viernes, 30 de octubre de 2020

¿CUÁNTO TIEMPO TENEMOS?



La vida eterna se ha comparado muchas veces a un banquete. 

Esto me recuerda lo que me contaron de un niño gallego que tiene siempre un apetito devorador. Le viene de familia. El padre de Pepe –que así se llama este chico– le dijo un día a su hijo, en una de las ocasiones que lo llevó a un hotel: –Mañana desayunaremos de bufet–¿Y qué es eso del bufet? Le respondió el niño. 

Esa pregunta es parecida a la que nosotros podemos hacer: –¿Y qué será la vida eterna? Pues el Señor la compara con un banquete, porque la satisfacción que da la buena mesa todo el mundo la entiende. 

Cada vez se valoran más los buenos cocineros. Es una imagen muy gráfica. Un banquete es algo agradable. Allí se reúnen las amistades y en torno a una mesa se celebran las fiestas familiares: cumpleaños, aniversarios, cenas de Navidad, etc. 

Cuando vas a un banquete disfrutas de la comida y de la compañía. Pues el Cielo es algo así. Es un disfrute continuo en compañía de otra gente agradable. 

Hay una película que se titula El festín de Babette y que nos sirve para explicar esto. Cuenta la historia de una brillante cocinera francesa que se llama Babette. Exiliada de París, va a parar a un pueblecito de Dinamarca. La acogen como empleada del hogar dos hermanas mayores y solteras. 

La película da un giro brusco cuando de golpe y porrazo a Babette le toca la lotería. Ella, con todo ese dinero, lo que hace es gastárselo en montar un superbanquete para las amistades de las dos hermanas. 

Más que una comida, aquello es un festín. Hace traer auténticas exquisiteces de la cocina francesa, y pone un empeño también grande en el servicio. Todo esto hará que aquella velada sea inolvidable para los que tienen oportunidad de asistir. 

Cuando ves el anuncio de la película, la verdad es que te entra por los ojos. Es una mesa llena de platos suculentos, de salsas de colores vivos, dulces de todos los tamaños y figuras, vinos oscuros y con cuerpo, etc. Todo en bandejas elegantes, cubiertos limpísimos, y un mantel que hace como fondo de algo que te parece irreal pero que es verdad porque lo podrías tocar y comer.

Ver aquello te hace feliz y, comerlo, ni te digo. Lo mejor de la película es el final. Una vez que ha terminado todo, una de las hermanas le dice: –Pero Babette, ahora eres pobre. Y ella contesta, mirándole fijamente a los ojos: –Un artista nunca es pobre

La riqueza de un artista es poner a disposición de los demás su arte y su buen hacer. Así hará Dios para los que vayamos al Cielo (porque yo pienso ir a esa cena). Pondrá a nuestra disposición todo su arte. Aquello va a ser increíble. 

Y para ganarnos la felicidad del Cielo el Señor nos concede un tiempo de prueba en esta tierra. Lo importante en este mundo no es que uno sea inteligente, guapo, rico, etc. 

Lo importante es que aprovechemos bien esas cualidades para ganarnos un puesto en ese festín de Babette. 

El Señor, en el Evangelio (de la Misa: Jn 14, 1-6), nos dice que la felicidad que disfrutarán los que vayan al Paraíso será variada. Es como si nuestro Padre Dios hubiera preparado un bufet para nosotros, con la posibilidad de elegir lo que más nos guste. 

No se si recordarás la escena de otra película en la que la protagonista es una madre que saca a sus hijos adelante a base de ganar concursos de poesía y narración. Pues, hay un premio que le toca que consiste en poder meter todo lo que quiera en un carro de la compra en un determinado tiempo. 

Ella, compinchada con los del supermercado, que le tienen mucho aprecio, preparan el carro de la compra para que quepan muchas cosas. Y le ponen como unas planchas que sobresalen hacia arriba, y así lo hacen más alto y cabe más. Le dan la salida, empieza a correr el tiempo y ella va corriendo, casi derrapando, cogiendo todo lo bueno: caviar ruso, carne cara que nunca han comido, salsas raras… 

La escena siguiente es la familia alrededor de la mesa de la cocina disfrutando de todos los tesoros que han conseguido y chupándose los dedos. 

Aquí en esta tierra todo el mundo busca la felicidad. Esto es lo que tenemos en común todos lo hombres. Porque nuestra voluntad tiene un apetito devorador, igual que el de Pepe, el chico del principio, para las comidas. 

Los cristianos sabemos cuál es la forma de alcanzar la felicidad. El refrán dice que todos los caminos llevan a Roma. Pero en esto no se cumple el dicho. Indudablemente el alcohol, el sexo, las drogas dan una cierta felicidad, por eso hay gente que paga. 

Pero la felicidad que proporcionan esas cosas es pequeña, y muchas veces dejan el corazón lleno de amargura. 

En la Antigua Roma, los emperadores montaban fiestas por todo lo alto. Algunas incluso en balsas flotantes en un lago. Allí comían y bebían en abundancia hasta que se emborrachaban y terminaba aquello que mejor es no pensarlo. Hay banquetes y banquetes. Unos dan la felicidad y otros no. 

Hay felicidades que te hacen feliz y otras te amargan la vida terrena y la eterna. Contaba un conocido que vivió en Finlandia que, en aquellos países, hay gente que no trata mucho a Dios. 

Y muchos se dejan llevar por los placeres de esta vida. Y decía este conocido que es llamativo la cantidad de suicidios que hay. 

Algunos aprovechaban el trayecto que hace un barco para cruzar el mar Báltico para tirarse al mar y morir ahogados. Y era tanta la cantidad de personas que lo hacían, que los barcos tuvieron que poner redes a los lados para que no siguiera tirándose gente por ahí, acabando con una vida que no les llenaba en absoluto. 

Para llegar a la felicidad plena sólo hay un camino: Jesucristo. Lo importante cuando uno se muere es si ha aprovechado su vida en la tierra para llegar a la meta. 

Cuando el padre de Pepe le explicó lo que era un bufet, el niño esperó unos segundos y, con los ojos muy abiertos, preguntó: –¿Y cuanto tiempo tenemos? –Madre nuestra: tú que estuviste en el banquete de Caná, haz que lleguemos al bufet del Cielo.

lunes, 19 de octubre de 2020

LA PRINCESA PROMETIDA



Dios es el Amor por excelencia. Dios es la entrega absoluta. Si hay alguien que sabe querer de verdad, ese es Dios. Por eso es infinitamente misericordioso y nos perdona siempre.

Una persona decía con razón: -¡Es increíble que Dios cualquier pecado, por gordo que sea, te lo perdona en 26 segundos! (Tiene razón. Es lo que dura la absolución).

Cuando el Señor manda que amemos, nos dice algo que Él ya hace porque está en su ser. No tiene que proponérselo, le sale solo. Tiende a eso.

No es sólo que le guste que la gente se quiera. Es que es de las cosas que más le alegran, por eso nos lo pide una y otra vez.

El Señor no tenía que mandar a los israelitas que se quisieran a sí mismos, o a sus novias y a sus familiares.

Para eso, el ser humano no necesita mucha virtud: basta dejarse llevar por la naturaleza. 

Una madre no hace esfuerzos por querer a su recién nacido. No es un peso para ella. De hecho, lo lleva encima porque les pertenece.

Por eso, en el libro del Éxodo (22, 20-26: Primera lectura de la Misa) Dios habla para proteger a los débiles y a los que nos resultan extraños.

Porque si nos dejamos llevar por la naturaleza, a los enemigos los mataríamos, y a los que nos caen mal les negaríamos el saludo. 

Haríamos como Iñigo Montoya, el de la famosa película de la Princesa Prometida, que se pasa toda la peli buscando al que mató a su padre. 

Está todo el tiempo buscándole. Y cuando lo encuentra, le cambia la cara y empieza a repetir despacio, mirando fijamente a su enemigo como si estuviera loco: 

«Hola, soy Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir». Al final lo mata, claro. 

Jesús nos pide que queramos a nuestros enemigos, no que los matemos. 

-Que les veamos con tus ojos, que les queramos con tu voluntad, que les amemos con tu corazón.

Más que en “dar”, dice San Josemaría, la caridad está en “comprender”.

Quiere que amemos a todos y en todo momento (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 22, 34-40). 

A los extranjeros antes que se nacionalicen, y a los novios cuando pasan a ser maridos calvos y con tripa. 

Hace unas semanas leí una entrevista a una mujer conocida que estuvo seis años secuestrada.

Ella misma cuenta sorprendida cómo fue capaz de llegar a querer a sus enemigos. Y pudo porque Dios le ayudó. Se lo pidió y le dio la gracia para hacerlo.

Te leo sus palabras: Estar secuestrada te coloca en una situación de constante humillación. Uno es víctima de la arbitrariedad más absoluta, uno conoce lo más vil del alma humana. 

Llegados hasta aquí, uno tiene dos caminos. O dejarse afear, volviéndose agrio, gruñón, vengativo, dejando que el corazón se llene de resentimiento. 

O elegir el otro camino, aquel que Jesús nos ha mostrado. Él nos pide: bendice a tu enemigo. 

Cada vez que leía la Biblia, sentía que esas palabras se dirigían a mí, como si estuviera delante de mí, sabía qué tenía que decirme. Y esto me llegó directo al corazón. 

Sé, siento, que se ha producido una transformación en mí y esta transformación la debo a este contacto, a esta capacidad de escucha de aquello que Dios quiere para mí.

Ahora estamos haciendo oración. Es bueno que se nos preguntemos ahora: –Señor, ¿trato bien a los demás? ¿En qué quieres que cambie?

El amor verdadero no hace distingos entre personas, ni circunstancias: quiere con sentimientos, pero también cuando el sentimiento no acompaña. 

Amar exige hacer cosas que cuestan. San Josemaría, que esto lo sabía, escribió: –si no sabes comprender, disculpar, perdonar– eres un egoísta (Forja, n. 954).

Si queremos a los demás no los criticaremos. —Por eso busca una excusa para tu prójimo... si tienes el deber de juzgar (Camino, n. 463).

Para hacer esto hay que querer a los demás como los quiere Dios.

—Señor llénanos de tu misericordia. Ayúdanos a querer a todos.

El Amor con mayúscula nos llena de felicidad, por eso San Pablo habla de «la alegría del Espíritu Santo» (1Tm 1,7: Segunda lectura). 

Porque precisamente el Espíritu Santo es el Amor de Dios en Persona. 

Es una alegría como la que tiene uno cuando ha pillado el puntillo. Eso fue lo que les pasó a los Apóstoles el día de Pentecostés.

Y es que el amor, la entrega, es lo que da la verdadera alegría.

Un amigo quiso escribir un libro de poemas, y le aconsejaron que lo titulase «Amor verdadero», como tantas veces se repetía en una película. Pero luego el libro terminó llamándose «A palo seco». 

Porque en esta tierra en la que vivimos ahora, en muchas ocasiones el amor hay que ejercitarlo a contrapelo, como muy bien sabía la Virgen, que es la auténtica Princesa prometida. 

martes, 13 de octubre de 2020

DIOS Y EL FÚTBOL



Esta meditación podría titularse "Dios y el fútbol": cada cosa en su sitio. Dice el Señor en el Evangelio (de la Misa: Mt 22, 15-21): «Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios» .

Además, si no se hace así, la cosa no funciona, porque ni el César es Dios, ni Dios es el César. Resumiendo mucho, podríamos decir que, cuando Jesús se refiere al César está hablando de las cosas materiales, y cuando habla de Dios, a las espirituales. 

Las dos realidades, la material y la espiritual, pertenecen a este mundo. De hecho, el hombre es alma y cuerpo, materia y espíritu, las dos cosas, no una sola. Somos hombres, no ángeles. 

Hay quienes defienden que el hombre es solo materia, y así pretenden quitarse a Dios de en medio. Pues vinieron las de Primero de la ESO, una detrás de otra, para preguntar dos cosas sobre el alma. Una, que desde cuándo tenemos alma. Y la otra que cuál es la prueba de que la tenemos, que cómo se sabe eso. Se fueron todas convencidas cuando se les dijo la verdad. Que el alma la crea Dios de la nada y la infunde en el cuerpo en el momento de la concepción. Y a la segunda que, aunque el alma no se vea como se puede ver una pelota de tenis dentro de una caja de zapatos, si el hombre puede rezar es porque tiene alma. 

Si puede tratar a Dios es porque su alma le mueve a hacerlo. Es verdad que hay gente que no reza, pero eso no es porque no tenga alma sino porque no la usa. 

En las realidades humanas no hay dogmas. Creer, lo que se dice creer, los cristianos tenemos que creer unas cuantas cosas: el Credo y poco más. 

Por eso, porque no hay dogmas, la política, como el fútbol o el mundo empresarial, hay muchas formas de llevarlas a cabo. No hay una sola forma de hacerlo. 

Lo que sí hay que conseguir es que esas actividades no estén separadas de Dios, porque lo espiritual es una parte importante en nuestra vida. No es algo que vaya por libre. Y el hecho de que el Señor esté presente en el mundo empresarial, en el mundo de la política o en el deporte depende, en gran medida, de los cristianos laicos que tienen que santificar esas realidades. -Señor ayúdales a que, con lo que hacen, te alaben. 

Recuerdo que hace años había un torero famoso que quería mucho al Señor. Le quería tanto que, cuando salía en hombros por la puerta grande de las plazas de toros, después de haber hecho una buena faena, mientras todos le aclamaban y gritaban su nombre, él iba diciéndole a Dios por dentro algo así como: -Todo esta gloria es para ti, Señor, todo para ti. Se lo ofrecía a Dios. Y Dios encantado, claro.

Ahora entendemos mejor las palabras del salmo: Aclamad la gloria y el poder del Señor. Sabemos como darle a Dios su gloria, como lo hacía este torero. Así, lo material queda empapado de lo espiritual, como una esponja queda empapada de agua. 

Así se hace presente el Señor en nuestra vida. Siguiendo ahora el ejemplo del fútbol, no se puede decir que haya remates de cabeza «cristianos» o saques de puerta propiamente «ateos», porque hay muchas formas en las que un seguidor de Cristo puede jugar al fútbol. 

Además, todos los jugadores han sido creados por Dios. En el libro de Isaías se puede leer cómo el mismo Señor elige a un rey que no era ni siquiera judío y había sido puesto por él (cfr. Primera lectura de la Misa: Isaías 45, 1. 4-6). 

Ciro se llamaba este rey, y no era del pueblo elegido. Además, no seguía la política del rey de Israel. Porque el Señor, que es Dios del universo, está por encima de esas decisiones humanas: verdaderamente Él gobierna a todos los pueblos (cfr. Salmo responsorial: 95). -Señor Tú eres rey y nos gobiernas a todos. 

Por eso en la política puede haber tantas soluciones válidas como personas, siempre que no se aparten de esa sana ecología que algunos llaman ley natural. 

De ahí que no puede haber un partido político que represente a los cristianos, porque en lo humano hay muchas opciones. 

Los cristianos no somos de carril único en estas materias. Cuando se ha intentado unir a Dios con un partido la cosa ha salido mal: Dios es de todos. «El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos» (Antífona de comunión). 

Es verdad que puede haber decisiones que se tomen y que vayan en contra de la racionalidad, o del sentido común.

Mucho ha hablado el Papa Benedicto sobre los delitos contra la vida humana, porque eso no son ya decisiones políticas simplemente. Por eso dice san Pablo que los cristianos brillamos «como lumbreras del mundo» (Aleluya de la Misa), porque hay que manifestar el esplendor de la verdad, y el Papa lo hace.

Siguiendo con el ejemplo de Dios y el fútbol, está claro: la Iglesia no hablará de fútbol, pero sí levantará su voz cuando en un estadio no se respete a los demás. Así damos a la UEFA lo que es de la UEFA y a Dios lo que es de Dios.

A la Virgen le pedimos que nos ayude a hacer presente a Dios en lo que hacemos, como hizo Ella en Nazaret.

sábado, 3 de octubre de 2020

KE KOU KE LE



El Señor quiere que demos fruto. Para eso nos ha puesto en la mejor de las viñas.

«Yo os he elegido del mundo, para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure» (Aleluya de la Misa de hoy: Jn 15, 16). La primera viña de Dios fue el pueblo de Israel (cfr. Primera lectura: Is 5, 1-7). «La viña del Señor, dice el Salmo responsorial, es la casa de Israel» (Sal 79). No ha habido una nación como ésta en toda la historia de la Humanidad: tan mimada por Dios mismo.Dios trata a su pueblo como un jardinero que, con paciencia, va cuidado y podando un rosal. En el Evangelio Jesús nos habla de que Dios Padre envió a su Hijo a esta viña. Pero los viñadores del pueblo de Israel lo rechazaron «y lo mataron» (cfr. Mt 21, 33-43). Y ocurrió que a ese pueblo tan querido por el Señor, se le quitó «el reino de Dios», y se lo dio a otro pueblo que produciría fruto. Este nuevo pueblo, esta nueva viña de Dios, es la Iglesia, que ha dado muchos frutos de santidad. Esto es lo que verdaderamente debemos de «tener en cuenta» como decía San Pablo (cfr. Segunda lectura: Flp 4, 6-9). Nosotros pertenecemos a la Iglesia. Dar fruto es nuestra obligación. Porque el Señor nos ha enviado a cultivar su viña. Me gustó la historia que leí hace poco en un libro.  La de un chico llamado David que tenía un don especial para ponerse en la situación de los demás, para entenderlas. Él mismo contaba, hablando de uno de sus profesores, que se daba cuenta cómo aquel hombre lo pasaba realmente mal en clase. «Y entonces, decía este David, me acordé de que ese profesor nuestro tendría mujer, y seguramente hijosY pensé en ellos, en que probablemente le estarían esperando esa noche para cenar, y le llamarían de tú, y le darían un beso al llegar a casa. Tenían este padre grandote y cansado, digno de todo cariño, al que nosotros estábamos impacientando y despreciando con aquel barullo». Aquel chico tenía un sorprendente talento para comprender lo que sucedía en el interior de las personas, y eso le hacía ser muy sociable. Era de esa clase de gente con la que es agradable estar, porque hace que te sientas bien a su lado. Las personas como David tienen una valía especial, porque pueden influir muy positivamente en los demás. Todo el mundo acude a ellas cuando necesitan un consejo, unas palabras de consuelo o un rato de conversación. Y eso ¿cómo se consigue? Pues con cosas concretas, pequeñas pero que la gente nota: la forma de saludar, el tono de la voz amable y comrensivo, el modo de interesarse por un detalle personal, etc. En definitiva, cosas que hacen que el otro se sienta comprendido y valorado (cfr. Educar Los Sentimientos, Parte segunda: Motivar y motivarse. Capítulo 4: Reconocer los sentimientos de los demás. Alfonso Aguiló). Pues, el Señor quiere que tratemos así de los demás, que cuidemos así de su viña. Nos ha enviado para que otras personas también prueben la bondad de Dios. –Señor enséñanos a valorar esto. No podemos quedarnos satisfechos con la tranquilidad y la alegría que nos produce estar cerca de Dios. Es verdad, tenemos el mejor de los vinos. El cristiano es alguien que se encuentra bien en el mundo. Y, eso, se tiene que notar en nuestro trato con los demás. Tenemos que comercializar con nuestro vino. Tenemos que llegar hasta la China y exportar allí la doctrina de nuestro Señor. Ahora muchas casas comerciales han querido hacer negocio. Por ejemplo, la marca Coca-Cola ha sido traducida al mandarín: se pronuncia como «ke ko ke le» y significa «deliciosa felicidad». Ojalá los cristianos llevemos allí nuestro producto. Hay una película en la que el protagonista está tan desesperado que se encuentra a punto de suicidarse. Cuando ya se va a tirar por un puente, aparece un ángel muy simpático que le hace ver lo valiosa que ha sido su vida y lo mucho que ha influido para el bien de muchas personas. Para demostrarle esto, le concede el privilegio de ver lo que les hubiera pasado a algunas personas, si él no hubiera existido. No les podría haber ayudado como les ayudó. Por su vida, familias enteras salieron adelante. Y muchos tomaron el rumbo correcto que, sin su ejemplo y sus consejos, no hubieran acertado a elegir. Gracias al privilegio de ver todo eso, recupera la alegría y las ganas de vivir, y comprende todo lo que su vida puede seguir aportando a tantísima gente. La Virgen, fue verdadera israelita y primera cristiana. Gracias a Ella Jesús le dio una gran alegría a unos recién casados que se habían quedado sin vino. Adelantó los milagros porque era la Madre del dueño de la Viña. Gracias a Ella Caná de Galilea estuvo a punto de convertirse en Caná de la Frontera.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías