lunes, 26 de agosto de 2019

EL PAN





Danos el pan de cada día

Jesús nos enseña a pedirle hasta las cosas más materiales. Por eso en una de las peticiones del Padrenuestro pedimos el pan. Pero detrás del pan está Dios. Al Señor le interesan nuestras matemáticas y lo que hemos comido hoy de primer plato… Todas esas cosas que interesan a nuestros padres.

«Danos hoy nuestro pan de cada día». Esta es la petición de una persona que está necesitada. Nos recuerda el hambre que pasaba el pueblo de Israel cuando iba por el desierto. Y entonces le pidieron a Dios, y Él les envió pan del cielo. Era el famoso maná con el que los israelitas se alimentaban cada día.

Maná

Pero el verdadero maná es Jesús. Él mismo es el pan del cielo, que ha bajado para alimentarnos. La Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor, es el mismo banquete celestial que comemos también hoy.

Jesús ha querido que el tema del pan ocupara un lugar importante en su predicación. Desde las tentaciones que tuvo en el desierto, pasando por la multiplicación de los panes, hasta la última cena. Toda la vida del Señor está marcada por el pan. Jesús recordó lo que ya estaba escrito: «No solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que procede de la boca de Dios (Mt 4,4; cfr. Dt 8,3). Y la Palabra que procede de Dios es el mismo Jesús. Esto no son teorías. El Señor dice que Él es el Pan de Vida. Antes no les despidió sin darles de comer. Pero luego, en la sinagoga de Cafarnaún pronuncia el gran discurso del Pan de Vida, porque no quería que la gente pensara que la necesidad del hombre se reduce al pan material.

«Porque no solo del pan vive el hombre sino de la Palabra que procede de la boca de Dios». Jesús es el verdadero alimento, es la Palabra eterna de Dios. Y esa Palabra eterna se ha hecho carne. No es solo una idea, se ha materializado, se ha hecho hombre y nos habla con palabras humanas. Pero no solo se hace hombre, sino que también se hace pan material. Esta es la gran novedad: la Segunda Persona se hace Hombre, y nos alimenta primero con su Palabra y luego con su Cuerpo. Ese es el motivo por el que, en el Sacrificio de la Misa hay dos mesas: la mesa de la Palabra y la mesa de Eucaristía.

Jesús no habla con un lenguaje figurado, dice que hemos de comerlo. Y muchos dejan de seguirle porque no tienen fe en lo que está diciendo; les parecía una cosa dura. No solo de pan vive el hombre, sino de la Palabra que sale de Dios. La Palabra eterna se convierte realmente en maná, es el pan del cielo, el pan futuro, el que recibiremos en la eternidad, es Dios mismo.

Un día una universitaria, le preguntó a la directora de su residencia:
–Oye, tú, teniendo cinco hijos y trabajando aquí de directora, ¿como es que aguantas? No entiendo. Te veo que vas sobrada.
Rosa, sonriendo, dijo: –Hombre, mujer, no ha sido así siempre. ¿Sabes cuándo cambié?
No.
–Bueno, la verdad es que yo tampoco. Fue una cosa gradual. Pero yo pienso que cambié cuando decidí comulgar todos los días.
–A mí –dijo Beatriz– me han dicho muchas veces que eso es muy bueno, pero nunca lo he hecho.
–Los primeros días no noté nada. Pero luego, cuando llevaba unos meses comulgando me fije: ¡Hay que ver! ¡Si me ha cambiado hasta el carácter!.

Palabra que se hizo pan

Dios que es un ser espiritual, cuando quiere conectar con los hombres se hace muy material. Nosotros, para ser muy sobrenaturales, hemos de ser muy humanos, materializar todo. Esto es lo que el Señor nos muestra en la Eucaristía. «Danos tu pan», le decimos.

¿Y por qué comulgamos con poco fruto? Quizá es que nos falta fe. No acabamos de creernos que el Señor baja cada día para nosotros. ¿Por qué, cuando comulgas, te distraes, o ni siquiera te quedas diez minutos para dar gracias? No es la materialidad de comulgar sino de que la aprovechemos y nos sirva. Si queremos, Dios nos cambia. Una cosa es comer y otra alimentarse. Hay personas a las que la comunión diaria les sirve de poco, porque no la aprovechan. Le tenemos que demostrar nuestra fe y nuestro amor al Señor.

Si le pedimos todos los días a Dios en la acción de gracias, después de la Misa, una cosa, nos la concederá en pocos meses. El Señor nos obedece. Eso es lo que pensaban los santos. «Danos hoy nuestro pan de cada día». Es como si Él nos dijera: «Pedid el pan porque Yo soy el Pan. Os ayudo en lo que vosotros necesitéis».

Si pensamos que somos capaces de hacer algo sin necesidad de ayuda, somos unos orgullosos. El orgullo nos hace violentos y fríos. Dios no quiere que seamos así. Recibir a Dios todo los días nos hace ser como Él. Nos quita el orgullo y nos hace amables.
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lunes, 19 de agosto de 2019

MISTERIOSA CRUZ



Para aprender a querer
Intereses
Perdona nuestras ofensas...

PARA APRENDER A QUERER

Nosotros no somos capaces de vencer el mal que hay en nuestro corazón: nos encontramos con algo que nos supera. No conseguimos dominar el poder del mal con nuestras propias fuerzas. En esta tierra, el mal vive de mil formas. Podemos decir que está arriba y también en el último puesto. Ocupa la cúspide del poder, y también está en lo más bajo. Esto es así. Pero también está el Amor con mayúscula. Y para el hombre, para el hombre este Amor solo tiene una forma: Jesús en la cruz. Solo con el amor uno es capaz de perdonar porque se ve a la persona en su conjunto, como los padres a sus hijos.

Para aprender a querer hemos de meditar en nuestra oración los padecimientos del Señor, porque el Amor de Dios no nos salva desde el exterior. Alguien que ama tanto, no quiere solucionarlo todo diciendo: «Estáis todos perdonados». Podría haberlo hecho así, pero prefirió otra forma para manifestarnos su amor fuerte.

A Dios, perdonarnos, le ha costado un alto precio: la muerte de su Hijo. Por eso dijo uno de los grandes escritores ingleses: «Dios pudo crear de la nada el mundo, pero para superar la culpa y el sufrimiento de los hombres por el daño cometido tuvo que intervenir sufriendo él mismo en su hijo». Jesús ha llevado esa carga y la ha superado mediante la entrega de sí mismo.

Este es el misterio de la cruz, algo muy extraño para nosotros. ¡Que el perdón de nuestras ofensas le haya costado a Dios tanto! Parece raro tanto sufrimiento. Dice el profeta: «Soportó nuestros sufrimientos [...]. Sus cicatrices nos curaron» (Is 53,4-5). Si ya que muera por nosotros es extraño, esto se entiende menos. ¡Que su flagelación nos cure! Al hombre de hoy, la cruz no le cabe en la cabeza. 

Tampoco entendemos la cruz porque estamos inmersos en una cultura individualista. El hombre actual suele ir a lo suyo. Es raro encontrar a alguien capaz de entender que ha de sufrir por los demás. «Que alguien muera por mí, no tengo ningún inconveniente. Que la gente haga lo que quiera con su vida. Ahora… yo no estoy dispuesto a morir por otro. Estaría bueno»

INTERESES

Hoy en día la gente se suele mover por el propio interés, también a la hora de perdonar. Ocurre que, en la vida diaria, cada uno va a lo suyo, y al no pensar, por llevar tanto acelere, se apuñalan unos a otros. Hay que ser muy santo para no dejarse llevar por el individualismo. El individualista, si hace favores, los hace, pero con el dinero de otro. Así es fácil ser muy generoso. Pero si te tocan tu bolsillo, eso es otra cosa. Es lo que nos cuenta el Señor del sacerdote y el levita que «pasan de largo» para ir a lo suyo, dejando a un herido medio muerto. Ahora ocurre lo mismo. También se actúa por interés, incluso teniendo buena voluntad. El levita y el sacerdote fueron a lo suyo, a sus rezos y a sus cosas. No serían malas personas, pero los dos iban con prisa.

Hoy casi no hay tiempo para pensar, reflexionar, escuchar; hay mucha prisa y estrés; y así es muy difícil hacer las cosas desinteresadamente, aunque se tenga buena voluntad. Y encubierto en la buena voluntad se hacen cosas por propio interés. La sociedad actual es la sociedad del ruido. No hay silencio. Mucha música y mucha tele… Parece que solo hay silencio cuando se muere alguien. Ahí se piensan cosas: «Tendríamos que habernos portado mejor con él». Pero son silencios traumáticos, que duran hasta que se pone otra vez la radio. El hombre vive encerrado en sí mismo, por la calle, en su casa… 

Sin pararse a reflexionar es muy difícil perdonar, porque las cosas de los demás no me interesan de manera espontánea; hay que pararse y pensar en ellas. Ya no vemos la profunda relación que hay entre todas nuestras vidas: «Tú a lo tuyo, yo a lo mío»«¿por qué no vamos todos a lo mismo?» «Porque entonces me quitas tiempo para mis cosas».

Por eso se piensa que es muy raro que alguien haga algo por ti sin ningún interés. «Por algo lo habrá hecho». Cada uno va tan a lo suyo… La relación con Dios suele verse como algo bueno, pero no estrictamente necesaria, «a no ser que yo la necesite para resolver un problema»

«Dios me hace falta si me ayuda a lo mío, sino no». Se piensa en Él para ver si me sirve. Y Dios no sirve para nada, porque no es un instrumento para mi utilidad«Pues entonces lo dejo de utilizar, porque en este momento no necesito la oración o la acción de gracias o el rosario. Gracias a Dios, ahora que me va todo bien no necesito rezar».

El individualismo es el pecado: querer ser dios sin Dios. Decía un sacerdote africano que pasaba unos meses en Europa: «Yo intuía que aquí la gente reflexionaba poco porque se vivía muy bien; no se sufre tanto. En África se sufre más, y por eso se piensa más. Además, aquí la gente va muy aprisa, y eso no ayuda a pensar».

PERDONA NUESTRAS OFENSAS...

La oración del Padrenuestro no es solo nuestra oración, sino que, en cierta forma, es la oración de Jesús, Dios hecho hombre. Como cabeza del género humano Él podría rezar en nombre nuestro. Pero no solo eran palabras, Éno solo diría al Padre «perdona las ofensas que te hacen los hombres como yo pero a los que me ofenden», sino que lo realizó muriendo en la Cruz y perdonando a los que le crucificaban, para que Dios nos perdonara a nosotros. 

«Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Esta petición nos recuerda que Jesús no es individualista. Sin embargo nosotros somos capaces de rezarla solo por propio interés. Por eso muchos rezan: «Para que Tú me perdones a mí, yo pero a los demás». En cambio, parece que Jesús se dirige al Padre, diciéndole: «Yo sufriré las ofensas por ellos para que Tú les perdones».

Repitamos, entonces con Jesús: «Perdona las ofensas que te hacemos los hombres, como también yo pero  a los que me ofenden». Nos recuerda esta petición el precio que Él pagó para que nosotros  fuéramos perdonados. Y es como si el Señor nos suplicara: «Haz como yo». Decía un sacerdote mientras predicaba: «Una cosa es ver a Jesús crucificado, y otra decirle: Baja Tú, que subo yo”».

Jesús nos pide a los cristianos que no solo perdonemos, sino que vayamos más lejos, que le miremos a Él, y hagamos lo mismo. Por eso dijo a dos Apóstoles suyos: «¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?» (Mt 20,22). Nosotros también somos sus discípulos y hemos de bebernos el mal. Consumirlo, asumirlo, tragarlo.

Es lo que hizo la Virgen. Estar a la derecha del Señor le fue reservado a Ella porque estuvo junto a la cruz, diciendo: «Padre, perdona las ofensas que te hacemos los hombres, como Jesús y yo perdonamos a los que nos ofenden».

Para oírla en audio:

https://www.jovenescatolicos.es/2019/08/19/misteriosa-cruz-orar-con-gps/

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías