sábado, 30 de mayo de 2020

BORRACHOS SIN FRONTERA






Hace años se reunieron en Granada miles de personas para celebrar la llegada de la primavera haciendo un macrobotellón.

Había gente de muchos sitios. Además de los universitarios de la ciudad, también vinieron de otras provincias.

Durante toda la tarde se vio un río de gente que iba con la clásica bolsa de plástico con todo lo necesario. El ambiente era de ilusión, de alegría por la que se iba a armar.

El día de Pentecostés también se reunieron miles de personas en Jerusalén para celebrar la fiesta de la cosecha, que se tenía cincuenta días después de la Pascua.

En griego la fiesta de la cosecha se traduce con la palabra Pentecostés, porque se celebraba 50 días después de la Pascua.

Venían de Libia, Cirene, de la actual Irak. Casi todos eran judíos nacidos y educados en países extranjeros, por eso hablaban lenguas distintas. Aquello no dejaba de ser un espectáculo curioso.

En ese día los discípulos del Señor estaban reunidos en un mismo lugar, unidos por el miedo que es lo más penoso que puede unir. Y, de repente, llegó el Amor de Dios (cfr. Hch 2, 1-11).

«Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar» (Hch 2, 4). Se llenaron del Espíritu Santo, que produce los efectos del vino y empezaron a hablar.

De esta manera pasaron aquellos primeros cristianos del miedo y de la tristeza a la ilusión, a la ilusión de la juventud, y así nació la Iglesia (cfr. Prefacio de la Misa de Pentecostés).

En cambio, en el botellón de Granada algunos pasaron del punto al coma, del puntillo al coma etílico.

Hay un filósofo español que ha escrito un libro que se titula: «Breve tratado sobre la ilusión».

En castellano la palabra «ilusión» tiene varios significados. Se habla de un «iluso» cuando una persona tiene ideas que no están fundadas en la realidad.

Pero también el término «ilusión» tiene una carga positiva, por eso hay cosas que llamamos «ilusionantes». Es la ilusión tan propia de los niños, los locos y los borrachos.

Precisamente uno de los efectos del alcohol es transformar la realidad y hacerte más expansivo.

Me contaron que algunos locutores de radio, antes de salir en antena se toman un copazo, para tener así más facilidad de palabra.

¡Cómo cambia la cosa cuando se tiene el cuerpo entonado!

Pues el Amor de Dios, el Espíritu Santo, es como el vino que enardece, ilusiona y nos hace hablar con el lenguaje que la gente entiende, el lenguaje del corazón.

Por eso le decimos con la Iglesia:

–Ven Espíritu divino (…) riega la tierra en sequía.

–Entra en el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos (…). Infunde calor de vida en el hielo

(Cf. Secuencia de la Misa de Pentecostés).

Los Apóstoles «se llenaron del Espíritu Santo y hablaron de las maravillas de Dios», nos dice el Libro de los Hechos.
Aquel día, los Apóstoles no se cortaron un pelo. De hecho la gente que les escuchó estaba asombrada y perpleja. Tanto que se decían unos a otros: –«¿Qué puede ser esto?». Y otros se burlaban diciendo: –«Están bebidos» (cfr. Hch 2, 12–13)

Dicen, y es muy probable, que la cerveza la inventaron los monjes. Por algo sería...

Los Apóstoles estaban llenos del Espíritu Santo y, por eso no les paró nadie.

San Pedro gritaría las maravillas de Dios en el idioma de la Capadocia. También Santo Tomás se pondría a hablar con fluidez la lengua de los Partos, y San Mateo anunciaría el Evangelio como los Bereberes del norte de África. Unieron a todos los que estaban allí hablando del Amor de Dios en distintos idiomas.

Todos recordamos como la civilización antigua creó una torre que acabó separando a los hombres de Dios, y a los hombres entre sí, porque no hablaban el mismo lenguaje.

Eso fue Babel, el orgullo que condujo a la separación. Es lo contrario de Pentecostés. Porque el Amor de Dios no tiene barreras. Nos lleva a hablar en el lenguaje que todo el mundo entiende: el lenguaje del afecto.

Pero el lenguaje es un vehículo, lo importante es el contenido. El mensaje que nosotros tenemos que transmitir es que tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo. Esta es la maravilla de Dios (cfr. Hch 2, 11).

El diablo no quiere que la gente sepa esto. Nos tienta para que no hablemos de Dios. Nos mete la idea de que si hablamos, entonces los demás nos mirarán como si fuéramos personas raras.

Nos mete miedo y vergüenza: ¿qué van a decir si invito a esta amiga para que vaya a Misa conmigo? o ¿qué pensará si le digo que haga un rato de oración o que se confiese...?

El tentador nos quiere convencer de que si hacemos como apostolado vamos a perder puntos delante de los demás.

Pues quédate sin puntos como le sucede a los que conducen borrachos. Quédate sin puntos, pero tú conduce a la gente al cielo.

–Ven, Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles (Aleluya de la Misa de Pentecostés).

María es su Esposa. Está llena del Espíritu Santo. Ella nos lleva al Señor casi sin darnos cuenta.

Con Ella el amor a Dios entra solo como el buen vino, y va directo al corazón.

sábado, 23 de mayo de 2020

NUEVA NORMALIDAD




Últimas conversaciones

Todos los que hemos sufrido en estos días, queremos volver a nuestra vida normal. Y la cosa se ha organizado por fases hasta que lleguemos a una situación sin excesivos riesgos, que llaman “nueva normalidad”, pero que en realidad lo que querríamos es volver es a la vida de antes, no otra distinta y nueva.

Los apóstoles después de la pasión, una vez que resucitó el Señor, se dieron cuenta que a partir de entonces su vida no iba a ser igual que antes: Jesús había preparado unas fases de desescalada hasta el momento de marcharse. Fue entonces cuando inaguró una nueva normalidad en la vida de sus amigos. Todos hubieran preferido que la cosa volviera a ser como antes, pero no fue así.

Jesús, después de su resurrección, estuvo preparando a sus apóstoles para la tarea que debían realizar en esa nueva normalidad. Por espacio de cuarenta días fue visto por ellos y les habló de las cosas concernientes al reino de Dios (Act 1, 3).

No sería ya el tiempo de concederles gracias especiales sino de dar indicaciones para el gobierno y desarrollo de la Iglesia.

Algo similar ocurre en la época que nos ha tocado vivir. Ciertamente se da algún milagro, pero no suele ser una realidad tan corriente, como sucedió durante la vida pública de Jesús.

También hoy los milagros son excepcionales. El Señor nos escucha pero no hace milagrerías, sino que nos ayuda en la vida corriente para hacer mejor nuestras obligaciones.

Ahora el Señor nos pide la misión de llevar a cabo su Iglesia en este tiempo. Somos nosotros los continuadores de aquellos que escuchaban hablar a Jesús después de la resurrección.

En Israel, la cuarentena tiene un cierto simbolismo. Moisés había ayunado unos días antes de promulgar la ley; Elías ayunó cuarenta días antes de la restauración de la ley; y ahora, al cabo de cuarenta días de haber resucitado, el Señor dejó asentada la nueva ley del evangelio.

Y aquellos cuarenta días fueron de trato de Jesús con los apóstoles. El Señor les habló de lo divino y de lo humano: como ocurre en nuestra oración. La conversación con Él en esos ratos, nos ayuda a asentar la ley del evangelio en nuestra vida. Aunque no sea de modo milagroso sino a través de los muchos argumentos que el Señor nos inspira.

Además san Josemaría, al hablar de las tertulias, esas conversaciones familiares, en las que trataban de temas de la vida corriente, y que él aprovechaba para sacar punta espiritual de esos asuntos, él decía que se parecían a estas últimas conversaciones de Jesús con sus amigos.

Por eso para san Josemaría, el santo de lo ordinario, las charlas de familia eran como ratos de meditación. Y los que tuvimos la oportunidad de asistir a esas tertulias nos dábamos cuenta de que estaba haciendo oración mientras hablaba con nosotros.

En realidad todo se puede convertir en trato con Dios, pero especialmente esos momentos de vida de familia. En los que evitamos las discusiones, somos respetuosos con los demás e intentamos ser simpáticos. Y por supuesto, al sentir muy cerca al Señor, hablamos en su presencia. Y así, aunque tratemos de temas intrascendentes,  se notará que Jesús está en medio de nosotros.

Último gesto

Cuando esos cuarenta días tocaban a su fin, Jesús los condujo cerca de Betania (Lc 50), que era donde tendría lugar la despedida; no en Galilea, sino en Judea, pues allí había sufrido y allí también  tendría lugar su ascensión a la casa del Padre.

Y en el momento de su acenso, Jesús los bendijo. Aquel gesto de las manos sería el último recuerdo que conservarían los apóstoles. Sus manos, con las heridas de los clavos, se elevaron primero hacia el cielo y luego bajaron a la tierra, como si quisiera hacer descender bendiciones sobre los hombres.

Parecía como si esas manos traspasadas por los clavos distribuyeran mejor las bendiciones. En nuestro caso también la cruz que soportamos por los demás hace que haya a nuestro alrededor más gracia. Así nuestras heridas, elevadas al cielo mediante la oración, suben hacia Dios y el Señor las convierte en gracia.

En nuestra vida actual tenemos enfermedades y también heridas en el alma. Pero no deben hacernos avinagrar nuestro carácter,  porque nada nos puede hacer malos si nosotros no queremos. Al contrario, esas heridas del alma o del cuerpo podemos mostrarlas en nuestra oración para ayudar a las personas que lo necesitan. Sobre todo si esas personas han sido las causantes de ese mal. Pues la oración por los que se consideran nuestros enemigos es la más eficaz delante de nuestro Padre Dios.

Nosotros –como decía san Josemaría– al ir tras los pasos del Señor, notamos que Dios nos bendice con la cruz (cfr. Amigos de Dios, 132).

Precisamente en el Levítico, después de hacer una profecía sobre el Mesías se hablaba de la bendición del sumo sacerdote. Todos las Sagradas Escrituras hablan de Él, por eso desconocer las Escrituras es desconocer a Jesús.

Ahora ocurre que una vez que ha mostrado  que todas las profecías se habían cumplido en Él, se dispuso a bendecir antes de entrar en el santuario del cielo. Las manos heridas que sostienen el centro del universo dieron la bendición final

Mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo... (Lc 24, 51).

Y se sentó a la diestra de Dios (Mc 16, 19).

Y ellos, habiéndole adorado, se volvieron a Jerusalén con gran gozo; y estaban de continuo en el templo, alabando y bendiciendo a Dios (Lc 24, 52-53)

En su despedida de este mundo también estuvo presente  la cruz, como sucedía en cada detalle, por pequeño que fuera, de su vida. Por eso la ascensión se realizó en el monte de los olivos, a cuyo pie se encuentra Betania.

Llevó a sus apóstoles a través de ese pueblo, lo que quiere decir que tuvieron que pasar por Getsemaní y por el mismo sitio en que Jesús había llorado a ver a Jerusalén.

Y no desde un trono, sino desde un monte situado por encima del huerto de retorcidos olivos teñidos con su sangre, Jesús realizó la última manifestación de su poder.

Su corazón no estaba amargado por la cruz, puesto que la ascensión era el fruto de aquella crucifixión. Como Él mismo había declarado, era necesario que padeciera para poder entrar en su gloria.

No dejó de ser Hombre

Todos los misterios de la vida del Señor están conectados pero hay una relación muy especial entre el primero y el último, entre la encarnación y la ascensión. Pues al asumir la naturaleza humana se hizo posible que Jesús sufriera y nos salvara. Y al revés, en la ascensión se glorificó a la naturaleza humana que había sido humillada hasta la muerte.

Gloria y cruz están muy relacionadas hasta llegar a ser la misma cosa, según nos dice san Juan, al hablar de la muerte con la que iba a ser glorificado Jesús. También en nuestra vida los sufrimientos pueden convertirse en condecoraciones si los padecemos por amor de Dios. Nuestros momentos de gloria no son los que hemos obtenido un éxito humano, sino cuando en el día a día convertimos los pequeños fracasos en oración.

Pues, en la Ascensión Jesús no abandonó la carne; y de esa forma sería el modelo a seguir, por otros hombres para llegar a la gloria, por medio de la participación en su vida.

Así dice san León Magno que con la Ascensión, nuestra naturaleza fue elevada por encima de todas las categorías de ángeles hasta compartir el trono de Dios (cfr. Sermón sobre la Ascensión del Señor 2,1-4). Seguramente esto humilló mucho a los ángeles soberbios. Su envidia sería muy grande porque un Hijo del hombre, inferior a ellos en naturaleza, ocupo el trono del Hijo de Dios.

Igual ocurre en esta vida, los más cercanos al Señor no son siempre los más inteligentes, los que ocupan cargos importantes, sino los más humildes. La humildad es el trampolín de Dios para llegar alto. A veces en esta vida y, siempre, en la otra. Así el primer Papa no fue un teólogo sabio sino el jefe de una cooperativa de Pesca, de un lugar desconocido, de un país sin excesiva importancia.

Por eso, meditar la Ascensión, puede servir para que nuestras mentes y corazones tengan perspectiva de eternidad; para que busquemos las cosas de allá arriba, donde está nuestro Señor. Pero sin olvidar que las cosas terrenas son muy importantes, porque con ellas podemos obtener méritos para ganarnos la gloria.

De todas formas, resultaba muy difícil creer que Él, el Varón de dolores, familiarizado con la angustia, fuese el amado Hijo en quien el Padre se complacía. Era difícil creer que, quien no había bajado de la cruz, pudiera subir ahora al cielo. Pero la ascensión disipaba todas estas dudas porque introdujo su naturaleza humana en una comunión íntima con Dios.

Igual nos puede suceder a nosotros: es difícil creer que una persona que ha perdido su trabajo y tiene que hacer cola en Cáritas es un hombre amado por Dios. Nos resulta muy costoso pensar que una persona aquejada por la Covid-19 haya sido un agraciado del cielo.

En el caso de Jesús se burlaron de Él cuando los soldados le vendaron los ojos y le pedían que adivinara quién le golpeaba. Se mofaron de Él al ponerle un vestido real y por cetro una caña. Finalmente se burlaron de Él como sacerdote al desafiarle a que bajase de la cruz. Por eso, con la Ascensión se le aclamará según las humillaciones que había recibido como Profeta, como rey y como sacerdote.

También en nuestra vida hay quien se burla de nosotros cuando hablamos de Dios, o cuando hieren nuestra fama, o cuando se ríen porque rezamos. Pero por la pasión del Señor y la Ascensión formamos un pueblo de sacerdotes, de reyes y de profetas. Y lo mostramos al rezar, al trabajar y a hablar de Dios.

Otro motivo de la ascensión era que Jesús pudiera abogar en el cielo ante su Padre con una naturaleza humana común al resto de los hombres. Ahora podía, mostrar las llagas no sólo como insignias de victoria, sino también de petición por nosotros. Jesús elevó al Padre nuestras necesidades. Sería nuestro abogado delante de Él.

Por eso dice la Carta a los Hebreos: Ya que tenemos un Sumo Sacerdote que ha entrado en los cielos Jesús, el Hijo de Dios... Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino que, de manera semejante a nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado (4, 14-15).

Jesús, ya que eres humano como nosotros y además eres poderosísimo en cuanto Dios: ayúdanos a ser tan humanos como Tú, para llegar al cielo: eso si que sería una nueva normalidad.


viernes, 22 de mayo de 2020

PEDRO




El pescador

Después de la Resurrección del Señor los apóstoles volvieron a Galilea. Y algunos estaban con Pedro a orillas del Mar de Tiberíades,  un lago lleno de recuerdos para ellos... Ya hacía años que mientras estaban faenando allí, el Señor les dijo que habían sido elegidos para ser pescadores de hombres.

Y ahora, pasado el tiempo, en ese mismo lago, Jesús haría su ultimo milagro. Y, lo mismo que el primero, realizado en Caná, este sería también en Galilea.

En la primera ocasión no había vino; en esta última no había pescado. En las dos circunstancias nuestro Señor formuló un mandato: en Caná, que fueran a llenar las tinajas; ahora en el lago que echaran las redes. En uno y otro caso el resultado fue abundancia de vino y abundancia de peces.

En Caná sabemos que seis tinajas de agua se llenaron de vino. En el lago las redes estuvieron repletas. Así actúa Dios siempre, a lo grande: la magnanimidad es una de las formas de su Amor. Por eso los grandes santos siempre se han destacado por su “alma grande”, magnánima.

También por eso nosotros los cristianos estamos llamados a hacer grandes cosas por los que tenemos a nuestro lado. Hay personas buenas, muy organizadas que carecen de tiempo para hablar con los demás y así es muy difícil hacerse amigos de las personas que nos rodean. Haciendo oración vamos a pedir eso: un alma grande para dedicar tiempo, con mucha generosidad, a las cosas de los que viven con nosotros.

Los apóstoles que se encontraban pescando esta vez eran: Pedro, nombrado, como siempre, el primero; a continuación se menciona a Tomás, quien después de haber confesado que Jesús era el Señor y Dios (Señor mío y Dios mío). Pues ahora permanecía junto al jefe de los apóstoles.

Y también estaba Natanael de Caná de Galilea; lo mismo que los Zebedeos, Santiago y Juan; y otros dos discípulos de los que no conocemos sus nombres. Podemos imaginarnos que somos tú y yo los que estamos presenciando aquello.

Una diferencia con respecto a la primera pesca milagrosa es que entonces, algunos apóstoles tenían barca propia ahora estaban en la de Pedro.

Y como siempre Simón tomó la iniciativa y dijo a los otros: –Yo voy a pescar. Le dicen: nosotros también vamos contigo. Y sucedió que estuvieron faenando toda la noche, pero no pescaron nada. Y al clarear, vieron a Jesús en la playa pero lo reconocieron. Eran la tercera vez que se acercaba a ellos como un desconocido. Aunque estaba lo suficientemente cerca de la playa para dirigirse a Él, no lograron reconocerle: ni a su persona ni a su voz, tan envuelto en la gloria estaría su cuerpo resucitado.

Pues igual nos sucede a nosotros, que nos encontramos también en la barca de Pedro, y no vemos ni la figura ni la voz de Jesús. Es importante que aprendamos a escuchar a Dios y verle en las circunstancias de nuestro día, de esta situación que estamos viviendo.

Para eso están las prácticas de piedad para descubrir a Jesús que pasa a nuestro lado. Si a pesar de todo esa inversión de tiempo no logramos tener presencia de Dios es que algo sucedería. San Josemaría hablaba de cómo a veces la vida de piedad se convierte un armatoste (Surco, punto 652), que en vez de ayudar estorba.

Pues, en aquella ocasión nuestro Señor les preguntó a esos apóstoles que intentaban pescar, pero que no lo conseguían: –¿Tenéis algo que comer? Le respondieron: –No. Y Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y encontrareis (Jn 21, 5 ss).

Los apóstoles, debieron de acordarse más tarde de que Jesús ya les había mandado en otra ocasión echar la red en el agua, aunque antes no había concretado si a la derecha o a la izquierda de la barca. En aquel momento nuestro Señor estaba en la barca, ahora se encontraba en la playa. Como para significar que habían terminado para él las agitaciones del mar de la vida, porque ya había muerto y resucitado.

También nos puede parecer a nosotros que el Señor se encuentra lejos de nuestras preocupaciones. Sabemos que no es así: pues aunque está en el cielo, se interesa por nuestros asuntos y nos da indicaciones para resolver lo que tenemos entre manos. Son aveces indicaciones precisas: a la derecha. Lo nuestro consiste en escuchar la voz que nos llega de Dios. Pero Él no nos ahorra ningún trabajo.

Pues los apóstoles obedeciendo la voz de ese desconocido, y que en realidad era un mandato divino, tuvieron tanta suerte en el trabajo, que les era imposible sacar la red debido a la gran cantidad de peces que había atrapado.

En el primer milagro de pesca las redes se rompieron, y Pedro, asustado ante aquel hecho prodigioso, dijo a nuestro Señor que se apartara de él, porque era un pecador: aquella abundancia le hizo darse cuenta de su propia pequeñez.

Eso puede suceder en nuestra vida: sentirnos avergonzados ante las gracias que recibimos de Dios.

Sin embargo en esta pesca milagrosa la cosa ocurrió de otra forma. Fue Juan quien descubre a Jesús, y por eso dijo: –Es el Señor (Jn 21, 7). Cuantas veces a lo largo de nuestra vida, alguien que está a nuestro lado nos indica que es Jesús quien nos está ayudando. Y quizá nosotros afanados con lo que tenemos entre manos no nos habíamos dado cuenta. Seguramente esta sea la labor de la auténtica dirección espiritual, indicar que es el Señor quien nos habla.

Tanto Pedro como Juan seguían teniendo el temperamento de siempre. En este momento Juan fue el primero en ver desde la barca al Señor, y Pedro fue el primero en lanzarse. Desnudo como estaba en la barca, se ciñó rápidamente la túnica y recorrió a nado la distancia que le separaba del Maestro.

Y Juan, el discípulo de la caridad, indudablemente poseía mayor conocimiento espiritual: porque el amor ve mucho. Y Pedro tenía más iniciativa, por eso su fe le lleva a actuar con prontitud. Tenía ese temperamento pero se había potenciado por la fe.

Juan, estuvo muy cerca del corazón del Señor en la última cena. Ahora también era el primero en reconocer  que Él estaba en la playa.

Quizá esto es lo que suele pasar con la gente con la que vivimos: somos muy distintos, nada más hay que vernos. Somos distintos pero todos nos necesitamos. La variedad en la práctica no es ningún inconveniente. Ya lo decía el filósofo: en una organización donde todos piensan lo mismo, nadie piensa nada.


En una ocasión que Jesús caminaba sobre las aguas en dirección a la barca, Pedro no pudo aguantarse y le pidió a Jesús que le dejara caminar sobre las aguas para acercarse a Él. Y ahora, en este momento, nadaba hacia la playa, después de ceñirse la túnica por respeto al Señor. Podríamos decir que Pedro era muy impulsivo, lo que no podemos decir es que no fuera delicado. Eso no.

Hay gente muy impulsiva y tiene que aprender la delicadeza. Pedro quizá  aprendió al tratar a Jesús. Por eso si nos faltase finura en el trato tendríamos que plantearnos hacer mejor la oración, porque es una manifestación de nuestro trato con Dios.

Pedro se lanzó al agua. Y los otros seis permanecieron en la barca y al llegar vieron fuego encendido, un pescado puesto a asar y pan que les había preparado Jesús. El Hijo de Dios estaba preparando una comida para sus pescadores. Esto resulta un tanto curioso, que la máxima autoridad que ha existido sea la que más sirva. La máxima autoridad no es la que manda que otros le sirvan sino que Él sirve.

Ya lo había hecho en la carpintería de Nazaret, ahora también lo hace una vez que ha resucitado. Se vuelve a cumplir que lo que decimos nosotros es menos importante que lo que hacemos.

Porque las mejores influencias sobre los demás se producen sin darnos cuenta. Normalmente nuestra vida ayuda a los demás sin que lo busquemos expresamente, influimos de forma inconsciente. Por supuesto, un medio de formación ayuda, pero mucho más la actuación. Cuando observamos: –Ay va, se preocupa de mí. Eso se clava en el alma.

Después de haber sacado la red y contado los ciento cincuenta y tres peces, se convencieron de que se trataba del Señor. Recordarían que Jesús les había llamado pescadores de hombres, y la pesca  abundante de ahora simbolizaba a los que, con el paso del tiempo, serían introducidos en la Iglesia. Ahí estamos nosotros en la barca de Pedro que aunque pase por muchas contrariedades nunca se hundirá.

El pastor

Jesús que se había llamado así mismo el Buen Pastor, Yo soy el Buen Pastor, le iba a dar a Pedro el poder de gobernar a todos los cristianos. La escena tuvo lugar después de haber comido. Qué humano es Dios. No quiere tener la conversación con el estómago vacío, sino cuando uno ya está más tranquilo.

Igual pasó cuando les dio la Eucaristía, lo hizo después de cenar; y el poder de perdonar los pecados después de haber comido con ellos. Es curioso que el Evangelio detalle esas cosas, pero no nos debe extrañar porque Dios es más humano que nosotros.

Pues también ahora, una vez que ha compartido el pan y el pescado tuvo la conversación con Pedro y le pidió la triple afirmación de su amor. Y es que en la Iglesia, la manifestación del amor debe ir por delante del ejercicio de la autoridad. Si uno tiene la obligación de mandar, lo primero que tiene que hacer es amar. Porque sin amor la autoridad se va convirtiendo en tiranía con el paso del tiempo. Por eso el Señor le pregunta: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que estos? (Jn 21, 15).

Pedro que había presumido de amar mucho al Maestro, diciéndole: Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo nunca me escandalizaré (Mt 26, 33). El impulsivo Pedro... Ahora Jesús le pregunta llamándole Simón hijo de Juan, que era su nombre original. De esta manera el Señor le recuerda su pasado. Cuando era un hombre puramente natural, cuando vivía más de acuerdo a la naturaleza que a la gracia.

Pues también nos podría ocurrir a nosotros cuando llenos de suficiencia, porque hacemos prácticas de piedad, no viviéramos de acuerdo a lo que rezamos. En ocasiones la falta de unidad de vida puede venir por estar tranquilos con el plan de vida que llevamos. Es muy natural que el cumplimiento sin amor, a los que nos rodean lleve al cumplo y miento. El cumplimiento no sirve para amara a Dios si vamos cada uno a lo nuestro.

En respuesta a la pregunta que Jesús le hizo sobre si le amaba, Pedro dijo: –¡Señor, tú sabes que te quiero! Y entonces el Señor le contesta: Apacienta mis corderos (Jn 21, 15).

En el texto original griego, la palabra que Jesús utilizó para indicar el verbo amar no era la misma que empleó Pedro en su respuesta; la palabra de Pedro indica un sentimiento más bien humano. Quizá desconfiaba ya de si mismo y por eso  afirmó solamente un amor natural.

Y Jesús, por su parte, hace del amor la condición para el gobierno. Por eso añade después de oír la contestación positiva de Pedro: –Apacienta mis corderos.
Esa es la condición, que pone Jesús: si uno no ama en la práctica, que se dedique a otra cosa,  pero no a trabajos de formación y dirección en la Iglesia.

Pedro, un hombre que había caído muy bajo y, el que más había aprendido su propia flaqueza, sería el mejor capacitado para fortalecer a los débiles y gobernar.

El hecho de tener miserias muchas veces nos hace compresivos con los demás. Es eso lo que le sucedió a Pedro. Aunque si no hay humildad, si no hay verdad, puede que nuestros fallos nos endurezcan, y nos hagan críticos, con una doble vara de medir como hacían aquellos que veían una paja en el ojo ajeno y no veían una viga en el suyo.

Nuestras debilidades deben hacernos compresivos no críticos, y si no fuese así, tendríamos que ver cómo vamos de humildad.

Pero en todo caso las decisiones de Dios son inmutables: si nos ha elegido nos ha elegido para siempre. Dios no cambia.  Son las decisiones nuestras las que fluctúan, por eso las negaciones de Pedro no había cambiado la decisión de Jesús. De ese que tenía miserias iba a hacer de él la Roca de la Iglesia.

Por eso le dijo por segunda vez: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le dice: ¡Sí, Señor, tú sabes que te amo! Le dice: Pastorea mis ovejas (Jn 21, 16 s).

Pues a palabra griega usada por nuestro Señor en la segunda pregunta venía a referirse a un amor sobrenatural. Y Pedro volvió a utilizar la misma palabra que antes, que significaba un amor simplemente humano.

Pero en la tercera pregunta, Jesús usó la misma palabra que empleó Pedro. Ahora cambia, y utiliza una expresión que indica solamente un afecto humano. Era como si Jesús se corrigiera a sí mismo y utilizase la expresión más apropiada al carácter del Apóstol. Quizá esto, junto con el hecho de que el Señor se lo repita tres veces, dejó a Pedro   triste y confuso (cfr. Jn 21, 16ss).

Se contristó Pedro de que le hubiera dicho la tercera vez: ¿Me amas? Y le dijo: Señor, tú lo sabes todo; ¡tú sabes que yo te amo!

Esto que repitió una vez el Apóstol nosotros los decimos muchas veces: esta expresión es mas nuestra que la de Pedro.

A medida que el Apóstol bajaba peldaño a peldaño la escalera de la humillación, a la vez Jesús le reforzaba en la misión a la que estaba destinado.

Pues lo mismo nos puede suceder, que cuanto más desconfiemos de nosotros mismos más fácil será cumplir con la vocación que hemos recibido. Cuanto más desconfiemos de nosotros más obediente seremos, más escucharemos.

Por la sencilla razón que las personas humildes son las que mejor rezan. Y el que reza mejor reza más.

Todo eso es consecuencia de la humildad. Y cara a Dios los que se consideran los últimos serán los primeros.

El primero

Pues este pescador de Galilea es nombrado el primero en toda lista de los apóstoles. No sólo se nombraba el primero, sino que actúa el primero.

Fue el primero en dar testimonio de la divinidad del Señor. Y luego sería el primero de los apóstoles que testificó que Cristo había resucitado de entre los muertos. Como el mismo san Pablo dijo, Pedro fue el primero que vio al Señor.

Y después de la venida del Espíritu Santo, Pedro fue el primero en predicar el evangelio. También el primero que desafía a la autoridad de los perseguidores; y el primero entre los doce apóstoles que recibió a los gentiles en la Iglesia. No es una casualidad, es que es el primero.

Durante su vida pública, cuando nuestro Señor le dijo que era una roca sobre la que Él edificaría su Iglesia. También le dice que el Mesías va a morir y resucitar. Entonces Pedro trata de disuadirle de que muriera en la cruz.

Y ahora, después de haber dado a Pedro la misión de gobierno, el Señor le predijo que él mismo moriría también en una cruz.

Era como si Jesús dijera a Pedro: Yo dije una vez que el Buen Pastor daba la vida por sus ovejas; ahora tú eres el pastor que ocupa mi lugar; tú recibirás los maderos de la cruz, cuatro clavos y, luego, la vida eterna.

–En verdad, en verdad te digo que, cuando eras joven, te ceñías tú mismo, y andabas por donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá, y te llevará a donde tú no quieras (Jn 21, 18).

Esto es lo que ocurrió: Pedro, a partir de Pentecostés, fue llevado a donde no quería. Primero obligado a abandonar Jerusalén. Luego es conducido por Dios a Samaría, a la casa del pagano Cornelio; después es llevado a Roma.

Precisamente en la Ciudad Eterna, fue conducido a una cruz y murió en la colina del Vaticano. Siendo como era la Roca, era propio que fuera enterrado en aquel lugar, donde permanece como cimiento de la Iglesia.

Este hombre que trató de apartar al Señor de la cruz fue el primero de los apóstoles en subir a una cruz. Santiago, fue decapitado.

Y la cruz en la que murió Pedro tuvo más eficacia espiritual que todo el celo y vehemencia de sus años de juventud, cuando parecía que se iba a comer el mundo.

De joven, Pedro no comprendía que la cruz significaba redención del pecado. De mayor, entendió claramente el por qué de la cruz.

Tengo aquí lo que escribe hacia el final de su vida, dice: Nuestro Señor Jesucristo me ha manifestado, que pronto abaldonaré mi tienda (Se refería a su cuerpo). Y procuraré que incluso después de mi partida podáis recordar estas cosas (2 Pe 1, 14-15).

Pues lo esta haciendo, así nos lo recuerda ahora mismo.

Por eso ahora le decimos: –Gracias, Pedro, Saxum, por haber sido la Roca. Y habernos recordado que solo un amor que pasa por la cruz, es capaz de realizar la misión de pesca en la Iglesia.

La misión de pesca abundante la realizaremos si nuestro amor pasa por la cruz.

Este es el camino.

sábado, 16 de mayo de 2020

Y LA CAJERA DE CARREFOUR



Con la Ascensión de Jesús al cielo, podría parecer que nos había dejado huérfanos (cfr. Evangelio de la Misa: Jn 14, 15-21).

Pero el Señor prometió que cuando se fuese junto al Padre, nos enviaría desde allí su Espíritu (cfr. Jn 15, 26 y 16, 7).

Es el Espíritu de Jesús y también el del Padre. Y nosotros le llamamos Espíritu Santo. (cfr. Primera lectura de la Misa: Hch 8, 5-8. 14-17). Y por eso decimos en el Credo que procede del Padre y del Hijo.

Recibir el Espíritu Santo es lo mismo que recibir el Amor de Dios.

El Amor es por definición un regalo. Una cosa que no es obligatoria, pero Dios nos regala porque él es bueno, no porque necesite darnos para su felicidad.

Hace poco unos recién casados me preguntaban precisamente eso: que si Dios necesita de nuestro amor. Le dije que en realidad no lo necesita. Si lo necesitase no sería Dios.

El Amor de Dios consiste en dar sin contrapartida. De lo contrario no sería regalo sino comercio.

Nadie piensa que en Carrefour regalan cosas, porque luego hay que pagar en la caja.

Pero Dios regala sin que necesite que le abonemos un ticket.

La aspiración de todo poeta es darse uno mismo, no dar una cosa: Como me gustaría ser lo que te doy, y no quien te lo da.

Esto que no lo puede hacer el ser humano lo hace Dios: nos entrega su ser, se nos entrega a si mismo, al Amor en Persona, que es el Espíritu Santo.

sábado, 9 de mayo de 2020

OBISPOS TAMBIÉN




Algunos dicen: Jesucristo sí, Iglesia no. Que es lo mismo que decir que Jesucristo no es Dios.

Los cristianos creemos que el Señor ha resucitado y que vive porque es Dios. En el Evangelio nos dice que es «el camino» (Misa de hoy: Jn 14,1-12).

Esto es así: Jesucristo es el camino que nos conduce al cielo pasando por Roma.

Es impensable que el Señor hubiera fundado una Iglesia y se le hubiera ido de las manos. La Iglesia de Jesucristo no ha cambiado, porque la sigue gobernando su cabeza, que es Cristo.

Y el romano pontífice es su representante, por eso escribe San Pedro, como primer Papa, que Jesús es la «piedra angular» del edificio de la Iglesia (Segunda lectura de la Misa: 1P 2,4-9).

Ese Templo del Espíritu Santo, que es la Iglesia también tiene otras «piedras vivas», que somos cada uno de nosotros.

También hay columnas que son los Apóstoles, los primeros obispos.

Como en cualquier familia, también en la Iglesia de Jesucristo, desde el primer momento hubo distintas sensibilidades (Primera lectura: Hch 6, 1–7).

Pero eso no es ningún problema, porque el Señor eso nos gobierna a través de los pastores de la Iglesia.

Por eso los que creemos decimos:  Jesucristo sí, obispos también.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías