viernes, 28 de agosto de 2020

LÓGICA DIFUSA


Pedro no acepta que Jesús tenga que sufrir y morir (cfr. Evangelio de la Misa Mt 16, 21-27). Cuando el Señor les explica que va a tener que padecer mucho, Pedro le responde: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte». Hoy también el sufrimiento es la asignatura pendiente del Estado del bienestar. Este nuevo mesianismo tampoco entiende el valor de la cruz. Una señora, que sí entiende el valor de la cruz, me pedía que rezase para que su padre mejorara de una enfermedad. Está internado en el hospital. Aunque está muy mal, pedía que por lo menos se recuperara para la boda de su hija. Sería, decía con razón, una boda un poco triste si él no estuviera–Señor, te pedimos ahora en nuestra oración, que, si es tu voluntad, se mejore esta persona y salga todo bien. La cruz aparece. No todo sale como lo hemos previsto o nos gustaría. Mucha gente se enfada con Dios porque permite el sufrimiento: no entienden el valor de la contrariedad. Y el sufrimiento aparece, tarde o temprano, y a veces cuando menos te lo esperas. Hace pocos meses, yendo a celebrar Misa temprano, me paró una mujer por la calle. Me suelo cruzar con ella a menudo, pero nunca habíamos hablado antes. Empezó a contarme todas las desgracias que le habían sucedido en las últimas semanas. Necesitaba desahogarse. A su marido le habían diagnosticado una enfermedad grave. Su hijo había tenido un accidente de moto y se había quedado parapléjico. Otro de sus hijos se había escapado del hospital donde se estaba rehabilitando por el alcohol. Y, para colmo de males, tres días antes se le había caído en el brazo izquierdo, que tenía vendado, una sartén con aceite hirviendo. Cuando terminó, le dije que rezaría por ella y por los suyos. También me vino a la cabeza un consejo que le di: que fuera a una iglesia, se pusiera cerca del sagrario y que se quedara allí, quieta, con Dios, cerca de Él. Indudablemente muchas cosas no salen como Dios querría, pero todas (también las que Él no desea) sabe utilizarlas para el bien. La sabiduría de Dios convierte las situaciones malas en buenas. Y si no que se lo digan a San Pablo. Cuando mataron a pedradas a San Esteban, él estaba allí bendiciendo ese asesinato. ¿Quién iba a decir que el perseguidor de los cristianos iba a convertirse en Apóstol? No debemos inquietarnos ante el mal, el dolor o las cosas que no salen. Si nos ponemos en las manos de Dios todo se arregla. Ya se ve que su lógica es distinta a la nuestra. A la vuelta de las vacaciones, me volví a encontrar con la señora de las desgracias. Tenía otra cara. Ya no lo veía todo tan negro. Algunas cosas habían mejorado. Su marido estaba mejor, y su hijo alcohólico volvió al hospital. Al final me dio las gracias por el consejo de buscar al Señor en el sagrario y estar con Él. Le sirvió y lo sigue haciendo. Dios entiende que nuestra primera reacción ante el sufrimiento sea de rechazo, y que, incluso que nos quejemos un poquito. Hay profetas que se han quejado mucho. Por ejemplo Jeremías, refiriéndose a Dios dijo: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre» (cfr. 20,7-9: Primera lectura). Y esto nos consuela, porque los santos tenían defectos, como nosotros. San Josemaría, cuando moría una persona joven que podía trabajar muchos años más en servicio de Dios, se quejaba por dentro en su oración. Luego rectificaba y le decía a Dios unas palabras muy bonitas que podemos repetir ahora: –Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada, la justísima y amabilísima voluntad de Dios sobre todas las cosas. Amén. Amén. Es curioso, cualquier situación, por dura que sea, se hace más llevadera cuando nos ponemos a hacer oración. Algo ocurre cuando estamos delante de Dios. La oración nos hace digerir lo que más nos duele, aunque no lo entendamos. Ya se ve que en la tierra nuestra lógica siempre será un tanto difusa: por eso San Pablo nos dice que tenemos que renovar nuestra mente (cfr. Rom 12, 1-2: Segunda lectura). San Agustín cuenta en su libro de Las Confesiones la muerte de su madre. Es un testimonio impresionante, que nos enseña como algo tan terrible a los ojos humanos como es la muerte, las personas santas la acogen con ánimo positivo. Unos días antes de que cayera enferma, estaban los dos solos, madre e hijo, hablando apoyados en una ventana que daba a un jardín interior. Surgió de manera espontánea el tema de la vida eterna. Santa Mónica dijo: –«una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces (…) ¿Qué hago ya en este mundo? »Al cabo de cinco días, cuenta San Agustín, cayó en cama con fiebre (…). Viendo que estábamos aturdidos por la tristeza, nos dijo: –Enterrad aquí a vuestra madre. »Yo callaba y contenía mis lágrimas (…). La Santa les dijo a él y a su otro hijo: –(…) lo único que os pido es que os acordéis de mí ante el altar del Señor en cualquier lugar donde estéis». Nueve días después moría con solo 56 años (cfr. Confesiones, lib. 9, 10-11: CSEL 33, 215-219). Las personas que están cerca de Dios, piensan distinto cuando se presenta el sufrimiento. Cada día necesitamos un plan renove de nuestra alma. Hemos de hacer como los santos, que aunque no siempre acertaban, hablaban frecuentemente con Dios. Y el Señor les ayudaba a rectificar. María meditaba en su corazón las cosas que no entendía, y así se iba haciendo al querer de Dios, que, como es bueno, siempre acierta.

viernes, 7 de agosto de 2020

TACONES LEJANOS

 

Dice la Escritura que Jesús se levantaba temprano para hacer oración.

Lo hacía así para encontrar un poco de calma, porque Dios habla bajito y hace falta silencio para escucharle.En este curso de retiro, el Señor quiere hablar contigo. Te quiere ayudar. Jesús ¿por qué a veces te vemos como alguien lejano y frío? Enséñanos a orar para conocerte más. Se cumplen todas las condiciones. Estamos en un sitio tranquilo y en un ambiente más silencioso. Cuentan que estaban en Torreciudad un grupo de chicas haciendo un rato de oración en la Capilla del Santísimo. Allí hay un crucifijo de gran tamaño, de bronce dorado, con una expresión de serenidad y viveza tan grande que parece que habla al que mira. Allí estaban estas chicas rezando en silencio, mientras que se oía a lo lejos el ruido que producían unas señoras que visitaban el Santuario: con el típico sonido que hacen los tacones lejanos. Hasta que ese grupo de mayores decidió inspeccionar la Capilla del Santísimo, donde las chicas empezaban a ponerse nerviosas por el trasiego de las señoras. Iban entrando a la Capilla, mientras abrían la puerta y cuchicheaban. Y una de ellas, que parecía ser la más enterada, refiriéndose al crucifijo dijo a media voz, pero perceptible a todo el mundo, no sólo a la persona que le estaba enseñando, dijo:   –Mira, ese es el Cristo que dicen que habla... Y en aquel momento, una de las chicas que había oído lo del «Cristo que dicen que habla», replicó con gracia: –Señora, habla si ustedes le dejan. –Señor que te dejemos hablar. Que no nos impacientemos porque al principio no te oigamos, que no dejemos de intentarlo. –Enséñanos a hacer oración, le decimos como los apóstoles. Enséñanos. Ahora, Jesús te oye y te ve. Aunque tú no le veas, Él te ve. Aunque parezca que no le oyes, Él te oye. Porque Jesús se mueve, actúa, habla, mira, siente… Es bueno que sepas que lo que te preocupa y alegra Dios lo sabe: una amiga, un pariente, tus ganas de hacer bien las cosas, lo que te agobia y entristece, tus proyectos, tus cansancios. A Jesús le interesa mucho que le cuentes tú vida: padres, hermanos, amigos, estudio, deporte, aficiones, enfados, etc. De esa conversación salen cosas interesantes. Verás todo como lo ve Él. En esos ratos sale de todo, como en una conversación de teléfono. ¿Quieres ponerte a hacer oración? Cuéntale todo eso como si se lo contaras a tu mejor amiga. Que hables con Dios de Tú a tú, con tus propias palabras: Jesús, te ofrezco este rato de oración…; ayúdame a sonreír en casa que hoy estoy cansada…; intentaré no enfadarme con el pesado de mi hermano…; dame fuerzas para no ver esta que te ofende porque me lleva a tener pensamientos que no te gustan… Si hablas así, al final conseguirás oírle. Me contaba una persona que, en su oración, le contaba unos rollos increíbles al Señor. Pero, que la cosa iba mejor porque estaba empezando a hablar menos y a escuchar más.Debemos esforzarnos por ir a la oración sin tacones, recogidos. Sin ruido interior. Tranquilas. Sin música de fondo. Mirarle y leer algo que nos ayude a imaginarnos a Jesús, a darnos cuenta de que está aquí. Después de cada rato de oración, deberías poder responder a estas preguntas: ¿qué le has dicho a Dios? ¿y qué te ha dicho? –Señor, enséñanos a hacer oración. Entonces, en la oración, se produce un gran milagro diario: Jesús y la Virgen consiguen que cambiemos de manera de pensar. Entramos muy enfadados con una persona y salimos solo enfadadillos. Empezamos agobiados con algo, un examen, una preocupación, y salimos más seguros. Así actúa Dios en el alma de quien hace oración de modo habitual. Solemos pensar que la culpa de todo la tienen los demás (padres, profesores, compañeros). En la oración, el Señor, hará que te preguntes: ¿y tú qué puedes hacer para que tus padres estén contentos? ¿No podrías tener más paciencia con esa amiga y perdonarla? ¿Por qué no me ofreces una hora de estudio pidiendo por el Papa? Al demonio le da pánico que te pongas todos los días en silencio delante de Dios, porque sabe que la oración te hará santa. Por eso, intenta que no la hagas, que te excuses: estoy muy ocupada, ya la haré después, cuando acabe de ver el tuenti. La gran tentación del diablo es esta: no hables con Dios, porque siempre te pedirá cosas: que ayudes en casa, que sonrías, que estudies más, etc. Te va a complicar la vida. Como sabes, toda tentación es una mentira, un engaño, una verdad a medias. Sí, Dios pide cosas pero para hacernos felices. –Señor ¿por qué me pides que sea menos perezosa, mentirosa, amable con las demás, trabajadora, generosa con mi tiempo…? ¿Por qué? ¿No será porque si te digo que sí seré más feliz? Sí. Es más feliz el generoso que el egoísta, el sincero que el mentiroso, el humilde que el soberbio,  la cristiana que la frivola etc. Hace poco leí una entrevista a una mujer conocida que estuvo seis años secuestrada. Ella misma cuenta su cambio interior fruto de la oración, de haberse dado cuenta de que el Señor estaba su lado, de que no estaba sola. Te leo sus palabras: Estar secuestrada te coloca en una situación de constante humillación. Uno es víctima de la arbitrariedad más absoluta, uno conoce lo más vil del alma humana. Llegados hasta aquí, uno tiene dos caminos. O dejarse afear, volviéndose agrio, gruñón, vengativo, dejando que el corazón se llene de resentimiento. O elegir el otro camino, aquel que Jesús nos ha mostrado. Él nos pide: bendice a tu enemigo. Cada vez que leía la Biblia, sentía que esas palabras se dirigían a mí, como si estuviera delante de mí, sabía qué tenía que decirme. Y esto me llegó directo al corazón. Sé, siento que se ha producido una transformación en mí y esta transformación la debo a este contacto, a esta capacidad de escucha de aquello que Dios quiere para mí.Ahora estamos haciendo oración. Como te habrás dado cuenta de vez en cuando, me estoy dirigiendo al sagrario para hablarle. Es bueno que se produzca ese diálogo directo: –Señor, ¿estás contento conmigo? ¿En qué quieres que mejore? La Virgen nos da un consejo: «haced lo que Él os diga». Ayúdanos Madre nuestra a escucharle, y, sobre todo, a no dejar nunca la oración.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías