lunes, 23 de marzo de 2009

MORIR

Respondiendo a las preguntas que le hicieron unos griegos, Jesús resume su vida: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24: Evangelio de la Misa de hoy). 

Explica a los que quieren verle en qué consiste lo que ha venido a hacer a esta tierra: morir para dar fruto.

Esta frase tan bonita, igual que lo del trigo que muere, en el fondo es tremenda.

El Señor en más de una ocasión les dijo a sus discípulos que lo azotarían y que sufriría una muerte muy dolorosa. Y todo eso era necesario que le ocurriera para salvar a los hombres.

Es como si a una de vosotras le dijeran que, por el bien de Granada fuera necesario que la apedreasen y la colgaran de un palo boca abajo hasta que muriese. Así nos hacemos un poco idea de lo que el Señor estaba diciendo.

Si se diera esa circunstancia, seguro que le diríamos a esa amiga que estaba loca, que eso sería una tontería, que de qué iba, que se quitara eso de la cabeza. 

Eso fue exactamente lo que le dijo San Pedro al Señor. O sea que el ejemplo sirve, no iba tan descaminado.

EL GRANO QUE MUERE

Jesús dice que él es el grano de trigo que muere. El grano de trigo tiene que pudrirse y morir para que surja la espiga, y luego se pueda hacer el pan.

Porque Jesús se hace Pan para nosotros. Por eso la Eucaristía está muy unida a la Pasión, porque es el Cuerpo de Cristo que muere para darnos vida. 

Murió. Exactamente igual que el trigo.

EL VERDADERO MANÁ

Cuando el pueblo de Israel estaba en el desierto, como no tenían qué comer, Yavhé les envió una especie como de pan blanco. Cuando amanecieron y lo vieron decían man-hú que significa ¿qué es esto? (Cfr. Ex 16,15)

Jesús es Pan, y comiendo su Cuerpo, que es la Eucaristía, comemos a Dios.

No es metáfora que Jesús muera para darnos vida, para alimentarnos. Está aquí. Es verdad. 

Jesucristo es el Hijo de Dios que baja del cielo como alimento. Es el verdadero maná. 

Gracias al maná siguieron adelante en su viaje por el desierto.

MORIR PARA DAR FRUTO

Muere para que nos alimentemos. Y nosotros que somos cristianos también podemos ser trigo que muere por los demás. 

Nosotros tenemos que hacer lo que hizo Cristo. Morir por los demás. Así también resucitaremos para la Vida eterna.

Nuestras renuncias sirven si están unidas al sacrificio de Jesús, que murió por otros. 

MORIR POR LOS DEMÁS

Hay un santo que hizo exactamente lo mismo que Jesús, hace solo 60 años.

Se llamaba Raimundo Kolbe. Es más conocido por Maximiliano, nombre que adoptó cuando ingresó en el seminario de los padres franciscanos.

Se ordenó sacerdote. Estuvo en Japón de misionero. En 1936 regresa a Polonia y tres años más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, es apresado junto con otros frailes y enviados a campos de concentración en Alemania y Polonia.

Poco después es liberado y, de nuevo, hecho prisionero en 1941. Termina en el campo de concentración de Auschwitz. 

El régimen nazi buscaba despojar a los internados de su personalidad, tratándolos de manera inhumana, como si fueran un simple número. San Maximiliano tenía el número 16670.

A pesar de las dificultades, sigue ejerciendo su ministerio, ayudando a los demás en lo que puede, y manteniendo la dignidad de sus compañeros.

La noche del 3 de agosto de 1941, uno de los prisionero de su sección se escapa. Entonces, el comandante del campo, como represalia, ordena escoger a diez prisioneros cualesquiera para matarlos.

Entre los hombres elegidos, hay uno casado y con hijos. San Maximiliano, que no se encontraba entre los diez, se ofrece voluntario para morir en su lugar.

El comandante acepta el cambio y el santo es condenado a morir de hambre junto con los otros nueve. Diez días después, el 14 de agosto, lo encuentran todavía vivo, le ponen una inyección letal y muere.

Juan Pablo II que lo canonizó en 1982, dijo en el campo de concentración donde murió: Maximiliano Kolbe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida.

Terminamos con la Virgen. Unos meses antes de ser hecho prisionero el padre Kolbe escribió: sufrir, trabajar, morir como caballeros, no con una muerte normal sino, por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada, derramando como auténtico caballero la propia sangre hasta la última gota, para apresurar la conquista del mundo entero para Ella. No conozco nada más sublime.



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