viernes, 2 de enero de 2009

LA FOTO DE DIOS

No es la ciencia la que llena la vida del hombre, sino el amor. La experiencia de las cosas no hacen que seamos más felices, sino al amor a Dios, el conocimiento de Dios.
Cuando una persona experimenta el amor en su vida le da un nuevo sentido a toda su existencia.
En la juventud aparece el amor a grandes proyectos, a la vocación profesional, los éxitos en la vida social…
Pero, con el paso del tiempo, te das cuenta de que ese amor, a personas o a cosas, no da la felicidad que esperabas. Además, puede llegar la muerte de repente y te quita todo, lo destruye.
Estamos hechos para contentarnos solo con algo que sea infinito.
Jesús ha vencido a la muerte con su Resurrección. Él es el verdadero amor, porque es eterno. No hay nada, ni la muerte, ni la vida que nos lo pueda quitar (cfr. Rm 8, 38–39).
Dios, que es amor, se nos hace más cercano con Jesús. San Pablo se dio cuenta de que lo importante en su vida era el Señor, por eso escribió: «Mi vivir es Cristo».
En el capítulo 14, San Juan recoge aquel episodio en el que Jesús reprocha a Felipe que no le acabase de conocer. «Jesús le contestó: Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido?» (Jn 14, 9).
El conocimiento del Señor es un conocimiento que no acaba nunca. Por eso no podemos cansarnos de buscarle.
El Papa, en su libro Jesús de Nazaret, escribe que se trata de un trabajo que es «fruto de un largo camino interior».
El peligro es que dejemos de buscar al Señor. Que recemos sin tenerlo presente, sin que le digamos nunca nada. Que deshumanicemos nuestro trato con Él.
Por eso, a lo mejor tenemos que pedirle perdón porque cuando nos confesamos lo hacemos porque simplemente nos toca. O porque luchamos contra nuestros defectos solo para evitar el qué dirán, o lo hacemos porque nos insisten constantemente.
Cada vez que rezamos deberíamos de salir felices porque hemos estado con el Señor.
Vamos a pedirle ayuda para no caer en el peligro de estar con Él sin tener una verdadera amistad.
Nos tendría que ocurrir lo que dice el salmo: –Sólo en Dios está el descanso, alma mía, porque de Él viene mi esperanza.
Felipe se creía que ya le conocía. Llevaba tres años con el Maestro. En el fondo no le conocía. Los Apóstoles creían que su felicidad sería la de un reino en este mundo. Estando al lado del Señor buscaban otra cosa distinta.
Jesús, ante la actitud de Felipe, responde con una queja.
«El que me ha visto a mí ha visto al Padre». Jesús es como la foto de Dios.
A nosotros nos pasa un poco lo contrario que a los Apóstoles. A Ellos les costaba ver a Dios en Jesús. A nosotros nos cuesta ver al Hombre. A Dios lo vemos porque tenemos fe y nos arrodillamos.
–Señor ayúdanos a descubrir tu Humanidad.
Mirar mucho a Cristo. Que arranquemos el miedo, la resistencia a acercarnos a Él en el Evangelio, para aprender profundamente sus lecciones.
Que nos acerquemos con soltura porque, cuanto más cerca nos pongamos, más veremos su imagen en nuestras vidas. Nos daremos cuenta de todo lo que hay que dejar, de todo lo que hay que cortar...
Jesús dijo de sí mismo que había venido para que nosotros tuviéramos vida. ¡¡Esto es vida!! Se oye muchas veces. Si descubrimos su humanidad viviremos la vida en plenitud.
Todas las vidas se entienden en relación con otras personas. Jesús es el único que da sentido pleno. También a las preguntas de dónde venimos y a dónde vamos. Es el único que da sentido a lo temporal y a lo eterno.
–Sólo en Ti está el descanso porque de Ti viene la esperanza. Sólo Tú eres mi roca y mi salvación, mi alcázar.
En el Canon Romano de la Misa, cuando se pide por el Papa se dice: et regere dingneris solo Él debe conducirnos, gobernarnos.
Que no puedan aplicarse a nosotros los versos del poeta:
¡Qué paseos de noche con tu ausencia a mi lado!/ Me acompaña el sentir que no vienes conmigo.
Por eso, leer el Evangelio es como una semilla que luego crece en la oración. En Misa el sacerdote lo besa, porque besa a Cristo.
–Señor ayúdame a entender tu palabra y a descubrir tu Humanidad.
«Ese es el camino para acercarnos a Dios», dice San Josemaría (Amigos de Dios, n. 299). «Seguir a Cristo: ese es el secreto» (Amigos de Dios, n. 299.
Volver una y otra vez a mirarle. Dejar que su Humanidad actúe en nosotros. Esforzarnos por tratar a Jesús de Nazaret.
Hay personas entregadas que se quejan de estar solas. Y todo, a pesar de que rezan y reciben los sacramentos.
Lo reconocen como Dios, se alimentan de Él en la comunión, pero tienen escasa o ninguna amistad con Jesús. Simplemente no le tratan.
Rezan, y a la vez suspiran por tener a su lado alguien que les comprenda y consuele.
Una persona a la que puedan contar los pensamientos que las palabras no pueden expresar.
Y buscan el consuelo en cosas tontas: una película, caer simpática, la comida, quedar bien, una revista de moda, ropa nueva, un afecto que no va.
No comprenden que justamente a su lado, como Felipe, tienen al Señor. Y que, además, Jesús está reclamando justamente ese sitio. Ese es el sitio que quiere ocupar.
Quiere ser admitido, no en lo más alto de la conciencia, sino en el rincón más oculto del alma.
Allí donde el hombre es él mismo, donde se encuentra más profundamente solo (Cfr. La amistad de Cristo, Robert H. Benson, p. 20).
Ese es el auténtico secreto de los santos: el trato de amistad con el Señor.
Si no actuamos así. Si no caminamos a su lado, la santidad es imposible porque no se avanza.
–Señor, que no me canse de buscar tu Humanidad.
La amistad humana comienza con un detalle externo. Captamos una frase, una inflexión en la voz, una forma de mirar o de caminar.
Todas esas cosas parecen como señales de algo más grande que se esconde detrás de esa persona. Nos damos a conocer y, al mismo tiempo, conocemos al otro.
La amistad con Jesús puede comenzar en el momento de recibir un sacramento, o al arrodillarse delante del Belén o haciendo el Via Crucis.
Un día descubrimos que aquel Niño del portal, que tiene los brazos abiertos, quiere abrazar también nuestra alma.
Otro, estamos meditando la Pasión, viendo a Jesús ensangrentado y eso nos hace ver cosas que antes ni sospechábamos.
Detalles aparentemente insignificantes que golpean la puerta de nuestra alma. Es el Señor que nos llama, y nosotros que respondemos.
Nos complementamos con Él. Así se inicia una amistad Divina y humana.
Nuestra oración, hasta ese momento ha consistido en reflexionar sobre un tema, o en buscar la solución a un problema, teniendo siempre el reloj a la vista para no pasarnos de la hora.
Pero, iniciada la amistad con el Señor, todo cambia. Intuimos su presencia en el sagrario.
Descubrir su Humanidad rompe el molde donde habíamos metido al Señor con nuestra imaginación.
Entonces nos damos cuenta de que Jesús vive. Se mueve, habla, actúa, toma un camino u otro, y todo en nuestra presencia.
–Señor, desvélanos los secretos de tu Humanidad.
Que te conozcamos. No solo tus obras, esas ya la conocemos desde que somos pequeños.
Entonces el alma le dirige a Jesús, algunas palabras. Y, el Señor, a veces le habla en el corazón.
–Ábrenos los ojos. Que te descubramos a nuestro lado, en nuestro camino.
Que no nos acostumbremos a estar sin la Humanidad del Señor, porque ese es el camino de nuestra entrega.
Qué mejor cosa que acudir a nuestra Madre, que también lo es de Jesús.
Le pedimos que nos lleve una y otra vez hasta su Hijo. Que así sea.

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