viernes, 26 de julio de 2024

PEDRO, PESCADOR


El pescador
Después de la Resurrección del Señor los apóstoles volvieron a Galilea. Y algunos estaban con Pedro a orillas del Mar de Tiberíades, un lago lleno de recuerdos para ellos... Ya hacía años que mientras estaban faenando allí, el Señor les dijo que habían sido elegidos para ser pescadores de hombres. 

Y pasado el tiempo, en ese mismo lago, Jesús haría su ultimo milagro. Y, lo mismo que el primero, realizado en Caná, este sería también en Galilea. 

En la primera ocasión no había vino; en esta última no había pescado. En las dos circunstancias nuestro Señor formuló un mandato: en Caná, que fueran a llenar las tinajas; ahora en el lago que echaran las redes. En uno y otro caso el resultado fue abundancia de vino y abundancia de peces. 

En Caná sabemos que seis tinajas de agua se llenaron de vino. En el lago las redes estuvieron repletas. Así actúa Dios siempre, a lo grande: la magnanimidad es una de las formas de su Amor. Por eso los grandes santos siempre se han destacado por su “alma grande”, magnánima. 

También por eso nosotros los cristianos estamos llamados a hacer grandes cosas por los que tenemos a nuestro lado. Hay personas buenas, muy organizadas que carecen de tiempo para hablar con los demás y así es muy difícil hacerse amigos de las personas que nos rodean. Haciendo oración vamos a pedir eso: un alma grande para dedicar tiempo, con mucha generosidad, a las cosas de los que viven con nosotros. 

Los apóstoles que se encontraban pescando esta vez eran: Pedro, nombrado, como siempre, el primero; a continuación se menciona a Tomás, quien después de haber confesado que Jesús era el Señor y Dios (Señor mío y Dios mío). Pues ahora permanecía junto al jefe de los apóstoles. 

Y también estaba Natanael de Caná de Galilea; lo mismo que los Zebedeos, Santiago y Juan; y otros dos discípulos de los que no conocemos sus nombres. Podemos imaginarnos que somos tú y yo los que estamos presenciando aquello. 

Una diferencia con respecto a la primera pesca milagrosa es que entonces, algunos apóstoles tenían barca propia ahora estaban en la de Pedro. 

Y como siempre Simón tomó la iniciativa y dijo a los otros: –Yo voy a pescar. Le dicen: nosotros también vamos contigo. Y sucedió que estuvieron faenando toda la noche, pero no pescaron nada. Y al clarear, vieron a Jesús en la playa pero lo reconocieron. 

Eran la tercera vez que se acercaba a ellos como un desconocido. Aunque estaba lo suficientemente cerca de la playa para dirigirse a Él, no lograron reconocerle: ni a su persona ni a su voz, tan envuelto en la gloria estaría su cuerpo resucitado. 

Pues igual nos sucede a nosotros, que nos encontramos también en la barca de Pedro, y no vemos ni la figura ni la voz de Jesús. Es importante que aprendamos a escuchar a Dios y verle en las circunstancias de nuestro día, de esta situación que estamos viviendo. 

Para eso están las prácticas de piedad para descubrir a Jesús que pasa a nuestro lado. Si a pesar de todo esa inversión de tiempo no logramos tener presencia de Dios es que algo sucedería. San Josemaría hablaba de cómo a veces la vida de piedad se convierte un armatoste (Surco, punto 652), que en vez de ayudar estorba. 

Pues, en aquella ocasión nuestro Señor les preguntó a esos apóstoles que intentaban pescar, pero que no lo conseguían: –¿Tenéis algo que comer? Le respondieron: –No. Y Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y encontrareis (Jn 21, 5 ss). 

Los apóstoles, debieron de acordarse más tarde de que Jesús ya les había mandado en otra ocasión echar la red en el agua, aunque antes no había concretado si a la derecha o a la izquierda de la barca. 

En aquel momento nuestro Señor estaba en la barca, ahora se encontraba en la playa. Como para significar que habían terminado para él las agitaciones del mar de la vida, porque ya había muerto y resucitado. 

También nos puede parecer a nosotros que el Señor se encuentra lejos de nuestras preocupaciones. Sabemos que no es así: pues aunque está en el cielo, se interesa por nuestros asuntos y nos da indicaciones para resolver lo que tenemos entre manos. 

Son a veces indicaciones precisas: a la derecha. Lo nuestro consiste en escuchar la voz que nos llega de Dios. Pero Él no nos ahorra ningún trabajo. 

Pues los apóstoles obedeciendo la voz de ese desconocido, y que en realidad era un mandato divino, tuvieron tanta suerte en el trabajo, que les era imposible sacar la red debido a la gran cantidad de peces que había atrapado. 

En el primer milagro de pesca las redes se rompieron, y Pedro, asustado ante aquel hecho prodigioso, dijo a nuestro Señor que se apartara de él, porque era un pecador: aquella abundancia le hizo darse cuenta de su propia pequeñez. 

Eso puede suceder en nuestra vida: sentirnos avergonzados ante las gracias que recibimos de Dios. 

Sin embargo en esta pesca milagrosa la cosa ocurrió de otra forma. Fue Juan quien descubre a Jesús, y por eso dijo: –Es el Señor (Jn 21, 7). Cuantas veces a lo largo de nuestra vida, alguien que está a nuestro lado nos indica que es Jesús quien nos está ayudando. Y quizá nosotros afanados con lo que tenemos entre manos no nos habíamos dado cuenta. Seguramente esta sea la labor de la auténtica dirección espiritual, indicar que es el Señor quien nos habla. 

Tanto Pedro como Juan seguían teniendo el temperamento de siempre. En este momento Juan fue el primero en ver desde la barca al Señor, y Pedro fue el primero en lanzarse. Desnudo como estaba en la barca, se ciñó rápidamente la túnica y recorrió a nado la distancia que le separaba del Maestro. 

Y Juan, el discípulo de la caridad, indudablemente poseía mayor conocimiento espiritual: porque el amor ve mucho. Y Pedro tenía más iniciativa, por eso su fe le lleva a actuar con prontitud. Tenía ese temperamento pero se había potenciado por la fe. 

Juan, estuvo muy cerca del Señor en la última cena. Ahora también era el primero en reconocer que Él estaba en la playa. 

Quizá esto es lo que suele pasar con la gente con la que vivimos: somos muy distintos, nada más hay que vernos. Somos distintos pero todos nos necesitamos. La variedad en la práctica no es ningún inconveniente. Ya lo decía el filósofo: en una organización donde todos piensan lo mismo, nadie piensa nada. 

En una ocasión que Jesús caminaba sobre las aguas en dirección a la barca, Pedro no pudo aguantarse y le pidió a Jesús que le dejara caminar sobre las aguas para acercarse a Él. Y ahora, en este momento, nadaba hacia la playa, después de ceñirse la túnica por respeto al Señor. Podríamos decir que Pedro era muy impulsivo, lo que no podemos decir es que no fuera delicado. Eso no. 

Hay gente muy impulsiva y tiene que aprender la delicadeza. Pedro quizá aprendió al tratar a Jesús. Por eso si nos faltase finura en el trato tendríamos que plantearnos hacer mejor la oración, porque es una manifestación de nuestro trato con Dios. 

Pedro se lanzó al agua. Y los otros seis permanecieron en la barca y al llegar vieron fuego encendido, un pescado puesto a asar y pan que les había preparado Jesús. El Hijo de Dios estaba preparando una comida para sus pescadores. Esto resulta un tanto curioso, que la máxima autoridad que ha existido sea la que más sirva. La máxima autoridad no es la que manda que otros le sirvan sino que Él sirve. 

Ya lo había hecho en la carpintería de Nazaret, ahora también lo hace una vez que ha resucitado. Se vuelve a cumplir que lo que decimos nosotros es menos importante que lo que hacemos. 

Porque las mejores influencias sobre los demás se producen sin darnos cuenta. Normalmente nuestra vida ayuda a los demás sin que lo busquemos expresamente, influimos de forma inconsciente. Por supuesto, un medio de formación ayuda, pero mucho más la actuación. Cuando observamos: –Ay va, se preocupa de mí. Eso se clava en el alma. 

Después de haber sacado la red y contado los ciento cincuenta y tres peces, se convencieron de que se trataba del Señor. Recordarían que Jesús les había llamado pescadores de hombres, y la pesca abundante de ahora simbolizaba a los que, con el paso del tiempo, serían introducidos en la Iglesia. Ahí estamos nosotros en la barca de Pedro que aunque pase por muchas contrariedades nunca se hundirá. 

El primero
Pues este pescador de Galilea es nombrado el primero en toda lista de los apóstoles. No sólo se nombraba el primero, sino que actúa el primero. 

Fue el primero en dar testimonio de la divinidad del Señor. Y luego sería el primero de los apóstoles que testificó que Cristo había resucitado de entre los muertos. Como el mismo san Pablo dijo, Pedro fue el primero que vio al Señor. 

Y después de la venida del Espíritu Santo, Pedro fue el primero en predicar el evangelio. También el primero que desafía a la autoridad de los perseguidores; y el primero entre los doce apóstoles que recibió a los gentiles en la Iglesia. No es una casualidad, es que es el primero. 

Durante su vida pública, cuando nuestro Señor le dijo que era una roca sobre la que Él edificaría su Iglesia. También le dice que el Mesías va a morir y resucitar. Entonces Pedro trata de disuadirle de que muriera en la cruz. 

Y ahora, después de haber dado a Pedro la misión de gobierno, el Señor le predijo que él mismo moriría también en una cruz. 

Era como si Jesús dijera a Pedro: Yo dije una vez que el Buen Pastor daba la vida por sus ovejas; ahora tú eres el pastor que ocupa mi lugar; tú recibirás los maderos de la cruz, cuatro clavos y, luego, la vida eterna. 

En verdad, en verdad te digo que, cuando eras joven, te ceñías tú mismo, y andabas por donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá, y te llevará a donde tú no quieras (Jn 21, 18). 

Esto es lo que ocurrió: Pedro, a partir de Pentecostés, fue llevado a donde no quería. Primero obligado a abandonar Jerusalén. Luego es conducido por Dios a Samaría, a la casa del pagano Cornelio; después es llevado a Roma. 

Precisamente en la Ciudad Eterna, fue conducido a una cruz y murió en la colina del Vaticano. Siendo como era la Roca, era propio que fuera enterrado en aquel lugar, donde permanece como cimiento de la Iglesia. 

Este hombre que trató de apartar al Señor de la cruz fue el primero de los apóstoles en subir a una cruz. Santiago, fue decapitado. 

Y la cruz en la que murió Pedro tuvo más eficacia espiritual que todo el celo y vehemencia de sus años de juventud, cuando parecía que se iba a comer el mundo. 

De joven, Pedro no comprendía que la cruz significaba redención del pecado. De mayor, entendió claramente el por qué de la cruz. 

Tengo aquí lo que escribe hacia el final de su vida, dice: Nuestro Señor Jesucristo me ha manifestado, que pronto abaldonaré mi tienda (Se refería a su cuerpo). Y procuraré que incluso después de mi partida podáis recordar estas cosas (2 Pe 1,14-15). 

Pues lo esta haciendo, así nos lo recuerda ahora mismo. Por eso ahora le decimos: –Gracias, Pedro, Saxum, por haber sido la Roca. Y habernos recordado que solo un amor que pasa por la cruz, es capaz de realizar la misión de pesca en la Iglesia. 

La misión de pesca abundante la realizaremos si nuestro amor pasa por la cruz.

SAN JOSÉ, UN HOMBRE DÉBIL, CREATIVO, REALISTA, 19 DE MARZO


 


Un hombre débil

Para los que aman a Dios todas las cosas les resultan para bien. Y esto es así porque la Providencia de Dios sabe sacar bienes de todos los males, y de los grandes males, grandes bienes.


Esta verdad está unida a otra que también aparece en la Sagrada Escritura, que cuando una persona parece débil entonces es fuerte. Porque en el momento de la debilidad es cuando el Señor nos ayuda con su gran fortaleza. 


Estas enseñanzas de los santos se cumplieron especialmente en la vida de san José. Pero también se pueden repetir en nuestra vida.


Muchas veces pensamos que la vida espiritual, que la acción de Dios en nosotros se basa, se sostiene en la  la parte buena que todos tenemos, en la parte exitosa de nosotros mismos. 


Se piensa que Dios quiere que seamos números uno, como un padre busca que su hijo sea lo máximo.


Pero la realidad es otra, porque Dios realiza la mayoría de sus planes a través de nuestra debilidad. 


Por eso lo que han hecho todos los santos es aceptar su debilidad. Y la santidad consiste en el adiestramiento para que aceptemos lo frágil que somos. 


Y si Dios quiere que experimentemos nuestra poquedad, es porque él la utiliza en sus planes: entonces la enfermedad y las preocupaciones y fracasos humanos contribuyen a hacernos mejores, si sabemos aceptarlos.


Y contrariamente, lo que nos lleva a la infelicidad es rebotarnos ante nuestros defectos, rallarnos por ellos y rechazar las contrariedades. 


Lo propio de Dios es sacar partido de todo: de lo que parece bueno y de lo que parece malo. Y quizá lo más propio de la inteligencia de Dios es sacar de lo malo cosas buenas. 


Por el contrario nuestros enemigos nos ponen a la vista la debilidad para que caigamos en una visión negativa, porque el Maligno que es un soberbio, ve la debilidad como negativo. 


Sin embargo Dios ve la debilidad nuestra y de los demás con mucho cariño, y quiere que nosotros la veamos así, con ternura. 


Por eso cuando Dios nos envía cosas buenas hemos de pensar que él nos quiere, y cuando nos manda sucesos, que la gente llama malos, es porque pretende que le amemos a él. Que nos fiemos de su amor. 


Así que todo lo que sucede es porque nos conviene. Pero pocas personas ven las cosas así, porque en realidad les falta entrenamiento. Para eso estamos aquí y hacemos oración para que Dios nos dé su luz y su verdad.


Porque, a veces nos sucede que juzgamos negativamente a los demás porque en nuestro interior tenemos ese prejuicio. Proyectamos en los demás nuestra propia incapacidad de aceptar nuestra fragilidad. 


Cree el ladrón que todos son de su condición. Nos molestan los fallos ajenos porque también nos molestan los nuestros. 


Juzgamos a los otros con dureza porque nosotros no aceptamos ser débiles. Si aceptáramos nuestros errores también comprenderíamos los de los demás. De ahí que las personas que más se conocen así mismos suelen ser las más compresivas.


Por el contrario si pensamos que nuestros fallos son una desgracia no se nos ocurrirá que las debilidades de los demás puedan ser la base de sus virtudes.


Así que nuestro enemigos pueden decirnos la verdad, pero lo hacen es para condenarnos, para echárnoslos en cara, no para ayudarnos. 


Nuestros enemigos buscan humillarnos. Por el contrario, Dios quiere que nuestros fallos nos sirvan de trampolín. Que cuanto más abajo hayamos caído más arriba subamos. Porque si no hay bajada no hay salto.


En una bolsa que llevaba una chica, que pasaba junto al colegio mayor de las esclavas, vi esta frase: Lo que sucede, conviene.


La historia de San José nos enseña precisamente esto: que través de la debilidad, de la angustia, de las cosas que se nos escapan, precisamente a través de esas cosas desconcertantes pasa la voluntad de Dios, su historia, su proyecto para nuestra vida. Si sucede esto es porque conviene. 


Por eso miramos a José, como un hombre de fe, que se fiaba de Dios. El Señor que actúa incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad.


José nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos dejarnos llevar por el miedo. 


A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, y nos damos cuenta que hay cosas importantes que se nos escapan y entonces nos entra el pánico. 


Pero Dios lo tiene todo perfectamente controlado, tiene siempre una mirada más amplia y todo lo organiza para nuestro bien. Pero esto solo se ve, si el Señor nos da su luz, y lo suele hacer en la oración.


Un hombre creativo

Para toda conversión interior necesitamos en primer lugar asumir lo que somos, incluso aquellas cosas que no hemos elegido nosotros mismos. Esto es lo que podríamos llamar asumir nuestra realidad.


En la vida de san José además de ese presupuesto se añade otra característica importante: la valentía creativa.


Esta surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. 


A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener.


Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. 


Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. 


Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía de este hombre que le llevó a ser creativo.


Cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7). 


Ante el peligro inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14).


De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos.


Pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia, de la falta de cabeza de los gobernantes, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan. 


Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar los problemas. No aumentar los problemas sino solucionarlos e incluso sacarles partido. Esto es lo que hace la Providencia de Dios, y José actúa como la sombra del Padre Eterno. 


¿Cómo se consigue sacarle partido a las dificultades? Curiosamente la técnica que no enseña José es la de priorizar los asuntos. Lo primero es hacer las cosas con caridad. La caridad es lo primero, pero para eso ha tenido que cultivar la fe, durante toda su vida. José es una persona que escucha y por eso recibe la luz de Dios. 


La confianza en Dios le lleva a arriesgarse. La fe de José le llevó a ser valiente y lanzarse confiando en la Providencia de Dios. Lo primero es confiar en que Dios tiene más interés que nosotros en que se resuelvan los problemas. Pero que las cosas se resuelven al modo de Dios, no al nuestro. 


Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, sería tonto pensar que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros. A veces pensamos que aquí y ahora necesitaríamos una persona que tenga unas determinadas cualidades. Y esperamos que Dios nos la envíe.


No seamos ingenuos o superficiales. Debemos mirarnos al espejo. Esa persona soy yo. No es que Dios nos haya abandonado sino sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar. 


Ahí entra en juego la creatividad. Iniciativa que no es ir a lo loco, a lo primero que se nos ocurre. La iniciativa y la creatividad no tienen nada que ver con la improvisación, sino con la madurez que nos lleva a pensar. 


La precipitación nos hace ser como un pollo sin cabeza, que se mueve como borracho, sin ningún propósito. Sin embargo la creatividad surge de nuestro ser interior, por eso es original, porque viene de nuestro interior. Tiene que ver con nuestra interioridad, y se alcanza rezando y pensando. 


Hay gente que actúa y luego piensa. Son la gente inmadura, que vive una falsa iniciativa, porque descuida las prioridades. La verdadera creatividad tiene un marco bien preciso, empieza en el interior, de nuestro dialogo con Dios y tiene como fin cumplir su voluntad. Pero se realiza a nuestro estilo, con originalidad. 


Es cierto que necesitamos personas jóvenes que nos ayuden en el apostolado. Qué bien nos vendría algún mirlo blanco. Pues lo que podemos hacer con realismo es blanquear los que tenemos. 


La persona descabezada, parte de si misma, de sus prontos y aunque tenga voluntad, como Saúl, no cumple lo que Dios le pide sino otra cosa, y encima se justifica, a posteriori. Podíamos decir que está ciega, le falta la luz de la fe.


El milagro del Señor es convertir el agua en vino, pero lo que hace el superficial es convertir el vino en agua. 


Lo hace Jesús es subir el nivel: no hacer a los demás como somos nosotros sino como Jesús. 


La creatividad es a veces pedir más: no es que las de Casa hagan la oración como nosotros sino que las de chicas hagan oración por la mañana y por la tarde.


Es la misma valentía creativa que mostraron los amigos del paralítico que, para presentarlo a Jesús, lo bajaron del techo (cf. Lc 5,17-26). La dificultad no detuvo la audacia y la obstinación de esos amigos. Ellos estaban convencidos de que Jesús podía curar al enfermo y «como no pudieron introducirlo por causa de la multitud, subieron a lo alto de la casa y lo hicieron bajar en la camilla a través de las tejas, y lo colocaron en medio de la gente frente a Jesús. 


El Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de encontrar una casa, un trabajo. 


No hace falta mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos, como todas las demás familias.

 

Un hombre realista

Pues vamos a concretar un poco más: muchas veces ocurren sucesos en nuestra vida cuyo significado no entendemos (una mala nota, la enfermedad, la crítica y la incomprensión por parte de algunas personas). Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. 


Nos rebelamos ante lo que no comprendemos y nos sentimos decepcionados porque Dios no ha hecho nada para evitarnos ese mal. 


Pero José no se dejó de llevar de esos pensamientos negativos. No se recreó en su mala suerte. Lo que hace un hombre de fe es  aceptar la realidad, no intentar enfadarse con ella. 


Ni tampoco huir de esa realidad, imaginando como hubiera sido la vida en forma idílica y rosa, para luego culpabilizar al responsable de lo que sucede, que en último lugar es Dios. Pues Dios es el que permite que ocurra eso que contraria nuestros planes.


Una persona realista es la que dice: esto es lo que hay, esto es lo que Dios ha dispuesto. 


Por eso, si no aceptáramos nuestra realidad, nos atascaríamos, no podríamos avanzar: estaríamos continuamente en un bucle pidiendo continuamente explicaciones a Dios. 


Y no hay que dar tantas vueltas al pasado, que ya no podrá volver, porque entonces seríamos prisioneros de unas ilusiones que nunca se van a realizar. Y como reacción a las frustraciones pasadas podríamos volvernos eternos decepcionados. Pensar que Dios nos ha decepcionado.


Pero tampoco la solución es resignarse ante la realidad. Eso es de burgueses o de gente interiormente envejecida. Lo nuestro es confiar en Dios: pensar que a través de lo que sucede el Señor nos envía mensajes. 


José es un hombre que no se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte. 


La vida espiritual de José nos muestra a un hombre que escucha, piensa y reza. Y cuando tiene todo claro, entonces da el paso adelante, actúa con valentía. 


También nosotros, en nuestra vida, necesitamos fortaleza. Quizá nos sentimos débiles, porque esta es la realidad, somos personas frágiles. 


Nuestra fortaleza es prestada, así que hay que pedirla a Dios en oración. Y se cumple lo que decía san Pablo que  cuando soy débil entonces soy fuerte, porque, el Señor, al vernos frágiles, interviene con todo su poder. 


Cuando no me salen los propósitos que he hecho, cuando me viene una crisis anímica, cuando me domina el mal genio, entonces si acudo a la oración el Señor me hará fuerte. Porque nuestra fuerza nos viene de Dios.


Sólo el Señor puede darnos la capacidad para acoger la vida tal como es, y no como como nosotros querríamos que fuese. Porque la vida real tiene una parte contradictoria, inesperada y decepcionante.


Como sucedió con la vida de san José nosotros tenemos que decir muchas veces: bienvenido a la vida real. 


Bienvenido al club de José, donde las cosas no se entienden a la primera.


Como Dios dijo a nuestro santo: «José, hijo de David, no temas» (Mt 1,20), parece repetirnos también a nosotros: “¡No tengáis  miedo!”. 


Tenemos que dejar de lado nuestro enfado ante las cosas que nos contrarían, nuestra decepción. Y aceptar lo que hay  sin ninguna resignación pesimista. No pertenecemos al club de los amargados ante la vida. 


Y ahora que ante la pandemia podemos sentirnos decepcionados como si perteneciéramos a la asociación de los hidroalcohólicos anónimos. 


Por el contrario: bienvenido al club de José. Donde se escucha a Dios, se piensa y se actúa con valentía. 


Si José viviese hoy en día no sería una persona que saliese en las redes sociales. Sería más bien como tu padre, una persona tranquila que todo protagonismo lo tendría en su casa, con su familia.


José era una persona realista que de buenas a primeras se encontró metido en el milagro del Evangelio.


En tu vida y en la mía tenemos también que enfrentarnos a la realidad, o mejor dicho más que encararnos con la realidad, que suena agresivo, hay que acoger con valentía lo que nos va llegando. 


Porque algunas cosas las hacemos nosotros personalmente pero otras nos suceden si quererlas nosotros. Pero no por eso son menos nuestras, porque nos han pasado.  


Si vemos que todo nos viene de Dios, entonces comprendemos que lo que nos sucede tiene un significado oculto que habrá que descubrir. 


Está claro que nosotros no somos santos pero no importa, Dios no solo se basa para que maduremos en lo mejor que tenemos. 


Incluso es posible que en nuestra vida hayamos tomado a veces un rumbo equivocado. Pero no importa porque Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas.


Incluso aunque nuestra conciencia nos reprocha algo, Dios «es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo» (1 Jn 3,20).


Además el realismo cristiano no rechaza nada de lo que existe, porque la realidad está llena de un sentido, aunque tenga luces y sombras. Quizá las sombras, las cosas negativas son los que dan relieve a lo que nos sucede o lo que nosotros hemos hecho.


Por eso dice san Pablo: «Para los que aman a Dios todo es para bien» (Rm 8,28). Si queremos a Dios todo nos sirve, incluso las cosas que llamamos malas. 


Lo mismo que una planta se alimenta de todo lo que tiene a su alrededor nosotros pueden servirnos la basura y las hojas muertas, si tenemos unas raíces profundas, si estamos unidos a la tierra y nos alimentamos del oxigeno del cielo, que es la oración. 


En la oración es donde Dios nos envía su aire para que podamos sacarle partido a todo. 


La vida de José nos enseña a ser realista y a no pensar que hay soluciones facilonas y sentimentales. Lo que hizo es afrontar la realidad.


Esto es muy importante en el trato con los demás. La fe nos enseña a a acoger con realismo a los más débiles porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27).



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