Unos magos se presentaron en Jerusalén preguntando por el Rey de los judíos, que según pensaban acababa de nacer, porque habían visto su estrella.
«Vidimus stellam eius in oriente» dice el texto bíblico (Mt 2,2: Evangelio de la Misa). Y la liturgia de la Iglesia traduce: «Hemos visto salir su estrella».
Se traduce «in oriente» como «al salir», o «al nacer». Hemos visto su estrella «al nacer», porque «oriente» no es sólo un lugar de la tierra, oriente también indica «nacimiento», lo mismo que occidente es el declive o muerte.
UNA ESTRELLA
Algunos también hemos visto cómo la estrella de Dios nacía en nuestro corazón. Nos acordamos ahora de esos momentos en los que vimos brillar la llamada. Nos dimos cuenta de que no eran casualidades lo que nos estaba sucediendo: y como siempre el Señor nos exigió fe para lanzarnos y ponernos en camino.
Te cuento una historia: los profesores y la gente que le conocía en su pueblo –y más tarde en la Ciudad– le habían dicho que le veían para el sacerdocio. «Pero él siempre se había resistido» a pensar en eso.
De todas formas a ese chico, una idea le rondaba en la cabeza: en los caminos de Dios no hay nada parecido a la mera coincidencia.
Huérfano antes de la mayoría de edad; sus cualidades intelectuales; las dificultades que había padecido; su inclinación a la oración; la gente que había influido en él.
Todo esto no se trataban de incidentes aislados en su vida, sino de postes que le indicaban un camino, que llevaba directamente hacía lo que Dios quería de él.
Durante la primavera y el verano de 1942 creció en su interior la convicción de que había sido elegido, y de que ante esa elección sólo podía existir una respuesta.
Había tardado un año y medio en madurar esa decisión, lo que quiere decir que tuvo lugar en su interior una intensa lucha antes de decidirse.
Pasado el tiempo se refería a aquellos años, como un proceso de gradual clarificación o «iluminación interior».
Como ya os habréis dado cuenta este chico se llamaba Karol Wojtyla.
UNA LLAMADA
También algunos de nosotros hemos recibido ya esa iluminación de Dios. Notamos aquella llamada de Jesús: «venid». Y dejamos todas las cosas para seguirle: igual que los Magos.
Se cuenta que un pensador ruso, que pasaba por una etapa de cierta crisis interior, decidió ir a descansar unos días a un monasterio.
Allí le asignaron una habitación que tenía en la puerta un pequeño letrero en el que estaba escrito su nombre.
Por la noche, no lograba conciliar el sueño y decidió dar un paseo por el claustro. A su vuelta, ese encontró con que no había suficiente luz en el pasillo para leer el nombre que figuraba en la puerta de cada dormitorio.
Fue recorriendo el claustro y todas las puertas le parecían iguales. Por no despertar a los monjes, pasó la noche dando vueltas por el enorme y oscuro corredor.
Con la primera luz del amanecer distinguió al fin cuál era la puerta de su habitación, por delante de la que había pasado tantas veces, sin reconocerla.
Aquel hombre pensó, que todo su deambular de aquella noche era una figura de lo que los hombres nos sucede con frecuencia en nuestra vida.
Pasamos muchas veces por delante de la puerta que conduce al camino que estamos llamados, pero nos falta luz para verlo.
Tantas veces nos ocurre esto a nosotros, que nos falta oración para ver con claridad. Pero no sólo es cuestión de que tengamos luz.
El Señor le mandó la estrella a los Magos pero ellos tuvieron que tomar una decisión, y cambiar los planes que tenían hasta ese momento.
Esto es lo que han hecho todos los santos: pues para seguir al Señor hay que tener cintura, cambiar los esquemas, no aferrarse a lo que ya hacemos, a nuestros proyectos.
CAMBIO DE PLANES
Poco tiempo después de ser elegido, Benedicto XVI «nunca pensé en ser elegido Papa ni hice nada para que así fuese.
Cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la “guillotina” caería sobre mí, me quedé desconcertado.
Creía que había realizado ya loa obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días. Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto!»
Se ha escrito que no era algo nuevo en la vida de Joseph Ratzinger. Un día de 1977 recibió la visita del Nuncio:
«charló conmigo de lo divino y de lo humano y, finalmente, me puso entre las manos una carta que debía leer en casa y pensar sobre ella.
La carta contenía mi nombramiento como arzobispo de Múnich y Frisinga. Fue para mí una decisión inmensamente difícil. Se me había autorizado a consultar a mi confesor.
Hablé con el profesor Auer, que conocía con mucho realismo mis límites tanto teológicos como humanos. Esperaba que me disuadiese. Pero con gran sorpresa mía, me dijo sin pensarlo mucho: “Debe aceptar”.
Así, que después de haber expuesto otra vez mis dudas al Nuncio, escribí, ante su atenta mirada, en el papel de carta del hotel donde se alojaba, la declaración donde expresaba mi consentimiento»
Joseph Ratzinger había elegido una vida de estudio, pero Dios le llevó por otros caminos, pues después de este cambio de planes vino otro, en 1981, cuando fue llamado a Roma por Juan Pablo II para presidir la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Como en el caso de los Reyes Magos, el Señor nos pide cosas curiosas. Cada etapa de nuestra vida tiene su cierta originalidad.
Por ejemplo lo de seguir una estrella tiene mucho de poético, pero en realidad no deja de ser pintoresco.
DIOS JUEGA
podía haberlos avisado a través de un ángel, así cosa hubiera sido menos problemática, y con un grado de más certeza.
Ayer leía en el periódico que en una ciudad española querían poner en los autobuses el siguiente anuncio: «Probablemente Dios nos existe. Deja de preocuparte y goza de la vida».
Algunas personas cuando desgraciadamente han perdido la amistad con Dios, intentan olvidarse de Él.
Y Dios no les deja que le olviden, porque todo en su creación sigue gritándoles: «Dios existe».
Esto nos recuerda esa escena impresionante del tercer capítulo del Génesis, en que Adán y Eva, después de caer en el pecado de desobediencia, intentaron huir de la presencia de Dios, ocultándose entre los árboles del Paraíso.
Y, por supuesto, eso no les dio resultado. No pasa mucho tiempo antes de que se oiga la voz del Señor que dice: «Adán, ¿dónde estás?».
Dios se comporta con nosotros como las personas mayores con los niños: como si jugara al escondite con nosotros.
Esa historia del Génesis es una imagen de lo que realmente sucedió; porque Dios está en todas partes y lo ve todo; realmente no tiene que ir buscando a la gente entre los arbustos, como tenemos que hacer nosotros cuando la gente se esconde.
Pero la mejor manera de explicárnoslo a nosotros para que entendiéramos lo que pasó tras la caída del hombre, es esta imagen que la Biblia nos da:
Un Dios eterno, que nos trata como la gente mayor trata a los niños, jugando.
Jugando, cuando se encuentra a la persona que se ha escondido. Le toca a la otra persona, que había estado buscando, esconderse; y Dios sigue las reglas del juego. El hombre ha intentado esconderse de Dios y Él le ha encontrado.
Ahora Dios se ha escondido y al hombre le toca intentar encontrarle.
Dios vino y se escondió bajo el aspecto de un Niño pequeño, recostado en su Madre, en una oscura cueva, en una ciudad insignificante llamada Belén. Allá en la Judea.
Fue una forma de esconderse. Y como nosotros los hombres somos limitados, tuvo miedo de que fuésemos demasiado inútiles para encontrarle, e hizo lo que hacen las personas mayores en esas ocasiones: se asomó.
Nos dejó pistas por todos sitios. Ése fue el papel que tuvieron los Profetas. «He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo... Y tú Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los clanes de Judá... El buey conoce a su amo y el asno el pesebre de su amo... Una rama brotará de la raíz de Jesé –Jesé fue el padre de David– y así una flor brotará de esa raíz».
Esas pistas son las que nos prepararon para ir a buscar a un Niño, nacido de la familia de David, en Belén.
«Adelante» dirían los Profetas, «te estás acercando». Entonces una estrella apareció a los Magos de Oriente y esto mejoró aún las cosas. «Adelante», diría la estrella, «te estás acercando aún más».
Un ángel se apareció a los pastores y les habló de un Niño que yacía en un pesebre, y esto hizo que fuera facilísimo. «Adelante», dijo el ángel, «casi estás allí». Y así se reveló el secreto.
Hemos de dejar a Dios que juegue con nosotros, que nos haga descubrir su voluntad de la forma que Él quiera.
En este caso fue poco racional, si lo miramos humanamente hablando. Pues si Dios quería que unos Magos le adoraran,
DEJARSE LLEVAR
Pero el Señor tiene sus planes, que muchas veces están concadenados unos con otros: tenían que enterarse unos sabios en Jerusalén y el Rey Herodes.
Había que probar la fe y la esperanza de unos hombres piadosos... Cosas que tiene Dios para funcionar con los hombres: juega a varias bandas... lo que tenemos que hacer nosotros es dejarnos llevar.
Eso hicieron los magos, y por eso «vieron al niño con María, su madre».
No hay comentarios:
Publicar un comentario