viernes, 2 de noviembre de 2007

Sinceridad ante la realidad de los novísimos.

Cuando el Señor estaba clavado en la cruz, muerto, dice la Escritura que “viéndolo el centurión, glorificó a Dios, diciendo: ‘verdaderamente este hombre era justo’. Toda la muchedumbre que había asistido a ese espectáculo, viendo lo sucedido, se volvía golpeándose el pecho” (1) .

Al ver la muerte de Jesús aquel hombre se sinceró, abrió su alma. Eso mismo le ocurrió a toda la gente que estaba allí.

Ante la realidad de Dios, de la muerte y de las verdades eternas es fácil que veamos las cosas con objetividad, sin fingir, porque son cosas muy serias.

¡Cuántas veces el Espíritu Santo se sirve del fallecimiento de alguien para remover a los parientes cercanos, para que cambien su vida y se conviertan!

En esos momentos, ante el cuerpo difunto de un pariente incluso se hacen promesas sinceras de sacar adelante la familia o de seguir con el negocio que el difunto dejó… Son actitudes transparentes y que merecen un respeto.

Ante las realidades eternas hay gente que cierra los ojos creyendo que así pueden evitarlas, como hacen los niños pequeños con las cosas desagradables.

Noviembre es un buen mes para meditar los novísimos. Nos ayuda a reaccionar, a ser sinceros con nosotros mimos sabiendo que “todo lo que está oculto será descubierto” (2) .

San Juan Crisóstomo decía que ante la muerte y todo lo que viene detrás, cada uno se ve como es en realidad. Y lo explicaba con una imagen muy clara. Así se encuentran los actores de una obra de teatro que al terminar la función donde han hecho de reyes, princesas, caballeros o damas… se quitan el vestuario y se ven como realmente son, simples hombres y mujeres, sin realezas ni títulos.

Nos dice el Catecismo que la muerte «es un acontecimiento que debe hacer superar las perspectivas de “este mundo”» (3) .

Ante la muerte nos es fácil abrir nuestra alma, porque en el fondo… ¿qué más nos da que sepan que somos envidiosos, vanidoso, rencorosos, que queremos quedar siempre bien o que mentimos más que hablamos… si Dios lo sabe y lo vamos a tener que reconocer en su presencia? Nos ayuda meditar estas verdades, por eso en los retiros espirituales siempre salen.

Ojalá, Señor, escuchemos hoy tu voz, que no endurezcamos nuestro corazón(4) ante las verdades eternas.

Hay gente que no reacciona ni pensando en ellas y no están dispuestas a cambiar. Jesús ya sabía esto cuando contó la historia del rico Epulón y el pobre Lázaro. Estando Epulón en el infierno y Lázaro en el seno de Abrahán, el rico le dice a Abrahán que si resucitara un muerto y fuera a sus parientes cambiarían de vida. Pero Abrahán le contesta que ni así reaccionarían.
-Señor que no endurezcamos nuestro corazón.

Ser sincero es darse a conocer sin disfraz, siendo como somos. Eso a veces cuesta, ser sincero cuesta. Cuesta porque no queremos pasarlo mal o hacerle pasar un mal rato a otra persona.

Jesús es la Verdad. Nos dijo con claridad lo que teníamos que hacer: “sea, pues, vuestro modo de hablar, sí, sí; no, no que lo que pasa de esto viene del Maligno” (5) . El infierno por el contrario es el engaño porque demonio es el padre de la mentira.

Ser transparente consiste más en no tapar las cosas que nos ocurren que en hacerlas ver(6) . Admitir que hemos reaccionado mal ante una situación, o que una determinada persona le hemos puesto la etiqueta de non grata, o que si estoy fría es porque me dejo llevar por detalles de sensualidad o porque estamos pensando siempre en nosotros mismos, o la vanidad me tiene muy ocupada porque me dedico mucho tiempo…

Muchas veces se ha explicado la dificultad de contar las cosas con la imagen del sapo. Recuerdo hace tiempo que una niña de 5º de Primaria definía el sapo como «algo malo que uno ha hecho, que se queda dentro y da supervergüenza contar, y te pones de todos los colores».

A un sacerdote santo, Dios un día le permitió ver como, hablando con un joven, vio que iban saliendo sapitos pequeños de su boca, pero que de vez en cuando se asomaba uno grande y repugnante, con ojos saltones y que no terminaba de salir. Se metía para adentro y volvía a asomarse al cabo de un rato…

Muchas veces nos inventamos razones para tragarnos cosas que nos cuestan contar, y cuanto más tiempo pasa más razones nos inventamos y menos rezamos.

Por eso le pedimos al Señor: -que no endurezcamos nuestro corazón, que contemos las cosas, aunque nos den supervergüenza.

Cuando somos sinceros vamos por el camino del cielo. Cuando no lo somos el Señor nos podría decir con la palabras de la Escritura: “Insensato, esta misma noche te pedirán el alma y todo lo que has acumulado ¿para quién será?” (7)

Algunos Padres de la Iglesia sacan lecciones de sinceridad al meditar la resurrección de Lázaro, el hermano de Marta y María. Interpretan las palabras que le dice Jesús, "sal fuera", como un grito del Señor para que seamos sinceros, para que saquemos lo que tenemos dentro, lo que hay escondido en nuestra conciencia, porque sino todo eso se pudre y es desagradable para uno mismo y para los demás.

Ante la muerte y el más allá, es fácil que todo salga fuera, que contemos nuestra verdad interior a pesar de que nos cueste porque decir la verdad compromete y, a veces nos enfada por la soberbia.

–Señor, que seamos sinceros. Ayúdanos a hablar con absoluta claridad, de todo, de lo que tenemos en la cabeza y en el corazón.

Nos puede servir el consejo que daba San Josemaría para vivir bien esta virtud: “Contad primero, lo que quisierais que no se supiera”.

Que seamos valientes, lo mismo que uno se mira en el espejo buscando una mancha en la ropa para poder limpiarla o una espinilla para curarla, así tenemos que hacer cuando contemos nuestras cosas.

Si somos sinceros y transparente, nunca tendremos miedo de presentarnos ante Dios tampoco a la hora del juicio, porque iremos limpios y con buena pinta. Todos nuestros secretos ya los sabrá y podremos decir con absoluta franqueza: «Señor Tú lo sabes todo Tú sabes que te amo».

La Virgen no murió, pero ante la muerte de Jesús en la Cruz volvió a decir fiat, hágase. En el Calvario no ocultó su condición Madre, sino que llegó con su maternidad a todos hombres.

–¡Madre nuestra ayúdanos, tú que eres las sencillez y la tramparencia en persona!
Ignacio Fornés y Estanis Mazzuchelli

(1) Lc 23, 47 y 48
(2) Mt 10, 26.
(3) CEC, 1687
(4) Cfr. Sal 94.
(5) Mt 5, 37.
(6) Mt 5, 37.
(7) Lc 12, 13.

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