viernes, 30 de noviembre de 2007

PLÁTICA 2 ABRIL

La confesión de San Pedro en Cesarea (Mt 16, 13-19): amor a la Iglesia

Descripción del pasaje: El Señor quiere poner a prueba a sus discípulos para ver si le conocen de verdad. Simón, el más “lanzado” de todos, hace una confesión impresio¬nante sobre Cristo.

Jesús le hace ver que su acierto no se debe a su inteligencia sino a una gracia particular de Dios. Y, entonces, le cambia el nombre de Simón por el de Pedro, es decir, roca sobre la cual edificar su Iglesia.

El Señor no le da este encargo y las gracias especiales para cumplirlo por sus méritos: ha sido por un querer libre de Dios.

Simón quedaría abrumado con esa responsabilidad... o quizá no era todavía consciente de lo que se le venía encima.

Consideraciones: El Señor quiere necesitar de los hom¬bres para cumplir su misión salvadora: para eso instituye la Iglesia.

Los poderes que Jesús dio a Pedro (atar y desatar en la tierra) parecen desproporcionados para lo que puede llevar un hombre...: ¿no hay peligro de que “se lo crea” y comience a hacer disparates?

Para una misión tan difícil y delicada Dios le da unas gracias especiales, que le vienen, entre otras cosas, por la oración de todos los cristianos.

Y ese poder era de Pedro y también de sus sucesores. Por eso, cuando Papa enseña y gobierna no puede hacer lo que le dé la gana: sólo puede ser fiel al encargo que ha recibido.

No somos elementos aislados sino partes de un todo: por tanto somos responsables del bien de los demás, empezando por el Papa. Por eso hemos de rezar por él, para que cumpla bien su misión de pastor de toda la Iglesia.

También hemos de pedir por los obispos, sucesores de los demás apóstoles, por los sacerdotes y por todos cristianos.

Y, sobre todo, pedir por los pecadores, miembros enfermos del Cuerpo Místico de Cristo, para que reciban plenamente la vida de la gracia y no sean perjudiciales al bien común de toda la Iglesia.

Dialogo:
Gracias, Señor, por instituir la Iglesia, en cuyo seno he nacido a la vida de la gracia y que me enseña el camino del Cielo.

Gracias, Señor, por instituir el papado, pues así tendré siempre claro dónde está la verdad y cuál es el bien moral que debo practicar.

Te pido, Señor, por el papa actual, para que tenga luces y fuerzas abundantes para cumplir la tarea que le has encomendado.

Te pido, también por los obispos -especialmente por el Obispo de Granada- y por todos los sacerdotes del mundo entero, para que nos den siempre los sacramentos y prediquen con cla¬ridad la verdad del Evangelio.

Te pido, por todos los miembros de la Iglesia: para que cada uno cumpla con la misión que le quieras encomendar.

Perdóname, Señor, por mis anteriores faltas de responsabilidad y por mi falta de gratitud hacia la iglesia.

Perdóname también, por mi cobardía algunas veces al no haber defendido a la Iglesia y al Papa de los ataques que les pueden hacer mis amigos.

Madre de la Iglesia, Santa María, haz que reine siempre entre nosotros la concordia y la fidelidad a tu Hijo Jesucristo.

PLÁTICA 1 ABRIL

Mateo (Mt. 9, 9-13): entrega

Descripción del pasaje: Mateo era un judío vendido al poder de los romanos. Se dedicaba a cobrar impuestos a sus hermanos israelitas para pagarlos al pueblo invasor.

¿Cómo había llegado a esa situación?: era un hombre que buscaba su propio provecho, sin importarle nada los problemas de los demás.

Y como colaboraba con los romanos era una persona odiada por sus paisanos y considerado por ellos como un pecador público que había que evitar.

Mateo, aunque cumplía su tarea con eficacia, no estaría dema¬siado contento consigo mismo, pues la conciencia no le dejarla demasiado tranquilo. A pesar de tener una vida cómoda y desahogada, la encontrarla muy vacía.

Y es que Jesús tenia un plan especial para él: quería que fuera apóstol y evangelista. Dios iría preparando su alma para aquel encuentro inesperado (inesperado para Mateo, no para Jesús).

El Señor le invita a dejarlo todo y seguirle, sin decirle adónde, y Mateo no se lo piensa: corta con su vida de pecado, de lujos, de comodidad y se entrega totalmente al servicio de Dios.

Además enseguida llama a sus amigos, pecadores como él, para acercarles a Jesús. Y su vida se llena de alegría: una fiesta continua.

Consideraciones: Mateo sabe de negocios y, por tanto, no deja de aprovechar la oportunidad que Cristo le ofrece: “el ciento por uno y la vida eterna”.

Jesús ve el fondo de los corazones y conoce nuestras ilusiones más profundas.

Él tiene sus planes para con cada uno y espera el momento oportuno para mostrarlos. Respeta nuestra libertad pero no deja de llamarnos en el fondo de nuestra alma.

Cuántos hay que tienen una vida llena de comodidad, de lujo, de capricho, pero se encuentran muy vacíos por dentro.

Cuando no estamos “llenos” de Dios, toda nuestra vida es una “cáscara llena de podredumbre”.

Eso que sabemos nosotros, lo saben también los demás, aunque no lo reconozcan fácilmente.

Cristo no se fija en lo que hemos sido sino en lo que podemos llegar a ser.

Dialogo:
Gracias, Mateo por responder generosamente a la llamada de
Jesús. Ayúdame a mí, para que sepa ser generoso con Dios.

Señor, yo tengo -como Mateo- muchas cosas pero me encuentro vacío de los verdaderos bienes: ¡llename tu con tu gracia y con tu misericordia!

Tú sabes, mejor que yo lo que ha sido mi vida hasta ahora, ¿puedo aun hacer cosas “grandes” por ti?

El ambiente, Señor, tantas veces “tira” de mí: ¿podría yo, con tu gracia, “arrastrar” a mis amigos hacia Ti?

Mateo, supo aprovechar el “negocio” que le ofreció Jesús: ¿y yo? ¿sé responder que sí a lo que me sueles pedir, Señor?

Que yo sea siempre consciente, Señor, que no vale la vena “ganar el mundo entero” si pierdo mi alma.

PLÁTICA 2 MARZO

Aparición a María Magdalena (Jn, 20, 11-18): Alegría de la Resurrección

Descripción del pasaje: Esta María Magdalena es aquella de la que el Señor echo siete demonios pero no tiene nada que ver con la hermana de Lázaro ni mucho menos con la mujer pecadora, como algunos confunden.

Esta mujer, sin duda alguna quería con locura al Señor: le sigue y le atiende con sus bienes y le dedica lo mejor de sus esfuerzos.

Durante la muerte de Jesús, había estado junto a Santa María al pie de la Cruz.

Ahora permanece llorando delante del sepulcro, después de haber avisado a los discípulos de la ausencia del cuerpo del señor.

Es una discípula fiel y tenaz y, a la vez, es muy femenina: el estado de animo puede sobre la lógica racional y tiene reacciones muy apasionadas (se ofrece a recoger el Cuerpo de Jesús, le confunde con el hortelano...) y, además, llora inconsolablemente al ver que no está el Cuerpo del Maestro.

Por eso, el Señor la tiene que llamar por su nombre -¡que bonito es oír el propio nombre en boca de Jesucristo- y, entonces reconoce a Jesús.

¡Qué alegría tendría María Magdalena al contemplar a Cristo resu¬citado! Por eso se abraza a sus pies, como quien no quiere volver a perder a quien tanto ama.

Consideraciones: La existencia terrena de Cristo no termina con su muerte en la cruz, sino con la Ascensión gloriosa a los cielos.

El triunfo de Jesús sobre el pecado y sobre la muerte, es completo.

El cristiano tiene sobrados motivos para estar siempre. contento, pues su Redentor y Señor, su Amigo y Maestro, Cristo, ha resucitado y vive eternamente en el cielo, intercediendo por nosotros.

Y nosotros, con Él, también resucitaremos a una vida plena de amor verdadero y felicidad completa.

“¡Maestro!”: Jesús es el Maestro de la Magdalena, porque de Él ha aprendido el modo de tratar a Dios y de tratar a los hombres: de Él ha aprendido a vivir las virtudes y darle un sentido divino a su vida en la tierra; de Él ha aprendido lo que es la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, la amistad y la familia, el trabajo y el descanso...

Sin Cristo, no sabemos dar explicación correcta a ninguna reali¬dad de la tierra y, mucho menos a la realidad de la vida eterna.

Por eso hay tanta gente triste en el e1mundo, porque no saben acu¬dir al Maestro Divino para que les explique el por qué de las cosas y el valor de la propia existencia.

Diálogo:
Haz, Señor que tus discípulos tengamos una fe firme en la verdad de la resurrección eterna.

Te pido, Jesús la gracia de que siempre nos planteemos la vida cara a la eternidad.

Que Tú seas siempre nuestro maestro y nosotros, con humildad y docilidad, sepamos escuchar tus lecciones y ponerlas por obra.

Señor, que yo me ocupe de hacerte feliz y me olvide de buscar mi felicidad “personal”: ¡ya te encargaras Tú de hacerme feliz...!

Haz, Señor, que siempre esté contento pero, sobre todo, por te¬nerte contento a Ti.

Que la alegría de tu resurrección gloriosa anime siempre mi vida, de modo que sea un testimonio eficaz ante los demás hombres.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

PLÁTICA 1 MARZO

Las mujeres de la Vía dolorosa (Lc 23. 27-31): Amor a la Cruz, corredentores con Cristo

Descripción del pasaje: Según la ley romana, estaba prohibido llorar por los condenados a muerte, así de crueles eran los romanos con los pueblos ocupados.

Estas mujeres, sin embargo no podían resistir sus lágrimas debido al gran dolor que les producía ver a Cristo -el ino¬cente por excelencia- sometido a la Pasión.

Siempre las mujeres, a la hora del dolor y de la lealtad, han sido más fieles que los hombres. Pero el Señor corrige y endereza esos llantos hacia el motivo fundamental: los pecados de los hombres.

“No lloréis por mí”, les dice Jesús, “llorad mas bien por vosotras mismas y por vuestros hijos”. Aquellas buenas mujeres sentirían un dolor agudo en el alma: ¿es que el Señor estaba profetizando que algo parecido a lo que Él sufría iba a sucederles a ellas y a sus hijos?

Y el Señor añade: “Porque si en el leño verde hacen esto, ¿qué será en el seco?” Si al inocente le tratan así, ¿cómo nos tratarán a nosotros, que somos culpables?

Consideraciones: Al contemplar los dolores de Cristo en la Pasión, no debemos olvidar que Él sufre lo que merecen nuestros pecados.

Tampoco podemos olvidar que, por grandes que sean nuestros sufrimientos, nunca serán como los que sufrió El Señor.

Además, nuestros dolores y cruces son -en algún sentido- merecidos por nuestras ofensas.

Por último, tampoco debemos olvidar que nuestros sufrimientos los podemos unir a los sufrimientos del Señor y colaborar así con Él en la salvación de todos los hombres.

Diálogo: Dame, Señor un corazón sensible que me haga sufrir por tus dolores en la Pasión. Que tenga también misericordia ante el sufrimiento físico y moral de todos y de cualquier hombre.

Cuando me venga la hora de sufrir, Señor, que no me rebele y desespere, sino que acepte los dolores como purificación por mis pecados, pensando que es muy poco ante lo que merezco.

Gracias, Señor, porque, con tu Pasión, has conseguido que nuestro dolor sirva para ayudarte a salvarnos de nuestros pecados.

Madre mía, Santa María, a la hora de la Cruz, sostenme con tu fortaleza y hazme fiel a tu Hijo.

Adviento

El Reino de los Cielos está dentro de vosotros, dijo un día el Señor. Eso quiere decir que un alma en gracia tiene dentro de sí un mundo muy rico, porque tiene a Dios, Uno y Trino, Creador del mundo, del universo, al Señor de la historia… ¡que no es poco!

Dios dentro de nosotros, con nosotros. Es un misterio y a la vez una realidad. Por eso, lo trágico de la existencia humana es que haya personas que pudiendo vivir con Dios y tratarlo como un amigo, elijan ignorarle y pasar la vida sin disfrutar de la máxima riqueza que se puede tener.

El Señor quiere estar con nosotros, nos lo dice la Escritura: envió a su Hijo nacido de una mujer . Si te paras a pensarlo es algo muy fuerte: Dios con nosotros, entre nosotros.

–Señor, que nos demos cuenta de esto, de que estás aquí, con nosotros.

Empezamos el Adviento. Es un tiempo de espera, de expectación ante la venida del Niño Dios en la Navidad. Son unas semanas en las que la Iglesia nos invita a repetir una y otra vez para prepararnos bien esta frase: ¡Ven Señor, no tardes!

Sin embargo, mucha gente durante estas fiestas no espera la venida de Jesús, sino que lo que esperan son regalos y diversión. En Navidad, muchos se visten de fiesta sin saber lo que van a celebrar porque han quitado a Dios de en medio. Esos días se convierten en una especie de boda sin novios porque falta Jesús que es el importante.

La Iglesia quiere, como buen madre, que a nosotros no nos ocurra lo mismo, que esos días no se conviertan en la fiesta del mazapán o de la nieve y todo se reduzca a preparar la Nochevieja: a qué fiesta iré, qué ropa me pondré, cómo me pintaré este año, con quién iré…). Y, después, en enero, recuperarse y volver al colegio para contar historias que solo han existido en nuestra imaginación.

Te leo unas palabras de San Pablo que me parecen muy apropiadas: Daos cuenta del momento en que vivís, ya es hora de despertaros del sueño porque ahora nuestra salvación está cerca .

Vamos a pedirle al Señor que nos demos cuenta que nos ayude: –haz que nos preparemos bien para tu venida.

¿Por qué la gente se olvida de que Dios nace en un portal? Quizá piensan que es absurdo esperar con sorpresa algo que ocurrió hace dos mil años. Y podemos creer que en parte tienen razón, que es verdad. Quizá sucede eso porque no se paran a meditar en lo que significa realmente el nacimiento de Jesús, por eso no viven el Adviento y no se preparan para un misterio tan grande.

–¡Señor que nos preparemos bien en estas semanas previas a la Navidad!

Eso es lo que quiere la Iglesia, quiere que nos vayamos acercando poco a poco al Portal para descubrir sorprendido que el Reino de los Cielos está entre nosotros, que Dios está con nosotros. Quiere que vayamos con los pastores hacia una luz que sale de un establo cercano a Belén.

–Señor ayúdanos a vivir bien el Adviento, ilumínanos.

Estar en tensión ante algo increíble que va a suceder, eso es el Adviento. Por eso contamos los días que faltan para el día el 24 por la noche. Se trata de llegar preparados y ponernos de rodillas para saludar el milagro del nacimiento de Dios en la tierra.

Cada año, el Belén nos llama con su silencio. Es una noche mágica donde nos sorprendemos al descubrir la mirada de María a Jesús Niño, es algo que no nos puede dejar indiferente. Es una noche donde, si lo piensas bien, esa criatura que mueve los brazos y las piernas sin mucho orden, que está con los ojos cerrados, es Dios y volvería a nacer una y mil veces por amor a los hombres.

Si esto se supiera, mucha gente estaría también repitiendo como nosotros: –¡Ven Señor no tardes! Caerían en la cuenta de la maravilla que es tener a Dios en sus vidas, y por eso estarían expectantes.

–El Señor está cerca; Ven Señor no tardes, ese es el gran grito del Adviento.

Y ¿cómo nos podemos preparar? ¿Qué hicieron la Virgen, San José, los pastores, los Magos?

Hicieron cosas que en principio no les apetecía, que les costaba. San José y María tuvieron que hacer un viaje de cuatro días en burro, incómodo, cansado, comiendo por el camino y durmiendo encima de una esterilla… Luego llegaron a Belén, les cerraron las puertas de la posada y, después, dar a luz en una cuadra, un sitio donde viven animales…

Los pastores estaban descansando después de una jornada de trabajo, cuando se les apareció un ángel para decirles que algo había ocurrido, algo tan especial como el nacimiento de Jesús. En seguida se levantaron a pesar del sueño y del frío y fueron a ver al Niño.

¿Y los Reyes Magos? Recorrieron un camino lleno de sacrificio, de imprevistos, de incertidumbres, pasaron sueño y sed… Pero, al final, gracias a todo eso llegaron y pudieron ver al Niño Jesús, a su Madre y a San José.

Todos recorrieron su camino, se prepararon con sacrificios.

¿Qué haremos nosotros? Muy fácil, piensa en algunas cosas que te cuesten para ofrecérselos a Dios y preparar así la Nochebuena. ¿Sabes lo que más le gusta al Señor? Que vayas a Misa cuantos más días mejor, eso cuesta porque a lo mejor no tenemos mucho tiempo o ninguna gana…

El otro sacrificio que agrada mucho a Dios es que respetes tu horario de estudio, que te empeñes, que te canses estudiando.

Esa es la manera en la que podemos vivir bien este Adviento: Misa y estudio.

Si lo hacemos por el Señor, entonces te asomarás al establo y descubrirás el tesoro que nos ha caído del cielo: a Dios con nosotros. Un tesoro que te hará rica por dentro y vivirás la Navidad como Dios manda.

Vamos a pedirles ayuda a María y a José: –ayudadnos a vivir este Adviento, a esperar con obras la venida de Jesús.









Ignacio Fornés y Estanislao Mazzuchelli

La Inmaculada

Cuando Dios hizo el mundo de la nada debió ser algo impresionante, sobre todo cuando creó al hombre a su imagen y semejanza. Es fácil quedarse boquiabierto pensando en los seis días de la creación.

Le contaba un sacerdote a unas niñas pequeñas esto de que el Señor hizo todo de la nada y una de ella, casi gritando, dijo: ¿de la nada? ¡Uy, que divertido!

Efectivamente debió ser como una de esas fiestas donde todo son fuegos artificiales, música, color… y aparecieron montañas, mares, árboles, pájaros, hormigas, piedras, palmeras, el sol, los planetas, el universo entero… Efectivamente debió ser muy divertido.

De hecho si te fijas, cuando se lee en el libro del Génesis que Dios vio que era muy bueno cuanto había hecho , se esconde una especie de gozo, de alegría interior contenida por el Creador. Dios dijo viendo el mundo lo mismo que diría un niño: ¡qué guay!

Pues si la creación es tan espectacular ¿te imaginas como será María, la Madre de Dios? Es lo mejor que le ha salido. Es como dice un autor la Virgen es la sonrisa del Altísimo. Viéndola el Señor disfruta infinitamente más que viendo todo el universo. Como decía Juan Pablo II, María es el mejor Opus Dei, la mejor obra de Dios.

Cuando uno ve fuegos artificiales, al principio le parece que están bien, hay color, luz… pero los momentos finales son los mejores, son los que todo el mundo espera por su espectacularidad. Se hace así para que la gente se lleve un buen recuerdo.

María es lo mejor de la creación, es una explosión de belleza, de color, de amabilidad, delicadeza, cariño… Lo más espectacular del Universo.

Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas , diremos en el salmo responsorial muchas veces porque no podemos decir otra cosa viendo la pureza de la Virgen.

No tuvo pecado, ni imperfecciones, no tuvo inclinación alguna desordenada, ni pasiones descontroladas, ni un mal pensamiento, ni una ligera crítica… Es la Inmaculada, sin mancha de ningún tipo, todo en Ella es de Dios.

Le repetimos ahora en nuestra oración aquellas palabras del Cantar de los Cantares: Eres toda hermosura (…), no hay en ti mancha. Y por eso rezaremos en el prefacio de la Misa: Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de la gracia y ejemplo de santidad.

Por eso celebramos tanto el día de su Inmaculada concepción. Y por eso, también, la Misa empieza con unas palabras de Isaías que se aplican a nuestra Madre y que son como una explosión de alegría: Desbordo de gozo, mi alma se alegra con mi Dios porque me ha vestido de triunfo (…) porque me ha enjoyado como una novia.

Hoy es la fiesta de toda la creación, celebramos a la joya del universo. Ya lo decía un Padre de la Iglesia en los primeros siglos: Exulte hoy toda la creación y se estremece de gozo la naturaleza .

Es lógico que Dios la hiciera así, porque iba a ser el lugar donde iba a vivir: Dichosa eres, Virgen María, morada consagrada del Altísimo. Cuando uno ve por dentro un sagrario se da cuenta de que se intenta cuidar mucho para que sea algo digno, siempre es poco lo que se haga por el Señor, pero intentamos darle lo mejor.

Pero Dios sí se preparó muy bien su morada, lo hizo como quien se hace una casa a la medida: este suelo lo revestiremos con baldosas de mármol, aquí pondremos un mueble–cama, la habitación aquella irá empapelada con este color… Dios se preparó su morada, por eso la Virgen es tan increíble.

En las letanías que rezamos en el rosario le decimos a María: Casa de Oro. En el Antiguo Testamento la casa de Dios, el Tabernáculo se cubría de oro. El magnífico Templo de Salomón se construyó con unos materiales muy concretos, los que dijeron los profetas: las paredes de madera de cedro revestida de oro, y el suelo con planchas de ciprés.

Ella es la auténtica Casa de Oro, el verdadero Templo de Dios, revestida toda de hermosura. Juan Pablo II la llamó así en su encíclica Redemtoris Mater: Templo y Sagrario.

Ella no solo es la morada de Dios sino que también es nuestro Refugio y fortaleza. La palabra refugio viene del latín fugere, que significa huir. Uno huye del frío, de la oscuridad de la noche…

Es fácil tratarla. Es fácil hablar de Ella a cualquier tipo de personas. Es como venderle algo muy bueno a alguien, y es algo tanta calidad que no hace falta esforzarse mucho porque el producto habla por sí mismo.

En estas semanas pasadas he podido hablar con gente muy distinta, gente que reza y gente que está alejada de Dios. A todos les hablé de María, de lo buena que es, de lo que nos cuida. En definitiva de lo maravillosa que es la Madre de Dios y que además es nuestra Madre.

Es nuestro refugio, sobre todo durante este año mariano que apenas ha comenzado. Vamos a meternos más en María. Vamos a pedirle que nos enseñe a cuidar de Dios, a ser también nosotros morada del Altísimo, que nos ayude a rezar.


Ignacio Fornés

martes, 27 de noviembre de 2007

PLÁTICA 3 FEBRERO

El Hijo pródigo (Lc. 15, 11 y ss.): El hijo mayor permanece “fiel” a su padre.

Descripción del pasaje: El hijo mayor estaba en el campo (Lc 15,25)
Era un hijo obediente, que cumplía con todo lo que su padre le mandaba: permanece fiel a su padre, cuando le abandonó el hijo pequeño.

Pero su corazón no está plenamente en su Padre ni en las cosas de su padre sino que echa en falta divertirse con los amigos.
Y, cuando vuelve su hermano pequeño, en vez de alegrarse, le juzga con dureza y se niega a participar en la fiesta.

Sin embargo, su padre en vez de enfadarse con él u obligarle a entrar le intenta corregir para convencerle de que debe tener el corazón más grande.

Consideraciones: El hijo mayor, representa al hombre tibio, que cumple los mandamientos de Dios, que frecuenta los sacramentos que se sacrifica por los demás, que trabaja en serio, que evita los pecados mortales.

Pero su corazón no está en Dios sino en sus propias cosas: incluso en cómo cumple los mandamientos. Le falta entregar el corazón al Señor y le sobra pensar en sí mismo, en su comodidad, en sus caprichos, en sus planes personales... No le importa caer en pecados veniales.

A la tibieza se llega cuando se descuidan muchos detalles pequeños. Y se manifiesta en juzgar duramente a los demás y en enfadarse con las personas misericordiosas.

Pero, incluso, ante esta actitud o estado del alma, Dios nos perdona y nos intenta ayudar para que salgamos de esta situación. Por eso, si se ha caído en la tibieza, para salir, el mejor medio es frecuentar los sacramentos.

Porque así tendremos el corazón cerca de Dios.

Dialogo: No quiero, Señor caer en la tibieza.


No quiero conformarme con lo que hago y con lo que te quiero: por amor a Ti, te voy a dar siempre más; todo lo que me pidas, aunque me cueste.


Ayúdame a tener horror al pecado venial y a evitarlo con todas mis fuerzas. Dame un corazón grande para comprender a los demás y no juzgarlos nunca.

PLÁTICA 2 FEBRERO

El Hijo pródigo (Lc. 15, 11 y ss.): La rebelión del pecado

Descripción del pasaje: Un hombre tenía dos hijos y, el más pequeño le pide la parte de herencia que le corresponde. Como si su padre ya hubiera muerto para él.

Se rebela contra su padre... y su padre lo permite: le respeta su libertad.

Quiere ser feliz a su manera y no acepta o no se fía del plan que le ofrece su padre.

Se va con su parte de herencia y vive, primero “feliz”: parecía que había conseguido lo que pretendía. No le faltaba de nada ni echaba de menos a su padre.

Pero llega la hora de enfrentarse a lo que ha hecho y se encuentra muerto de hambre y guardando cerdos... amargado.

Esa situación le hace reaccionar. Al principio lo hace por hambre, por pura necesidad.
Pero lo importante es que recapacita. Y quizá después es capaz de pensar en la alegría que le daría a su padre al volver.

Y, cuando aún estaba lejos, su padre salió a su encuentro. Y lo abraza y lo llena de besos... y le pone un vestido nuevo y un anillo en el dedo y le organiza una fiesta.

Consideraciones: La historia del hijo pródigo es la historia de cada uno de nuestros pecados. Son una rebelión contra Dios, un querer vivir como si no existiera.

Al principio, quizá, nos puede parecer que si vive bien sin Dios, y no lo echamos de menos.

Pero llega un momento, antes o después en que nos encontramos igual de desgraciados que el hijo pródigo: cuidando cerdos.

Es el momento de, como él, recapacitar y volver a la casa de nuestro padre, con la confesión.

Dios nos está esperando como el padre de la parábola: deseando abrazarnos, ponernos un vestido nuevo, un anillo en el dedo y hacer una fiesta.

Dialogo: Perdona, Señor, por todo el desprecio que supone cada uno de mis pecados. No quiero volver a ofenderte.

Gracias, Señor, por la lección que nos ha dado el centurión.

Cuando me acerque a recibirte en la comunión, Señor, trataré de decirte con más humildad estas palabras tomadas de las que dijo el Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.

Señor, ¿te pido yo siempre por todas las necesidades materiales y espirituales de los que me rodean y por las de todos los hombres?: ¡agranda, Señor, mi corazón!

Que nunca, Señor, pase indiferente ante ningún sufrimiento humano.

Enséñame, Madre mía , a pedir al Señor las cosas que necesito con fe y humildad.

PLÁTICA 1 FEBRERO

El buen ladrón (Lc. 23, 33-34; 39-43): el arrepentimiento y la Misericordia

Descripción del pasaje: En este pasaje del evangelio nos fijamos, sobre todo, en el “buen ladrón”, que se llamaba Dimas.

Este hombre había cometido muchos despropósitos en su vida, pero no lo oculta ni lo justifica.

Reconoce lo que ha hecho mal cuando dice: “nosotros, en verdad, estamos aquí merecidamente, pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho...”.

Para eso, hace falta ser muy sinceros y humildes.

Antes era un ladrón, asesino y, posiblemente, muchas otras cosas (borracho, blasfemo, impuro, calumniador, etc.).

¿A qué es debido ese cambio? Sin duda, a la gracia de Dios que le hace comprender el misterio de Jesús... y al hecho de ser su compañero de suplicio.

Dimas había acompañado a Jesús llevando su cruz por el camino hacia el Calvario. Había visto y oído lo que decía la gente y lo que decía y hacía Jesús (burlas de unos, lamentos de otros, misericordia con todos por parte de Cristo).

En momento dado, olvidándose de su propia tortura, se interesa por este Hombre singular que tiene a su lado y descubre una grandeza de corazón que le sorprende.

Sobre todo, cuando llega al pie de la cruz y oye a Jesús rezar por sus verdugos: “Padre, perdonales, porque no saben lo que hacen”.

Aquel hombre de corazón duro, nota que nace en él la esperanza en el perdón “¿acaso también mis pecados tendrán perdón?”.

Apenas se atreve a pedir perdón y lo expresa tímidamente: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.

No podía pedir más porque se sentía indigno de hacerlo.

Pero a Jesús le basta y le regala mucho más de lo que pide: “en verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”.

¿Te imaginas la alegría de aquel hombre? ¿Puedes entender su agradecimiento al Señor?

A partir de entonces, su sufrimiento adquiere un valor nuevo: compartirlo con el rey de cielos y tierra y ser el “pago” por sus delitos: un pago muy pequeño para un premio de valor infinito.

Aquel hombre moriría sonriendo, a pesar del dolor, y ahora lo tenemos entre los santos del cielo.

Consideraciones: El Señor, como a Dimas, también nos da esas “pistas” para descubrir el mundo sobrenatural: no cerremos los ojos (un modo de cerrar los ojos, es estar continuamente mirándonos a nosotros mismos, en vez de mirar a Cristo y a los demás por Él).

Por grandes que hayan sido tus pecados, nunca desconfíes de la misericordia de Dios, que perdona siempre y anima interiormente, con su gracia, al arrepentimiento.

No rechacemos nunca la gracia del perdón de Dios.

Si este hombre se hubiera encontrado con Cristo antes, habría abandonado su vida de pecado, pero Jesús tenia previsto el momento adecuado.

No le pidamos al señor “otra oportunidad”, cuando -hasta ahora- estamos desperdiciando tantas.

Diálogo: San Dimas, intercede por mi ahora y en la hora de mi muerte.

Señor, que yo sepa aprovechar, como el Buen Ladrón, las oportu­nidades que tu me das para arrepentirme y cambiar.

Perdón, Señor, por todas mis ofensas. Especialmente, te pido perdón por aquellas cosas de las que nun­ca me he arrepentido por justificarlas o por falta de sensibilidad.

Te pido que me aumentes la virtud de la esperanza, para no desconfiar nunca de tu misericordia.

Te pido, Señor, que me aumentes el dolor por mis pecados y me otorgues un firme propósito de enmendarme y de reparar mis culpas.

Gracias, Señor, por tu bondad y, después de amarte y servirte en esta vida, llévame contigo al reino de los cielos.

PLÁTICA 2 ENERO

El Centurión (Mt. 2, 5-13): humildad y fe en la oración

Descripción del pasaje
: Era un “capitán” del ejercito romano, jefe de una “centuria” (cien soldados): un militar al servicio del César.

Era un pagano: no tenía fe en Dios. E1 trato con los judíos le haría pensar en la posibilidad de la existencia de Dios.

Era un hombre bueno: quiere a la gente y sufre por ella. De hecho se preocupa porque tiene un siervo enfermo y busca la manera de curarlo.

Oye hablar de Jesús y de los milagros que ha hecho. Por un lado se siente indigno de que Jesús le atienda, por ser romano. Por otro lado no quiere dejar sin ayuda a su siervo a quien tanto quiere.

Acude al Señor con fe en que puede curar a su criado y con la humildad de quien se considera sin méritos para merecer tan gran favor.

Consideraciones: Todos tenemos necesidad de la ayuda del cielo, aunque tantas veces lo olvidemos.

Si tenemos corazón grande, también nos ocuparemos de las necesidades espirituales y materiales de los demás.

Al Señor le gusta que acudamos a Él en petición de ayuda, sobre todo cundo es para el bien de otros.

Hemos de tener gran fe en el poder de la oración. Aunque Dios es nuestro Padre, no podemos olvidar nuestra indignidad, sobre todo por nuestros pecados.

No tenemos derecho a “exigir” nada a Dios: sólo a pedir su ayuda. Para ser escuchados por Dios tenemos que rezar con fe y humildad.

Dialogo: Gracias, Señor, por la lección que nos ha dado el centurión.


Cuando me acerque a recibirte en la comunión, Señor, trataré de decirte con más humildad estas palabras tomadas de las que dijo el Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.


Señor, ¿te pido yo siempre por todas las necesidades materiales y espirituales de los que me rodean y por las de todos los hombres?: ¡agranda, Señor, mi corazón!


Que nunca, Señor, pase indiferente ante ningún sufrimiento humano. Enséñame, Madre mía , a pedir al Señor las cosas que necesito con fe y humildad.

domingo, 25 de noviembre de 2007

28 de noviembre de 2007

Nos dice San Pablo que debemos dar gracias a Dios en todo momento porque esa es la voluntad de Dios (1). Pero, si además, tenemos un buen motivo para hacerlo, como hoy nosotros, entonces más todavía.

En el veinticinco aniversario de la erección del Opus Dei en Prelatura Personal, vamos a darle gracias al Señor de la mejor manera posible. Eso significa precisamente Eucaristía: acción de gracias.

Y lo primero que rezaremos será diciendo algo tan expresivo como esto: Cantad y tocad con toda el alma para el Señor.

Cuando alguna vezhemos tenido que expresar una alegría, un sentimiento bueno,
lo primero que nos sale es cantar..., es un modo de expresión propia de los hombres...

Y esas palabras, cantad y tocad con toda el alma para el Señor, suenan como un grito de alegría y de agradecimiento.
-Señor, te lo queremos agradecer con todo corazón: darte gracias una y mil veces.
Esa debe ser nuestra actitud durante todo el día de hoy, Así se lo decimos al Señor en la Misa: en verdad es justo y necesario darte gracias, por este veinticinco aniversario del Opus Dei como prelatura personal, algo que ha costado tantos sacrificios y muchas oraciones que han subido al cielo durante años.
En una ocasión, nuestro Padre, hablando de este camino dijo a los miembros de la Obra:“la configuración jurídica la habéis abierto vosotros con vuestras oraciones y con vuestra vida; y la ha confirmado el Concilio”.

En realidad fue san Josemaría quien con perseverancia abrió el camino jurídico, bien apoyado en las oraciones y sacrificios de sus hijas e hijos...

En la primera lectura de hoy leeremos: Bendito sea el Señor que ha concedido la paz a su pueblo de Israel, tal como lo había prometido (2). Es la oración de acción de gracias que pronunció Salomón levantando las manos, después de haber orado ante el altar de Dios.

Todas las promesas que recibió Moisés se cumplieron después de un camino difícil, perseguidos por los egipcios, pasando hambre y muchas penalidades en aquellos cuarenta días de peregrinaje por el desierto… Pero como Dios es fiel, todo se cumplió y llegaron a la prometida tierra de Canaan.

Muchos años se ha esperado hasta que ver la realidad de la solución jurídica definitiva. El Opus Dei ha peregrinado durante años recibiendo aprobaciones que no expresaban exactamente el espíritu que Dios quería para su Obra.

Y después de años donde muchos ofrecieron sus vidas por esta intención, vino la esperada erección del Opus Dei como prelatura personal. Los que vivieron aquellos años dicen que no habían rezado tanto en su vida. Por eso Dios nos escuchó, porque Dios es fiel y siempre escucha.

Si queréis pedir algo…

Y como Moisés en la historia del Antiguo Testamento, San Josemaría no vio cumplida la promesa del Señor, la disfrutó desde el cielo con tantas y tantos hijos suyos.

Y hoy nosotros, muy unidos con ellos por la Comunión de los Santos, lo celebramos por todo lo alto (nunca mejor dicho).

-Señor te damos gracias de todo corazón.

Un agradecimiento que es fácil que se convierta en el propósito de ser muy fieles. Al final de la primera lectura de la Misa, Salomón, dirigiéndose a su pueblo dice: vuestro corazón sea todo para el Señor, Dios nuestro, caminando según sus preceptos y guardando sus mandamientos, como hoy lo hacéis (3).

-Señor haznos fieles…

En agosto de 1982 el Papa Juan Pablo II comunicó su intención de erigir el Opus Dei en prelatura personal. Sólo faltaba determinar la fecha en que se haría oficialmente.

Aquel verano don Álvaro –el primer sucesor de San Josemaría- se quedó a pasar el verano en Roma por si salía la fecha definitiva de algo ya anunciado. Fueron semanas de intensa espera y oración. La víspera del 22 de agosto, fiesta de la Virgen, don Álvaro dijo:

-Mañana, 22 de agosto, es la fiesta de Santa María Reina y las grandes misericordias del Señor con el Opus Dei han coincidido siempre con fiestas de la Virgen.

Sí, ¡mañana es el día!

Sin embargo, ese día no ocurrió nada. Pero don Álvaro no se vino a bajo. Siguió rezando.

Por fin, el día 23 a primera hora de la mañana, desde el Vaticano dijeron que, como se suele hacer en estos casos, la oficina de prensa de la Santa Sede anunciaría las novedades del día. Y la de esa jornada era la tan esperada prelatura personal.

“El Santo Padre ha decidido la erección del Opus Dei como prelatura personal. No obstante, la publicación del documento se retrasa por motivos técnicos”.

Dios nunca falla, siempre es fiel. Todo el camino jurídico de la Obra estuvo rodeada de dificultades, pero San Josemaría y todos no se cansaron de rezar, acudieron con fe al Señor y Dios escuchó…

-Señor que nos fiemos de ti, en nuestra propia vida interior y en la labor apostólica, sin cansarnos.

La fiesta de hoy es el resultado de la fe de San Josemaría y de tantos y de tantas.

El 23 de agosto, día de la gran noticia coincidió con el aniversario de una locución divina que tuvo San Josemaría en 1971 cuando, después de celebrar Misa, el Señor le grabó en su almas estas palabras: Adeamus cum fiducia ad thronum gloriae ut misericordiam consequamur! (¡Vayamos con fe al trono de la gloria para conseguir misericordia!).

San Josemaría explicaba que el Trono de la Gloria se refería a la Virgen Santísima, de modo semejante a como se hacía a Ella con la invocación Sedes Sapientiae, Asiento de la Sabiduría.

Por eso se entiende que el Prelado haya querido que comience en la Prelatura un Año Mariano porque –como gustaba repetir a San Josemaría- nuestro Opus Dei nació y se ha desarrollado bajo el manto de nuestra Señora.

Un año para recorrerlo con la Virgen. San Josemaría tenía una fe gorda porque fue siempre de la mano de María.

Eso es lo que queremos hacer este año con la ayuda de nuestra Madre: ser muy fieles, dar un salto de calidad en nuestro trato con Dios y en el apostolado, sin cansarnos, sin perder la fe, sin dejarnos llevar por lo mal que está el ambiente o por los aparentes fracasos, con la seguridad de que cuando se trabaja para extender una empresa apostólica, el “no” nunca es una respuesta definitiva: ¡Insistir! (4).

Vamos a terminar la meditación y a empezar este año mariano, dándole gracias a Dios repitiendo las palabras de la Virgen del Magníficat: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador (5).

Ricardo Santiago e Ignacio Fornés

[1] Cfr. 1 Ts 5, 18.
[2] 1 Re 8, 55.
[3] 1 Re 8, 61.
[4] Surco, n.107.
[5] Lc 1, 46-47.


miércoles, 14 de noviembre de 2007

Presentación de la Virgen

De la infancia de la Virgen no sabemos casi nada. Los Evangelios nos hablan de María cuando se le aparece el Arcángel San Gabriel para preguntarle si quería ser la Madre de Dios. Su vida fue completamente normal y corriente, como la tuya.

A la vez, Dios estaba muy pendiente de Ella, la Trinidad la miraba y cuidaba a cada minuto, la quería con un amor único e irrepetible…La Virgen hacía su vida corriente en un pueblo pequeño, en una cortija de una región de Israel.


Era una Niña muy piadosa, muy unida a Dios, no tenía pecado original. En silencio, sin llamar la atención, vivía siempre cerca del Señor.


Llegó el día de la Encarnación. Dios envió a su Arcángel para preguntarle si estaba dispuesta a ser su Madre y poder así bajar a la tierra… No le pidió permiso al rey de Israel, ni a los sacerdotes, ni a los doctores, ni a ningún poderoso de este mundo, pero sí se lo pidió a una Niña… una Niña que era la bendita entre todas las niñas…


¿Te acuerdas de lo que ocurrió cuando Jesús se preparó para entrar en Jerusalén? Les dijo a sus discípulos que fueran a una aldea cercana: id a la aldea de enfrente, y encontraréis enseguida un borrico, desatadlo y traédmelo.


Como iban a por un animal que no era suyo, Jesús les previene: si alguno os dice algo, contestadle que el Señor lo necesita...


El Señor necesitó –si podemos hablar así– de María para venir al mundo ¿Hay mayor argumento que ese? Señor si tú me necesitas ¿cómo voy a decirte que no?


La fiesta que celebramos esta semana es la Presentación de la Virgen. Desde que tuvo uso de razón sabía que pertenecía a Dios en cuerpo y alma. La Iglesia celebra la entrega que hizo de sí misma cuando todavía era Niña.


Desde muy joven le dijo al Señor: ¡aquí estoy para lo que quieras! Y el Señor le tomó la palabra, le fue pidiendo cosas y Ella siempre se las daba.


En la catedral de Granada hay unos cuadros de un famoso pintor que representan diversos momentos de la vida de la Virgen.


Primero está el de su nacimiento y después el de La Presentación de María en el Templo. Aparece María con siete u ocho años subiendo unas escaleras dentro del Templo de Jerusalén bajo la atenta mirada de sus padres, San Joaquín y Santa Ana. En lo alto de la escalera le espera un Sumo sacerdote que representa a Dios. Fue como el acto oficial de lo que ya sabía: que pertenecía totalmente al Señor.


–Señor haznos generosos ahora, cuando todavía somos jóvenes…


Dios no buscó en María su belleza, que fuera muy guapa o que tuviera dinero. Tampoco su inteligencia, ni poder, ni riquezas. Todo eso no le hacía falta porque Él es Todopoderoso. Buscó en María lo que sólo Ella podía darle, su voluntad, que le dejara entrar en su vida.

–Señor, Tú no necesitas de mis éxitos. Quieres nuestro corazón, como quisiste el de la Virgen.


María sabía que siempre había sido de Dios. Lo tenía tan claro que defendió su postura incluso ante una criatura celestial como es un Arcángel, por eso le preguntó: ¿Cómo se hará esto pues no conozco varón?


Ella pensaba que su entrega a Dios iba a ser de otra forma. Pensaba que no iba a ser madre y Dios le cambió los planes.


Le entregó al Señor lo que a una mujer judía más le costaba, lo que más apreciaba y deseaba: su maternidad. Y Dios no dejó de premiarle, le devolvió lo que había entregado multiplicado por millones: la hizo Madre de todos los hombres.


El Señor cuando pide algo es para darnos mucho más. Y cuanto más pide, más nos das. Por eso, María es la mujer a quien más personas han llamado Madre en todo el mundo, y la criatura a la que Dios ha querido más.


–Señor, que me fie de ti porque tus caminos son los mejores.


Un artista suizo (Holman Hunt) pintó un cuadro que representaba a Jesús en un jardín al oscurecer.
Con la mano derecha, Jesús está llamando a una puerta pesada y oscura. Cuando el pintor mostró el cuadro por primera vez en una exposición, un visitante echó en falta un detalle.


–En el cuadro hay un fallo –dijo–, la puerta no tiene manilla para abrirla.


–No es un error –respondió el pintor–, en este cuadro he querido representar la puerta del corazón humano. Y este se abre sólo desde dentro.


Nuestro corazón es así. Si no lo abrimos desde dentro, el Señor no puede entrar, y no entra. Se marcha a otra puerta.


–Señor, que no te hagamos esperar cuando nos llames.


He aquí, dice la Escritura, que estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre entraré y cenaré con él, y él conmigo.


Jesús nos ofrece contínuamente su amistad, pero nosotros tenemos que responderle. En el Evangelio se ve a los que abrieron la puerta, como aquel niño que se desprendió de sus panes y de sus peces, o la viuda que echó todo lo que tenía en la hucha del templo, la mujer del frasco de perfume, Nicodemo, José de Arimatea, los Magos, los pastores…


Pero también encontramos a otros que no la abrieron como el joven rico o los de la posada de Belén que no le dejaron pasar…


Cuentan que un día estaba una niña en una iglesia, de pie, delante de una imagen de la Virgen con el Niño Jesús en los brazos.


Allí solía acudir diariamente para pedirle que le ayudará a descubrir lo que el Señor esperaba de ella.


Solía pedir así: Madre mía, casadita o monjita. Y así pedía un día y otro.
Hasta que, por fin, un día, el Niño le contestó: Monjita, monjita. Y la niña le dijo: Calla Niño, que estoy hablando con tu Madre.


He aquí que estoy a la puerta y llamo…


–¡Señor que no endurezcamos nuestro corazón, que estemos atentos a tu voz!


¡Qué grande se hace un corazón, una vida, cuando Jesús entra! Vale la pena abrirle las puertas… Nos lo dijo Juan Pablo II cuando nos repetía casi gritando: abrid las puertas a Cristo, no tengáis miedo.


–Señor, quiero tener un corazón grande aunque mi cuerpo sea pequeño. Ayúdame a dártelo entero, joven, vibrante... Ayúdame a quererte como mereces.


Eso hizo María desde Niña. Se lo dio entero porque sabía que Dios no quiere corazones compartidos.

Se hicieron realidad en su vida aquellas palabras de la Escritura: Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas . Se dejó atrapar por Dios.


Nos podemos imaginar la alegría de la Virgen al volver del Templo ese día. Había expresado delante de todos lo que ya sabía desde siempre, que pertenecía a Dios en el alma y en el cuerpo.


–Madre nuestra, ayúdanos a descubrir la voluntad de Dios para nosotros, ahora cuando todavía somos jóvenes.
Ignacio Fornés

La Presentación de la Virgen

«Bienaventurada eres Virgen María que llevaste al Hijo del eterno Padre». Esto es lo que vamos a repetir en el salmo responsorial de la Misa de la fiesta de hoy, la Presentación de la Virgen. Celebramos su completa dedicación a Dios desde que era una niña.

El Señor tuvo que elegir muy bien a la que iba a llevar al Hijo del eterno Padre. La eligió antes de que el mundo comenzara; lo hizo antes de crear nada.

María sabía que desde siempre pertenecía a Dios en cuerpo y alma, y era consciente de que el Señor la quería especialmente.

Nuestro Señor quiere a todos: a la Magdalena, a San Pablo, a San Agustín… Dios ve al santo en el pecador y quiere a sus criaturas por lo que son, y por lo que pueden llegar a ser con la ayuda de su gracia.


Con la Virgen es distinto, desde que era pequeña Dios vio el resultado de su gracia, estaba llena desde que fue concebida. En Ella, el Señor vio siempre algo maravilloso. Algo que empezó bien y acabó mejor.

A la vez, la Virgen se sentía atraída por Dios con la fuerza con que atrae un imán. Quiere al Señor con todo su corazón, no hay que convencerla de que le ame.

A nosotros, en cambio, Dios nos ha tenido que decir de manera imperativa que le queramos: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón
[1].

Madre enséñanos a querer con todo el corazón.


-Cuando todavía eras una niña, al llegar al uso de razón, en cuanto pudiste decidir, tu corazón se abrió totalmente al Amor infinito. Por eso te decimos que eres la llena de gracia, y así te saludó el Arcángel: «¡Ave María, gratia plena!…» la llena de amor de Dios.

–Madre nuestra ayúdanos a llenarnos de gracia.

Desde joven la Virgen dejó que Dios se metiera del todo en su alma. Se cumplieron en Ella las palabras del profeta Zacarías: «Alégrate hija de Sión porque llegaré y habitaré en medio de ti»
[3].

Dios inspira, autoriza y pide nuestro amor. María se lo dio desde jovencita. A nosotros nos pide lo mismo. Y… ¿qué tipo de amor pide Dios? Pide un amor que no tiene nada que ver con el sentimentalismo. Pide un amor que no se mide por la intensidad de lo que sentimos por el Señor. Pide que nos identifiquemos con su Voluntad.

Eso fue lo que hizo la Virgen desde niña. Eso mismo hizo Jesús. Ese es el amor del Hijo por el Padre, el amor de la Esposa, de la Hija y de la Madre de Dios.

Jesús nos lo dijo cuando le avisaron que su madre y sus hermanos le estaban esperándole:…todo el que cumple la voluntad de mi Padre ese es mi hermano, mi hermana y mi madre
[4].

Los que no hacen esa voluntad no le quieren. Al Señor esto le entristece, por eso se echó a llorar contemplando la Ciudad Santa mientras decía: Jerusalén, Jerusalén si en este día hubieras conocido tú también la visita de la paz
[5].

Muchos de sus compatriotas no vieron los signos mesiánicos que estaban ocurriendo, no le reconocieron y no le hicieron caso. No veían el amor que Dios tiene por los hombres.

–Señor, que no endurezcamos nuestro corazón.

La Virgen lo vio desde siempre. Toda su vida estuvo dedicada única y exclusivamente a agradar a Dios. Ella si le hizo caso en todo.

Me vienen a la cabeza lo que decía Don Álvaro sobre San Josemaría cuando manifestaba que nunca había dicho que no a sabiendas a Dios. Todos los santos han querido hacer la voluntad de Dios, y para eso le pedían ayuda.


San Josemaría repetía muchas veces: –Señor dame el amor con el que quieres que te ame. Que es lo mismo que decir: que haga siempre tu voluntad, que no me deje llevar por los desánimos, por los fracasos, por el cansancio, que te quiera aunque no te sienta…

En las circunstancias difíciles, Dios también nos da el amor con el que quiere que le amemos. Por eso le queremos cuando rezamos el rosario costándonos mucho y cada Avemaría es como arrastrar un tronco cuesta arriba. Le queremos cuando hacemos lo que tenemos que hacer en los días en los que todo sale mal. Cuando tenemos el cuerpo roto y el ánimo por el suelo.

Esto es amar a Dios, este es el amor que Dios nos tiene. Así estaba Jesús en la Cruz, clavado como un asesino, humillado, lleno de dolores, con fiebre, muerto de sed, con un fuerte sufrimiento psíquico… Este es el amor que Dios nos tiene.


Este es el amor que puso en el corazón de María.

Ella le quiso en medio de las incomodidades y malos olores de un establo; en el Templo cuando Simeón le dijo que iba a sufrir mucho. Le quiso mientras buscada a Jesús angustiada junto con José; también, y sobre todo, en el Calvario. Allí estaba de pie, con una espada que le traspasaba el alma. Allí estaba, sin decir nada, amando con obras como siempre había hecho, desde que era una niña.

–Madre nuestra, que nos dejemos llenar de Dios, de su amor. Que le queramos, queriendo hacer su voluntad.


Ignacio Fornés


[1] Deuteronomio 6, 5.
[2] 1 Jn 4, 10
[3] Za 2, 14.
[4] Mt 12, 50
[5] Lc 19, 41.

sábado, 10 de noviembre de 2007

PLAN DE VIDA: NORMAS Y COSTUMBRES

Nadie que quiera conseguir el éxito en una empresa actúa a lo loco.

También nosotros que no somos unos inconscientes tenemos que seguir un plan para alcanzar las santidad. Pero no es un plan teórico, sino un «plan de vida».

Tenemos los medios para ser santos. «Para llegar al cielo se necesita una poca de gracia y otra cosita».

La gracia nos viene del Señor: poco a poco nos la envía, la que vamos necesitando, porque Él no quiere que tengamos despensa.

Y a veces la gracia nos llega en el último momento: no hay que inquietarse, pues no tenemos gracia de Dios para el día 8, sino para ahora mismo...

«Para llegar al cielo se necesita una poca de gracia y otra cosita».

«La cosita», que es «una escalera larga»: con un peldaño y otro peldaño.

Estos peldaños son las normas de piedad. Llegamos a Dios a través de ellas: son el «conducto».

En las batallas decían los generales experimentados del siglo XIX, que no hay que dar muchas ordenes. Hay que dar una orden..., e irla repitiendo con distintos tonos.

Nosotros tenemos una batalla, o una guerra interior que ganar, y San Josemaría nos sigue dando una «orden»: «Las normas son lo primero».

Esta «orden» se puede expresar de distintas formas: primero Dios, el remedio de los remedios es la piedad, si no somos contemplativos no perseveraremos...


Pero en definitiva el amor de Dios depende de estas normas. Aunque también nuestro cariño al Señor se puede expresar también mediante la unidad de vida en otros aspectos.

La batalla de la santidad la ganaremos hoy a la hora de acostarnos, si rezamos bien las tres avemarías. O a la hora del Ángelus. No digamos ya a la hora de la santa Misa.

–Señor, ilumina mi entendimiento para que me de cuenta, de la importancia de la norma que estoy realizando en este momento, que es la «oración mental».

Aunque te duermas, y quizá la hagas sin ganas, es lo mismo «procura» hacerla lo mejor posible, y lo más importante es «querer agradar al Señor».

Hemos hablado de la vida de fe, necesaria para que el Señor haga maravillas: ¿dónde la vamos a conseguir, dónde se vende eso, sino es cuando leemos el Evangelio...? Si ganamos esa batalla el Señor nos impulsará a otra batalla, y después a otra...

Así la fe va creciendo, y el amor va madurando, aunque a veces sea menos sentimental:


«Padre, no sé qué pasa, me encuentro cansado y frio; mi piedad, antes tan segura y llana, me parece una comedia»

Eso es lo que le dijeron en una ocasión a San Josemaría. Y a los que atravesaban esta situación de aridez los animaba.

Esta situación es una buena cosa cara a Dios: porque no podemos buscarnos a nosotros mismos. Vamos sólo a agradar a Dios.

No vamos a la oración porque nos divierta, ni hacemos la lectura por interés cultural. Lo hacemos por amor, y en este caso un amor desinteresado, que no busca nada a cambio, un amor limpio que no quiere hacer trapicheos con de Dios.

Pero eso hay que demostrarlo, y lo demostramos «cuando parece que el Señor no da nada a cambio» porque no «sentimos» nada.

–Señor yo aquí no estoy por mi gusto, sino por agradarte.

El enemigo sabe bien lo que pierde cuando rezamos un avemaría, no digo yo cincuenta.

Pero si rezamos con «calidad», habrá cantidad... El que reza bien, reza más. Por eso no vayamos a rezar bien el rosario, vamos a proponernos rezar bien un avemaría. Pequeñas metas que son asequibles.

Terminamos hablando de la Virgen. Para Ella se inventaron muchas normas de piedad. Un ángel fue el que pronunció el Avemaría por primera vez, pero nosotros lo hemos hecho más que san Gabriel. Y la escalera larga que es la devoción a la Virgen nos llevará al cielo





VIDA DE FE

-Señor mío y Dios mío. Vamos empezar nuestra meditación haciendo el mismo acto de fe que hizo famoso aun especialista en la incredulidad.

Le pedimos ahora al Apóstol incrédulo Tomás que nos ayude, porque no hay cosa más valiosa como un acto de fe: vale más un solo acto de fe que toda la riqueza del mundo.

Nuestro enemigo se resiente cada vez que hacemos un acto de fe, porque lo que él busca es que se debilite. Va en busca de ese trofeo.

Pare eso ataca la pureza, o la fidelidad a nuestra vocación, pero lo que en verdad le interesa es nuestra fe. Porque las heridas contra la fe son mortales. Sin la fe somos como superman rodeado de criptonita.

O por decirlo positivamente con ella estamos revestidos de una armadura que no hace indestructibles.

–Fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: Espíritu Santo, fortalece mi corazón contra la falta de fe.

Es bueno que meditemos que Dios se ha querido hacerse hombre. A veces contemplarlo llorando. Pero no sólo con lágrimas de niño.

Jesús hombre que llora según nos cuenta San Lucas. Son lágrimas de impotencia. Porque un hombre aunque sea Dios no puede actuar cuando falta fe, su poder se detiene.

El Señor para hacer milagros no busca gente con buen pico, con labia, que tenga palabrería, sino corazones, quizá pequeños e inútiles pero que se fían de Dios.

Un día vino a Jesús un leproso, que rogándole de rodillas le decía: –Si quieres, puedes limpiarme.

Y Jesús, compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo: –Quiero, queda limpio (Mc 1, 10-41).

Los grandes milagros se llevan a cabo por fe. Por eso vamos a pedirle ahora a Jesús, que nos la aumente: –¡Señor, auméntame la fe!

Viene a Jesús una persona como tú y como yo y le ruega: –si quieres, puedes cambiarme.

Ojalá oigamos también aquellas palabras de nuestro Señor: –quiero. Un Dios poderoso, omnipotente que dice «quiero» porque encuentra que aquel leproso se fiaba sin ver.

Porque no olvidemos que la fe se aumenta y se ejercita. Sobre todo cuando no se ve nada, y los obstáculos se ponen a decirnos: si no vemos no creemos.

San Josemaría y todo los grandes santos han sido personas que han vivido sin ver, y han esperado muchas veces contra toda esperanza.

Necesitamos una fe como la de Abrahán, que con una edad respetable no tuvo inconveniente en cambiarse de región, porque el Señor se lo pidió.

Y cuando tenía 70 años todavía se creía que iba a tener un hijo de su mujer, que también era bastante mayor... su mujer se reía.

Y luego cuando por fin tiene el hijo, nuestro Señor manda que lo sacrifique...

–Señor, ilumina mi entendimiento para que de cuenta de que no estoy solo ante las dificultades.

Por eso no podemos dejarnos dominar por el peso de los problemas.

Pensamos ahora en Jesús y en María, para acabar la meditación. Primero en el santo Patriarca: nuestro Padre y Señor. Cuánta oscuridad a veces. Pero él es humilde: no olvidemos que la fe esa la humildad de la inteligencia que se somete a Dios.

Aprovecha mucho considerar que la Sagrada Familia vivía una vida del todo ordinaria. La Virgen Santísima y San José sabían perfectamente que Jesús era Dios, pero a pesar de todo se les ocultaban grandes maravillas, y vivirían como nosotros: vida de fe.

San Lucas nos dice (XI, 5) que los padres de Jesús no comprendieron el sentido de la respuesta de su Hijo. Y también (XI, 3): su padre y su madre escuchaban con admiración las cosas que de Él decían.

Sólo en la tierra podemos tener vida de fe: feliz seremos cuando nos fiemos de Dios como María.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Comunión de los Santos

La carta de este mes del Prelado del Opus Dei, además de repasar algunas fiestas litúrgicas, trata sobre la Comunión de los Santos.

Una de las cosas que se dice en el Credo de los Apóstoles es lo siguiente: Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica, la comunión de los santos… Llama la atención que sea uno de los dogmas de nuestra fe. Se ve que es más importante de lo que parece.

-Señor, creo en la Comunión de los Santos.

Me contaban de un niño pequeño que se creía que la Comunión de los Santos era una Misa que había en el cielo y que todos los santos iban a comulgar. No es eso exactamente, aunque tampoco está del todo descaminado, porque este dogma lo que hace es unirnos a todos los cristianos: los del cielo, los de la tierra y los del purgatorio.

Noviembre es un buen mes para hablar de esto porque los que estamos en la tierra celebramos a los del cielo, el día de Todos los Santo, y nos acordamos de los del purgatorio, el día de los difuntos.

Aprovechando esto el Prelado nos habla de la ayuda que nos prestamos unos a otros, vivos y difuntos.

San Josemaría explicaba muy bien en cómo se realiza esa ayuda: Comunión de los santos. -¿Cómo te lo diría?-¿Ves lo que son las transfusiones de sangre para el cuerpo? Pues así viene a ser la Comunión de los santos para el alma .

Ningún cristiano, escribe el Prelado, debería sentirse solo porque en cualquier momento (…), se halla unidísimo a Jesucristo y a su Madre, a los ángeles y a los bienaventurados que gozan de Dios en el Cielo; a las benditas almas que se purifican en el Purgatorio; y a todos los que combatimos en esta tierra.

–Señor, danos tu gracia para vivir así, para vivir esta comunión.

Cuando murió el primer sacerdotes de la Obra –don Josemaría Somoano–, San Josemaría le comentó a un hijo suyo: «Si a ti o a mí nos llamara Dios ¿qué íbamos a hacer desde el cielo o desde el purgatorio, sino clamar una y otra vez, y muchas veces y siempre: “¡Dios mío!... ¡ellos!... que están luchando en la tierra,… que cumplan Tu voluntad… ¡allana el camino, acelera la hora, quita los obstáculos… Santifícalos!?».

-San Josemaría ayúdanos ahora desde el cielo.


Todos los santos pasan el Cielo haciendo el bien sobre la tierra. Nos ayudan y, también es una realidad que nos ayudamos entre nosotros y que podemos sacar a las almas del purgatorio rezando por ellas. Por eso el Prelado nos pregunta: «¿Qué conciencia tienes de que las personas necesitan tu fidelidad, tu fraternidad?»

Y nos específica más todavía: «cuando vayáis a rezar, a trabajar, a descansar, en los diferentes instantes de la jornada, procurad rezar, trabajar y descansar junto al Señor, acompañando a vuestros hermanos del mundo entero, especialmente a quienes viven y trabajan en lugares donde la labor de la Iglesia es más difícil».

Siempre me impactará leer un episodio de la vida de San Josemaría donde se ve está realidad de la Comunión de los Santos.

Cuando iba por las mañanas a celebrar Misa al Patronato de Santa Isabel, por los años treinta, se encontraba con frecuencia con una mendiga que estaba en la calle. Eran los primeros años del Opus Dei, cuando las circunstancias eran difíciles.

Un día se acercó y le dio la bendición porque no tenía nada más que darle. Después le dijo que encomendara una intención suya que iba a ser para mucha gloria de Dios y el bien de las almas: «¡Dale al Señor todo lo que puedas!», le dijo.

A los pocos días dejó de verla. Como iba con frecuencia a los hospitales, un día la encontró allí.

–Hija mía, ¿qué haces tú aquí, qué te pasa? Me miró y me sonrió. Estaba gravemente enferma.

San Josemaría le dijo que al día siguiente celebraría la Misa para que se curara.

–Padre, ¿cómo se entiende? Usted me dijo que encomendase una cosa que era para mucha gloria de Dios y que le diera todo lo que pudiera al Señor: le he ofrecido lo que tengo, mi vida.

–Haz lo que quieras, pero le pediré al Señor por ti, y si te vas, cumple muy bien este encargo.

Yo os digo que, desde que aquella pobre mendiga se fue al Cielo, es cuando la Obra comenzó a caminar deprisa .

Es una realidad el hecho de que nos ayudamos unos a otros. Cuando hacemos el bien los demás lo notan y cuando no luchamos o cometemos un pecado también.

-Inclina Señor tus oídos y escucha mi petición por los demás.

El Prelado hace referencia a un reciente viaje que ha hecho a Kazajstán donde se desarrolla la labor apostólica desde hace unos años, y nos dice: Gracias a Dios, apoyados en vuestras oraciones, están trabajando con alegría y rebosantes de esperanza.

Hace un mes pude hablar con un sacerdote que está en Kazajstán. Contaba, como si fuera la cosa más normal del mundo, las dificultades que tienen, las horas que le dedica a estudiar el idioma, la dureza del clima en algunas épocas del año…

Después uno lee las palabras del Prelado y se anima a rezar y a hacer lo que debemos en cada momento. Es fácil seguir su consejo de que les acompañemos con nuestra oración y nuestras pequeñas mortificaciones, que –por la Comunión de los Santos– resultarán eficacísimas.

La labor de la Iglesia se está extendiendo por todo el mundo, se cumple aquel mandato del Señor: Id al mundo entero y proclamar el Evangelio a toda criatura .

Por eso debemos hacernos la pregunta que nos dirige el Prelado en su carta: «¿Procuras afrontar todos los días, desde la mañana a la noche con la conciencia clara de que la evangelización y la expansión apostólica es tarea de todos, cada uno en su sitio?».

Aprovechando las fiestas de la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán el 9 de noviembre y el 18 la de San Pedro y San Pablo, también nos anima a rezar por la Persona y las intenciones del Papa, y por los que le ayudan en el gobierno de la Iglesia. Eso es vivir la Comunión de los Santos.

-Señor, te pedimos por el Papa, por su persona e intenciones.

Otro ejemplo lo encontramos al final de este mes. El 28 de noviembre se cumplen 25 años de la elección del Opus Dei en Prelatura Personal. Fue algo que salió después de mucha oración y de mucha mortificación. Muchos ofrecieron su vida. Personas del mundo entero ofreciendo cosas por una sola intención. Eso es la Comunión de los Santos. Una persona que vivió esos años me decía que no había rezado tanto en su vida.

Las madres son las que unen a las familias. La Virgen es nuestro punto de unión con los del Cielo y los del Purgatorio. Le pedimos a Ella que nos acordemos de todos cuando nos cuesten las cosas, cuando recemos, cuando trabajemos y cuando descansemos: ¡Madre mía ayúdanos!


Ignacio Fornés y Eduardo Martínez

Visitas a los pobres

En el Vaticano hay una capilla muy grande que se llama la Capilla Sixtina. Es muy alta y tiene en una de sus paredes pintado el Juicio Final.

El Señor nos habló de ese momento. Aparece Jesús acompañado de la Virgen y de los ángeles y alrededor hay una muchedumbre de personas, los millones de hombres y mujeres que han poblado la tierra.


Ese día, el Señor separará a las ovejas de los cabritos siguiendo unos criterios muy prácticos, las Obras de misericordia, y dirá: Venid benditos de mi Padre (…) porque (…) estuve enfermo y me visitasteis (…). Entonces los justos le dirán: ¿Cuándo te vimos enfermo (…) y te visitamos? (…) En verdad os digo que cuanto hicisteis con uno de estos hermanos míos (…) a mí me lo hicisteis» .

Desde pequeños hemos aprendido en el Catecismo cuáles son las Obras de misericordia, y sabemos que una de ellas es visitar y cuidar a los enfermos (no como decía un amigo mío: visitar al desnudo…) y otra consolar al triste .

Dios, que es infinitamente misericordioso, cuando hacemos una de estas obras se alegra tanto como si se la hubiéramos hecho a Él mismo.

La meditación de hoy va sobre las visitas a los pobres. Consisten en hacer un rato de compañía a una persona enferma o que se encuentra sola por los motivos que sean.

Hace años el presidente de la ONG Mensajeros de la Paz, el Padre Ángel, entregó al Papa Juan Pablo II el Teléfono Dorado. El Papa le preguntó que para qué servía. Este sacerdote le contestó que las personas mayores llamaban al Teléfono Dorado cuando sentían la soledad.

Entonces Juan Pablo II le explicó que los Papas a veces se encuentran muy solos. El sacerdote terminó diciendo: -pues, Santo Padre, llámeme cuando lo necesite.

Cuando hacemos una visita de estas tenemos la certeza de que estamos consolando a alguien, sobre todo consolamos a Dios.

San Josemaría lo tenía bien experimentado, por eso dejó escrito: Mi Jesús no quiere que le deje, y me recordó que Él está clavado en una cama del hospital. Y esta otra frase que nos ayuda ahora: —Niño. —Enfermo. —Al escribir estas palabras, ¿no sentís la tentación de ponerlas con mayúscula? Es que, para un alma enamorada, los niños y los enfermos son Él.

-Señor, cuando visitemos a los pobres y a los enfermos, recibenos Tú

Al leer el Evangelio, nos damos cuenta de que Jesús dedicó mucho tiempo a los pobres y los enfermos. Su vida consistió justamente en eso, en dar consuelo a quienes lo necesitaban. A unos los curó de una enfermedad, a otros les dio de comer, a los ciegos les devolvía la vista, incluso resucitó al hijo único de una mujer viuda. Está dispuesto a hacer lo que sea, incluso milagros, para devolver la alegría y la esperanza a sus criaturas, porque Señor tu eres bueno.


-Danos un corazón como el tuyo.

Pensémoslo ahora delante de Dios: Nosotros ¿de qué somos capaces? ¿Estamos dispuestos a perder una tarde para escuchar a un viejicillo la historia de su vida o el llanto de una señora que nadie va a ver…? ¿De qué somos capaces?

Te cuento lo que le ocurrió a Don Álvaro del Portillo, el primer sucesor de San Josemaría. Iban con frecuencia a un barrio de Madrid peligroso, tanto con Almanjayar. Iban allí para dar catequesis y para ayudar a la gente.

Un día, cuando volvían se encontraron con un grupo de chicos jóvenes que se acercaron para pegarles. Salieron corriendo pero a Don Álvaro le dieron un golpe en la cabeza con una llave inglesa y llegó a su casa con una brecha en la cabeza.

Nos es que nos vaya a ocurrir a nosotros lo mismo, te lo cuento para hacerte ver que hay gente que es capaz de mucho para ayudar a los demás.

Jesús está con los que sufren, con los que no tienen nada, y hay gente que lo que les falta es compañía aunque tengan de todo. En eso consisten estas visitas.

-Señor que te queramos en los pobres y en los enfermos.

El año pasado me ocurrió una cosa que todavía la recuerdo porque me impresionó mucho. Estaba en el ante-oratorio del colegio y salió una niña de Primaria que me preguntó:

-¿A qué no sabes lo que le he dicho a Jesús?... Pues la verdad es que ahora no se me ocurre, le contesté.

-Le he dicho que ahora ya se lo que significaba estar solo como Él en el Sagrario, porque me he pasado tres días en cama y me he aburrido mucho…

El Señor está solo en el Sagrario y en muchas casas de Granada y hospitales. Le podemos visitar a Él y además nos espera. Jesús nos dijo que a los pobres siempre los tendremos. Quizá lo dijo para que supiéramos que siempre nos necesitan, que cuenta con nosotros para darles consuelo.

-Señor que el día del Juicio Final podamos oír de tus labios: Venid benditos de mi Padre porque estuve enfermo y me visitasteis.

La Virgen María es Madre de todos los hombres, especialmente de los más necesitados. Cuando el Arcángel San Gabriel le insinúa que su prima Isabel necesita ayuda porque ya era un poco anciana, Ella se va enseguida para ayudarla en las cosas de la casa y para hacerle compañía…

-Madre nuestra ayúdanos a hacer nosotros lo mismo.



Yago Martínez y Estanis Mazzuchelli

viernes, 2 de noviembre de 2007

Sinceridad ante la realidad de los novísimos.

Cuando el Señor estaba clavado en la cruz, muerto, dice la Escritura que “viéndolo el centurión, glorificó a Dios, diciendo: ‘verdaderamente este hombre era justo’. Toda la muchedumbre que había asistido a ese espectáculo, viendo lo sucedido, se volvía golpeándose el pecho” (1) .

Al ver la muerte de Jesús aquel hombre se sinceró, abrió su alma. Eso mismo le ocurrió a toda la gente que estaba allí.

Ante la realidad de Dios, de la muerte y de las verdades eternas es fácil que veamos las cosas con objetividad, sin fingir, porque son cosas muy serias.

¡Cuántas veces el Espíritu Santo se sirve del fallecimiento de alguien para remover a los parientes cercanos, para que cambien su vida y se conviertan!

En esos momentos, ante el cuerpo difunto de un pariente incluso se hacen promesas sinceras de sacar adelante la familia o de seguir con el negocio que el difunto dejó… Son actitudes transparentes y que merecen un respeto.

Ante las realidades eternas hay gente que cierra los ojos creyendo que así pueden evitarlas, como hacen los niños pequeños con las cosas desagradables.

Noviembre es un buen mes para meditar los novísimos. Nos ayuda a reaccionar, a ser sinceros con nosotros mimos sabiendo que “todo lo que está oculto será descubierto” (2) .

San Juan Crisóstomo decía que ante la muerte y todo lo que viene detrás, cada uno se ve como es en realidad. Y lo explicaba con una imagen muy clara. Así se encuentran los actores de una obra de teatro que al terminar la función donde han hecho de reyes, princesas, caballeros o damas… se quitan el vestuario y se ven como realmente son, simples hombres y mujeres, sin realezas ni títulos.

Nos dice el Catecismo que la muerte «es un acontecimiento que debe hacer superar las perspectivas de “este mundo”» (3) .

Ante la muerte nos es fácil abrir nuestra alma, porque en el fondo… ¿qué más nos da que sepan que somos envidiosos, vanidoso, rencorosos, que queremos quedar siempre bien o que mentimos más que hablamos… si Dios lo sabe y lo vamos a tener que reconocer en su presencia? Nos ayuda meditar estas verdades, por eso en los retiros espirituales siempre salen.

Ojalá, Señor, escuchemos hoy tu voz, que no endurezcamos nuestro corazón(4) ante las verdades eternas.

Hay gente que no reacciona ni pensando en ellas y no están dispuestas a cambiar. Jesús ya sabía esto cuando contó la historia del rico Epulón y el pobre Lázaro. Estando Epulón en el infierno y Lázaro en el seno de Abrahán, el rico le dice a Abrahán que si resucitara un muerto y fuera a sus parientes cambiarían de vida. Pero Abrahán le contesta que ni así reaccionarían.
-Señor que no endurezcamos nuestro corazón.

Ser sincero es darse a conocer sin disfraz, siendo como somos. Eso a veces cuesta, ser sincero cuesta. Cuesta porque no queremos pasarlo mal o hacerle pasar un mal rato a otra persona.

Jesús es la Verdad. Nos dijo con claridad lo que teníamos que hacer: “sea, pues, vuestro modo de hablar, sí, sí; no, no que lo que pasa de esto viene del Maligno” (5) . El infierno por el contrario es el engaño porque demonio es el padre de la mentira.

Ser transparente consiste más en no tapar las cosas que nos ocurren que en hacerlas ver(6) . Admitir que hemos reaccionado mal ante una situación, o que una determinada persona le hemos puesto la etiqueta de non grata, o que si estoy fría es porque me dejo llevar por detalles de sensualidad o porque estamos pensando siempre en nosotros mismos, o la vanidad me tiene muy ocupada porque me dedico mucho tiempo…

Muchas veces se ha explicado la dificultad de contar las cosas con la imagen del sapo. Recuerdo hace tiempo que una niña de 5º de Primaria definía el sapo como «algo malo que uno ha hecho, que se queda dentro y da supervergüenza contar, y te pones de todos los colores».

A un sacerdote santo, Dios un día le permitió ver como, hablando con un joven, vio que iban saliendo sapitos pequeños de su boca, pero que de vez en cuando se asomaba uno grande y repugnante, con ojos saltones y que no terminaba de salir. Se metía para adentro y volvía a asomarse al cabo de un rato…

Muchas veces nos inventamos razones para tragarnos cosas que nos cuestan contar, y cuanto más tiempo pasa más razones nos inventamos y menos rezamos.

Por eso le pedimos al Señor: -que no endurezcamos nuestro corazón, que contemos las cosas, aunque nos den supervergüenza.

Cuando somos sinceros vamos por el camino del cielo. Cuando no lo somos el Señor nos podría decir con la palabras de la Escritura: “Insensato, esta misma noche te pedirán el alma y todo lo que has acumulado ¿para quién será?” (7)

Algunos Padres de la Iglesia sacan lecciones de sinceridad al meditar la resurrección de Lázaro, el hermano de Marta y María. Interpretan las palabras que le dice Jesús, "sal fuera", como un grito del Señor para que seamos sinceros, para que saquemos lo que tenemos dentro, lo que hay escondido en nuestra conciencia, porque sino todo eso se pudre y es desagradable para uno mismo y para los demás.

Ante la muerte y el más allá, es fácil que todo salga fuera, que contemos nuestra verdad interior a pesar de que nos cueste porque decir la verdad compromete y, a veces nos enfada por la soberbia.

–Señor, que seamos sinceros. Ayúdanos a hablar con absoluta claridad, de todo, de lo que tenemos en la cabeza y en el corazón.

Nos puede servir el consejo que daba San Josemaría para vivir bien esta virtud: “Contad primero, lo que quisierais que no se supiera”.

Que seamos valientes, lo mismo que uno se mira en el espejo buscando una mancha en la ropa para poder limpiarla o una espinilla para curarla, así tenemos que hacer cuando contemos nuestras cosas.

Si somos sinceros y transparente, nunca tendremos miedo de presentarnos ante Dios tampoco a la hora del juicio, porque iremos limpios y con buena pinta. Todos nuestros secretos ya los sabrá y podremos decir con absoluta franqueza: «Señor Tú lo sabes todo Tú sabes que te amo».

La Virgen no murió, pero ante la muerte de Jesús en la Cruz volvió a decir fiat, hágase. En el Calvario no ocultó su condición Madre, sino que llegó con su maternidad a todos hombres.

–¡Madre nuestra ayúdanos, tú que eres las sencillez y la tramparencia en persona!
Ignacio Fornés y Estanis Mazzuchelli

(1) Lc 23, 47 y 48
(2) Mt 10, 26.
(3) CEC, 1687
(4) Cfr. Sal 94.
(5) Mt 5, 37.
(6) Mt 5, 37.
(7) Lc 12, 13.

Difuntos

Un día estaba Jesús rodeado de gente, algo que era habitual. Se puso a hablar de un tema un poco misterioso. Contó que Dios Padre, después de la muerte, castiga a los que ha obrado mal y premia a los que han hecho el bien.

No logramos entender bien como ocurre eso. Lo que si tenemos claro es que hay gente que se salva y otra que se condena.

Cuando pensamos en el más allá (la muerte, el juicio, el purgatorio…), nos damos cuenta del relativo valor de las cosas de este mundo. Es más, no tienen ningún valor. Lo temporal queda ridículo frente a lo eterno.

Cada persona elige salvarse o no, depende de lo que haga con su vida. Y, de entre los que se salvan, sabemos que hay algunos que se van al purgatorio; van allí para limpiarse bien, porque en el Cielo no puede entrar nada manchado.

–¡Señor, escucha ahora nuestras oraciones por los que están en el purgatorio!

«El purgatorio –dice el Catecismo–
es el estado de los que mueren en amistad con Dios pero, aunque están seguros de su salvación eterna, necesitan aún de purificación para entrar en la eterna bienaventuranza».

Llevamos siete días del mes de noviembre. La Iglesia dedica este mes a rezar especialmente por los difuntos, es decir, por los que están en el purgatorio; porque los del Cielo no tienen necesidad de nuestras oraciones…y rezar por los del infierno es inútil. Estamos en unos días muy apropiados para pedir por los que están purificando sus pecados.

–¡Señor concédeles entrar en el Cielo! ¡Líbralos del pecado!

La Escritura nos dice que esta operación de limpieza se hace mediante el fuego. Es San Pablo quien nos recuerda que el alma: Recibirá el premio… se salvará, pero como a través del fuego.

«Un fuego, dice San Agustín,
más doloroso que cualquier cosa que un hombre pueda padecer en esta vida».

El purgatorio no es una tintorería donde se pasa el alma y se borran las manchas No…, es una hoguera. Cuesta, por eso purificarse. El pecado no es algo externo a nosotros. No es como una capa que cubre el alma y que se puede limpiar o quitar fácilmente.

El pecado se convierte en parte de nosotros mismos; se queda, por nuestra culpa, dentro de nosotros mismo. Por eso, en el purgatorio, lo que se queman son los pecados no las personas… pero eso duele, y mucho.

Por eso es bueno que repitamos en nuestra oración:
–Señor muéstrate compasivo con ellos. Que tu amor misericordioso perdone todos sus pecados.

Dicen los teólogos que el alma sufre sobre todo en las cosas en las que uno a pecado, en las debilidades propias de cada uno. Al perezoso le trabajarán la pereza (a lo mejor, no lo sé, tendrá que levantarse puntualmente una y otra vez durante mucho años; el vanidoso viéndose feo y repugnante…).

Se sabe que se sufre, pero no cómo. La única idea que aparece es la del fuego… ¡Con qué gusto sufren allí las almas para irse pronto con Dios!

Sufren… pero queriendo sufrir, desean sufrir. Sufren, pero llenas de esperanza. El purgatorio no es un infierno más corto. No. En el infierno solo reina el odio a Dios, a uno mismo y a los demás. Sólo hay rencor y desesperación. Las almas allí están asqueadas para siempre, para toda la eternidad.

–¡Señor, danos tu gracia para que vayamos al cielo!

Hay autores que comparan el purgatorio con un desierto, donde el sol quema, el calor es sofocante, el alma dispone de poco agua, y a lo lejos se ve la montaña donde sopla la brisa fresca, en donde el alma podrá descansar eternamente.

Todos los del purgatorio caminan sabiendo con seguridad que llegará. Por sofocantes que sean el sol y la arena, no pueden separarse eternamente de Dios.

En noviembre rezamos por los difuntos, para ahorrarles parte de ese camino, para hacérselo más llevadero.

–Señor, haz eficaces nuestras oraciones y concédeles la salvación eterna.

Para eso la Iglesia, que es Madre, ha previsto las indulgencias. Por ejemplo con media hora de oración ante el Santísimo se puede ganar indulgencia plenaria.

–¡Te ofrecemos este rato por ellos, para que saques alguno de allí!

¿Te has fijado en la cruz negra que hay al salir del oratorio? Tiene al lado un cartelito que explica que por cada beso que le des, o por una inclinación de cabeza o unas palabras de cariño que le digas, puedes quitarte 500 días de purgatorio o ahorrárselos a un alma que esté ya allí.

Besar esa cruz de palo es como besar a Cristo, porque Él está en la cruz. Lo mismo que cuando un hijo hace algo mal, sabe que puede remediarlo con un beso o unas palabras de cariño a su madre, nosotros igual con Dios.

Además, el que más ganas tiene de que nos ahorremos purgatorio es Él. Por ese motivo intenta, por todos los medios, limpiarnos el alma en esta tierra; por eso permite el sufrimiento, la enfermedad, la incomprensión…;

Ante el dolor y la persecución, decía un alma con sentido sobrenatural:
«¡prefiero que me peguen aquí, a que sufrir en el purgatorio!» .

Todo lo que te cuesta purifica. Cuando te resistes a una tentación de la sensualidad y luchas para no ofende al Señor, cuando vences tu comodidad, tu pereza y tu egoísmo; entonces… te purificas, estás limpiando tu alma.

Cuando no te dejas llevar por tus gustos en las comidas, ni por la curiosidad de querer saberlo todo, cuando haces un rato de oración aunque te falten las ganas, entonces… me estoy purificando, Señor!


Cuando sonríes sin tener motivos, pero lo haces por las demás, cuando escuchas a aquella persona que es un poco más pesada… te purificas.

Está claro que no nos vamos a ir al cielo sin más. Nos lo tenemos que ganar. Dice el Apóstol: Debemos, a través de muchas tribulaciones, entrar en el reino de Dios .

Tenemos miles de oportunidades durante el día para irnos al Cielo. Por eso es muy bueno que tengas una lista de cosas para ofrecérselas a Dios. Por eso también, cuando el Señor te envíe algo que te cueste: la incomprensión, la enfermedad (una simple y molesta gripe), si te sale mal un examen a pesar de haber estudiado mucho…

Todo eso: aprovéchalo. Cuando venga dile: –¡Gracias Dios mío por esto que me mandas! Ese el sentido del sufrimiento.

Por eso te decía que tengas algunas cosas fijas de las que te puedas examinar, cuatro o cinco no más: en las comidas, tomar un poco menos de lo que te gusta y un poco más de lo que no te gusta; levantarte puntual, en el momento; hacer bien tu trabajo…

Terminamos nuestra oración dirigiéndonos a Dios: –Señor escucha nuestra oración y dales el descanso eterno, sácalas del purgatorio… y mira también nuestras mortificaciones, que haremos oir ellas.

La Virgen sufre con los que sufren porque son sus hijos. Aunque el niño llore, una madre no deja de frotarlo en la bañera para tenerlo limpio. Eso es el purgatorio.

Vamos a facilitárselo ofreciendo pequeños sacrificios y rezando por los difuntos para que el Señor enjugue las lágrimas de sus ojos.
Ignacio Fornés y Estanis Mazzuchelli

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías