lunes, 9 de marzo de 2009

LA LEY (III DOMINGO CUARESMA)

Cuando Dios creó al hombre, le metió dentro como un chip. Una ley para marcarnos el camino que debemos recorrer en esta vida.

Pero a Dios se le torció la cosa. Adán y Eva se desviaron del camino desobedeciendo a Dios. Eso provocó que al hombre se le nublara la mente, la inteligencia. 

Después del pecado original, se rompió el orden de la naturaleza y, poco después, Caín mató a Abel, vino luego la torre de Babel que fue un intento de querer vivir de espaldas a Dios, por eso acabaron peleándose. 

LA SABIDURÍA DE DIOS

Iahveh dio a su Pueblo la Ley, para que supieran comportarse con sabiduría: todavía hoy en día parece admirable su contenido (cfr. Ex 20,1-17: primera lectura de la Misa). 

Cuanto más se hace caso a Dios dice, más luces tiene uno para actuar mejor. Y cuanto menos caso, no se termina de acertar en las decisiones aunque la persona sea muy inteligente.

Hablando con una persona, me decía que a veces se creía poco listo, porque se enfadaba por tonterías. 

Hablando, llegamos a la conclusión de que eso no depende de la capacidad mental de la persona, sino del sentido sobrenatural que uno tenga. Si estás cerca de Dios aciertas más y te enfadas menos.

El diablo no es tonto. Se le llama Lucifer, porque es el ángel que tenía más luz que ninguno, pero el pecado le ha hecho un desgraciado. La lejanía de Dios le ha hundido en la oscuridad para siempre.

Cuando hacemos caso a Dios, vives sereno y descansado, porque la Ley del Señor es perfecta y es descanso para el alma (Sal 18: responsorial). Y cuando no se hace su voluntad entran remordimientos o se vive con sobresaltos.

La Ley del Señor es lo mejor. Incluso, humanamente hablando, la Ley que Dios le entregó a Moisés era muy superior al ordenamiento jurídico que tenían otras naciones de su época.

-Porque, solo, tú, Señor tienes palabras de vida eterna. Tus mandatos alegra el corazón (cfr. Sal responsorial).

DECÁLOGO

La Ley que dio el Señor a Israel está resumida en los Diez Mandamientos. 

Aunque esos mandatos podían ser descubiertos de forma natural, el hombre no hizo caso y cada vez los incumplía más. 

Entonces Dios permitió el diluvio universal. Se saneó el mundo y sobrevivió lo que había dentro del Arca de Noé.

Pero, después del diluvio, como el hombre tenía dañada su naturaleza, igual que una máquina a la que se le suelta un tornillo que ya no funciona como antes, el hombre siguió haciendo cosas mal.

Por eso, Dios escribió los mandamientos en unas tablas de piedra y se los dio a Moisés, porque los hombres no los leían en sus corazones. Quiso el Señor dejar claro para siempre, esculpidos, los preceptos que el hombre tenía que seguir para ser feliz.

LA SILLA Y EL QUITAMIEDOS

Si el hombre sigue la Ley de Dios se realiza plenamente. Si no la sigue, siempre hará alguna cosa bien, pero en el fondo se está echando a perder. 

Una silla sirve para sentarse. Si la pones boca abajo podrás colgar una chaqueta en una de sus patas, pero no la utilizarás para lo que está realmente hecha. 

Otro ejemplo gráfico es que los Diez Mandamientos son como los quitamiedos que te encuentras a los lados de las carreteras cuando vas en coche. 

Son barreras que están al borde del camino y que impiden que nos salgamos. Nos muestran que por ahí no se puede pasar, y a la vez nos facilitan seguir por el buen camino.

Sería ridículo -¡una locura!- pensar que esas barreras nos quitan la libertad. La libertad para poder saltar y volar con el coche por los acantilados, o estrellarnos contra los árboles. Además, de hacerlo, solo lo podríamos hacer una sola vez.

LA LEY NUEVA

Jesús en el lugar más sagrado que tenían los judíos, en el Templo, actúa con autoridad. Y allí dice que Él es el verdadero Templo (cfr. Jn 2,13-25: Evangelio de la Misa).

Así como Moisés recibió de Dios la Ley antigua, los Apóstoles recibieron de Jesús la Ley Nueva. Pero esta Ley no fue escrita en piedra sino esculpida en el corazón de los cristianos.

LA VIDA EN CRISTO

Ser cristiano no es sólo comportarse de una forma determinada. Más que hacer una serie de cosas es seguir a una Persona. No es estar convencido de una idea, sino enamorado de Alguien.

Los cristianos tenemos que seguir a Cristo, vivir una vida nueva. Y esa vida hay que buscarla en un lugar determinado, en la cruz. Es allí donde está Jesús.

Su nueva ley es el amor. No se trata de seguir unos mandamientos o cosas escritas que uno lee y cumple. Dios es una persona que nos ama. Creemos a Jesús, le seguimos porque es Dios: hizo milagros y se resucitó a sí mismo.

Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos (…) Su resurrección nos revela que Dios no abandonó a los suyos (Es Cristo que Pasa, n. 102).

Otras religiones siguen unos textos, unos mandatos, que, si no cumples, viene el castigo. Nosotros, los cristianos no. Nosotros tenemos que amar al Señor, seguirle, y para eso, debemos coger la cruz cada día. 

El cristianismo no consiste en actuar bien y ya está. Lo nuestro es asombrarnos cada día de que nuestro Dios ha muerto por nosotros. Esto no lo tiene ninguna religión.

LA SABIDURÍA DE DIOS

Los cristianos, como hacía San Pablo, tenemos que hablar de Cristo, sin tener miedo de que haya sido crucificado (cfr. 1 Co, 1,22-25: segunda lectura de la Misa).

Lo necio de Dios es más sabio que los hombres. Lo que los hombres piensan que es locura y tontería, la cruz, precisamente en eso consiste la Sabiduría de Dios.

Precisamente Cristo crucificado manifiesta la Sabiduría de Dios. Su Nueva Ley es el Amor, por eso, Dios es capaz de hacerse Hombre y morir por nosotros. Por eso nos dio a su único Hijo (cfr. Jn 3,16: Versículo antes del Evangelio).

La Sabiduría de Dios no es fría, sino amable y misericordiosa. Es Cristo. Y la Virgen la llevó en sus rodillas. Por eso Ella es Asiento de la Sabiduría.

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