Hace unos días nos relataba el libro de los Hechos de los Apóstoles que Esteban, lleno del Espíritu Santo –del Amor de Dios– se dejó apedrear (cfr. 7,51–8,1: Primera lectura de la Misa del martes de la III Semana de Pascua).
Fue el primer mártir del cristianismo, muriendo por confesar que profesaba las enseñanzas de Jesucristo.
Todavía se oía el eco de aquellas palabras de nuestro Señor: «Que os améis unos a otros» (Jn 13,34).
Jesús se las dirigió a los Doce y también nos lo dice a nosotros.
La fraternidad cristiana es una cosa difícil de vivir. Quizá a algunos le puede parecer casi imposible.
Y si a alguien le puede resultar costosa, es porque será una persona con experiencia.
Cuando se es joven, y escucha las palabras del Señor «que os améis unos a otros» puede parecer lo más natural del mundo.
MÁS DIFICIL TODAVÍA
Pero el Señor no sólo dijo eso. Añadió: «que os améis unos a otros como Yo os he amado».
–Pues ya está, si hay que dar la vida por los demás se da
Esto lo puede decir una persona sin mucha experiencia. Pero cuando se llevan años de lucha, a uno le puede resultar tremendamente difícil.
Y sin embargo el Señor lo mandó: era «su mandamiento». Y además de ser un mandato expreso de Jesús, lo anuncia como si fuese una novedad que hasta entonces no había sido escuchada.
UN MANDATO DIFÍCIL
Es un mandato difícil de cumplir. Incluso por personas entregadas a Dios. Porque siempre hay simpatías y antipatías: es lo natural.
–Me cae antipático. No lo puedo resistir. No digo yo que no sea bueno. Es que no lo aguanto...
Casi todo en él me resulta desagradable. Quizá por culpa mía. Me gustaría quererle, pero en la práctica no puedo, es superior a mis fuerzas.
Esto es cierto. En la práctica lo más llevadero es querer a las personas que nos caen bien.
Suelen ser inteligentes, jóvenes, simpáticas y acogedoras. A esas personas es fácil quererlas, aunque como es lógico no sean perfectas.
Es desde luego difícil querer a personas con defectos físicos poco agradables. Y sobre todo es difícil querer a personas que tienen un defecto espiritual desagradable.
LO FÁCIL
Lo fácil es tratar bien a las personas que nos encontramos con poca frecuencia. No es costoso para personas educadas ser amables y corteses con los vecinos, o con personas que tratamos poco.
Sin embargo los roces y las heridas pueden venir con el trato.
En general una persona educada suele tratar bien a todo el mundo. No tenemos nada contra nadie, hasta que descubrimos que ha hablado mal de nosotros o le caemos mal.
Entonces ya pasa a nuestra lista negra.
LA LISTA NEGRA
Me decía una persona:
–Hay gente tiene como una lista mental de personas que le caen bien y las que le caen mal.
No hace falta que memoricen esa lista porque la tienen incorporada.
Por un lado, están los que piensan como él.
Y por otro los que no entienden su manera de ser.
A veces algunos cambian de una lista a otra, dependiendo de si rectifican su opinión: si nos alaban, o si nos hacen algún favor o se dirigen a nosotros con cariño.
A LUCHAR
Hay personas de buen corazón que se plantean el mandato del Señor, y se lanzan a conseguir esa meta con una buena dosis de ingenuidad.
Por eso se hacen planes como el que quiere conseguir ganar una batalla estratégica.
No consiste el amor cristiano en la contabilidad de acciones fraternas: servir el agua, el café, el vino, la cerveza... en plan de apuntarse actos de vencimiento personal.
Eso sería la pescadilla que se muerde la cola: yo quiero conseguir la perfección de la fraternidad a costa de los demás.
Esto sería como un experto en comunicación al que nadie quiere escuchar.
EL AMOR CRISTIANO
El mandato del Señor, no es que sea difícil de cumplir, es que no está a nuestro alcance: no es posible que nosotros amemos como el Señor si Él no nos concede ese amor.
Lo primero es darnos cuenta de nuestra ineptitud, y después pedir al Señor el Amor que Él no tiene.
San Josemaría decía: «Si de veras amases a Dios con todo tu corazón, el amor al prójimo —que a veces te resulta tan difícil— sería una consecuencia necesaria del Gran Amor. —Y no te sentirías enemigo de nadie, ni harías acepción de personas» (Forja, 869).
Gran Amor, está puesto con mayúscula. Tenemos que pedir el Amor de Dios. Este es el secreto de la fraternidad tal y como el Señor quiere que la vivamos.
Jesús la pidió para nosotros en la Cruz: Jesús murió en el madero para que nosotros recibiésemos el Amor del Padre y su propio Amor.
Por eso decía San Josemaría que el Espíritu Santo –el Amor de Dios– es fruto de la Cruz.
Si el Señor nos pide una cosa imposible: que queramos a los demás como Él nos ha amado, y en cima no los ordena, es señal de que nos lo quiere dar Él, porque eso no está en nuestra mano.
AMAR PARA CONOCER
Lo filósofos dicen la inteligencia es primero que el Amor. Que no se puede querer sin conocer.
Se habla de la primacía de la inteligencia. El cielo es precisamente contemplación. Contemplación enamorada, pero contemplación que realizamos con la inteligencia.
Sin embargo también dicen los filósofos que en nuestro estado actual lo principal es saber amar. Ahí está la excelencia de nuestra vida.
A Dios no podremos conocer completamente.
Tampoco podemos conocer enteramente a una persona, porque cada uno es un misterio.
Ni siquiera nosotros mismos nos conocemos bien.
Sin embargo una persona que ama conoce lo más perfectamente que puede.
Por eso si no queremos a una persona –por mucho que la conozcamos– no la llegaremos a conocer bien.
Querer para conocer.
QUERER COMO EL SEÑOR
Pero esto es ética humana. Lo que se nos manda es dar la vida tal y como el Señor la dio por nosotros. Y para esto hace falta mucha fortaleza.
Dejarse avasallar, insultar, pegar... Y todo eso con mansedumbre, porque queremos ganar almas.
Esto sólo lo podemos hacer si el Señor nos da la fuerza: morir por los demás en la cruz de cada día, donde se reciben alfilerazos.
Continuamente tenemos que vivir la virtud de la caridad. No está reservada para algunos momentos estelares.
No hay virtudes de reserva. Si no se actualizan continuamente no se tienen.
–Danos tu Amor, danos el Espíritu Santo, que nos enseñará todas cosas, porque nos llevará a querer de verdad.
Que sabia era la Virgen: estaba casada con el Amor de Dios. Y por eso pudo ayudar a sus amigas: algunas eran santas, pero otras pecadoras, de las que el Señor sacó demonios.
La Virgen las ayudó, porque las quería, y así pudo conocerlas a fondo.
Así ganó a María Magdalena, que es una de las santas más grandes, por su Amor hacia Jesús.
Sin duda la Magdalena antes de convertirse tendría buen corazón, pero la Virgen le enseñaría después a utilizarlo bien.
Antes hablábamos de Esteban, que se dejó apedrear. También nosotros preferimos ser mártires a verdugos. Dejarnos golpear que maltratar nosotros a los demás.
Esto es lo que hizo Jesús: dejó que lo hirieran, no opuso resistencia. Mandó a Pedro que guardará la espada porque quien a hierro mata a hierro muere.
Fue siempre manso y humilde de corazón porque quería a los que le ofendían. Sabía que estaban equivocados.
Jesús nos mandó que nos amaramos como Él nos quiere. Y nos dará ese Amor fuerte en la Eucaristía.
Él es el Pan de Vida, y en la Eucaristía nos da todo su ser, para que también nosotros lo demos a los demás (cfr. Jn 6,30–35: Evangelio de la Misa).
Pidamos en la acción de gracias de la Misa, lo que nos mandó y nos entregó en la Primera Misa.
Allí estaba la Virgen comulgando para poder también ella entregar su vida por nosotros: como Madre nuestra que es. Ella también nos dice amaos los unos a los otros como yo os he amado.
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