sábado, 26 de abril de 2008

AMOR HERMOSO

Hemos sido creados a imagen de Dios.

Dios es nuestro modelo, porque nos parecemos a Él, llevamos su marca, estamos fabricados siguiendo su estructura.

–¡Señor queremos ser como dioses, haznos a tu imagen, ser dioses pero contando contigo!

Nos parecemos a Dios, hemos sido hechos a su imagen, pero ahí no terminan los dones de Dios.

También hemos sido elevados a la vida de la gracia, que es una llamada a participar en la misma vida de Dios.

Podemos decir que no sólo hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, sino también que somos de su familia.

Podíamos ser parecidos a Él, como los monos se parecen a nosotros, pero no por eso participan de nuestra vida.

Dios ha querido que nosotros participemos de su vida, de la Vida de la Trinidad.

En lo más profundo de nuestra realidad, porque Dios ha querido hacernos así, estamos pensados para la comunicación, para la comunión.

Porque así es Dios: Comunión entre las tres Divinas Personas. Esto lo resume la Sagrada Escritura con la frase Dios es Amor.

En Dios hay comunión. En Dios hay relaciones.

Conocer a Dios también es conocernos a nosotros mismos.

Y como Dios es una Trinidad de Personas, unidas por una comunión de Amor así somos nosotros por naturaleza: llamados a estar en comunión.

Nosotros, imágenes de Dios, estamos llamados al amor, porque Dios es Amor.

Y la comunión la realizamos en nuestro caso, como personas humanas, que tienen alma y cuerpo.

Nuestro ser personal se realiza en la unidad del alma y del cuerpo. De hecho, el estado exclusivamente espiritual es transitorio.

Porque un espíritu no es una persona humana completa, le falta algo.

Precisamente en la unidad de alma y cuerpo, realizamos nuestro fin, parecernos a Dios, identificarnos con Dios.

–¡Señor, nosotros te queremos con el alma y con nuestro cuerpo! Por eso nos mortificamos y hacemos la genuflexión.

Y lo mismo pasa con el amor humano.

En primer lugar, con los de nuestra familia. Los queremos, sin una falsa espiritualidad. Eso sería un angelismo.

Nos interesan las cosas materiales de las personas que queremos, y también sus cosas espirituales.

Y en ese amar con el alma y con el cuerpo se sitúa el don de la sexualidad, que está moderado por la virtud de la santa pureza.

Por eso es una afirmación gozosa: porque es aprender a amar con el cuerpo.

Y aquí entra también la afectividad. Porque no sólo tenemos inteligencia y voluntad, sino también afectos.

Y con ellos queremos a Dios a y los demás. ¡Qué dura sería la convivencia si no metiéramos el afecto!

Dentro de un momento agradeceremos al Señor los buenos propósitos que ha puesto en nuestra voluntad, las inspiraciones que nos ha enviado a la inteligencia, y también le agradeceremos los afectos.

La castidad permite darse, amar. La Santa Pureza es la virtud por la que ponemos en su sitio todas esas capacidades.

El ser humano con todo ese poder que ha recibido puede intentar ser dios sin contar con Dios.

Es lo que hay detrás de esa ola de hedonismo con la que tenemos que bregar todos los días.

Y es una tentación que tenemos todos, más o menos solapada.

Detrás de la impureza está buscar la felicidad sin contar para nada con los demás, aislándose en la torre del propio egoísmo.

Y a eso le llaman amor... suena como una blasfemia si tenemos en cuenta que Dios es Amor.

Precisamente lo que hace la castidad es que amenos como Dios ama, entregándonos, dándonos.

En Dios esa capacidad de entrega, de amor es una Persona: Ure igne Sancti Spíritus.

Señor, quema con el fuego de tu amor para que el Espíritu Santo nos conduzca. Maneja nuestra barca para que no vaya a la deriva, llevada por los sentimientos fluctuantes.

Nuestro corazón tiene que llevar ese patrón que es la Tercera Persona de la Trinidad.

Y el Espíritu Santo, lo primero que nos dice, cuando acudimos a Él es que empecemos por el dominio de nosotros mismos.

Es necesario porque, para amar de verdad, para entregarse como se entrega Dios en perfecta comunión, se requiere el dominio de si.

Uno tiene que ser dueño, señor de si mismo. Está claro: para entregar hay que poseer, para entregarnos tenemos que poseernos.

Por eso, la entrega de sí de tantas personas que no se poseen es falsa.

La mortificación es necesaria para vivir el señorío sobre nosotros mismos (cfr. Forja, n. 518).

-Señor, queremos que Tu reines sobre nosotros, que tu gobiernes, necesitamos que ayudes a nuestras autonomías desde tu gobierno central.

Y entre los medios para lograr el dominio de sí destaca, según nos dice el Catecismo: "el conocimiento de sí,[...]y la fidelidad a la oración"

–Señor, dame valentía y luces para conocerme a mí mismo. Ayúdame a ser humilde para enfrentarme a mí.

Ésta es parte de la clave del huir del que hablaba San Josemaría: desde luego que tenemos que huir de las ocasiones exteriores.

Pero, sobre todo, tenemos que tener miedo de nosotros mismos, y huir.

La verdad sobre nosotros mismos nos conduce a la falta de confianza en nuestras fuerzas.

El orgullo, la soberbia va precisamente en la otra dirección: insinúa que no va a pasar nada, que no nos va afectar una situación.

Los santos nos aconsejan rechazar el diálogo con la tentación: las hay grandes y pequeñas tentaciones; y todas tienen como característica, que quitan la paz del alma.

Entre las tentaciones pequeñas está la vista, que empieza con poco y luego deja una herida grande.

Los ojos son el ventanuco pequeño por que se colaba un niño para abrir las puertas de nuestra alma a toda la cuadrilla de ladrones.

Cuenta el exorcista de la diócesis de Roma que, en una ocasión, le dijo el demonio:
yo entro por ahí por los sentidos.

Y sobre todo por los ojos. Y una vez que entra revuelve nuestra casa.

Vamos a pedir ayuda a San Miguel para que nos ayude a custodiar la fortaleza de nuestro corazón, y proteja las ventanas del alma, que son los ojos.

No sólo para evitar experiencias a lo David, sino, sobre todo, porque no queremos distraernos con miradas que nos enfrían y nos quitan presencia de Dios.

El Señor no nos deja luchar solos en nuestros combates, siempre está a nuestro lado.

Pero nos pide que tengamos una voluntad firme de apartar de nosotros todo lo que enfríe nuestro amor.

Señor, ayúdanos a custodiar el tesoro de la pureza, con todas nuestras fuerzas.

Es lo que nos hace felices. Y el modo de custodiarlo es, lo sabemos bien, cerrando los siete cerrojos del corazón.

Lo conseguiremos siendo muy fieles en lo pequeño, por amor.

Lo conseguiremos acudiendo con fe a los sacramentos.

En concreto a la confesión, incluso con más frecuencia que la semanal, si nos vemos flojos.

Lo conseguiremos si queremos de verdad a la Madre del Amor Hermoso.

No hay tentación contra la pureza que aguante un Bendita sea tu pureza bien rezado.

–Madre, nos acogemos bajo tu protección. Ponemos nuestros pobres corazones en tus manos para que tú nos ayudes a clavarlos en al Cruz.

Así viviremos de amor, del Amor Hermoso.

LA FUERZA DE LOS DÉBILES

FORTALEZA

El Amor de Dios tiene que ser el motor de nuestra vida. Y ese Amor hay que ejercitarlo, y protegerlo.

Protegerlo frente a nosotros y a otros amores. Precisamente el Amor de Dios que llena nuestro corazón lo protegemos con la virtud de la fortaleza.

Señor, danos fortaleza para proteger el tesoro que llevamos en un recipiente tan frágil.

La fortaleza es una virtud para la fidelidad en el amor. No hay, no puede existir fidelidad sin fortaleza.

Cuentan los Hechos de los Apóstoles que estando San Pablo en Listra vinieron unos judíos de Antioquía y de Iconio para lincharlo.

Y así fue, cogieron a san Pablo y lo apedrearon. Luego lo arrastraron fuera de la ciudad y lo dejaron medio muerto (Cfr. Hch 14, 19–28).

Pero, y esto es lo asombroso, «él se levantó y volvió a la ciudad» (Hch 14, 20).

Después se fue a otras ciudades para seguir predicando: Derbe, otra vez Listra, Iconio y de nuevo a Antioquia.

No tuvo miedo de volver al sitio donde le habían dado, donde casi lo matan.

No solo no tenía miedo sino que animó a los cristianos con los que se iba encontrando, y les decía que «hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios» (Hch 14, 22).

No es fácil ser fiel. Jesús mismo lo dijo: «Era necesario que el Mesías padeciera» (Lc 24, 26).

Señor, haznos fuertes para ser fieles.

Cuando el amor es verdadero no puede dejar de ser fuerte: y el Amor con mayúscula es lo más fuerte que hay.

El Amor pasa por encima de la muerte. También en lo humano: cuando se demuestran los verdaderos amigos es en las cosas duras.

En los momentos duros están los verdaderos amigos.

«cuantos te alaban si triunfando estás, y si fracasas, bien comprenderás, los buenos quedan los demás se van»

En resumen la vida sigue igual.

Cuántas veces hemos dicho que la piedra de toque para descubrir el verdadero Amor es el dolor.

Y hemos observado que gente que parecía de poca capacidad, cuando se enamora es capaz sin embargo de cosas grandes.

El Amor es duro y a la vez notamos que lo llevamos en un recipiente quebradizo.

El corazón humano necesita de la fortaleza para que eche las raíces de la fidelidad.

Hemos de pedir fortaleza. Es más, hemos de decirle al Señor: –Tú eres mi fortaleza.

Escribe San Pablo, sabiendo muy bien lo que dice: –Cuando soy débil entonces soy fuerte.

Y la razón de todo esto es que cuando somos débiles necesitamos de Dios.

Porque nuestra fuerza, nuestro poder nos viene de Dios. Por eso nuestra fortaleza se prueba en la debilidad.

Nunca somos más fuertes que cuando acudimos al poder de Dios.

Estamos en momentos difíciles para esta virtud: la generación que nos hereda es una generación blanda y sentimental.

Y sin embargo la vocación cristiana plantea metas altas, que son arduas.

Con nuestras solas fuerzas serían inasequibles, pero con la ayuda de Dios podemos.

El gran peligro de estos tiempos duros es el desánimo. Por supuesto que hay dificultades, siempre las habrá, pero no hay que exagerarlas.

El Reino de los cielos padece violencia, y los esforzados lo arrebatarán (Mt 11, 12).

Señor, protege el corazón para que no me llegue el desánimo.

Estamos en una época en la que se lleva la lírica sentimental. La reciedumbre no está de moda. La abnegación se ve como una cosa absurda.

Lo bueno es lo que produce buenos sentimientos, buenas vibraciones.

Y si una cosa es difícil, entonces se da por imposible.

Muchas veces la fachada es de energía y de músculo pero por dentro hay falta de voluntad. Mucho superman que se si se pincha explota.

El sentimentalismo llena el ambiente:
esto es un rollo, se oye con mucha frecuencia.

Me apetece, no me apetece. Vibro o no vibro.

¡Cuántas veces por amor uno tiene que pisotear sus sentimientos!

La virtud de la fortaleza nos lleva a resistir, a aguantar.

Las tentaciones nos van marcando de alguna manera los límites del verdadero amor.

Rechazar una tentación es desagradable porque uno se ve atraído por algo que le gusta. Pero si no la rechaza es peor porque se siente traidor.

Si no desplegamos nuestra capacidad de amar en las dificultades, nuestra vida se empobrece.

Los niños son fuertes en la imaginación. Pero nosotros tenemos que ser fuertes en la realidad.

Con una fortaleza que despliegue nuestro amor en el día a día.

En el horario: decir que sí cuando todo nos incita a decirle que no: al levantarse, al acostarse. Muchas veces llegar puntual depende de nuestra fortaleza.

Serenidad: saber sonreír, no dejarnos llevar por el nerviosismo ante las cosas urgentes. Resistir es el acto propio de la fortaleza.

Constancia en el apostolado. Insistir sin cansancio. El voluntarismo es malo, pero la voluntad es necesaria para querer a los demás.

Pero sabiendo que toda nuestra fortaleza es prestada, viene de Dios. Quia tu es Deus fortitudo mea.

Al pie de la Cruz y junto a la Virgen, aparecen la reciedumbre y la fidelidad de las mujeres.

En contraste con la desbandada general de los hombres: sólo queda Juan.

Más recia la mujer que el hombre, y más fiel, a la hora del dolor. —¡María de Magdala y María Cleofás y Salomé! Con un grupo de mujeres valientes, como ésas, bien unidas a la Virgen Dolorosa, ¡qué labor de almas se haría en el mundo! (Camino, 982)

Virgen fiel, consíguenos la fortaleza necesaria para llegar a la meta.

DERROTAR AL ENEMIGO CON SUS PROPIAS ARMAS

DERROTAR AL ENEMIGO CON SUS PROPIAS ARMAS


Derrotar al enemigo con sus propias armas. Esa ha sido la táctica de Nuestro Señor.

Por Satanás vino el pecado al mundo. Y como cuenta el Génesis, por culpa del pecado entró en el mundo el dolor y la muerte.

Jesús quiso sufrir, como vemos en la Semana Santa.

Un Dios que no sólo habla sino que es capaz de sufrir, de pasarlo mal por nosotros.

Jesús sufriendo quiso salvarnos y le quitó el arma de castigo al demonio para hacer del dolor un instrumento que nos libera.

Por eso nos dijo el Señor: «En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).

Desde ese momento, el sufrimiento no es sólo la pena por el pecado, también es su remedio.

Las enseñanzas del Señor son muy claras y algunas veces paradójicas. Sus discípulos se quedan sorprendidos pero, a la vez, se admiran de las cosas que aprenden con Él (cfr. Jn 16, 29).

Es sorprendente la idea de que no haya nada en el mundo que nos pueda quitar la alegría. Con Jesús, el dolor no puede hundirnos.

El enemigo, aunque se presente al combate con las armas del dolor y del sufrimiento, ante el Señor se derrite «como se derrite la cera ante el fuego», desaparece, se «disipa como el humo» (Salmo 67).

–«Reyes de la tierra, cantad a Dios» decimos con el salmo (67). Nadie sobre la tierra debería estar triste.

En esta vida no podemos evitar el sufrimiento, es muy difícil. Desde que el cuerpo se va formando, uno se va encontrando con el dolor: enfermedades, heridas, lesiones.

Y por otra parte, porque si queremos mucho a los demás tendremos mucho que sufrir.

Incluso el egoísta también acaba sintiendo dolor: sufre por sí mismo, por su salud, por sus humillaciones, por sus fracasos, por sus incomprensiones. Y además, acaba sintiendo la tristeza de su soledad.

Está claro: cuanto más se ama, más se sufre. Tanto para amar a los demás como a uno mismo. Pero el amor a los demás nos llena de alegría.

Desde luego, debemos poner medios para evitar el dolor, hacer lo posible por remediarlo.

Pero si a pesar de todo no es posible quitar el sufrimiento, hemos de aprovechar el sufrimiento como una oportunidad.

Efectivamente el dolor en muchos casos nos sirve para unirnos a Cristo en la cruz.

Además no hay que exagerar; la mayor parte de nuestras penas son normales y llevaderas.

Y si son grandes, no han de llevarnos a pensar demasiado en ellas: eso nos conduce al egoísmo de compadecernos a nosotros.

Decía un papa santo que es una característica del hombre justo que «aun en medio de sus dolores y tribulaciones, no deja de preocuparse por los demás».

Aunque prefiramos la alegría y el pasarlo bien, tenemos que aprender a no tener miedo al sufrimiento.

Vamos a pedirle a Jesús, ahora mismo, que no queramos llevar arrastrando la cruz de cada día.

«En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo» dice el Señor

Y esas luchas, en muchas ocasiones, las tenemos que buscar, no solo debemos esperar que vengan.

«Si alguno quiere venir en pos de mí que niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga, pues el que quiera salvar su vida la perderá, pero que pierda su vida por Mi, la encontrará» (Mt 16, 24–25).

¿A qué se refiere el Señor con esa cruz?

Se refiere a la mortificación voluntaria.

Mortificación significa morir: hacer cosas que no nos apetecen o que nos resultan incómodas. Ese es el camino para encontrar al Señor, que es nuestra felicidad.

Se trata de quitar de nosotros lo que pertenece al hombre viejo. (En Chile se dice que la soberbia es ese pequeño argentino que todos llevamos dentro. Y en Argentina se responde: ¿por qué pequeño?).

La mortificación mantiene nuestra alma joven, sin arrugas. Nos hace agradables ante el Señor.

Muchas personas son muy mortificadas para mantenerse en forma, o para no aumentar de peso y presentarse bien. Nuestros motivos son más altos y duraderos.

Por el pecado dentro de nosotros tenemos un hombre viejo que nos separa de Dios. Quizá nosotros podemos decir: yo no tengo un hombre viejo, yo tengo un asilo.


Con San Josemaría le decimos al Señor presente en el Sagrario:

Aparta Señor de mí lo que me aparte de Ti.

Nuestra lucha por llevar la cruz, por agradar al Señor nos lleva a cumplir las obligaciones con respecto Dios y a los demás, que a veces no nos agradan.

Por eso un gran campo para la mortificación lo encontramos en cumplir con perfección nuestros deberes:

En exigirnos por vivir el horario, en ser puntuales, en no dejarnos llevar por la pereza, que nos dice: no hagas hoy lo que puedes dejar para mañana.

También los deberes en relación con los demás: ayudarles; ser agradables en el trato; preferir seguir los gustos de los otros.

La mortificación ayuda a mantener a raya las cosas que se refieren al orgullo, darle caña al hombre viejo:

evitar pensar egoístamente en nosotros, cortar la imaginación cuando vuelve sobre lo que hemos hecho;

la fantasía, cuando nos sitúa en el centro de un ensueño;

nos ayuda la mortificación interior a no hablar de nosotros mismos si no nos preguntan; a no disculparnos, si no es necesario;

a escuchar a los demás y evitar imponer nuestra opinión;

a no tomarnos en serio a nosotros mismos; no mirarnos al espejo más que para arreglarnos.

Con la mortificación podemos arrancar o reducir la curiosidad, que es el afán de saber cosas que no tienen importancia.

Esto lo podemos vivir en muchos campos:

en el estudio para concentrarnos lo que debemos;

en la conversación para no dejarnos llevar por los chismes;

en el periódico para no interesarnos por noticias escandalosas o frívolas…

Todas esas mortificaciones, que cada uno tiene que descubrir nos llevan a dominar nuestro cuerpo, a amar a Dios con más libertad:

con todo el corazón, con toda el alma, como hizo María.

LA ASCENSIÓN DE JESÚS A LOS CIELOS

Éste es, quizá, el menos sorprendente de los puntos del Credo. Habiendo resucitado, Nuestro Señor ascendió al Cielo, era lo lógico después de haber resucitado.

Lo extraño, lo que necesita explicación es que esperara cuarenta días para ascender al Cielo.

En primer lugar, era importante que sus discípulos fueran fieles testigos de la Resurrección, de lo que había sucedido.

Y como bien sabemos, una persona que sufre una experiencia muy emocionante y que recibe inesperadamente una noticia de importancia, a veces se bloquea...

No está en la situación más indicada para describir, acto seguido, lo que acaba de ocurrir... Nuestro Señor no quiso que esto pudiera suceder.

Hizo que Santo Tomás estuviera ausente en aquella primera ocasión en que se reunió con los Apóstoles. Para que Santo Tomás dijera:

Claro, entiendo perfectamente que estáis todos muy nerviosos, después de lo que hemos sufrido, pero para mí está claro que habéis visto un fantasma.

Luego, en el primer domingo después de Pascua, el dedo en la llaga.

Los Apóstoles pasaron cuarenta días en Su compañía; en primer lugar, para que estuviesen completamente seguros.

También sucedería así para que la despedida del Señor fuera gradual, no repentina.

Eso es seguramente la explicación acertada de una escena que nos deja un tanto desconcertados, porque las traducciones no la reflejan del todo bien.

Cuando Jesús se apareció a María Magdalena en el huerto, leemos en algunas traducciones que el Señor le dijo:

«No me toques, que aún no he subido a mi Padre» (Jn 20, 17).

Decir esto nos parece bastante duro e incluso ininteligible.

No se ve claramente por qué el hecho de no haber ascendido aún al Cielo fuera motivo para no tocarle.

No, María Magdalena ha caído a sus pies y se agarra a ellos, eso es lo que nos narra San Mateo.

Nuestro Señor no dijo «No me toques»; cualquiera que sepa algo de griego podría decir¬nos que lo que dijo fue:

–«Suéltame... no me sujetes» como si María quisiera retenerle encadenado a la tierra, como si tuviese miedo de que le dejara; –suéltame, no te preocupes, aún no he subido a mi Padre; ya me verás más veces.

Nuestro Señor siempre se comportaba con exquisita delicadeza hacia sus amigos.

Sabía que iban a sufrir muchísimo cuando volviese al Padre y tuvieran que vivir en un mundo sin Él.

Por eso, comprendió su flaqueza y les dejó estar cuarenta días más en su compañía.

También otro motivo que explica esta estancia de Nuestro Señor en la tierra después de la Resurrección, es que sus discípulos eran muy torpes.

Hasta la Última Cena, siempre confundían las cosas cuando Él intentaba instruirles; su teología era muy rudimentaria.

¿Cómo podían tener ideas claras acerca de lo que Nuestro Señor quería que hicieran?

Durante cuarenta días, nos cuenta San Lucas, estuvo con ellos contándoles cosas pertenecientes al Reino de Dios, es decir de Su Iglesia.

Hemos de tener por seguro que, en el curso de esos cuarenta días, les contó cosas que no les había contado antes.

Acerca de la Confirmación, por ejemplo, nada se dice en los Evangelios, mas al leer los Hechos de los Apóstoles, vemos que es una ceremonia tan antigua como el Bautismo.

Por esas razones, entonces, se quedó Jesús cuarenta días en la tierra.

Nos imaginamos que la mayor parte de este tiempo lo pasó en Galilea. Donde los Apóstoles pudieron reavivar recuerdos pasados, y donde tenían más posibilidades de quedarse a solas con Él.

Luego, parece, se fueron a Jerusalén y un día les llevó con Él al Monte de los Olivos, donde se elevó al Cielo envuelto en una nube.

¿Quiénes estuvieron allí? No lo sabemos con exactitud. Un himno de San Beda habla como si la Virgen hubiese estado allí.

Y en todos los cuadros que representan la escena de la Ascensión está la Virgen; pero no lo sabemos con exactitud.

Lo único que realmente sabemos es que los once Apóstoles estaban allí. Cuando se dice que Nuestro Señor subió al Cielo, ¿significa que hemos de pensar en el Cielo como algún lugar allá arriba en el aire?

Lo que es seguro es que, cuando Jesús ascendió a los Cielos entró en una existencia totalmente diferente.

En esa existencia nuestras nociones sobre el espacio no tienen sentido al¬guno. Todo lo que conocemos, gracias a los testigos oculares, es que el Señor subió y se ocultó en una nube. Lo que sucedió detrás de esa nube no lo sabremos hasta que deje¬mos la tierra tras nosotros.

Un santo sacerdote francés del siglo XVII Solía decir que la Ascensión era su misterio favorito.

Entre todos los misterios de la vida de Nuestro Señor era el que más le gustaba.

Porque era el único que te llevaba a pensar en la alegría que debía producirle al Señor, y no a nosotros.

La Natividad fue un día de gran júbilo para nosotros, pero no para Jesús en aquel frío establo.

No podemos pensar en la Pasión y en la Crucifixión sin gratitud, pero solamente causaron dolor y sufrimiento a Nuestro Señor.

Incluso su Resurrección, aun siendo motivo de alegría para Él, lo fue aún más para nosotros.

Nos alegramos en el día de Pascua, pero es una alegría marcada por un cierto egoísmo nuestro. Al menos, eso es lo que pensaba ese santo sacerdote.

Pero la Ascensión nos ofrece una ocasión única de alegría enteramente desinteresada; la ocasión de sentirnos felices porque el Señor vuelve al Padre.

Hasta nos puede hacer olvidar la pena de la separación, aunque nos invada la tristeza de no ver más su rostro, ni oír su voz maravillosa.

Podemos decirle: –Ojalá te hubieses quedado en la tierra, así nosotros habríamos sido como los Apóstoles y te habríamos hablado y te habríamos visto.

–Pero me alegro de que hayas subido al Cielo, porque ahora estás en la Gloria...

–cualquiera que te ama de verdad no quiere que te pierdas un momento de esa Gloria.

Pero es que, además, resulta estupendo pensar que Jesús está sentado, ahora, a la derecha de Dios.

¿Por qué «sentado» a la derecha de Dios? Como dice el Credo.

San Esteban, en el momento de su martirio, vio al Señor de pie a la derecha del Padre.

¿Cómo está Jesús a la derecha del Padre? No hay que olvidar que es¬tamos utilizando metáforas.

Para Esteban en su visión, Nuestro Señor apareció de pie, como si se hubiese levantado de su trono para salir al encuentro de su primer mártir.

Normalmente imaginamos a Nuestro Señor sentado porque descansa ahora de sus trabajos, reina ahora sobre la creación.

Pero todo es una metáfora, como también lo es la expresión «a la derecha del Padre».

Cuando se invita a una serie de personas a comer, hay que tener muchísimo cuidado en colocar a la persona más importante a la derecha del anfitrión.

Así que nos imaginamos al Señor a la derecha del Padre, porque pensamos en Él como la persona de dignidad más alta, más que los Santos y que los Ángeles.

Cerca de Dios, reina eternamente uno que es hombre como nosotros, que conoce por experiencia lo que es el sufrimiento y la tentación, que está orgulloso de nosotros y quiere que le sigamos al Cielo.
Al contrario de lo que se podría pensar no hacemos de la fiesta de la Ascensión un día de luto, y de penitencia.

Es el día en que Nuestro mejor Amigo ha entrado en la Gloria.
–Nos alegramos por Ti, Señor, porque has dejado este mundo en el que tanto padeciste, para gozar de la eternidad;

–nos alegramos por nosotros, porque la humanidad ha tomado por asalto la ciudad del Cielo;

–por¬que Tú, Señor, que en ocasiones nos llamas a com¬partir tus sufrimiento, nos llamarás a compartir su Gloria.

La que más se alegró de la Ascensión fue María. Por fin Jesús gozaba de toda su gloria.
(Cfr. Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, de Ronald Knox, El Credo a cámara lenta).

lunes, 21 de abril de 2008

EL TRASVASE DEL EVANGELIO

El libro de los Hechos cuenta como San Pablo y Bernabé salieron de Antioquía para ir a Jerusalén y consultar con los Apóstoles si convenía o no predicar la palabra de Dios a los que no eran judíos (cfr. Hch 15, 1-5).

A todos les pareció bien que San Pablo predicará también a los gentiles.

Gracias a Dios que fue así, porque sino no estaríamos aquí ninguno de nosotros.

La Iglesia se extendió por todo el Imperio Romano. Los cristianos hacían lo que Dios quería: que el sacrificio de la Cruz diera fruto en todo el mundo.

Todos sabemos lo fructífera que fue la vida de San Pablo, el Apóstol de las gentes. Es el trasvase del Evangelio de los judíos a los gentiles, porque Dios le movía desde dentro.

Se cumplieron en él las palabras que un día dijo Jesús: El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante (Jn 15, 5).

Estas palabras no son una metáfora o parte de una poesía. Son literalmente ciertas.

Cuando una persona esta cerca de Dios, su vida da mucho de que hablar, le sobra para dar a otras personas. Se desborda y hace que la tierra de alrededor de mucho fruto.

Los apóstoles sufrieron en su interior un cambio importante. Pasaron de estar en sequía espiritual, escondidos después de la muerte del Señor, a bautizar a tres mil personas, dándoles un agua que no era suya.

Cuando nos unimos a Dios en la comunión, «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante». Nos llena hasta los topes, somos como un pantano a su máxima capacidad que tiene que abrir las compuertas.

El Señor es tan grande que nuestra alma no puede contenerlo y sale fuera.

Los Apóstoles hicieron su Primera Comunión el Jueves Santo. La recibieron de manos del mismo Dios.

Esa Primera comunión parece que no les sirvió de mucho porque no fueron capaces de estar con Él en la Cruz.

Aparentemente no sirvió. Pero siguieron comulgando y cada vez se llenaron más del agua de la gracia que necesitaban para darla a los demás, por eso los llamamos apóstoles.

Ellos eran los «enviados» para hacer el trasvase de la gracia Dios a los hombres. Y eso hicieron, extender la Iglesia por todo el mundo.

Hoy se celebra la fiesta de San Jorge. En Aragón era tradicional hacer la Primera comunión en un día como hoy. San Josemaría que era de Barbastro la hizo en este día de 1912.

«Para mí, decía, hoy es una fiesta muy grande (...); Porque [Dios] quiso venir a hacerse dueño de mi corazón».

También en él se cumplieron literalmente las palabras de Jesús, su vida dio «fruto abundante».

Y ahora, en los cinco continentes, hay gente muy distinta que trata a Dios. También por eso estamos nosotros aquí. Porque la vida de los santos se trasvasa a los demás.

Me contaban que durante la última Jornada de la Familia que hubo en Torreciudad, en septiembre de este año, un hombre mayor, de 80 años, comentaba con naturalidad que estaba muy contento porque había conseguido ir con toda su familia, una familia numerosa.

Y decía con orgullo que en su vida había tenido solo una idea buena:
–«Cuando tenía 18 años, son palabras suyas, fui a unos ejercicios espirituales y se me ocurrió una idea genial: qué distinta sería mi vida si comulgara todos los días».

Y después 60 años allí estaba en Torreciudad, feliz rodeado de toda su familia como un árbol centenario lleno de frutos, al que el Señor ha ido regando todos los días. con una sonrisa de oreja a oreja, satisfecho.


La Virgen hizo su primera comunión como los apóstoles, pero Ella tuvo bastantes años antes al Señor no uno cuantos minutos sino nueve meses. es la que más fruto dio y sigue dando todavía porque es la que más unida está al Señor.
Hizo su Primera comunión en Nazaret, el día de la Encarnación. Y desde entonces no se ha separado nunca de Él.

EL GPS

Hoy en día es fácil llegar a cualquier sitio porque los coches los venden con el GPS incorporado.

Tú le dices la calle donde quieres ir y él solo te lleva, te va indicando todo el tiempo por donde ir: —
Dentro de 200 metros tuerza a la derecha. Siga recto. Después de 50 metros, gire a la izquierda.

El otro día fui en coche con un amigo a Málaga. Pusimos la dirección calle Las Palmeras del Limonar y salimos.

Es una maravilla cómo te va llevando hasta que al cabo de la hora y media te dice: ha llegado a su destino. Ves en el gps y, efectivamente, pone Palmeras del Limonar número 12.

Mi amigo decía: –Ahí va, qué raro, pero si esto un local social y nosotros vamos a un chalet particular, esta no es la casa.

Entonces llamamos por teléfono a nuestro destino y preguntamos como ir.

Y efectivamente utilizando el gps nunca se equivoca uno, porque funciona por satélite.

El gps nos decía que estábamos en la calle Palmeras del Limonar, sin embargo en el letrero de la calle donde había llegado indicaba Palmeras.

Y esto fue porque el que hizo el mapa del gps se había confundido al meter la información: donde decía Palmeras del Limonar puso Palmeras y al contrario.

Por eso pudimos llegar a nuestro destino correcto poniendo la información al revés.

Dice el refrán que todos los caminos llegan a Roma y puede ser cierto, pero no todos los caminos llegan al cielo.

Para que nos conduzca al cielo, nuestro gps tiene que tener la información correcta que nos llega a través de Cristo.

Esto es lo que le dice San Pedro a los judíos, que tenían el mapa equivocado, confundieron «las profecías que se leen los sábados» (cfr. Hch. 13, 26-33).

Porque como le dijo Jesús a Tomás, Él era el camino (cfr. Jn 14, 1-6).

Este es la información que tenemos que incorporar a nuestras coordenadas.

Porque nosotros venimos de fábrica con el gps incorporado, que es la conciencia.
Lo increíble del GPS es que, aunque te equivoques, te vuelve a marcar otra ruta nueva para poder llegar. Es la voz de Dios.

Aunque cuenta también con el factor humano. Con muy buena voluntad podemos llegar a un sitio equivocado.

¿Por qué? ¿Dios no es la Verdad? ¿Se puede equivocar nuestra conciencia?

Pues, según la información que le metas. Por eso hay algunas personas buenas que no llegan al sitio que quieren, y encontrarse en la calle lo alto del guindo.

El Señor nos ha creado para llevarnos al cielo. Y como está empeñado en que lleguemos, hace todo lo posible por conducirnos hasta allí.

Somos sus hijos (cfr. Salmo de la Misa 2, 6), por eso tiene tanto interés.

Cuando nos salimos del camino, nuestro Padre Dios intenta reconducirnos una otra vez, aunque nos equivoquemos mil veces. Si los satélites del cielo nunca son problema, como me decía mi amigo.

Y, aunque el sitio donde tengas que ir esté muy lejos, incluso en otro país, se llega con facilidad.

A la vuelta de Málaga el dispositivo gps nos llevó por una calle tan estrecha que apenas cabía el coche.

Fuimos por allí y en poco tiempo llegamos al camino correcto, a la autovía.

Así hace Dios con nosotros. Nos reconduce y nos lleva también por sitios estrechos.

Ya se ve que la técnica tiene sus limitaciones, no así Dios que nos deja a su Madre para que el camino de la vida sea siempre seguro.

Por eso, le decimos ahora: Conservanos el camino seguro: g–p–s

sábado, 19 de abril de 2008

Y LA CAJERA DE CARREFOUR

Ver resumen
Con la Ascensión de Jesús al cielo, podría parecer que nos había dejado huérfanos (cfr. Evangelio de la Misa: Jn 14, 15-21).

Pero el Señor prometió que cuando se fuese junto al Padre, nos enviaría desde allí su Espíritu (cfr. Jn 15, 26 y 16, 7).

Es el Espíritu de Jesús y también el del Padre. Y nosotros le llamamos Espíritu Santo. (cfr. Primera lectura de la Misa: Hch 8, 5-8. 14-17). Y por eso decimos en el Credo que procede del Padre y del Hijo.

Recibir el Espíritu Santo es lo mismo que recibir el Amor de Dios.

-Señor que nos demos cuenta del amor que nos tienes.

Dios nos da todo, se da Él mismo porque es Amor.

Y el Amor es por definición un regalo. Una cosa que no es obligatoria, pero Dios nos regala porque Él es bueno, no porque necesite darnos para su felicidad.

Hace poco unos recién casados me preguntaban precisamente eso: que si Dios necesita de nuestro amor. Le dije que en realidad no lo necesita. Si lo necesitase no sería Dios.

El Amor de Dios consiste en dar sin contrapartida. De lo contrario no sería regalo sino comercio.

-Danos luces para descubrir el amor que nos tienes.

Hay un cuento que nos sirve para explicar esta idea de que Dios se da por entero sin esperar nada a cambio.

Había, en lo alto de una ciudad, una estatua de un príncipe, de un Príncipe Feliz. Tenía de todo. Estaba revestido de oro. Sus ojos eran dos zafiros valiosísimos, y lucía un gran rubí en la empuñadura de su espada.

(Como comprenderás se trata de cuento. Si esto fuera verdad, seguro que en la ciudad tan romántica en la que vivimos habría quedado de la estatua solo el pedestal.

Pues, justamente eso es lo que hizo Dios, no quedó nada de Él, se dio del todo por nosotros. Así es su Amor.)

Un día se posó a los pies de la estatua una golondrina para descansar un rato. Cuando estaba a punto de echar una cabezadita, le cayó una gota en la cabeza.

La golondrina se extrañó porque el cielo estaba totalmente despejado. Así estaba, pensando y mirando al cielo, cuando le cayó otra gota.

Miró a la estatua, y vio como los ojos del Príncipe Feliz estaban inundados de lágrimas, que corrían por sus mejillas de oro.

–¿Quién eres?, le preguntó la golondrina.

–Soy el Príncipe Feliz.

–Si eres el Príncipe Feliz..., siguió diciendo la golondrina, ¿por qué lloras de esa manera?, me has empapado.

–Lloro porque no me acostumbro a ver desde aquí tanta miseria y tanta gente que sufre.

Entonces, el Príncipe, le pidió a la golondrina que se quedara con él para que le ayudara a remediar los sufrimientos de las personas de esa ciudad.

La golondrina contestó: –Es que estoy de paso porque viene el invierno. Me esperan en Egipto. Mis compañeras deben estar ya revoloteando por el Nilo y charlando entre los juncos…. De todas maneras, me quedaré esta noche y mañana me iré.

Entonces, el Príncipe le dijo: –Mira allí abajo. En una callejuela, en la ventana de una vivienda muy pobre hay una mujer sentada en una mesa, llorando. Tiene las manos llenas de alfilerazos porque es costurera. No tiene dinero para curar a su hijo que está tumbado en la cama enfermo. Tiene fiebre y necesita comer naranjas para que se cure. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora.

Arranca con tu pico el rubí de la empuñadura de mi espada y llévaselo.

La golondrina arrancó de un picotazo el rubí, voló sobre los tejados de la ciudad, se coló por la ventana sin ser vista por la mujer que se había dormido por la pena, y dejó con cuidado el rubí del Príncipe Feliz.

Lo mismo hizo con sus ojos, los zafiros, y sacó de la miseria a muchos otros de la ciudad. Pero, como había tanta necesidad, le dijo el Príncipe a la golondrina:

Si te fijas, todo mi cuerpo está cubierto de oro fino, quítalo capa a capa y dáselo a los pobres hombres.

Eso hizo nuestra golondrina. Fue capa por capa desnudando de su riqueza al Príncipe y la distribuyó entre los necesitados.

Así se le pasaron los días, y, sin darse cuenta vino el invierno. Cada vez hacía más frío. La golondrina ya no podía más por la nieve y la falta de alimento. Cuando sintió que iba a morir subió al hombro del Príncipe lo besó y cayó muerta a sus pies.

Allí estaba la estatua. Parecía un pobre andrajoso y miserable, con un pájaro muerto a sus pies. La vio al pasar el Alcalde de la ciudad, y decidió derribarla.

La fundieron en un horno. Pero como el corazón no se fundía, lo tiraron a un montón de chatarra donde por casualidad también se encontraba la golondrina muerta.

Entonces, y así acaba nuestra historia, Dios dijo a uno de sus ángeles: –Tráeme las dos cosas más valiosas de la ciudad. Bajó el ángel y le trajó el corazón del Príncipe y el cuerpo de la golondrina. Y dijo Dios: –¡Qué bien has elegido!

Podemos repetirle, ahora, las palabras de San Josemaría: -¡Saber que me quieres tanto, Dios mío, y no me he vuelto loco!


El amor de Dios es el mayor de los regalos. El Señor no espera nada a cambio y lo da todo, porque con el amor no se comercia. Su Amor no nos cuesta.

Nuestra meditación de hoy tiene un título que te sorprendería. Te lo digo: La cajera del Carrefour. Tiene su razón de ser. Nadie piensa que en el Carrefour regalan cosas, porque hay que pagárselas a la cajera.

Dios no, Dios regala sin que necesite que le abonemos un ticket. La aspiración de todo poeta es darse uno mismo, no dar una cosa: Como me gustaría ser lo que te doy, y no quien te lo da.

Esto que no lo puede hacer el ser humano lo hace Dios: nos entrega su ser, se nos entrega a sí mismo, al Amor en Persona, que es el Espíritu Santo.

-En eso consiste el amor, en que Tú nos quieres (cfr. 4, 10).

La Virgen nos dio a Dios en Persona, sin pedirnos nada a cambio.

Vamos a pedirle: -Madre nuestra que sepamos elegir lo más valioso, que nos demos cuenta de cómo nos ama Dios.


OBISPOS TAMBIÉN

Ver resumen.
Hay gente que dice: «Jesucristo sí, Iglesia no» Eso es lo mismo que decir que Jesucristo no es Dios.

Los que dicen esto piensan que pueden seguir a Jesucristo, pero que no tienen por qué seguir lo que dice la Iglesia.

Jesús nos dejó un grupo de personas. Y de ese grupo, eligió a unos que fueron con Él a todos partes. Eran los Apóstoles que formaron lo que luego se llamaría la Jerarquía de la Iglesia.

Los que dicen Jesucristo sí, Iglesia no, no ven a Jesús como Dios, porque Dios quiere hoy lo mismo que quiso hace veinte siglos: su Iglesia.

Los cristianos creemos que el Señor ha resucitado y que vive porque es Dios. En el Evangelio nos dice que es «el camino» (Misa de hoy: Jn 14,1-12).

Esto es así: «Jesucristo es el camino que nos conduce al cielo pasando por Roma».

Todos los caminos llegan a Roma, se suele decir. Cuando uno busca a Dios con buena fe, termina siempre en Roma. Si empieza a ir desde Benedicto XVI hacia atrás llega hasta San Pedro, el primer Papa.

En la basílica de San Pablo Extramuros están puestos en los muros del templo, por dentro, todos los Papas hasta San Pedro.

Roma es el Papa, Pedro. Sobre él, Jesús instituyó su Iglesia: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia. La fidelidad a Cristo se resume en una sola palabra: Roma. Fidelidad al Papa.

Señor, danos la gracia de ser muy fieles a lo que el Papa nos pida.

Que Jesús está en su Iglesia, es evidente. Nadie puede nada contra Ella, porque Dios vive en Iglesia y estará con Ella hasta el fin del mundo.

Mil veces han intentado hacerla desaparecer. Mil veces han intentado acabar con Ella. A Juan Pablo II le dispararon y estuvo a punto de morir.

Pues otras mil veces, la Iglesia ha resucitado. La han perseguido, han intentado aplastarla, pero siempre ha vuelto a resurgir, incluso con más fuerza.

Sucede como cuando hundes una pelota de plástico dentro del agua. En cuanto uno deja de hacer fuerza hacia abajo, la pelota sale del agua y con más fuerza.

Así ha resurgido la Iglesia después de las persecuciones y de los ataques.

Decir "Jesús sí, Iglesia no" es como decir "familia sí, padres no". Jesús es el origen de la Iglesia, lo mismo que los padres son el origen de la famila. Sin Jesús no hay Iglesia.

Es impensable que el Señor hubiera fundado una Iglesia y se le hubiera ido de las manos. La Iglesia de Jesucristo no ha cambiado, porque la sigue gobernando su cabeza, que es Cristo.

Y el romano pontífice es su representante. Por eso San Pedro, como primer Papa, escribe que Jesús es la «piedra angular» del edificio de la Iglesia (Segunda lectura de la Misa: 1P 2,4-9).

Cuando se construyen edificios con un determinado tipo de cemento, ocurre que pasado un tiempo -dicen que en torno a los cien años-, empieza a perder cohesión, hasta que acaba desmenuzándose.

Los edificios construídos con ese tipo de cemento tienen los días contados: comienzan a cuartearse, les salen grandes grietas y, el día menos pensado, se vienen abajo.

Pues la Iglesia lleva ya 2000 años, no se ha caído y nadie ha podido tumbarla. Está construida con un tipo de cemento inquebrantable, sólido.

Es el Templo del Espíritu Santo, que está compuesta por muchos tipos de «piedras vivas», que somos cada uno de nosotros.

Como en cualquier familia, también en la Iglesia de Jesucristo, desde el primer momento hubo distintas sensibilidades (Primera lectura: Hch 6, 17).

En las familias hay de todo. Pero por muy diferentes que sean, todos están unidos por los padres.

El Señor nos gobierna a todos a través de los pastores de la Iglesia.

Tiene unas columnas donde se apoya: los Apóstoles, los primeros obispos.

Por eso los que creemos decimos: «Jesucristo sí, obispos también».

Terminamos nuestra oración repitiendo una jaculatoria que le gustaba muzho a san Josemaría: Todos con Pedro, a Jesús por María.

Que todos, bien unidos al Papa y a los obispos, vayamos a Jesús, por María, Madre de la Iglesia.
Antonio Balsera & Ignacio Fornés

martes, 15 de abril de 2008

EL ANIMADOR

Nos dice el libro de los Hechos (9, 31-42) que la Iglesia se iba desarrollando y «se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo».

Esto es lo que ocurrió en los primeros tiempos, y también pasa ahora. La Iglesia se ve animada por el Amor de Dios, que es el Espíritu Santo.

El Amor de Dios es lo que verdaderamente nos anima. No hay otra cosa que nos pueda impulsar tanto.

Como dice el poeta:

Más que una inteligencia prodigiosa. Más que una voluntad de hierro puro. Más. Lo que puede en este mundo más: un corazón enamorado.

El amor es como una borrachera de alegría.
Y el Amor de Dios es como un fuego interior que nos anima a hacer el bien a todo el mundo.

Así como el fuego no se detiene ante nada, así también son las personas a las que arrolla el Amor de Dios. Ese Fuego puede con todo.

De alguna forma los santos se han visto desconcertados por lo que Dios les quería. Por la pasión de su Amor.

Por eso dice el Salmo (115): «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?».

Sólo el que ha experimentado el Amor de Dios, puede compararlo con otras cosas, y parecerle basura.

Sólo el Señor tiene la solución a nuestros anhelos, que en realidad son deseos de cariño. Esto es lo que necesitamos todos.

San Pedro en nombre de los Apóstoles le dice al Señor: «¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).

El Señor se fue, pero nos ha enviado el Espíritu Santo que viene a jalearnos: es el Animador de los cristianos.

También es ésta la misión de cada uno de los cristianos: ayudar a otras personas en su vida espiritual. Un cristiano ha de animar y consolar. Es el rostro de Dios para los demás.

Las personas que acuden a la dirección espiritual, van para que les curen las heridas con el vino de la comprensión.

Por eso, cuando alguien abre su alma hay que escucharle. La gente tiene ganas de descargar todo el pus de sus preocupaciones.

-Señor, danos la capacidad de escuchar a la gente, de meternos en su pellejo y hacer nuestros sus problemas.

Hemos de ser conscientes de la grandeza de nuestra tarea: colaboramos en la acción del Espíritu Santo.

La Iglesia, crece y se desarrolla animada por el apostolado que nosotros realizamos.

De alguna forma somos altavoces de Dios.

¿Cuál es el objetivo de cada cristiano?

Precisamente ese: secundar la acción del Espíritu Santo. Se trata de ver qué quiere Dios para cada uno de nosotros y de nuestros amigos.

Por eso estamos aquí haciendo oración, para que el Señor nos dé luces, ahora y, sobre todo, en el momento de ayudar a los demás.

Como se lee en el Evangelio, el Señor tiene palabras de vida eterna, no nosotros (cfr. Jn 6, 63B. 68B: Aleluya de la Misa de Sábado III semana de Pascua).

Por eso, lo importante es lo que Dios le diga a las personas.

El Espíritu Santo tiene muchos caminos. No es como un ferrocarril, que va por sus rieles y no tiene más posibilidades. Y nos utiliza a nosotros como instrumentos.

Y, para ser un instrumento bueno, lo primero es conocer a las personas: comprenderlas, y ayudarles a que formen su conciencia.

¿Y qué significa conocer a una persona? Desde luego no basta con saber sus datos biográficos, familiares o profesionales. Eso nos puede servir, pero no es lo más importante.

Hace falta, sobre todo, saber qué es lo que le preocupa, o le interesa, lo que tienen en el corazón. Todo lo que le pesa. Sólo así se le puede ayudar con eficacia.

Para hacer apostolado hace falta escuchar, dedicar tiempo, compartir intimidad, confidencias, en una palabra, querer. En definitiva, hace falta una amistad sincera y profunda. Nos interesa cada persona, por sí misma, como le interesa a Dios.

Un médico da confianza si te escucha y se interesa, si te explica lo que tienes y por qué te pone un tratamiento. Entonces quieres volver.

Pero si antes de que le digas lo que te pasa ya te está dando el diagnóstico y las pastillas que te tienes que tomar, no vuelves. Ir por la vida dando lecciones o charlitas prefabricadas sirve para poco.

Sólo escuchando seremos capaces de descubrir las enfermedades del alma de nuestros amigos. Las posibles estructuras de pecado, por pequeñas que sean. Es decir, modos de vida que ofenden a Dios aunque sea mínimamente.

Y, entonces, una vez que sabemos lo que les pasa, seremos capaces de dar un diagnóstico y poner un tratamiento eficaz.

Si tenemos esta preocupación, el Señor nos mirará con cariño, porque seremos instrumentos suyos para la santificación de los demás.

Nos pide que, por su amor, entremos en los problemas, en las enfermedades de nuestros amigos y no cedamos en lo que está mal. Aunque el remedio pueda escocer o ser doloroso.

No se trata de imponer nuestro criterio, sino de sugerir. Hacer que la gente quiera cambiar. Decirles lo que va mal, darles el consejo y ofrecernos a ayudarles. Y luego, que decidan ellos mismos con libertad.

Hay gente que tiene dificultades para comprender a los demás. Son personas que tienen buena voluntad para ayudar, pero que no saben escuchar. Y llevan sus esquemas hechos y los sueltan, sea quien sea el que esté en frente. Su apostolado es como un martillo de herejes. Van machacando a los demás con su verdad.

–¡Cómo! ¿rezas tan poco?

Y la verdadera razón de que no rece más es que tiene 3 hijos pequeños y no pega ojo por la noche, y, además, su marido no ayuda nada…

Por eso no reza más, no porque no quiera sino porque le resulta difícil.

Y uno, como no se hace cargo de la situación, puede pensar que aquella persona no es piadosa. Y soltarle un sermón que no le ayuda nada, incluso la puede terminar de hundir.

El problema de fondo es que no hay entendimiento: se quiere ayudar, pero es como un salvavidas de plomo. Porque no hay empatía… faltan puntos de unión.

La gracia de Dios hace que esto se supere, porque ayuda a escuchar y a querer a todos. Esta es la clave de la comprensión.

El apóstol rígido oye, pero no escucha. Va con su santo piñón fijo y le da igual lo que le cuenten: no está abierto. No se hace cargo y por eso no acierta.

Las madres son libres no rígidas. Distinguen entre los hijos: –Ésta hija tiene que dormir, la otra lo que necesita es comer… Y así, dependiendo de cada una, le ayuda de una manera o de otra.

En cambio, en el Ejército, no pasa eso. Todos visten la misma ropa, tienen el mismo horario y realizan las mismas actividadades, da igual que sirvan para eso o no. Porque no son personas sino números.


El otro peligro que se presenta en el apostolado es pasarse al extremo opuesto: ser blandamente comprensivo, no entrar a los problemas. Escuchar mucho y no curar nada.


Y eso no es verdadera comprensión, sino simpatía y capacidad de oír.


Lo nuestro es ser comprensivos, con contenido. Así se lo pedimos al Señor ahora.


–Espíritu Santo doblega lo que es rígido; sana lo que está enfermo.


Para evitar los dos defectos, el rígido y el comprensivo, tenemos que hablar con el Señor de nuestros amigos: –¿Qué querrá Dios para esa persona? Pedirle acertar.

Hemos visto cómo en la Sagrada Escritura se decía que el Espíritu Santo construía y animaba a la Iglesia.

Esta es nuestra misión, que somos instrumentos de la acción de Dios. Animar y construir.

Para eso, vamos a acudir a la Esposa de Dios Espíritu Santo, para que Ella consiga que acertemos.

Ella que es Madre hará que demos en el clavo.

sábado, 12 de abril de 2008

MI MONITOR DE ESQUÍ

Ver resumen

Es una realidad que en esta vida el Señor va con nosotros. No es cierto que vayamos solos. Jesús vive todavía.


Palestina es un lugar estupendo para ir a ver como vivió durante treinta y pocos años. Pero después de la Resurrección de Jesús el resto del Planeta se ha convertido también en la Tierra Santa: donde Jesús se mueve, escucha, habla... y va con nosotros.

«El Señor es mi pastor, nada me falta», dice el Salmo (22. Responsorial de la Misa) «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo».

El verdadero pastor es Aquel que conoce todos los caminos, incluso el camino oscuro de la muerte. Jesús está con nosotros, también en el momento en el que nadie nos puede acompañar, cuando morimos.
El Señor ha recorrido ese camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido y ha vuelto para acompañarnos.
El Señor está con nosotros, decimos muchas veces durante la Misa. Vivo tranquilo porque Tú vas conmigo.
Efectivamente, tenemos a Jesús a nuestro lado en todo momento: va delante de nosotros como hace un pastor (cfr. Segunda lectura: 1 P 2,25).

Me acordaba de una excursión que hice al Purchil. Como soy de ciudad, me quedé mirando un rebaño de ovejas, unas cien, que seguían sin pensar mucho la figura de un pastor que era casi un niño, tendría unos 15 años.

Parecía que el pastor no hacía nada, que iba con ellas sin más. Pero algo había que hacía que todas fueran junto a él. Parecía que no les hacía falta ese pastorcillo y, sin embargo, gracias a él, sabían todas donde debían que ir. Iban despreocupadas pero seguras.

–Señor, Tú eres nuestro Buen Pastor. Contigo vamos seguros.

Jesús, al hablar a aquellas personas que trabajaban en el campo emplea la figura del pastor, para explicar que el va delante para facilitarnos el camino.

Hoy vivimos en ciudades y la gente no se hace idea de lo que representaba un pastor en otros tiempos. Pero es cierto que también hay un gusto por la naturaleza y el deporte.

Hace poco me decía una persona que había subido a la Sierra (Nevada) para esquiar, y que tuvo la suerte de tener a un profesor que con mucha paciencia le enseñó a manejarse.

Quizá tendríamos que traducir el salmo, diciendo: «el Señor es mi monitor de esquí, yendo a su lado todo es más sencillo».

Aunque no sea literariamente muy correcto decir esto, nos puede servir para entender, lo que San Pedro dijo el día del nacimiento de la Iglesia: «convertíos» (Primera lectura: Hch 2, 14ª.36-41).

Eso es lo que debemos hacer: «cambiar» y no pensar que estamos solos, cuando en realidad el Señor nos acompaña hasta para hacer deporte.

Se cuenta la historia de un hombre que tenía el privilegio de pasear por la playa y ver las huellas de las pisadas de Jesús.

Un día le ocurrió algo duro, algo que no esperaba, que le hacía sufrir. Fue a la playa y no vio las huellas que le acompañaban como otras veces.

Al día siguiente yendo otra vez por la playa, las vio y preguntó: –Ayer ¿por qué me dejaste solo? Solo vi mis huellas cuando mas te necesitaba…» Respondió Jesús: –Es que ayer te estaba llevando en brazos.

El Señor siempre está cerca, acompañando nuestro caminar en la tierra. Nos ayuda en la medida en que le dejemos, en que le demos protagonismo.

Yendo para Roma, en un alto en el camino, en la cafetería de una estación de servicio, un sacerdote me contó una historia, y me pidió que hiciera publicidad de ella. Así que aunque ya la hayas oído es igual. Porque - como decía una persona - cuando nos repiten las cosas veinte veces entonces las cogemos al vuelo.

Me explicaba este cura, que los santos llegaron a serlo porque dejaron que el Señor condujese su vida. Me decía que la vida es un regalo que nos hace Dios, y que podría asemejarse al regalo de un coche, algo adecuado a nuestras necesidades. Y en el momento de nacer se nos entregan las llaves.

Efectivamente, siguiendo con esta historia, podíamos decir que en estos años que llevas de vida has aprendido a conducirte, a conducir ese coche que te entregaron. Ya conoces las señales de tráfico para no salirte, eso son los mandamientos. Más o menos te manejas; incluso la L de prácticas ya la dejaste en tu casa al cumplir los 18 años.

Y un buen día, yendo por la carretera de esta vida, ¡oh sorpresa!, de lejos ves que alguien está haciendo autostop. ¿Sabes quién es ese alguien? Jesús. No Jesús, el amigo de tu hermano, sino Jesús, el que te regalo el coche, el que te dio la vida, y ahora está allí.

Mientras avanzas vas pensando: –¿Lo monto o no lo monto? ¿Será Jesús de verdad? A lo mejor no lo es». Y cuando te acercas ves con claridad que es Él: ¿qué hacer?

Déjame que yo piense por ti: quizá podrías pasar de largo, y decir: –¿Qué tengo yo que ver con Ese? El coche es mío. Y verías la cara de decepción del Señor, sobre todo cuando hiciste el amago de pararte.

Si tienes más generosidad te pararías, montarías al Señor. Y después de recorrer pocos kilómetros, Jesús comenzaría a decirte: –No tan deprisa, respeta las señales, cuidado con esa curva. Y tú un poco harta podrías decir: –O te callas o te bajo, el coche es mío, conduzco yo. Y Jesús callaría, muy respetuoso con tu libertad...

La tercera posibilidad sería montar a Jesús y al darte cuenta de que es Dios, ir siguiendo sus indicaciones. Esta tercera posibilidad es la de los cristianos...

Pero hay una última opción, que es darle las llaves de tu coche al Señor y dejar que conduzca Él.

La Virgen optó por esta última. De hecho, después de la Encarnación, Dios la condujo hasta el pueblo de su prima Isabel y, a partir de ahí, siempre se dejó conducir por el Señor.

Vamos a pedirle a Ella que nosotros hagamos lo mismo, que montemos al Señor en nuestra vida. Tanto, que dejemos que Él nos guíe.

martes, 8 de abril de 2008

TRABAJO

El objetivo de la meditación es que consideremos nuestro trabajo de un punto de vista cristiano.

Para algunas personas el trabajo es una especie de losa que hay que aguantar, o lo ven como un castigo que Dios nos impuso por el pecado.

Ninguno de vosotros pensareis que el estudio o el trabajo es un castigo, pero en la práctica uno puede que lo vea como una cosa incómoda. Como algo que se tiene que hacer a la fuerza.

Había un noble alemán de los que salen en la prensa rosa, que decidió irse a vivir a Mallorca.

Tenía una casa enorme y pasaba las horas entre pisicinas, fiestas y campos de golf.

Un día cuando iba con su todoterreno por un camino de tierra de la isla encontró a un paisano que guiaba un carro tirado de una mula. Las ruedas del carro se habían metido en el barro y éste, al ver un coche que pasaba por ahí pidió ayuda. El príncipe en esta ocasión iba vestido sencillamente. Después de un rato largo y de mucho esfuerzo consiguieron entre los dos sacar las desgastadas ruedas del barro.

El carretero agradecido le dio unas monedas y le digo a su ayudante que se tomara una copita en su honor.

Nuestro príncipe guardó con emoción las monedas en su maravillosa casa, y las puso con un cartel que decía “las únicas monedas que he ganado con mi trabajo”.

Un poco tarde pero el noble alemán comenzó a darse cuenta que hubiera valido la pena dedicar su vida a trabajar.

Sin embargo dice la Sagrada Escritura que así como el ave ha nacido para volar el hombre nació para trabajar. Por eso una persona que no pusiera esfuerzo para trabajar bien no maduraría.

En muchas ocasiones la personalidad se forja así. Y eso se ve claramente en personas que desde jóvenes ha tenido que ganarse la vida; y otros que aunque ya maduros, siguen viviendo a costa de sus padres. Se ve que el trabajo algo debe enriquecer cuando hace que una persona madure en tan poco tiempo.

Desde un punto de vista exclusivamente humano las personas que trabajan bien dan confianza.

Pero ¿tendrá que ver esto con Jesucristo? Al hacerse hombre, Nuestro Señor ennoblece lo humano y también esta dimensión; cuando hablan de Él dicen que es el artesano.

¿Se puede ser un buen cristiano si uno es un mal estudante? Si uno no cambia, no puede ser un buen cristiano. Porque la vocación profesional es parte importante de nuestra vocación divina de cristiano.

Una beata o un beato, es eso, una persona que piensa que seguir a Jesucristo consiste en almacenar medallas, devociones y rezos.

Si a uno humanamente le falta la base no se puede edificar. Me acuerdo del título de un libro que es muy significativo: “el valor divino de lo humano”.

Es bueno que en la presencia de Dios veas como estás aprovechado, y como estás intentando rendir estos días.

Primero si estás dedicando horas, después si pones intensidad.

Seguramente en estas semanas has dado un cambiazo con respecto al primer trimestre del curso, eso se debe a los exámenes.

Pero no debemos olvidar que el verdadero movil, lo que nos tiene que impulsar a estudiar, no es la necesidad del momento, sino el Amor a Dios. Si solamente estudiamos mucho y con profundidad cuando hay exámenes, debemos plantearnos que no estamos estudiando por motivos sobrenaturales, y entonces es que hemos caido en la tibieza.Sólo nos mueve lo humano nos falta fe y amor.

Da pena ver, algunas veces, que las personas que se llaman cristianos, no se tomen en serio su estudio o su trabajo, y otros que ni siquiera conocen a Jesucristo, son los número uno.

Le están haciendo un flaco servicio al apostolado, porque la gente no es tonta y, lógicamente, no se fía de uno que saca suspensos habitualmente. Sin embargo la que tiene prestigio en su profesión tiene como un pedestal, como un altavoz porque todo lo que diga se mira con respeto.

San Josemaría cuando vivía en Burgos llevaba a la Catedral de esa ciudad, a los estudiantes que iban a hablar con él, para que vieran de cerca los trabajos de orfebrería de las torre, eran una maravilla, que estaba hecha con un trabajo lleno de paciencia y, además acabado hasta el final.

Una auténtica obra de arte, pero que desdeabajo no se veía. Aquello estaba hecho verdaderamente sólo para Dios, porque desde la calle era imposible darse cuenta. Además aquellos artistas lo sabían pero les daba igual. Hacían su trabajo cara a Dios, y no cara a los hombres, sin pensar en un pago humano, sin buscar el aplauso.

Aunque a nosotros no nos mire nadie, aunque nadie nos premiare, queremos hacer las cosas por Ti. Señor, para mi nada, quiero todo para Ti.

Empiezan unos meses en los que el agobio está como frotándose las manos,

como un niño que tiene delante una docena de pasteles, de chocolate, nata, limón...

Todos para él y con tiempo por delante…

Porque pronto vendrán los agobios de primavera camino de los de mayo y junio…

¿Sabes cuál es el sinónimo de la palabra agobio?: Bunker.

Es decir, ausencia de sol desde que te levantas hasta que te acuestas.

Es una mezcla de autocompasión, pánico, remordimiento y desorden.

El agobio es padecer hoy lo que vas a sufrir mañana.

Es morir a tope, con intensidad, poco a poco.

-Por eso, Señor, cada vez que oigo tus palabras me suenan mejor y me agarro a ellas:

Venid a mí… que yo os aliviaré.

Os esperan –perdón, nos esperan- días de sudoración fría, párpados pesados y miradas perdidas…

…preguntas que nos hacen en un pasillo y que no recibirán contestación: ¿Cómo lo llevas?…

-¡Dios mío esto no hay quien lo pare, menos mal que estás Tú!

Pero… existe un peligro.

La gente cuando se agobia tiende a evitar cualquier compromiso y… piensa:

-Bastante tengo con esto, como para dedicarme también a Dios.

Y miran hacia otro lado…

No te recomiendo que reacciones así.

-Señor Tú sabrás por qué has dicho eso de Venid a mi los que estáis agobiados…por algo será.
-Pues, la gente cuando se agobia huye de Ti, te trata menos…

Resultado: que lo pasan peor.

Yo trabajo no por agobios sino porque sé que a ti te agrada, estoy cumpliendo una misión y, aunque nadie me controle, ni nadie me vigile yo lo haré igual.
Ante las dificultades, si estamos con Dios, crecemos por dentro, nos hacemos más fuertes, pacientes, serenos, más sobrenaturales…

Nos llenamos de estas virtudes tan necesarias para la vida…

-Señor, Tú eres mi fortaleza.

Así todo marcha, hacemos pie, no nos ahogamos.

Señor voy a hacer el propósito de trabajar teniéndo en cuenta lo importante y de la mejor manera con puntualidad con orden. Quiero hacer las cosas bien y hacerlas con arte.

Como María lo hacía, a Ella le pedimos ayuda.

sábado, 5 de abril de 2008

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Ver resumen.
Dentro de tres meses entraremos en el año de San Pablo. Y es bueno que de vez en cuando nos acordemos de él. Tuvo una vida muy intensa. Viajó mucho por el mundo hablando de Jesús.


Resulta curioso que, siendo uno de los Apóstoles que más escribió, no nos contara más cosas de la vida del Señor.

Conocía perfectamente todas las anécdotas que cuentan los Evangelistas. Había tratado a los que protagonizaron muchos de esos sucesos, y sin embargo San Pablo no cuenta casi nada de la vida de Jesús.

Los libros que tratan sobre gente importante, suelen narrar hechos curiosos de su vida, momentos estelares, como el descubrimiento de América de Colón o el premio nobel de la paz de la Madre Teresa.


Pues, San Pablo no cuenta nada de esto de Jesús. Y, aunque a nosotros nos parezca extraño, la explicación es bastante sencilla: el Apóstol no trataba a Jesús como a un «simple personaje histórico» porque, para él, no era sólo alguien que vivió (1).

Nadie se pone a hablar con la estatua de un torero, sino que lo recuerda y se acuerda de las faenas que hizo. Con Jesús no, con Jesús nosotros hablamos, no solo pensamos en Él.

Si alguien quiere estar con el Señor, no se pone al lado de una estatua o de un cuadro, sino que va a una iglesia y se acerca al sagrario. Porque el Señor está ahí vivo.

Así trataba San Pablo a Jesús, como una persona viva. Si se actúa de esta manera, lo más importante es el presente, lo que el Señor está haciendo ahora. Cristo vive en la actualidad.

Me contaba un sacerdote que se sorprendió el otro día al entrar en un vagón del Metro, porque se encontró de frente con una hoja impresa pegada en la pared.

Se sorprendió porque el texto que allí aparecía era nada menos que una parte de La noche oscura, de San Juan de la Cruz.

Se puso a leerlo emocionado: «En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada, oh dichosa ventura...», y seguía narrando cómo el alma encontró al Amado.

Se quedó pensativo y preguntándose: «¡Cómo es posible encontrarse con esto en el Metro! ¿Qué hace aquí, con los tiempos que corren, San Juan de la Cruz?».

Dios anda en todas partes, también en la gris y sucia pared de un vagón del Metro. En los momentos más corrientes, allí está y se hace presente. Tenemos que sorprendernos al descubrirlo.

El Señor está en todas partes. Lo importante es darse cuenta de que está muy cerca de nosotros, en los momentos malos y en los buenos.

Cuenta una santa que un día, el diablo le tentó muy fuerte para que pecara contra la virtud de la pureza. Ella luchó y pidió ayuda a Dios, pero le pareció que no le hacía caso.

Cuando hubo pasado todo, y el diablo se retiró sin éxito, la santa, en su oración le echó en cara al Señor que le hubiera dejado sola. Y el Señor le dijo: «Estaba más cerca de ti de lo que tú pensabas».

Precisamente la fe cristiana que enseñaron los Apóstoles se basa en la resurrección de Jesús (cfr. Hch. 2,14. 22-33).

También San Pedro (cfr. 1 P 1, 17-21) cuenta cómo Jesús nos liberó muriendo y resucitando.

El Señor camina con nosotros. Por eso dice el salmo que nos enseña «el camino de la vida» (Sal 15, 11).

Nosotros no seguimos una idea muy bonita, sino a una Persona que además es Dios. El cristianismo es un encuentro entre dos.

Alianza en hebreo se dice berit que significa entre-dos, es decir, compromiso mutuo entre dos personas. La alianza es la que usen los esposos en el matrimonio.

Eso es lo que hizo Dios con Noé, con Abraham, Jacob, Moisés. Hizo una alianza porque su relación con nosotros es personal.

Es muy sencillo encontrarse con Él. Fíjate si es fácil que cuando pensamos que lo tenemos abandonado ya empezamos a estar con Dios.

El Señor está cerca, pero respeta nuestra libertad y no nos fuerza a que le hablemos, deja que salga de nosotros.

La situación es parecida a la que uno se encuentra cuando entra en una sala de espera.

La gente está allí sin hablarse, hasta que alguien rompe el hielo y sale una conversación amena que hace que la espera no sea tan pesada.

El Domingo de Resurrección, el Señor se hizo visible a «dos» de los discípulos cuando marchaban tristones.

Dice el Evagelio que Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos (Lc 24).

Se acercó a los que iban hacia Emaús, y Cleofás, uno de ellos, fue quien rompió el hielo y empezó a dialogar con Él. Jesús escuchaba con paciencia.

Les atendió sin prisas, a pesar de que estaban equivocados en sus planteamientos.

Dios quiere que nos acerquemos a Él, que rompamos el hielo. Él está siempre a nuestro lado, esperando.

Se mantiene ahí, invisible, silencioso, como un pobre que espera una limosna.

Parece como que nos dice: "Necesito que vosotros deis el primer paso. ¡Con qué alegría daré Yo todos los que siguen!"

Nada de la Tierra le distrae de pensar en nosotros. A nosotros las cosas, las preocupaciones, los agobios nos impiden verle. Dios, en cambio, está constantmente pendiente.

El Señor es el Ser estable, el Incambiable. Él es la Presencia, Él es el Instante, la Eternidad, es el que siempre nos llama sin cansarse.

-Señor, que te respondamos.

Hoy en día también hay mucha gente que reconoce al Señor en la Comunión.

Ellos lo reconocieron cuando Jesús partió el pan y se lo entregó (Lc 24, 13-35).

También nosotros «dos», tú y yo, tenemos que encontrar al Señor: aquí está. Nos toca a nosotros darnos cuenta.

La Virgen vivió su relación con Jesús de manera personal. Tanto que era su Madre.

(1) Cfr. Ronald A. KNOX, Tiempos y fiestas del año litúrgico, Rialp (Patmos, 117), Madrid 1964, pp. 309-323.

HUMILDAD

Como siempre, a la oración venimos a escuchar la voz de Dios, eso es lo que nos interesa. Jesús quiere que aprendamos de Él.

Nuestra identidad, el fundamento de nuestra personalidad –como diría san Josemaría– es la identificación con Cristo.

No es una apariencia física lo que pedimos. Queremos ser buenos como Dios: –Haz que sea como tú.

¡Humildes de corazón! Así tenemos que llegar a ser. Luchar cada día más y, sobre todo, pedirlo: –Jesús, hazme humilde como tú.

También la humildad puede ser una pose: adoptar actitudes, modales, voz, compostura, tono. Todo un conjunto de cosas externas que uno puede ir incorporando para tener fama de humildad. Para poder gloriarnos, envanecernos con nuestra poquedad.

Porque sabemos que es una cosa virtuosa que nos hace gratos a los ojos de los demás, y a nuestros propios ojos. Hay quienes luchan por bien parecer, y hay quienes se maquillan para tener una humildad facial.

–Haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo.

Lo pedimos al Señor, porque una de las necesidades más imperiosas que tenemos los hombres es la de identidad. No somos clones cada uno tiene su personalidad. Cada ser humano es distinto.

El Señor nos quiere como somos, y de alguna forma nosotros buscamos afianzar nuestra personalidad. Tan arraigado está este deseo de identidad, que puede llevar a tonterías y hasta aberraciones.

Lo vemos especialmente en la gente joven: son capaces de presentar la apariencia externa más estrafalaria....

La gente joven busca muchas veces identificarse con unos modelos que están en el ambiente, o que marca la moda... No son ellos mismos, buscan ser como otros.

Algunos buscan el parecer, aparentar, parecerse a sus ídolos. Esto en la gente joven. Pero también la gente mayor falsea su identidad con el tener. También esto es una forma superficial de realización personal.

Hay gente que pretende que lo identifiquemos con lo que tiene, o con determinado estilo exterior de vida: ellos se identifican con sus bienes, con su aspecto físico, con su moto...

Se produce la confusión de pretender llenar la necesidad de ser con el tener. Y estas cosas pueden hacer ilusión durante algún tiempo, pero no durará mucho: las contrariedades llegan enseguida...

Acaban dándose cuenta de que la gente se interesa por ellas a causa de su dinero, y no por ellas mismas. Que suerte tenemos nosotros, porque Dios nuestro Señor no nos quiere por lo que tenemos, sino porque El es bueno.

Pero existe también otro engaño. Que no es la identificación con el tener. No es tan superficial. Ahora que se habla tanto de los valores.

En un plano algo más elevado, a veces se identifica lo que somos con lo que hacemos. Y por eso en ocasiones buscamos nuestra realización a través de la adquisición de ciertos talentos, valores o virtudes.

Aunque a primera vista parece un medio mejor que el anterior, hay que estar atentos ante este peligro de confundir el ser con el hacer.

Porque a veces se puede identificar a la persona con el conjunto de sus talentos o aptitudes. ¿Y si se pierden esas cualidades? Puede pasar que ya no pueda hacer ese deporte, o que haya perdido un hábito que antes tenía.
–¿Estoy acabado si no consigo lo que me propongo...?

Esta tendencia de fundamentar la personalidad sobre la base del hacer cuenta con un aspecto positivo. Precisamente la educación y la pedagogía se basan en buena medida sobre esta tendencia: desarrollar lo que hemos recibido. Y así debe ser.

Pero no podemos identificar a una persona con la suma de sus aptitudes: es mucho más que eso. No se puede juzgar a alguien solamente por sus facultades.

Cada persona posee un valor y una dignidad independientes de su «saber hacer». Y, si no nos damos cuenta de esto, existe el peligro de caer en una profunda «crisis», en el momento en que haya un fracaso.

Y también puede pasar que mantengamos una actitud de menosprecio cuando nos topemos con las limitaciones de los demás, o con su falta de capacidad.

–¡Qué inutilidad de personas, es que no saben ni hacer una suma!

Si la persona se mide por la eficacia habría que quitarse de en medio a los pobres a los discapacitados.

El orgullo nos empuja a juzgar a quienes no hacen las cosas tan bien como nosotros las hacemos. Y el orgullo nos lleva a impacientarnos con los que nos impiden llevar a cabo nuestras metas.

Orgullo, dureza, desprecio del prójimo...

Que bien cuadran aquí las palabras de nuestro Señor: –aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Nuestra verdadera identidad, mucho más profunda que el tener o que el hacer.
Nuestra verdadera identidad, mucho más profunda incluso que las virtudes y las cualidades espirituales, que el Señor nos ha regalado.

Tenemos que ir descubriendo que para nuestro Señor –que ahora nos mira desde el sagrario– ningún acontecimiento, ninguna caída, ningún fracaso podrán arrancarnos nunca del cariño que nos tiene.

El no nos quiere porque seamos ricos en virtudes, o porque nos portemos bien. Nos quiere porque somos sus hijos.

Nuestro tesoro no es de esos que devoran la polilla y el orín (Mt 6. 16) : nuestro tesoro está en el cielo, es decir, entre las manos de Dios.

Nuestro tesoro no depende de las circunstancias, ni de lo que tenemos o dejamos de tener. Nuestro tesoro no depende tampoco de lo que hagamos, de nuestros éxitos y nuestros fracasos: sólo depende de Dios, de su bondad que no cambia.

Nuestra identidad, nuestro «ser» tiene otro origen distinto de nuestros actos, y mucho más profundo: el amor de Dios.

El amor de Dios que nos ha hecho, a su imagen y nos ha destinado a vivir siempre con El. Dios que es Amor y que no puede volverse atrás.

Todo esto no quiere decir que de igual lo que nosotros hagamos: El pecado es personal. Y los estragos del pecado son costosos y lentos de reparar.

Está claro que el pecado nos hiere a nosotros y a nuestros hermanos. Pero no tenemos derecho a confundir a alguien con el mal que comete.

Sería como acorralar a esa persona y perder toda esperanza respecto a ella. Ni tampoco identificar a nadie (y menos aún a uno mismo) con el bien que haga.

Es cierto que siempre llevaremos con nosotros la soberbia, pero podemos reducirle para que no crezca demasiado: irle quitando ramas, regándole poco, poniéndole poca tierra: en vez de que sea un árbol grande, convertir nuestra soberbia en un arbolito transportable, a base de ir podándola.

Hay gente apasionada, poco inteligente, que por su forma de ser puede ser una tierra fértil donde crezca el ego.

–Haz que mi corazón sea semejante al tuyo y al de María.

Cuando Ella hace oración, nos dice que su corazón se ensancha de gozo, porque el Señor se fijó en su bajeza, se fijo en su nada.

La potencia de Dios que triunfa en una criatura pequeña y débil, precisamente porque es pequeña y débil, y lo reconoce ante Dios.

Da su gracia a los humildes (cfr. Iac 4,6; 1 Petr 5,5). Dice san Pedro y Santiago. Por el contrario, el amor propio es la cizaña de nuestro campo.

Lo que estropea el sembrado de Dios siempre es el orgullo. Disfraces de la verdadera humildad. Si quieres conocer a Pedrillo, dale un carguillo.
Esto de ser un instrumento en las manos de Dios es bonito de decir. Al principio todo es humildad y dejarse enseñar...

Cuando pasan algunos meses, ya parece que se han convertido en unos expertos, que nadie les tose. No tienen necesidad de pedir consejos, porque se sienten experimentados.

Por encima de otras cosas, la humildad. Al Señor le gusta fijarse en la humildad. Por otra parte, igual que nosotros, con una persona humilde nos quedamos tranquilos.

Ya adquiriré otras cosas... A nuestros primeros Padres tuvo que cortarles el grifo de las gracias.

No así a María: ahora le pedimos que intervenga para hacernos gratos a Dios:

–Corazón dulcísimo de Maria haz que mi corazón sea semejante al tuyo.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías