Eso no tiene que ver con la simpatía de la persona que ocupa ese cargo. Hay quienes son más simpáticos y otros que menos.
Lo de graciosa majestad es porque algunas cosas las concede, gratuitamente, graciosamente.
Al no tener obligación de hacerlo, se dice que lo otorga movido por su generosidad.
El Evangelio nos habla de un señor que da una propina generosa a algunos que trabajan para él (Mt 20, 1-16).
Cuando otros compañeros, que han trabajado más, se dan cuenta, se quejan de que esos, haciendo menos, encima cobran un plus.
Les parece injusto porque no han estado la jornada entera y acaban recibiendo lo mismo.
Quizá muchos de nosotros también vemos lógica esa reacción y pensamos igual que ellos.
Por eso el profeta Isaías dice que Dios tiene otra forma de pensar, distinta a la nuestra (Primera lectura de la Misa: Is 55,6-9): «mis planes no son vuestros planes» dice.
El caso es que Dios no da porque tenga obligación de dar, sino porque le da la gana. En definitiva, la razón última es porque nos quiere.
–¡Qué bien nos hace saber que nos quieres tanto!
Amar es regalar, tienen como lema algunos grandes almacenes. Y ojalá que nos regalaran algo cuando vamos, en vez de tener que pagarlo.
El Señor nunca podría tener una tienda. Regalaría todo a la gente que entrara y no haría negocio. Se arruinaría.
Dios nos da gratis su amor porque nos quiere. Su forma de pensar y de actuar es distinta. No tiene previsto enriquecerse con nuestra correspondencia.
Él lo da todo gratis. Regalar, además, sienta muy bien. Es algo agradable. Da gusto que te inviten a comer o que te regalen unas gafas de sol.
El Señor, nos mueve a tratar así a los demás, porque así les alegramos la vida. Nos mueve a quererles sin esperar nada cambio.
–Señor ayúdanos a ser el camino para que les lleguen tus regalos.
Me contaba un sacerdote, que al volver de administrar la Unción de enfermos a una señora, tuvo que coger un taxi.
Durante el trayecto contó que venía de darle la Unción a una enferma. El taxista, con cierta curiosidad, le preguntó que cuánto cobraba por hacer eso. Y el cura le dijo que nada, que así era Dios.
El Señor está constantemente dando sin recibir nada a cambio. Mientras hablaba, el taxista asentía pensativo y admirado.
Este amigo sacerdote terminaba su anécdota sonriente contando que al llegar a su destino el taxista no le quiso cobrar. Aquello le sentó muy bien al cura, claro.
Cuando pensamos en cómo actúa Dios, eso nos anima a hacer lo mismo con los demás.
Pero actuar así hay que proponérselo, no sale solo. Siempre esperamos ser correspondidos, que nos den algo por lo que hacemos.
Durante la Canonización de San Josemaría, algunos tuvimos que ocuparnos de contratar los hoteles para los peregrinos que venían de lejos: América, África...
Una vez terminada la Canonización, los dueños de los hoteles nos hicieron varios regalos, nos invitaron a comer, incluso nos enviaron una cesta de Navidad bastante genorosa: vinos caros, turrones de artesanía, etc.
Se creían que nos dedicábamos como profesión a alojar a cientos de peregrinos cada vez que había una canonización.
Cuando se dieron cuenta de que solo nos habíamos ocupado de la de San Josemaría y que no iban a seguir con el negocio, nos dejaron de enviar regalos.
A nadie le sale dar gratis. Solo a Dios y a los santos (cfr. Segunda lectura: Flp. 1, 20c-24.27a).
Vamos a pensar delante del Señor: ¿Nos enfadamos cuando alguien no nos devuelve un favor? ¿Dejamos de tratar a una persona porque no piensa como nosotros?
¿Hacemos la oración o asistimos a Misa solo cuando sentimos o necesitamos algo? ¿Dejamos de rezar si Dios no nos concede lo que queremos?
–Señor ayúdanos a hacer las cosas sin esperar nada a cambio.
EL Señor nos pide que vayamos más lejos. Nos pide que sonriamos y tratemos con amabilidad a las personas que no nos caen bien o que sabemos que nos han criticado.
–Para hacer eso necesitamos Tu ayuda.
Te cuento una anécdota sencilla pero muy gráfica. En la jornada de las Familias de hace unos días, en Torreciudad, habían puesto fuera de la explanada un pequeño bar donde se podían comprar bocadillos y bebidas.
Era tanta la gente que aquello se colapsó. Los camareros, dos chicos jóvenes, no daban abasto.
Lo curioso de todo es lo que muchos comentaban después de comprar algo: que aquellos dos servían sin poner caras largas o protestando. Lo hacían con amabilidad, sin alterarse.
¿Cómo reacciono cuando alguien me manda algo que no me gusta? ¿Con qué cara miro a las que no me caen bien o me llevan la contraria?
Nos imaginamos a la Virgen siempre dando, sin esperar nada: Ella si que es graciosa.
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