San Pablo nos cuenta su conversión en la Primera lectura. Fue algo que ocurrió de repente, sin previo aviso (cfr. Hch 22, 3-16). Aquel episodio le marcó. A partir de aquel día, su vida fue un antes y un después.
UNA LUZ CEGADORA
Para renovar el DNI o el pasaporte es necesario, o por lo menos lo era antes, hacerse unas fotos de carnet. Hay ciudades que todavía conservan en las calles unos sitios donde se hacen esas fotos automáticamente. Es el conocido fotomatón.
Te metes dentro, te sientas en un taburete giratorio, te colocas como puedes, echas tus euros y esperas. Cuatro fogonazos de luz salen de la cámara que tienes enfrente y te dejan medio ciego.
Durante un rato ves como una mancha blanca. Pasados uno minutos recoges tus fotos y ya puedes renovar tu carnet de identidad.
San Pablo llevaba unos seis días de viaje. Iba convencido de que estaba haciendo lo que Dios quería. Cabalgaba seguro de sí mismo, hasta que se metió en la llanura de Damasco. De repente una luz intensa le tumbó y le cegó.
En medio de su intensa actividad apareció Jesús. Se cruzó en su camino y su gracia le tocó hasta físicamente.
Su conversión fue como un fogonazo de luz. Una luz que le dejó ciego durante tres días. Una luz intensa que le retrató, le hizo ver realmente quién era y el mal que estaba haciendo.
CONVERTIRSE EN UNA ESCALERA
Te voy a leer la conversión de un amigo. Te la leo porque el lugar donde sucedió fue un tanto curioso. Se convirtió en uno de los escalones de la escalera de su casa.
Creo, dice, que todavía sería capaz de señalar el sitio exacto de las escaleras donde una noche, a los diecisiete años, caí de rodillas y pronuncié un voto de celibato (...).
En aquella época (como les ocurre normalmente a muchas personas), comenzaba a hacer íntimas y sólidas amistades.
También comenzaba a darme cuenta de que en muchos casos, cuando abandonáramos el colegio, la separación acabaría con ellas.
Consciente por primera vez del ansia con que mi naturaleza buscaba la simpatía y el apoyo humanos, me pareció un deber evidente negarme a mí mismo esa simpatía y ese apoyo (...).
Necesitaba disponer de la capacidad de acompañar al Señor sin impedimentos.
Como le sucedió al Apóstol, parece que fue algo repentino. Tan de repente que le pilló en la escalera de su casa.
SAN PABLO NO ERA UN PINTAS.
Era un judío ejemplar. Sabía mucho de leyes religiosas. Había sido alumno de un famoso rabino de la época llamado Gamaliel. «Aprendí, dice él mismo, hasta el último detalle de la ley de nuestros padres».
La gente lo respetaba, y le temía al mismo tiempo. Era más bien lanzado. Muy directo. Parece que estaba hecho para mandar y no para ser mandado. Tenía tanto celo que era conocido por su incansable actividad.
Un día, cuando ya se había convertido, dijo a los judíos: «he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora». El Apóstol tenía buena fe. Era buena gente.
Los que más se convierten son los santos. Están rectificando todo el día, y varias veces en un mismo día. San Pablo pudo dar un giro a su vida porque quería a Dios.
UN INSTRUMENTO DEFECTUOSO
Era un buen fariseo, pero utilizaba toda su ciencia religiosa para obstaculizar el camino de la Iglesia.
La persiguió «a muerte». Su apasionamiento y su intención, que él creía recta, le cegaban. Queriendo al Señor, ponía dificultades y luchaba a tope contra Él, sin saberlo.
Quería a Dios, pero a su manera. Estaba lleno de celo malo y, además, y eso era lo peor, estaba plenamente convencido de lo que hacía. Lo más fuerte es que se sabía instrumento del Señor.
¡Qué peligroso es actuar mal creyendo que se está haciendo bien!
DIOS, A VECES, NOS BLOQUEA
Cuando el Señor actúa, al principio puede haber un poco de desconcierto. Al Apóstol le ocurrió eso, se bloqueó, no sabía bien lo que estaba sucediendo, por eso pregunta: «¿quién eres Señor?».
Es normal que, cuando nos corrijan o nos digan que no estamos haciendo las cosas como Dios quiere, nos desconcertemos, y surjan preguntas: ¿y esto porqué me lo dicen? ¿Y qué se supone que debo hacer?
A veces, cuando nos dicen cosas de fondo, no superficiales, podemos enfadarnos y reaccionar mal. Darle vueltas y justificarnos una y otra vez. La conversión es algo que nos deslumbra y no nos deja ver bien.
San Juan de Dios, combatió con los ejércitos de Carlos V. Por algunos errores que tuvo fue condenado a la horca y se salvó de puro milagro. Retomó su antiguo oficio de pastor y leñador. Luego fue albañil y finalmente librero. Tenía un puesto en la calle Elvira, en Granada.
El 20 de enero escucha la predicación de san Juan de Ávila en el campo de los Mártires, cerca de la Alhambra y se bloqueó. Se quedó tocadísimo. Aquellas palabras se le fijaron en las entrañas, y se llenó de deseos de cambiar de vida.
Cuando nos hablan más claro de lo normal, se puede tambalear la opinión que tenemos de nosotros mismos y bloquearnos. Por eso el Señor nos pone al lado gente que nos lleva por el camino correcto.
EL BASTÓN DE CIEGO
San Pablo, como era buena persona, hizo lo que Jesús le dijo. Entró en Damasco con la ayuda de sus compañeros de viaje, y el Señor le envió a Ananías, que lo bautizó.
Si queremos, Dios nos da los medios para que nos convirtamos. Se sirve de personas o de cosas que nos pasan. El Señor nos pide que nos dejemos llevar de la mano como un niño, aunque no veamos claro el camino.
Lo mismo que un ciego se deja guiar por su bastón. San Pablo nunca se arrepintió de haberse convertido. Por eso decía: «Sé de quién me he fiado» (Antífona Entrada).
UNA LUZ CEGADORA
Para renovar el DNI o el pasaporte es necesario, o por lo menos lo era antes, hacerse unas fotos de carnet. Hay ciudades que todavía conservan en las calles unos sitios donde se hacen esas fotos automáticamente. Es el conocido fotomatón.
Te metes dentro, te sientas en un taburete giratorio, te colocas como puedes, echas tus euros y esperas. Cuatro fogonazos de luz salen de la cámara que tienes enfrente y te dejan medio ciego.
Durante un rato ves como una mancha blanca. Pasados uno minutos recoges tus fotos y ya puedes renovar tu carnet de identidad.
San Pablo llevaba unos seis días de viaje. Iba convencido de que estaba haciendo lo que Dios quería. Cabalgaba seguro de sí mismo, hasta que se metió en la llanura de Damasco. De repente una luz intensa le tumbó y le cegó.
En medio de su intensa actividad apareció Jesús. Se cruzó en su camino y su gracia le tocó hasta físicamente.
Su conversión fue como un fogonazo de luz. Una luz que le dejó ciego durante tres días. Una luz intensa que le retrató, le hizo ver realmente quién era y el mal que estaba haciendo.
CONVERTIRSE EN UNA ESCALERA
Te voy a leer la conversión de un amigo. Te la leo porque el lugar donde sucedió fue un tanto curioso. Se convirtió en uno de los escalones de la escalera de su casa.
Creo, dice, que todavía sería capaz de señalar el sitio exacto de las escaleras donde una noche, a los diecisiete años, caí de rodillas y pronuncié un voto de celibato (...).
En aquella época (como les ocurre normalmente a muchas personas), comenzaba a hacer íntimas y sólidas amistades.
También comenzaba a darme cuenta de que en muchos casos, cuando abandonáramos el colegio, la separación acabaría con ellas.
Consciente por primera vez del ansia con que mi naturaleza buscaba la simpatía y el apoyo humanos, me pareció un deber evidente negarme a mí mismo esa simpatía y ese apoyo (...).
Necesitaba disponer de la capacidad de acompañar al Señor sin impedimentos.
Como le sucedió al Apóstol, parece que fue algo repentino. Tan de repente que le pilló en la escalera de su casa.
SAN PABLO NO ERA UN PINTAS.
Era un judío ejemplar. Sabía mucho de leyes religiosas. Había sido alumno de un famoso rabino de la época llamado Gamaliel. «Aprendí, dice él mismo, hasta el último detalle de la ley de nuestros padres».
La gente lo respetaba, y le temía al mismo tiempo. Era más bien lanzado. Muy directo. Parece que estaba hecho para mandar y no para ser mandado. Tenía tanto celo que era conocido por su incansable actividad.
Un día, cuando ya se había convertido, dijo a los judíos: «he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora». El Apóstol tenía buena fe. Era buena gente.
Los que más se convierten son los santos. Están rectificando todo el día, y varias veces en un mismo día. San Pablo pudo dar un giro a su vida porque quería a Dios.
UN INSTRUMENTO DEFECTUOSO
Era un buen fariseo, pero utilizaba toda su ciencia religiosa para obstaculizar el camino de la Iglesia.
La persiguió «a muerte». Su apasionamiento y su intención, que él creía recta, le cegaban. Queriendo al Señor, ponía dificultades y luchaba a tope contra Él, sin saberlo.
Quería a Dios, pero a su manera. Estaba lleno de celo malo y, además, y eso era lo peor, estaba plenamente convencido de lo que hacía. Lo más fuerte es que se sabía instrumento del Señor.
¡Qué peligroso es actuar mal creyendo que se está haciendo bien!
DIOS, A VECES, NOS BLOQUEA
Cuando el Señor actúa, al principio puede haber un poco de desconcierto. Al Apóstol le ocurrió eso, se bloqueó, no sabía bien lo que estaba sucediendo, por eso pregunta: «¿quién eres Señor?».
Es normal que, cuando nos corrijan o nos digan que no estamos haciendo las cosas como Dios quiere, nos desconcertemos, y surjan preguntas: ¿y esto porqué me lo dicen? ¿Y qué se supone que debo hacer?
A veces, cuando nos dicen cosas de fondo, no superficiales, podemos enfadarnos y reaccionar mal. Darle vueltas y justificarnos una y otra vez. La conversión es algo que nos deslumbra y no nos deja ver bien.
San Juan de Dios, combatió con los ejércitos de Carlos V. Por algunos errores que tuvo fue condenado a la horca y se salvó de puro milagro. Retomó su antiguo oficio de pastor y leñador. Luego fue albañil y finalmente librero. Tenía un puesto en la calle Elvira, en Granada.
El 20 de enero escucha la predicación de san Juan de Ávila en el campo de los Mártires, cerca de la Alhambra y se bloqueó. Se quedó tocadísimo. Aquellas palabras se le fijaron en las entrañas, y se llenó de deseos de cambiar de vida.
Cuando nos hablan más claro de lo normal, se puede tambalear la opinión que tenemos de nosotros mismos y bloquearnos. Por eso el Señor nos pone al lado gente que nos lleva por el camino correcto.
EL BASTÓN DE CIEGO
San Pablo, como era buena persona, hizo lo que Jesús le dijo. Entró en Damasco con la ayuda de sus compañeros de viaje, y el Señor le envió a Ananías, que lo bautizó.
Si queremos, Dios nos da los medios para que nos convirtamos. Se sirve de personas o de cosas que nos pasan. El Señor nos pide que nos dejemos llevar de la mano como un niño, aunque no veamos claro el camino.
Lo mismo que un ciego se deja guiar por su bastón. San Pablo nunca se arrepintió de haberse convertido. Por eso decía: «Sé de quién me he fiado» (Antífona Entrada).
-Señor, concédenos en el día en el que celebramos su conversión caminar hacia ti, siguiendo su ejemplo (Oración Colecta).
RENOVAR EL DNI
Dios no se cansa de intentarlo una y otra vez, «porque grande es su amor hacia nosotros» (Sal 116: Salmo Responsorial). Nos quiere cambiados para que vayamos por todo el mundo y prediquemos el Evangelio (cfr. Aleluya).
San Pablo recuperó la vista. Veía las cosas de distinta manera. Se había hecho como una nueva identidad. Es un ejemplo de hasta dónde puede llegar la fuerza de la gracia.
La gracia no solo cambia superficialmente a las personas.
Va a transformar directamente el carácter. Por eso, el sello personal de identificación a partir de ese momento no será ya Saulo sino Pablo.
Los sacerdotes, cuando nos ordenamos, nos pasa algo parecido. Te cambian el nombre, y pasas a ser don Santiago, don Francisco. También cambias la forma de vestir.
Ante esto, la familia se extraña al verte la primera vez y escuchar que los demás te tratan de don.
Luego ya se acostumbran. Y es que la transformación que produce el sacramento se nota hasta por fuera.
Seguir al Señor nos cambia. Y nos tiene que seguir cambiando en cosas profundas, no solo en lo superficial.
Gaudí, después de aceptar el proyecto de construir la iglesia de la Sagrada Familia en 1894, quiso prepararse para esa tarea siguiendo el consejo del Beato Fray Angélico: quien desee pintar a Cristo sólo tiene un procedimiento: vivir con Cristo.
Su empeño por vivir así le hizo abandonar la buena vida, el vestir en plan snob, los restaurantes refinados y el afán de riqueza y de gloria. Poco a poco se fue transformando en el famoso arquitecto que recorría Barcelona a pie y vestido modestamente.
QUERER CAMBIAR
Para convertirse hay que querer. Jesús en el Evangelio lo dice muy claro: «El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado» (Mc 16, 15-18: Evangelio de la Misa).
-Enciende nuestro corazón de amor para querer cambiar.
Hay que estar dispuesto a dejar de vivir como viven todos, a actuar como lo hace todo el mundo. Hay que querer hacer el bien aunque sea incómodo y no estar pendientes de lo que piensen los demás, sino de lo que piense Dios.
-Señor, que desde ahora, sea otro: que no sea yo, sino "aquel" que Tú deseas. Que no te niegue nada de lo que me pidas.
En toda conversión la Virgen está presente de alguna manera. Quiere, como cualquier madre, que salgamos bien en las fotos a pesar de los fogonazos.
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