Aparición a María Magdalena (Jn, 20, 11-18): Alegría de la Resurrección
Descripción del pasaje: Esta María Magdalena es aquella de la que el Señor echo siete demonios pero no tiene nada que ver con la hermana de Lázaro ni mucho menos con la mujer pecadora, como algunos confunden.
Esta mujer, sin duda alguna quería con locura al Señor: le sigue y le atiende con sus bienes y le dedica lo mejor de sus esfuerzos.
Durante la muerte de Jesús, había estado junto a Santa María al pie de la Cruz.
Ahora permanece llorando delante del sepulcro, después de haber avisado a los discípulos de la ausencia del cuerpo del señor.
Es una discípula fiel y tenaz y, a la vez, es muy femenina: el estado de animo puede sobre la lógica racional y tiene reacciones muy apasionadas (se ofrece a recoger el Cuerpo de Jesús, le confunde con el hortelano...) y, además, llora inconsolablemente al ver que no está el Cuerpo del Maestro.
Por eso, el Señor la tiene que llamar por su nombre -¡que bonito es oír el propio nombre en boca de Jesucristo- y, entonces reconoce a Jesús.
¡Qué alegría tendría María Magdalena al contemplar a Cristo resu¬citado! Por eso se abraza a sus pies, como quien no quiere volver a perder a quien tanto ama.
Consideraciones: La existencia terrena de Cristo no termina con su muerte en la cruz, sino con la Ascensión gloriosa a los cielos.
El triunfo de Jesús sobre el pecado y sobre la muerte, es completo.
El cristiano tiene sobrados motivos para estar siempre. contento, pues su Redentor y Señor, su Amigo y Maestro, Cristo, ha resucitado y vive eternamente en el cielo, intercediendo por nosotros.
Y nosotros, con Él, también resucitaremos a una vida plena de amor verdadero y felicidad completa.
“¡Maestro!”: Jesús es el Maestro de la Magdalena, porque de Él ha aprendido el modo de tratar a Dios y de tratar a los hombres: de Él ha aprendido a vivir las virtudes y darle un sentido divino a su vida en la tierra; de Él ha aprendido lo que es la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, la amistad y la familia, el trabajo y el descanso...
Sin Cristo, no sabemos dar explicación correcta a ninguna reali¬dad de la tierra y, mucho menos a la realidad de la vida eterna.
Por eso hay tanta gente triste en el e1mundo, porque no saben acu¬dir al Maestro Divino para que les explique el por qué de las cosas y el valor de la propia existencia.
Diálogo: Haz, Señor que tus discípulos tengamos una fe firme en la verdad de la resurrección eterna.
Te pido, Jesús la gracia de que siempre nos planteemos la vida cara a la eternidad.
Que Tú seas siempre nuestro maestro y nosotros, con humildad y docilidad, sepamos escuchar tus lecciones y ponerlas por obra.
Señor, que yo me ocupe de hacerte feliz y me olvide de buscar mi felicidad “personal”: ¡ya te encargaras Tú de hacerme feliz...!
Haz, Señor, que siempre esté contento pero, sobre todo, por te¬nerte contento a Ti.
Que la alegría de tu resurrección gloriosa anime siempre mi vida, de modo que sea un testimonio eficaz ante los demás hombres.
Descripción del pasaje: Esta María Magdalena es aquella de la que el Señor echo siete demonios pero no tiene nada que ver con la hermana de Lázaro ni mucho menos con la mujer pecadora, como algunos confunden.
Esta mujer, sin duda alguna quería con locura al Señor: le sigue y le atiende con sus bienes y le dedica lo mejor de sus esfuerzos.
Durante la muerte de Jesús, había estado junto a Santa María al pie de la Cruz.
Ahora permanece llorando delante del sepulcro, después de haber avisado a los discípulos de la ausencia del cuerpo del señor.
Es una discípula fiel y tenaz y, a la vez, es muy femenina: el estado de animo puede sobre la lógica racional y tiene reacciones muy apasionadas (se ofrece a recoger el Cuerpo de Jesús, le confunde con el hortelano...) y, además, llora inconsolablemente al ver que no está el Cuerpo del Maestro.
Por eso, el Señor la tiene que llamar por su nombre -¡que bonito es oír el propio nombre en boca de Jesucristo- y, entonces reconoce a Jesús.
¡Qué alegría tendría María Magdalena al contemplar a Cristo resu¬citado! Por eso se abraza a sus pies, como quien no quiere volver a perder a quien tanto ama.
Consideraciones: La existencia terrena de Cristo no termina con su muerte en la cruz, sino con la Ascensión gloriosa a los cielos.
El triunfo de Jesús sobre el pecado y sobre la muerte, es completo.
El cristiano tiene sobrados motivos para estar siempre. contento, pues su Redentor y Señor, su Amigo y Maestro, Cristo, ha resucitado y vive eternamente en el cielo, intercediendo por nosotros.
Y nosotros, con Él, también resucitaremos a una vida plena de amor verdadero y felicidad completa.
“¡Maestro!”: Jesús es el Maestro de la Magdalena, porque de Él ha aprendido el modo de tratar a Dios y de tratar a los hombres: de Él ha aprendido a vivir las virtudes y darle un sentido divino a su vida en la tierra; de Él ha aprendido lo que es la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, la amistad y la familia, el trabajo y el descanso...
Sin Cristo, no sabemos dar explicación correcta a ninguna reali¬dad de la tierra y, mucho menos a la realidad de la vida eterna.
Por eso hay tanta gente triste en el e1mundo, porque no saben acu¬dir al Maestro Divino para que les explique el por qué de las cosas y el valor de la propia existencia.
Diálogo: Haz, Señor que tus discípulos tengamos una fe firme en la verdad de la resurrección eterna.
Te pido, Jesús la gracia de que siempre nos planteemos la vida cara a la eternidad.
Que Tú seas siempre nuestro maestro y nosotros, con humildad y docilidad, sepamos escuchar tus lecciones y ponerlas por obra.
Señor, que yo me ocupe de hacerte feliz y me olvide de buscar mi felicidad “personal”: ¡ya te encargaras Tú de hacerme feliz...!
Haz, Señor, que siempre esté contento pero, sobre todo, por te¬nerte contento a Ti.
Que la alegría de tu resurrección gloriosa anime siempre mi vida, de modo que sea un testimonio eficaz ante los demás hombres.
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