viernes, 3 de abril de 2009

VIERNES SANTO

Hoy clavarían a Jesús en la cruz. Y la Iglesia canta: ¡Dulces clavos! іDulce árbol donde la vida empieza!

Toda la vida del Señor está dirigida a ese momento supremo. A esta hora, más o menos sería la terrible flagelación.

LA COLUMNA Y LOS VERDUGOS

Había una columna destinada a que los condenados sufriesen esta pena. Los verdugos pusieron sus instrumentos, látigos, varas y cuerdas, al pie de la columna. Esos hombres habían azotado hasta la muerte a otros condenados, parecían salvajes y estaban medio borrachos.

Dieron puñetazos al Señor cuando llegó, y le arrastraron, a pesar de que él se dejaba llevar sin ninguna resistencia. Entonces, le ataron brutalmente.

Esta columna estaba sola y no servía de apoyo a ningún edificio. No era muy elevada. Un hombre alto, extendiendo los brazos hubiera podido alcanzar la parte superior.

Jesús temblaba y se estremecía al ver lo que se le venía encima. Se quitó él mismo sus vestidos con las manos hinchadas y ensangrentadas.

Los verdugos le ataron las manos, levantadas en alto, a un anillo de hierro que estaba arriba, y estiraron tanto sus brazos que, sus pies, atados fuertemente a la parte baja de la columna, tocaban un poco el suelo. Y empezaron a golpear.

TRES CUARTOS DE HORA

El Santo de los santos fue extendido sobre la columna de los malhechores y empezaron a golpearle por todo el cuerpo, desde la cabeza a los pies, no solo la espalda.

Aquello duró 45 minutos. 45 minutos son muchos minutos. Los látigos estaban teñidos de rojo, el color simbólico de la realeza. El Hijo de Dios temblaba y se retorcía.

Solo se oyen sus gemidos, dulces y claros. Se oían como una oración en medio del rugir del pueblo, los latigazos, los gritos de los verdugos, algún silencio, y, a lo lejos, el balido de los corderos pascuales que iban a ser sacrificados.

Jesús solloza y gime de puro dolor. Él es el verdadero cordero e Dios.

Cada golpe es tremendo. La crueldad y el ruido de los azotes, hace que el público haga como muecas de dolor cada vez que descargan su fuerza contra él.

Algunos de los presentes preparan varas nuevas para pegarle y otros van a buscar varas de espino.

Cuando ya están agotados y sudados por el esfuerzo, viene la segunda pareja de verdugos. Nuevas energías. Ánimos de no ser menos que los anteriores.

Varas nuevas con puntas de hierro vírgenes. Se lanzaron como si fueran perros rabiosos. Los golpes rasgaron todo su Cuerpo.

POR TODO EL CUERPO

Esos látigos tenían en lo extremos garfios de hierro que arrancan la carne a cada golpe. Saltan como tiras de carne.

El cuerpo se ha cubierto de manchas de distintas tonalidades: azuladas, rojas, las hay casi negras con borde blancuzco... La sangre salta aproximadamente a un metro y medio de Jesús. El Señor que llora y gime. Solo oye gritos de que lo maten, que lo borren de la tierra.

La segunda pareja entrega fatigada su turno a la tercera, que al no tener sitio donde golpear, invierte a Jesús de posición. Ahora está de cara a los verdugos, si es que puede llamarse a eso cara. Miraba a sus verdugos con los ojos llenos de sangre, como pidiendo misericordia.

No pudiendo sostenerle por su debilidad, le pasaron cuerda sobre el pecho, debajo de los brazos y por debajo de las rodillas, atándole las manos por detrás. Entonces, así expuesto, llenos de rabia cayeron sobre él.

Al ver zonas blancas, sin golpear, enloquecieron y se ensañaron con él. En poco tiempo lo convirtieron todo en color rojo, azul o negro.

EL GUSANO

Jesús se estremecía, oraba y gemía cada vez con menos fuerza. Tiene su Cuerpo en carne viva. Está tan destrozado que la imagen más propia y bíblica que lo define es la del gusano. Lo desatan de la columna y cae en el charco de su propia sangre, sin conocimiento.

Durante las tres sesiones hay ángeles llorando en torno a Jesús. Sus lágrimas llevan al Padre sus gemidos. El Rey está estrenando un vestido nuevo, un nuevo manto púrpura natural, desnudo.

Ahora nos explicamos como los santos lloraban meditando la Pasión. Ellos no solo la pensaban, sino que la vivían como si estuvieran allí presentes.

LA CORONACIÓN

Entonces los soldados del procurador condujeron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él a toda la cohorte. Le desnudaron, le cubrieron con una túnica roja, y le pusieron en la cabeza una corona de espinas que habían trenzado y en la mano derecha una caña. Se arrodillaban ante él y se burlaban diciendo:
—Salve, Rey de los Judíos.
Le escupían, y le quitaban la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de reírse de él, le despojaron de la túnica, le colocaron sus vestidos y le llevaron a crucificar (Mt 27,27-31).

Los soldados más imaginativos se dirigen a un montón de leña y le fabrican la corona a nuestro Rey, con las espinas hacia adentro.

Son largas como una mano gruesa, y con un garrote le clavan el casco de púas en la cabeza. Le ponen una caña en sus manos como si fuera su cetro de mando.

LAS BURLAS

Ahora los legionarios empiezan con sus viejas y alegres costumbres:
ave César, reverencias, genuflexiones,
bofetadas, escupitajos, de todo... іQué quería su señoría, Rey del otro mundo!

Los soldados gozan con la sangre real. Mientras, las masa aúlla y grita que lo
crucifiquen, que lo maten de una vez.

Oh rey de los judíos, adivina
quién te golpeó. ¿Quién te escupió
oh Rey de las espinas? ¿Quién te coronó
con esa corona de la eternidad? (cfr. Oficio (Antología poética), José M. Ibáñez Langlois).

LA CRUZ

Por fín llega donde lo van a crucificar. Está agotado. Casi no le queda sangre que derramar. Estira los brazos como para que le tomen las medidas de un traje que nos va a salvar.

Uno de aquellos soldados brutales le pone la rodilla sobre el pecho, otro le abre la mano y un tercero pone el clavo grueso y largo y con un martillo de hierro lo atraviesa.

Un gemido dulce y claro sale de los labios de Jesús. Su preciosa sangre salta sobre los brazos de sus verdugos.

Como la mano izquierda no llegaba al agujero, la atan con un cuerda y tiran con todas sus fuerzas hasta que le dislocan el hombro. El pecho de Jesús se levanto y sus rodillas se separaron de puro dolor.

La Virgen sentía cada uno de esos dolores como si fueran suyos. Estaba pálida como un cadáver.

Con los pies de su Hijo hicieron lo mismo. Como no llegaban al sitio previsto, tiraron de ellos hacia abajo con cuerdas hasta dislocarle el pie derecho. Jesús exclamó diciendo: іOh, Dios mío! іOh, Dios mío!

Su pecho y sus brazos estan atados para que aguantara todo eso sin moverse mucho. Sus gemidos se mezclan con la oración.

Eran los doce y cuarto cuando Jesús fue crucificado. Allí estuvo tres horas hasta que murió.

Meditamos todo esto para abrir nuestros corazones y para que nos ayude a ver con el corazón. El gran pecado de hoy es la indiferencia ante lo que Jesús sufrió, la dureza de corazón.

La conversión es pedirle a Dios que nos de un corazón de carne, sensible a la Pasión.

Para encontrar a Dios es necesario ver con un corazón al que los prejuicios no obstaculicen ni los intereses deslumbren. Dejémonos guiar por Jesús hacia Dios, para aprender de Dios mismo el correcto ser hombres (Homilía Domingo de Ramos 16-III-08).

La bondad en persona es Jesucristo, el Jesús que conocéis o que busca vuestro corazón. Él es el Amigo que no traiciona nunca, fiel hasta en la entrega de su vida en la cruz. Rendíos a su amor. Solo él puede libraros de vuestras preocupaciones y de vuestros temores y colmar vuestras expectativas. Él dio su vida por cada uno de nosotros ¿Podría defraudar vuestra confianza? ¿Podría llevaros por senderos equivocados? Sus caminos son caminos de vida, aunque sean escarpados y difíciles (Encuentro con los jóvenes, Génova 18-V-08).


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