Hay muchas formas de rezar, tantas como personas.
Pero para todos coincide en que «la oración es una elevación del pensamiento a Dios».
Esto es lo que vamos a hacer en este rato: dirigir nuestro pensamiento.
No se tiene que traducir en frases concretas, o en palabras interiores,
sino en dirigir nuestro pensamiento, esto es la oración mental.
Y vamos a meditar unas palabras desconcertantes del Señor.
Unas palabras bastante originales, originales
porque vienen del origen, de Dios y que todos los santos las han tenido muy en cuenta.
«Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos».
Resultaba rompedor que nuestro Señor llamara a los pobres felices y además que de ellos era el Cielo, pues entre los judíos un criterio de que Dios estaba contigo era precisamente que contabas con medios económicos.
Fíjate que siempre se han caracterizado por eso por el gusto por las riquezas
También para algunas personas la actitud de San Josemaría ante la pobreza desconcertante.
En el seminario le llamaban el «señorito», porque vestía con mucho gusto.
Y durante toda su vida llamaba la atención por su elegancia.
Y pasando el tiempo las casas que él habría serían tildadas, por algunos, de «lujosas».
Efectivamente contrastaba la forma que tenía san Josemaría de vivir la pobreza con lo «católicamente correcto» de su época.
Al visitar un centro de la Obra, una casa de retiros, algunos decían con ironía:
–Pues si así viven la pobreza cómo vivirán la castidad.
La pobreza que se estilaba, era la pobreza franciscana, y los santos que vivían esta virtud, aunque no fuesen religiosos, normalmente iban mal trajeados, con zapatos sin lustrar y rotos, como el santo Cura de Ars, y cientos de sacerdotes piadosos y buenos.
Sin embargo imitando al Señor, san Josemaría no quería para nosotros una virtud con tintes «conventuales», porque nosotros somos personas de la calle.
También pensaba San Josemaría que no tenía que considerarse la suciedad virtud, y que la materia era reflejo del espíritu.
Si algunos tenían que dar ejemplo de «pasar de la materia»: los religiosos; nosotros tenemos que dar ejemplo de utilizar la materia para la gloria de Dios.
Lo nuestro no es separarnos del mundo sino de amarlo.
Lo que enseñaba nuestro Padre era antiguo, pero también muy nuevo.
Su enseñanza era anterior al nacimiento de los religiosos en la historia.
Por gracia de Dios nuestro Fundador este terreno ha sido un santo revolucionario.
El desprendimiento que el vivía estaba unido a la magnanimidad.
La pobreza no es tacañería. No se trata de ser roñosos sino virtuosos.
La elegancia, la limpieza, son virtudes, que hemos de cultivar.
Es cierto que en la actualidad la gente se deja llevar por el materialismo.
Por eso podemos tener la tendencia a pasarnos por el otro extremo: convertirnos en espiritualistas. Pero ese no es nuestro espíritu.
El espíritu del Opus Dei es de dar a la materia su verdadero sentido. Conjugar el utilizar con el «no tener».
Cuidar las cosas que utilizamos pero no apegarnos a ellas.
Saber vivir en la escasez y también cuando dispongamos de medios.
Es curioso que el Señor dijera bienaventurado los pobres, cuando Dios no es pobre, sino rico: lo posee todo, absolutamente todo.
La actitud de Dios ante las cosas materiales es una actitud magnánima.
Para que viviésemos nosotros no sólo ha creado un recinto pequeñito como la Tierra,
sino que Dios nuestro Señor nos ha llenado de cosas en cierta medida superfluas:
Ha hecho la estrellas cosas que no las solemos ver, pero también ha hecho las flores, muchísima variedad de animales, plantas y personas.
Y es que sin duda nuestro Señor es rico, y por eso magnánimo.
Los que tienen son los que pueden dar con prodigalidad.
También la pobreza que vivía nuestro Padre era magnánima.
San Josemaría conseguía cosas bellas y buenas, pero no eran para él, sino para el disfrute de sus hijos y de otras personas.
Y así es Dios.
Dios no es tacaño, roñoso, ni austero. Dios es rico, exuberante, y generoso, como nos daremos cuenta en el Cielo.
Pero nos dice la Sagrada escritura que siendo rico se hizo pobre por nuestro amor.
Y esta tiene que ser también nuestra actitud.
Pudiendo hacer cosas, no las hacemos por amor de Dios. No porque sean malas, o poco nobles, sino porque somos cristianos.
Me imagino a la Virgen mostrándole a Jesús Niño –como hacen la madres– no los fuegos artificiales del ayuntamiento.
Sino las estrellas, las puestas de sol. María le enseña a valorar también los tejidos de seda.
Y José le lleva al campo para que se fije en lo bonito que está en primavera, y todo eso lo ha hecho Dios, tu Padre Dios.
También nosotros tenemos que ser agradecidos al Señor, por todas las cosas buenas que nos ha dado:
El vino –que en la actualidad es el mejor que se ha hecho nunca–, el pan con aceite.
la comida que nos preparan, la música, las puestas de sol de Granada...
El deporte, las películas. Cada uno tiene sus gustos, y su forma de ser.
Algunas tenéis una sensibilidad especial para la ropa, otras para la música, otras para la literatura..., y tantas cosas que nos agradan.
Pero que también sabemos prescindir con elegancia sino las tenemos, como el Señor, que siendo rico se hizo pobre por nuestro Amor.
En el Señor de los anillos hay una elfo que pierde su inmortalidad para poder casarse con un hombre.
Eso ha hecho Dios, se ha hecho mortal, pobre por amor a nosotros.
Vivir la pobreza por amor.
San Josemaría cuando fue a Grecia para preparar la labor del Opus Dei allí no subió a ver la Acrópolis, se quedó en el coche mientras le decía al actual Prelado que subiera a verla: –sube tú, Javi.
Don Álvaro del Portillo, con la cantidad de tiempo que se pasó en el Vaticano no subía a la Cúpula de San Pedro… por amor a Dios.
Ser pobre no es sólo comprarse un pijama más barato, sino saber prescindir de las cosas que nos agradan porque se las entregamos a Dios.
Porque para seguir al Señor hay que estar libres.
Los santos han sido personas que no han estado enganchados, ni a la música, ni al cine, ni al deporte, ni al sexo, ni a la comida...
Aún reconociendo que esas cosas son buenas. La libertad más grande del corazón coincide con la pobreza absoluta.
Dejadas todas las cosas le siguieron...
Pero pasado el tiempo quisieron recuperar algo de lo que habían entregado.
Al hablar de la pobreza decía Teresa de Jesús que nos sucede que a veces queremos recuperar algunas cosas.
Queremos tener la posesión de algunas cosas. Es muy humano contar con el descanso que da la propiedad.
La posesión, el dominio, la propiedad no de todo, sino de algunas cosas.
Necesitamos ropa, útiles de trabajo. Gracias a Dios cada día podemos disponer de mejores instrumentos: artilugios que nos ayudan a trabajar mejor y a descansar
Nos repugna las peleas de los hermanos en las herencias, por unos cuantos euros.
–¿No es usted la señorita Smith, hija del banquero multimillonario Smith? ¿No?
–Perdone, por un momento pensé que me había enamorado de usted.
Hemos entregado todas las cosas, pero somos humanos.
Y ya que no tenemos grandes posesiones, ponemos fácilmente nuestros ojos en cosas menores.
Con frecuencia podemos sentir la atracción por cosas que nos ayudarían a cumplir más eficazmente nuestra misión.
Mi coche. Mi ordenador personal, que solo lo utilizo yo. Porque es como mi pluma estilográfica.
Podemos utilizar: coches, ordenadores y móviles. Pero lo malo sería plantear estas cosas como derechos personales.
Si la entrega de esas cosas nos quitan la paz.
Si defendemos esas cosas como derechos. Instrumentos indispensables para realizar nuestro trabajo.
Entonces nos estamos convirtiendo en peseteros.
Nosotros que hemos dejado tantas cosas, vamos a poner el corazón en tonterías.
–Señor, no quiero recuperar lo que un día te entregué.
Es lógico que nos cueste el desprendimiento.
Pero cuanto nos asalte la tentación de defender nuestros puntos de vista, podemos decir:
–Vienes tarde, eso ya lo entregué a Dios.
¿Tan radical es todo esto? No será que esto tiene que vivirlo la gente joven.
Nuestra pobreza ahora es más conciente. Sabemos lo que cuesta entregarlo todo.
Pero le decimos al Señor que estamos dispuestos con su ayuda.
Bienaventurado los pobres de espíritu, los que entregan las cosas que ellos ven como más importantes.
Así fue María, pobre en el tener, pero con una libertad interior que le hacía más rica que la mujer del César.
A ella que era muy agradecida ante los dones de Dios,
y que dejó todo para estar disponible le decimos: –haznos enamorados a la manera de Dios, que siendo rico se hizo pobre.
Pero para todos coincide en que «la oración es una elevación del pensamiento a Dios».
Esto es lo que vamos a hacer en este rato: dirigir nuestro pensamiento.
No se tiene que traducir en frases concretas, o en palabras interiores,
sino en dirigir nuestro pensamiento, esto es la oración mental.
Y vamos a meditar unas palabras desconcertantes del Señor.
Unas palabras bastante originales, originales
porque vienen del origen, de Dios y que todos los santos las han tenido muy en cuenta.
«Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos».
Resultaba rompedor que nuestro Señor llamara a los pobres felices y además que de ellos era el Cielo, pues entre los judíos un criterio de que Dios estaba contigo era precisamente que contabas con medios económicos.
Fíjate que siempre se han caracterizado por eso por el gusto por las riquezas
También para algunas personas la actitud de San Josemaría ante la pobreza desconcertante.
En el seminario le llamaban el «señorito», porque vestía con mucho gusto.
Y durante toda su vida llamaba la atención por su elegancia.
Y pasando el tiempo las casas que él habría serían tildadas, por algunos, de «lujosas».
Efectivamente contrastaba la forma que tenía san Josemaría de vivir la pobreza con lo «católicamente correcto» de su época.
Al visitar un centro de la Obra, una casa de retiros, algunos decían con ironía:
–Pues si así viven la pobreza cómo vivirán la castidad.
La pobreza que se estilaba, era la pobreza franciscana, y los santos que vivían esta virtud, aunque no fuesen religiosos, normalmente iban mal trajeados, con zapatos sin lustrar y rotos, como el santo Cura de Ars, y cientos de sacerdotes piadosos y buenos.
Sin embargo imitando al Señor, san Josemaría no quería para nosotros una virtud con tintes «conventuales», porque nosotros somos personas de la calle.
También pensaba San Josemaría que no tenía que considerarse la suciedad virtud, y que la materia era reflejo del espíritu.
Si algunos tenían que dar ejemplo de «pasar de la materia»: los religiosos; nosotros tenemos que dar ejemplo de utilizar la materia para la gloria de Dios.
Lo nuestro no es separarnos del mundo sino de amarlo.
Lo que enseñaba nuestro Padre era antiguo, pero también muy nuevo.
Su enseñanza era anterior al nacimiento de los religiosos en la historia.
Por gracia de Dios nuestro Fundador este terreno ha sido un santo revolucionario.
El desprendimiento que el vivía estaba unido a la magnanimidad.
La pobreza no es tacañería. No se trata de ser roñosos sino virtuosos.
La elegancia, la limpieza, son virtudes, que hemos de cultivar.
Es cierto que en la actualidad la gente se deja llevar por el materialismo.
Por eso podemos tener la tendencia a pasarnos por el otro extremo: convertirnos en espiritualistas. Pero ese no es nuestro espíritu.
El espíritu del Opus Dei es de dar a la materia su verdadero sentido. Conjugar el utilizar con el «no tener».
Cuidar las cosas que utilizamos pero no apegarnos a ellas.
Saber vivir en la escasez y también cuando dispongamos de medios.
Es curioso que el Señor dijera bienaventurado los pobres, cuando Dios no es pobre, sino rico: lo posee todo, absolutamente todo.
La actitud de Dios ante las cosas materiales es una actitud magnánima.
Para que viviésemos nosotros no sólo ha creado un recinto pequeñito como la Tierra,
sino que Dios nuestro Señor nos ha llenado de cosas en cierta medida superfluas:
Ha hecho la estrellas cosas que no las solemos ver, pero también ha hecho las flores, muchísima variedad de animales, plantas y personas.
Y es que sin duda nuestro Señor es rico, y por eso magnánimo.
Los que tienen son los que pueden dar con prodigalidad.
También la pobreza que vivía nuestro Padre era magnánima.
San Josemaría conseguía cosas bellas y buenas, pero no eran para él, sino para el disfrute de sus hijos y de otras personas.
Y así es Dios.
Dios no es tacaño, roñoso, ni austero. Dios es rico, exuberante, y generoso, como nos daremos cuenta en el Cielo.
Pero nos dice la Sagrada escritura que siendo rico se hizo pobre por nuestro amor.
Y esta tiene que ser también nuestra actitud.
Pudiendo hacer cosas, no las hacemos por amor de Dios. No porque sean malas, o poco nobles, sino porque somos cristianos.
Me imagino a la Virgen mostrándole a Jesús Niño –como hacen la madres– no los fuegos artificiales del ayuntamiento.
Sino las estrellas, las puestas de sol. María le enseña a valorar también los tejidos de seda.
Y José le lleva al campo para que se fije en lo bonito que está en primavera, y todo eso lo ha hecho Dios, tu Padre Dios.
También nosotros tenemos que ser agradecidos al Señor, por todas las cosas buenas que nos ha dado:
El vino –que en la actualidad es el mejor que se ha hecho nunca–, el pan con aceite.
la comida que nos preparan, la música, las puestas de sol de Granada...
El deporte, las películas. Cada uno tiene sus gustos, y su forma de ser.
Algunas tenéis una sensibilidad especial para la ropa, otras para la música, otras para la literatura..., y tantas cosas que nos agradan.
Pero que también sabemos prescindir con elegancia sino las tenemos, como el Señor, que siendo rico se hizo pobre por nuestro Amor.
En el Señor de los anillos hay una elfo que pierde su inmortalidad para poder casarse con un hombre.
Eso ha hecho Dios, se ha hecho mortal, pobre por amor a nosotros.
Vivir la pobreza por amor.
San Josemaría cuando fue a Grecia para preparar la labor del Opus Dei allí no subió a ver la Acrópolis, se quedó en el coche mientras le decía al actual Prelado que subiera a verla: –sube tú, Javi.
Don Álvaro del Portillo, con la cantidad de tiempo que se pasó en el Vaticano no subía a la Cúpula de San Pedro… por amor a Dios.
Ser pobre no es sólo comprarse un pijama más barato, sino saber prescindir de las cosas que nos agradan porque se las entregamos a Dios.
Porque para seguir al Señor hay que estar libres.
Los santos han sido personas que no han estado enganchados, ni a la música, ni al cine, ni al deporte, ni al sexo, ni a la comida...
Aún reconociendo que esas cosas son buenas. La libertad más grande del corazón coincide con la pobreza absoluta.
Dejadas todas las cosas le siguieron...
Pero pasado el tiempo quisieron recuperar algo de lo que habían entregado.
Al hablar de la pobreza decía Teresa de Jesús que nos sucede que a veces queremos recuperar algunas cosas.
Queremos tener la posesión de algunas cosas. Es muy humano contar con el descanso que da la propiedad.
La posesión, el dominio, la propiedad no de todo, sino de algunas cosas.
Necesitamos ropa, útiles de trabajo. Gracias a Dios cada día podemos disponer de mejores instrumentos: artilugios que nos ayudan a trabajar mejor y a descansar
Nos repugna las peleas de los hermanos en las herencias, por unos cuantos euros.
–¿No es usted la señorita Smith, hija del banquero multimillonario Smith? ¿No?
–Perdone, por un momento pensé que me había enamorado de usted.
Hemos entregado todas las cosas, pero somos humanos.
Y ya que no tenemos grandes posesiones, ponemos fácilmente nuestros ojos en cosas menores.
Con frecuencia podemos sentir la atracción por cosas que nos ayudarían a cumplir más eficazmente nuestra misión.
Mi coche. Mi ordenador personal, que solo lo utilizo yo. Porque es como mi pluma estilográfica.
Podemos utilizar: coches, ordenadores y móviles. Pero lo malo sería plantear estas cosas como derechos personales.
Si la entrega de esas cosas nos quitan la paz.
Si defendemos esas cosas como derechos. Instrumentos indispensables para realizar nuestro trabajo.
Entonces nos estamos convirtiendo en peseteros.
Nosotros que hemos dejado tantas cosas, vamos a poner el corazón en tonterías.
–Señor, no quiero recuperar lo que un día te entregué.
Es lógico que nos cueste el desprendimiento.
Pero cuanto nos asalte la tentación de defender nuestros puntos de vista, podemos decir:
–Vienes tarde, eso ya lo entregué a Dios.
¿Tan radical es todo esto? No será que esto tiene que vivirlo la gente joven.
Nuestra pobreza ahora es más conciente. Sabemos lo que cuesta entregarlo todo.
Pero le decimos al Señor que estamos dispuestos con su ayuda.
Bienaventurado los pobres de espíritu, los que entregan las cosas que ellos ven como más importantes.
Así fue María, pobre en el tener, pero con una libertad interior que le hacía más rica que la mujer del César.
A ella que era muy agradecida ante los dones de Dios,
y que dejó todo para estar disponible le decimos: –haznos enamorados a la manera de Dios, que siendo rico se hizo pobre.
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