domingo, 18 de mayo de 2008

CORPUS CHRISTI

Esta es una semana peculiar en Granada y en la Iglesia. Es la gran fiesta del Corpus Christi, del cuerpo de Cristo. Más conocida por estas tierras como la semana del Corpus.

La ciudad cambia, viste sus calles para mostrarse digna ante el Señor que, metido en la preciosa custodia de la catedral, irá en procesión por el centro.

Todos se juntan, se agrupan en torno a Jesús Sacramentado. Ese día se respira un clima distinto porque Dios está en la calle, mirando desde la custodia a cada persona que a derecha e izquierda le observarán.

Es un momento mágico, como si te transportaras a otro mundo, a pesar de que el trayecto de la procesión lo conoces bien.

Damos un pequeño salto en el tiempo y nos vamos al año 50 después de Cristo. En esos años, San Pablo escribió una carta a los habitantes de Corintio -Grecia- a quienes quería mucho.

Al comienzo del capítulo décimo de su carta, dice: yo os exhorto, por la cortesía de Cristo. Es una frase maravillosa la cortesía de Cristo.

La palabra cortesía, después de mirarlo en el diccionario, significa la atención, el respeto y afecto que una persona tiene con otra.

Cristo es cortés, educado y atento contigo. Él es así.

Y nos lo muestra saliendo a la calle con el único fin de encontrarse contigo, de buscarte.

Estamos habituados a considerar los grandes momentos de la vida de Jesús: las horas tremendas del huerto de los olivos, su identificación con la voluntad del Padre, lo vemos expulsando demonios (aquellos dos mil cerdos que se ahogaron), su valentía al tratar a los fariseos…

Pero, sin querer, podemos pasar por alto detalles importantes que hacen muy rica y atrayente la personalidad de Cristo.

Podemos no pararnos en esta cualidad suya, en la cortesía, en su amabilidad con cada persona.

¡Cómo agradecemos el hecho de que alguien nos demuestre su cariño, que se ocupe de nosotros! Un pequeño detalle, una mirada de aprecio, una pregunta con interés, que esté cerca por si necesitamos algo…

Pues así está el Señor contigo…Él es así. Es su manera de ser, no lo puede remediar.

Se queda en el sagrario y sale a la calle para demostrártelo. Jesús se deja hacer: lo sacan, lo pasean, lo retienen…y Él, en silencio, deja hacer sin protestar, sin ruido, con elegancia, por ti y por mí.

Se manifiesta al mundo sin llamar la atención, como en Belén. Parece que no hace nada y hace todo…

Les cambia la vida a los pastores, a los Magos de oriente… y empeora la de Herodes.

Hace bien a los humildes y daño a los soberbios.

Jesús, cuando iba por Galilea, por Samaria, ¿con quien se paraba para hablar? con un pobre ciego, con una mujer mayor, viuda, que había perdido un hijo, con otra que anda encorvada, enferma…

Está a gusto con la gente que no cuenta en este mundo.

Recuerdo el año pasado, yendo unos metros delante del Santísimo Sacramento, en fila, con otros curas, en una de las paradas me encontré a la derecha con un grupo de gente retrasada mental que estaban armando un jaleo considerable.

De repente se callaron todos y se levantaron de golpe. Habían visto la custodia que aparecía al doblar una esquina.

Hasta las personas así se dan cuenta de que en ese trozo de pan está Dios.

¡Cuántos que parecen listos, autosuficientes, que creen tener el mundo entre sus manos, que creen manejarlo, cuántos de estos no saben que ahí está Jesús, con su cuerpo!

Pero a pesar de todo, Cristo, en su bondad, sale a la calle por todos, por los que le quieren y por los que no le quieren.

Allí, en la procesión, habrá gente con el alma en gracia. Otros en pecado mortal. Unos le mirarán con aprecio, otros con indiferencia y habrá quien lo haga con odio.

El Señor es no hace distingos. Tampoco los hizo cuando iba por los pueblos de Palestina predicando a buenos y a malos, a los que le seguían y a los que le perseguían.

Igual que pisó esas tierras pisa ahora nuestras calles.

Él es así: cortés, amable. No se impone a nadie, ni rechaza al que se le acerca. Sale para ricos y para pobres, para viejos y jóvenes, para pecadores arrepentidos –tú y yo- y para gente que le volvería a matar.

Y, a pesar de esa masa humana que espera a su paso, Él distingue a cada uno. Sabe lo que ocurre en cada corazón, también en el tuyo.

Es muy difícil mirar al Señor en la sagrada Eucaristía, reducido a una cosa, un trozo de pan, y no sentir por dentro un poco de vergüenza porque no somos capaces de ser tan generosos como Él.

¡Ójala encontrara este sentimiento en tu corazón! Tu falta de generosidad para estar con Él.

Sería la manera de empezar a edificar en serio, de querer a un Dios que permanece en silencio para encontrase contigo.

Cuenta el primer libro de los Reyes, del Antiguo Testamento, que un día estando Elías, el profeta, en el monte Horeb, dentro de una cueva, Dios le dijo: sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!

Así estaba Elías cuando de repente vino un huracán tan fuerte que partía las piedras y descuajaba los montes pero, dice la escritura, el Señor no estaba en el viento.

Después vino un terremoto, pero tampoco estaba allí Dios. A continuación un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego.

Pero, justo después se oyó una brisa tenue, como un susurro, era Dios.

Él es así, actúa en silencio, su presencia es una brisa tenue, un susurro.

Y así pasará la custodia a tu lado, en silencio. Y, cuando lo haga, dile: Señor cómo puedo quererte más.

Seguro que Jesucristo, por dentro, pensará: ha merecido la pena haber salido otro año.

¡¡Qué pena si el sacerdote, después de la procesión, lo volviera a meter en el sagrario sin que hubiera encontrado ningún fruto en tu vida!!

Por desgracia hay muchos que van a la procesión porque no tienen otro plan o por curiosidad.

Da igual, Cristo seguirá saliendo todos los años, aunque sólo haya un grupo de discapacitados, aunque sólo haya una persona que le quiera.

Que encuentre tus ojos y tu corazón iluminados.

El Corpus Crhisti también es la fiesta de María, su Madre santísima. Por las venas del Señor corría su sangre, y el parecido físico era evidente. Además ¡adivina de quién aprendió Jesús esas maneras corteses y amables!

Es fácil imaginarse a la Virgen muy pendiente de la Hostia Santa para que no le falten palabras de amor y de consuelo. Es lógico que haga eso una Madre, ¿verdad?

¡¡Madre mía que te ayude en esa tarea, que quiera al Señor por los que no le quieren en esta fiesta de su Cuerpo y de su Sangre!!

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