viernes, 24 de mayo de 2019

EL RETORNO DEL REY



La semilla de Dios
La yerba de Satán
El retorno del Rey

LA SEMILLA DE DIOS

Satanás es un pobrecito que no sabe amar. Pero el caso es que el amor es una semilla de Dios y al ser el diablo una criatura, en su interior también tiene el amor, no puede ser de otra forma, él tiene amor pero amor propio. El amor se lo refiere a sí mismo. 

Si nos dijeran cuál es la esencia del amor, en qué consiste, seguramente los filósofos dirían que el amor es esencialmente un regalo. Amar es regalar, como decía la publicidad de unos grandes almacenes. El que ama regala porque el amor consiste en eso.

En principio no hay interés en los regalos que hacemos. No se regala para que nos regalen a nosotros, eso sería comercio. Yo te doy para que tú me des.

Como saben los teólogos, Dios es Amor: un Padre que da todo a su Hijo. Todo, absolutamente todo, y se queda sin nada. Evidentemente, menos su Personalidad de Padre, eso no se lo puede entregar. Pero todo su Ser de Dios lo entrega a su Hijo.

Y el Hijo recibe todo ese regalo, y se lo devuelve dándolo absolutamente todo, y solo se queda con su Persona de Hijo. Y esa entrega de ambos es tan grande que es Dios mismo, que no es Padre ni Hijo, sino el Amor de ambos y como tiene Personalidad distinta le llamamos Espíritu Santo.

El hombre, hecho a semejanza de Dios, está creado para amar y, sin embargo, por el pecado introducido por Satanás, nace con esa inclinación a amarse a sí mismo antes que a los demás. Incluso se nota en los niños que les sale espontáneamente el egoísmo: quieren todo para ellos, y no les sale, de forma natural, decir gracias.

Por esa razón el ser humano tiene que ser educado en la generosidad, porque por el pecado original, lo natural en él es el egoísmo, el amor propio.

LA YERBA DE SATÁN

Desde muy pequeños nos viene ya la tentación de mandar. Nos convertimos en mandones desde la infancia.

Queremos que se haga nuestra voluntad en los juegos, que nos compren lo que nos apetece y en el momento. E incluso cuando rezamos se nos viene la tentación de pedir: Señor, que se haga nuestra voluntad y no la tuya.

Nuestra codicia nos lleva a desear contentarnos en primer lugar a nosotros, sin importarnos desobedecer, para hacer nuestro gusto.

Todo lo que intenta el Demonio es que desobedezcamos a Dios, porque por su voluntad nos llega todo lo bueno.

La misión que tenemos que realizar aquí en la tierra la realizamos siguiendo los consejos de nuestro Padre Dios, que quiere nuestra felicidad. Que seamos dichosos como Él es.

Satanás consiguió que Adán desobedeciera porque, al ser el primero de la estirpe de los hombres, todos los demás seres humanos procederían de un padre desobediente y heredarían
su misma condición; Dios había concedido al hombre el poder de dar la vida a sus semejantes, que nacerían a su imagen.

Pero, al mismo tiempo que el primer hombre desobedeció, Dios le prometió un Redentor que lo liberaría de la esclavitud a la que se vio sometido por Satanás (cfr. Gn, 3, 15). Y el egoísmo fue una de las secuelas de ese primer pecado. Así es el reino del Demonio, es un reino donde el Amor de Dios da paso a la esclavitud que produce el amor propio desorbitado.

Precisamente la misión de Jesús era devolver al hombre a su estado original. Y por supuesto, Satán, como es tan egoísta, no esperaba que la solución de Dios pasará por Su entrega total, porque el enemigo tiene mucha experiencia, pero no posee el verdadero Amor.

Como dicen algunos Padres, Satán no tenía la certeza de que Jesús fuese Dios; por eso –pensando que solo era Hombre– intentó por todos los medios desviarlo de su misión, y cuando no pudo, intrigó para eliminarlo. Sin sospechar que, precisamente, la aceptación de la muerte por parte de Jesús iba a
ser el acto de obediencia que reconciliaría al hombre con su Creador.

El Mesías era el heredero del Rey David, por eso algunos evangelistas incorporan las genealogías en su escritos, para demostrar que Jesús, provenía de la familia real, por línea
directa (cfr. Mt 1, 17; Lc 3, 23-38).

Todos esperaban que su mandato fuese tan próspero como el de su antepasado e incluso más (cfr. Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, La infancia de Jesús, p. 37 ss).

Pero en tiempos de Jesús el reino de Israel había caído en manos extranjeras, Herodes no era judío sino idumeo. (cfr. Ibidem, p. 38) y como sabemos buscó al Niño para matarlo, al enterarse de que había nacido en Belén (Mt 2, 13).

Y Jesús aparecerá en su vida pública, dispuesto a cumplir las promesas que Dios había hecho a su Pueblo.

EL RETORNO DEL REY

Satanás quería desviar al Mesías de su misión. Que pusiese su interés particular por delante de Dios. Como también sucede en la política: hay personas que, por encima de los intereses generales, ponen su realización personal.

Para algunos lo fundamental es llegar al poder. Pretenden, sin duda, servir a los demás, pero su objetivo es mandar. Y para llegar a esa meta vale todo, porque lo importante es llegar al gobierno. Y una vez instalados allí –piensan– podrán hacer el bien. Satanás se dio cuenta de que Jesús es el Mesías, el heredero de David, llamado para reinar.

Sabía el demonio que Jesús es una persona inteligente, que no solo conocía las Escrituras sino que además las practicaba, porque vivía virtuosamente.

Para Satanás ha llegado ya el momento de quitarse la careta, y lo hace en la tercera tentación. Le va a insinuar que con el poder llegará muy lejos: y le muestra lo majestuoso que es.

Ya el diablo tentó al primer Adán con la codicia, que es la raíz de todos los males (1 Tm 6, 10)... Y el deseo de poder es lo peor de la codicia. Ahora, ante Jesús, su tentación se presenta como nueva pero suena a vieja.

Es como si Satanás le dijera a Jesús: –Toma de la fruta del poder, es apetitosa, se puede hacer mucho bien con ella. No solo conocerás a los hombres, sino que llevarás a cabo grandes empresas. Tú estás llamado a gobernar, dominarás la tierra. Pero para eso tienes que postrarte ante mí. Yo soy aquí
el que mando. Tienes que dejarte llevar por mí.

El diablo no solo le promete su ayuda para gobernar Israel, sino todos los reinos de la tierra.

El monte es un lugar de oración y Satán lleva allí a Jesús para hacerle su propuesta. El demonio pretende ponerse en lugar de Dios y lo imita hasta en esas cosas externas: lo traslada al lugar donde tradicionalmente en Israel se solía hablar con Yahveh.

Jesús es el heredero del Rey auténtico de Israel. Y la virtud peculiar de un gobernante es la prudencia que lleva al hombre a actuar de forma justa, como afirman los clásicos; lo mismo que decir, de forma “adecuada a la realidad”.

El que manda ha de tener en cuenta la verdad. Pero lo que de verdad ha de presidir las decisiones de un gobernante es el bien. Por eso el amor es la finalidad de todas las decisiones de un hombre prudente.

Todo se ha de hacer por amor. Pero también con amor, porque las formas son muy importantes. No solo el fin ha de ser bueno también los medios que se emplean.

En la liturgia de la Misa hay una oración en la que se dice que los cristianos debemos hacer las cosas por Cristo, y con Él. Que es como decir que hemos de hacer las cosas por Amor y con Amor. Porque Jesús es Dios y lo que caracteriza a Dios, su esencia, es ser Amor. Por eso es lógico que se nos recuerde que hagamos las cosas con Amor... Con Él, y no solo por Él.

Pero en esa oración se dice que también debemos hacer las cosas en Cristo. Porque el cristiano tiene que ser el mismo Cristo: hacer las cosas en Él, porque no somos hijos de Dios por nuestra cuenta, sino en cuanto conectados a Él, que es el Hijo con mayúsculas.

Todo ha de realizarse por Él, con Él y en Él. Todo se ha de realizar en Verdad, pero también por Amor, con Amor, y uniéndonos al Amor de Dios.

Por eso el gobierno en la Iglesia no se ha de ver en clave de poder. Indudablemente la virtud del gobernante es la prudencia, que no es solo una cuestión teórica, sino muy práctica.
P
La verdad no está solo para ser conocida, sino para ser llevada a la práctica. No conviene que seamos unos intelectuales que solo se quedan prendados por la belleza de la sabiduría. El esplendor de la verdad no debe paralizarnos, sino que nos debe llevar a actuar. Nos gusta conocer las cosas de Dios. Pero lo importante es llevarlas a la práctica.

Cuando vivía en Roma, me encontré escritas, en una vidriera, unas palabras que san Pablo escribe a los efesios (4, 15). La frase, centrada en un ventanal, decía: Veritatem facientes in Caritate. Que podríamos traducir como: llevando a la práctica la Verdad por medio del Amor. Y al pasar los años, he pensado que la cita de esa carta del Apóstol podría resumir la forma de gobernar en la Iglesia.

sábado, 18 de mayo de 2019

9. EL SALTO


¿Fracasos?
¿Por qué no actúa Dios?
Abandono audaz

¿FRACASOS?

Como es lógico, en nuestra propia vida espiritual deseamos que los resultados sean positivos, que todo salga lo mejor posible, que haya fruto. Pero los resultados no pueden hacernos olvidar que en primer lugar está la búsqueda de Dios, no nuestra realización personal.

Si el éxito en la vida interior se viese como parte de la realización de nuestro “ego”, el batacazo sería grande. Ninguna parcela de nuestra vida debe de estar por encima de Dios y menos el terreno espiritual.

Porque el triunfo interior –por alcanzar cualquier virtud– debe ser una fuente para acercarnos más a Dios. Sin Él no podemos nada, y menos en las batallas espirituales. Y para descubrir quién ocupa el centro en nuestra vida, si es Dios o nuestro yo, basta con experimentar un fracaso en la lucha por mejorar. Los bajones ante nuestros fracasos suelen indicar que hemos contado mucho con nuestras fuerzas y poco con la gracia de Dios, y por eso se nos hace difícil asimilar la propia humillación.

Si ya es penoso que las cosas buenas de la vida nos oculten a Dios, todavía es más absurdo, que lo que nos separe de él sea la religiosidad. Incluso la teología podría separarnos de Dios si esa ciencia la tomásemos como un trampolín para nuestro éxito personal.

Es conocida la historia, que relata un autor irlandés, de un diablo inexperto que se inicia en su trabajo tentando a un ser humano. Pero el diablo novato fracasa en su intento; tanto es así, que aquel hombre tiene una conversión espiritual; entonces el diablo inexperto escribe una carta lacrimógena a su infernal tío, contándole el caso.

Y el diablo mayor le contesta, animándole: –No te preocupes, tiene arreglo. Ahora que cree en Dios, intenta que se haga una idea falsa de Dios.

Podríamos decir que lo que busca el demonio, es que ya que el hombre tiene la Palabra de Dios, que la lea de tal forma que su lectura le impida ver a Dios. Por eso, no es extraño que el mismo diablo cite la Sagrada Escritura para hacer caer al mismo Jesús en la trampa. En este caso es el Salmo 91, que habla de la protección que Dios ofrece al hombre fiel. Satanás, utiliza la Biblia porque a las personas espirituales las tienta a través de las cosas espirituales.

El diablo muestra ser un gran conocedor de las Escrituras. Y es así. Satanás tiene una inteligencia privilegiada y una gran fe en Dios, pero desconoce la humildad y el amor.

Precisamente, la segunda tentación aparece como un debate entre dos expertos, porque los dos lo eran. Esto es un aviso para nosotros: lo importante no es tener un conocimiento profundo de los libros sagrados, sino que nos sirvan para nuestra salvación y la de los demás. Que el Señor no tenga que reprocharnos que sabemos mucho y no actuamos según nuestras creencias, como dijo a los que escuchaban a los doctores de la ley: haced lo que dicen, pero no lo que hacen (cfr. Mt 23, 3).

¿POR QUÉ NO ACTÚA DIOS?

La soberbia, el orgullo, hace que desconozcamos lo importante. Podríamos tener un conocimiento profundo de cosas accidentales, pero ignorar lo que más nos interesa. La verdad siempre nos lleva a la humildad: nuestro lugar en el mundo no está por delante de Dios.

Conviene repetir que la soberbia, planta que cultiva Satanás en nuestro corazón, nos hace pensar que Dios no quiere actuar en nuestras vidas, o es indiferente a nuestros problemas, o es que quizá no existe.

Ya lo hemos dicho, para algunos la mejor posición con respecto a la existencia de Dios, no es negarla –pues declararse ateo puede resultar demasiado fuerte– pero tampoco aseguran lo contrario, sino que se quedan en un punto medio, son agnósticos. No tienen certeza pero tampoco lo niegan.

En ese caso, los hechos que aparecen en la Biblia en los que Dios interviene no serían reales, sino fabricados por el deseo que tiene el hombre de que Dios exista, para que le garantice que todo va a salir bien. En ese caso el deseo de Dios se convierte en el deseo de éxito. Por eso, si la comunicación con Dios no fuese posible, tendríamos que confiar solo en nosotros y en lo que se puede alcanzar con el dinero.

En la discusión teológica de la segunda tentación, Satanás insinúa que en el caso de que Jesús sea el Hijo de Dios, le corresponde el éxito humano. Así que lo mejor sería, hacer una demostración arrojándose al vacío desde lo alto del lugar sagrado, porque sin duda Dios lo librará, ya que está llamado a triunfar.

Satanás pretende insuflarnos optimismo, para que si las cosas no salen según las hemos pensado, nos venga el bajón, y desconfiemos de que quiere nuestro bien. Pero el cristiano no tiene por qué ser un pesimista, ni tampoco un sembrador de “buenismo” bobalicón.

Las palabras ‘optimismo’ y ‘pesimismo’ que usamos ahora —decimos que una persona es optimista para decir que está de buen humor o que tiende a ver el lado bueno de las cosas— fueron inventadas en broma para herir de un lado la doctrina de Leibniz, optimista, y las ideas...de Voltaire, pesimistas”.
(Martín Hadis, Borges, profesor, Barcelona 2002).

Por eso el primer argentino ha dicho: “es útil no confundir optimismo con esperanza. El optimismo es una actitud psicológica frente a la vida. La esperanza va más allá. Es el ancla que uno lanza al futuro y que le permite tirar de la soga para llegar a lo que anhela... Además, la esperanza es teologal: está Dios de por medio” (Sergio Rubin/Francesca Ambrogetti, El Papa Francisco, Barcelona 2013, cap.15).

Y en el escudo del primer Papa Santo del siglo XX se puede ver un ancla. Él explicaba el motivo por el que la había puesto: “recuerda la Esperanza ‘que tenemos como ancla segura y firme para el alma’ (Hb 6, 19). La esperanza, no en los hombres, que solo es ocasión de calamidad y desengaños; la esperanza en Cristo”. (Monseñor Sarto, 15 de marzo de 1885, cit. en José María Javierre: Pio X, Barcelona 1952, p. 114).

Así se entiende que en la tumba de los primeros cristianos aparece en muchas ocasiones la imagen del ancla, que se consideraba un símbolo de firmeza.

En medio de la movilidad del mar, ella es la que asegura. En el cristianismo primitivo el ancla se convirtió en símbolo de Cristo, en quien ponemos nuestra esperanza.

Por todo esto en la segunda tentación el diablo quiere que Jesús ponga a prueba a su Padre Dios exigiéndole un triunfo innecesario, que haría que todo los presentes en el templo de Jerusalén queden admirados ante un hombre que baja espectacularmente desde el pináculo del templo (cfr. Mt 4, 5-6).

La respuesta de Jesús de nuevo está tomada del Deuteronomio (6, 16): ¡No tentaréis al Señor, vuestro Dios! Estas palabras de Jesús se refieren a la rebelión de los israelitas contra Moisés en el desierto cuando corrían peligro de morir de sed.

En realidad no solo era una rebelión contra el Jefe del Pueblo, sino que una rebelión contra el mismo Dios, que lo había nombrado. Exigían a Yahveh que demostrara que era Dios y por eso en la Biblia se describe el suceso con estas palabras: Tentaron al Señor diciendo: ¿Está o no está el Señor en medio
de nosotros? (Ex 17, 7).

Aquellos, al dudar de Dios, pretenden someterle a una una prueba. Como diciendo: si no vemos no creemos. También a nosotros podría pasarnos si solo reconoceríamos como real lo que pudiéramos experimentar. Entonces si no sintiéramos la presencia del Señor sería como si Él no existiese. Y así, desconfiando, no podríamos conocerle ni quererle.

Quien pensase de este modo, se convertiría a sí mismo en Dios.

En esta vida caben dos opciones: o nos fiamos del amor que Dios nos tiene o nos fiamos de nuestro amor propio, de nuestro propio criterio. Más tarde o más temprano tendremos que decidir de quién fiarnos.

ABANDONO AUDAZ

La escena de la segunda tentación tuvo como escenario el lugar más elevado del templo, y eso nos lleva a pensar en la cruz, cuando Jesús fue elevado sobre la tierra (Jn 12, 32).

En la segunda tentación, Cristo no se arroja desde lo más alto del templo, como quería el diablo. No salta al abismo desde allí.

Pero desde la cruz, sí que lo hace. Desde el madero, Jesús desciende al abismo de la muerte. Siente en lo humano el desamparo propio de los indefensos, y se atreve a dar ese salto como prueba de la confianza que tiene en su Padre. Y así, demuestra también el amor que tiene por los hombres.

Jesús sabía que en la cruz, dando el salto del abandono, solo podía caer en las manos bondadosas del Padre. Este es el verdadero sentido del Salmo 91, que Satán citó torcidamente.

La verdad es que quien sigue la voluntad de Dios, a pesar de todos los horrores que le ocurran, nunca perderá una última protección.

El fundamento del mundo es el amor, y el cristiano sabe que cuando ningún hombre pueda o quiera ayudarle, él puede seguir adelante poniendo su confianza en Aquel que le ama.

Quizá, una de las cosas más difíciles de la vida espiritual, es el abandono, una confianza absoluta en Dios, aunque uno vea lo contrario a lo que nos pide. Fiarse, aunque no se entienda.

Cuentan que un alpinista ilusionado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación. Pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros.

Su afán por subir, lo llevó a continuar cuando ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, la luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.

Subiendo por un acantilado, a solo unos pocos metros de la cima, se resbaló y cayó por el aire en medio de la oscuridad... Pasaron por su cabeza todos los momentos buenos y malos de su vida. De repente, sintió el tirón de la cuerda en su cintura que le sujetaba. En ese momento, suspendido en el aire, gritó:
–¡Ayúdame Dios Mío!
Y una voz le contestó desde el cielo: –¿Qué quieres hijo mío?
–Sálvame.
–¿Realmente crees que yo te pueda ayudar?
–Por supuesto, Señor.
–Entonces, corta la cuerda que te sostiene.

Aquel alpinista, aterrorizado, se agarró todavía más fuertemente a la cuerda. Al día siguiente, el equipo de rescate encontró al alpinista muerto, agarrado fuertemente con las manos a la soga... ¡a tan solo dos metros del suelo...!

jueves, 9 de mayo de 2019

8. EL ÉXITO

      
Ocupar el sitio de Dios 
Someter a Dios a un examen
Confiar en Dios o en nosotros mismos



OCUPAR EL SITIO DE DIOS


El corazón humano en esta tierra tiene unas ganas enormes de triunfar. San Juan llama a este deseo concupiscencia de los ojos, como si el hombre quisiera deslumbrarse por los focos del éxito.

Si le preguntas a las niñas, muchas te dirán que quieren ser famosas, y los niños, jugadores de un gran equipo de fútbol, que la camiseta con su nombre y número la lleve mucha gente en todo el planeta.

Las chicas quisieran tener una estrella en una avenida de Hollywood como las grandes actrices, y ellos desearían triunfar en una sola operación de bolsa, forrarse, y tener de novia a una supermodelo.

Los adultos, dependiendo, desean que les toque la lotería, o ganar unas oposiciones, disfrutar de una buena jubilación, tener una buena calidad de vida. Podíamos decir que es la aspiración del éxito a la medida de un pequeño burgués.

El diablo sabe de esa ansia que tiene el hombre por triunfar y lo quiere utilizar para conseguir su objetivo. Lo que busca con las tentaciones es que nosotros queramos ocupar el sitio de Dios. Eso es lo que el enemigo quiso: hacerse el amo.

Nos tienta para que nosotros nos parezcamos a él, seamos de su bando. Ocupar la silla de Dios. En la segunda tentación de Satanás a Jesús, se observa que lo que pretende el enemigo es, que el Mesías desee ocupar el sitio de Dios. Porque bien sabe el demonio que el hombre tiene muy arraigado el deseo de triunfar. Por eso el profesor John Dewey, uno de los más afamados filósofos que ha tenido los Estados Unidos, decía que el impulso más profundo de la naturaleza humana es “el deseo de ser importante” (cit. en la famosa obra de Dale Car- negie, Cómo ganar amigos e influir en las personas, edición de 1981, cap. 2).

Y ya que el ser humano tiene muy arraigado ese deseo de triunfar, lo que busca el demonio es que en vez de servir a Dios, nos “sirvamos de Dios” para conseguir todo. Como si Dios fuese un anillo de poder. Quiere el enemigo de nuestra alma que tomemos a Dios como un instrumento al servicio de nuestros fines. Así rebajamos a nuestro creador, tratándolo como un sirviente: algunas veces Dios sería tratado como un Servidor importante, pero no dejaría de ser un Criado al que utilizamos para nuestros fines.

En la segunda tentación, el diablo, que es bastante listo, no va de frente. Y viendo que Jesús es una persona virtuosa, utiliza la misma palabra de Dios, pero desvirtuándola.

Lo que busca es que el hombre desconfíe de Dios. Y para que el hombre pierda la esperanza en Dios tiene que empezar con una premisa. Lo que busca es que pongamos a prueba a Dios. ¿Dios te quiere o no te quiere? ¿Dios falla o no falla? ¿Dios está contigo o no está contigo? Venga, comprueba si Dios es fiable.

Pero Satanás no es tan burdo, lo que nos insinuará es:
–Seguro que Dios te hará triunfar. Humanamente, seguro que si estás con Dios te irá siempre bien. Incluso si te arrojaras desde un quinto piso Dios es tan bueno contigo que te salvaría.

Pero el demonio no es tonto y sabe que Dios respeta la ley de la gravedad, y si uno se tira de un quinto piso, el tortazo sería morrocotudo. Así, uno no se fía, ni de su padre. Para ser ángel tiene muy mala idea.

Algunos cristianos se sienten sin esperanza, porque después de años no consiguen tener éxito en los planes que se habían hecho.

Otros dejan de confiar en Dios porque en su familia ha sucedido una desgracia. Y puede que desde el fallecimiento de uno de sus parientes dejen de tener relación con Dios, porque no le perdonan que se los haya llevado de su lado.


Otros no entienden cómo les puede ir mal la situación profesional, con lo eficaz que podría ser su vida si tuviera un trabajo mejor.


Todas estas personas tienen en común una cosa: piensan que Dios les ha defraudado. Y algunos más descreídos pueden llegar a plantearse la existencia de un Dios que no debe ser ni tan bueno ni tan poderoso cuando no hace nada por ayudarles.


Uno puede preguntarse por qué ocurre eso. Por qué hay gente que con el tiempo ha perdido la esperanza. Ya no confía en Dios como al principio. Las cosas no salen como había previsto en su juventud. Sin duda, han caído en las redes de Satanás.

El éxito humano, el dinero y nuestro ego son cosas buenas. Lo que hace el diablo, es intentar anteponerlas a Dios. Primero soy yo que Dios, primero mi “realización personal” que Dios, primero el dinero y después Dios.

SOMETER A DIOS A UN EXAMEN

En la segunda tentación que nos narra el Evangelio, el demonio lleva a Jesús a un lugar sagrado, nada menos que al templo. Y desde allí le dice que se tire porque es bueno confiar en Dios, que sin duda le librará de una muerte segura.

La tentación de Satanás es bastante inteligente. Jesús, era un hombre que confiaba en su Padre Dios, luego la tentación tiene que ir por ahí. El anzuelo tiene siempre que llevar una cosa buena para ser picado. A algunas personas el demonio les tienta con el dinero, a otros con el éxito humano, y a otros con el éxito espiritual. Cosas todas buenas.


La idea siempre es la misma, que el hombre se estrelle por haber confiado en Dios. A ver si Dios falla al hombre. Y si vemos que nos falla desconfiaremos de Él. Para que no te fíes ni de tu padre...

Para que se estrelle y desconfíe de Dios, el hombre tiene que empezar sometiendo a Dios a una prueba. El comienzo de la falta de fe es que yo me coloco por encima de Dios para hacerle un examen. Me pongo en el lugar de Dios y le digo que Él tiene que hacer algo.

Pero Jesús no dialoga con la tentación, ni se traga el anzuelo. En cambio, mucha gente buena se viene abajo cuando la vida profesional no marcha, cuando tiene un problema familiar.

Satanás quiere que el hombre someta a Dios a una prueba, porque eso ya es empezar a desconfiar, y si las cosas no salen al gusto del hombre, entonces se confirmará la sospecha que el demonio introdujo. Y al ver que Dios le falla, el hombre pondrá todas sus esperanzas en las cosas de la tierra.

Tírate, que Dios te librará. El hecho de tirarse es ya una locura, un suicidio. Y eso, fue precisamente lo que el demonio insinuó a Jesús. Y era esa una prueba límite porque veía que el Señor era una persona importante. Quería que pusiera a prueba a Dios en una cosa grande.

Con nosotros las pruebas son a otro nivel. Nos podría decir:
–Confía en que Dios te aprobará sin estudiar. Confía que siempre tendrás éxito en la vida. Si Dios te quiere, todo tiene que irte bien.

Lo hace para que piquemos el anzuelo. Y cuando la cosa salga mal nos insinuaría: –Pierde la esperanza en Dios: cuando las cosas te salen mal, eso es porque Dios no te quiere.


A otros menos espirituales dice: Ves que rezando no salen las cosas, es porque quizá Dios no exista. Y si Dios quizá no existe entonces tú en la práctica vete a por las cosas materiales.


CONFIAR EN DIOS O EN NOSOTROS MISMOS

Está claro, en nuestra vida hay dos caminos: confiar en Dios, que puede considerarse un riesgo porque no se le ve, o buscar la seguridad en las cosas humanas, que siempre se pueden tocar. En este caso el dinero es la representación de lo tangible. Como Dios no es visible, existe la tentación de buscar apasionadamente lo que reluce. Esa actitud que –hemos repetido– san Juan llama concupiscencia de los ojos.

Pues, algunas de esas personas que buscan el éxito en primer lugar, teóricamente no se declaran ateos, sino agnósticos, como diciendo que a lo mejor Dios existe, pero no se puede demostrar experimentalmente, por eso piensan que más realista es poner la esperanza en el dinero.



John Henry Newman, de familia de banqueros, conversaba en una ocasión con un importante hombre de negocios de la City de Londres, que ya había tomado su opción en la vida de amar al dinero sobre todas las cosas, por eso era un hombre que presumía de sus riquezas y se mostraba partidario del agnosticismo. Si uno no está seguro de la existencia de Dios hay que agarrarse a las riquezas materiales.


En un momento de la conversación Newman escribió en un papel la palabra Dios y sacó de su bolsillo una moneda. La puso sobre la palabra, tapándola, y preguntó:

–¿Ve lo que he escrito?
–No. Solo veo una moneda
–Efectivamente, porque el dinero le ciega, e impide que vea a Dios.

Según nos cuenta Newman, el banquero había tomado la decisión de buscar en primer lugar las cosas tangibles y eso le impedía ver lo importante. Lo mismo que aquel chico ingenuo –del que nos habla el Evangelio– que pidió a su padre el dinero de la herencia. Efectivamente, Jesús contaba la historia de un hijo pródigo que abandona la casa de su padre para gastar su fortuna divirtiéndose con extranjeras, viviendo lujuriosamente en un país lejano (cfr. Lc 15, 11-32).


La tentación de Satanás se repite desde el inicio diciendo algo así: Tu padre no quiere tu felicidad, búscala por tu cuenta.


Es como si nos dijera: –Sal a ver mundo... y llénate los ojos de las cosas bellas que hay. Porque Satanás nos sugiere que nos estamos perdiendo cosas que nuestro Padre no quiere enseñarnos.


Esta tentación se repite una y otra vez de distinta forma. El enemigo quiere que desconfiemos de Dios. Es como si di- jera: –Tu Padre no es posible que se haga cargo de lo que tú sientes. Él vive en su mundo, tú en el tuyo, móntatelo por tu cuenta.


Se vuelve a repetir la insinuación de la Serpiente antigua, que quiere que sospechemos de Dios y que deseemos ser dioses sin contar con Él. Como ocurrió en la primera tentación de la historia de los hombres (cfr. Gn 3, 1-20)


En un primer término, haciéndonos creer que la comunicación con Dios no es posible, como paso previo para que perdamos la confianza en Él. Y efectivamente es difícil encontrarnos con Dios si lo tapamos con nuestras ambiciones, a las que hemos convertido en ídolos.

En realidad, muchas veces hemos ocultado a Dios con nuestra preocupación por el dinero o por el éxito. Pero Él emplea siempre medios para que le podamos reconocer. Él nos habla si nosotros queremos escucharle. No es una casualidad que la Biblia sea el libro más editado de la historia universal. Dios se empeña en ser reconocido por los hombres que tienen buena voluntad.

El diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo.

Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que  te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra (Mt 4, 5-6).

Y la respuesta de Jesús es tajante. No dialogó. Es un dardo al centro de la tentación. El Señor dice algo así como:
–No quiero colocarme en el lugar que corresponde a mi Padre; no quiero ponerle en un compromiso; no quiero someterle a una prueba. Está escrito: no tentarás al Señor tu Dios.

Aunque lo que te ocurra parezca una cosa trágica: Dios, de los males saca bienes. Confía en él como un hijo pequeño confía en su padre.

El enemigo intenta que los amigos de Dios fracasen en sus buenos proyectos. El Señor permite nuestros fracasos, para dar luego un giro inesperado: del mal saca bien.

El fracaso humano más estrepitoso de Jesús, su muerte en una cruz, ha sido lo que le ha llevado a su gloria más grande. Nadie como él ha influido tanto en la historia de la humanidad. También nuestros fracasos pueden significar avances enormes. Los grandes personajes de la historia fracasaron muchas veces, y a algunos el triunfo les vino después de muertos: eso le sucedió a Isabel I de Castilla o al mismísimo Ximénez de Cisneros, que aunque murieron con la sensación de que su obra había fracasado, no fue así, sino muy al contrario. Porque la estela de esos dos buenos gobernantes trascendió  a su tiempo y dio fruto más tarde. Dios no pierde batallas, si esperamos en Él.


FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías