lunes, 23 de febrero de 2009

BORRON Y CUENTA NUEVA

Ver resumen
Después de estar cuarenta días rezando y ayunando, el Señor comenzó a predicar el Evangelio (cfr. el de la Misa de hoy: Mc 1,12-15): la Alianza definitiva que Dios quería hacer con los hombres.

Con Jesús se inauguró una nueva Alianza. Se dejó la Antigua para dar paso a ésta. Por eso se llama Nuevo Testamento.

Y, además, ya no habrá otro mejor. Es tan bueno que siempre es Nuevo, no envejece aunque pasen los siglos. El Evangelio tiene fuerza en cualquier época que se medite, porque Jesús lo que decía lo decía teniendo presentes a todos los hombres de todos los tiempos.

-Señor que me convierta y crea en el Evangelio (cfr. Evangelio de la Misa).

Pero antes de esta Alianza definitiva hubo otras…

EL ARCO IRIS

Nos cuenta el libro del Génesis, que después del Diluvio, Dios quiso hacer un pacto con la Humanidad (cfr. primera lectura de la Misa: Gn 9, 8-15).

La malicia de los hombres había provocado esa inundación. Tanto es así que el Señor se arrepintió de haber creado a los hombres.

Decir esto es fuerte. A simple vista, es difícil de entender, cómo Dios puede ser capaz de actuar así.

Para comprenderlo un poco, podemos ver lo que ha ocurrido en estas últimas semanas: el asesinato de la chica sevillana, que ha sido noticia en todos los periódicos.

Hasta ese punto puede llegar la malicia del hombre, hasta realizar algo totalmente rechazable por la razón humana. Algo espeluznante.

Y, lo peor de todo es que, a eso podemos llegar todos, si nos dejamos llevar por el pecado que es el único mal de este mundo.

Ya se ven las consecuencias que tiene quitarse a Dios de en medio y no cumplir sus pactos. Sin Él somos capaces de los mayores errores y horrores. La reacción de la gente ha sido justamente esa, la de rechazo total.

Con el Diluvio, sólo unas pocas personas se salvaron de la hecatombe: «ocho personas» (segunda lectura de la Misa: 1 P 3,18-22).

Por eso se puede decir que volvió a comenzar la Historia del género humano. Se hizo borrón y cuenta nueva.

Lo del Diluvio fue algo más gordo que lo ocurrido el 11-S, o que una hipotética explosión de una bomba atómica en un país. No quedaron más que ocho personas.

Es como si hubiera habido una guerra nuclear, y solo unos pocos, que estaban dentro de una mina, fueran los que sobrevivieran porque no les llegó la radiación. Eso fue lo que ocurrió con el Diluvio universal.

Fue algo tremendo. Por eso, como señal de la promesa que Dios
hacía de que ya no habría más diluvios que asolaran la tierra, nos dejó el arco iris.

El arco iris siempre sale, y diluvios universales no se conocen, porque el Señor es fiel y guarda sus promesas.

-Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas (Sal 24: responsorial)

GUARDAR SU ALIANZA

Pocas veces los hombres guardaban lo que prometían a Dios. La historia de la salvación es una historia de la infidelidad de los hombres.

Yavhé hacía un pacto y el hombre no lo cumplía. Por eso Dios enviaba jueces y profetas para hacer que lo cumpliera.

¡Cuántas veces nos sigue pasando a nosotros esto mismo! Son muchas las veces que nos hemos hecho propósitos magníficos. Cosas que hemos pactado con Dios en la oración, y luego no las hemos cumplido.

Y el Señor que nos envía gente para reconducirnos. Personas que nos recuerdan lo que sacamos en un curso de retiro o de una convivencia de verano. La historia de la salvación se repite.

El Señor, a pesar de las infidelidades de los hombres, perdona siempre. Y volvía una y otra vez a hacer alianzas con su Pueblo.
-porque eres bueno y recto y enseñas el camino a los pecadores (Sal responsorial).

Al que haya cometido el crimen de estos días, Dios le perdona si se arrepiente. Su amor es infinito y perdona cualquier cosa, aunque sea una barbaridad que merezca el diluvio.

El Señor perdona siempre… siempre que puede. Siempre que haya arrepentimiento, que es el requisito para ser perdonado.

Pero también llega un momento en el que Dios ya no puede perdonar. Y ese momento viene con la muerte. En ese instante, la persona se sale del tiempo en el que puede arrepentirse. Ahí está todo decidido y empieza la eternidad.

El que intenta seguir los propósitos, los pactos con Dios va por buen camino. Benditos eran los que guardaban esos pactos. Por eso dice el salmo (24, Responsorial de la Misa de hoy): «Tus caminos son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza».

Quienes guardan sus preceptos y son leales a Dios se salvarán, porque logran hacer una intensa amistad con Él.

-Señor haz que seamos leales, fieles a tus mandatos.

EL ESPIRITU DE LA CUARESMA

Consiste este tiempo en una preparación para ganar en amistad con Jesús. Él realizaría el pacto definitivo muriendo en nuestro lugar. Es lo que celebraremos en Semana Santa.

Por eso la Cruz es nuestro arco iris: la señal del perdón de Dios por tantos pecados.

En su lucha por hacerse con el Imperio Romano, Constantino tuvo que enfrentarse contra otro candidato llamado Magencio. Y tuvo que luchar con un ejército muy inferior al de Magencio.

Esto fue en el año 312. Antes de entrar en batalla, Constantino tuvo una visión. Se le apareció una cruz en el cielo con estas palabras: en este signo vencerás. Y así fue. Venció a Magencio en el puente Silvio, cerca de Roma.

La Cruz es el signo de la victoria de Jesús. Y nosotros debemos acompañar al Señor en los momentos de dificultad para poder estar también con Él en la Resurrección.

Si a una persona la cruz no le dice nada o la Cuaresma, la Semana Santa, le importan poco, es que está muy pasada de rosca.

Si el perdón de Dios y su misericordia no le mueven a luchar más y a intentar seguirle cumpliendo sus pactos, mala señal. Y, además, si sigue así, uno puede llegar a hacer cualquier barbaridad.

La Virgen es la cumplidora de los pactos con Dios. Allí estaba, en el Calvario, al pie de la Cruz. Que Ella nos ayude a ser fieles al Señor en lo que nos pida en este tiempo.

domingo, 22 de febrero de 2009

LA OPERACION (MIERCOLES DE CENIZA)

Ver resumen

El Señor decía que cuando vayamos a orar, a dar limosna, o a hacer penitencia, no hagamos como los hipócritas que se fijan en las cosas exteriores (Evangelio de la Misa: cfr. Mt 6, 1-18), pero que su corazón estaba lejos de Dios (primera lectura de la Misa: cfr. Joel 2, 12).

Eso es tremendo. Hacer cosas que parece que nos tienen cerca de Dios, y luego resulta que no es verdad.

Hay gente que sólo le interesa quedar bien. Incluso hace cosas costosas para que le vean o poder contar que las han hecho, y eso les da satisfacción.

Es un fariseo. Alguien que actúa de cara a la galería. Bonitos por fuera y feos por dentro. Dan el pego durante un tiempo, pero sólo durante un tiempo, porque la verdad termina por saberse.

Me hizo gracia cuando me enteré de que algunos, a la caja donde se guardan las cosas para limpiar los zapatos, le llaman así: fariseos.

La abres y lo único que encuentras es un tubo aplastado de betún negro, un paño manchado de marrón, un cepillo, y poco más...

Un sacerdote que estuvo un tiempo en un país de América del Sur comentaba que allí la imposición de la ceniza se hace mezclándola con un poco de agua, porque así, cuando te la imponen, te dura más y no desaparece con tanta facilidad. A la gente le gusta que se sepa que se la han impuesto; pero lo importante no es lo de fuera sino lo de dentro.

Y contaba también como, un día que iba por la calle, unos albañiles le pidieron que les impusiera la ceniza allí mismo. Así lo hizo. Y cuando uno de ellos se acercó para que se la impusieran, otro, dijo medio en broma medio en serio: a éste, no se yo, porque no está bien casado.

CAMBIO EN LO FUNDAMENTAL

Lo importante no es hacer cosas externas sino cambiar por dentro. El Señor nos pide que cambiemos de corazón (versículo antes del Evangelio: cfr. Salmo 94, 8AB). Que le amemos con un corazón nuevo. Desea hacernos un trasplante.

No quiere que nuestra Cuaresma se reduzca a hacer unas cuantas cosas: recibir la ceniza, comer menos y no tomar carne los viernes.

En eso no consiste la Cuaresma. Lo mismo que un matrimonio no consiste en hacer las camas o la comida, limpiar la casa, traer dinero o ir a la compra. El amor es mucho más. Es tener el corazón en la otra persona. Pensar constantemente en ella.

Es verdad que hay cosas que el Señor quiere que realicemos y otras que dejemos de hacer. Pero no busca un cambio superficial, sino algo profundo.

A san Josemaría, el Señor le cambió por dentro cuando vio unas huellas en la nieve. Aquello le hizo preguntarse: Si otros hacen tantos sacrificios por Dios y por el prójimo ¿no voy a ser yo capaz de ofrecerle algo? Eso es lo que Dios nos pide, que cambiemos de manera radical.

Aquel episodio le llevó a una vida de piedad más intensa, a la práctica de la oración, de la mortificación y de la comunión diaria. Cuando apenas era yo adolescente, decía él mismo, arrojó el Señor en mi corazón una semilla encendida en amor.

ECHARLE CORAZÓN A LA CENIZA

Cambiar el corazón consiste en darse cuenta de que todo lo que está al margen de Dios es ceniza. Sin Él no somos nada. Muchas veces hemos buscado la felicidad lejos de Dios.

Es lo que se lleva hoy en día. Buscar la escasa felicidad que da el pecado: la diversión de una borrachera, el placer de un acto impuro, la satisfacción de la vanidad, etc. Todo eso, al final, es ceniza. Nada.

Lo que el Señor quiere de nosotros es que volvamos a Él, que tengamos un corazón arrepentido. Es decir, que nos duelan nuestros pecados, no tanto por haber fallado nosotros, sino por haber huido de Él.

Corregirse para así agradarle. Y lo que agrada a la gente es: hacer lo que nos piden y evitar cualquier cosa que les dañe. En eso consiste el espíritu de la Cuaresma.

Las madres dicen que su hijo es un bendito cuando obedecen. Cuando se comen la verdura y recogen sus juguetes. Y también cuando les piden perdón y dicen: ya no lo haré más. Entonces se deshacen.

El niño, en el fondo, lo que está haciendo es echar corazón a la ceniza, a sus propios errores.

VOLVER AL PADRE PRÓDIGO

Donde volvemos de verdad a Dios es en la Confesión. Allí es donde nuestro dolor se hace auténtico. Por eso dice San Pablo «en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (segunda lectura de la Misa. Cfr. 2 Cor 5, 20-6, 2).

Pero también con pequeñas obras de oración, ayuno, y limosna volvemos a Dios, porque se convierten en manifestación del amor que le tenemos.

El Papa dice, en su mensaje de este año sobre este tiempo litúrgico, que son medios para recuperar la amistad con el Señor. De eso se trata, de estar cada vez más cerca de Él.

Es volver a la casa del Padre. A un Padre pródigo en el amor a sus hijos.

EL CIRUJANO Y SU MADRE

Para lograr esto no estamos solos. Contamos con la ayuda del Señor. Él es nuestro cirujano. Por eso decimos con el Salmo: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro» (cfr. Sal responsorial, 50).

Es verdad que lo más importante de la Cuaresma es que nos convirtamos, que cambiemos de vida. Pero esto no lo conseguiremos con nuestras fuerzas: habrá que pedirlo, y poner lo que esté de nuestra parte.

Él lo hace todo mejor que nadie. Nos conoce de sobra porque nos ha creado. Es el mejor cirujano para realizar el trasplante que necesitamos.

-Señor, renuévame por dentro (Sal 50).

La Virgen, como buena madre, está esperando que volvamos a Dios. Ella nos ayudará si se lo pedimos.

domingo, 15 de febrero de 2009

LO NUNCA VISTO (VII Domingo B)

Ver resumen
Isaías habla de que el Señor hará prodigios. Y, efectivamente, Jesús hizo milagros. En el Evangelio (de la Misa de hoy: cfr. Mc 2,1-12) se nos habla de cómo un paralítico empieza a andar: incluso se lleva su propia camilla.

Lo curioso de todo es que el enfermo no tenía fe, sino los amigos que lo llevaron. Y, gracias a que lo llevaron hasta el Señor, se curó.

EL HOMBRE QUE HACIA MILAGROS

Jesús hizo muchos tipos de milagros: curó leprosos, resucitó muertos (que no está nada mal), dio la vista a los ciegos, y de comer a miles de personas con unos poco alimentos.

Parece como si tuviera un milagro para cada uno, según la necesidad. Él es capaz de hacer cualquier cosa.

Jesús no es que tuviera mucho valor y se echara al agua para salvar a alguien. Es que anduvo sobre el agua como quien va por la acera hasta llegar a los que le necesitaban.
Ni tampoco es que fuera muy generoso y repartiera euros para que la gente se comprara comida, sino que él mismo los alimentaba.

No es que tuviera una manera de ser especial y fuera capaz de consolar a cualquier persona con cualquier enfermedad. No, no los consolaba: los curaba. Jesús, no iba por ahí haciendo el bien sin más, sino que iba resolviendo cosas imposibles (cfr. R. Knox, Credo a cámara lenta, p. 138).

DIOS Y HOMBRE

Sus milagros nos dicen que, además de hombre, es Dios. Porque hace cosas que un hombre no puede hacer. Así nos confirma que viene directamente de Dios.
Leemos en el Catecismo: Su humanidad aparece como sacramento, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo (CEC, 515).

Los milagros son un motivo para creer en el Señor. Porque ¿quién no se fiaría de alguien capaz de curar a un cojo o de resucitar un muerto? No le seguimos por un simple movimiento sentimental que nos sale de dentro, sino porque es Dios (cfr. CEC, 156)

EL COJO DE CALANDA

Hoy día, el Señor sigue haciendo milagros. Uno de los que más impresiona es el del cojo de Calanda. Este milagro está bastante bien documentado. Ocurrió en España, y hay libros sobre él.

Se ha dicho que todos los incrédulos han pedido siempre, como un desafío a los que creemos, el milagro de ver cómo una pierna o un brazo eran reimplantados.
Cuando Zola estuvo en Lourdes dijo con ironía: «Veo muchas muletas y ninguna pata de palo. Hacedme ver una pata de palo y entonces creeré en los milagros».
Sin embargo eso ya había sucedido, por intercesión de la Virgen, en Calanda. En ese lugar pobre y remoto, entre las 10,10 y las 10,30 de la noche del 29 de marzo de 1640, al campesino Miguel Juan Pellicer, de veintitrés años, le fue reimplantada la pierna derecha, repentina y definitivamente. No la tenía y de repente la tuvo. Aquello fue un milagrazo.
Un carro se la había destrozado, luego se le gangrenó y en el hospital público de Zaragoza se la amputaron, por debajo de la rodilla, a finales de octubre de 1637.
Cirujano y enfermeros cauterizaron posteriormente el muñón con un hierro al rojo vivo.
Todo esto nos sirve para ver cómo el Señor interviene de forma extraordinaria, cuando Él lo ve oportuno.
Pero también es bueno pensar que ordinariamente manifiesta su poder de forma silenciosa.

LOS MILAGROS DE HOY

Dios es el de siempre. -Hombres de fe hacen falta: y se renovarán los prodigios que leemos en la Santa Escritura.
-Ecce non est abbreviata manus Domini -¡El brazo de Dios, su poder, no se ha empequeñecido! (Camino, 586).

El Señor sigue haciendo milagros. En la vida corriente, los milagros ordinarios de Jesús se multiplican: hay que saber descubrirlos para darle gracias.
Nosotros vemos milagros que, aunque no sean llamativos, no dejan de ser reales.
El Señor acompaña nuestro apostolado con signos que refuerzan lo que decimos (cfr. Mc 16,20).

Muchos de esos milagros, los provoca nuestra fe, porque Jesús se sirve de ella como sucedió con los amigos del paralítico. Los discípulos del Señor hicieron milagros en su nombre. Nosotros también los hacemos.

Hay gente que tratamos y que está paralítica para las cosas de Dios, son incapaces de ir a Misa o de rezar el rosario.

Otros simplemente cojean en su práctica religiosa. Dan un paso sí y otro no. Van a Misa algunas veces y otras no, o rezan un Avemaría porque tienen un examen, pero, en el fondo, no tratan al Señor con regularidad.

Otros, aunque oyen físicamente, están sordos para escuchar las cosas de Dios. Y los hay que están muertos porque viven en pecado.

Que una persona empiece a hacer oración y a escuchar lo que el Señor quiere; o que otra comience a tener un plan de vida, y a tratar a Dios con un cierto ritmo, sin cojera... Eso se sale de lo normal.

O que aquella resucite a la vida de la gracia porque le hemos facilitado el perdón de sus pecados, todo son auténticos milagros.

4 BUENOS LADRONES

Hay un sacerdote muy bueno, poeta, que tiene una manera de hablar que te relaja mucho porque es muy entrañable.
Cuando estás con él, te acoge, te comprende, te mete como dentro de una agradable nube. Da gusto estar con él.
Pues este curita, ya mayor, iba un día por la calle y le salieron al paso cuatro individuos con malas intenciones.
Efectivamente, se pararon cortándole el paso y le pidieron todo el dinero que llevaba. Este sacerdote empezó a hablar con ellos despacio y comprensivo. Les hizo ver que aquello no estaba bien. Sobre todo, les explicó el daño que hacían a Dios.
Ya solo esto, que cuatro macarras escuchen ese razonamiento no está mal. Lo mejor fue, y esto ya suena a milagro, que habló con cada uno y los terminó confesado.
Eran atracadores, pero buenos como Dimas, el buen ladrón.
A veces se dice que, cuando hay pocos recursos, las mamás no se sabe lo que hacen pero son capaces de dar de comer a una panda de niños hambrientos.

La Virgen moverá al Señor a que siga haciendo milagros con algo tan pequeño y escaso como es nuestra fe.

IR EN AMBULANCIA (INICIATIVA)

Jesús cura a mucha gente. Son personas que se acercan a él solas o llevadas por otras.

Cuenta el Evangelio que cuando bajaron de la barca, al instante lo reconocieron. 

Y recorriendo toda aquella región, donde oían que estaba él, le traían sobre las camillas a todos los que se encontraban mal. 

(...) y todos los que le tocaban quedaban sanos (Mc 6,53-56).

URGENCIAS

La sensación que dan estos versículos es que la gente acudía con prisa y en desorden. 

No es que se reunieran un día todos los cojos o todos los sordos. Acudían al Señor los que podían, y en medio de un cierto caos.

Y adondequiera que entraba, sigue diciendo la Escritura, en pueblos, o en ciudades, o en aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas.

Se amontonaban. Era como la sala de espera de las Urgencias de un hospital. Allí hay un montón de gente, esperando hasta que les toque su turno.

Al final, se encontraban con el Señor y los sanaba. Lo importante era estar y esperar el turno, y muchos estaban porque alguien les llevaban.

LOS BRAZOS DE DIOS

Podemos pensar ahora en los que no estaban allí porque no les llevó nadie. Pues supongo que se quedarían sin curar. 

Cuanta más gente llevemos al Señor, más milagros hará. Somos como sus brazos para llegar a muchos.

Cada brazo se mueve con libertad. No van los dos a la vez. Están gobernados por la cabeza, pero cada uno hace cosas con independencia del otro.

Si nos dejamos guiar por Jesús, tendremos iniciativa para llegar, cada uno, a todos los que podamos.

El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna (cfr. Forja, n.1).

El Señor desea de cada uno, que seamos un alma que da consuelo y que es eficaz en el apostolado (cfr. En diálogo con el Señor, 30-31).

Dar consuelo. El consuelo se da personalmente. Y, es que, la eficacia de nuestro apostolado está en la amistad, en el trato individual.

ÁFRICA

Cuantas más amigas, mejor, porque trataremos más gente. Cuanta más iniciativa más podrá curar el Señor.

Contaba un sacerdote que, cuando llegó a Nigeria y preguntó cuál era su encargo apostólico, el que le escuchaba le llevó a un lugar desde donde se veía grandes extensiones de selva y, a la vista de aquello dijo respondiendo a su pregunta: África.

El Señor nos pide iniciativa. No tendría sentido que estuviéramos como esperando a que nos dijeran lo que podemos hacer.

Tenemos que mirar hacia el mundo porque es nuestro. En los países donde hay pocos católicos, la gente espabila más porque no tienen otra. Y, a veces, lo pasen mal. 

¿Quieres saber si tienes iniciativa? Piensa en las meteduras de pata que has tenido en tu apostolado.

Hay muchos que ven el apostolado como algo que se debe hacer, pero que tampoco hace falta prisa.

Están de acuerdo en que se haga la Redención, pero la ven a un plazo de siglos, de muchos siglos...: serían una eternidad, si se llevara a cabo al paso de su entrega. 

Así pensabas tú, hasta que vinieron a "despertarte" (Surco, n. 1).

IR EN AMBULANCIA

Prisa hay. Son muchos los que están por ahí tirados. Cada persona es suficiente para que vayamos corriendo, como una ambulancia, saltando obstáculos. Cada una merece todo nuestro esfuerzo.

Sería tremendo que no se asistiera a una persona porque solo fuera una. Que se esperara a que hubiera más enfermos para intervenir.

Debemos ir con prisa a cada alma, saltándonos los obstáculos con nuestra fe. Recogerlas para llevarlas a Dios. No dar a nadie por muerto.

Los santos siempre han tenido prisa. Es una actitud que sale de su profunda fe. No se quedaban en motivos humanos y estaban llenos de iniciativa.

«Quienes han encontrado a Cristo, dice san Josemaría, no pueden cerrase en su ambiente: ¡triste cosa sería ese empequeñecimiento! 

Han de abrirse en abanico para llegar a todas las almas. 

Cada uno ha de crear—y de ensanchar— un círculo de amigos, sobre el que influya con su prestigio profesional, con su conducta, con su amistad, 

procurando que Cristo influya por medio de ese prestigio profesional, de esa conducta, de esa amistad» (Surco, 193).

ES QUE JESÚS EMPUJA

Recién puesta la academia DYA, cuando algunos opinaban que debía cerrarla, san Josemaría estaba pensando en abrir otra. Prisa. No es prisa. Es que Jesús empuja.

San Josemaría despertaba urgencias en quien tenía a su alrededor. Contando los medios humanos de que disponía, de dinero, aquella empresa parecía una loca aventura condenada al fracaso. 

Pero, tenía tanta fe seguridad y optimismo que más que ir deprisa, iba galopando.

En el verano de 1939 les daba este consejo a los de Valencia: tres cosas estorban, porque no me las explicaría en vosotros: la duda, la vacilación, la inconstancia (...).

Después y mañana son dos palabras molestas, síntomas de pesimismo y de derrota, que, con esta otra: imposible, hemos borrado definitivamente de nuestro diccionario. ¡Hoy y ahora! (Vázquez de Prada, Tomo II, pp. 420-422).

SALIR DE LA CRISIS

Esto exige espíritu de sacrificio, pero merece la pena. El otro día vi un anuncio en la marquesina de la parada del bus. Decía: La iniciativa aparca la crisis.

Aplicándolo a lo nuestro, alguien que tiene iniciativa y trata de llegar a cuanta más mejor, vence la pereza habitualmente, no se desanima porque siempre habrá alguien que responda, y cada vez tiene más fe. 

A veces, los desánimos o los bajones son una tapadera de la pereza. Lo más cómodo es quedarse parada sin hacer nada.

Alguien así es difícil que entre en crisis o fácil que salga.

La Virgen dejó actuar a Dios, y la humanidad salió de la crisis.

sábado, 14 de febrero de 2009

MOLOKAI (VI DOMINGO, CICLO B)


Nos cuenta el Evangelio (de la Misa de hoy: cfr. Mc 1,40-45) que se acercó a Jesús un hombre que tenía una enfermedad bastante desagradable. Además era contagiosa. Y el Señor le curó.

Antes de la venida del Señor, era más difícil curarse de las enfermedades. De hecho los que tenían lepra debían ir vestidos hechos un desastre y gritando: ¡Impuro, impuro! (Lv 13,1-2.44-46: Primera lectura).

El Señor tocó al enfermo y la lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpió. Porque "un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo"(Aleluya: Lc 7,16).


IMITAR A JESÚS


Lo nuestro es imitar a Jesús, como hizo San Pablo: imitar a Cristo, que vino al mundo para salvar a los hombres (cfr. 1Co 10,31-11,1).


Por eso los cristianos de todos los tiempos se han preocupado de atender a los necesitados. Estamos llamados a poner a la gente delante de Dios para que les cure.


DOS EJEMPLOS


También, en nuestro tiempo, hay personas como la Madre Teresa de Calcuta, que dedican su vida a atender a los más pobres dentro de los pobres. Preocupándose por todo lo que necesitan: aliviando las enfermedades del cuerpo y del alma.


Otro ejemplo lo encontramos en el padre Damián. Fue un religioso de la Congregación de los Sagrados Corazones, que llegó a la isla de Molokai para servir a los leprosos que allí habían sido desterrados. Y falleció de lepra.


DISPUESTOS A TODO


Este buen sacerdote, por aliviar a unos enfermos y para que conocieran el amor que Dios les tiene, no dudó en ponerse en peligro de contraer esta enfermedad.


A nuestro alrededor hay personas que tienen dolencias en el cuerpo y en el alma. Quizá las del alma son las más peligrosas: por curar esas dolencias el padre Damián no vaciló en ir a Molokai.


Nosotros debemos estar dispuestos a todo para hacer que muchos se confiesen. Incluso a que nos miren raro porque hablamos de la confesión. Algunos nos harán caso, pero otros dirán que eso ya no se lleva y que somos unos antiguos.


SI QUIERES PUEDES


Debemos hacer todo lo posible para que la gente acuda a este sacramento. Sobre todo aquellas personas que están lejos de Dios. A esos, el Señor nos pide que lo intentemos, aunque tengamos la seguridad de que no nos van a hacer caso.


Todas las enfermedades que causan la lepra del alma pueden ser curadas, porque el Señor quiere hacerlo: es Médico divino. Jesús, con solo tocar al leproso del Evangelio lo curó.


No hay nadie tan malo que no pueda reciba el perdón de Dios si está bien dispuesto y ha recibido el Bautismo, claro. Me contaban una pequeña anécdota, de una niña de primaria que le decía a su profesora: mi hermano es tan malo que yo creo que tiene un demonio. A mi me parece que no es católico.


Si es católico la condición para que se le perdonen los pecaodos es llevarle al sacerdote. En el Sacramento de la Penitencia el Señor nos cura: basta que manifestemos los síntomas.


Una vez un obispo de Moscú, Tadeuz Conduzievich, contó lo siguiente:


Recuerdo que durante casi 80 años sólo había en Rusia dos iglesias. Muchos sacerdotes y obispos habían sido enviados a los lagger. Desde el año 2002 hay erigidas 4 diócesis.
En una ocasión –contaba- hice un viaje a los Urales para celebrar la primera Misa en una iglesia en la que no habían tenido un sacerdote desde 1918.
Después de la Misa me pidieron los fieles que les acompañara al cementerio. Fueron y le mostraron la tumba del último sacerdote que tuvo la ciudad. Nadie le conocía ya.
Pero le dijeron que desde hacía muchos años, los domingos y fiestas grandes se reunían allí –junto a esa tumba- para rezar.
Y ahí mismo se confesaban sus pecados ante aquel sacerdote muerto cuya presencia –decían- se les hacía viva por la oración.
Hay gente que se confesaría si encontrara cerca un sacerdote. Me contaba uno que, yendo un día con un cura por la calle, de repente un motorista se paró en secó, se bajó de la moto y fue hacia ellos.
Creían que venía para hacer algo malo o violento. Cual fue su sorpresa cuando, dirigiéndose al sacerdote le dijo: oiga ¿me puede confesar? Es que he estado a punto de matarme y he visto la muerte.

La peor enfermedad es la hipocresía: el orgullo que lleva a disimular los propios pecados y no querer admitirlos. Para eso debemos rezar por la gente que queremos que se confiesen.

LA FELICIDAD DE ESTAR LIMPIO

Cada vez que alguien se confiesa, lo agradece mucho. Porque es como ir limpio. Una persona que sale de la peluquería, va a casa y comprueba que efectivamente el corte de pelo le sienta bastante bien. Luego se arregla, con su colonia y se pone un vestido que le sienta estupendamente, y además lo sabe, esa persona sale a la calle contenta.

En cambio si vas hecha una fregona, con los pelos cada uno por un lado, sin orden, sucia, mal vestida… te deprimes. La primera es la persona que está en gracia de Dios, que se confiesa. La segunda es la situación de un alma en pecado mortal.

Por eso decimos con el salmo: "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado" (Sal 31: responsorial).


Así nos quiere ver la Virgen: limpias, aseadas, bien presentadas, con el estilo de los hijos de Dios, que es un estilo peculiar, que se nota por la alegría de una persona que sabe que está cerca de Dios.

domingo, 8 de febrero de 2009

CATORCE DE FEBRERO


El Señor ha querido el Opus Dei para el bien de los hombres. Hoy celebramos un nuevo aniversario del comienzo de la labor de Obra con mujeres y de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.

HACE MILES DE AÑOS...

El libro de los Proverbios nos habla de cómo la Sabiduría de Dios existía antes de la creación del mundo. Ella, la Sabiduría, es la causa del orden del universo. Por eso dice la primera lectura:

«Desde la eternidad fui formada (…). No había hecho aún la tierra ni los campos (…) allí estaba yo (…), como arquitecto» (Prov 8,22.31).

O sea, que hace miles de años Dios ya sabía lo que iba a hacer para la buena marcha del mundo. Para eso también pensó en el Opus Dei. El 14 de febrero de 1930 y de 1943 estaba dentro de sus planes.

Dios nos hace hijos y nos da una misión. Igual que eligió a su pueblo de Israel, nos elige a nosotros y establece una alianza con cada uno. Es una elección personal y en la Iglesia, para el bien del mundo.

DIOS TIENE UNA LÓGICA MUY SUYA

El Evangelio nos cuenta como Jesús, siendo todavía un niño, se quedó en el Templo con el consiguiente disgusto de sus padres (cfr. Lc 2,41-52).

No entendieron bien porqué lo hizo. Su explicación les venía un poco grande, pero como salió de Jesús no lo discutieron.

Les costó, y tuvieron que llevar a la oración su respuesta. Y es que, la lógica de Dios es muy distinta. No podemos porqué entender sus planes.

TENEMOS UNA GRAN HERENCIA

Jesús, cuando murió nos dejó una gran herencia. Somos herederos de su gracia. Tenemos toda la fuerza de Dios para seguir su voluntad, a pesar de que no la entendamos del todo (cfr. Gal 4,4-7).

Nos llama para algo grande, que no descubrimos sino por la fe. De primeras, cuando Dios nos manifiesta sus planes con nosotros, puede costar entenderle. Pero si uno hace oración al final los cumple, como María y José.

PONER TIERRA DE POR MEDIO

La historia de las primeras vocaciones de mujeres de los años 40, muestran cómo la lógica de Dios es distinta a la nuestra y como el Señor nos da la fuerza para seguirle. Nos hace capaces de hacer cosas grandes.

Enrica Botella leía y conocía Camino. Su hermano Paco le explicó la Obra, pero ella le dejó cortado con su repsuesta: «Admirable labor», sí. Pero, que no contaran con ella.

Su hermano trató de leerle un punto de Camino, pero no pudo. El punto en cuestión era uno que empieza: Más recia la mujer que el hombre, y más fiel, a la hora del dolor.

Fue a unos ejercicios espirituales dirigidos por san Josemaría. Enrica decidió saludarlo.

—«Padre, mi hermano me ha hablado de la Obra», dijo. Y yo estoy pidiendo tu vocación, le contestó el sacerdote.

Otra que acudió al mismo retiro fue Encarnación Ortega. También tenía un hermano que le animó a saludar al Padre. Venció la pereza y, por buena educación, fue.

San Josemaría le explicó la Obra. También ella dio una espantada interior, deslumbrada por el planteamiento. Era consciente de que se trataba de algo maravilloso; y estaba asustada de que Dios pudiera exigirle todo.

Cortó, pues, por lo sano e hizo el propósito de no volver nunca a encontrarse con aquel sacerdote.

Trató de «poner distancia a la llamada de Dios» estando haciendo el retiro. No pudo. Si se encerraba en la habitación, sentía la necesidad del aire libre. Si salía a pasear por la huerta de naranjos del convento donde estaban, aquel pensamiento tampoco se le iba de la cabeza.

Todo era inútil. De nada le valía. No podía evitar tampoco la predicación de san Josemaría.

Después de una meditación sobre la pasión Encarnita se decidió. El Padre, entonces, le empezó a contar las dificultades que iba a encontrar.

La renuncia a los propios gustos. La pobreza. Estar dispuesta a marchar, tal vez, lejos. Santificarse en el trabajo, acabando heroicamente hasta los detalles más pequeños. Algo que, con la gracia de Dios, era posible.

FALDA BLANCA Y CHAQUETA ROJO GROSELLA

Otra fue Narcisa González Guzmán, más conocida como Nisa. Era deportista, estudiaba idiomas y le gustaba vestir bien. El párroco con el que se confesaba le concertó una visita con el autor de Camino.

Un día de agosto, a media mañana, cruzaba la joven el patio del palacio episcopal de León. Subió a las salas del primer piso y, en una de ellas, un cuarto inmenso, esperó con cierto nerviosismo.

Enseguida apareció un sacerdote de mediana estatura, más bien alto, y de aspecto cordial. Se dirigió a ella y, de pronto, a quemarropa, le hizo una pregunta que la desconcertó:

— Hija mía, ¿amas mucho a Nuestro Señor?
— «Sí, no sé», contestó Nisa vagamente.

Le explicó la Obra. Le habló de vida interior, de apostolado, desprendimiento y de obediencia. Nisa tenía la preocupación de si se había pasado de la raya y estaba demasiado llamativa con su falda blanca de verano y su chaqueta rojo grosella, en aquel severo salón eclesiástico.

Inconscientemente insinuó una pregunta sobre el modo de vestir. El sacerdote la cogió al vuelo. No tenía por qué preocuparse, le aclaró no sin humor: siempre, naturalmente, que no se vistiese de «mamarracho».

Al final, su reacción no fue muy diferente a la de Enrica o Encarnita, según cuenta. «La conversación con el Padre —comenta Nisa— me causó una profunda impresión, me parecía una entrega ambiciosa, pero que en ese momento no estaba dispuesta a vivir. Al salir del palacio episcopal pensé: esto es una maravilla, podría ser para mí, pero no me siento con fuerzas [...].
(Cfr. Vázquez de Prada, Tomo II, pp. 554-557)

DOS OPCIONES: CREERSELO O NO CREERSELO.

A veces, en la vocación, Dios quiere y nosotros le ponemos pegas. El Señor exige que nos fiemos de él porque lo tiene todo pensado. La fe, que es lo que hace seguir a Dios, consiste en ver el final, es decir, sus planes hechos realidad. Quiere que nuestra seguridad sea él, no solo los medios humanos o nuestra capacidad de hacer las cosas.

Un día san Josemaría les explica a las pocas que había las labores que la Obra haría en el futuro en todo el mundo: granjas para campesinas, casa de capacitación profesional para la mujer, residencias universitarias, actividades de moda, bibliotecas circulantes. Después de la sensación de vértigo que les entró al escucharle hablar, el Fundador les dijo: ante esto se pueden tener dos reacciones: Una, la de pensar que es algo muy bonito, pero quimérico, irrealizable; y, otra, de confiar en el Señor que, si nos ha pedido todo esto, nos ayudará a sacarlo adelante. Espero que tengáis la segunda (pp. 561-562).

Ellas se lo creyeron porque no había nada hecho. Siguieron día a día rezando e intentando hacer bien las cosas. Tardaron años en ver que todo eso era verdad, pero antes estuvieron muchos tiempo trabajando con fe. Era la misma fe que san Josemaría reflejaba en una carta que les escribió en 1942, desde Pamplona: Jesús bendiga a mis hijas y me las guarde. Muchas veces al día os encomiendo. El Señor tiene puestos sus ojos en esa casita, de donde han de salir cosas tan grandes para su gloria. (p. 560).

Dios ha querido que cronológicamente –solo cronológicamente porque todo estaba en sus planes desde la eternidad-, ha querido que San Josemaría empezara la Obra con los hombres. Pero también quiso la presencia de sus hijas en el Opus Dei para que, con su entrega, ayudaran a los hombres a estar pendientes de la cruz, como hizo a través de la Virgen.

Y el final, el Señor coronó la Obra con la cruz el 14 de febrero de 1943.


LOS GUANTES DEL REY

Jesús vino a servir, y lo hizo de una manera muy concreta.

Sirvió a los demás haciendo que, los que se le acercaban a él, fueran mejores. Y lo hizo, no con enfados y caras largas, sino con simpatía, con serenidad y con su servicio.

Así actuó con los apóstoles. Era paciente con ellos a pesar de su ignorancia y rudeza. A pesar incluso de sus infidelidades.

LOS MÉDICOS SON PARA LOS ENFERMOS

¿Y con los pecadores? Jesús, a los que le ofendían los trataba muy bien. Se hacía amigo de ellos.

Los fariseos, que se ponían como ejemplo de trato con Dios, se admiraban y escandalizaban de ese modo de hacer.

Los pecadores, en cambio, estaban felices por el cariño del Señor, y porque les daba la esperanza del perdón de Dios.

DIOS NO SE ENFADA NUNCA

Parece que, cuanto más pecadora es una persona, Jesús más la quiere, porque más le perdona.

Es como una madre que quiere más a un hijo enfermo. Pero eso, no significa que no quiera al resto de la familia.

El Señor nos pide que seamos como él, que queramos y perdonemos a los que tienen errores y que se cure. Pero que no nos enfademos con ellos.

-Señor, haznos como Tú, mansos y humildes de corazón.

Esto no es cuestión de temperamento, sino de virtud.

Hay gente que es tranquila pero que está todo el día enfadada y quejándose. Y hay quienes son nerviosos y no se enfadan casi nunca.

Es cuestión de parecernos al Señor, de ver a los demás como los ve él. No dejaré de insistirte, para que se te grabe bien en el alma: ¡piedad!, ¡piedad!, ¡piedad!, ya que, si faltas a la caridad, será por escasa vida interior: no por tener mal carácter (Forja, n. 79).

ENFADARSE NO TIENE MÉRITO

Es más fácil enfadarse que tener paciencia, o amenazar a alguien con la mirada que permanecer sereno ante sus equivocaciones.

¡Cuánto bien hace una sonrisa o un buen gesto!

Lo fácil es no luchar, dejarse llevar y justificarse pensando que, como somos así, pues que eso es lo que hay.

No digas: “es mi genio así… son cosas de mi carácter”. Son cosas de tu falta de carácter (…) (Camino, n. 4).

Es más cómodo criticar a alguien que rezar por él. Hundirlo en su miseria, que intentar ayudarlo corrigiéndole con suavidad y fortaleza.

-Señor, que no me deje llevar por mi falta de virtud.

San Pablo quería tanto a los neófitos, a los recién convertidos, que lloraba y suplicaba que se corrigieran cuando los veía poco dóciles y rebeldes.

PERSPECTIVA

-Danos, Señor, un corazón manso.

A las personas hay que verlas como las ve Dios, con esa misma perspectiva. Esa es la manera de actuar con mansedumbre.

Es muy difícil enfadarse y estar sereno. Y la serenidad es necesaria para que los demás no piensen que nos queremos imponer o que estamos desahogando nuestro mal humor.

Para verlas como el Señor, hay que colocarse en el plano sobrenatural. Por eso, lo primero que hay que hacer es rezar.

Y, si los problemas son más graves, rezar más y pedirle a Dios con más fe. Porque soltar un discurso machacante lo único que provoca es hundir del todo a la persona, haciendo que se sienta culpable.

Para evitar esto hay que acercarse a los demás, intentar comprenderlos. Jesús comía con los pecadores, no los regañaba. Les preguntaría por sus cosas.

Esa es la manera de luchar contra los enfados: querer a la gente. Así nos dominamos.

Me contaban de un padre de familia holandés, que estaba en el supermercado haciendo cola para pagar. Iba con el clásico carrito de la compra donde había metido lo necesario para una semana. Dentro del carro estaba su hijo pequeño sentado.

Como cualquier crío, no se estaba quieto. Cogía un bote de tomate y lo dejaba caer, el pan y lo cambiaba de sitio después de romperlo un poco, y así con todo lo que pillaba.

Al padre se le vía con cierta impaciencia, mientras repetía una y otra vez: ¡¡¡Alfred tranquilo, cálmate, tranquilooooo!!! Mientras pagaba, la cajera que había visto todo, le dijo: ¡¡Es admirable la paciencia que tiene usted con su hijo Alfred!!
Y este buen papá le respondió medio riéndose: no, señora, se confunde usted, Alfred soy yo.


San Josemaría recordaba las maneras delicadas de sus padres para corregirle. Si le pedían algo de niño —traer una cosa, por ejemplo—, y él no ponía atención cuando la traía, o mostraba desgana, o lo entregaba deprisa para irse a jugar, el padre o la madre le decían con una sonrisa: «Así se entregan los guantes al rey».

Su hermana Carmen también aprendió a corregir con delicadeza. Nisa, una de las que aprendió a su lado el trabajo de la administración cuenta como le enseñaba.

«Yo trabajaba a su lado, pero nunca me hizo la menor indicación, con su habitual delicadeza, sólo que, viéndola, iba aprendiendo y afinando en muchos detalles».

LA SANTIDAD SE NOTA.

Los santos han sido así, por eso son más humanos. No regañan sino que mueven al arrepentimiento.

El arzobispo de Toledo, hablando de don Álvaro del Portillo, el primer sucesor de san Josemaría, decía que hablaba siempre sonriendo.

Haz que seamos también nosotros misericordiosos, pacientes con los errores y defectos.
Hay una anécdota de don Álvaro que muestra claramente esto. Su hermano pequeño, cuenta, que se puso a jugar con unos dibujos en los que don Álvaro había estado trabajando un año entero, y se los estropeó completamente.

–«Mi madre, decía su hermano, al ver aquel desaguisado, se llevó un gran disgusto y me dijo algo así como: “Ya verás, cuando llegue tu hermano Álvaro y vea lo que le has hecho, echándole por tierra tanto tiempo de trabajo”.

»Yo aguardé su llegada con el natural temor. Esperaba que me riñera o me gritara; o incluso que, como fruto de la irritación, llegara a darme algunos cachetes… »Pero no sucedió nada de eso. Llegó a casa; contempló lo que le había hecho; me llamó; me acerqué temblando; me sentó sobre sus rodillas y, entonces, con aquella serenidad que le caracterizaba, comenzó a explicarme el tiempo que había empleado en realizar aquel trabajo, y cómo yo, por haber jugado donde no debía, lo había echado a perder. »Yo me quedé asombrado: en vez de pegarme, lo que hizo fue enseñarme la importancia de aquel trabajo, ¡para que yo aprendiera a ser más cuidadoso en el futuro! »Puede parecer una anécdota sin importancia. Pero nunca la he podido olvidar».
(Libro de postulación D. Alvaro, 40 nt 24).

IR “SOBRAO”

-Danos, Señor, un corazón humilde.

No podemos ir por ahí como dando lecciones. Creyendo que todo depende de nuestro criterio, como si fuéramos superhéroes que van a salvar el mundo.

Eso hacían los fariseos: no hagáis esto, haced lo otro, mirad como lo hacemos nosotros...

Tampoco es caridad el que hace muchas cosas por los demás, pero se cree que no necesita de ellos, porque él solo se basta.

Y, quizá, todo lo que hace para sentirse útil, o por la satisfacción que otros dependan de sus servicios.

La caridad de Dios, dice san Josemaría, no se confunde con una postura sentimental, ni con el poco claro afán de ayudar a los otros para demostrarnos a nosotros mismos que somos superiores (Amigos de Dios, 230).

Recuerdo que, en colegio, había un profesor que, hicieras lo que hicieras, se enfadaba y te echaba una buena. Te dejaba siempre a la altura del suelo. Le llamábamos El martillo de Tor.

Amable, serena, paciente, fuerte, comprensiva, amiga de pecadoras. Así es María la Madre de Jesús.



lunes, 2 de febrero de 2009

¡¡A MÍ, NADIE ME HA DICHO NADA!!


Jesús nos dice que, en la oración, debemos hablar con naturalidad y confianza. Que no se trata de hacer cosas raras o curiosas sino de ser nosotros mismos. A simple vista parece fácil.

«Cuando os pongáis a orar (…) no empleéis muchas palabras como los gentiles (…). Vosotros orad así: Padre nuestro» (cfr. Mt 6,5-9).

El Señor, a los Apóstoles, les enseña el «Padre nuestro». Son dos palabras que expresan algo muy familiar y muy personal: «Padre» y «nuestro». No puede haber palabras más corrientes.

Es un diálogo entre dos personas que se quieren, entre un padre y un hijo.

«Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: “¡Abba!, Padre”» (Rm 8,15BC) dice san Pablo.
¡Qué pena producen las personas que no se hablan! Y si son familia, peor aún. Son situaciones que, además de hacer sufrir, son muy incómodas.

A SOLAS CON DIOS

Muchas veces estamos a solas con Dios y no le decimos nada. Todavía recuerdo con asombro lo que dijo una: «Sí, si yo quiero hablar con el Señor, pero es que ¡hay tanto que rezar que no me da tiempo!».

–Que vuelva mi corazón hacia ti una y otra vez cuando esté en tu presencia.

Los santos esto lo han tenido muy claro. San Pablo nos dice: –Orad continuamente (1Ts 5,17). Y san Gregorio Nacianceno daba este consejo: «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (or. Theol. 1,4).

San Josemaría escribió un consejo práctico y fácil de hacer: «¿Que no sabes orar? –Ponte en la presencia de Dios, y en cuanto comiences a decir: "Señor, ¡que no sé hacer oración!", está seguro de que has empezado a hacerla» (Camino, 90).

Y en otra ocasión se preguntaba: ¿Qué es orar? Levantar el corazón a Dios.

No se trata de hacer autorreflexión, ni es una técnica, ni un método –aunque esto pueda tener su sitio–, sino sencillamente oración. Es decir, tratar de tú a tú a Dios.

–Señor que te busque constantemente.

No es pensar, sino hablar, escuchar (obedecer), compartir. Es un diálogo, una conversación de Dios con el hombre y del hombre con Dios.

Intervienen el pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo (CEC 2708).

El progreso de la vida interior se encuentra en la palabra tratarse, en conocerle a Él y conocerte. Tratar a solas con Jesús. Es la conversación con el Gran Amigo.

–Tú eres Señor el único camino de mi oración (cfr. CEC 2707).

PARA LOS SANTOS ES UNA NECESIDAD

Hablando de cómo rezaba Juan Pablo II, uno de sus colaboradores contaba que se levantaba poco después de las cinco de la mañana para hacer su oración, que duraba casi una hora antes de celebrar la Misa.

Después de celebrarla se retiraba a trabajar, hasta las once que comienzan las audiencias, pero antes de iniciarlas volvía a su oratorio y se estaba otro buen rato. La puerta de su oratorio siempre estaba abierta; a la menor oportunidad entraba con el Señor. Antes de almorzar hacía otro poco de oración; y después de comer lo mismo.

Recuerdo un día, contaba esta persona, que habíamos almorzado juntos, para seguir trabajando después, y pasamos por el oratorio para una visita corta. Me arrodillé, como de costumbre, detrás de él, esperando a que terminara su acción de gracias, o lo que estuviese rezando.

Empezó a pasar el tiempo, bastante tiempo, yo diría que mucho tiempo, y el Santo Padre seguía inmerso en su oración, que la notabas de una profundidad total. Yo miraba el reloj de vez en cuando, pero sin atreverme casi a respirar.

Por fin, cuando ya había pasado un buen rato, levantó la cabeza, me sintió a su lado y se disculpó:

-Perdóneme, me había olvidado de que estaba usted aquí.

Es decir, cuando reza, reza, y se olvida de todo, no como los demás que somos capaces de distraernos con el vuelo de una mosca.

(José Luis Olaizola en su libro Un escritor en busca de Dios, p. 197, hablando con Joaquín Navarro-Valls, el portavoz del Vaticano sobre el Papa Juan Pablo II)

NOS VE Y NOS OYE

Se trata de hacer todo en su presencia, sabiendo que te ve y te escucha. Compartir lo cotidiano, lo corriente que uno hace, lo normal que nos sucede.

Contarle los exámenes que tenemos, una buena comida con unos amigos, lo bonita que está la sierra, un chiste malo, una buena compra que hemos podido hacer en las rebajas, el disgusto de un amigo, la alegría de haber vencido, etc.

Y también nuestros proyectos: la carrera que nos gustaría hacer, las ganas de hacer un viaje en la semana blanca. Verlo todo con Él, compartirlo aunque sepamos que todo ya lo conoce.

–Señor, despierta nuestra fe para entrar en tu presencia

En un guión de un retiro que predicó san Josemaría en 1938 en Salamanca, nos dice: «–¿Qué es orar? Hablar: diálogo, o conversación con Dios –¿De qué? Alegrías, tristezas, preocupaciones, acciones de gracias, peticiones, Amor, desagravios: conocerle y conocernos: ¡tratarse!» (Cfr. Edición crítica de Camino. Puntos 90 y 91)

¡A MÍ, NADIE ME HA DICHO NADA!

Un día vio entrar al sacerdote que, por supuesto, hizo una genuflexión, pero... no le dijo nada.

Se ve que tenía la cabeza en otro sitio. De hecho hizo la genuflexión con el cuerpo pero miró hacia otro lado, a los bancos para ver quién había.
Esto le llamó mucho la atención ¡¡qué cosas si estoy aquí por él!! Pensó. No entendía nada.

El cura se fue directamente a la sacristía. Miró antes las flores del altar y preparó los libros para la Misa. Pasó por delante y nada, ni un mísero pensamiento, nada de nada.

Vio que salía revestido con los mejores ornamentos, porque parecía que aquel día había algo especial.

Más velas encendidas de lo normal, flores, los manteles más limpios que nunca, lo corporales igual... Algo pasaba, eso estaba claro.

Y se dijo Jesús: «Bien, se ve que hoy estamos de fiesta; pero no sé porqué es. A mí nadie me ha dicho nada».
Empezó a repasar las personas que habían pasado por la iglesia en los últimos días, y nadie le la había dicho nada.
De repente vio que entraban muchos niños y detrás mucha gente vestida como de domingo.

A todo esto se oye al sacerdote que le dice al monaguillo: «Dile al del coro que canten ya, que vamos a empezar…».

Luego se dirige a los niños: «Vamos, niños, al sagrario, que Jesús está muy contento hoy».

Al oírlo, el Señor, piensa: «¿Estoy muy contento? ¿Y, por qué, a mí nadie me ha dicho nada?».

Empieza la Misa, y todo va muy bien. A pesar de todo, Jesús está realmente muy contento, porque hay muchos niños y mucha gente, y a él le gusta estar con nosotros.

Hay fiesta, alegría, y han tocado mucho las campanas al principio. Todo tiene buena pinta. Por eso está muy atento para descubrir lo que ocurre.

«Vaya, creo que debo ser Yo el protagonis­ta de todo esto. Lo malo es que no se porqué es. Unas bodas no son, un entierro es evidente que tampoco...».

El sacerdote abre el sagrario, descubre el copón, y dice: «Hijos míos, niños y niñas, escuchad». Los chiquillos están con los ojos muy abiertos. «Hoy es el día más grande de vuestra vida. Hoy es el día de vuestra Primera comunión. No lo olvidéis nunca jamás».

Y el Señor, como quien da un puñetazo dentro del copón: «¡Ahora me entero! ¡A claro! Por eso -refiriéndose al cura- trabajaba como nunca estos últimos meses».

»Por eso tenía aquellos problemas: no sé qué hablaba de zapatos, y no sé qué de un trajecito a una mujer, que era la madre de un niño.

»Sí es verdad, a veces cuando se sentaba para rezar estaba con cara de preocupación y, de repente, se levantaba y se iba a la imprenta.

»Volvió a ir dos veces más y traía como un folletito para repartir... y hablaba algo de la música que tendría que traer....

»¡¡Pero a Mí nadie me ha dicho nunca nada!!». (cfr. D. José Mª García Lahiguera).

–Señor, que viva contigo en un amor silencioso.

Hace poco leía unas palabras que me dejaron muy pensativo. Refiriéndose al Señor se decía: ¿Le amas mucho? Tendrás el pensamiento puesto en Él. ¿No le amas tanto? Dispondrás de tiempo para ti mismo. ¿Le amas poco? Te pasarás muchos ratos pensando en tus pequeñas cosas, en tus preocupaciones.

Vamos a decirle ahora: Señor, quiero tratarte más, amarte más, estar más pendiente de ti, hablar intensamente contigo.

MAESTRA DE ORACIÓN

Así vivía la Virgen, en constante presencia de Dios. Le estaba viendo todo el día. Le escuchaba. Era Ella la que observaba a Jesús niño, adolescente. Su vida cotidiana era su Hijo. Ella nos enseñará a vivir así.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías