martes, 27 de noviembre de 2007

PLÁTICA 2 FEBRERO

El Hijo pródigo (Lc. 15, 11 y ss.): La rebelión del pecado

Descripción del pasaje: Un hombre tenía dos hijos y, el más pequeño le pide la parte de herencia que le corresponde. Como si su padre ya hubiera muerto para él.

Se rebela contra su padre... y su padre lo permite: le respeta su libertad.

Quiere ser feliz a su manera y no acepta o no se fía del plan que le ofrece su padre.

Se va con su parte de herencia y vive, primero “feliz”: parecía que había conseguido lo que pretendía. No le faltaba de nada ni echaba de menos a su padre.

Pero llega la hora de enfrentarse a lo que ha hecho y se encuentra muerto de hambre y guardando cerdos... amargado.

Esa situación le hace reaccionar. Al principio lo hace por hambre, por pura necesidad.
Pero lo importante es que recapacita. Y quizá después es capaz de pensar en la alegría que le daría a su padre al volver.

Y, cuando aún estaba lejos, su padre salió a su encuentro. Y lo abraza y lo llena de besos... y le pone un vestido nuevo y un anillo en el dedo y le organiza una fiesta.

Consideraciones: La historia del hijo pródigo es la historia de cada uno de nuestros pecados. Son una rebelión contra Dios, un querer vivir como si no existiera.

Al principio, quizá, nos puede parecer que si vive bien sin Dios, y no lo echamos de menos.

Pero llega un momento, antes o después en que nos encontramos igual de desgraciados que el hijo pródigo: cuidando cerdos.

Es el momento de, como él, recapacitar y volver a la casa de nuestro padre, con la confesión.

Dios nos está esperando como el padre de la parábola: deseando abrazarnos, ponernos un vestido nuevo, un anillo en el dedo y hacer una fiesta.

Dialogo: Perdona, Señor, por todo el desprecio que supone cada uno de mis pecados. No quiero volver a ofenderte.

Gracias, Señor, por la lección que nos ha dado el centurión.

Cuando me acerque a recibirte en la comunión, Señor, trataré de decirte con más humildad estas palabras tomadas de las que dijo el Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.

Señor, ¿te pido yo siempre por todas las necesidades materiales y espirituales de los que me rodean y por las de todos los hombres?: ¡agranda, Señor, mi corazón!

Que nunca, Señor, pase indiferente ante ningún sufrimiento humano.

Enséñame, Madre mía , a pedir al Señor las cosas que necesito con fe y humildad.

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