martes, 20 de mayo de 2008

UN SAGRADO CORAZÓN LLENO DE MISERIAS AJENAS

En el Deuteronomio se lee que «el Señor se enamoró» de nosotros (7, 8).

San Juan afirma que «el amor es de Dios» (1 Jn 4, 7). Es más, luego lo explica mejor. No es que solo sea que el amor proceda de Dios, es que «Dios es amor» (4, 8).

Pero ¿cómo es el amor de Dios? ¿Cómo es su corazón? Aunque pensemos que el amor de Dios no se puede ver, sí se puede porque se ha encarnado.

Por las reacciones de Jesús durante su vida terrena vemos que tiene un corazón humano.

Fue su Sagrado Corazón el que amó a aquel joven que tenía mucho, pero que no supo corresponderle.

Su Corazón se compadeció al ver con sus ojos tanta gente que estaban como ovejas sin pastor o que llevaban tiempo sin comer.

Fue su Sagrado Corazón el que perdonó a los pecadores: a Zaqueo, al buen ladrón, a Pedro. El Señor nos quiere siempre aunque no nos salgan las cosas.

Los santos han sido conscientes de esto. Por eso, san Josemaría decía:

«Tengamos presente toda la riqueza que se encierra en estas palabras: Sagrado Corazón de Jesús (…)»

En la fiesta de hoy hemos de pedir al Señor que nos conceda un corazón bueno» Así entenderemos por qué el Señor decidió resumir toda la Ley en ese doble mandamiento, que es en realidad un mandamiento solo: el amor a Dios y el amor al prójimo, con todo nuestro corazón» (Cfr. Mt 12, 40).

Cuando una persona se enamora, quiere que ese amor sea eterno. Pero a veces no dura, es pasajero porque nuestra capacidad es pequeña y cutre.

En una revista del corazón decía una protagonista del papel cuché que el amor es eterno mientras dura.

El amor que Dios nos tiene es un amor de misericordia, que carga con nuestras miserias (cfr. Salmo 102).

Por eso le podemos repetir ahora: –Bendito sea su sacratísimo Corazón.

El amor de Dios no depende de nuestra fidelidad. No depende de lo que nosotros hagamos. El Señor nos quiere porque Él es bueno. Dios nos querrá siempre aunque no le correspondamos.


Por eso dice el Salmo: «la misericordia dura siempre».

Dios se nos ha revelado en Jesús. Se ha abajado para que nosotros viéramos como es. El Señor ha querido cargar con nuestra miseria.

El madero de la cruz simboliza nuestros pecados que Él los lleva y se deja crucificar. Su Sagrado Corazón está lleno de nuestras miserias.

El Señor, en el Huerto de los Olivos sudó sangre al ver toda la miseria humana, por eso las venas no le aguantaron.

Su mirada abarcaba desde el primer hombre hasta el último. ¡Qué peso tan grande!

Crímenes, injusticias, persecuciones, sacrilegios… Todos los actos imaginables que rechazaban su Amor.


Y sin embargo, va por ahí como alguien que es continuamente rechazado. Enseña su Corazón herido.

Así aparece siempre, sufriente. Lo enseña para que los vea todo el mundo, a ver si reaccionamos.

Parece como si Jesús nos dijera: «A vosotros os es natural amar a alguien que os ha sacado de un gran peligro; pero a Mí, que os he librado del Infierno, ¿por qué no Me amais?»

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús recibió un especial impulso el 16 de junio de 1675.

En esa fecha se le apareció Nuestro Señor a Santa Margarita María y le mostró su Corazón.

Estaba rodeado de llamas, coronado de espinas, con una herida abierta que manaba sangre y, del interior, salía una cruz.

Santa Margarita escuchó al Señor decir:

«He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor».

Reparación y desagravio, por las muchas injurias que recibe sobre todo en la Sagrada Eucaristía.

«Por eso, te pido Yo –continuaba diciéndole– que el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento sea dedicado a una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día y reparando con algún acto de desagravio...»

Y le prometió que concedería a todos los que comulgasen nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final:

«No morirán en desgracia mía, ni sin recibir sus Sacramentos, y mi Corazón divino será su refugio en aquél último momento».

Gracias a la Virgen ese Humano Sagrado Corazón late en el interior de la Trinidad

Y este Corazón lo mismo que el de María quiso llevar nuestra miseria para salvarnos.

Podemos decir hoy:

Dulce Corazón de Jesús en Vos confío. –Dulce Corazón de María sé la salvación mía.



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