Hay una ciudad en Palestina que es muy antigua. Se llama Jericó. Es un lugar que les costó mucho conquistar a los israelitas cuando entraron en la tierra prometida después de estar 40 años en el desierto.
Moisés había muerto y le sustituyó otro jefe llamado Josué. Dios tenía un plan para poder conquistarla. Era difícil porque estaba rodeada de murallas.
Le dijo a Josué lo que tenía que hacer, él le hizo caso y Jericó cayó. La verdad es que lo que le dijo era un poco absurdo.
Todo el pueblo de Israel tenía que dar, durante seis días, una vuelta a la muralla de la ciudad. Cada día una.
Al séptimo deberían dar siete vueltas, luego los sacerdotes tocarían las trompetas y el pueblo entero deberían dar un grito, un alarido. Entonces se caerían las murallas.
Lo hicieron, y, para el asombro de todos, las murallas se desplomaron milagrosamente (Josué 6, 1 y ss).
Esto sucedió muchos años antes de que naciera Jesús.
Quiso la Providencia, los planes de Dios, que el Señor pasara por Jericó un par de veces.
La segunda vez que lo hizo, Jesús ya era conocido.
Todo el mundo sabía que había expulsado el demonio de un niño, curado a un ciego en un pueblo llamado Betsaida, que dos veces había dado de comer a miles de personas, que curó a un sordomudo…
Por eso, cuando se acercó a Jericó con sus discípulos, la gente le saldría al encuentro y le acompañaría.
Era un honor para ellos tenerlo allí. Algunos se acercarían a verle como se acercan hoy en día para ver a las estrellas de cine, con cierta curiosidad y admiración.
Otros lo harían con recelo. Otros con cariño. Pero todos lo verían como Alguien muy especial.
Se repite un poco esa situación con los que estamos aquí. Habéis venido quizá por simple curiosidad: ¿qué será esto del curso de retiro?
Todas, sabéis que estos días son algo especial porque estaremos con Alguien que lo es de verdad.
Jesús entró en la ciudad sabiendo que tenía el público a favor. Todos le aclamaban.
Cuenta la Escritura que allí había un ciego llamado Bartimeo que oyó este jaleo.
Estaría sentado en la calle, tu en el oratorio. Estaría apoyado quizá en la pared de una casa, tú en un banco.
Llevaba muchos años haciendo siempre lo mismo.
Todo el mundo lo conocía. Era el ciego de siempre, el de la esquina. El ciego de nacimiento.
Y dice el Evangelio que «oyó pasar una multitud». Oyó y preguntó qué es lo que pasaba.
Cuando le dijeron que se trataba del famoso Jesús, el de Nazaret, el que había curado a otros ciegos, no se lo pensó dos veces y empezó a gritar: «Jesús, Hijo de David ten compasión de mí».
El Señor que le oyó desde el principio, no le hizo mucho caso.
Jesús escucha todo, también lo que te está pasando por tu cabeza ahora mismo, porque es Dios.
Bartimeo no paraba de gritar: «Ten compasión de mí». Era la oportunidad de su vida. Quizá no tendría otra para que le curaran.
Y tanto gritaba que los que estaban con él le empezaron a decir que se callara porque parecía un loco.
Quizá haya habido gente que te ha dicho que esto del curso de retiro es una tontería, que no sirve para nada, o que, incluso te pueden comer el coco. Que eso de rezar en serio es mejor que te lo quites de la cabeza.
Pero, seguro que otras personas te han aconsejado que vengas porque vas estar muy contenta.
Si le gritas al Señor para que ayude, Él te ayudará como a Bartimeo y a los israelitas.
El Señor tenía un plan para curar a Bartimeo, lo mismo que tuvo un plan para que Josué conquistara Jericó.
Para ti también ha pensado algo.
No podemos irnos de aquí como hemos venido. ¿Qué es lo que nos pide el Señor para que su plan funcione?
Al ciego le pidió que gritara y a los israelitas que dieran vueltas y que tocaran las trompetas. Algo absurdo ¿verdad?
Pues el Señor te pide que hagas dos cosas. Y, si las haces, te encontrarás con Él. Volverás viendo las cosas de otra manera, como Bartimeo que recobró la vista.
Dos cosas: que duermas y que guardes silencio.
¡Qué absurdo ¿verdad?! Un fin de semana fuera de casa, quizá el primero de tu vida ¿acostarse y dormir? ¡Vaya ocurrencia! Sí, es absurdo.
Pero es la condición que Dios te pide.
Además, si lo piensas, tampoco es tan ilógico. Si Bartimeo se hubiera callado, Jesús hubiera pasado sin más y se acabó.
Si no duermes y no intentas guardar silencio, te ocurrirá que oirás cosas del Señor como a lo lejos, pero no te encontrarás con Él porque estarás dormida.
Colaboró Josué y el pueblo de Israel y cayeron los muros de la ciudad. Colaboró Bartimeo y se curó.
Un Curso de retiro bien hecho mejora tu vida.
Silencio, dormir y así aprovecharemos muy bien estos días.
-Madre nuestra que tengamos dulces sueños por la noche y silencio durante el día.
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