La Samaritana (Jn 4, 5-42): apostolado
Descripción del pasaje: Jesús también se agota pero, a pesar de su cansancio, no deja de pensar en los demás: sobre todo en el bien de las almas.
La Samaritana no parecía muy dispuesta a entablar una conversación profunda, pues ya estaba desencantada y desconfiaba de que nadie se acercara a ella sin ningún interés egoísta.
Jesús comienza pidiéndole un favor: ¡que manera tan delicada de ayudar es pedir ayuda!: es hacerles caer en la cuenta de que pueden ser útiles.
La mujer samaritana responde al Señor con cierta ironía: “¿Cómo es que tú, siendo judío, pides agua a una mujer samaritana?” (como si le dijera: vosotros nos despreciáis, pero ahora tienes que pedirme a mi...).
El señor le hace notar que puede darle a ella lo que nunca ha soñado: la vida sobrenatural, la vida de la gracia, la vida eter¬na.
Esta pobre mujer, se preguntaría por que ese interés de Cristo por ella: “Será porque no conoce mi vida”, piensa.
Cristo le hace ver que la conoce perfectamente y, sin embargo, la quiere, y cuenta con ella para una misión apostólica: que trai¬ga a sus paisanos.
La Samaritana, al saberse amada por el Señor se llena de agradecimiento y deseos de llevar a Jesús a todos los que conoce. Y, pasando por encima de respetos humanos -el miedo a lo que dirán, el temor a ser rechazada-, se lanza a hacer apostolado ¡y consigue traer a todo el pueblo!
Consideraciones: El señor nos esta esperando a todos y a cada uno y podemos dejar de aprovechar esos “encuentros”. A pesar de que nos conoce muy bien y sabe de nuestros errores y miserias, nos quiere y cuenta con nosotros.
No se fija tanto en lo que hemos hecho, cuanto en lo que vamos a hacer a partir de ahora.
Todo encuentro verdadero con Cristo nos tiene que llevar al apostolado, a acercar las almas a Dios.
Los respetos humanos, el miedo a quedar mal delante de los otros, son un freno para el apostolado.
Dios, sin tener necesidad de nadie, quiere necesitar de nosotros para redimir al mundo y llevar a las almas por el camino del cielo.
Dialogo: Señor, que no me conforme con evitar el mal sino que pro¬cure hacer mucho bien a los demás por amor a Ti.
Que yo entienda, Señor, que tengo la obligación -como discípulo tuyo- de hacer un constante apostolado. Más aún, que vea en el apostolado un ideal humano y sobrenatural hacia el cual dirigir todos mis esfuerzos.
Que entienda también que hacer apostolado no es otra cosa que vivir con naturalidad mi fe y mi amor a ti, de modo que lo se note en todas mis actividades corrientes.
Que yo haga apostolado con mis parientes, con mis compañeros de clase, con los amigos y con cualquier persona con la que me relacione con el motivo que sea.
Que sepa aprovechar las oportunidades y que sepa provocarlas.
Que, antes de hablar a los demás de Ti, rece y ofrezca sacrificios por ellos.
Madre mía, reina de los apóstoles enséñame y animame a ser apóstol de tu Hijo.
Descripción del pasaje: Jesús también se agota pero, a pesar de su cansancio, no deja de pensar en los demás: sobre todo en el bien de las almas.
La Samaritana no parecía muy dispuesta a entablar una conversación profunda, pues ya estaba desencantada y desconfiaba de que nadie se acercara a ella sin ningún interés egoísta.
Jesús comienza pidiéndole un favor: ¡que manera tan delicada de ayudar es pedir ayuda!: es hacerles caer en la cuenta de que pueden ser útiles.
La mujer samaritana responde al Señor con cierta ironía: “¿Cómo es que tú, siendo judío, pides agua a una mujer samaritana?” (como si le dijera: vosotros nos despreciáis, pero ahora tienes que pedirme a mi...).
El señor le hace notar que puede darle a ella lo que nunca ha soñado: la vida sobrenatural, la vida de la gracia, la vida eter¬na.
Esta pobre mujer, se preguntaría por que ese interés de Cristo por ella: “Será porque no conoce mi vida”, piensa.
Cristo le hace ver que la conoce perfectamente y, sin embargo, la quiere, y cuenta con ella para una misión apostólica: que trai¬ga a sus paisanos.
La Samaritana, al saberse amada por el Señor se llena de agradecimiento y deseos de llevar a Jesús a todos los que conoce. Y, pasando por encima de respetos humanos -el miedo a lo que dirán, el temor a ser rechazada-, se lanza a hacer apostolado ¡y consigue traer a todo el pueblo!
Consideraciones: El señor nos esta esperando a todos y a cada uno y podemos dejar de aprovechar esos “encuentros”. A pesar de que nos conoce muy bien y sabe de nuestros errores y miserias, nos quiere y cuenta con nosotros.
No se fija tanto en lo que hemos hecho, cuanto en lo que vamos a hacer a partir de ahora.
Todo encuentro verdadero con Cristo nos tiene que llevar al apostolado, a acercar las almas a Dios.
Los respetos humanos, el miedo a quedar mal delante de los otros, son un freno para el apostolado.
Dios, sin tener necesidad de nadie, quiere necesitar de nosotros para redimir al mundo y llevar a las almas por el camino del cielo.
Dialogo: Señor, que no me conforme con evitar el mal sino que pro¬cure hacer mucho bien a los demás por amor a Ti.
Que yo entienda, Señor, que tengo la obligación -como discípulo tuyo- de hacer un constante apostolado. Más aún, que vea en el apostolado un ideal humano y sobrenatural hacia el cual dirigir todos mis esfuerzos.
Que entienda también que hacer apostolado no es otra cosa que vivir con naturalidad mi fe y mi amor a ti, de modo que lo se note en todas mis actividades corrientes.
Que yo haga apostolado con mis parientes, con mis compañeros de clase, con los amigos y con cualquier persona con la que me relacione con el motivo que sea.
Que sepa aprovechar las oportunidades y que sepa provocarlas.
Que, antes de hablar a los demás de Ti, rece y ofrezca sacrificios por ellos.
Madre mía, reina de los apóstoles enséñame y animame a ser apóstol de tu Hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario