lunes, 2 de abril de 2012

6. EL AGUA


   Para escuchar

Experimentamos que conocer la vida del Señor nos ayuda a conocer la nuestra, pues muchas cosas se repiten. En nuestra vida –como en la del Señor– las cosas no ocurren por que sí. Si meditáramos los misterios del  Señor, encontraríamos luz para nuestra vida corriente. Nuestro paso por la tierra depende de la historia que hace siglos ocurrió en Palestina.

De repente
Un día, los  habitantes de Nazaret vieron como Jesús abandonó el pueblo, y se dirigía hacia Judea. Luego se supo que fue en busca de Juan el Bautista. Iba a empezar una nueva etapa en su vida.
También nos sucederá a nosotros que, después de largos años trabajando donde ya estábamos hechos a esa tarea, el Señor quiere que pasemos página. Lo anterior formó parte de nuestro pasado.

María recordaba a Juan
María recordaba que el primer viaje del Señor en esta tierra fue también en busca de Juan. En aquel entonces la Virgen, embarazada, llevaba a Jesús en su interior. Y el Bautista, que tampoco había nacido, saltó de gozo en el vientre de Isabel, su madre, al notar la presencia del Señor.
Pero había pasado el tiempo, y Juan ya era famoso. La gente se decía que por fin Dios había enviado un nuevo profeta.

viernes, 30 de marzo de 2012

5. EL DESCONCIERTO

   Para escuchar





La pérdida
Jesús, siendo muy joven, la primera vez que va con sus padres de peregrinación a Jerusalén, en vez de seguirles se va por otro camino, sin decir nada a nadie. María y José al no encontrarlo, lo buscan, y de forma angustiosa, porque  Jesús nunca se había portado así, y pensaban que le habría pasado algo.

¿Por qué?
¿Por qué? Parece que esto contradice lo que escribe san Lucas de que obedecía a sus padres en todo. Y cuando sus padres lo encuentran en el Templo, Jesús les dice: «¿Por qué me buscabais»
Con esa contestación da la impresión de que pone distancias. «¿Por qué me buscabais, no sabíais que yo he de ocuparme en las cosas de mi Padre?».

viernes, 16 de marzo de 2012

4. El TEMPLO

Un templo construido para Jesús
  Para escuchar


A las puertas del Templo, José compró dos tórtolas para la ofrenda, porque no disponía de recursos para comprar un cordero. Pero algo anecdótico sucedió. Un anciano, inspirado por el Amor de Dios, se destacó entre la multitud allí reunida. Cuando descubrió a Jesús en brazos de su madre, el Espíritu Santo le advirtió en secreto que ese niño era el Esperado desde hacía siglos, el prometido de Dios. Acercándose con respeto pidió que le permitieran tomarle en brazos, y luego alzándolo, bendijo a Dios y temblando de emoción entonó un himno. El templo de Jerusalén había sido construido para albergar la gloria de Dios. Y ahora cumplía su verdadera finalidad. Allí aparecía por primera vez el Señor del Templo, de aquel lugar que había hecho Salomón sin saber que era para su descendiente. «De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis» dice Malaquías. Por eso uno de los salmos vaticinando este acontecimiento canta: «que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria» (23).
Después de la muerte de Jesús el Templo de Jerusalén sería destruido, y no quedaría nada más que un muro para lamentarse los que no creyeron en el Señor de la gloria. Ya no tendría sentido el templo, porque otro templo lo había sustituido: es donde nosotros adoramos a Dios en espíritu, no con la materialidad de los sacrificios antiguos.

jueves, 8 de marzo de 2012

3. EL NACIMIENTO

Una dura prueba para José

Cuánto sufriría José, cuanto avanzaría José en abandonó con motivo del nacimiento de Jesús, cuando todas las puertas se le cerraban y le vendrían dudas sobre su mala gestión. Porque él era el responsable humanamente de que todo estuviera en orden. Era el que hacía cabeza.
Pensaba sin duda que tendría que haber sido más previsor, no dejar las cosas para último momento. Esto es lo que iría meditando las horas anteriores a la Navidad. Los pensamientos negativos luchaban en su interior contra el abandono en Dios. Porque había que tener fe para darse cuenta de que todo esto era querido expresamente por Dios. Y a descubrir que la mano del Señor estaba detrás.
El misterio del Nacimiento de Jesús nos lleva a pensar en este hombre, que tenía una fe tan grande, al que se le sometió a una prueba durísima. Efectivamente, los misterios gozosos fueron para José, misterios dolorosos, y también gloriosos y llenos de luz. 
Pues en nuestra vida como en la vida del Santo Patriarca todo está unido: el trigo y la cizaña, años horribles, con los meses de maduración interior. Pensamos que siempre hay una de cal y otra de arena.

viernes, 2 de marzo de 2012

2. LA VISITA

Hubo un hombre bueno que no se fió de Dios
Ante la llamada de Dios, la llamada que Dios nos hace en los diversos momentos de nuestra vida, hay personas buenas que no reaccionan como la Virgen. El mismo Arcángel que se apareció a la Virgen se apareció a Zacarías. No podemos decir que fuera otro que no se explicó bien: era el mismo Ángel, pero lo que no eran  los mismos destinatarios… Se apareció a Zacarías el Arcángel Gabriel, y casi todo fueron pegas…Porque en definitiva ese hombre bueno no consideraba las cosas con fe, sino con un exceso de egoísmo. También el egoísmo tiene su parte de racionalidad, pero la racionalidad del egoísta es parcial, cateta. Así que esta es la disyuntiva de nuestra vida: fiarnos de nosotros mimos o fiarnos de Dios. Esto que se nos presenta en cosas grandes a lo largo de nuestra vida en contadas ocasiones, también se nos presenta en cosas pequeñas. Y se nos presenta no cuando nosotros queremos sino de forma imprevista.

Fiarse de uno mismo o fiarse de Dios
Para tener fe hay que fiarse del Otro con mayúscula. No querer tener todo controlado por nosotros mismos. Hay cosas que queremos tener «amarradas» pero que no sea por falta de fe. Hay gente que quiere tener todo «controlado» debido a una enfermedad. En ese caso que le vamos a hacer, pero hay también personas que amarran todo por falta de visión sobrenatural, porque no acaban de fiarse de nuestro Señor.  Dile: –Me fio de ti.  Zacarías se quedó mudo, por no haber querido escuchar. Es curioso como el oído y la lengua están conectados. Parece que no tiene mucho que ver el oído con la lengua… Pero en la vida espiritual están conectados. En realidad todos los sentidos están conectados porque sabemos que en la vida espiritual «no hay peor sordo que el que no quiere ver». No quieren ver con los ojos de Dios. Y entonces se deja de escuchar. –Es que Dios no me habla, se quejan algunos. No noto yo que exista una comunicación fluida.
–Es que si te falta visión sobrenatural, entonces no puedes escuchar la voz de Dios. Si te pusieras las gafas de Dios, entonces te hablaría. Y el que no quiere ver se acaba quedando mudo, como en el caso de Zacarías. Si no se escucha a Dios uno se queda mudo. –No hace oración. -Y ¿por qué no hace oración?
 En ocasiones cuando uno no habla con Dios es porque antes no ha querido oírle. Deja la oración, deja de hablar, se queda mudo para esa conversación con Dios, porque no quiso escucharle. Hace ya muchos años, un conocido literato español dejó escrito algo asombroso. Siendo adolescente se le ocurrió un día, al volver de comulgar abrir el evangelio al azar y poner el dedo sobre un pasaje. ¿Sabes cuál le salió? Te lo leo: «Id y predicad el Evangelio por todas partes». Le produjo una profunda impresión, entendió que era como un mandato de que se entregara totalmente a Dios. Pero pensó algo así como: «si sólo tengo 15 años y, además, tengo novia. Demasiada casualidad, se dijo, ha sido todo muy rápido…»
 Y decidió probar otra vez. Abrió la Escritura y leyó: «Ya os lo he dicho y no habéis atendido ¿por qué lo queréis oir otra vez?». (Cf. Carta de Miguel de Unamuno el 25 de marzo de 1898 a su amigo Jiménez Ilundain en Literatura del siglo XX y cristianismo. Charles Moëller, p. 71 y 72).
 El pasaje que leyó Miguel de Unamuno era el del ciego de nacimiento al que curó el Señor. Y los fariseos se negaban a creer que había habido un milagro.
 Con este escritor dejó de creer, se declaraba agnóstico. Poco a poco fue perdiendo ese diálogo con el Señor. Y cuando uno va por el mundo sin Dios, va a ciegas. Sin embargo el ciego de nacimiento como se fió de Dios escuchó la voz de Jesús. Y empezó a ver. Pues a este literato le ocurrió lo contrario: se quedó ciego con el pasaje que leyó.
 Así poco a poco no solo se va perdiendo la vista sino también el gusto por las cosas de Dios, y va faltando el tacto para tratar a los demás. Una persona que funciona así, funciona por el contacto, acaba impactándose con algo o con alguien. Sin visión sobrenatural, sin querer escuchar a Dios acaba uno desconcertado. Al principio quizás no, pero sucede cuando en la vida llegan acontecimientos duros queno  no espera.
 Sin visión sobrenatural la Iglesia parecería una asociación clerical a la que por desgracia tendríamos que estar unidos.  Sin fe no se entiende nada. La vocación no tiene ningún sentido si no se ve a Dios detrás. Y como la finalidad de nuestra entrega es salvar almas, con la falta de fe viene también unido el desinterés por hablar de Dios. Si eso no satisface nuestro «ego» perdería interés para nosotros. La preocupación por los demás es una clarísima manifestación de que el Señor crece en nosotros. Que está ahí creciendo en nuestro interior. Por eso no resulta sorprendente que la Virgen nada más enterarse de la situación de su pariente Isabel fuera con prisa a visitarla. Era lo más natural, le salió de forma espontánea.
 Ella fue el primer sagrario de la historia. En su interior estaba a Dios, fue a llevárselo a Isabel. Así el cuerpo de María aparece como un joyero, que contiene un corazón que late pegado a ella. En italiano al lugar de la reserva se le llama tabernáculo, que designa a la tienda donde acampaban los pueblos nómadas.

El Verbo se hizo carne y puso su tienda entre nosotros
Y es verdad: el Verbo de Dios se hizo carne y habitó, puso su tienda, entre nosotros. En este caso la tienda de Dios era María, el receptáculo donde el Señor se protegía. María lleva a Dios mismo. No como el pueblo hebreo en el desierto, que en el Arca llevaban algunos objetos que tenían relación con Yahvé: las tablas de la Ley, la vara de Aarón que floreció, y el Maná. Pero en el cuerpo de María, nueva Arca de la Alianza, iba nada menos que el Autor de la Ley, el verdadero retoño de Jesé, el Pan bajado del cielo.
 Y María en ese viaje es lógico que fuese acompañada de José, que no querría dejarla viajar sola.
 Lo que llama la atención es que la Virgen no recibiera ninguna indicación expresa, para que fuese a echarle una mano a su parienta. Que se sepa, el Ángel no le dijo que fuese a visitarla, simplemente le expuso lo que pasaba. Pues también sucede algo similar en nuestra vida: mandatos explícitos de Dios, para ayudar a otras personas, vamos a recibir pocos. Por eso hay que saber descubrirlos.

De forma espontánea
 Al estar cerca de Dios sin darnos cuenta nos entran ganas de hacer favores a los demás. Es una cosa «espontánea». La gente que vive muy bien la caridad hace las cosas de forma natural. Y cuando falla la espontaneidad para servir, es que quizá no tenemos cariño por esa persona.
 Quizá nos falta el cariño suficiente como para vencer la fuerza de gravitación de nuestro yo. El yo tira mucho… Pero en la atmósfera del yo no respiramos bien, porque hay mucho mono-óxido. Nosotros estamos pensados para relacionarnos, para el estéreo, no para el mono. Nuestra cultura, la del ser humano es la del regalo. Esto  lo saben bien los centros comerciales. Amar es regalar. Nos gusta dar sin recibir nada a cambio. Lo otro sería compraventa. Pero con el pecado vino el «interés». Por interés te quiero Andrés… dice el refrán.
 –«Voy a visitar a mi prima porque su marido está muy bien relacionado en Jerusalén, y seguro que nos podemos quedar en el apartamento suyo durante la fiesta de la Pascua».
 Desde luego esto no es lo que pensó la Virgen al ir a ver a su pariente Isabel. Aquél viaje le salió de forma natural.
  
Necesitaba compartir su intimidad
Llevaba a Dios dentro y tenía que comunicar aquello. Como escribió el poeta sevillano:
«Poned atención: / un corazón solitario / no es un corazón».
 Un corazón solitario no es un corazón. Incluso Dios que es uno, también es trino. Dios no es un ser solitario, es una familia.Y nosotros tampoco estamos pensados para vivir solos. Si alguna vez pensásemos que estamos solos, no sería verdad: tenemos al Señor. Estamos pensados para compartir nuestra intimidad. Incluso las personas tímidas, que tienen dificultades para abrirse.
 Puede ser que los tímidos muestran mucha reserva, porque son sensibles en exceso. Y quizá susceptibles, y si no se corrigen pueden caer fácilmente en el rencor.
Pero incluso las personas tímidas necesitan hablar. Nadie habla más que una tímida, son cotorras auténticas, si tienen confianza.
Y si no encuentran a nadie con quien abrir su corazón, tiene un diario para vaciar su alma, y sentirse escuchadas.
María necesitaba desahogarse con su prima, su corazón se expansiona. Comunica su vida interior a quien tenía que hacerlo. —«Mi alma glorifica al Señor». Mi alma se engrandece ante Dios.
Esta experiencia también la hemos tenido nosotros cuando el Señor nos ha concedido algo importante. Parece que se dilata nuestra alma. Cuando notamos lo que Dios ha hecho en nosotros. Así es la oración que conservamos de la Virgen, una oración exultante. Y eso que solo conservamos la letra. «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador».  Santa Isabel le da su orientación. Le dice: «Bienaventurada tú que has creído». Como si le dijera: Tu felicidad te llega por la fe. Cuantas veces nos han dado este consejo en la dirección espiritual: –Con la fe seguirás estando contento. Confía en el Señor, El nunca te defraudará.

Dios gobierna tu vida
Una chica del siglo veinte oyó como el Señor le decía que estuviese tranquila porque: ¡tu mejor Amigo dirige tu vida!  Esta es nuestra seguridad, la fuente de nuestra alegría: es el Señor el que gobierna cada momento de nuestra historia. Nada se le escapa. Y para remachar la idea el Señor añadió a aquella chica: –¿Entiendes que Yo intervengo en todo cuanto te pasa?  También a nosotros, cuando lleguemos al cielo, Santa Isabel nos dirá: –¡Cuánto te pareces a tu Madre! Bienaventurado tú que has creído.
 Y en días de retiro nuestra oración también tiene que ser exultante. Porque así le gusta a María: «Glorifica mi alma al Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador: porque ha puesto los ojos en la inutilidad de su esclava.
 «Por eso me llamarán dichosa todas las generaciones. Porque Dios, que todo lo puede, ha hecho en mí cosas grandes, su nombre es santo» (Lc 1, 46-49).
 Dios se ha fijado en nuestra «inutilidad», no en nuestra perfección. Por eso la gente pensará al verte: –Ahí va esa inútil, que tiene tanta suerte.

lunes, 27 de febrero de 2012

1. LA CARNE

                          Para escuchar

Escuchar
Al principio de su misión como rey de Israel, Salomón pidió al Señor lo que consideraba el don más importante: «Concede a tu siervo un corazón dócil» (1 R 3, 9). Así suele traducirse. Pero una versión más fiel al texto original debería decir: «Dame, Señor, un corazón que escuche».
No es extraño que a Yahveh le gustara tanto esa petición, pues el mismo Dios decía muy a menudo a su Pueblo: «Escucha, Israel, ¡escucha pueblo mío!» (cf. Dt 4 1; 12,28) ¡Qué lógico resulta decirle ahora al Señor:–¡Dame un corazón que escuche! ¡Sé Tú mi Maestro interior!
En Navidad contemplamos que la Verdad se ha hecho carne, y hemos de escucharla. Ahora queremos a estar a solas con Dios. Es cierto que casi nunca nos separamos de Él.  Pero puede suceder que las cosas del Señor nos acaben distanciarnos del Señor de las cosas.
Como algunas veces un marido puede decirle a su mujer, nosotros también oímos en el fondo de nuestro corazón, en la conciencia, la voz de Dios que nos dice: –Dedícame tiempo.
Y aquí estamos para mirarle, contemplarle, escuchar su voz. Porque Jesús es el Emmanuel.

El Emmanuel, Dios con nosotros
Dios está con nosotros gracias a María. Por eso es lógico, que vayamos a Dios a través de Ella. Por eso nos gustaría en este curso de retiro contemplar a Jesús con la mirada de su Madre.
Ella contaría a los evangelistas detalles y acontecimientos importantes de la vida del Señor.
Y nosotros aquí  vamos a ir repasando los momentos gozosos, y después seguir las huellas del Señor como las siguió María. Ella, algunas veces iría preguntando a los que habían estado con su Hijo, y otras fue protagonista junto con Jesús de algunas anécdotas luminosas en la vida del Señor.
En muchas ocasiones la vida de Jesús se identifica con la de María. También nosotros queremos identificar nuestra vida con la suya, vivirla junto a nuestro Amigo con mayúscula.
Él  como hermano mayor nos va enseñando a vivir cada etapa de nuestra vida, porque pasó antes por ellas. Así nosotros también hemos pasado por los momentos gozosos de  los primeros años de vocación, y por los momentos luminosos del centro de estudios y de la carrera.
Y más tarde han llegado los misterios dolorosos, que terminarán con los gloriosos. Así será nuestra vida, como la de Jesús. Por eso con la mirada de la Virgen vamos a meditar los momentos estelares de la historia de la humanidad de Dios. Empezaremos por su Encarnación.
Podemos decir que los primeros momentos de la vida de Jesús son momentos de gozo. Pero siempre, junto al gozo hay también el recuerdo del sufrimiento.  Y esto que sucedió en la vida de Jesús, de María y de José, también habrá sucedido en nuestra vida. Los primeros años de vocación también tuvieron sus espinas. Porque Dios a los que más ama no les da más, sino que les pide más.

Dios pidió colaboración
Sabemos que en un momento de la Historia de la Humanidad Dios pidió la colaboración de una adolescente. La vocación, la llamada de la Virgen, y el nacimiento de Jesús en Ella, aunque fue una cosa extraordinaria, sobrenatural, tuvo lugar de forma silenciosa. Fue un asunto entre Dios y Ella. Como es lógico siempre hay un enviado. También en nuestra vida los ángeles ocupan un lugar importante.
Y de buenas a primeras, Dios empezó a desarrollarse en Ella. También en nuestro caso las personas que estaban a nuestro lado empezaron a notar que el Señor se había metido dentro.
Y empezamos a cambiar, quizá el cambio se notó en nuestro entorno cercano. Los que estaban a nuestro lado se dieron cuenta al cabo de unos meses que algo había pasado. Y el motivo, la causa del cambio se produjo porque empezamos a comulgar casi a diario. Así Dios comenzó a encarnarse en nosotros.

Porque Dios no es una idea
En alguna ocasión el Papa ha dicho que Dios no es una idea. Porque hay personas que podrían pensar que la grandeza de Dios está totalmente desligada del mundo.
Tan sobrenatural, tan sobrenatural que pertenece a un mundo distinto del nuestro. Un mundo intelectual, ideal, pero que no es tangible como el nuestro.
Hay quienes piensan en Dios como en lo más grande que puede existir, pero que lo que le falta es existencia. Porque pertenecería al ámbito del pensamiento, de los deseos nuestros que no han sido saciados.
En definitiva que Dios sería un invento nuestro. Nuestra inteligencia humana crearía una idea, extrapolaría una serie de aspiraciones a las que daríamos una personalidad. Pero la realidad es otra…

Dios ha intervenido en la Historia humana
Dios eligió a un pueblo concreto. Pequeño, casi insignificante, pero que ha tenido una importancia fundamental. Porque ese pueblo es invencible, es Israel.
Y aunque el Pueblo de Dios en muchísimas ocasiones fue infiel, el Señor nunca lo abandonará porque dio su palabra.
Todos los profetas fracasaron en su misión de convertir al pueblo, pero siempre quedó un resto de personas quizá débiles, pero que escucharon la voz de Dios. Y así a trancas y barrancas el Señor iba anunciando al Salvador.
Iba dando pistas sobre el momento de su llegada, la familia donde nacería, la localidad, la victoria sobre sus enemigos, su pasión, la alianza de los grandes de esta tierra en contra de Él, su realeza.
Todo estaba profetizado. Pero no todos en Israel tenían buenas disposiciones.
También en nuestra vida hay que tener apertura para descubrir todas las señales que Dios ha ido enviando a través de personas y de sucesos.
Muchas veces tenemos que reconocer nuestras infidelidades, y la lealtad de Dios, que nunca nos va a dejar.
Por eso no podemos pensar que nuestra llamada fue una idea que nos gustó, o que otras personas intentaron hacernos ver.

No nos convencieron con razonamientos
A nosotros no nos convencieron con razonamientos. Nosotros no estamos aquí porque queramos realizar un ideal. Que con los años puede parecernos más ideal, más irrealizable.
Las personas que nos hablaron pasarán, las circunstancias también han cambiado mucho en  nuestra vida.
Pero Jesús siempre está ahí. Hemos venido por Él. Nosotros no perseguimos un ideal, sino que seguimos a una persona.
En un momento de la Historia, Dios quiso llamar a una adolescente para que colaborase con El en la historia de la salvación.
Y esa chica, casi una niña, le dijo que sí, pero no antes de haberse cerciorado.
Dio su consentimiento al conocer que el enviado no contradecía la voluntad que Dios habría manifestado anteriormente.
Porque sin duda el Señor le habría pedido que permaneciera virgen.
También nosotros cuando en la vida se presente un situación que parezca incompatible con la llamada que Dios nos hace, debemos ir a la oración, y preguntar: ¿De qué modo se hará esto? (Lc, 1, 34).
–Señor, ¿cómo haré para cumplir la llamada que tú me haces, si encuentro esta dificultad?
Hay que actuar como María, que nunca duda. Nunca duda, y por eso no pide una prueba, ni pone ningún tipo de condiciones.
Su entrega es absoluta desde el primer momento. Pero pregunta porque quiere conocer los planes de Dios, no por curiosidad sino para identificarse con ellos.

Preguntar a Dios
Ante el desconcierto la pregunta. Ante los desconciertos que se pueden presentar en nuestra vida, la oración.
Para eso hacemos oración para encajar las piezas en su lugar. Porque los planes de Dios no son nuestros planes, son distintos… Pero mejores.
Siempre es el Espíritu Santo el que nos ayuda: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti…» (Lc 1, 35), le dice el Ángel.
También nuestro Custodio nos explicará con su voz silenciosa de ángel, que eso que parece contradictorio es complementario. Que no se trata de una cosa u otra, sino de una cosa y otra.
Tantas veces nos liamos porque somos negativos, o simplemente porque no somos tan listos como Dios.
En un mensaje del Papa por la Navidad nos decía que evidentemente la Palabra y la carne son realidades opuestas. Efectivamente la palabra es una realidad espiritual mientras la carne es material

La carne y el Verbo
Que Dios se haga hombre, que el Logos se haga carne es un hecho que solo es posible por el Amor.
Tantas veces ocurrirá esto en nuestra vida, porque Dios quiere repetir la Historia Universal en nuestra historia personal.
Es el Espíritu Santo, el Amor de Dios, el que nos moverá para que vaya realizándose la encarnación de Dios en nosotros.
Un día, el principio organizador del universo, el Logos, empezó a organizar nuestra vida porque quiso que nos parezcamos a Él.

Dios tiene rostro humano
Dios tiene rostro humano, y quiere que también nosotros nos parezcamos al rostro humano de Dios, que es Jesús.
Y Dios no varía jamás: lo que quiso hace unos años lo quiere también hoy: es la Verdad inmutable.
Pero como decía el Papa. La Verdad de Dios no se demuestra como si fueran matemáticas.
Esto es así, Dios no quiere llegar a nosotros por la frialdad de una exposición o un razonamiento. Dios utiliza el vehículo que todos entendemos: el cariño
Como decía san Agustín: tanto tiempo perdido queriendo entender, cuando lo que tenía que hacer era amar.
Porque la Verdad de Dios pide el sí de nuestro corazón. Porque Dios es una verdad que a la vez es Amor.
Y nos pide que seamos como Él. Quiere que seamos dioses, con la auténtica prerrogativa de Dios, que es el Amor.
Un ángel quiso tentar a la primera mujer, intentando convencerla que sería como Dios, pero mediante la soberbia.
Otro ángel propuso a otra Mujer que Dios se encarnara en Ella, pero mediante el Espíritu Santo, que es el Amor de Dios.
Y entonces, con su lógica particular Dios se hizo carne para que la carne se hiciera Dios.

domingo, 19 de febrero de 2012

14 DE FEBRERO: COMO EL TICTAC DEL CORAZÓN


                          Para escuchar
Regalos
El 14 de febrero es el día de los enamorados. Muchos esperan, de la persona que quieren, un detalle de cariño. Ese día se envían muchas rosas rojas, blancas, o amarillas, según lo que se quiere decir con el lenguaje de las flores.

En un colegio Mayor de Granada en el que trabajé, si alguna no recibía ningún regalo, por la tarde su madre le mandaba una rosa, desde Murcia.

Es un día donde el amor de hombre espera recibir algún regalo. Y Dios, que es muy humano también regala rosas a sus amigos.

En un día como ese San Josemaría recibió de Dios dos regalos impresionantes: eran verdaderamente obras de arte de Dios, Opus Dei.

En un día como ese, un catorce de febrero recibió del Señor la iluminación sobre las mujeres, y en otro catorce de febrero sobre los sacerdotes.

Las obras de Dios son siempre acabadas, que eso significa per-facto, perfectamente hecho. Y de este modo ya estaba completo el Opus Dei. Por eso es un día de acción de gracias, por los regalos tan buenos que nos hace.

–Gratias tibi, Deus. Gratias, tibi.

Este es el latir de nuestro corazón en un día como el de hoy. Es la oración del corazón: –Gracias, Señor. Gracias

Gracias a Dios,  porque el trabajo que realizan las mujeres es insustituible en el Opus Dei, lo mismo que en la Iglesia.

Y no digamos el de los sacerdotes: que dan el alimento espiritual, realizan la limpieza del alma, y hacen que la familia esté unida y contenta.

Para realizar todo esto es necesario, que todos: mujeres, laicos y sacerdotes, tengamos un solo corazón, que marche al unísono junto con el de nuestro Señor. 

Como se decía de los primeros cristianos, cor unum et anima una, que tenían un sólo corazón.

El corazón
Hoy 14 de febrero es un día para hablar del corazón con el que tenemos que amar al Señor y a los demás.

El corazón tiene que estar unido a Dios. El corazón no puede vivir sin estar unido a la cabeza. Y tampoco debe latir a su aire.

Nuestro corazón debe estar unido a Dios, desde luego, pero debe estar unido al Señor de forma continuada. Podíamos decir que debe conservar el ritmo.

Por eso San Josemaría decía

 A veces da gusto veros funcionar —decía a sus hijas con orgullo—: marcha bien vuestra vida interior, trabajáis constantemente, hacéis apostolado. Pero de repente hay como un frenazo y reducís la marcha.

Y, ¡eso no puede ser! Vuestra vida tiene que tener un ritmo uniforme, como el tic-tac de un reloj. Para conseguirlo, el secreto es cargarla con la cuerda del amor de Dios

Para que el latir de nuestro corazón sea acompasado, sin taquicardias, ni bajones, necesitamos que el Señor nos de cuerda.

La cuerda es la oración, la pila que nos recarga nos llega de fuera gracias a los sacramentos.

Pero son muy importante nuestras disposiciones interiores: la maquinaria debe estar en buen estado.

Esto parecen cosas teóricas. Puede parecer que los que seguimos a Dios no tenemos los pies en la tierra.

Románticos
Desde luego los santos siempre han parecido alejados de la realidad, un poco románticos. Una de las primeras del Opus Dei, con total sencillez le dijo a San Josemaría:

—«Es que Vd. piensa cosas, con la imaginación, y nos pide imposibles».

En cierta forma es verdad: el Señor nos pide imposibles. Y desde luego nadie puede ganar a Dios en imaginación.

Antes decíamos que nuestro corazón tiene que latir con ritmo uniforme, pero esto no quiere decir que el amor que le tenemos tenga que ser ordenadito y versallesco con un jardín francés.
El amor que han tenido los santos, ha sido desbordante los árboles de los parques románticos. San Josemaría decía de si mismo que era el último romántico: era muy amigo de libertad y de la iniciativa.

Así debe ser pues el amor cuando es intenso tiene poco de civilizado, de amaestrado, sino que es impetuoso como el cariño de María Magdalena.

 Así lo expresa la letra de una canción, que dice:

Yo no quiero amor civilizado.
Yo no quiero vecinas con puchero
columpio en el jardín.

Yo no quiero catorce de febrero,
ni cumpleaños feliz.
Yo no quiero que compres mi champú.

Yo no quiero amor civilizado.
Lo que quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo, si te matas,
y matarme contigo si te mueres,
porque amores que matan nunca mueren,
porque amores que matan nunca mueren...

Esto puede resultar poético y romántico, pero poco realista. Porque la vida –dicen– que es dura.

La vida es dura
Desde luego los comienzos de la labor de las mujeres en el Opus Dei no fue fácil.

A principios de curso del año 1941 tres comenzaron a atender la administración de la primera residencia de estudiantes, que como había dicho San Josemaría meses atrás, «la Residencia de la Moncloa sería el escaparate de la Obra».

«Estaban ya casi en la Navidad y el funcionamiento de la administración de la Residencia era —según el honrado saber y entender de aquellas mujeres— un escaparate de desastres».

«Las chapuzas de los albañiles y los arreglos de los fontaneros, hechos deprisa y con malos materiales, propios de la posguerra, hacían interminable la presencia de obreros en la casa.

Las instalaciones eran defectuosas; las dificultades de abastecerse, cada vez mayores; y el número de residentes, muy elevado.

Las dificultades fueron minando paulatinamente el optimismo, las energías y la paz interior de las administradoras.

De manera que, al acabar el primer trimestre, habían dado al traste con aquel consejo de que nuestra vida debe tener ritmo uniforme, como el tic-tac de un reloj.

Además, con el afán de dedicar más horas al trabajo, las robaban al sueño.

Hacía algún tiempo que no habían visto al Padre. Las jornadas prenavideñas habían sido de mucha brega, y coincidían con un final de trimestre.

Se acumuló el trabajo. Los estudiantes marchaban de vacaciones y reclamaban la ropa de lavandería antes de la fecha fijada.

Algunas empleadas del hogar fueron a pasar esos días de fiesta con sus familias. Y, por si era poco, se les echaron encima los preparativos propios de la Navidad.

El cariño de un Padre
El 23 de diciembre fue por allí el Padre. Iba a felicitarles, por adelantado, las fiestas»

«Llamó a Nisa y a Encarnita...No tenían nada especial que contarle, salvo la desazón por la que atravesaban. Confiada y espontáneamente se desahogaron ambas.

El Padre, paciente y sereno, las escuchaba con atención. De cuando en cuando las interrumpía, dándoles ánimo y asegurándoles que aquello no duraría mucho.

— «Además, como tenemos tanto trabajo
le explicó una de ellas–, no tenemos tiempo de hacer la oración y la hacemos trabajando y, prácticamente, sin darnos cuenta de que hablamos con Dios...»

— «Es que Vd. piensa cosas, con la imaginación —intervino tímidamente la otra—, y nos pide imposibles»

De repente aquel sacerdote, fuerte ante las contradicciones, hundió la cabeza entre las manos y rompió en sollozos»

Es que usted piensa cosas con la imaginación, y nos pide imposibles. Desde luego era una crítica un tanto demoledora, sería como para echarse a llorar. Pero San Josemaría no lloró por eso.
               
Las lágrimas de un santo
Se lo dijo él mismo a una de ellas:

«Lloré, hija mía —decía el Padre a Encarnita—, porque no hacíais oración. Y, para una hija de Dios en el Opus Dei, el trabajo más importante, ante el que hay que posponer todo lo demás, es éste: la oración»

Efectivamente este es el arma del Opus Dei, así nació, así se ha desarrollado, y así seguirá. El «secreto» no es el trabajo, sino la oración, por eso se trata de convertir el trabajo en oración.

Enamorados
Hoy día de los enamorados. Es un día de regalos: una flor, una caja de Ferrero-Rocher,  o un aire de Loewe.

En alguna ocasión me pidieron consejo para regalarle a una chica en un día como hoy. Con la experiencia que dan los años me atreví a insinuar unos bombones de una marca conocida.

El chico, efectivamente, le compró una caja pequeña, de unos bombones baratos.

Ella fue con su madre al Corte Inglés para comprarle la mejor marca de perfume para hombres.

Y mientras ella le entregaba su regalo, él –un médico prestigioso– se encontraba ridículo con su cajita de Trapa.

Pero la cosa se arregló, pues  después de unos meses le regaló una pulsera, que le costó dos sueldos mensuales.

Ella también le regaló un reloj. Ya se ve que son regalos tradicionales. Ojalá nuestra Madre –la Fundadora del Opus Dei– nos regale el reloj para marcar el tic-tac de nuestro corazón romántico. Así se lo pedimos.

viernes, 10 de febrero de 2012

FRONTERA COMANCHE. La línea divisoria entre el bien y el mal

                                  Para escuchar

La guerra en nuestro territorio
Dice el Apocalipsis que una batalla se libra en el cielo (cf. Cap 12 y  13). Pero, esa batalla ha bajado a la tierra al crear Dios al hombre. La batalla entre el bien y el mal en la actualidad se pelea aquí abajo. Ahora mismo estamos librando una batalla a escala mundial. Es una guerra fría en la que todos peleamos.


Es una batalla que se libra fundamentalmente en corazón de cada uno, y que terminará con nuestra vida.

No es que en esta tierra haya buenos y malos: y precisamente nosotros seamos los buenos.

Porque la línea divisoria entre el bien y el mal está dentro de nosotros. A veces somos buenos, y a veces nos dejamos vencer por el mal. La línea divisoria entre el bien y el mal está en nuestro corazón.

La frontera comanche
Todos somos pecadores, el mal está junto al bien, el trigo junto a la cizaña. Pero hay personas que piensan que los pecadores son los otros. Por eso hay que preguntarse: ¿en qué territorio me encuentro yo?

Podríamos decir que la humanidad se divide en dos. Entre pecadores que saben que son pecadores, y pecadores que piensan que son santos.

El mal es la bestia
En la vida de los hombres, el mal siempre ha existido y existirá. Parece como si uno no pudiera hacer nada contra el mal porque siempre está ahí. Es como la bestia del Apocalipsis. Le cortas una cabeza y todavía le quedan otras.

Ante las amenazas externas que han existido en la historia de la humanidad, los cristianos de todos los tiempos le han pedido al Señor: –líbranos del mal.

Para los primeros cristianos, el mal estaba representado por el Imperio Romano. Roma tenía un poder enorme que  amenazaba con eliminar al cristianismo.

Por eso San Juan habla en el Apocalipsis de una Bestia que vio salir del abismo. Y esta bestia infernal representaba al poder de Roma.

En el siglo XX fueron –entre otros– el marxismo o el poder nazi. Ahora las amenazas externas pueden tener otro signo.

Dice Benedicto XVI, que aunque ya no existe el Imperio Romano sin embargo hay otras amenazas.

Pero esas amenazas actuales no son de signo político, ni están representadas por una persona. No hay que confundirse.

La verdadera amenaza, como dice el Papa es otra, nos envuelve: El ambiente nos dice una y otra vez: ¡no pienses en Dios!

Esta es la verdadera tentación.

La bestia moderna
En la actualidad, la Bestia del Apocalipsis quiere aparentar que es moderna. Podíamos decir que bestia se viste de Zara. Pero es la vieja ramera de la que nos habla San Juan.

Por el placer de un rato quiere que le entreguemos nuestro cuerpo y nuestra alma.

Quiere seducirnos, que nos olvidemos de nuestro Padre Dios, que es el que nos quiere que de verdad.

Por eso hemos de rezar: –Señor, líbranos del mal.

Porque si perdemos a Dios, perdemos lo mejor de nuestra vida.

La batalla por la fe
Cuenta una persona muy santa, que precisamente a los 18 años, el demonio quiso arrancarle la fe.

Explica en un libro que escribió «la gran batalla que Satanás prepara para el alma», cuando ve que busca a Dios.

Para eso lleva a todo su ejército infernal. Su única intención es arrancarnos la fe. Porque si lo consigue, también destroza la esperanza y el amor.

Eso es lo que les acaba pasando a las personas que han perdido la fe. Porque Satanás va a por la fe. Porque la fe es como la raíz del árbol, si la arranca, el árbol caerá. Es cuestión de tiempo.

Aunque esas personas ahora tengan fruto, más tarde o más temprano perderán la esperanza y se quedaran solas, como los egoístas. A no ser que cambiemos.

Es importantísimo que seamos liberados del pecado porque es el verdadero mal.

Y en la actualidad nuestro peligro es que acabemos siendo un espía doble. Que a veces trabajamos para el bien y otras veces para el bando del mal.

Esto es lo peligroso. Que en ocasiones llevemos la marca del Enemigo, el número de la tibieza: el 666.

La tibieza
No llegar al 7, que es el número de la plenitud, sino quedarnos en la tibieza, en el 6.

Y así algunas cosas que hacemos pueden estar marcadas por el 666.

Precisamente antes de contar lo del número de la Bestia, en el Apocalipsis se habla de los cristianos tibios.

El Señor dice: «Ojala fueras, frio o caliente, pero como eres tibio estoy a punto de vomitarte de mi boca».

El Señor prefiere que seamos fríos, porque las personas que tienen grandes pecados se convierten con más facilidad que los tibios.

Síntomas de tibieza
En el punto 331 de Camino se describen los síntomas de esta enfermedad.

No es que no vayamos  a Misa un día, es que no quedarse a la acción de gracias por el amor a un bocadillo.

No es que no se haga la oración, es que la hacemos como si le hicieras un favor a Dios.

«Eres tibio […] si no piensas más que en ti y en tu comodidad»

Mira a ver si tienes esa enfermedad porque es contagiosa.

Lee despacio el capítulo de tibieza de Camino:

«Eres tibio […] si tus conversaciones son ociosas y vanas»

¿De qué hablas? Porque dice el Señor que de lo que se tiene en el corazón habla la boca.

No es que no se pueda hablar de música, de ropa… Pero…

«Eres tibio […] si no aborreces el pecado venial»

Es verdad que con el pecado venial no matas al Señor, pero le flagelas hasta arrancarle la carne…

«Eres tibio […] si obras por motivos humanos».

–Líbranos del mal, Señor, líbranos de la tibieza.

Esto es lo más peligroso: la tibieza. El tibio juega a dos bandas: con Dios y con el Enemigo. Pretende servir a los dos.

El espía doble
De alguna forma es como en el espionaje. El tibio es un espía doble: intenta beneficiarse de los dos ejércitos.

La tibieza muchas veces es una cosa oculta. Pero con esa actitud, con su doble juego, hace que muchas personas pierdan la fe, porque le facilita las cosas a nuestro Enemigo.

El tibio, para tener contento a Dios, compagina las normas de piedad, con una imaginación suelta y frívola, haciéndole el juego al Diablo.

Lo mismo que un santo transforma las vidas de los que están alrededor, justamente por su santidad, el tibio, aunque tenga fe, facilita que Satanás acabe con la fe de los demás.

El santo con su santidad convierte. El tibio con su tibieza hace que los que están flojos mueran.

Lo mismo que un párroco santo convierte, uno fervoroso hace que los demás practiquen, uno cumplidor consigue que algunos practiquen y otros no.

Y un párroco tibio destroza la fe de sus fieles.

Una persona que no va camino de santidad baja el nivel a su alrededor.

Por eso dice san Juan en el Apocalipsis: porque no eres ni frío ni caliente, porque eres tibio estoy a punto de vomitarte de mi boca.

María pisó la cabeza a la Serpiente, pidámosle a ella, que nos ayude a vencer el mal en nuestro corazón, porque en nuestro interior está el territorio comanche.

Que reconozcamos nuestros pecados porque de lo contrario no podríamos ser curados por Dios.

lunes, 6 de febrero de 2012

LOS AGOBIADOS. Durante los exámenes «el movimiento de los agobiados» tiene un alcance global, pero no hay que olvidar que es un fenómeno de muchas épocas del año.

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Podemos decir que tenemos «el agobio» como un compañero de viaje. No solo el agobio, sino también la fatiga, el cansancio, la enfermedad son compañeros inseparables de nuestra vida. 

Compañeros de viaje 
Con frecuencia estamos agobiados, cansados e incluso enfermos.
El Evangelio nos cuenta como el Señor cura a la suegra de san Pedro de unas fiebres que tenía. No parece que fuese una enfermedad muy grave, pero sin duda era una cosa molesta (cf. Mc 1, 29-39). 

Pero el cansancio y la enfermedad también tiene su cosa positiva, que nos hacen ser personas más humildes. Con el agobio y las preocupaciones nos vemos necesitados de la ayuda de los demás, y nos hacemos menos autosuficientes, y creídos. 

Aunque Dios no quiere el dolor ni la enfermedad, sin embargo la permite, porque con frecuencia la enfermedad nos hace mejores. Dios es nuestro Padre, y aunque las enfermedades las hayamos provocado nosotros, no obstante quiere curarnos. Podíamos decir que Dios es médico.

El Médico
En nuestra sociedad la figura del médico ocupa un papel relevante en la vida cotidiana. En el libro de Job se nos habla de los días del hombre sobre la tierra, que están llenos de incertidumbres y malos ratos (cf. 7, 1-4. 6-7): noches en las que se cansa uno de dar vueltas en la cama hasta que llega la hora de levantarse. Los agobios Quizá lo que nos hace sufrir más son los agobios. 


La palabra agobio viene de «gibus» joroba. Una persona agobiada es como si llevara una mochila pesada, que quiere quitarse pero no puede. El agobio es una enfermedad muy extendida en la actualidad. Hay gente que tener novia le parece agobiante, rezar le agobia porque piensa que piensa que Dios puede pedirle algo que no se quiere entregar; y por supuesto le agobian los exámenes. 

Esto siempre ha ocurrido. No es un fenómeno nuevo, aunque desde la época de Job hasta nuestros días ha cambiado de nombre. Por ejemplo en los felices años 80 del siglo pasado se hablaba de los «traumas»: –Han suspendido a mi hijo, y está con un trauma horrible


Más adelante se pusieron de moda los síndromes, que tanto contribuyeron a dar trabajo a los psicólogos. En la década de los 90 se hablaba del «síndrome de la madrugada del domingo» o del «síndrome post-vacacional» Y lo peor de todo esto es no tener a quién acudir: sentirse solo ante el agobio. Porque todos necesitamos a alguien con quien descargar nuestras preocupaciones. Por eso uno de los salmos dice: «Deja tus preocupaciones en el Señor, y Él te sostendrá». Y esto es lo que vamos a hacer ahora en nuestra oración, descargar todo lo que nos agobie el corazón. Porque necesitamos curar las heridas de nuestro corazón. 


Alguien que sane el corazón partido 
Todos vamos buscando que nos quieran, que nos curen nuestro corazón tantas veces desgarrado. Y a veces es complicado que alguien nos comprenda y sane nuestras heridas interiores. Para curarse las heridas del corazón –que son las que más duelen– el hombre ha recurrido a todo: estimulantes, morfina, viajes, e incluso comprar el afecto de otras personas. Pero el sexo en cuanto droga, promete mucho pero da poco, porque es un sucedáneo del verdadero amor. Solo Alguien que fuese Dios podría sanar nuestros corazones desgarrados. Por eso le repetimos al Señor que cure nuestras heridas internas, que son las más dolorosas (cf. Sal 146).


Un hombre bueno 
Lo que caracteriza a un hombre bueno es que es capaz de compadecerse (padecer con). La compasión es sinónimo de humanidad. Todos necesitamos un desaguadero, echar fuera el agua que supera nuestro recipiente. Hay momentos en los que estamos desbordados, y debemos abrir las compuertas de nuestro corazón. Necesitamos de los demás, echar nuestra carga en ellos, compartir nuestros momentos de ansiedad. Somos humanos, y la compresión es para nosotros como el comer. Quizá la principal ayuda que podemos hacerle a alguien es intentar comprenderla. Meterse en su piel. Ponerse a su altura. Comprender es lo mismo que entender. Captar su forma de pensar. Rebajarse a su nivel. ¡Qué difícil es entender a una persona! Solo una persona que es capaz de querer es capaz de entender. No se trata solo de escuchar, sino de hacerse cargo, de sufrir las enfermedades del otro. Por eso san Pablo, que era muy buena persona, fue capaz de rebajarse por los demás: siendo libre, hacerse esclavo, y con los débiles sufrir sus debilidades (cf. 1 Cor 9, 16-19. 22-23). Pero no pudo hacer más porque aunque era santo no era Dios. Llega un momento que uno no puede hacer mucho: se queda ahí. 

Un Hombre que es Dios 
Es Jesús el que nos cura. Por eso estamos acudiendo a Él. Carga con nuestras enfermedades (Mt 8, 17). No solo se compadece de nosotros sino que nos cura. Toda la vida pública de Jesús se la pasó curando enfermedades. Un ejemplo (cf.: Mc 1, 29-39) cuando el Señor cura una gripe, bueno, quizá no una gripe exactamente, sino la fiebre de la suegra de san Pedro. Así que el Señor es médico, que cura todas nuestras dolencias. Por eso en nuestra oración le hemos de ver así con su bata blanca, y sin prisa para atendernos. Aquí está: el Señor no tiene prisa… No como los médicos de la Seguridad Social, que en una mañana tiene que ver cantidad de pacientes. 

El Señor tiene todo el tiempo del mundo para nosotros. Y es muy importante seguir los consejos que nos da el Señor, porque Él sabe recetarnos lo que nos hace falta. El Papa Benedicto no dice que hay un consejo del Señor que le hace mucho bien: «Considero muy importante para mi vida entera esta frase del Señor: “No os agobies por el mañana, cada día tiene su propia preocupación” ». 


Uno puede decir: –Dios mio, como se presenta febrero…, quien estuviera ya en el día veinte. Pues el Señor dice: «no te agobies por el mañana, cada día tiene su propia preocupación». Sigue el Papa: «La preocupación de un día es suficiente para el hombre, más no se puede soportar». Y termina diciendo este hombre tan santo y tan listo: «Por eso procuro concentrarme en resolver el afán del día de hoy, y dejar lo otro al día de mañana». 


 «Venid a mí –dice Jesús– todos los que estáis fatigados y agobiados, que yo os aliviaré». El Señor quiere que vayamos a Él. Por eso estamos aquí haciendo oración. «Venid a mí los agobiados, que yo os aliviaré». La verdad es que no dice que «Yo os aprobaré», lo sentimos… Hay que poner los medios.

V DOMINGO, CICLO B

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías