martes, 27 de noviembre de 2007

PLÁTICA 1 FEBRERO

El buen ladrón (Lc. 23, 33-34; 39-43): el arrepentimiento y la Misericordia

Descripción del pasaje: En este pasaje del evangelio nos fijamos, sobre todo, en el “buen ladrón”, que se llamaba Dimas.

Este hombre había cometido muchos despropósitos en su vida, pero no lo oculta ni lo justifica.

Reconoce lo que ha hecho mal cuando dice: “nosotros, en verdad, estamos aquí merecidamente, pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho...”.

Para eso, hace falta ser muy sinceros y humildes.

Antes era un ladrón, asesino y, posiblemente, muchas otras cosas (borracho, blasfemo, impuro, calumniador, etc.).

¿A qué es debido ese cambio? Sin duda, a la gracia de Dios que le hace comprender el misterio de Jesús... y al hecho de ser su compañero de suplicio.

Dimas había acompañado a Jesús llevando su cruz por el camino hacia el Calvario. Había visto y oído lo que decía la gente y lo que decía y hacía Jesús (burlas de unos, lamentos de otros, misericordia con todos por parte de Cristo).

En momento dado, olvidándose de su propia tortura, se interesa por este Hombre singular que tiene a su lado y descubre una grandeza de corazón que le sorprende.

Sobre todo, cuando llega al pie de la cruz y oye a Jesús rezar por sus verdugos: “Padre, perdonales, porque no saben lo que hacen”.

Aquel hombre de corazón duro, nota que nace en él la esperanza en el perdón “¿acaso también mis pecados tendrán perdón?”.

Apenas se atreve a pedir perdón y lo expresa tímidamente: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.

No podía pedir más porque se sentía indigno de hacerlo.

Pero a Jesús le basta y le regala mucho más de lo que pide: “en verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”.

¿Te imaginas la alegría de aquel hombre? ¿Puedes entender su agradecimiento al Señor?

A partir de entonces, su sufrimiento adquiere un valor nuevo: compartirlo con el rey de cielos y tierra y ser el “pago” por sus delitos: un pago muy pequeño para un premio de valor infinito.

Aquel hombre moriría sonriendo, a pesar del dolor, y ahora lo tenemos entre los santos del cielo.

Consideraciones: El Señor, como a Dimas, también nos da esas “pistas” para descubrir el mundo sobrenatural: no cerremos los ojos (un modo de cerrar los ojos, es estar continuamente mirándonos a nosotros mismos, en vez de mirar a Cristo y a los demás por Él).

Por grandes que hayan sido tus pecados, nunca desconfíes de la misericordia de Dios, que perdona siempre y anima interiormente, con su gracia, al arrepentimiento.

No rechacemos nunca la gracia del perdón de Dios.

Si este hombre se hubiera encontrado con Cristo antes, habría abandonado su vida de pecado, pero Jesús tenia previsto el momento adecuado.

No le pidamos al señor “otra oportunidad”, cuando -hasta ahora- estamos desperdiciando tantas.

Diálogo: San Dimas, intercede por mi ahora y en la hora de mi muerte.

Señor, que yo sepa aprovechar, como el Buen Ladrón, las oportu­nidades que tu me das para arrepentirme y cambiar.

Perdón, Señor, por todas mis ofensas. Especialmente, te pido perdón por aquellas cosas de las que nun­ca me he arrepentido por justificarlas o por falta de sensibilidad.

Te pido que me aumentes la virtud de la esperanza, para no desconfiar nunca de tu misericordia.

Te pido, Señor, que me aumentes el dolor por mis pecados y me otorgues un firme propósito de enmendarme y de reparar mis culpas.

Gracias, Señor, por tu bondad y, después de amarte y servirte en esta vida, llévame contigo al reino de los cielos.

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