miércoles, 22 de abril de 2009

FORTALEZA, MAGNANIMIDAD (nueva versión)

La fidelidad no es cuestión de tiempo. Es más, hay gente que con el tiempo empeora, sino que se lo digan a Judas y sus tres años con Jesús.

Empezó bien y poco a poco fue a peor hasta que le traicionó.

Un matrimonio, por llevar 15 años casados, no significa que vaya bien, tienen que esforzarse día a día. Con el paso del tiempo, hay personas que son fieles y otros que no.

No es cuestión de tiempo, de años, sino de entrega, de amor. La fidelidad son hechos concretos, de los que uno se puede examinar. Amar a Dios es hacer lo que él quiere: En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos (1Jn 5, 1-6)

VIOLENTOS CON FUNDAMENTO

Dice la Escritura que hay que hacerse violencia para alcanzar el cielo. Al cielo no se va por inercia, hay que hacerse violencia. Es decir, ir contra uno mismo, hacer otra cosa distinta de la que nos apetece. Ser fiel no consiste en casarse, como ser cura no es el que va vestido con sotana.

Hace poco me contó una persona que estuvo en el Carnaval de Cádiz y que, estando en la calle escuchando los coros el último domingo, tenía al lado a uno que iba vestido de blanco como si fuera el Papa. Le dio tanta grima que se fue a escuchar otro coro.

A DIOS HAY QUE BUSCARLO

Lo de ser fiel exige fortaleza para hacer la voluntad de Dios en cada momento. Dice san Pablo: vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. O sea que hay que descubrirla porque está escondida. Hay que empeñarse.

Cuando se tiene un motivo, entonces es más fácil hacerse violencia, porque el amor lo mueve todo. Eso se ve en las mamás, que hacen cualquier cosa por sus hijos. En ocasiones quieren más a los hijos que al marido. Con el marido puede ocurrir que sea distinto. Los quieren pero de otra manera. De hecho, a veces, los quieren menos.

Hay mamás que viven solo para sus hijos y poco para sus maridos. Por eso muchos consejos pastorales que se les da consisten en quererles más, en que lo busquen y lo descubran en sus vidas, como a Dios. Y para eso hace falta que se nieguen a sí mismas y hagan lo contrario de lo que a veces piensan.

LA FIDELIDAD NO DEPENDE DE LAS PERSONAS

La fidelidad no depende de que una persona sea de una manera o de otra. Lo de hacerse violencia es para todos. No hay personas que sirven para ser fieles y otras que no sirven.

Dios no hace como se cuenta de los niños de Esparta, que cuando nacían los sacaban al balcón, los dejaban allí una noche y si aguantaban pues servía para luchar, y sino, pues nada, lo enterraban.

Ser fiel no sale solo, ni es una cuestión de un tipo de personas o manera de ser, sino de entrega, de negarse por amor de Dios.

Es verdad que hay gente que es más ordenada o que tiende a ser trabajadora, pero el amor no depende de la técnica. Se puede conducir bien y no ser santo. O ser un buen organizador y estar lejos de Dios. O se puede ser un despistado de libro y amar mucho al Señor, o ser perezoso y, a base de vencerse, ser piadoso.

Esta semana Santa en Roma entré en Santa Maria del Popolo. Allí hay dos famosos cuadros de Caravaggio, la conversión de San Pablo y el martirio de San Pedro. También hay otro de Pinturicchio, la adoración de los Reyes. Mirándolos, me acordé lo que me decía un amigo sacerdote culto y piadoso.

Decía que la técnica de Caravaggio parecía mejor que la del otro por los escorzos, las perspectivas, etc. Pinturicchio era distinto pero viendo su cuadro a uno le sale rezar, con el otro te admiras pero por los colores y contrastes. De hecho Caravaggio no terminó muy bien.

CUANDO HAY AMOR HAY FORTALEZA

Cuando hay amor hay fortaleza. El viernes de dolores pasado fui a un pueblo que no es fácil de encontrar, Jatar. Celebré la Misa y después había procesión con la Dolorosa por las calles del pueblo. Iba detrás con capa y todo. Los hombres llevando el paso y las mujeres por los lados. Me fijé en una anciana, encorvada, que iba agarrada a una más joven. La anciana andaba con dificultad. Hizo toda la procesión, despacio y subiendo algunas cuestas bastante empinadas. De vez en cuando, cuando podía, miraba a la Virgen y seguía caminando. Me ayudó mucho.

El Señor nos ve. Ve nuestro corazón, lo que nadie ve y que nadie sabe del todo porque contar exactamente cómo está uno no es fácil. El Señor sabe lo que le quieres, sabe en qué piensas habitualmente, qué cosas te hacen vencerte: la vanidad, el quedar bien, provocar un buen comentario, conseguir la tranquilidad de conciencia.

Vamos a pedirle que nos de fortaleza para hacer su voluntad, que nos hagamos violencia por él, por sus cosas, por amor.

LA FORTALEZA DE UN SANTO

Tenemos que estar dispuestos a defender nuestro amor a Dios con uñas y dientes. Así han hecho los santos

Hay una anécdota de san Josemaría que nos puede servir para glosare esta idea. Fue en verano de 1951, en Roma. Estaba extenuado por el mucho trabajo de todo un curso académico, con la casa, la sede central, a medio construir y con la amenaza de los rigores estivales del ferragosto romano. A ello se sumaban las incomodidades de la diabetes que sufría. Sufría tanto que, en broma , decía que se acordaba constantemente del Purgatorio.

Había observado un casi imperceptible cambio en algunas personas de la Curia. Un día llegaba a sus oídos un comentario levemente crítico; otro, un Cardenal, viejo conocido suyo, negaba en público haber tenido trato con el Fundador. El ambiente estaba enrarecido.

Por estos, y otros indicios, comenzó a sospechar que algo se estaba tramando, sin que alcanzase a definirlo, ni saber realmente en qué consistía. Tales señales, referidas y centradas en torno a la Obra, le indicaban la presencia de algo sospechoso. Sin duda, una grave amenaza se cernía sobre el Opus Dei. Y, aunque más que de noticias se trataba de difusos presentimientos, una extraña corazonada acabó dominando las reflexiones, los hábitos y hasta los gestos de don Josemaría, alegre y preocupado a un mismo tiempo.

Gastaba bromas, pero insistiendo mucho en que encomendaran sus intenciones en la oración. Su estado de ánimo quedaba reflejado en una inquietud muy especial, un desasosiego interior que se traslucía en su mirada y hasta en su modo de caminar.

Uno de esos días —en la primera mitad del verano de 1951—, paseaba don Josemaría por el jardín de Villa Tevere, concentrado,
con paso rápido, y tomando notas en una agenda de bolsillo, cuando se le acercó uno de sus hijos, Javier Echevarría:
«¿Cómo está, Padre?», le preguntó.
Lleno de paz y con fortaleza santa: como un león, dispuesto a defender esta Obra de Dios que el Señor me ha confiado. Reza y ayúdame.

Que la Virgen fiel nos ayude a perseverar siendo fuertes para hacer lo que Dios quiere.

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