domingo, 6 de enero de 2008

FIESTA DE MAGOS

Hoy, 6 de enero, es la fiesta de Magos. Eso es lo que dice la Sagrada Escritura, que aquellos hombres eran magos.

Ahora están de moda los magos. El libro más conocido es el de Harry Potter. Allí, a los que no son familia de magos les llaman sangre sucia. Resumiendo mucho, se trata de la historia de un niño, Harry Potter que es perseguido por un mago malo, que se enfrenta con él y le hiere dejándole una cicatriz. Esa cicatriz le recordará al maligno su fracaso porque no pudo derrotar a Harry.

También la Navidad tiene su magia. En este tiempo celebramos que nuestro Señor se aparece a nosotros: se presenta silenciosamente en un portal.

Siempre está cerca de nosotros. Sin ir más lejos, toda la creación nos grita su presencia y su amor. Pero se esconde porque no quiere forzar nuestra libertad, obligarnos a que confiemos en Él.

Como cantaba el poeta, diciéndole al Señor: –¿A dónde te escondiste, mi Amor, y nos dejaste?

Ya sabemos que los magos aparecen y desaparecen. Cuando hablamos de ellos hablamos de sus trucos de magia. Un buen mago sabe cómo hacer aparecer y desaparecer cosas y personas.

Hoy celebramos que Dios «se nos ha aparecido». Epifanía significa «hacerse presente».

El libro del Génesis cuenta como Adán y Eva, después de cometer el Pecado original intentaron ser autónomos, y esconderse de la presencia de Dios.

Pero les duró poco, porque Dios se paseó por donde se ocultaban y les preguntó: Adán, ¿dónde estás?

Somos criaturas suyas y se comporta con nosotros como cualquier padre con su hijo: Él nos conoce y nos sorprende continuamente.

Al ser humano le apasiona el juego, como a los niños el circo. Y Dios se comporta como un ilusionista. Dios se esconde, porque es un Dios absconditus.

El Creador del universo es un niño tan débil que parece que se envuelve entre pajas por su fragilidad. Dios es un Niño pequeño.

En casa de mi madre trabajaba una chica musulmana. Y le intentaba explicar el cuadro de la Virgen con el Niño que, como buena católica, tiene en su cuarto. Y la chica musulmana le decía: –Pero Dios no tiene Madre, es grande.

Pues, entonces ¿qué estamos celebrando estos días de Navidad?

–Y la chica respondía: pero Dios es uno.
Y mi madre me comentaba: –y ahí quedó la cosa. Y conociéndola entendí: por el momento.

Efectivamente Dios es uno, pero ha querido revelarnos, que también es Hijo, ha querido hacerse hombre, naciendo de una Virgen.

Y en Navidad lo contemplamos siendo Niño, escondiendo su grandeza. Dios está acostado en un pesebre, en una ciudad insignificante llamada Belén, en Judea.

En la primera lectura de la Misa de hoy dice Isaías: «Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti».

Parece como si nos contará lo que va a suceder. Es como un juego: ahora hay tinieblas, pero luego el Señor sacará luz de la oscuridad. Como si Dios diera un golpe de efecto, sacando de su chistera cosas que no había.

Así Dios juega con nosotros, nos va dando pistas a través de los Profetas: «
He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo...

Y otra pista: Y tú Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor...

Y otra cita que parece un acertijo: El buey conoce a su amo y el asno el pesebre de su amo... Y otra pista más: Una rama brotará de la raíz de Jessé –Jessé fue el padre de David– y así una flor brotará de esa raíz».

También en nuestra vida va dando pistas. Podemos aprender de la magia de Dios. En realidad todos podemos ser un poco magos, todos podemos «descubrir ese algo santo» que, en el fondo, es el truco final de nuestra vida. Ese algo santo que está escondido para los que no han sido purificados por la «sangre limpia» de Jesucristo.

Dios se oculta en la Eucaristía. Los que no son cristianos no descubren el poder que tiene la sangre de nuestro Señor.

Precisamente la palabra «santidad» en griego, viene de «a-gios»: limpieza; y en latín de «sanguine tinctus: sanctus». «Teñido de sangre».

La «sangre limpia» de nuestro Señor, oculta en la Eucaristía, hace que nosotros descubramos la estrella de nuestra vida.

A las personas que comulgan con frecuencia les sucede que, sin saber porqué, van descubriendo a Dios en todo lo que hacen, y también mejoran en todos los campos como por arte de magia porque no tiene mucha explicación tanto cambio. Es el truco de la gracia de Dios que les toca de lleno.
En la vida de los Magos por un momento la estrella desapareció. Y volvió a aparecer de nuevo, como si Dios hiciera un truco. Y los Magos al verla de nuevo se sonrieron, como si aplaudieran.

En nuestra vida también sucede a veces que dejamos de ver la estrella aunque nuestra intención es de seguirla. Perdemos la ilusión que hemos podido tener por las cosas de Dios.

El Señor juega con nosotros. La vida es un juego en el que nosotros intervenimos. A veces Dios arregla las cosas a su manera, tiene salidas sorprendentes porque juega, no contra nosotros sino con nosotros, es de nuestro de equipo.

Por eso no nos debe preocupar cuando las cosas no salen según habíamos previsto.

A veces, parece que se esconde, que está callado, en silencio. No hay que preocuparse porque vuelve a aparecer siempre. Y utiliza efectos especiales como la estrella.

Muchos vieron en Jesús a un niño semejante a los demás. Los Magos, en cambio supieron ver en él al Niño, que vencería al Maligno con el amor: y así lo hizo con su cicatriz en forma de cruz.

Al reconocerle le ofrecieron sus presentes, los dones más preciosos del Oriente. También nosotros podemos ofrecerle nuestros dones más mágicos: la fe, la esperanza y la caridad.

Estos son los regalos que más le gustan, pues Él, aun siendo el Señor, no los posee: tiene necesidad del oro de nuestra fe, para comprar almas, y así extender su reinado. Tiene necesidad de nuestra esperanza, que es el incienso que necesita como Sacerdote, la oración humeante que une la tierra con el cielo. Tiene necesidad de nuestro amor.

Un acto de fe, es un tipo de magia por la que los misterios de Dios se nos hacen presentes.

¡Qué fuerza tiene un acto de fe! Que es capaz de traer a Dios sobre el altar.

¡Qué agradable es el incienso de nuestra esperanza, capaz de llegar al trono de Dios!

Pero nuestro amor es tesoro más precioso. Dile: Señor, te quiero, auméntanos la esperanza y la fe.

El oro de nuestra fe, que cree en la realeza de ese Niño.

El incienso de nuestra esperanza, que es el buen perfume que notan los que nos tratan; y la mirra de nuestro amor, que es bálsamo para aliviar el sufrimiento de los demás.

La fe nos hace ver de repente las cosas de distinta manera. La esperanza transforma las situaciones más problemáticas en optimismo. Y la caridad hace que los esfuerzos mayores parezcan que no son para tanto.

Como siempre, Herodes, «quien–no–debe–ser–nombrado», intentó engañar a los Magos, pero ellos se escabulleron por arte de magia.

Buen ejemplo para nosotros que debemos utilizar la magia de Dios –fe, esperanza y caridad– para vencer al Maligno.

Allí está la Virgen para recoger nuestro oro, el incienso y nuestra mirra, y ponerlo todo cerca del Niño para que lo vea.

Ella es la que le lleva al Señor nuestras cosas buenas. Como Madre saca de la manga todo lo nuestro que hace sonreir al Niño.

Tú eres nuestra Estrella Mar, Estrella de Oriente, que surge cuando te necesitamos.


Antonio Balsera e Ignacio Fornés

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