Siempre me ha llamado la atención la paciencia que tienen las personas que trabajan en el campo. Son muy constantes, porque el campo necesita continuidad, pero van sin prisas.
Un día, paseando por un camino de tierra, apareció una motillo con un señor mayor que nos pasó muy despacio. Salió del camino un poco más adelante, aparcó la moto debajo del único árbol que había, se bajó lentamente, se acercó a la huerta y se puso a darle un poco con la azada.
A simple vista, parecía que lo que hacía no servía para nada. Lo increíble es que, cuando volvimos a pasar, de vuelta, el hombre seguía prácticamente en el mismo sitio. Eso sí que es paciencia.
La gente que trabaja el campo es capaz de esperar, dejando tiempo a la naturaleza para que de fruto. Echan agua y abono y esperan, sobre todo espera.
Te leo unas palabras de Santiago Apóstol: Mirad, el labrador espera el fruto precioso de la tierra, aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y las tardías.
Tened también vosotros paciencia (...) porque la venida del Señor está cerca (Santiago 5, 7-8).
DIOS ES EL QUE HACE CRECER
Dios todo lo gobierna. De él dependen los frutos de un naranjo. Hasta los males el Señor los utiliza para el bien, como el agricultor utiliza el abono.
Dios mira a las personas como el campesino la tierra, con paciencia y serenidad. Podemos pedirle ahora, en nuestra oración: que yo vea con tus ojos las situaciones y las personas.
Has de ver las cosas, dice san Josemaría, con ojos de eternidad, “teniendo en presente” el final y el pasado (Camino, 837).
LA ESCUELA DEL MAESTRO
Dios tiene una paciencia infinita con las personas y hace todo cuanto puede para ayudarlas.
Jesús estuvo mucho tiempo con los Apóstoles. Los Doce no hacían más que meter la pata. Él los corregía y los formaba.
El resultado fue que le traicionaron. Humanamente no puede haber un final más trágico. Pero es que eso no fue el final.
Curiosamente, cuando el Señor se fue al cielo y ya no estaba con ellos, fueron mejorando. Dios Espíritu Santo actuó y les hizo santos. Y, los que parecían que no se enteraban de nada, gastaron y dieron su vida por él.
Más increíble todavía fueron los fariseos. Eran los que perseguían a Jesús en su paso por la tierra. Pues muchos fariseos se convirtieron al cristianismo con el paso de los años. De hecho fueron ellos los que provocaron el concilio de Jerusalén, donde se aclaró que no hacía falta circuncidarse para ser cristiano (gracias a Dios).
Y más impresionante fue lo que cuenta Caterina de Emerich de los que apresaron al Señor en el Huerto de los Olivos. Esos que le empujaron, maltrataron e insultaron, también se convirtieron.
-Señor, enséñanos a rezar, hacer todo lo que esté en nuestras manos y esperar.
Rezar y hacer, sabiendo que es Dios quien hace las cosas. Yo planté, Apolo regó, pero Dios es quien ha dado el crecimiento (1Cor 3,6-7).
TENER PACIENCIA Y NO DESESPERARSE
Sino se tiene esto claro entonces vienen las prisas para solucionarlo todo y, muchas veces, el cansancio o la tristeza cuando las cosas no salen como queremos.
El camino del cristiano, el de cualquier hombre no es fácil, dice san Josemaría. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco (Amigos, n.77).
Es importante saber que Dios está detrás de todo lo que ocurre. Quiere que todos los hombres se salven, a pesar de que tengamos también nuestro días.
CONFIANZA
Dios sabe por donde nos lleva. A veces nos hace conocer los adelantos interiores cuando quiere y como quiere. Otras vemos más nuestras miserias.
Lo mismo que el agricultor no pierde la serenidad al ver de un día para otro que aquello no crece, nosotros debemos confiar porque cerca, muy cerca está Dios.
TIEMPO Y CALMA
Las almas necesitan tiempo para mejorar. Hay que confiar en Dios y actuar como él. Y el Señor tiene una paciencia infinita: continuamente perdona, da su gracia y anima.
Además, quien conserva la calma está en condiciones de pensar, de estudiar los pros y los contras (Amigos, n.79).
CONSTANCIA
Con las almas es fundamental la constancia. De una semana a otra. Procurar que no se rompa la frecuencia semanal. Esos son como los cuidados que exige el campo.
LA ALEGRÍA DE LA HUERTA
Actuando así, rezando y haciendo todo lo posible, se está sereno porque el fruto vendrá.
Convéncete: cuando se trabaja por Dios, no hay dificultades que no se puedan superar, ni desalientos que hagan abandonar la tarea, ni fracasos dignos de este nombre, por infructuosos que aparezcan los resultados (Surco, n.110).
Por eso entendemos ahora mejor las palabras de san Pablo: Gaudete in Domino semper: iterum dico: gaudete (Fil 4,4) vivid siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad contentos.
іQué paciencia la de las madres! Un día y otro rezando por sus hijos y esperando que crezcan bien. La Virgen está siempre sonriendo. El Papa nos aconseja que busquemos sus sonrisa. Ella reza, actúa y espera, pero serena, siempre serena.
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