La devoción al Sagrado Corazón de Jesús recibió un especial impulso el 16 de junio de 1675.
En esa fecha se le apareció Nuestro Señor a Santa Margarita María de Alacoque y le mostró su Corazón. Estaba rodeado de llamas, coronado de espinas, con una herida abierta que manaba sangre y, del interior, salía una cruz.
Santa Margarita escuchó al Señor decir: «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor».
Aunque pensemos que el amor de Dios no se puede ver, sí se puede porque se ha encarnado. Amó al joven rico y se compadeció al ver tanta gente que estaba sin comer.
Fue su Sagrado Corazón el que cargó con las miserias y pecados de todos los hombres de todos los tiempos.
UNA OPERACIÓN A CORAZÓN ABIERTO
En la noche del Jueves Santo, en el Huerto de los Olivos, Jesús nos enseñó su Sagrado Corazón lleno de toda la miseria humana.
Cuenta Catalina de Emerich que se llevó a Pedro, Juan y Santiago, y entró en el jardín de los Olivos. Estaba muy triste: Mi alma está triste hasta la muerte, dice la Escritura, porque sabía lo que se le venía encima.
Por eso les dijo a los discípulos: velad y orad conmigo para no caer en tentación. Es justamente lo que estamos haciendo ahora, acompañarle.
Jesús se separó, y se metió debajo de un peñasco, como una especie de gruta. Se metió hacia adentro. Cuenta la Emerich que vio alrededor del Señor un círculo de figuras que lo estrechaban cada vez más. Se llenó Jesús de tristeza y angustia.
Él que era la pura inocencia empezó a temblar al ver el horrible espectáculo de todos los pecados cometidos desde la caída del primer hombre hasta el fin del mundo, y su castigo.
UN CORAZÓN EN CARNE VIVA
Postrado en tierra, inclinado su rostro todos los pecados del mundo se le aparecieron bajo infinitas formas en toda su fealdad interior; los tomó todos sobre sí, y se ofreció para pagar esa deuda.
Todos los pecados, toda la malicia, todos los vicios, los tormentos, las ingratitudes que le oprimían: el espanto de la muerte le llenaron de terror. Se echó encima todos los pecados, también vio los nuestros.
Al principio, Jesús estaba arrodillado y oraba con serenidad. Después su alma se horrorizó tanto al ver los crímenes de los hombres y su ingratitud con Dios que sintió un dolor tan grande que le salió decir: ¡Padre mío, todo os es posible: alejad este cáliz!
Sus rodillas vacilaron, juntaba las manos, inundado de sudor, y se estremecía de horror. Tenía la cara descompuesta. Estaba desconocido, pálido y erizados los cabellos sobre la cabeza. Había estado orando una hora.
CONSOLANDO A DIOS
Jesús no aguanta más y va donde estaban los tres Apóstoles en busca de consuelo. Pero los encontró dormidos, cansados por la tristeza y la inquietud.
El Señor acude a ellos lleno de terror, pero ellos dormían: Simón, ¿duermes? ¿No podíais velar una hora conmigo?
Hoy queremos estar despierto, acompañado y consolando su Sagrado Corazón.
Impresiona imaginarse al Señor temblando, descompuesto, pálido, empapado en sudor; con un timbre de voz que no era el suyo.
El Señor, en el Huerto de los Olivos sudó sangre al ver toda la miseria humana, por eso las venas no le aguantaron y, en la cruz, de su corazón traspasado salió sangre y agua (Jn 19,31-37: Evangelio de la Misa).
Hoy, Jesús nos enseña su Corazón herido, y, sin embargo, es continuamente rechazado. Lo enseña para que los vea todo el mundo, a ver si reaccionamos.
Parece como nos dijera: «A vosotros os es natural amar a alguien que os ha sacado de un gran peligro; pero a Mí, que os he librado del Infierno, ¿por qué no Me amáis?».
DIOS, NUESTRO CONSUELO
Dios se nos ha revelado en el Señor. Se ha abajado para que nosotros viéramos como es.
¡Qué consuelo da saber que Jesús soportó nuestros pecados, que su corazón sufriera tanto por amor a nosotros!
Esta manera de ser de Dios viene de antiguo. En el Libro del Profeta Oseas leeremos unas palabras desconcertantes, pero que nos ayudan a entender el amor de Dios. Dicen: «cuando Israel era niño, Yo lo amé» (11, 1.3-4.8-9). Y san Juan afirma que «el amor es de Dios» (1 Jn 4, 7: Aleluya de la Misa).
Dios nos ama aunque seamos infieles. Nos quiere porque es bueno. Y nos querrá siempre aunque no le correspondamos. En él, siempre encontraremos comprensión y perdón.
Por eso dice Isaías: «sacaréis agua con gozo de las fuentes del Salvador» (Is 12,2-6). Podemos repetir ahora: -Bendito sea su sacratísimo Corazón.
SER CONSUELO PARA LOS DEMÁS
Los santos han sido conscientes de esto. Por eso, san Josemaría decía: «Tengamos presente toda la riqueza que se encierra en estas palabras: Sagrado Corazón de Jesús (…).
»En la fiesta de hoy hemos de pedir al Señor que nos conceda un corazón bueno, capaz de compadecerse de las penas de las criaturas, capaz de comprender que, para remediar los tormentos que acompañan y no pocas veces angustian las almas en este mundo, el verdadero bálsamo es el amor, la caridad.
»Si queremos ayudar a los demás, hemos de amarles, insisto, con un amor que sea comprensión y entrega, afecto y voluntaria humildad. Así entenderemos por qué el Señor decidió resumir toda la Ley en ese doble mandamiento, que es en realidad un mandamiento solo: el amor a Dios y el amor al prójimo, con todo nuestro corazón» (Cfr. Mt 12, 40).
-Danos, Señor, un corazón como el tuyo, capaz de querer a los demás con sus defectos y pecados (cfr. Salmo 102).
Gracias a la Virgen el Corazón de Jesús late, a pesar de estar lleno de nuestras miserias. Pidamos a nuestra Madre que el nuestro también sea misericordioso con los demás.
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