miércoles, 21 de febrero de 2018

15. LA CRUZ



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El libro del Génesis que cuenta que el Paraíso era regado por cuatro ríos, y en un árbol fue el hombre vencido por el diablo.  

Miraran al que traspasaron
«Miraran al que traspasaron». Son palabras del Evangelio de  San Juan (19, 37), que hacen referencia al profeta Zacarías.

Esas palabras del profeta las emplea el mismo San Juan cuando nos cuenta la crucifixión: en el momento en el que uno de los soldados con la lanza le traspasa el costado.

San Juan que estaba allí con la Virgen, cuenta que así se cumplió la profecía.

Para convertirnos el Papa nos propone mirar a Jesús traspasado en la Cruz: mirar al que traspasaron,  como hizo María.

Y esto es lo que vamos a hacer en esta meditación: mirar al Señor que ha sufrido una muerte con unos sufrimientos atroces para que nosotros veamos cómo nos quiere Él.

Forzados por su amor
En la caída del Imperio Azteca, en el Apocalipto, los indígenas hacían sacrificios humanos, y ofrecían los corazones aún latientes a las divinidades, y rociaban todo con la sangre.

Y cuando llegaron los misioneros quitaban los ídolos, y en su lugar levantaban un altar y un crucifijo: se les explicaba que el Dios verdadero se hizo hombre, y murió para salvarnos, y no exige nuestra muerte, sino que muere por nosotros...

Entonces los indios se quedaban atónitos y caían de rodillas y pedían el bautismo, «forzados» por la Cruz de Cristo, por el Amor del Dios de los cristianos,

Convertirnos al Amor de Dios
Nosotros también necesitamos convertinos al Amor de Dios. Quiere decir esto que hemos de descubrir que el Señor nos quiere hasta la locura. Quizá no nos hemos enterado.

Que vino para morir. Pero no sólo para sacrificarse, sino para morir por Amor.
A un gran predicador le hoy en una ocasión decir:

Más
que una inteligencia prodigiosa.
Más
que una voluntad de hierro puro.
Más.

Lo que puede en este mundo
más:
Es un corazón enamorado.

El Amor es unión de voluntades:

–Yo lo que tu quieras, Señor.

y el dolor y el sacrificio no podrá aflojar esa unión sino que la hace más fuerte todavía.

Por eso el proceso de los mártires es tan rápido, porque llegan a entregar lo máximo por Dios.

Mártires
Escribió san Josemaría:
¿cuál de las formas de dar la vida es mayor: el que sufre la muerte por el Señor en un momento,

o el del que gasta sus años trabajando sin otra mira que servir a la Iglesia y a las almas, y envejece sonriendo, y pasa inadvertido...

Para mí, el martirio sin espectáculo es más heroico... Ese es el camino tuyo.

El martirio sin espectáculo es el minuto heroico de cada día. Hacer las normas aunque no tengamos ganas. Vencer el miedo para hablar de Dios.

Dar la vida
«Dar la vida por los demás así se vive la vida de Cristo». Mi vida no es para mí: el sentido de mi vida es la donación, preocuparme de todo el mundo.

Si la gente supiera que es amar de verdad, no le importaría el sacrificio.

Amarían el sacrificio: que es la mejor forma de decir te  quiero hasta la locura.

Stabat  Mater. Estaba su Madre junto a la Cruz...

A Ella, verdadera madre nuestra, que nos engendró en la Cruz le pedimos:

–Haz que yo tenga Tú mismo espíritu de sacrificio.

Vamos nosotros a acompañarle. Mirando como sufre el Señor por los demás.

La Cruz
Por fin llega Jesús donde lo van a crucificar. Está agotado.

Después de un verdadero «Via crucis» llegan al Calvario.

Casi no le queda sangre que derramar, pero toda la quiere derramar por nuestro amor. Así nos quiere hasta la última gota.

¡Ay, qué cutres somos nosotros cuando tenemos que hacer un sacrificio por él!
Según Caterina Emmerich –de la que vamos a seguir su relato– serían las doce menos cuarto cuando los verdugos insultando a Jesús, le decían:

«Rey de los judíos, vamos a componer tu trono».

Pero Él mismo se acostó sobre la cruz y lo extendieron para tomar su medida.

María y las santas mujeres están allí
La Madre de Jesús, su sobrina María,  Salomé y Juan, se acercaron.
Otras como Marta, María de Helí, Juana de Cusa, y Susana se detuvieron a cierta distancia, junto con Magdalena, que estaba como fuera de sí.

Más lejos estaban otras siete, y algunas personas compasivas que establecían las comunicaciones de un grupo al otro.

¡Qué espectáculo para María el ver el sitio del suplicio, los clavos, los martillos, las cuerdas, la terrible cruz, los verdugos, empeñados en hacer los preparativos para la crucifixión!

Los preparativos
Los verdugos ofrecieron al Señor una mezcla de vino y mirra. Jesús mojó sus labios, pero no bebió.

En seguida los verdugos quitaron a Nuestro Señor la capa.

Y como no podían sacarle la túnica sin costuras que su Madre le había hecho, a causa de la corona de espinas, entonces se la arrancaron con violencia de la cabeza, abriendo todas sus heridas.

No le quedaba más que un paño alrededor de los riñones.

El Hijo del hombre estaba temblando, cubierto de heridas.

Habiéndole hecho sentar sobre una piedra le pusieron la corona sobre la cabeza, y le presentaron un vaso con hiel y vinagre; pero Jesús volvió la cabeza sin decir palabra.

Después que los verdugos extendieron al Señor sobre la cruz, y habiendo estirado su brazo derecho sobre el de la cruz, lo ataron fuertemente;

Comienza la crucifixión
 Uno de los soldados puso la rodilla sobre su pecho.

Otro le abrió la mano. Y el tercero apoyó sobre la carne un clavo grueso y largo.

Y lo clavó con un martillo de hierro.

Un gemido dulce y claro salió del pecho de Jesús y su sangre saltó sobre los brazos de sus verdugos.

Los clavos era muy largos, la cabeza chata y la punta salía detrás de la cruz.

Habiendo clavado la mano derecha los verdugos vieron que la mano izquierda no llegaba al agujero que habían abierto.

Entonces ataron una cuerda a su brazo izquierdo, y tiraron de él con toda su fuerza, hasta que la mano llegó al agujero.

Esta dislocación violenta de sus brazos lo atormentó horriblemente, su pecho se levantaba y sus rodillas se tensionaban.

Se arrodillaron de nuevo sobre su cuerpo, le ataron el brazo para hundir el segundo clavo en la mano izquierda.

Otra vez se oían los quejidos del Señor en medio de los martillazos.

Los brazos de Jesús quedaban extendidos horizontalmente,

La Virgen Santísima sentía la espada de siete filos
La Virgen Santísima sentía todos los dolores de su Hijo: Estaba cubierta de una palidez mortal y exhalaba gemidos de su pecho.

Los fariseos la llenaban de insultos y de burlas.

La espada de dolor de siete afilos atravesaba su corazón

Y a nosotros ¿nos afecta esto tanto como a Ella?

María no había tenido ningún pecado. No había sido la causante de estos dolores, y sin embargo «sufría porque amaba».

No se trata de que echemos una lágrima sentimental, sino que, con la fe, nos arrepintamos.

Todavía más sufrimientos
Habían clavado a la cruz un pedazo de madera para sostener los pies de Jesús, a fin de que todo el peso del cuerpo no pendiera de las manos,

y para que los huesos de los pies no se rompieran cuando los clavaran.

Ya se había hecho el clavo que debía traspasar los pies.

El cuerpo de Jesús se hallaba contraído a causa de la violenta extensión de los brazos.

Los verdugos extendieron también sus rodillas atándolas con cuerdas;

pero como los pies no llegaban al pedazo de madera, puesto para sostenerlos, unos querían taladrar nuevos agujeros para los clavos de las manos;

otros lanzando improperios contra el Hijo de Dios, decían: «No quiere estirarse, pero vamos a ayudarle».

 En seguida ataron cuerdas a su pierna derecha, y lo tendieron violentamente, hasta que el pie llegó al pedazo de madera.

Fue una dislocación tan horrible, que se oyó crujir el pecho de Jesús.

Que sumergido en un mar de dolores, exclamó: «¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío!».

Después ataron el pie izquierdo sobre el derecho, y tomaron un clavo de mayor dimensión para atravesar sus sagrados pies.

Esta operación fue la más dolorosa de todas. Emplearía unos treinta martillazos.

Los gemidos de Jesús
Los gemidos de Jesús eran una continua oración, que contenía pasajes de los salmos, que se estaban cumpliendo en aquellos momentos.

Durante toda su larga Pasión el Señor no había dejado de orar.

Eran sobre las doce y cuarto cuando Jesús fue crucificado, y en el mismo momento en que elevaban la cruz, en el templo resonaba el ruido de las trompetas, que celebraban la inmolación del cordero pascual.

Exaltación de la Cruz
Los verdugos, habiendo crucificado a Nuestro Señor, alzaron la cruz dejándola caer con todo su peso en el hueco de la roca con un estremecimiento espantoso.

Jesús dio un grito de dolor, porque sus heridas se abrieron, y sangre corrió abundantemente.

Los verdugos, para asegurar la cruz, la alzaron nuevamente, clavando cuñas a su alrededor.

Un espectáculo horrible
Fue un espectáculo horrible y dolorosísimo ver, en medio de los gritos e insultos de los verdugos, la cruz vacilar sobre su base y hundirse temblando en la tierra;

Pero también había voces piadosas y compasivas.

Eran voces más santas del mundo, las de las santas mujeres y de todos los que tenían el corazón puro, que veían a este hombre santo elevado sobre la cruz.

Querían socorrerle. Pero no podían.

Y cuando la cruz se hundió en el hoyo de la roca con un gran estruendo, hubo un momento de silencio.

La sagrada cruz se elevaba por primera vez en medio de la tierra, como otro árbol de vida.

Y de las llagas de Jesús salían cuatro arroyos sagrados para fertilizar la tierra, y hacer de ella el nuevo Paraíso.



14. EL CAMINO


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Leo
Un párrafo del libro que ha servido de guión para la película «The Passion» dice así:

Origen del Via Crucis

Juan acompañó a la Virgen y a Magdalena por todo el camino que había seguido Jesús. Así volvieron a Getsemaní, al huerto de los Olivos, y en todos los sitios, donde el Señor se había caído o había sufrido, se paraban en silencio, lloraban y sufrían con Él.

La Virgen se arrodilló más de una vez, y besó la tierra en los sitios en donde Jesús se había caído. Este fue el principio del Vía Crucis y de los honores rendidos a la Pasión de Jesús, aun antes de que se terminara todo.

La meditación de la Iglesia sobre los dolores de su Redentor comenzó en la mujer más santa de la humanidad, en la Madre del Hijo del hombre.

La Virgen hizo el Vía Crucis, para recoger en todos los sitios, como piedras preciosas, los méritos de Jesucristo; para recogerlos y ofrecerlos a su Padre celestial por todos los que tienen fe.

María y Magdalena se acercaron al sitio en donde Jesús había sido azotado.

Escondidas por las otras santas mujeres, se bajaron al suelo cerca de la columna, y limpiaron por todas partes la sangre sagrada de Jesús con un paño. Eran las nueve de la mañana cuando acabó la flagelación.

Por el camino del dolor
Le decía san Josemaría al Señor en el libro del «Vía crucis»:
«nos disponemos a acompañarte por el camino de del dolor».

Es una realidad que esta vida es un camino de dolor. Todo el mundo sufre: y a veces los que menos sufren son los alejados de Dios…

Porque el Señor es tan bueno que quiere pagarles en esta vida lo que haya hecho de bien.

Ya que en la otra no va a poderles dar esa pequeña recompensa humana.

Pero un cristiano no debe asustarse que llegue la cruz, porque es lo que hace que nos identifiquemos con el Señor.

Ser Cristo
Hemos de repetir cada uno la vida de nuestro Señor.

Cuando san Josemaría era muy joven descubrió que los sufrimientos le ayudaban muchísimo en su vida interior.

Porque  decía que Dios le trataba «como a su divino Hijo».

Y también nosotros lo experimentamos, cuando nos topamos con las dificultades, con el cansancio con las cosas que no nos gustan.

Parece como si el Señor nos dijera: –Tu eres mi hijo, tu eres Cristo.

Como fueron los santos
Cuentan los biógrafos de San Juan de la Cruz que estando en Segovia, el Señor le habló desde un cuadro en el que se ve a Jesús llevando el madero.

Todavía se conserva esa pintura: he tenido la oportunidad de verla.

Y que el Señor le preguntó: –¿Qué quieres que te conceda?

San Juan de la Cruz le contestó: –Padecer y ser despreciado por vuestra causa.

Porque para nosotros los sufrimientos padecidos por el Señor aceleran la santidad.

Traje de amadores
Para nosotros la Cruz no es una cosa molesta, que miramos con escalofrío, por si nos cae.

La medida del Amor es el sufrimiento, el Amor en esta tierra se mide por lo que hayamos sufrido por el Señor.

Y Jesús a San Juan de la cruz le concedió lo que le había pedido. Está detallado que después de un auténtico calvario llegó el santo a un pueblo de Jaén, Beas de Segura.
Estaba el pobre muy demacrado, y delgadísimo después de todo lo que había pasado en la prisión.

Y allí en el convento de Beas, una monja que tenía muy buena voz le cantó una coplilla, que le conmovió muchísimo al santo, con lo débil que estaba. Decía así:

Quien no sabe de penas
en este valle de dolores,
no sabe cosas buenas
ni ha gustado de amores.
Pues penas es el traje de amadores.

Y al San Juan de la Cruz, con lo recio que era le cayeron dos lagrimones, grandes, porque la santidad se puede medir.

La santidad se puede medir
Algunos miran y toman por santos a los que tienen visiones, revelaciones...

 Pero nada de eso es necesario para llegar a una gran santidad, la santidad está en la mortificación:

Se alcanza por la mortificación y se perfecciona por la mortificación: Tanto tendré de santidad, cuanto tenga de mortificación por Amor, escribió nuestro San Josemaría, el santo de lo ordinario.

Su vida es un ejemplo de lo que acabamos de decir: fue dura pero no fue una vida infeliz, sino una vida lograda.

Cuando entendió el por qué de la Cruz descubrió que en ella estaba el secreto, la raíz de la felicidad.

La razón de todo esto es porque en la Cruz está la raíz del Amor, y esto es precisamente lo que nos hace dichosos.

El espíritu de sacrificio es útil para todo lo que hacemos cada día. El espíritu de mortificación nos ayuda a rezar, a trabajar, a ser más amables con los demás.

Con ese ejercicio diario nos vamos identificando con nuestro Señor.

Llevar la cruz de cada día
Lo ordinario es lo nuestro. Las pequeñas cosas que hacemos por los demás cada día fastidiándonos nosotros para hacerle la vida agradable.

Porque el sentido de nuestra vida es la donación, preocupándonos de todo el mundo.

Una novela que tiene como argumento el viaje que hacen unos hombres en autobús desde el infierno al cielo.

Es un sueño, en el que los que están en el infierno van llegando al cielo, y no se encuentran a gusto.

Uno de los condenados es un teólogo protestante, que se aburre en el cielo,

y quiere volver al infierno a seguir discutiendo de teología con unos amigos, que están también condenados.

En un momento de la narración cuando van conociendo a gente les llega una señora muy simpática, que está rodeada de ángeles, y alguien pregunta:

–¿Y está quien es?

Esta es una de las grandes... En la tierra era una mujer sin importancia, una perfecta desconocida.

Pero toda persona que veía era un hijo o una hija para ella.

Los detalles nos hacen grande
Pues todo el mundo al tratarnos tiene que llevarse algo: una sonrisa, un detalle de cariño o de servicio.

Esto es lo que hemos visto hacer a los santos.

Nuestra renuncia personal no es una renuncia estoica bautizada, es un amor de padre que encuentra su felicidad en dar, porque ahí está la felicidad.

 Jesús con la Cruz a cuestas
Volvamos al Señor, que va a ser cargado con su cruz.

Nos cuenta Caterina Emmerich que los soldados lo llevaron al medio de una plaza, donde unos esclavos echaron la cruz a sus pies.

Jesús se arrodilló cerca de ella, la abrazó y la besó tres veces, dirigiendo a su Padre acciones de  gracias por la redención del género humano.

Y tuvo que cargar con mucha esfuerzo con esta carga tan pesada sobre su hombro derecho.

Y entonces comenzó la marcha triunfal del Rey de los reyes, tan vergonzosa sobre la tierra y tan gloriosa en el cielo.

Jesús, bajo su peso, recordaba a Isaac, llevando a la montaña la leña para su sacrificio.

Venía nuestro Señor con los pies desnudos y ensangrentados, abrumado bajo el peso de la cruz, temblando. Debilitado por la pérdida de la sangre y devorado por la fiebre y la sed.

Con la mano derecha sostenía la cruz sobre su hombro derecho. Y su mano izquierda, muy cansada, hacía esfuerzos para levantarse el largo vestido, con que tropezaban sus pies heridos.

Cuatro soldados llevaban cordeles atados a la cintura de Jesús. Dos de delante le tiraban, y dos que seguían le empujaban. Y de esa manera  el Señor no podía asegurar su paso.

A su rededor no había más que risas y crueldad. Dice el salmo: me acorrala una jauría de perros salvajes (21).

Como el peor de los esclavos
El profeta Isaías describe como iba a ser tratado el Mesías: sería un esclavo, un siervo, llevado a una muerte muy cruel (cfr. Is 50,4-7).

Cuando un animal es conducido al lugar donde lo van a degollar, de alguna manera se da cuenta, lo sabe, y se resiste todo lo que puede. 

Pero Jesús –que fue como un cordero llevado al matadero– no se resistió en absoluto, y sabia que lo iban a torturar hasta dejarle prácticamente sin sangre.

El Señor va hacia la muerte rodeado de gritos en su contra. Como un animal acorralado, en medio de ladridos, y sin escapatoria.

San Pablo nos habla de la humillación de Jesús, que siendo Dios fue despojado de toda dignidad, para acabar clavado en un madero (cf. Fl 2,6-11).
               
La humillación de Dios
Pero su boca rezaba y sus ojos perdonaban. Detrás de Jesús iban los dos ladrones, llevados también por cuerdas.

La calle por donde pasaba Jesús era muy estrecha y muy sucia; tuvo mucho que sufrir.

Lo injuriaba desde las ventanas, y gente baja le tiraban lodo, y hasta los niños traían piedras para echarlas delante de los pies del Salvador.

Pero la madre estaba allí
Sigue contando Caterina Emmerich, con imaginación de película, lo siguiente. Leo:

La Madre de Jesús no pudo resistir al deseo de ver a su Hijo, y pidió a Juan que la condujese a uno de los sitios por donde Jesús debía pasar.

Se fueron a un palacio, cuya puerta daba a la calle Juan obtuvo de un criado el permiso. La Madre de Dios estaba pálida y con los ojos llenos de lágrimas y cubierta con una capa.

Se oía ya el ruido que se acercaba, el sonido de la trompeta, y la voz del pregonero, publicando la sentencia en las esquinas.
Un criado abrió la puerta, el ruido era cada vez más fuerte. María oró, y dijo a Juan: -«¿Debo ver este espectáculo? ¿Debo huir? ¿Podré yo soportarlo?».

Al fin salieron a la puerta. María se paró, y miró. La escolta estaba a ochenta pasos; no había gente delante, sino por los lados y atrás.

En ese momento los que llevaban los instrumentos de suplicio se acercaron con aire insolente, y la Madre de Jesús se puso a temblar y a gemir, juntando las manos, y uno de esos hombres preguntó:

"¿Quién es esa mujer que se lamenta?"; y otro respondió: "Es la Madre del Galileo".

Esos miserables al oír tales palabras, llenaron de injurias a esta dolorosa madre, y uno de ellos tomó en sus manos los clavos con que debían clavar a Jesús en la cruz, y se los presentó a la Virgen en tono de burla.

María miró a Jesús y se agarró a la puerta para no caerse. Los fariseos pasaron a caballo. Después el niño que llevaba la inscripción, y detrás Jesús, temblando, doblado bajo la pesada carga de la cruz.

Lanzó sobre su Madre una mirada de compasión, y habiendo tropezado cayó por segunda vez sobre sus rodillas y sobre sus manos.

María, en medio de la violencia de su dolor, no vio ni soldados ni verdugos; no vio más que a su querido Hijo; se precipitó desde la puerta de la casa en medio de los soldados que maltrataban a Jesús, cayó de rodillas a su lado, y se abrazó a Él.

Yo oí estas palabras: "¡Hijo mío!" – "¡Madre mía!". Pero no sé si realmente fueron pronunciadas, o sólo en el pensamiento.

Hubo un momento de desorden: Juan y las santas mujeres querían levantar a María. Los alguaciles la injuriaban.

Uno de ellos le dijo: "Mujer, ¿qué vienes a hacer aquí? Si lo hubieras educado mejor, no estaría en nuestras manos".

Algunos soldados tuvieron compasión. Juan y las santas mujeres la condujeron atrás a la misma puerta, donde la vi caer sobre sus rodillas.

La Magdalena y Juan
El dolor había puesto a Magdalena como fuera de sí.

Su arrepentimiento y su gratitud no tenían límites, y cuando quería elevar hacia Él su amor, veía a Jesús maltratado, conducido a la muerte, a causa de las culpas, que el Señor había tomado como si fueran suyas.

Entonces sus pecados le penetraban de horror, su alma se le partía, y todos esos sentimientos se expresaban en su conducta, en sus palabras y en sus movimientos.

Juan amaba y sufría. Conducía por la primera vez a la Madre de Dios por el camino de la cruz, donde la Iglesia debía seguirla. Donde nosotros debemos seguir a María.


13. LA CORONA

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Un purgatorio en vida
El pecado es desobediencia y orgullo. Y el pecado causó un daño tremendo, y había que repararlo.

No había otra opción que desandar lo andado. Había que hacer algo. Lo tendría que hacer el hombre, sino en esta vida, en la otra.

Y Dios se  hizo hombre para cargar con la culpa: para humillarse en nuestro lugar.

Tanto nos ama Dios que admitió el canje de su Hijo Único para que se humillase al máximo.

El rey Davíd había profetizado los sufrimientos que padecería otro Rey. Y es que la pasión del Señor no fue ningún accidente.

El Señor sufrió porque quiso. En el doble sentido que tiene este verbo en español: de querer y de amar.

El Señor sufrió libremente, podría haberlo haber evitado. Y sufrió porque nos amó hasta el extremo.

La corona de espinas
La coronación de espinas se hizo en el patio del cuerpo de guardia.

Jesús, rodeado de una cohorte, mil soldados romanos, que con sus risotadas y burlas excitaban a los verdugos, como los aplausos del público excitan a los cómicos.

En medio del patio pusieron un banquillo muy bajo.

Arrastraron al Señor a este asiento, y le pusieron la corona de espinas alrededor de la cabeza.

Estaba hecha de tres varas de espino bien trenzadas, y la mayor parte de las puntas eran torcidas a propósito para adentro.

Habiéndosela atado, le pusieron una caña en la mano; todo esto lo hicieron con una gravedad irrisoria, como si realmente lo coronasen rey.

Le quitaron la caña de las manos, y le pegaron con tanta fuerza en la corona de espinas, que los ojos del Salvador se inundaron de sangre.

Sus verdugos arrodillándose delante de Él le hicieron burla, le escupieron a la cara, y le abofetearon, gritándole:

«¡Salve, Rey de los judíos!»
 El Salvador sufría una sed horrible, su sangre, que corría de su cabeza, refrescaba su boca ardiente y entreabierta. Este era su alivio.

Jesús fue así maltratado por espacio de media hora en medio de la risa, de los gritos y de los aplausos de los soldados formados alrededor del Pretorio, como si contemplaran un espectáculo de circo.

Pero el payaso era el mismo Dios. Y sin embargo parecía un hombre, ensangrentado y machado.

¡Ecce Homo!
¡He aquí al hombre!  El hombre de todos los tiempos, que ha sido maltratado. Y Jesús con su humillación iba a reparar todas esas humillaciones, que han recibido los hombres.

Jesús, cubierto con la capa roja, la corona de espinas sobre la cabeza, y el cetro de cañas en las manos atadas, fue conducido al palacio de Pilatos.

Cuando llegó delante del gobernador no pudo menos que sentir horror y compasión, mientras el pueblo y los sacerdotes le insultaban y le hacían burla.

Jesús subió los escalones. Tocaron la trompeta para anunciar que el gobernador quería hablar.

Pilatos se dirigió a los príncipes de los sacerdotes y a todos los que estaban allí, y les dijo:

–«Os lo presento otra vez para que sepáis que no hallo en Él ningún crimen».

Jesús fue conducido cerca de Pilatos, así que todo el pueblo podía verlo bien, porque estaban en un lugar elevado.

Era un espectáculo lastimoso. La aparición del Hijo de Dios ensangrentado.

Con la corona de espinas, bajando sus ojos sobre el pueblo.

Y  mientras Pilato, señalándole, gritaba a los judíos:

«¡Ecce Homo!».

Los príncipes de los sacerdotes y sus adeptos, llenos de furia, gritaban:

–«¡Que muera! ¡Que sea crucificado!».

–«¿No basta ya?», dijo Pilato. «Ha sido tratado de manera que no le quedará gana de ser Rey».

Pero gritaron cada vez más: «¡Que muera! ¡Que sea crucificado!».

Pilatos mandó tocar la trompeta, y dijo: «Entonces, tomadlo y crucificadlo, pues no hallo en Él ningún crimen».

Algunos de los sacerdotes gritaron: «¡Tenemos una ley por la cual debe morir, pues se ha llamado Hijo de Dios!».

Hijo de Dios
Estas palabras, se ha llamado Hijo de Dios, despertaron los temores supersticiosos de Pilatos; hizo conducir a Jesús aparte, y le preguntó de dónde era.

Jesús no respondió, y Pilatos le dijo: «¿No me respondes? ¿No sabes que puedo crucificarte o ponerte en libertad?».

Y Jesús respondió: «No tendrías tú ese poder sobre mí, si no lo hubieses recibido de arriba; por eso el que me ha entregado en tus manos ha cometido un gran pecado".

Pilatos, en medio de su incertidumbre, quiso obtener del Salvador una respuesta que lo sacara de este estado: volvió al Pretorio, y  estuvo a solas con Él.

«¿Será posible que sea un Dios? se decía a sí mismo, mirando a Jesús ensangrentado y desfigurado.

Después le pidió que le dijera si era Dios, si era el Rey prometido a los judíos.

Jesús le habló con gravedad. Y Pilato, medio atemorizado y medio irritado de las palabras de Jesús, volvió al balcón, y dijo otra vez que quería liberarlo.

Entonces gritaron: «¡Si lo liberas, no eres amigo del César!».

Por todas partes se oía gritar: «¡Que sea crucificado!»

Pilato vio que sus esfuerzos eran inútiles
El tumulto, los gritos, y la agitación era tan grande que podía temerse una insurrección.

Pilato mandó que le trajesen agua; un criado se la echó sobre las manos, y  el Gobernador gritó:

«Yo soy inocente de la sangre de este Justo; vosotros responderéis por ella».

Entonces se levantó un grito unánime de todo el pueblo, que se componía de gentes de toda la Palestina: «¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros descendientes!».

Jesús condenado a muerte
Cuando los judíos pronunciaron la maldición sobre ellos y sobre sus hijos.

Y desearon que la sangre redentora de Jesús, que pide misericordia para nosotros, pidiera venganza contra ellos,

entonces  Pilato mandó traer sus vestidos de ceremonia.

Y rodeado de soldados, precedido de oficiales del tribunal y llevando delante un hombre que tocaba la trompeta.

Así fue desde su palacio hasta la plaza, donde había un sitio elevado para pronunciar los juicios.

Este tribunal se llamaba Gabbata: era una elevación redonda, donde se subía por escalones.

Los dos ladrones también fueron conducidos al tribunal, y el Salvador, con su capa roja y su corona de espinas, fue colocado en medio de ellos.

 Cuando Pilatos se sentó, dijo a los judíos: «Ved aquí a vuestro Rey!».

Y ellos respondieron: «¡Crucificadlo!».

–«¿Queréis que crucifique a vuestro Rey?», volvió a decir Pilatos.

«¡No tenemos más Rey que César!» gritaron los príncipes de los sacerdotes.

Pilatos no dijo nada más, y comenzó a pronunciar el juicio.

La sentencia
Los príncipes de los sacerdotes habían diferido la ejecución de los dos ladrones, ya anteriormente condenados.

Porque querían hacer una afrenta más a Jesús, asociándolo en su suplicio a dos malhechores de la última clase.

Pilatos comenzó con un largo preámbulo, en el que daba los títulos más elevados al emperador Tiberio.

Después expuso la acusación intentada contra Jesús, que los príncipes de los sacerdotes habían condenado a muerte, por haber agitado la paz pública y violado su ley, haciéndose llamar Hijo de dios y Rey de los judíos, habiendo el pueblo pedido su muerte por voz unánime.

Una sentencia conforme a la justicia
El miserable añadió que encontraba esa sentencia conforme a la justicia, él, que no había cesado de proclamar la inocencia de Jesús, y al acabar dijo:

«Condeno a Jesús de Nazareth, Rey de los judíos, a ser crucificado»; y mandó traer la cruz.

Los dos ladrones estaban a derecha y a izquierda de Jesús: tenían las manos atadas y una cadena al cuello.

Uno de los dos, muy grosero, se unió a los alguaciles para maldecir e insultar a Jesús, que miraba a sus dos compañeros con cariño, y ofrecía sus tormentos por la salvación de ellos.

Los alguaciles juntaban los instrumentos del suplicio, y lo preparaban todo para esta terrible y dolorosa marcha.

Anás y Caifás que habían acabado sus discusiones con Pilatos. Llevaban la copia de la sentencia, y se dirigían con precipitación al templo temiendo llegar tarde.

Nuestra sentencia
A todo hombre le llegará la sentencia por los hechos de su vida. Todo será juzgado según justicia. Y llegará la sentencia.

Hay personas que se plantean que para qué está el Purgatorio.

Y olvidan que muchas veces han condenado a muerte a la Verdad, y más tarde se han arrepentido con sus obras.

Otros, en esta vida, se arrepienten solo de palabra.

Y la misericordia de Dios no quiere condenar a los que tanto ama, si existe alguna posibilidad de que quieran cambiar.
Si queda un resquicio Jesús los absolverá con tal de que sea posible su rectificación total en la otra vida. Y para eso está el Purgatorio.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías