lunes, 30 de septiembre de 2019

HUMILLADO

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Burro

El Señor es humilde de corazón, y paradójicamente, también es Rey. Esta bienaventuranza se refiere también a la Virgen. Ella es Reina, precisamente porque es humilde. Y la paradoja es que es Señora, porque es esclava. Así ocurre con los santos: con su humildad conquistan el Reino de Dios.

Estando en una plaza de Granada, delante de la parroquia de San Ildefonso, una señora del barrio me dijo: «Me estoy leyendo una biografía de San Josemaría. ¡Qué humilde! ¡Mira que creerse que era un burro…!» Efectivamente, San Josemaría, en su humildad se consideraba un burrito. Y le decía al Señor: «Como un borriquillo estoy delante de Ti». Y, cuando alguien le pedía una foto suya, le regalaba un burrito pequeño.

Precisamente en esa parroquia de San Ildefonso de Granada hay una capilla dedicada a san Josemaría. Allí se ha colocado una urna de cristal que contiene una reliquia del santo, y encima se ha puesto un burrito.

Todos los santos se han considerado pequeños ante Dios. Han tenido que pasar por la puerta estrecha y baja de la humildad. Y nosotros tenemos que ser como Jesús, humildes, porque su corazón es así. Por eso a los santos les emocionaba la figura del burro, ese animal humilde.

Y así nos dice el Señor: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). El yugo se ponía encima de un animal para que pudiera transportar una carga. En nuestro idioma se utiliza la palabra «subyugar», que es igual que humillar. De eso se trata, de ser humildes, porque solo los que cogen el yugo de la humildad son capaces de llevar a Jesús. Los humildes son los libres. Los egoístas son los esclavos.

Orgullo y prejuicio

En la gran novela «Orgullo y prejuicio», los dos protagonistas, Darcy y Elizabeth, aunque se atraían mucho, no acaban de «salir». Ella por prejuicio… y él por orgullo. Efectivamente, el orgullo es lo que nos impide querer a Dios. Somos tan egoístas que nos creemos el centro del universo. Y tenemos el prejuicio de pensar que Dios no quiere que poseamos la felicidad en esta tierra.

Darcy aparece como una persona distante, altiva, llena de frialdad. Se creía superior a los demás. Elizabeth –Lizzy– además de guapa, aunque no tanto como una de sus hermanas, era una mujer lista y sensible. Pero con su ironía interior juzga siempre a los demás, que a veces no son como ella piensa. Se equivocaba.

Un diálogo entre los dos podría haber sido el siguiente. Darcy le dice a Lizzy: «Usted, señorita Bennet, no deja de pensar en las intenciones de los demás. Y, a veces, acierta». Y Lizzy le responde: «Pues usted, señor Darcy, con su frialdad, es incapaz de bailar con chicas que no sean de su posición». 

Y así, la manera de ser de los dos impedía el compromiso. Hasta que ella descubre –cuando va a la casa del señor Darcy y habla con su ama de llaves– el corazón tan grande que tenía él. Él había dado ya, hacía tiempo, el primer paso. Pero Elizabeth, en su prejuicio, no lo veía. Así nos pasa con Dios. Él ha dado el primer paso.

Y en la actualidad, hay personas que no se quieren comprometer con el «Señor Dios», porque tienen el prejuicio del egoísmo. Piensan que van a ser felices si dedican a sí mismos. Pero Jesús dijo lo contrario: Bienaventurados los humildes. El Señor, con esta bienaventuranza no habla del orgullo y del prejuicio, sino de todo lo contrario…

Humildad y libertad

Jesús nos dice que la felicidad la obtendremos por la humildad. Porque solo los humildes crean un clima grato a su alrededor, de la gente se siente a sus anchas, como en su casa. Lo que enseña la novela de Jane Austen es que, cuando desaparece la barrera del egoísmo, en sus diferentes versiones, entonces se actúa con libertad.

Estaba profetizado que el Señor vendría como Rey a poseer la tierra. Y esto se cumplió cuando Jesús, montado en un burro, entró en Jerusalén. El profeta Zacarías nos dice: « He aquí que viene a ti tu rey […], modesto y cabalgando en un asno, en un burrito…» (9, 9).

Los reyes van sentados en su trono. A algunos les hubiera parecido más lógico que Jesús hubiera utilizado un caballo, como hacían los emperadores. Pero el Señor quiso servirse de un animal humilde para entrar a tomar posesión de la capital de su Reino, que era Jerusalén. Nosotros también tenemos que cargar con Jesús. Llevarlo, portarlo. Y así alcanzamos la libertad en esta tierra, porque, es verdad, las personas más libres son las que más sirven al Señor.

Al decir esta bienaventuranza, Jesús se estaba fijando en la Virgen. Como sabemos, el Evangelio nos cuenta la oración de María: «Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada» (Lc 1,48). La Virgen, con su vida, escribió una novela que se podría titular, no «Orgullo y prejuicio», sino «Humildad y libertad».


lunes, 23 de septiembre de 2019

AGOBIADO




Bienaventurados los tristes

Es un poco desconcertante decir que se puede ser feliz por el hecho de estar afligido, triste. Es preferible no agobiarse por nada, no tener que llorar. Es preferible que nadie te tenga que consolar.

Hay dos tipos de aflicción, de tristeza. Una, la de Judas. En algún momento de su vida tuvo fe, y se agobió después de traicionar al Señor, al darse cuenta de lo que había hecho. Se agobió después. Pero, como era un egoísta y no creía en el amor, la salida fue el suicidio: se ahorcó. 

La tristeza de Judas es la de la persona que descubre la verdad pero no es generosa. Eso lleva a agobiarse. Por ese motivo, hay algunas personas que dejan de hacer la oración mental. Porque si la hacen, descubren lo que tienen que hacer. A esta tristeza, fruto de la desesperanza, del egoísmo, y que no tiene consuelo, no se refiere el Señor cuando dice: «Dichosos los que están tristes porque ellos serán consolados» (Mt 5,4).

Pedro

San Pedro, después de traicionar al Señor, se encontró con la verdad y también se agobió. Pero como no era un egoísta y tenía un gran corazón, lloró, pero no de rabia, sino de dolor de amor. La tristeza de Pedro es la que puede llevar a la conversión, a cambiar la vida. Es una tristeza que anima, no es desesperanzada como la de Judas. Pedro, conmovido ante la mirada del Señor, se echó a llorar porque amaba al Maestro. Y luego, fue consolado: fue el primero de los Apóstoles que entró en el sepulcro y experimentó la resurrección del Señor.

Ante lo que nos pide Dios, cuando en la oración nos enfrentamos con su mirada, nos puede venir la tristeza por tener que cambiar, por tener que dejar cosas. Para seguir al Señor, como hicieron los Apóstoles, hay que dejar cosas. También nosotros las dejamos. Pero con el paso del tiempo nos sucede que tenemos la tentación de querer recuperar lo que hace años entregamos a Dios. Tenemos miedo a que nos falte lo necesario. Queremos tener todo controlado para no llevarnos sobresaltos de última hora. 

Lo que trae la alegría

En una novela sobre la Segunda Guerra Mundial se describe el heroísmo de unos soldados polacos. En el regimiento tenían como lema: «Los conducidos por el miedo no saben amar». No dice «los que tienen miedo», sino «los que se dejan llevar por el miedo». Los miedosos no saben querer, porque no tienen el amor suficiente para vencerlo.

Esto ocurría en Polonia, y en el siglo pasado. Por defender a su patria se jugaron la vida. Hoy en día, en occidente, por desgracia, poca gente da la vida por alguien, como han hecho los santos. Por eso, ante una sociedad tan egoísta, Dios necesita más de nosotros, aunque hacer su voluntad nos pueda costar o nos dé un poco de miedo.

Ante la cruz Jesús tuvo miedo. También en el huerto se agobió, le vino la tentación de dejarse llevar por el miedo, pero lo venció con oración. Se agobió y lloró, porque le costaba cumplir la voluntad de su Padre. Jesús desvela su vida interior cuando nos dice: «Dichosos los afligidos porque ellos serán consolados». Parece que se dice a sí mismo: «¡Ánimo, que después de la Cruz, vendrá la Resurrección!».

Y esto es también nos lo dice a nosotros, que somos sus discípulos: «Tranquilo. Si haces la voluntad de Dios, aunque te cuesten lágrimas, y estés un poco agobiado, ya verás la alegría enorme que tendrás». Pero hace falta fe, porque en esta tierra estamos en un valle de lágrimas.

En una película, que se llama precisamente «Tierra de penumbras», se cuenta la historia de un famoso escritor inglés que se enamora de una chica norteamericana. Se casan, y después se descubre que ella tiene un cáncer. Estando los dos en el hospital, él, viendo ya próxima la muerte de su mujer, dice a ella: «Mientras más sufras ahora, más alegría vendrá después». Este hombre decía eso porque tenía fe.

Pero no todo el mundo confía en Dios. Aunque hay muchos católicos, somos pocos los que seguimos al Señor. Nosotros ahora queremos estar junto a María. Ella estuvo sufriendo al pie de la cruz por hacer la voluntad de Dios, junto con sus amigas.

En aquel ambiente lleno de crueldad, de cinismo, de hipocresía y miedo al qué dirán, un chico y unas cuantas mujeres se mantienen fieles junto a la Virgen. También nosotros. Está claro que ellos, de golpe, no pueden cambiar la sociedad, pero se ponen de parte de Dios, sufren con Él, aunque les cuesta muchísimo. Unos días después, esos mismos, por haber sido generosos, experimentarán la grandísima alegría de la Resurrección.

Cuando el Rvdo. Vianney firmó su nombramiento como encargado de Ars (al principio ni siquiera era párroco), el vicario general le dijo al Rvdo. Vianney que en aquel pueblo no había mucho amor de Dios, y añadió: «Usted lo pondrá».

Cuando el Santo Cura llegó a esta aldea de 230 habitantes, comenzó su misión diciéndole al Señor: «Acepto sufrir todo lo que quieras durante toda mi vida», con tal de conseguir la conversión de su parroquia. No se vino abajo ante un nombramiento tan pobre y un sitio tan malo, sino que pidió al Señor sufrir para salvar. Y en esto encontraría la felicidad en esta tierra.

Dice el Papa Benedicto que en Francia la pastoral no era más fácil que en nuestros días «pues el vendaval revolucionario había arrasado desde hacía tiempo la práctica religiosa».

Jesús trajo la alegría al mundo, porque trajo el cielo a la tierra. Y nuestro Señor trajo alegría a través de la entrega y la renuncia. La renuncia trae la alegría: esto es lo que nos enseña Jesús con su vida. Cuanto más crezcamos en vida interior, más alegría tendremos, más cerca estaremos de Dios.

martes, 17 de septiembre de 2019

INDIGENTE

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Pobres de espíritu 

En una residencia de universitarias, en el expositor de ventas de libros de espiritualidad, había productos de cosmética. Y pregunté a la encargada que si los artículos de belleza se vendían con facilidad. «Claro que sí. ¿No ve que estamos en la edad de querer llamar la atención?».

Pues mira, ninguno de nosotros duda que la Virgen es en la actualidad la mujer más guapa. Otra cosa es pensar cómo sería cuando vivió en la tierra. Pienso que no sería una mujer despampanante, que la gente volviese la vista cuando pasara.

A don Álvaro del Portillo le contaron una leyenda que decía que las chicas de Nazaret eran muy guapas porque en ese pueblo había una fuente que tenía la propiedad de dar la belleza a las que bebieran de ella. Y don Álvaro comentó, que él pensaba, que María aquí abajo no sería una gran belleza, sino una mujer normal. El Señor querría proteger hasta en eso a su Madre, para que nadie se atreviese a mirarla mal. Pero si la Virgen en su paso por la tierra tendría una belleza normal, no podemos decir lo mismo de sus virtudes.

Pienso que es una buena ocasión para meditar cómo era la Virgen por dentro. Por fuera no nos ha llegado ninguna foto, pero sí por dentro. «Las Bienaventuranzas» nos muestran cómo es la Virgen, porque, como dicen los teólogos, son las características de la vida de un cristiano. Y Ella fue la mejor de los discípulos del Señor. 

Por eso, no es exagerado afirmar que Jesús estaría pensando en su Madre al predicar las Bienaventuranzas. San Lucas nos hace ver a quién van destinadas. Dice que Jesús «levantando los ojos hacia sus discípulos» (6,20). Por eso, cada una de las Bienaventuranzas nace de la mirada dirigida a los discípulos. No solo a la Virgen, sino a cada uno de nosotros.

Hasta ahora hemos estado meditando cómo era la oración del Señor, que también fue la oración de la Virgen, porque tiene que ser la oración del cristiano. Precisamente en los manuales de Historia de las religiones, o de Religiones comparadas, al tratar del Cristianismo lo resume todo en el «Sermón de la Montaña» porque allí figuran «la oración del Señor» y «las Bienaventuranzas». Así como «el Padrenuestro» es la oración de Jesús que todos los cristianos debemos recitar, «las Bienaventuranzas» reflejan la vida interior de Jesús, que debemos imitar sus discípulos.

Jesús es el que se hace pobre, el humilde de corazón. Jesús es el que sufre, el perseguido a causa de la justicia… Y los cristianos serenos felices, bienaventurados, santos, si seguimos ese camino. 

Las felicidades 

Así empieza Jesús a hablar de sus discípulos, de la Virgen y de cada uno. ¿Por qué empieza así? María era feliz porque poseía el Reino de los cielos. Y el Reino de los cielos lo tuvo gracias a su pobreza de espíritu. María era pobre materialmente hablando. Pero también por dentro. «Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos» (Mt 5,3).

Así han sido los santos. En el año del 150º aniversario de la marcha al cielo del Santo Cura de Ars, el Papa ha dicho de él que «a pesar de manejar mucho dinero», porque mucha gente se lo daba para sus obras de caridad, «era rico para dar a los otros y era pobre para sí mismo». Y explicaba el Cura de Ars: «Mi secreto es simple, dar todo y no conservar nada». Y al final de su vida pudo decir con absoluta serenidad: «No tengo nada».

El Cura de Ars siguió, como todos los santos, hasta el final, el consejo de Jesús: «Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos». Pero, también, con esta Bienaventuranza, el Señor describe nuestra situación personal. Estamos necesitados de afecto, de cariño, de dinero, de ropa.

Las Bienaventuranzas son una paradoja. Con ellas Jesús da la vuelta a lo que la gente piensa habitualmente, y lo que parece malo pasa a ser bueno. Se invierten los criterios del mundo cuando se ven las cosas como las ve Dios. 

Dar 

La Virgen era pobre Pero no porque no hubiera tenido, sino porque todo lo que había recibido lo entregó Dios. Hubiera sido rica por su inteligencia, su juventud, su elegancia. Estos son los criterios del mundo. Pero eligió entregarse a Dios, y ella quedarse sin nada. Quiso devolver a Dios todas sus buenas cualidades. Decidió entregar su cuerpo y su alma a Dios, convencida de que nadie la llamaría madre. Pero se equivocó, porque ha sido la mujer en la historia de la humanidad que más la han llamado así: madre. Es un consuelo saber que los santos se equivocan: porque a Dios no le podemos ganar en generosidad. Felices los que se entregan a Dios, porque el Señor los hará ricos. 

Los pobres no tienen dinero para comprarse muchas cosas en las rebajas. Y a veces no encuentran el afecto que buscan en los demás. Son pobres porque no tienen quienes les comprendan, como también te puede ocurrir a ti. Precisamente con esta Bienaventuranza, el Señor se refería a nosotros. 

Y nos sirve pensar que la Virgen no era pobre porque no tuviera, sino porque lo poco que tuvo, todo, lo entregó a Dios. Por eso fue dichosa. El Señor siempre hace lo mismo: cuando quiere hacernos un regalo importante, primero nos pide lo poco que tenemos, la calderilla.

lunes, 9 de septiembre de 2019

SU VOLUNTAD


Un plan 

A nadie le gusta hacer la voluntad de otro. Y, sin embargo, la oración que Jesús dirige al Padre es «hágase tu voluntad». La voluntad que tenía que hacer Jesús era la de otra Persona. Y Él pedía hacer algo que le costaba.

Puede parecer que Dios es un poco egoísta al pedirnos que digamos eso. Pero no tiene que ver nada con el egoísmo sino con su amor de Padre. Significa que Dios tiene un plan para que cada uno de sus hijos sea feliz, pero no quiere obligarnos a cumplirlo, sino que quiere que se lo pidamos.

En una conversación con el capellán de su residencia, una universitaria le dijo al cura : 
Estoy intentando acercar a Dios a mi novio que lleva mucho tiempo alejado. Le he dicho que empiece rezando el Padrenuestro. Me ha preguntado qué significa «Hágase tu voluntad» y no he sabido responderle. Él dice que Dios parece un poco egoísta al pedirnos eso. Mi novio me dice que cuando nosotros salimos, unas veces vamos de yo quiero, pero otras de quiere él. 
Pues mira, significa dos cosas le dijo don Enrique. La primera que Dios tiene un plan para que cada uno de sus hijos sea feliz. Y la segunda cosa es que no quiere obligarnos a cumplir ese plan… ¿Cuánto tiempo lleváis saliendo?»
El sábado hará dos meses.
–Él te lo pidió¿verdad?
Sí, sí.
–¿Y lo estabas deseando?
Sí, sí, mucho.
Pues Dios hace lo mismo, quiere que se lo pidamos.
–¿Usted dónde confiesa por ahí fuera, para que le pueda llevar a mi novio?
En la Parroquia de San Justo y Pastor.
Pues voy a intentar que mi novio se confiese.
Sí, pero sin imponérselo.
Claro, lo he entendido.

Hágase

Efectivamente, cualquiera de los que estamos aquí tiene que hacer una cosa concreta, algo que Dios quiere. Por eso, digamos al Señor: «Hágase tu voluntad». Y Él escucha el eco de nuestra voz: «Hágase tu voluntad, hágase tu voluntad»; sonríe y acoge esas palabras nuestras como una declaración de amor.

En el Evangelio vemos como los Apóstoles iban descubriendo poco a poco lo que Dios quería. Pero no solo hay que conocer la voluntad de Dios, sino que hay que cumplirla. Por eso decimos que se haga.

¿por qué hay que pedirla tantas veces? ¿No basta pedirla una vez? Es como si tú decides ir a Almería. Te montas en el coche y poco a poco vas tomando direcciones que te meten en la autovía. Y uno puede pensar: «Ya está». No, no está, todavía no has llegado. Tienes que ir siempre por esa autovía, no desviarte, porque si te desvías llegarás a otro sitio, no a Almería.

Por eso hay que pedirle al Señor muchas veces que se haga su voluntad aquí en la tierra lo mismo que efectivamente se realiza en el cielo. Lo que diferencia a los que están en el cielo de nosotros, los de la tierra, es que los del cielo siempre van por la autovía. En cambio, nosotros nos podemos desviar con facilidad. Y ¿cuál es la voluntad de Dios? «Cumple los mandamientos» (Mt 19,17), le dijo Jesús a un chico que se lo preguntó. Esa es la autovía, por ahí vamos por buen camino. 

Es verdad que hacer la voluntad de Dios, a veces cuesta, pero no hacerla es el doble de doloroso. Ser fiel en el matrimonio, a veces es costoso, pero la infidelidad es causa de una infelicidad grandísima… Destroza por dentro, aunque el cónyuge no se entere. Por su parte, Dios siempre hace el bien, y se sirve de todo para hacerlo.  Puedes asesinar a la mejor persona que haya existido, que el Señor utilizará eso para el bien; incluso a la ley del aborto es capaz de darle la vuelta. Pero los que abortan lo pasan muy mal porque eso no es la voluntad de Dios. 

Es acertar siempre

Ahora le volvemos a decir: «Que en mi vida se haga tu voluntad, como si yo estuviese ya en el cielo». No es que Dios esté empecinado en que se haga su voluntad, sino que su voluntad es que el hombre sea feliz, que se salve. Por eso tenemos que fiarnos de Él también en los pasos intermedios, hasta llegar a la meta: «Señor yo no veo el final, pero Tú, que eres Dios, lo ves»

Uno puede retrasar lo que Dios le pide, dejarlo para cuando tenga 40 años: «Soy joven, ¿para qué “rallarme” con la voluntad de Dios?» Esto es la tibieza. 

Lo que está claro es que uno vive bien cuando cumple la voluntad de Dios. Por ejemplo, con el sexo, que lo ha hecho Dios, no Satanás. Hay quienes no solo disfrutan con ese placer natural, sino que lo convierten en su profesión; cobran por actuación, pero no son felices. A Dios directamente no le hace daño que una hija suya se prostituya, pero es un dolor muy grande. A una madre le conmocionaría que su hija estuviera en una autovía, con minifalda y botas, esperando que llegara un cliente.

Dios quiere que actuemos con cabeza, con sensatez, con verdad, que escojamos siempre lo que es verdadero, pues Él no puede engañarse ni engañarnos. La unión entre nuestra voluntad y la verdad, eso es el cielo, eso es la felicidad. Pero a veces, erróneamente, se intentan contraponer la tierra y el cielo, las cosas de aquí abajo y la voluntad de Dios.

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lunes, 2 de septiembre de 2019

LA DESPENSA


El pan de cada día

¿Qué significa el pan de cada díaQue muchas veces conseguir lo material no depende de nosotros, y hay que pedirlo a Dios. Cuando tenemos una preocupación grande irremediablemente acabamos pidiendo a Dios. Al Señor le pedimos el pan de hoy, porque quiere que confiemos en Él y que le pidamos cada día. Los hijos no le dicen a su madre: «Dame lo que necesito para todo el mes porque no me fío de ti». Por eso, el maná que los israelitas almacenaban se les estropeaba, solamente le servía para una jornada. 

Una universitaria le dijo al capellán de su Residencia:
Estoy haciendo lo que usted me dijo: explicarle a mi novio las oraciones más elementales… Se le ve que muestra bastante interés… Y, como es listo, me hace preguntas filosóficas, que a veces no sé responder. Y el otro día me dijo: «¿Qué significa lo del pan de cada día?».

Sí, que en la vida las cosas materiales, muchas veces no dependen de nosotros… Por eso hay que pedirlas a Dios.

Ya –dijo la chica, es como lo que dicen de la salud, que se valora cuando no se tiene.

Esto es lo que sucede en África aclaró el capellán– que al tener más necesidad, se acuerdan más de Dios. Aquí vivimos como si no existiera… Pero cuando tenemos una preocupación grande, acabamos volviendo a Dios.

Está claro, dijo la universitaria.

Fiarse de Dios 

Y otra cosa que puedes decirle a tu novio añadió el capellán– es que le pedimos a Dios el pan de hoy, porque quiere que confiemos en Él. Los hijos no le dicen a su madre: «Dame la comida de todo el mes porque no me fio de ti».

Está claro –dijo la chicasi los padres dieran a sus hijos la comida semanalmente, la mayor parte se echaría a perder.

No solo eso dijo el cura, sino que acabarían distanciándose. Por eso, al Señor no le rezamos: «Danos hoy nuestro pan semanal». Efectivamente, el que pide pan para hoy es el que no tiene despensa, es pobre. 

Uno quiere tenerlo todo controlado, y hay cosas que se nos escapan. La tendencia humana es la de controlar. Pero esa actitud nos distancia de Dios. ¿Qué va a suceder el día de mañana? Ni lo sé, ni me interesa, que se preocupe Dios que es mi Padre. Es como preguntarle a un niño de educación infantil: «¿Qué tienes previsto comer para mañana?».

El Pan espiritual

Por lo que contaban el novio recibió su Segunda Comunión el día de la Inmaculada. Seguro que la Virgen intervino para que recibiera al Señor de nuevo, después de tantos años. Para la ceremonia se puso una chaqueta azul, y una corbata. No se sabe quién estaba más contento, si él o ella. 

En esta Segunda Comunión de su vida, el chico pidió también por sus padres, como en la Primera. Pero esta vez su padre ya no era tan joven, y estaba solo y con sesiones de radioterapia. Y a su madre se la notaba un tanto amargada, aunque ella lo intentaba tapar con sus idas y venidas. 

El chico, en su Segunda Comunión decía«Señor, te pido por Beatriz, para que me case con ella; otra mejor no voy a encontrarla. También te pido por mis padres, son buenas personas pero están muy despistados. Te pido por los dos para que no se dejen llevar por el orgullo y vuelvan a estar juntos. Señor, hasta ahora pensaba que no te necesitaba. Jesús, dame hambre de Ti».

Es cierto, por eso hay gente que no comulga, porque no tiene hambre de Dios. 

Madre nuestra, Tú también recibiste la Primera Comunión, la segunda, la tercera... Yo quisiera recibir a Jesús como lo recibías: cuando Jesús estaba ya en el cielo y Tú, aquí entre nosotros.

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FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías