Todos sabemos que, para ser santo, lo importante es reconozcer los errores. Porque, cuando se hace, es muy fácil que te ayuden. De otra manera, se avanza más bien poco, ya que la persona no lucha en su verdadero problema. Y eso es una tragedia.
Hay gente, lo sabemos por experiencia, que se cree que actúa bien y no se da cuenta sus fallos. En el fondo no es realista. ¡Que rápido va alguien cuando se deja corregir!, іy que despacio cuando se enfada!
Contaban en una ocasión en que D Álvaro estaba enfermo en la cama, que san Josemaría le recriminó a don Florencio, otro sacerdote, una cosa que había hecho mal.
El santo que sabía a quién corregía, salió de la habitación y don Álvaro para quitar hierro le dijo a don Florencio: de esas a mí me dice 5 al día. Y no lo decía con acritud. No nos extraña que esté abierto su proceso de canonización.
¡NO SE LE PUEDE DECIR NADA!
Hace unos meses me decía una madre, casi desperada, de su hija que esta en la ESO: si es que no hay manera de decirle nada, porque todo se lo toma a la tremenda. Y lo peor, es que se cree perfecta y que todo lo hace bien.
Esto me trae a la memoria una vez que le pregunté a una alumna: oye tú ¿cuánta verdad sobre ti misma estas dispuesta a aguantar? Y, ella, con cierta gracia me dijo: ¿y usted?
-Señor, yo ¿cuánta verdad estoy dispuesto a escuchar? ¿Cuánta he escuchado e he aceptado ya?
San Josemaría cuando abría su alma, al terminar, decía al que le escuchaba: si quieres, ahora tú pregúntame lo que te parezca.
CORREGIR AL PAPA
Hay un pasaje de la Escritura que nos puede servir. Se trata de cuando que San Pablo tuvo que corregir en público a San Pedro, porque su conducta iba en contra de lo que Dios quiere.
En el concilio de Jerusalén habían decidido los Apóstoles que los cristianos no tenían porqué cumplir las costumbres judías. Entre ellas estaba la prohibición de no comer carne con sangre. Decidieron que se podía comer inspirados por el Espíritu Santo.
Un día Pedro, el primer Papa, viajó a Antioquia donde vivían muchos cristianos no judíos. Allí estaba también Pablo. San Pedro se sentó a la mesa para comer lo que le pusieran, y entre otras cosas había asado de liebre, carne de puerco y anguila de Orontes, que así se llamaba el río que cruzaba Antioquía.
A San Pedro le entraron dudas de si comer o no comer ese tipo de carne, por no quedar mal delante de alguno judíos que allí estaban. Al final decidió seguir la costumbre judía de no comer.
Aquello fue un golpe muy duro para los de cristianos no judíos de Antioquia. Además, su mal ejemplo cundió, y otro de los discípulos, Bernabé, tampoco comió.
San Pablo se encontró en la difícil situación de tener que corregir a Pedro, la cabeza de la Iglesia. Le costó y, además, lo hizo en público para sanar también su mal ejemplo. San Pedro rectificó, se dejó decir todo, fue dócil al Espíritu Santo, y por eso alcanzó la santidad.
DOS PUEBLOS Y UNA GASOLINERA
Lo normal en esta vida es tener errores. Lo anormal es que no nos los puedan decir.
Al Señor no le importan nuestros fallos, lo peor es que no le dejemos actuar. Porque, entonces, ponemos dificultades a la acción del Espíritu Santo.
¡Cuánto ayudan la biografías de los conversos! Ayudan sobre todo ver su docilidad al Paráclito.
La coversión de un famoso actor de cine mexicano de hace unos años, es un ejemplor de esto.
El inicio de su conversión no fue cuando habló largo y tendido con el sacerdote, sino cuando su profesora de inglés le echó en cara sus errores.
Se había pasado bastante de la raya en el ambiente frivolo en el que se movía. Se pasó dos pueblos y una gasolinara como quien dice. Pero se dejó decir todo y ahora está feliz.
VIVIR FELIZ
El que es dócil al Espíritu Santo vive feliz, sereno, porque se da cuenta de que mejora. Nunca se justifica. Acepta lo que le dicen y lucha.
El soberbio, en cambio, no se deja decir nada y echa las culpas a las circunstancias o a las personas.
Que alegría le da al Espíritu Santo que nos dejamos correjir, aunque nos sienten a cuerno quemado.
La esposa del Espíritu Santo sabe muy bien cómo se vive con él. Ella no tenía pecado, por eso siguió los planes de Dios, aunque no los entendiera del todo. Y Dios, feliz.
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