miércoles, 27 de febrero de 2008

TIEMPO DE AMIGOS

Qué maravilla tener al Señor tan cerca de nosotros, dando sentido a nuestra vida. ¡Jesús en el sagrario es el motor de la Iglesia, y de todo el mundo!

La Iglesia vive de la Eucaristía, y cada uno de nosotros tenemos que vivir de la Eucaristía.

Aquí parece que no tiene ningún poder, ni siquiera la vida: y sin embargo es el creador de la vida.

Como han hecho todos los santos para seguir al Señor hay que tener cintura, cambiar los esquemas, no aferrarse a lo que ya venimos haciendo.

Y ahora el Señor quiere que entendamos que somos Cristo que pasa para muchas personas.

Esta es la misión para la que el Señor nos ha puesto en esta tierra: salvar almas y santificarlas.

Jesús significa: Dios que salva. El nombre del Señor lo identifica con su misión: el Salvador.

Aquí lo tenemos en el sagrario, y nos suplica calladamente que le ayudemos.

Para eso nos ha dado la vocación, aunque personalmente seamos peores que los demás. Estamos para orientar en el camino a Dios.

La Iglesia con alguna frecuencia nos trae a nuestra consideración la figura del Bautista, que preparó la llegada de nuestro Señor.

Por aquel tiempo se presentó en el desierto de Judea, predicando –nos dice San Mateo 3, 1-12–: «Convertios, porque está cerca el reino de los cielos»

El mensaje es bastante fácil, es el siguiente:
Si queremos vocaciones, conversiones.

Si queremos conversiones, confesiones.

Luego: si queremos vocaciones, confesiones.

Y esto se consigue con las conversaciones.

Decía Napoleón, ese gran estratega: –hay muchos, y muy buenos generales en Europa, pero ven demasiadas cosas. Yo veo un punto importante y me lanzó sobre él, como si no hubiera otra cosa. Lo demás ya caerá.

Y por el contrario la dispersión de las fuerzas es lo más nefasto. Por eso en las batallas sólo puede haber una consigna que debe repetirse machaconamente.

Pues lo que el Señor quiere transmitirnos es que si queremos vocaciones, confesiones.

Esto es lo mismo que decir si queremos vocaciones diarias, confesiones diarias.

Estamos en la presencia de Dios y podemos preguntarnos:

¿por qué motivo no puede hacer apostolado una persona mayor o una persona enferma?

No será que no hacen apostolado de la confesión las personas mayores, porque no se siente animadas por nosotros.

Seguía diciendo el Bautista a la gente que se le acercaba: –Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Abrahán es nuestro Padre”

Las vocaciones, el fruto que dice el Señor que nos ha destinado, no se consigue de la noche a la mañana: lo nuestro no es esperar al maná extraordinario, llovido del Cielo, sino que nos santificamos con el trabajo apostólico ordinario.

Si queremos vocaciones, conversiones:

Es necesaria una conversión de la sociedad y de las personas, empezando por nosotros: es necesaria una conversión para recuperar la esperanza.

Pues aquí estamos nosotros. En la carta Ecclesia in Europa, dice la entradilla:

SOBRE JESUCRISTO VIVO EN SU IGLESIA Y FUENTE DE ESPERANZA PARA EUROPA

Juan Pablo II hablaba mucho esperanza, igual que el Papa Benedicto.

No pueden desanimarnos las dificultades: son un reto. Como para un montañero una cumbre.

Que sería de Teresa de Jesús sin su época, de San Josemaría sin las dificultades que tuvo. Eso desde Abrahán: –tendrás un hijo: Sara se rió.

La esperanza es la virtud que más necesita este continente viejo y cansado.

El cambio de ritmo en la labor apostólica nos puede parecer imposible. Y lo es para personas pesimistas...

Pero para eso está el Señor en el sagrario, para llenarnos de optimismo. Dios lo puede todo, puede quizá que tengamos que rezar más.

La situación actual puede llevarnos a la desesperanza: no podemos nada. Por eso hemos de reaccionar con fe en el Señor, no en nuestras fuerzas.

Aunque seamos poca cosa - san Josemaría se veía como un borrico- somos de Cristo, mejor dicho somos el mismo Cristo. Por eso debemos portarnos como él.

Una de las tentaciones permanentes y a veces más sutiles en la vida espiritual es la de basarla en nuestros propios esfuerzos y no en la misericordia de Dios, que es gratuita.

Te damos gracias Dios nuestro, porque nosotros somos mejores que los demás, somos el paladín de la ortodoxia, hacemos oración dos veces al día, no tomamos azúcar en el café...:

Así no puede ser nuestra oración.

Porque nuestra fuerza es la misericordia de Dios. No buscamos vocaciones para nuestra honra corporativa, sino que...

Deo omnis gloria, para Dios toda la gloria.

Aunque no somos mejores que los demás el Señor ha querido que en este Milenio que comienza nosotros, junto con otros cristianos, actuemos de médicos.

Si queremos conversiones, confesiones:
Hemos de contar con la gracia de Dios para la conversión nuestra y la de los demás

Más alegría hay por un pecador que se convierte que por 99 santos.

También le sucede a los médicos: no es lo mismo bajarle la fiebre a un griposo que sacar adelante a un infartado.

Medios humanos y medios sobrenaturales: pero eso no quiere decir que sean al 50%. La oración tiene que ser lo más abundante, porque eso es lo que convierte a las almas.

Porque los grandes evangelizadores han sido los santos.

Y Junto a los medios sobrenaturales, los medios humanos.

Si queremos confesiones, conversaciones:
esa es la base humana de la labor de apostolado, y es lo que hicieron los primeros cristianos.

Napoleón, que como decíamos antes, era un genio militar pero ganaba las batallas con una guerra convencional.

Se topó en España con una guerra de desgaste, la guerra de guerrillas.

Con un país que se levanta no se puede. El heroísmo de un pueblo inventó la guerra de guerrillas.

Esto contrasta con la decadencia de Roma: unos ciudadanos aburguesados que contrataban a otros para que luchasen.

Pues podíamos decir: ahora es el momento del apostolado personal, por la corporación en Occidente no surgen las vocaciones.

La guerra convencional de los ejércitos ha cambiado. Ahora 3 personas con varios cortaúñas ponen en jaque a la mayor potencia en el mismísimo Pentágono.

Un experto del CESID nos hablaba de la nueva guerra de redes compuesta por células que son autónomas.

En el terreno del apostolado, parece que el Señor quiere que haya un mínimo de estructura y mucha espontaneidad personal.

Por eso el espíritu de los primeros cristianos es muy adecuado para nuestro tiempo. Porque hay que vivir bien las cosas, porque sino la estructura acaba ahogando la iniciativa personal.

Esto es guerra de guerrilla.

El peligro es el excesivo peso de las cosas que conlleva la organización. Peligro que existe en este continente donde la Iglesia lleva tantos siglos, y hay tantas estructuras consolidadas.

Y entonces –podríamos preguntarnos– ¿quién habla de Dios? Porque parece que no da tiempo. Entonces esto se parecería a la leyenda del parto de los montes: una Gran Montaña que parió a un pequeño ratón.

No nos engañemos, los árboles crecen por las raíces, los hombres por los amigos. Los que tienen discípulos pero no amigos difícilmente podrán contar con una base humana sólida para el apostolado.

Sin la base humana no puede darse lo sobrenatural. Y un hombre sin amigos es un hombre pobre, por muy alto que haya llegado.

A veces pasa que decimos mis amigos. Y lo que son es sólo simples conocidos o conocidas.

Si nos fijamos, el Señor hizo la Iglesia con amigos de verdad: eligió a sus amigos. Igual nos toca a nosotros: porque los amigos se eligen.

Pero hay que tener paciencia. Después de tres años de trato pocos apóstoles fueron fieles en el momento duro de la Cruz. A pesar de haber sido formados directamente por nuestro Señor.

Aquellos hombres aunque eran amigos del Señor todavía no estaban preparados. Más tarde darían la vida por Jesucristo.

En la cruz sólo fue fiel un apóstol que se fue allí con María. Y además estaban las amigas de la Virgen.

CONVOCADOS

¿En nuestra lucha por ser santos estamos solos? Puede ser que para determinados asuntos, en algunos momentos no contemos con nadie: la vida es rica en circunstancias.

Pero no sería verdad que estamos solos. La fe nos enseña que estamos unidos, que hay personas, quizá sin conocerlas nosotros, que nos están ayudando.

Se nos dice de los primeros cristianos que «Perseveraban asiduamente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42).

Perseveraban en la común unión, en la comunión. Igual que nosotros. La certeza de sentirse ayudados por otras personas la han experimentado los cristianos de todas las épocas.

Y la comunión, desde el principio, se manifestaba en la oración y en la fracción del pan: en la Eucaristía.

Señor que ahora mismo ayude al que más lo necesite. Señor, te pido por los estén pasándolo mal, que sientan mi apoyo.

Es imposible que estemos solos, aunque poca gente conozca muestra lucha en esta tierra, en realidad hay un enjambre de espectadores que nos contemplan, que nos animan.

Se podría decir que deberíamos salir cada mañana al terreno de juego con la sensación de que jugamos en casa: la mayoría del público está a favor.

Ahora mismo hay gente en el cielo, que está intercediendo por cada uno de los que estamos aquí. Hay almas en el purgatorio que también rezan por nosotros y esperan nuestro apoyo. Y, finalmente, hay mucha gente en la tierra que pide por nosotros, quizá sin conocernos: sabemos que esto es un dogma.

No puede haber error en esto, no es fruto de nuestra imaginación. Es real que se da una comunicación entre las personas, y entre los bienes: comunión entre las cosas santas y entre las personas santas.

Por eso nos sentimos fuertes. Y, a la vez, con esa fortaleza que no es nuestra, podemos ayudar a otros: podemos ayudar mucho a la fidelidad de nuestros hermanos, aunque no los veamos, por medio de la comunión de los santos.

Señor que yo sea instrumento de unidad, de cohesión.

Decir comunión de los santos es lo mismo que decir Iglesia, que es la unión de todos los llamados por Cristo.

El Señor nos ha llamado, pero no aisladamente: estamos aquí porque tenemos la misma vocación: el Señor nos ha convocado.

Precisamente la palabra "Iglesia" ["ekklèsia", del griego "ek-kalein" - "llamar fuera"] significa "convocación".

Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios. Todos en la Iglesia estamos convocados.

Ya los primeros cristianos se reconocen herederos de aquella asamblea. En ella, Dios "convoca" a su Pueblo desde todos los confines de la tierra.

Después de haber confesado "la Santa Iglesia católica", el Símbolo de los Apóstoles añade "la comunión de los santos".

Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del anterior: "¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?" (Nicetas, symb. 10).

"Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia”. (Santo Tomás, symb.10).

Todos los cristianos de todos los tiempos estamos comunicados. Sucede que con nuestras oraciones, con nuestras obras, estamos ayudando ya al santo más grande que nacerá en el siglo XXI.

Como todos los cristianos formamos un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a otros. Y ante todo se nos comunica las cosas buenas de nuestro Señor, que es la Cabeza de este Cuerpo misterioso. Existe un flujo, una corriente, un ir y venir de gracias.

En especial es la sangre de nuestro Señor la que fluye, y que nos llega por los Sacramentos. Dice Santo Tomás: «el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia».

Cuando se celebra el principal de los Sacramentos, la Eucaristía, se realiza más perfectamente esta comunión. Dice el Catecismo Romano que «El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de [los Sacramentos] porque cada uno de ellos nos une a Dios... Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación” (Catech. R. 1, 10, 24)».

Unidos por la misma vocación nos van llegando continuamente las cosas buenas de nuestros hermanos.

Señor, que formemos todos un solo corazón y una sola alma (Act 4,32).

"Cuando por necesidad se está aislado, se nota perfectamente la ayuda de los hermanos. Al considerar que ahora todo he de soportarlo «solo», muchas veces pienso que, si no fuese por esa «compañía que nos hacemos desde lejos» –¡la bendita Comunión de los Santos!–, no podría conservar este optimismo, que me llena" (Surco n. 56).

San Josemaría identifica esa «compañía que nos hacemos desde lejos» con la Comunión de los Santos, que nos hace conservar el optimismo.

Señor, le decimos ahora, que nosotros sintamos siempre esta compañía.

En el n. 472. de Surco San Josemaría también describe una anécdota:

Comunión de los Santos: bien la experimentó aquel joven ingeniero cuando afirmaba: "Padre, tal día, a tal hora, estaba usted pidiendo por mí".

Esta es y será la primera ayuda fundamental que hemos de prestar a las almas: la oración.

Como se ve este punto de Surco tiene su historia, según nos cuenta Salvador Bernal en su libro sobre D. Álvaro del Portillo:

Un día de aquel año, en la recién instalada Residencia de Jenner -por tanto, no antes de la segunda quincena de julio-, el Señor hizo saber a don Josemaría Escrivá que un hijo suyo atravesaba una situación humana difícil: externa, no interior. Aunque se encontraba con los demás en una tertulia familiar, se interrumpió para pedir que rezaran con mucha fuerza una oración mariana -el Acordaos, de San Bernardo- por aquel que en aquellos momentos lo necesitaba de modo especial.

Desde entonces el Acordaos es una oración que dirigimos a nuestra Madre por los más necesitados: en una manifestación mariana de la Comunión de los Santos.

Y terminamos:

Acordáos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir —lo decimos a modo de chantaje— que ninguno de los que han acudido a Ti hayan sido abandonados.

LA LLAMADA QUE NOS HACE DIOS

«Jesús subió a la montaña, llamó a los que quiso, y se fueron con él. A los doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar» (Mc 3, 13-15).

El Señor nos ha llamado a nosotros también, a cada uno en unas circunstancias propias, distintas a las de los demás. En algunos casos subiendo a la montaña, y en otros bajando a la playa, pero aquí estamos ahora mismo acompañándole.

Somos los que trabajan más cerca de Él. Los de su séquito. Caminamos junto a Él, desde hace más o menos años: nos ha hecho compañeros para enviarnos a ayudar a otras personas.

Y, como los Doce, nosotros nos sentimos privilegiados por poder seguir al Señor tan de cerca. –Gracias, Señor, por estar siempre conmigo y querer servite de mí para hacer la redención.
Realmente es como para preguntarle con el poeta: ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras...? Y la respuesta es muy sencilla: nada; nada especial.

Había tantos a mi alrededor más apropiados para recibir la llamada del Señor... Con más condiciones humanas de inteligencia, de virtudes, de simpatía...

Y, sin embargo nos ha elegido a ti y a mí... por la razón más sobrenatural: porque le dio la gana.

Hace unos años comentando las palabras de San Marcos con las que hemos empezado la meditación, decía Juan Pablo II: Todos sabemos cuán necesarias son las vocaciones [...]. Y sabemos también que la disminución de las vocaciones es a menudo, [...]consecuencia de la reducción de intensidad de la fe y del fervor espiritual. [...].

Es una realidad que escasean la vocaciones de entrega total a Dios en el mundo que llamamos civilizado, y que es consecuencia de la falta de fe y de amor.

Parece un círculo vicioso: cuanta menos fe y amor a Dios, menos vocaciones de entrega. Y cuantas menos vocaciones, menos fe y amor.

Pero lo podemos convertir en un círculo virtuoso: si tenemos cada uno de nosotros fe y amor, habrá más vocaciones que “producirán” más fe y amor... y así sucesivamente.

–Señor, –le decimos ahora– que no nos falte nunca la fe y el amor, porque si nos faltase fe y amor, no podríamos ver el camino.

El lucero que el Señor nos encendió al besarnos en la frente no reluce cuando falta fe y cuando falta amor: se apaga.

No queremos –continuaba Juan Pablo II– silenciar con ello las dificultades, harto conocidas, que obstaculizan hoy, en Roma como en gran parte del mundo occidental, una respuesta positiva a la llamada del Señor.

Y es que se ha vuelto difícil [...] concebir y emprender proyectos [...]de vida que impliquen de manera [...]plena y definitiva.

Sería absurdo cerrar los ojos a una especie de crisis del concepto de compromiso para toda la vida.

Hace poco, en una reunión de formación de sacerdotes, hablando de los consejos pastorales a matrimonios, salía a relucir este problema: hay mucha gente que se ve incapaz de tomar una decisión seria para siempre.

Y aún menos fácil resulta a muchas personas concebir semejantes proyectos [...]como algo que nace[...] de la llamada de Dios [..] que él, desde la eternidad, ha concebido para cada persona.

Porque, al no tener fe, no ven a Dios, que es el que llama.

Por eso, el Papa nos pide: «redescubrir esa dimensión fundamental de nuestra fe»:

Y con la luz de la fe, veremos nuestra vida, como una vocación de Dios a la que tenemos que responder con nuestra libertad.

La vida humana encuentra todo su sentido, cuadra perfectamente, cuando contestamos a la llamada de Dios, que es la vocación. Porque el Señor nos ha creado con un fin. Y si no alcanzamos esa meta, habremos fracasado.

La vocación es una llamada divina, no una iniciativa nuestra. A una persona muy conocida, en una entrevista, le preguntaron que desde cuándo tenía vocación, y respondió:

Mira, Mercedes, no sé si me entenderás pero es desde antes de nacer.

Esta es la realidad, desde antes de nacer, porque Dios nos eligió antes de hacer el mundo para que realizáramos esta misión: (cfr. Eph 1,4);

Dios nos ha elegido: no nos apuntamos. No estamos aquí porque nos guste, ese sería un motivo pobre, humano. Estamos aquí por un motivo sobrenatural, Dios nos eligió.

Incluso puede ser que recibiéramos la llamada en contra de nuestra voluntad, pues nosotros no queríamos seguirle, y nos molestaba que nos propusieran esa idea.

Señor, gracias por haberme llamado a estar siempre contigo, a pesar de que no te entendía.

Nosotros podríamos contar nuestra historia: cuando nacieron los «barruntos» de nuestra llamada al servicio del Señor.

Desde entonces comprendimos que Dios estaba pendiente de nuestra vida, y se apoderó de nuestro alma la intranquilidad de buscarle, de mirarle, de tratarle, de quererle siempre más.

Y, con el tiempo, hemos descubierto que es una intranquilidad que da paz. Porque el Señor nos llena.

Fue un enamoramiento que inundó todo nuestro ser. Y no hemos seguido al Señor con mentalidad de víctima, pensando que hacíamos una renuncia heroica.

La vocación, el camino que Dios ha elegido para nosotros es un don sobrenatural, prueba del amor de predilección que Dios nos tiene a cada uno.

Decía San Josemaría en Forja, 422,
–¿No te gustaría merecer que te llamaran "el que ama la Voluntad de Dios"?

Sabemos que una de sus abuelas le había enseñado unos versos, que se le habían quedado muy grabados: "tuyo soy, para Ti nací, ¿qué quieres, Señor, de mí?"

Estaba persuadido de que Dios nos habla en todas las circunstancias y, por eso, insistía en la necesidad de descubrir el quid divinum de cada instante.

Ahora podemos repetirle también al Señor:
tuyo soy, para Ti nací, ¿qué quieres, Señor, de mí?

Decía Juan Pablo II:
Nuestra vocación es un misterio. Es, como escribí con ocasión de mi jubileo sacerdotal, «el misterio de un "admirable intercambio" —admirabile commercíum— entre Dios y el hombre.

Nosotros le entregamos a Dios nuestra humanidad para que sirva de ella como de un instrumento para salvar a otros.

Si no se capta el misterio de este "intercambio", no se logra entender cómo puede acaecer que un joven, al escuchar la palabra: "¡Sígueme!", llegue a renunciar a todo por Cristo, con la certeza de que por ese camino su personalidad humana se realizará en plenitud, (cfr. Don y misterio pág. 84).

Con la vocación, Dios nos confiere la gracia necesaria para llevar a cabo la misión que nos confía, a pesar de nuestros defectos. Quizá nos vemos como unos pequeños hobbits.

A nuestra Madre que por ser la esclava, también Ella mereció el título de "la que amaba la voluntad de Dios", le decimos que nos haga fieles en los momentos buenos y en los momentos que la gente llama malos, que son momentos de fe y de Amor.

sábado, 23 de febrero de 2008

EL AGUA CORRIENTE

Ver resumen
El Evangelio nos habla del encuentro del Señor con una mujer, que iba a buscar agua a un pozo porque no tenía agua corriente en su casa (cfr. Jn 4, 5-42.).

Es el conocido pasaje de la mujer samaritana, que cambió su vida después de estar con Jesús.

Debía de ser bastante incómodo tener que ir por agua cada vez que la necesitaba. Incómodo ir, y más incómodo volver.

Recuerdo un viaje a un pueblo de Andalucía, a casa de un amigo, que tenía un pozo antiguo en el patio de atrás. Había servido en tiempos pasados para no tener que ir fuera a por agua.

Antiguamente, me decía, la gente rica era la que tenía un pozo en su casa. Lo normal era tener que salir a una fuente del pueblo para conseguirla.
Por eso, lo del agua corriente fue un invento increíblemente práctico, y que mejoró bastante la vida de las personas, porque el agua es algo esencial para el hombre.

La Sagrada Escritura nos dice que en el desierto los israelitas le pidieron a Moisés: –Danos agua de beber (cfr. Ex 17, 3-7). Ese agua natural potable sin la que es imposible que se de la vida, pues el cuerpo humano está compuesto en gran medida de agua, y necesita de ese líquido elemento.

De ese agua que no está estancada, ese agua que corre, que la Escritura llama por eso, «agua viva» en contraposición del «agua muerta». Por eso el agua corriente, al ser un agua viva, es un agua que salta.

Señor, Tú eres de verdad el Salvador del mundo; dame de beber agua viva (cfr. Jn 4, 42), le decimos ahora.

Jesús vino a traernos ese Agua sobrenatural Corriente, que salta hasta la vida eterna. Es más, los cristianos que somos amigos de Dios, tenemos dentro de nosotros «un surtidor».

Los cristianos no tenemos necesidad de adorar a Dios en un templo concreto, porque el Señor habita en nuestro interior mediante la «gracia». Esto es un «regalo» muy especial que hace a sus amigos darle este «agua».

Hace años me contaba una persona que, estaba paseando por la explanada de un santuario, cuando, de repente salió de la capilla de confesionarios un hombre de unos cuarenta años saltando de alegría y gritando soy libre, soy feliz, soy feliz, hacía veintidós años que no me sentía tan feliz. A veces, el «agua de la gracia» hace saltar hasta físicamente.

El agua que trajo el Señor, es suya y de su Padre. Este agua es un «don del Espíritu Santo» que, como decimos en el Credo, la Tercera Persona de la Trinidad es «dador de vida» porque nos regala «ese agua».

Nada más empezar la Biblia, se cuenta como al inicio de la Creación «La tierra era caos y vacío, la tiniebla cubría la faz del abismo y el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas» (Gen. 1, 2).

Con esto se quiere explicar que, cuando todavía nada vivo, ni pájaros, ni plantas, cuando estaba el universo muerto, apareció el Espíritu de Dios para darle vida, «el espíritu de Dios», dice el Génesis, «se cernía sobre las aguas».

Cuando nuestra alma está muerta, sin vida; cuando hemos echado a Dios, el Espíritu se encarga de que volvamos a Él, de rehacernos.

Todo esto se lo estaba explicando Jesús a esta señora samaritana, que tenía bastante desparpajo y vida social. Había estado casada varias veces, y en la actualidad convivía con uno que no era su marido.

Como sabemos, se encontró con el Señor cuando iba por agua. Y Jesús aprovecha esa situación para hablarle del «agua sobrenatural».

El Señor le dice que Él tiene un tipo de agua que le quitará la sed para siempre. Que se formará dentro de ella una fuente.

Jesús mismo dijo: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba (…) De sus entrañas correrán ríos de agua viva». Y el propio evangelista explica que «se refirió con esto al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él» (Jn 7, 37–39).

Parecía imposible que aquella mujer rehiciese su vida después de tanto marido. Además, pensaría ella, sería imposible que Jesús le diera del agua que decía, si ni siquiera tenía cubo para sacarla del pozo.

Las palabras del Señor le parecerían increíbles, como increíble fue la aparición del agua corriente en el pueblo de mi amigo.
–Señor, le decimos como la samaritana, danos de ese agua que salta hasta la vida eterna.

Este Agua, la encontramos nosotros corrientemente en los sacramentos de la Iglesia y en la oración.

Mucha gente piensa como la Samaritana, que es imposible encontrar un tipo de agua que te quite la sed para siempre. Piensan que es absurdo creer que asistir a Misa o confesar con frecuencia te vaya a hacer feliz.

No se creen que, si frecuentas los sacramentos y haces oración, no hay que hacer viajes para ir en busca de la felicidad fuera de uno mismo. No creen que eso les vaya a mejorar la vida, porque, piensan que no sirve para nada.

Y, es verdad, parece que no te ocurre nada cuando haces oración, vas a Misa o te confiesas. Pero inexplicablemente la gente que lo hace está más optimista y tiene menos complicaciones.

Y los que no siguen este camino, curiosamente tiene que seguir yendo al pozo y, vuelven a tener sed ,porque lo que beben no les satisface.

Cuentan que un fraile le dijo a su superior, un fraile–jefe, que quería dejar la oración porque no le decía nada, que para hacer una burla mejor no hacerla…

El superior no dijo nada, y le pidió que cogiera una cesta sucia de mimbre del almacén y que fuera al río para traerle agua.

El fraile, como era buena persona, obedeció y al volver con la cesta vacía, el superior le dijo: ¿no traes agua? El fraile contestó, como era lógico, que no, porque al intentar llenar la cesta de mimbre el agua se había escapado por los agujeros.

Entonces el fraile–jefe le hizo ver que, por haber hecho eso, ahora la cesta estaba más limpia que antes de meterla en el río. Eso mismo nos pasa con los sacramentos y la oración.

Teresa de Jesús, antes de su conversión, estando enferma, tenía en su habitación una pintura de esta escena que estamos meditando de la Samaritana.

Aparece el momento en el que aquella mujer, simpática y de vida desarreglada, le pedía al Señor: –dame de ese agua. Así también podemos hacer nosotros: –Señor danos de esa agua, así no tendremos más sed.

Ignacio Fornés y Antonio Balsera

jueves, 21 de febrero de 2008

SANTIDAD EN LO ORDINARIO

Muerto Herodes vino Arquéalo. En Egipto reciben la noticia de que Herodes había muerto, ya estaban allí instalados. Podía Dios enviar a José a cualquier lado porque era un gran trabajador.

Cuanto más nos formemos más disponibles seremos.

Nos dice San Mateo en el final del capítulo 6: Buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura. A cada día le basta su propio afán, su preocupación, su contrariedad. Debemos dejar las cosas en las manos de Dios. Así vivían la Virgen y San José, siempre alegres confiando plenamente en el Señor.

Vuelven a Nazaret con sus preocupaciones y afanes corrientes, buscando cada día el Reino de Dios y su justicia sin pensar en el futuro. Al inicio del libro Jesús de Nazaret, Benedicto XVI habla de la concepción de la figura del profeta y explica que esa palabra tiene dos acepciones. Una la persona que habla cosas del futuro y la otra el que habla en vez de Dios. Esta segunda, explica, es la más importante, el que nos guía en el presente, en el día a día.

Los pueblos paganos se ocupaban mucho del futuro y por eso buscaban adivinos, nigromantes. Salomón buscó una adivina para ver si iba a ganar a los filisteos…
Jesús, decimos en el Credo es el que habló por los profetas, nos guía diciendo que a cada día le basta su propio afán, que no pensemos en el futuro, no nos impacientemos por él, que miremos al presente y busquemos en el hoy el camino para ir a Dios.

Sed perfectos como mi Padre celestial. Si uno lo piensa esto es imposible antológicamente, pero si lo tomamos con prefacio que de ahí viene la palabra perfecto si tiene sentido, es decir, como acabar hasta el final las cosas diarias.

Por eso estuvo 30 años en Nazaret, y por eso esos años son tan importantes para nosotros. Años levantándose, desayunando, yendo al trabajo por la misma calle o en la misma casa, los mismos muebles, prácticamente comiendo lo mismo, las mismas amistades, yendo a la sinagoga todos los sábados… un día y otro día, una semana y otra. El Evangelio no dice nada porque hizo lo mismo que todo el mundo. Pero ¿no es este el hijo del carpintero? Dirán asombrados.

Después, durante su vida pública la gente que le conoce hará referencia también a esos años cuando digan todo lo ha hecho bien. Se extrañan de las cosas extraordinarias pero no de las ordinarias, como diciendo ¿los milagros que hace? Es que de siempre todo lo ha hecho bien.

La perfección, la santidad está en las cosas pequeñas: la santidad “grande” está en cumplir los “deberes pequeños” de cada instante (Camino 827).

Cuida las cosas pequeñas le recomendaban a un niño, y este respondió ¿de qué tamaño? Lo pequeño es lo de todo los días porque son las cosas que las almas grandes tienen muy en cuenta. Ahí ven los santos las posibilidades de servir al Señor, como las vio Jesús en los días monótonos de Nazaret.

Santidad y lo pequeño van juntos: porque fuiste fiel en lo poco pasa al banquete de tu Señor, in pauca fidelis (cfr. Mt 25).

Hijos míos o lo encontráis en vuestra vida ordinaria o no lo encontraréis nunca. Nazaret: todo tan humano y todo tan divino.(cfr. Conversaciones).

–Día tras día bendeciré tu nombre por siempre jamás…

¡Con qué ojos de cariño, de alegría miró Jesús a aquella viuda que echaba todo lo que tenía en un pequeña moneda! Y como nos recordaba San Josemaría: Dale tú lo que puedas dar .

Sería la misma mirada que tantas veces dirigió a María en el silencio de los días de Nazareth cuando veía el cariño que ponía por cuidar a Dios minuto a minuto.

Enseñame, Señora este camino.

sábado, 16 de febrero de 2008

QUÉ ME IMPORTA GRANADA SI ME FALTAS TÚ

Ver resumen

El milagro de la Transfiguración llena de felicidad a los tres Apóstoles, que acompañaron a Jesús. Tanto, que hace exclamar a San Pedro: Señor, ¡qué bien se está aquí! (Mt 17, 4). También en nuestra vida hay temporadas de este tipo: son los «momentos tabor».

Los mismos que estuvieron en el monte de la transfiguración estarán con el Señor cuando su rostro estuvo en el huerto de los Olivos, pero esta vez el rostro del Señor se veía «transfigurado por el dolor».

En nuestra vida se darán igualmente esos momentos, en los que acompañamos al Señor en su Pasión, y le consolamos con nuestra amistad.

Más tarde los Apóstoles aprenderían la lección: lo importante es acompañar siempre al Señor. Y lo difícil es hacerlo cuando hay dificultades.

Por eso, para que no nos vengamos abajo en los momentos duros, a veces nuestro Dios nos regala situaciones dulces.

Cuando estamos con Él, somos felices, tanto si nos encontramos en medio de los mayores consuelos del mundo, como si estamos en la cama de un hospital entre grandes dolores.

Un ejemplo de esto lo encontramos en la enfermedad que pasó la primera mujer de la Obra, María Ignacia García Escobar antes de morir. Estaba enferma de tuberculosis y sufrió mucho.

De ella San Josemaría escribió cuatro meses antes de su muerte: Día de San Isidro — 15 V 1933: Ayer administré el Santísimo Viático a mi h. María García. Es vocación de expiación. Enferma de tuberculosis fue admitida en la O., con el beneplácito del Señor. Hermosa alma. (…) Ama la Voluntad de Dios esa hermana nuestra: ve en la enfermedad, larga, penosa y múltiple (no tiene nada sano) la bendición y las predilecciones de Jesús y, aunque afirma en su humildad que merece castigo, el terrible dolor que en todo su organismo siente, sobre todo por las adherencias del vientre, no es un castigo, es una misericordia (A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, Tomo I, p. 440).

Estar con el Señor. Buscarle. Esa es la receta para todo: –Tú rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu rostro (Sal 26).

Ese es el truco para convertir lo malo en bueno, el dolor en alegría. Algo que para muchos es imposible y absurdo.

Hay un mártir vietnamita que escribió una carta desde la prisión donde estaba. Cuenta con toda naturalidad, cómo se puede ser feliz en una situación desesperada. Te la leo:
«Esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias (…), peleas (…) angustias y tristezas. »Pero Dios (…) está siempre conmigo y me libra de las tribulaciones y las convierte en dulzuras (…). »En medio de este tormento que aterrorizaría a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy solo, sino que Cristo está conmigo».

–Señor, contigo al fin del mundo, le podemos decir ahora.

Una vez, a una persona le preguntaron a dónde le gustaría ir en vacaciones. Respondió: –mira, lo importante no es dónde vayas, sino con quién vayas.
Si se va con el Señor, da igual dónde vayamos. Porque, aunque tengamos dificultades, somos felices siempre.

Señor que podamos decir lo que te han dicho durante siglos: Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro (Sal 139).

Darnos cuenta de que el Señor está aquí cerca ahora, a unos metros, nos llena de alegría, nos gusta.

Lo curioso es que, algo tan sencillo y eficaz como estar cerca del Señor, mucha gente no lo sabe. Y es una pena porque se lo están perdiendo.

Cuentan que en una ocasión, Cristóbal Colón fue invitado a un banquete. Se le había asignado, como era lógico, un puesto de honor.

Uno de los invitados le tenía mucha envidia por el temilla del descubrimiento de América. Por eso, en cuanto tuvo ocasión le dijo en voz alta: Si usted no hubiera descubierto América ¿acaso no habría otros hombres en España que lo hubieran hecho?

Colón, para contestar esa pregunta le propuso un juego ingenioso. Se levantó, tomo un huevo de gallina fresco e invitó a todos los presentes a que intentaran ponerlo de pie por uno de sus extremos.

A muchos les pareció absurdo. Casi todos lo intentaron y ninguno lo consiguió. Al final, se acercó el famoso descubridor, tomó el huevo, lo golpeó ligeramente contra la superficie de la mesa hasta que se hundió un poco la cáscara de uno de los extremos, y lo puso en posición vertical sin problemas.

El envidioso exclamó: claro, así cualquiera. Y Colón contestó: Sí, cualquiera. Pero “cualquiera” al que se le hubiera ocurrido hacerlo. Y terminó diciendo: Una vez que descubrí América, cualquiera puede ir, pero alguien tuvo antes que tener la idea. Y alguien tuvo después que decidirse a llevarla a la práctica.

Este hecho os lo cuento para hacer ver que existen soluciones sencillas y eficaces que alguien las ha pensado y las ha hecho con éxito. La oración es una de esas soluciones, algo que no es complicado y funciona.

Vamos con el Señor cuando lo tratamos como a un amigo. Por eso, para ir siempre con el Señor hay que hacer oración, hablar con Él.

Nos dice San Lucas que subió el Señor con los Apóstoles al Tabor «para orar» (Lc 9, 28). Y en el huerto los Apóstoles tendría que haber estado orando, pero se durmieron, y por eso no fueron capaces después de acompañar a Jesús en el otro monte, el del Calvario.

Nosotros empezamos a ser amigos de Dios cuando comenzamos a tener un tiempo en nuestro día para Él.

Llegará un momento en que seamos inseparables, y las cosas duras dejaran de serlo si vamos con Él. Y al revés, le diremos: –qué me importa Granada si me faltas Tú.

Así vivió María, buscando en todo estar cerca de Jesús. Y se entretendría, recogida en oración, imaginándoselo. Eso es lo que más alegría le da.

I. Fornés

ABANDONO

San Mateo nos cuenta la tragedia de San José (cfr. Mt 1,19). En la tradición judía, con los desposorios se les consideraba marido y mujer. Después se hacía el traslado de la mujer a la casa de marido.

Antes de que vivieran juntos vio que María había concebido. Era una situación dramática. No podía dudar de Ella: bastaba mirarla, era todo alegría, daba paz verla, serenidad…

Además, teniendo a Dios tan cerca todas sus virtudes se habían incrementado. No sólo era la llena de gracia sino que tenía dentro al autor de la gracia y eso por necesidad le salía fuera. Así lo notó, por ejemplo su parienta Isabel (cfr. Lc 1,46 y ss).

El Evangelista nos dice de José que era justo y debía repudiarla porque no era el padre de aquella criatura. En la ley estaba previsto que, quien daba libelo de repudio, debía manifestar públicamente por qué rechazaba a su mujer, para que el repudio no fuera algo arbitrario y no se dieran abusos.

José pensó repudiarla en secreto (cfr. Mt 1,19), no sabemos cómo. Podía abandonarla sin más. En este caso el que quedaba mal era san José no la Virgen. Quedaría como un canalla porque se iba en secreto después de haberla dejado embarazada. Es posible que pensara dejar el pueblo y no volver más. Estaría dispuesto a eso, así es san José.

Y la Virgen ¿por qué no le dice nada? Hablando le evitaría ese drama a un hombre tan bueno como José. Pero ella está acostumbrada a moverse en los planes de Dios y nunca se le adelanta en las decisiones que toma, sabe que no es propietaria de ese misterio.

Ella sabe que todo esta en las manos de Dios y que lo único que tiene que hacer es abandonarse a la providencia de Dios. El Señor a veces hace sufrir, pero su amor cuenta con eso.

Estaba José considerando estas cosas, dándole vueltas, si debía alejarse de María que era lo que más quería en este mundo, le costaba la misma vida esa decisión. Eso es amar, sacrificarse para que la otra persona no sufra: nos dice el Evangelio que no quería exponerla a ninguna infamia (Mt 1,19).


También en nuestra vida puede haber momentos críticos, en los que no sabemos cómo actuar.


Y estas crisis pueden ser buenas o malas, dependiendo de si nos hacen crecer o no.

¿Qué debemos hacer? Lo que hizo José, rezar, hacer oración. Cuando ya estaba decidido Dios interviene, pero le deja que le de vueltas en su oración, incluso que llegue a una conclusión de lo que debe hacer…

Como me decía un amigo desde Rusia: el Señor nos concede todo, pero nos hace trabajar hasta el final.


Entonces apareció el ángel en sueños: José hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en Ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo (Mt 1, 28).


José pensaría, en un principio, que sobraba en todo aquello, sin embargo, el ángel incluso le da una misión, un papel en todo el misterio: hacer de padre del hijo que espera María: Ella dará a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. (Mt 1,28)


A veces podemos pensar, más frecuentemente de lo que nos imaginamos, que no cuentan con nosotros, que no somos útiles, que sobramos. A las personas mayores les puede pasar que, a medida que pasan los años, parece que cuentan menos, que pierden protagonismo, que no es lo de antes.


A las personas jóvenes les puede suceder que piensen que las cosas las harán otras personas.


Y, en cualquier caso, resulta que estamos siendo protagonistas de una historia divina. Estamos como José, ayudando a Dios.


El Señor nos ha llamado porque quiere contar con nuestra colaboración. La Iglesia crecerá, como Jesús, porque detrás está el mismo Señor. Detrás de ti, está Dios.


¡Qué alegría la de José! Es tan fiel que el Señor sabe que, hasta hablándole en sueños, va a seguir sus planes. Hacía oración hasta durmiendo.


Pasados los meses, el César sacó un edicto para hacer un censo. José y María sabían que Jesús debía nacer en Belén y ellos estaban en Nazareth. Pero no se ponen nerviosos: esperan a que Dios vuelva a mover su ficha y aprovecha una circunstancia del mundo de los hombres.


Dios les da la señal: el edicto romano. Dios es el Señor de la Historia. Aparecería por las calles el pregonero y leería la orden: por orden del César Romano, como dice el villancico.


No se fueron con mucho tiempo de Nazaret para llegar a Belén, y poder preparar así todo con calma. Qué cosa más racional hubiera sido esto, pensando sólo a lo humano.

Pero ellos esperan a que les siga guiando la Providencia: no desconfían ni se ponen nerviosos… Dios hace la cosas con su lógica.

Llegan a Belén y, nada más llegar, nace Jesús. Dios que no sabe esperar, en cuanto puede viene a nuestro encuentro. Eso es Belén: una manifestación del amor de Dios.


El Señor se ha subido a nuestra barca, ahí está. Parece dormido como cuando estaban los discípulos cruzando el Lago que mientras lo cruzaban se durmió. Entonces vino la tormenta y, cuando empezó el peligro y a temer que morían le despertaron, no esperaron por el miedo a morir ahogados: Maestro, Maestro que perecemos ¡Qué diferencia con la actitud de María y de José!


¿Dónde está vuestra fe? Les recrimina, no veis que estoy con vosotros en la barca, es imposible que se hunda.


Él se levantó increpó al viento y a las olas y se produjo la calma… Así iban los Apóstoles aprendiendo a confiar en Jesús.


En los últimos meses de 1931 san Josemaría estaba en una situación que podríamos decir límite.


Económicamente mal. Tenía a su cargo a su familia que vivía como podían en la casa adjunta al Patronato de Enfermos, en Madrid. Una casa hecha para una sola persona, el capellán.


Allí vivían como podían, más mal que bien. El mismo se extrañaba cómo podían vivir así. La vida era como un milagro diario.


Al final de noviembre la situación se agravó, tanto que tuvo que pedir un prestado a un amigo y luego un préstamo al banco de 300 pesetas.


Además tenía muchísimo trabajo del patronato y debía también hacer la Obra que Dios le pedía.


Y para colmo de males no tenía solucionada su situación canónica en Madrid con el riesgo de que le pudieran echar de la capital.


En esta situación, lo que más le pesaba a San Josemaría no era la cruz que le enviaba el Señor si no la que debían sufrir su madre, y sus hermanos Carmen y Santiago.

Por eso le pedía al Señor: dame la Cruz sin Cirineos…
Pero rectificaba, porque aunque le dolía tanto le parecía que esa petición era una Cruz a su gusto…


Su conformidad con la voluntad de Dios llegó a tal punto que escribía: Jesús, ahora que realmente la Cruz es sólida, de peso, arregla las cosas de modo que nos llena de paz.


Señor ¿qué Cruz es ésta? Una Cruz sin Cruz.

Con Tu ayuda, conociendo la fórmula del abandono, así serán siempre todas mis cruces. El Señor le devolvió la paz de un soplo al comprobar la actitud de su madre y hermana, por eso escribía: Dios nuestro Señor está inundando de gracia a los míos (…). Ahora no es conformidad: es alegría. Definitivamente, en esta casa estamos todos locos.

Él mismo se asombraba: estoy pasmado de ver con qué tranquilidad, como si hablara del tiempo, mi pobre madre decía anoche: “nunca lo hemos pasado tan mal como ahora”, y, luego, seguimos hablando de otras cosas, sin perder la alegría y la paz.

Dios abre una puerta y cierra otras para llevarnos donde Él quiere, no nos resistamos a entrar por donde nos indica.

Vigilar ante una tentación que insidia siempre todo camino espiritual: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar.

Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar nuestra inteligencia y nuestra capacidad de acción.
Pero no debemos olvidar que, sin Cristo, no podemos hacer nada (cfr. Jn 15, 5).
( cfr. Novo millenio ineunte, n. 38)

Saberse amado por Dios lleva a pasar del activismo a la serenidad, de la rebeldía a la confianza, del conflicto interior a la unidad, de la complicación a la sencillez interior.... de la soledad a la Presencia de Dios.
(Cfr. Juan Manuel Roca, Cómo acertar con mi vida, p. 155-156.)

Vivimos en una sociedad en la que se pretende tener todo bajo control. Beber con control…“Yo controlo”…se suele escuchar entre los jóvenes.


Nada debe quedar a la improvisación…Y en todo se busca seguridad, que no haya lugar para el riesgo, y si lo hay también se controla, como en los deportes de alto riesgo…


Todo esto suena a vivir la vida de espaldas a Dios: –Yo sin Dios puedo hacer muchas cosas, montarme la vida, no necesito de Él.


Abandonar la vida en manos de Dios suena a infantilismo, a no dominar tu propia vida, a depender de Otro…


Pero luego sucede que controlarlo todo resulta imposible. Trae de cabeza a las personas.


No hay más que ver a los inversores de bolsa…, al mínimo movimiento imprevisto de divisas…zás…Pierden la cabeza, pronto se deben tomar las decisiones…


La naturaleza es incontrolable: Hay terremotos y fenómenos naturales imprevistos…

Y ante esta realidad todos somos iguales.
Esta pretensión del hombre choca con las palabras que el Señor dirigió a los discípulos después de contarles la parábola del rico insensato:
Por tanto no estéis preocupados por vuestra vida: qué vais a comer; o por vuestro cuerpo: con qué os vais a vestir. (…)

Se controla todo: los regímenes de comidas, no aumentar el peso, la línea…Y de la ropa, mejor no hablar: En las rebajas siempre hay que comprar, hay que ir a la moda, lo que una temporada estuvo en auge, dos meses después ni te lo pongas…

Por todas esas cosas se afanan las gentes del mundo.

Creen que así dominan, controlan…

Bien sabe vuestro Padre que estáis necesitados de ellas. Buscad más bien su Reino y esas cosas se os añadirán”. (Mc 12, 22-34)

Dios conoce muy bien nuestras necesidades. No es un Dios tirano, despreocupado de sus hijos…

Aunque en ocasiones no entendamos bien porqué suceden cosas que escapan a nuestro control… Reveses profesionales, complicaciones familiares…


Él sabe que necesitamos tener paz, trabajo, vocaciones…
Buscad más bien su Reino y esas cosas se os añadirán”.
Abandono no significa vivir despreocupados de las cosas, no hacer lo que debemos…
Es hacerlas y ya está. Sabiendo que lo demás corre de su parte… En definitiva es no decir yo hago, sino hágase en mi. Así dijo la Virgen: fíat.

Fornés & Martínez

sábado, 9 de febrero de 2008

EL DIABLO SE VISTE DE PRADA

Ver resumen
Jesús fue tentado por Satanás (Cfr. Mt 4, 11). Él lo permitió para enseñarnos a vencer las tentaciones.

El diablo siempre se mueve con astucia. Nos conoce. Lleva siglos haciendo lo mismo. Ofrece exactamente lo que nos apetece en cada momento. El diablo es capaz de cualquier cosa, y, a veces, incluso se viste de Prada.

Satanás, nos tienta aprovechando nuestras necesidades. Pero también se aprovecha de nuestra vanidad y de nuestras ambiciones.

Los que practican el judo, dicen que hay que saber aprovechar los movimientos del otro para derribarlo. Pues Satanás sabe como aprovechar hasta nuestras cosas buenas –nuestras fuerzas– para derribarnos.

Podemos repetirle ahora al Señor: no nos dejes caer en la tentación.

El diablo es un buen negociante. Conoce las técnicas del marketing. Por eso, las tentaciones dan gato por liebre. Trata de vendernos cosas estropeadas. Lo suyo es la publicidad engañosa.

Hacer lo que nos pide es llevarnos al huerto aunque parezca que no, aunque pensemos que nos va a mejorar la vida. Va quemando etapas hasta que consigue tenernos para él. Hay un cuento antiguo que nos muestra su manera de actuar.

Un hombre rico se arruinó por completo y se quedó sin nada para comer. Eso le llevo a estar triste y preocupado.

Un día que iba solo por el monte se encontró con el demonio. El tentador sabía por qué estaba triste. Le propuso que si le obedecía en todo le sacaría de la pobreza y le haría el hombre más rico del mundo. Entonces hicieron un pacto.

Satanás le dijo que fuera a robar donde quisiera y que él lo protegería. Cuando estuviera en peligro solo tenía que llamarle y decir: «Socorredme, don Martín».

El hombre fue de noche a casa de un mercader, y, al llegar, la puerta se la abrió el propio diablo, que hizo lo mismo con la caja fuerte, y se llevó mucho dinero.

Al día siguiente hizo un robo muy grande, y después otro, hasta que fue tan rico que ya no se acordaba de la miseria que había pasado.

No satisfecho con haber salido de la pobreza, siguió robando hasta que lo cogieron. Pero, cuando le pusieron la mano encima, llamó a don Martín que llegó de prisa y le libró en seguida.

Al ver el hombre que don Martín cumplía su palabra, volvió a robar. En uno de estos robos fue otra vez preso, le llamó pero don Martín no acudió tan de prisa como él hubiera querido.

Los jueces habían empezado ya a hacer sus investigaciones. Cuando llegó el diablo, el hombre le dijo: –¡Ah, don Martín, cuánto miedo he pasado! ¿Por qué no habéis venido antes?

Le contestó que estaba ocupado con un asunto muy urgente y que por eso se había retrasado, pero le sacó de la cárcel.

De nuevo robó y de nuevo le pillaron. Esta vez le condenaron a muerte. Don Martín recurrió al indulto real y de este modo volvió a libertarle.

Siguió robando y otra vez lo cogieron. Llamó a don Martín, pero cuando vino el hombre estaba ya al pie de la horca.

Al verle le dijo: –¡Ay, don Martín, que esto no era broma! No sabéis el miedo que he pasado.

El diablo le dijo que no se preocupara, que traía una bolsa llena de dinero para sobornar al juez y así librarlo de la muerte.

El juez había dado ya la orden de ejecución y estaban buscando una cuerda para ahorcarlo. Mientras la buscaban, se acercó el hombre al juez y le tendió la bolsa que le había dado don Martín.

Pensando el juez que tendría mucho dinero, intentó librarle de la horca. Empezó a decir que Dios no quería que se ahorcase a ese hombre porque no encontraban la cuerda para hacerlo.

Se apartó un poco para ver el contenido de la bolsa y, en lugar de dinero lo que encontró fue una soga para la horca.

Cuando estaba con la cuerda al cuello, volvió a llamar a don Martín para que le salvase como otras veces. Pero don Martín replicó que él siempre ayudaba a sus amigos hasta el momento en el que se los podía llevar.

Termina el cuento con una enseñanza: El que en Dios no pone su confianza, en lo principal sufrirá malandanzas.

En el fondo quiere engañarnos en más importante, que desconfiemos de Dios, porque él odia a Dios.

Señor, Tú eres mi refugio y fortaleza, que nunca desconfíe de Ti.

Satanás va poco a poco. Volvamos a las tentaciones de Jesús. En la primera tentación, el Señor se sentiría débil después de haber estado muchos días sin comer. Justo en ese momento se acerca el tentador y le dice: di que estas piedras se conviertan en pan.

Conoce nuestros puntos débiles y sabe cuando actuar. El diablo nos tienta en el mejor momento: cuando nos tumbamos en el sofá y encendemos la tele, cuando vamos a divertirnos a un sitio donde hay poca luz, mucha música y poco espacio, cuando hemos pillado el puntillo, cuando estamos enfadados porque nos han regañado por algo o nos ha salido mal un examen.

Jesús rechaza con energía lo que le pide el diablo, aunque también se lo pidiese el cuerpo. Y reacciona así, porque Jesús había venido a hacer la voluntad de su Padre y no a darse gusto.

Señor ayúdanos a cortar con la tentación. Date prisa en socorrernos.

En la segunda tentación, el diablo le dice que se tire desde lo alto del templo, a la vista de todos, porque Dios no permitirá que caiga al suelo.

Si hacía lo que Satanás le pedía, todo el mundo quedaría admirado y muchos le seguirían con facilidad: ¡qué cosa más inteligente! podríamos pensar.

Eso mismo quiere el diablo: que busquemos quedar bien en todo lo que hacemos. Pero no descaradamente: que busquemos quedar bien nosotros, pensando que también lo hacemos por los demás.

En la última tentación, el demonio ofrece a Jesús la gloria y todos los reinos de la tierra, si se arrodilla y le adora.

Esta tentación es la peor de todas: que no sirvamos a Dios, que le sirvamos a él. Es muy raro encontrarnos con gente que adore al diablo directamente, eso es lo que él querría.

Pero indirectamente le adoramos cuando consigue que hagamos su voluntad, y no lo que Dios nos dice. El Señor es nuestro Padre, y quiere nuestro bien.

Satanás, lo sabe, y como lo odia, quiere que nosotros desconfiemos de Dios, y así seamos felices.

Indudablemente contra Dios nada puede, pero contra nosotros, que somos sus hijos si. Y como ve que el Señor nos quiere tanto, intenta lograr nuestra perdición.

Todo lo que Satanás sabe es engañar. Nunca dice la verdad completa. Envuelve con papel de regalo la soga con la que quiere asfixiarnos.


En definitiva, el demonio siempre promete y da algo de placer, para que piquemos el anzuelo. Pero la felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Se ve después. Además crea adicción, porque es una droga que nos hace esclavos.

María nunca actuó con engaño, siempre vivió cara a la Verdad. Y sus vestidos son de luminosos.

Ella nos ayudará a descubrir las mentiras del diablo, que aunque se vista de Prada nos es tan mono, tiene cuernos para herir a los demás.

sábado, 2 de febrero de 2008

LOS FELICES AÑOS DE NUESTRA VIDA

Ver resumen
Viendo Jesús que había mucha gente que le rodeaba, aprovechó para enseñarles algo importante y les dijo: Bienaventurados los pobres de espíritu... Bienaventurados los que lloran... Bienaventurados los que sufren persecución... (1)

Es fácil imaginarse el desconcierto y la sorpresa de todas las personas que le oyeron: ¿Bienaventurados los pobres, los que lloran, los que sufren persecuciones?

Y nosotros ahora podríamos pensar: –Pero, Señor, ¿cómo dijiste eso? Era la mejor manera de que se fuera todo el mundo, y no precisamente detrás de ti.

La gente pensaba, y sigue pensando, que la felicidad está en tener dinero, en tener salud, en sentirse aceptado por los demás...

Efectivamente, el dinero puede conseguir cosas buenas. La riqueza no es mala. Es preferible tener dinero que no tenerlo.

Pero un hombre puede ser infinitamente desgraciado aunque tenga muchas cosas. A veces habría que decir: –¡Qué pena esa familia: le ha tocado la lotería: ahora empezarán todos a pelearse! Por eso, el Señor siguió diciendo aquel día: ¡Ay de vosotros, los ricos! (2)

Luego, de la salud todo el mundo dice que es lo más importante. Es el dios de la actualidad, por eso es fácil oír: –Yo, por lo menos tengo salud, que es lo más importante.

No hay más que ver cómo se cuida la gente. Antes la gente acudía a los sacerdotes y a las iglesias para cuidar su alma. Hoy ya casi no se ciuda el alma: van a los médicos y a las clínicas y salas de belleza para cuidar su cuerpo.

El dinero, la salud y sentirse aceptado por los demás. Entre la gente joven esto último es importantísimo.

En eso consiste la moda: en ser aceptado por los demás por la forma de vestir o de hablar. Hay personas que no hacen ciertas cosas porque no pega, porque no lo hace casi nadie, por el qué dirán.

Jesús enseña precisamente lo contrario: que la felicidad está en la pobreza, en el sufrimiento, en la enfermedad, en lo que nos hace llorar y sufrir, en ser perseguido y en no caer bien. En lo que solemos llamar desgracias. Su enseñanza definitivamente no está de moda.

La enseñanza de Jesús traducida en el lenguaje de hoy sería algo así: «Bienaventurados los fracasados porque ellos serán felices; bienaventurados los que se van a esquiar y se rompen una pierna; bienaventurados los que han pillado una gripe hace dos meses y no la sueltan; bienaventurados los que tienen un cáncer; bienaventurado si se te casca el ordenador; bienaventurados los arruinados y los que suspenden un examen injustamente... En fin, bienaventurado serás también el día que te deje tu novio» (aunque, como dirían algunos, en este caso se puede entender un poco más).

Hablando con una persona que ha estado tres meses en Togo, decía que allí carecen de todo.

Comen siempre lo mismo, hay bichos de los que si te pican te pueden matar, visten todos iguales, no precisamente a la moda… y, sin embargo, están felices. Los niños están siempre sonriendo y cuando están en la escuela, cada vez que cambian de clase, cantan una canción.

Jesús también fue feliz en la pobreza: ¡nació en un establo! No es que sea necesario irse a Togo para ser feliz o nacer en un establo.

Lo que ocurre es que la mayoría de las veces, lo que nos hace mejor es la pobreza o la enfermedad, el no ser aceptado por los demás, porque todo eso nos lleva a rezar más y a estar más unidos a los que nos quieren.

Por eso dijo Jesús: Bienaventurados los pobres… porque el dinero muchas veces desune. Las desgracias son las que, de ordinario nos acercan más a Dios, y nos hacen mejores.

Podríamos decir que ni la pobreza, ni la riqueza dan la felicidad porque la felicidad está en otra cosa.

Te leo un poema que se titula "Contraste":

Ellos que viven bajo los focos clamorosos del éxito
y poseen
suaves descapotables
y piscinas
de plácido turquesa
con rosales
y perros importantes
y ríen entre rubias satinadas
bellas como el champán,

pero no son felices,

y yo que no teniendo nada más que estas calles
gregarias
y un horario
oscuro
y mis domingos baratos junto al río

con una esposa y niños que me quieren
tampoco soy feliz.

EL Señor, que está aquí, nos ve, pero no como nos ven los hombres, que ven solo la apariencia. Él ve el corazón.

Lo importante en nuestra vida no es tener dinero, salud o ser aceptado por los demás. Lo importante no es tener sino ser: ser bueno, con riqueza o con pobreza. Así es nuestro Dios: Bueno. Dios es bueno con riqueza, toda la creación es suya.

La propia vida nos enseña cómo, muchas veces, las personas que tienen salud, que son guapos, con dinero, que les aplauden allá por donde van… suelen ser arrogantes.

En cambio, cuando uno tiene pobreza, fealdad en su vida… acude a Dios más fácilmente porque se ve necesitado. Lo que nos hace ser buenos es unirnos a Dios, porque Él es bueno.

Los arrogantes no piden nada, van sobrados, por eso son mal vistos por los demás. Por eso la gente dice: esa es una creída o una prepotente, porque mira por encima del hombro, porque desprecia a las que no son como ella, a las gordas o a las feas. ¡Ay de vosotros, todos lo que sois aplaudidos por los hombres (…)! dijo también el Señor (2).

Cuando uno va de creído o de chulo, eso no le hace mejor. Dios da su gracia a los humildes, no a los creídos, porque sabe que si les da algo es peor, porque se lo creen todavía más.

Señor, danos un corazón humilde, no arrogante.

Las Bienaventuranzas señalan el camino que conduce al cielo. Normalmente es un camino difícil en el que hay que confiar en Dios, que saca bien del mal, y de los grandes males, grandes bienes.

En la Sagrada Escritura se nos habla de un personaje que tiene mucha paciencia y confianza en Dios. A Job le pasó de todo, pero él no desconfió nunca de Dios. Confió en Él cuando era rico y todo le iba bien: tenía tres hijas y siete hijos, 7.000 cabezas de ganado, 3.000 camellos, 500 asnas…

Y, cuando fue perdiéndolo todo y le ocurrieron infinidad de desgracias –la muerte de sus hijos, el robo de todo su ganado, una enfermedad dolorosa–, siguió confiando en Dios (Libro de Job).

Jesús quiere que aprendamos a confiar y abandonarnos en Dios incondicionalmente ante el hambre, la pobreza, los fracasos... porque la realidad no termina ahí: quizás nunca seremos ricos en esta tierra, pero si confiamos en nuestro Padre del cielo tendremos más felicidad que los ricos en esta vida, y luego en la otra. Pues, como dice San Josemaría: «La felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra» (3).

Hay gente que confía en Dios, pero no incondicionalmente: te venga lo que te venga. El síntoma de que uno no confía lo suficiente en Dios es que a veces se pone triste ante las desgracias.

En esta vida hay que pasárselo bien, si no nuestra confianza en Dios no funciona, no es incondicional.

Me contaba un sacerdote que, un día, yendo por la mañana a celebrar Misa, temprano, iba con la cara seria; se paró en un semáforo y un mendigo se le acercó, le miró y dijo: –¡Padre! con esa cara no va a convertir usted a nadie.

Es cierto: tenemos que estar siempre contentos. La confianza en Dios es lo que nos da la alegría; no la riqueza, ni la pobreza. Esa confianza nos hace bienaventurados.

La Virgen confía sin poner condiciones, sin depender de las circunstancias, por eso reza: «Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador (...) Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada» (4).

(1) Evangelio de la Misa: Mt 5,1–12. (2) Cfr. Lc 6, 24 ss. (3) Forja 1005 (4)Lc 1,46 ss.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías