Celebramos hace poco la fiesta de la Santísima Trinidad. Tres personas distintas y un solo Dios verdadero: el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Pero no son tres dioses sino un solo Dios.
De este misterio se pueden sacar varias conclusiones. Yo querría que en este rato de oración nos fijemos en una. Que Dios es una familia muy unida: diversidad de personas perfectamente unidas entre sí.
Señor, te contemplamos sin entender demasiado. Pero nos impresiona la unidad que hay entre las tres Personas Divinas.
LA FAMILIA UNIDA DE LOS HOMBRES
Queremos, no sólo admirar, sino aprender de la intensísima comunión que hay entre las Divinas Personas, para vivirla también nosotros. Es ambicioso, pero es algo que el mismo Jesús desea para los cristianos.
Quiere el Señor que sus discípulos estemos unidos, tanto como la Santísima Trinidad. Así se lo pidió al Padre durante lo que se llama la oración sacerdotal de Jesús, en la Última Cena.
Comienza el Señor rogando por los apóstoles, que estaban con Él en ese momento. Pero luego, su Corazón se desborda y transciende a los que le acompañaban para derramar su Amor en los que vendríamos después.
No ruego sólo por éstos, sino por los que van a creer en mí por su palabra –esos somos nosotros–. Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros.
Lo que pide el Señor es la unidad de todos los cristianos. Una unidad tan fuerte como la de las Tres Personas Divinas. ¿Y para qué?
Para que el mundo crea que Tú me has enviado.
Éste es el testimonio que tenemos que dar los cristianos. Si no, no se va a propagar el Evangelio. Al menos como el Señor quiere que lo haga. Porque, si no estamos unidos, no vamos a tener la credibilidad necesaria para que se acerque la gente a la Iglesia. No vamos a ser la imagen de la Santísima Trinidad que los hombres esperan ver.
Quizá podamos pensar en un primer momento en la falta de unidad que hay entre los cristianos, a nivel mundial. Los protestantes, con todas sus ramificaciones, según la interpretación que hagan de la Escritura. Los ortodoxos, con unas iglesias totalmente identificadas con los gobiernos de los países donde están. Los anglicanos, que se separaron de la Iglesia por una cuestión política...
Es verdad, es algo que desgarra a nuestra madre la Iglesia y que tenemos que llevar en el corazón constantemente. Como sabes, era una de las intenciones principales del Papa Juan Pablo II y sigue siéndolo de Benedicto XVI.
Que seamos uno, como lo son el Padre el Hijo y el Espíritu Santo. Y la realidad es que no lo somos.
Y quizá se nos puede echar un poco encima el problema y decirnos y yo, ¿qué puedo hacer?
Es bueno que nos lo planteemos así: ¿qué puedo hacer para contribuir a la unidad de la Iglesia?Si yo no conozco a ningún protestante, ortodoxo o anglicano.
Quizá lo primero sea actualizar nuestra oración, unirla a la de Jesucristo: que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí y yo en Ti. Eso está al alcance de todas las fortunas.
SEMBRADORES DE UNIDAD
Y después sembrar unidad a nuestro alrededor. Porque la unidad de la Iglesia no sólo se rompe con los cismas. Ya se ve que es un problema antiguo, al menos en algunos lugares, porque ya San Pablo escribía a los de Corinto:
Os exhorto, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que (...) no haya divisiones entre vosotros, sino que viváis unidos en un mismo pensar y en un mismo sentir. (1 Cor, 1,11)
Y no era un consejo por si acaso surgía algún pequeño roce entre ellos. Era un mandato porque ya había divisiones que escandalizaban a los paganos:
Pues he sabido acerca de vosotros, hermanos míos, (...) que existen discordias entre vosotros. (1 Cor, 1, 11–12)
Y a nosotros nos puede ocurrir lo mismo. Seguramente no vamos a provocar que se desgaje una parte de la Iglesia. Pero sí rompemos su unidad cuando dejamos de estar unidos a alguno de sus miembros.
Cuando vamos criticando a los demás a sus espaldas, en vez de decirles lo que tienen que mejorar a la cara. O cuando vamos guardando rencores de “ofensas” (entre comillas) que tendríamos que haber perdonado al instante. O cuando hacemos distingos en nuestro trato somos capaces de marginar a una persona porque nos caiga peor.
Y es que no nos damos cuenta de que los cristianos que tengo a mi alrededor son Iglesia. Por voluntad de Dios, la Iglesia es una familia: nuestra familia. Y los demás cristianos, nuestros hermanos. Y a los hermanos se les quiere. Por encima de diferencias. Se les perdona y se les pide perdón. Igual que la Santísima Trinidad es La Familia, por excelencia, la Iglesia tiene que ser Familia. Y una familia unida.
UNIDAD DE AFANES Y VERDADES
Unidad que se manifiesta, se tiene que manifestar, en unidad de afanes: estamos en el mundo todos para lo mismo. Para querer mucho al Señor y para irnos al cielo. Y para llevar a mucha gente con nosotros a la vida eterna. Todo lo demás es secundario.
¿Qué más nos da que tengamos opiniones distintas sobre las cosas terrenas?
El equipo de fútbol, el partido político o la música que más nos gusta. Eso no es lo importante.
Y este afán nos une a todos los demás cristianos. Cercanos y lejanos, trascendiendo diferencias de cualquier tipo. Compartimos también la misma fe, el mismo modo de ver las cosas. Y los mismos medios para alcanzar la santidad.
Por la Comunión de los santos, hemos de sentirnos muy unidos a nuestros hermanos de todo el mundo.
UNIDAD DE AMOR
Señor, Tú nos unes a los demás. Sobre todo compartimos nuestro amor a Ti.
Y no es un amor que nos separe, como pueden ser los amores de la tierra, sino que lo podemos compartir y eso nos une. Porque el amor a Jesucristo nos cambia el corazón. Por eso, conseguiremos que los cristianos estemos unidos en la medida en que tengamos como centro a Cristo.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos (Io 15,5).
No puede ser de otra manera. Toda unidad se alimenta, de la unidad con Cristo. Los sarmientos están unidos entre sí en la medida en que estén unidos a la vid. Porque es el único modo de que tengan vida. Y sin vida no puede haber unión con los demás.
Señor, queremos que la unión con nuestro hermanos esté basada en nuestra unión contigo.
Quizá se entienda mejor desde el punto de vista negativo: todo pecado es una ofensa a Dios y un daño a nosotros mismos. Pero a la vez, produce una lesión de la comunión que nos une a todos los hijos de Dios.
LA BASE ES LA HUMILDAD
Por esto la unidad tiene su base en la humildad; porque Dios da su gracia a los humildes (cfr. Iac 4,6; 1 Petr 5,5). La humildad es vivir de acuerdo con la verdad sobre nosotros y sobre Dios. Es darnos cuenta de lo poca cosa que somos. Y de lo mucho que lo necesitamos.
Sin mí no podéis hacer nada (Io 15,5);
Y esta convicción nos lleva a acudir a Dios para todo.
Señor, todo lo mío lo pongo en tus manos. Son las mejores. No voy a intentar mejorar con mis solas fuerzas.
Es muy claro que, el cemento de la unidad es la caridad, el amor a Dios y a los demás. Y para vivir la caridad hay que ser humildes. Dicen los santos que la humildad es la puerta para la caridad. Porque todo hombre se encuentra ante la disyuntiva: o amor a Dios o amor a sí mismo.
Dos amores construyeron dos ciudades: el amor de Dios hasta el desprecio de uno, la de Dios; el amor de uno mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena (San Agustín, De Civitate Dei, 14,28).
Se trata de que veamos qué ciudad estamos construyendo en nuestra alma. Y para eso hay que abrir el corazón de par en par, con toda sinceridad y sin miedo a lo que nos encontremos. Sin humildad no hay caridad posible y sin caridad comienza la división.
María es la que Madre de la Iglesia que une a sus hijos. Si la queremos mucho, no ha brá nada que nos separe de los demás.
De este misterio se pueden sacar varias conclusiones. Yo querría que en este rato de oración nos fijemos en una. Que Dios es una familia muy unida: diversidad de personas perfectamente unidas entre sí.
Señor, te contemplamos sin entender demasiado. Pero nos impresiona la unidad que hay entre las tres Personas Divinas.
LA FAMILIA UNIDA DE LOS HOMBRES
Queremos, no sólo admirar, sino aprender de la intensísima comunión que hay entre las Divinas Personas, para vivirla también nosotros. Es ambicioso, pero es algo que el mismo Jesús desea para los cristianos.
Quiere el Señor que sus discípulos estemos unidos, tanto como la Santísima Trinidad. Así se lo pidió al Padre durante lo que se llama la oración sacerdotal de Jesús, en la Última Cena.
Comienza el Señor rogando por los apóstoles, que estaban con Él en ese momento. Pero luego, su Corazón se desborda y transciende a los que le acompañaban para derramar su Amor en los que vendríamos después.
No ruego sólo por éstos, sino por los que van a creer en mí por su palabra –esos somos nosotros–. Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros.
Lo que pide el Señor es la unidad de todos los cristianos. Una unidad tan fuerte como la de las Tres Personas Divinas. ¿Y para qué?
Para que el mundo crea que Tú me has enviado.
Éste es el testimonio que tenemos que dar los cristianos. Si no, no se va a propagar el Evangelio. Al menos como el Señor quiere que lo haga. Porque, si no estamos unidos, no vamos a tener la credibilidad necesaria para que se acerque la gente a la Iglesia. No vamos a ser la imagen de la Santísima Trinidad que los hombres esperan ver.
Quizá podamos pensar en un primer momento en la falta de unidad que hay entre los cristianos, a nivel mundial. Los protestantes, con todas sus ramificaciones, según la interpretación que hagan de la Escritura. Los ortodoxos, con unas iglesias totalmente identificadas con los gobiernos de los países donde están. Los anglicanos, que se separaron de la Iglesia por una cuestión política...
Es verdad, es algo que desgarra a nuestra madre la Iglesia y que tenemos que llevar en el corazón constantemente. Como sabes, era una de las intenciones principales del Papa Juan Pablo II y sigue siéndolo de Benedicto XVI.
Que seamos uno, como lo son el Padre el Hijo y el Espíritu Santo. Y la realidad es que no lo somos.
Y quizá se nos puede echar un poco encima el problema y decirnos y yo, ¿qué puedo hacer?
Es bueno que nos lo planteemos así: ¿qué puedo hacer para contribuir a la unidad de la Iglesia?Si yo no conozco a ningún protestante, ortodoxo o anglicano.
Quizá lo primero sea actualizar nuestra oración, unirla a la de Jesucristo: que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí y yo en Ti. Eso está al alcance de todas las fortunas.
SEMBRADORES DE UNIDAD
Y después sembrar unidad a nuestro alrededor. Porque la unidad de la Iglesia no sólo se rompe con los cismas. Ya se ve que es un problema antiguo, al menos en algunos lugares, porque ya San Pablo escribía a los de Corinto:
Os exhorto, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que (...) no haya divisiones entre vosotros, sino que viváis unidos en un mismo pensar y en un mismo sentir. (1 Cor, 1,11)
Y no era un consejo por si acaso surgía algún pequeño roce entre ellos. Era un mandato porque ya había divisiones que escandalizaban a los paganos:
Pues he sabido acerca de vosotros, hermanos míos, (...) que existen discordias entre vosotros. (1 Cor, 1, 11–12)
Y a nosotros nos puede ocurrir lo mismo. Seguramente no vamos a provocar que se desgaje una parte de la Iglesia. Pero sí rompemos su unidad cuando dejamos de estar unidos a alguno de sus miembros.
Cuando vamos criticando a los demás a sus espaldas, en vez de decirles lo que tienen que mejorar a la cara. O cuando vamos guardando rencores de “ofensas” (entre comillas) que tendríamos que haber perdonado al instante. O cuando hacemos distingos en nuestro trato somos capaces de marginar a una persona porque nos caiga peor.
Y es que no nos damos cuenta de que los cristianos que tengo a mi alrededor son Iglesia. Por voluntad de Dios, la Iglesia es una familia: nuestra familia. Y los demás cristianos, nuestros hermanos. Y a los hermanos se les quiere. Por encima de diferencias. Se les perdona y se les pide perdón. Igual que la Santísima Trinidad es La Familia, por excelencia, la Iglesia tiene que ser Familia. Y una familia unida.
UNIDAD DE AFANES Y VERDADES
Unidad que se manifiesta, se tiene que manifestar, en unidad de afanes: estamos en el mundo todos para lo mismo. Para querer mucho al Señor y para irnos al cielo. Y para llevar a mucha gente con nosotros a la vida eterna. Todo lo demás es secundario.
¿Qué más nos da que tengamos opiniones distintas sobre las cosas terrenas?
El equipo de fútbol, el partido político o la música que más nos gusta. Eso no es lo importante.
Y este afán nos une a todos los demás cristianos. Cercanos y lejanos, trascendiendo diferencias de cualquier tipo. Compartimos también la misma fe, el mismo modo de ver las cosas. Y los mismos medios para alcanzar la santidad.
Por la Comunión de los santos, hemos de sentirnos muy unidos a nuestros hermanos de todo el mundo.
UNIDAD DE AMOR
Señor, Tú nos unes a los demás. Sobre todo compartimos nuestro amor a Ti.
Y no es un amor que nos separe, como pueden ser los amores de la tierra, sino que lo podemos compartir y eso nos une. Porque el amor a Jesucristo nos cambia el corazón. Por eso, conseguiremos que los cristianos estemos unidos en la medida en que tengamos como centro a Cristo.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos (Io 15,5).
No puede ser de otra manera. Toda unidad se alimenta, de la unidad con Cristo. Los sarmientos están unidos entre sí en la medida en que estén unidos a la vid. Porque es el único modo de que tengan vida. Y sin vida no puede haber unión con los demás.
Señor, queremos que la unión con nuestro hermanos esté basada en nuestra unión contigo.
Quizá se entienda mejor desde el punto de vista negativo: todo pecado es una ofensa a Dios y un daño a nosotros mismos. Pero a la vez, produce una lesión de la comunión que nos une a todos los hijos de Dios.
LA BASE ES LA HUMILDAD
Por esto la unidad tiene su base en la humildad; porque Dios da su gracia a los humildes (cfr. Iac 4,6; 1 Petr 5,5). La humildad es vivir de acuerdo con la verdad sobre nosotros y sobre Dios. Es darnos cuenta de lo poca cosa que somos. Y de lo mucho que lo necesitamos.
Sin mí no podéis hacer nada (Io 15,5);
Y esta convicción nos lleva a acudir a Dios para todo.
Señor, todo lo mío lo pongo en tus manos. Son las mejores. No voy a intentar mejorar con mis solas fuerzas.
Es muy claro que, el cemento de la unidad es la caridad, el amor a Dios y a los demás. Y para vivir la caridad hay que ser humildes. Dicen los santos que la humildad es la puerta para la caridad. Porque todo hombre se encuentra ante la disyuntiva: o amor a Dios o amor a sí mismo.
Dos amores construyeron dos ciudades: el amor de Dios hasta el desprecio de uno, la de Dios; el amor de uno mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena (San Agustín, De Civitate Dei, 14,28).
Se trata de que veamos qué ciudad estamos construyendo en nuestra alma. Y para eso hay que abrir el corazón de par en par, con toda sinceridad y sin miedo a lo que nos encontremos. Sin humildad no hay caridad posible y sin caridad comienza la división.
María es la que Madre de la Iglesia que une a sus hijos. Si la queremos mucho, no ha brá nada que nos separe de los demás.
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