Hace cinco años salió un documento sobre el Sacramento de la Eucaristía: Redemptionis Sacramentum se titulaba.
Recoge indicaciones de lo que se debe hacer o evitar para tratar bien al Señor.
Es algo normal. Cuando se va a estar con alguien importante se prepara todo. Hay un protocolo.
Se sabe de antemano lo que se debe hacer: cómo se saluda a unos y a otros, quién se sienta con quién, el vestido que hay que llevar, si es oscuro o más claro, el regalo que se puede hacer, etc.
Pues con el Señor lo mismo o mejor si cabe.
CELOSOS DE DIOS
La gente que quiere a Dios le trata bien. Tiene deseos de cuidarle mucho. Todo lo que hace le parece poco.
El salmo 69, 10 dice: «El celo de tu casa me consume», «Zelus domus tuae comedet me». San Juan en su Evangelio le aplica este salmo a Jesús.
Se podría decir lo mismo de los santos. Y nosotros podemos repetírselo al Señor ahora: —Señor, el amor por la Eucaristía me hace mejor.
Hay un momento de la vida de Jesús en el que, los discípulos, al verle actuar se acordaron justamente de estas palabras: «El celo de tu casa me consume» (cfr. Jn 2,17).
AGRADAR A DIOS.
Esto tiene su contexto. Todo israelita tenía que ofrecer como sacrificio en la fiesta de la Pascua un buey o una oveja, si era rico; o dos tórtolas o dos pichones si era pobre: según el Lev 5,7.
Hoy nosotros venimos a rezar, a estar con él. Para eso hace falta centrarse en él.
Lo judíos lo hacían porque lo mandaba la Ley. Los buenos israelitas iban para agradar a Dios aunque también lo hacían por obligación. No cumplían simplemente sino que le querían con sus ofrendas. San José y la Virgen fueron en su día.
Además de los sacrificios de animales, los judíos debían pagar cada año medio siclo, si había cumplido los 20 años. Ese dinero equivalía al jornal de un obrero.
EL MERCADILLO DEL PUEBLO
El siclo era una moneda especial, llamada también moneda del Templo (Ex 30, 13).
Las demás monedas en uso (denario, dracmas, etc.) por llevar impresa la efigie de autoridades paganas, eran consideradas impuras.
De forma práctica, para facilitar el cumplimiento de los mandatos de Dios, en los atrios del Templo se había montado un servicio de venta.
En principio pudo ser conveniente. Servía para cambiar las monedas, y para comprar los animales.
Con el paso del tiempo degeneró. A la gente poco a poco le pareció normal ese modo de proceder.
No es que la compra y la venta se hiciese dentro del Templo, se hacía en el atrio. Lo que hoy podríamos decir en la explanada, o en lugar próximo al pórtico.
Allí se organizaba una buena. Se juntaban muchos. Voces, ruidos de animales, mugidos, gritos de precios, sonido de dinero, alguna que otra discusión, gente corriendo para sujetar una oveja que se les iba, insultos, saludos efusivos, etc. Parecía el mercadillo de un pueblo.
EL DISGUSTO DE JESÚS
La mansedumbre del Señor es proverbial, su paciencia supera a la de Job.
No ha habido un hombre tan lento para la ira. Verdaderamente Jesús es paciente y misericordioso.
Al Señor se le acercan los niños sin miedo. Su presencia les da confianza por lo bueno que es.
Sin embargo, cuando entró aquel día en el Templo y vio el tinglao que habían montado, reaccionó como nunca lo había hecho. Hizo una cosa extraordinariamente llamativa.
San Juan, que fue testigo presencial, dice que se hizo «un látigo de cuerdas y arrojó a todos del Templo, con las ovejas y los bueyes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas.
»Y dijo a los que vendían palomas: –Quitad esto de aquí, no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre» (Jn 2,15-16).
Entonces sus discípulos recordaron aquellas palabras: «El celo de tu casa me consume».
Aquel día Jesús se llevó un buen disgusto. Por eso, el Señor también nos dice a nosotros: —«No hagáis de la casa de mi Padre un mercadillo».
AFINAR CON EL SEÑOR
Con ese documento, Redemptionis Sacramentum, también la Iglesia nos da un toque de atención para tratar con más reverencia a Jesús Sacramentado.
Es curioso, pero sólo los santos aceptan poder mejorar en este aspecto. El amor al Señor les hace muy sensibles, y cualquier cosa relacionada con esto les produce gozo o sufrimiento.
Jesús premiará a esas mujeres de los pueblos que cuidan de las parroquias.
San Josemaría hablaba de la importancia que el cristiano le tiene que dar a una simple inclinación de cabeza o a una mirada cariñosa a nuestra Madre.
También a poner unas flores, tener limpios los manteles, los lienzos, la plata. En esas cosas se demuestra la fe que tiene una persona. Tenemos que seguir poniendo empeño en cuidar mucho al Señor en la Eucaristía.
Pero no solo en lo material, también el comportamiento indica el valor de la Persona que tenemos delante, que es el mismo Dios.
Me decía una, no con tono de crítica, sino comentando un hecho: que al principio se había extrañado de que había mucho trasiego en el oratorio.
Y me comentaba que en un principio le chocó que mientras había gente que rezaba, otras hablaban o se decían cosas en voz baja. O que se oyeran voces en pasillos cercanos.
Incluso, decía, he visto que por un descuido se contesta al teléfono en el mismo oratorio: quizá es inevitable, pensaba.
Lo peor de todo es que, en el colegio, las más pequeñas, cuando ven eso, pueden pensar que es algo que se puede hacer.
A todos nos ha podido pasar una cosa de estas. Y no por falta de fe, sino quizá por un exceso de familiaridad.
«¡Tratádmelo bien, tratádmelo bien! Decía, entre lágrimas, un anciano Prelado a los nuevos Sacerdotes que acaba de ordenar.
»–¡Señor!: ¡Quién me diera voces y autoridad para clamar de este modo al oído y al corazón de muchos cristianos, de muchos!» (Camino, 531).
Estas palabras las decía San Josemaría en una meditación a sacerdotes en el año 1938: "¡Tratádmelo bien! ¡Que es hijo de buena Madre!"
Esto no sólo demuestra que tenemos vida interior, sino que también se da buen ejemplo a los demás, porque se fijan en cómo cuidamos al Señor.
Me contaba un matrimonio que todavía se acordaban del cariño que había puesto un sacerdote amigo al celebrar la Misa en un acto al que asistieron dos meses antes.
Otro ejemplo pequeño. Una alumna comentaba, como si no tuviera importancia, que ella se había decidido a darle más cosas al Señor al ver como el sacerdote de su colegio purificaba el cáliz después de la comunión.
El cuidado de Dios se nota.
REY DE REYES
Hay una anécdota de Carlos V, cuando llegó un embajador, mientras se encontraba en su oratorio privado. Por lo visto le avisaron que acababa de llegar el Embajador de Francia para entrevistarse con él.
–Majestad está el Embajador
–Pues decirle que espere que ahora mismo estoy en audiencia con el Rey de Reyes
Desde luego hay cosas urgentes, muy urgentes, pero la mayoría quizá pueden esperar diez minutos, o un cuarto de hora.
Vamos ya a terminar pidiendo a la Virgen que la familiaridad con Jesús, nos haga como Ella: más delicados, más finos. Que le demos importancia a lo pequeño, una inclinación, una genuflexión, para no endurecer nuestro corazón
Que Ella no nos deje ir por el Sancta Sanctorum, con maneras de negociantes. Ni siquiera por el atrio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario