en el cielo. Tuvo que ser como una explosión de alegría. Como cuando llega la primavera, que parece que la naturaleza de repente despierta de golpe.

Se abren las flores y se llena el ambiente de aromas. Incluso la gente parece que tiene una alegría que no puede contener y hablan más. Están contentos casi sin esfuerzo.

Es lo que le pasa a la gente que está a la salida de la Catedral el día del Corpus cuando ven aparecer la custodia, que rompen a aplaudir con fuerza.

Así sería el recibimiento del Cielo el día de la Ascensión. Dice la Escritura que ese día los Apóstoles se volvieron llenos de alegría.

La gran alegría de que Jesús volviera al Padre pudo más que la tristeza de no volver a oírle y verle como antes en la tierra. Es un día de fiesta, no es un día de ayuno y luto.

El día de Navidad fue un día bonito para los hombres, pero Jesús tuvo que pasar frío. Hoy el Señor también disfruta del momento. Es su día. El día de su gloria.

Dios Padre, que se deshace en cariño y ternura, por la obediencia y la humildad de su Hijo hecho hombre.

Y los ángeles, que se maravillan, por servir a un Dios tan bueno. Y los santos que estaban allí con una emoción impresionante: sobrecogidos por un Amor tan fuerte.

Un Amor más grande que el dolor y la muerte. El Señor ha transformado esos dos productos del infierno. Dios, como hace siempre, del mal saca bien, y de un río de maldad saca un océano de cariño.

¡Qué alegría más grande tener un Dios tan bueno! Dice el salmo que el Señor «asciende entre aclamaciones». Dan ganas de estar allí para aplaudir con fuerza (cfr Salmo responsorial: 46, 2). En agradecimiento por todo lo que ha hecho Jesús por cada uno.

Nos alegramos por Ti, Señor, porque has dejado este mundo en el que tanto padeciste, para gozar de la eternidad; –nos alegramos por nosotros, porque la humanidad ha tomado por asalto la ciudad del Cielo;

porque Tú, Señor, que en ocasiones nos llamas a compartir tus sufrimiento, nos llamarás a compartir su Gloria.

Nosotros también somos hombres. Dentro de unos años llegará el momento de recibir el resultado del jurado, por nuestra actuación en este escenario de la Tierra.

Lo que más se valorará entonces será el cariño con que hayamos interpretado todo. Y si hemos sido capaces de trasformar el mal en bien. Esta es la verdadera ciencia del artista.

El Señor recibió el día de la Ascensión el óscar al mejor hombre que ha existido. Allí está desde entonces a la derecha de Dios Padre (cfr Segunda Lectura: Ef 1, 17-23).

Y nos ha dejado aquí para continuar con su misión. (cfr Evangelio de la Misa: Mt 28, 16-20). Consiste en llevar el secreto de la felicidad a todas las gentes del mundo.

Nuestra misión es que mucha gente gane su «estatuilla». Éste será nuestro mejor premio: el que ganen los demás.

Cuando entremos en el cielo –que es Hollywood– mucha gente elegante nos aplaudirá a rabiar, estatuilla en mano. Pues nosotros les ayudamos a ellos a ganarla.

Estaremos igual que los que suben a recoger el Oscar, como en una nube, flotando, pero no durante unos días, sino por toda la eternidad.

La que más se alegró de la Ascensión fue María. Por fin Jesús gozaba de toda su gloria.

Ella disfrutaría de un recibimiento parecido el día que subió al cielo. Es la mejor entre todas las mujeres. Supo cumplir su misión. No era para menos, «de tal palo tal astilla».

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías