martes, 13 de enero de 2009

UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

Que todos seamos uno. Empezamos nuestra oración con aquella petición de Jesús a Dios Padre: ut omnes unum sint!
Comenzamos el Octavario por la unidad de los cristianos. Además, este año celebramos el centenario de esta iniciativa.

Hemos de dar gracias a Dios porque en estos cien años se han dado pasos importantes para restablecer la unidad visible de la Iglesia.

Sabemos que uno de los temas que más le interesa al Papa Benedicto XVI es el ecumenismo.Desde hace unos años se están haciendo esfuerzos entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa. Pero todavía queda mucha reflexión sobre este tema hasta llegar a un pleno acuerdo, aunque se van dando pasos…

–Señor, te pedimos por el fruto de estas gestiones…
Uno de los pilares sobre los que se funda el Movimiento Ecuménico es la oración. Quizá nosotros no podamos contribuir al diálogo teológico porque no nos dedicamos directamente a esto.

Lo que sí podemos hacer es rezar por la unidad de todos los cristianos en la única Iglesia de Cristo. Por eso, esta semana, todos juntos, rezamos en torno al Sagrario, haciendo eco a la oración del Señor: ut omnes unum sint!

–Dios Espíritu Santo, concede al Papa, a sus colaboradores y a todos los que directamente trabajan en esta tarea, luces y discernimiento para alcanzar la unidad.
Una de las penas más grandes que tuvo Juan Pablo II fue que los cristianos llevamos mil años divididos. Porque precisamente una de las notas características de la Iglesia es la unidad. La Iglesia es eso: la unión de los santos, la Comunión de los santos.

Nuestro Señor quiso un grupo de gente que hiciera llegar a través de los siglos la misma doctrina que Él predicó. Un grupo que garantizara la autenticidad de lo que nos dijo, para poder ir al Cielo, para salvarnos.
Nuestro Señor se refiere con frecuencia a este grupo fiel y lo llama Reino, el Reino de Dios. En dos ocasiones por lo menos lo llamó congregación o asamblea. La palabra griega para designar esto es ekklesia, que es la que nosotros traducimos como iglesia.

Ese fue el modo corriente de llamarla desde los primeros tiempos. Nuestro Señor dejó deliberadamente tras de sí una Iglesia, su Iglesia.

El Señor, que está aquí presente, ha querido algo muy concreto. Hay gente que dice: Jesucristo sí, Iglesia no. Algunos piensan que pueden seguir a Jesucristo, pero que no tienen porqué seguir lo que dice la Iglesia.

El otro día le preguntaba a un universitario qué pensaba él que era lo central en el catolicismo, y me respondió: pues… los Evangelios. Es verdad, son importantes, pero no se puede reducir nuestra religión a un libro.

A lo largo de la historia han aparecido las llamadas religiones de libro: los protestantes o el mormonismo, por ejemplo. Son religiones que están como limitadas a seguir un texto.

El mormonismo lo fundó un joven americano llamado Joseph Smith a finales del siglo XVIII. Dijo haber encontrado un libro enteramente hecho con finas láminas de oro, escondido en un pequeño monte cercano a su casa, que estaba escrito en egipcio reformado.

Ese libro contenía la historia completa de la colonización de Norteamérica después de la destrucción de la torre de Babel.

Ocho personas juraron que habían visto el original hecho con láminas de oro. Pero todo lo que se conserva de él es una traducción escrita por un amigo de Smith.
Los mormones organizaron todo el culto en torno a este texto, porque las láminas de oro originales fueron arrebatadas por un ángel antes de que nadie más las viera.
El inconveniente de una religión que tiene su revelación recogida solamente por escrito es que surgen dudas acerca de la interpretación de lo que el libro dice, y se hace muy difícil conocer cuál es la verdadera interpretación y cuál es la falsa.
Nuestra religión no es, ni ha sido nunca, una religión de libro. Hubiera sido perfectamente posible y fácil para nuestro Señor haber dicho: –A ver, Pedro, copia lo que te voy a decir. De ahora en adelante, lo que debéis seguir es lo que os voy a decir, y sólo eso.

Nos hubiera dejado un libro, después de su Ascensión, como guía hacia el cielo, para todo el mundo. Pero no lo hizo. Nos dejó un grupo de personas.

Y de ese grupo, eligió a unos que fueron con Él a todos partes. Eran los Apóstoles que formaron lo que luego se llamaría la Jerarquía de la Iglesia.

Por eso decir Jesucristo sí, Iglesia no, no tiene sentido. Mejor dicho, sí tiene sentido. Es como decir que Jesucristo no es Dios, porque no estaría presente entre nosotros.

Los que dicen Jesucristo sí, Iglesia no ven a Jesucristo como hombre pero no como Dios. Lo ven como hombre porque los hombres cambian de opinión con el paso del tiempo. Dios no. Es el mismo hoy, ayer y mañana. Por eso, lo que quiso hace veinte siglos lo quiere ahora: su Iglesia. Esto es lo que hay: «Ubi Petrus, ibi Ecclesia, ibi Deus».
En el Evangelio se ve cómo al Señor le interesa más instruir a los discípulos que a todo el resto de judíos. Y, dentro de los discípulos, a los Doce.

Jesús enseña a las multitudes y cura a los enfermos, pero en cuanto puede, se retira a un lugar apartado, para formar a los Apóstoles, que luego serán los obispos.
Los discípulos son el núcleo alrededor del cual iba a crecer su Iglesia. Eran ciento veinte personas. Les habla incluso de manera diferente a los demás; les dice: «como el Padre me ha enviado, así yo os envío»; o también: «Se me ha dado todo poder, id y enseñad a todas las naciones»; «Aquellos a quienes les perdonareis los pecados, les serán perdonados; aquellos a quienes se los retuviereis, les serán retenidos».

Cuando el Señor se fue a los cielos, la Iglesia estaba compuesta por sólo ciento veinte personas. No nos dejó sólo unas normas de conducta, los Mandamientos, para que los cumpliéramos y ya está. Antes de que hagamos algo por El, quiere que seamos miembros de su Iglesia.

Nos dejó unas personas, mejor dicho, se quedó Él mismo. Por eso, la unidad de la Iglesia se basa en Jesucristo, en la Jerarquía, en la Eucaristía, donde el Señor se hace presente a través de su Iglesia.

La Jerarquía está justamente para dar continuidad a la Iglesia a través de la Eucaristía. La fidelidad a Cristo se resume en una sola palabra que, para nosotros, es la roca donde apoyarnos. La palabra es: Roma. Por esa ciudad han pasado muchos imperios y gobernantes: Nerón, Vespasiano, Mussolini, Hitler, etc. Todos restos y reliquias de la historia. Lo único que permanece es la Iglesia de Jesucristo.

–Señor, haz que seamos instrumentos de unidad.
En la Iglesia está la cabeza, el Papa y los obispos. A su servicio, los sacerdotes. Y luego está el resto de los fieles: los laicos y los religiosos. Cada uno hace su papel, como la mano sirve para hacer unas cosas que la cabeza no puede hacer, y así ocurre con el cuello, las orejas, la pierna…
El Papa sin los demás no hace nada. Y la Iglesia sin el Papa y los obispos no va a ninguna parte.

Señor, que no haya nada entre nosotros que pueda dividirnos.

Repitamos con la liturgia de estos días: infunde en nosotros tu Espíritu de caridad y (…) haz que, cuantos creemos en Ti, vivamos unidos en un mismo amor.

Debemos querer a todos, aunque tengamos distintas manera de hacer apostolado. Mientras más personas haya que sirven a Dios, mejor, decía san Josemaría.
Querer a todos aunque sea evidente que los hombres nos equivoquemos y pecamos. La Iglesia es santa aunque esté formada por pecadores.
Es santa y seguirá siéndolo, aunque al volver de comulgar te encuentres con que la persona que estaba en el banco de atrás ya no está, y tu bolso tampoco.

No hay que escandalizarse de los pecados de los que pertenecemos a la Iglesia. Justamente para eso está la Iglesia, es el instrumento que Dios ha querido para la salvación de los hombres.

Nosotros no llegamos al Cielo agarrados a una tabla, como un náufrago solitario, o encima de un barril vacío, hasta tocar playa. Nosotros entramos en el cielo a bordo de un barco, y ese barco es la Iglesia de Jesucristo.

Es bueno rezar para que Rusia se convierta, o que los protestantes den el paso de la unidad. Pero es también muy importante que amemos a todos los que componen la Iglesia de Jesucristo, aunque no sean como nosotros. Uno tiene que sentirse a gusto con todos.

No somos un verso suelto, lo mismo que uno es de un país, pero primero es de una familia, una cosa es ser patriota y otra ombliguista.
Nos da alegría pertenecer a la Iglesia. Nos da alegría cuando descubrimos que aquel policía, o el chino de la tienda de enfrente, o el conductor del autobús son católicos practicantes. También viajamos a otro país y nos encontramos con un católico en el aeropuerto, a pesar de que no entendamos todo lo que dice, vista distinto y coma ensaladas.
Vamos a repetir las palabras de nuestro Señor: –Que todos sean uno como Tú y yo Padre somos uno.

San Pablo habla de la Iglesia como un gran edificio. Nosotros somos piedras que forman ese edificio: «Cada uno de nosotros está inserto, perfectamente ajustado en el lugar que le corresponde en este edificio, cuyo conjunto descansa, en último término, en Jesucristo».

San Pablo quiere mostrarnos lo importante que es la unidad dentro de la Iglesia y cómo todos dependemos los unos de los otros.
Se escucha a veces que el comportamiento de una persona no es muy edificante. Si yo viniera tarde habitualmente y os hablara a gritos, la gente diría que eso no es muy edificante.
Edificante significa construir hacia arriba. Nos estamos constantemente construyendo la fe unos a otros, como si estuviéramos poniendo las piedras de un edificio tan apretadas que unas a otras se mantienen en su sitio.

Si una de vosotras se desmayara o se durmiera ahora mismo, probablemente caería sobre la de al lado, que la sostendría. Eso es lo que sucede en la Iglesia: nos sostenemos mutuamente, dependemos unos de los otros.

Todos con Pedro, a Jesús por María repetía san Josemaría. Que todos, bien unidos al Papa, vayamos a Jesús, por María. Por algo es la Madre de la Iglesia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías