viernes, 12 de octubre de 2007

CURSO DE RETIRO. ORACIÓN

Hay una frase del Evangelio que nos puede parecer un poco exagerada. Te la leo: «Es necesario orar y no desfallecer» (1) .

Es fácil que nos preguntemos: necesario ¿para qué? ¿Por qué es necesario orar, hablar con Dios?
Cuando uno es pequeño todo lo que se refiere a la religión le interesa mucho y lo ve necesario y divertido.

El otro día me sorprendió la reacción de una niña de 3º de Primaria, que no ha hecho todavía la Primera Comunión, cuando le dije que avisara la profesora porque iban a tener Misa esa mañana.


Se le iluminó la cara y dijo: «¡que guay Misa!, además… ¿va a ser durante el recreo, verdad?».

Yo no entendía nada. Era justo lo contrario de lo que hacen las mayores, que soplan y resoplan cuando hay Misa justamente por eso porque se come el recreo.

A los niños pequeños les gusta estar con Dios, les parece algo necesario en sus vidas. No se extrañan cuando les dices que pueden hablar con Él y tratarle. Por algo dice la Escritura que los niños se acercaban confiados a Jesús.

Dios y las cosas de Dios les interesa mucho, es de lo que más les interesa porque se mezcla el misterio con la trascendencia.

Les es fácil soltar la imaginación y se divierten al pensar en los ángeles (gente invisible que vuela), la Virgen (una Madre que vive en el cielo), los santos (los mejores amigos de Dios)…

Es fácil entender que esa frase del Evangelio, «es necesario orar», se cumple en el caso de los niños…, pero ¿y para nosotros los mayores? ¿No será un poco exagerado decir que es necesario? ¿Necesario para qué?

El Evangelio no dice las cosas por decir, y no dice
«es necesario que los niños recen porque así tendrán una infancia feliz…»

Sino que debemos rezar todos y siempre: cuando uno es pequeño y cuando uno se hace grande, no dejarlo nunca… por dice «es necesario orar y no desfallecer».

Dios se encarnó para estar con nosotros.

–Y por eso, Señor, te has quedado en el sagrario para facilitarnos rezar siempre.

Dios es necesario en nuestras vidas de niño y de adulto. Sin él los niños no tienen la misma infancia ni los adultos saben para qué están en este mundo.

¡Cómo cambia la infancia de un niño sin los ángeles, sin nuestra Madre del cielo, sin Dios!

¡Cómo cambia la vida con Jesucristo que es el único que puede responder a todas nuestras preguntas, como nos decía el Papa!

Para entenderlo mejor, pensemos en algo que sea necesario para vivir, por ejemplo la respiración.

Si dejáramos de respirar nos moriríamos. Pues la oración es como la respiración, nos oxigena, nos ayuda a vivir junto al Señor.

Con la oración hacemos presente a Dios, nos lo metemos dentro, como se mete el aire en los pulmones.

Jesús mismo necesitaba hacer oración y eso que era Dios. Tenía todos los días un rato de conversación con su Padre, se retiraba para estar a solas con Dios.

El Evangelio nos dice que oraba muchas veces, incluso se levantaba pronto para eso. Le era tan necesario que hasta le robaba horas al sueño.

Sobre todo rezaba en los momentos más importantes de su vida.

Antes de elegir a los Doce se puso a hacer oración, también lo hizo en el monte Tabor y momentos antes de instituir la Eucaristía, y no digamos antes de la Pasión en el Huerto de los Olivos, un sitio al que iba mucho para hablar con su Dios Padre…

Ahora entendemos mejor la frase del inicio: «Es necesario orar y no desfallecer».

Pero también y sobre todo es necesario porque somos hijos de Dios.

Los hijos necesitan de sus padres. Un niño necesita de su madre para comer, beber… para vivir. Y cuando crecen hablan con ellos de los problemas de su vida.

Un cristiano necesita hablar con el Señor. Es entonces cuando se superan todos los problemas, porque uno sabe que a Dios lo tiene muy cerca.

Para nosotros la oración es como para los pájaros las alas, algo necesario para poder volar. Gracias a la oración pasamos por encima de nuestras debilidades y errores, y nos ayuda a vivir mejor.

Los apóstoles, con lo poca cosa que eran y sus muchos errores, con el Señor iban seguros por la vida y la vivieron de la mejor manera.

Pasaron de estar en un «pueblín», pescando por las mañanas, de una vida sin Jesús, a vivir a tope con mucha intensidad.

Con el Señor vieron cosas que no habían visto nunca: sordos que oyen, tormentas que se calman, demonios que huyen…

Los apóstoles se recorrieron toda Palestina con Jesucristo, pero sobre todo recorrieron un camino interior en su relación con Dios. Acabaron por no poder vivir sin Él, incluso que le dieron su propia vida.

En estos primeros meses, antes de Navidad, tenemos una oportunidad muy buena para aprender a recorrer esta vida con el Señor, y vivir muy cerca de Dios, como hicieron los Apóstoles.

Es muy bueno que en estas semanas te plantees hacer un curso de retiro. Que te pares y veas cómo es tu relación con Dios. Pensar, meditar en cómo le tratabas cuando eras pequeña y cómo le tratas ahora.

Son muy buenas fechas estas porque tienes todo el curso por delante para poner en práctica los propósitos que salgan.

Jesús, antes de empezar su predicación por Palestina se retiró 40 días al desierto para orar, para meditar y poder hacer bien todo lo que tenía por delante.

Siempre rezó pero de vez en cuando se retiraba y pasaba tiempo rezando, hacía sus cursos de retiro porque lo necesitaba.

Son días en los que uno tiene suficiente tranquilidad para hacerse preguntas de este estilo: ¿Por qué Dios es necesario en mi vida? ¿Qué me aporta Dios? ¿Merece la pena tomármelo en serio?

Es curioso pero todas las que lo hacen, al terminar siempre dicen lo mismo:
–¡menos mal que he venido!

La Escritura podía haber dicho perfectamente: «Es necesario hacer un curso de retiro y no desfallecer», porque aunque no te apetezca nada merece la pena, aunque eso de retirarte a un lugar apartado para estar con Dios no lo veas necesario.

Quien no desfalleció nunca fue María. Desde pequeña trató siempre mucho a Dios, y le trató tanto que llegó a ser su Madre, su Hija y su Esposa.

Los momentos más importantes de su vida son los momentos que pasó con Dios. Que Ella nos ayude a hacer de nuestra vida algo importante… a necesitar de Dios como cuando éramos niños porque además es mucho más divertido….


(1) Lc 18, 1.


Ignacio Fornés

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