Hay unas palabras del Deuteronomio que nos pueden servir para introducir esta meditación.
Dice el texto del Antiguo Testamento: «¿Qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros nuestro Dios?» (Dt 4, 7).
Es como una explosión de júbilo, de alegría, ante la cercanía del Señor.
A nosotros nos pasa lo mismo, porque lo comprobamos todos los días. Estás tan cerca, Señor, que incluso te podemos tocar y comulgar.
EL HOMBRE, ANIMAL DE COSTUMBRES
Sin embargo los hombres nos acostumbramos a todo. También a esa cercanía.
El ser humano tiene una capacidad increíble para que le parezcan normales las cosas que le pasan.
Y se acostumbra al ruido de los aviones, si vive cerca de un aeropuerto, o a vivir con muy poco como sucedía en los campos de concentración.
También se habitúa a lo bueno. Puede vivir en un palacio y parecerle lo más normal del mundo.
Por eso, algo tan grande como la santa misa puede pasarnos sin pena ni gloria ante nuestros ojos todos los días. Somos así, nos acostumbrarnos a lo más grande e importante de nuestra vida.
Por eso, las palabras del Deuteronomio hacen que nos demos cuenta de la grandeza de esos momentos: «¿Qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros nuestro Dios?».
Y, sin embargo, hemos asistido esta mañana a este prodigio y aquí estamos, como si nada. Cuando es un milagro que hace Dios a través del sacerdote.
«Una característica del varón apostólico, decía San Josemaría, es amar la Misa» (Camino, 528).
Es el momento más sublime de la formación de una persona. Gran parte de nuestra vida consiste en aprender a vivir bien la Misa.
Te leo unas palabras del Papa: Debemos aprender a comprenderla cada vez más profundamente, debemos aprender a amarla. Comprometámonos a ello, ¡vale la pena! (Benedicto XVI, JMJ, Colonia).
DESPACIO, SIN PRISAS.
En una misa puede haber, por nuestra parte, mucho amor o mucha tibieza.
Sí, mucha tibieza. Aunque asistamos –o celebremos, que también a los curas se nos puede meter– todos los días.
La santa misa es algo que tiene más valor que todos los santos juntos, incluida la Santísima Virgen. іPodemos hacer tanto bien en sólo media hora!
-Señor, ayúdanos a ser más piadoso.
Y, a veces, nos entran las prisas si el cura se retrasa dos o tres minutos, o si utiliza el canon largo.
¿No es raro, dice un punto de Camino, que muchos cristianos, pausados y hasta solemnes para la vida de relación (no tienen prisa) (...) para la mesa y para el descanso (tampoco tienen prisa), se sientan urgidos y urjan al Sacerdote, en su afán de recortar, de apresurar el tiempo dedicado al Sacrificio Santísimo del Altar?
–Señor, perdona porque a veces nos entra la prisa.
LAS LUCHAS DE UN SANTO
Pedro Rocamora, un estudiante de Derecho que a veces ayudaba a misa a San Josemaría, comenta que, cuando celebraba, se notaba que «cada palabra tenía un sentido profundo y un acento entrañable. Saboreaba los conceptos».
Decía que se concentraba tanto que se notaba que estaba con el Señor allí presente, ajeno a lo que sucedía a su alrededor.
Al regresar a la sacristía, a los monaguillos se les saltaban las lágrimas al aflojarse la tensión con que habían seguido la misa.
A uno de ellos le llamaba la atención «la manera tan exquisita» con que seguía la liturgia. Se le veía —dice— «muy concentrado, como ensimismado, sobre todo en el Canon». «Rezaba muy bien, se le entendía en latín desde el último rincón de la capilla, que era bastante grande» (Vázquez de Prada, Tomo I, pp. 275 y 276).
Pasados los años, cuando cumplió cerca de los 70, le empezaron a aparecer unas fuertes cataratas. Perdió la visión casi de un día para otro, y le costaba mucho leer, pero continuó celebrando la Misa.
Las cataratas fueron acentuándose, y le buscaron un misal con las letras más grandes.
La persona que le ayudaba normalmente cuenta como, el día del Corpus Christi, le sugirió decir la misa del común de la Virgen, que se sabía de memoria, pero no quiso y contestó: pon la Misa del Corpus Christi, ¡y ayúdame a ser más piadoso!
ALIMENTAR LA HOGUERA
El demonio cuenta con esta rutina. Muchas veces no le hace falta ni siquiera tentarnos, simplemente espera a que se apague la fe y que entre la rutina.
Por eso hemos de avivarla, empeñarnos en vivir bien la misa. Alimentar la hoguera para que no se apague.
Estos días de epidemia de gripe, se oye hablar mucho de los antibióticos.
Yo de esto no entiendo mucho pero, por lo que dicen, es mejor no abusar de ellos porque los virus se pueden inmunizar.
Puede llegar un momento en que no hagan efecto, aunque sean muy potentes.
Con la misa pasa algo parecido.
Si asistimos con rutina, sin pensar demasiado en lo que estamos haciendo, nos hacemos inmunes al Amor de Dios.
–Señor que no nos acostumbremos jamás.
Para eso, intentar darle sentido a las palabras que escuchemos o pronunciemos.
O poner esfuerzo en pronunciar alto y claro, al ritmo de los que asisten con nosotros.
Las misas a las que asistiría la Virgen eran lo más antirrutina que puede existir. El amor no admite ni siquiera un gramo.
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