jueves, 15 de mayo de 2008

SANTÍSIMA TRINIDAD

Bendito sea Dios Padre, y su Hijo unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros (Antífona de entrada).

Así vamos a empezar nuestra Misa: alabando a Dios, que se abaja a querernos como somos, no como Él quiere que seamos: tiene misericordia de nosotros, asume nuestra miseria, no sólo las cosas buenas que Él nos ha regalado.

Nos quiere con nuestra miseria, y por eso es capaz de quitárnosla. Carga en su corazón con lo malo que tenemos.

Por eso, a un Dios tan bueno le decimos hoy, en el Aleluya de la Misa:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Efectivamente, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo son la unión de una fuerza que
se hace igual a lo que ama.

La Iglesia nos habla hoy de un admirable misterio. Tres personas en la más estrecha unidad.

Tres personas que se relacionan en una comunión de Amor.

Una Trinidad de Personas que dan y reciben perfectamente durante toda la eternidad.

Así es la vida interior de Dios, y así fue la vida interior de los santos.

Así será en el Cielo. En el Reino de los Cielos la vida será
perfecta entrega de uno mismo, y perfecta receptividad.

Dios es unión de Amor. Comunión de Personas distintas.

El hombre también es así, por ser imagen de Dios.
El ser humano está llamado a la unidad de amor con otros.

Lo humano es la comunión con personas distintas.

El hombre se convierte en
más santo cuanto más se parece a Dios.

Los santos siempre han buscado esa unión en la diversidad.

El hombre se convierte en imagen de Dios en la comunión. Por eso, dice San Pablo en la primera lectura de la Misa de hoy (2 Cor 13, 11-13):
tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.

En el interior de todo ser humano hay un anhelo de entrega y de pasión por recibir.

Por eso las películas románticas nunca pasarán de moda. Porque reflejan como está hecho el corazón del hombre.

El amor humano entre un hombre y una mujer es un icono de cómo es Dios. Es una imagen no perfecta, pero todo el mundo puede entenderlo.

Más perfecto es el Amor célibe. Porque es así como será nuestra vida en los cielos.

También el amor de un padre y una madre representa el amor de Dios. Quizá el amor de madre es el amor más fuerte que se da en esta tierra.

Es el más parecido al que Dios nos tiene: porque el amor de Dios es como el de un Padre y como el de una Madre (cfr. Catecismo de la Iglesia católica 239, 370).

Anhelo de entrega radical del yo, y recepción del otro. Éste es el cielo.

El amor entre el Dios Padre y Dios Hijo es tan fuerte que constituye una Persona: Dios Espíritu Santo.

Y, sin embargo, nos dice San Juan en el Evangelio de hoy (Jn 3, 16-18):
tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.

Ante este amor de Dios, podemos repetir, con el Salmo: A ti gloria y alabanza por los siglos.

El Señor nos había destinado desde el principio a que tuviéramos una relación de amistad con Él.

Pero esta situación de amistad se rompió con Adán y Eva.

El pecado original consistió en infringir la ley del don de sí que llevamos dentro.

El pecado convierte al otro en un objeto, en algo que se usa.

Una cosa es pecado no porque Dios, de manera arbitraria, declare que lo sea. Sino porque destruye la verdad de nuestra condición humana, que está inscrita en nuestro interior: estamos hechos para los demás.

La historia de la creación del hombre revela que
la realización del ser humano depende de entregarse, no de afirmar el propio yo.

La entrega mutua en el amor. Esa es la Trinidad, y esa es la vida nuestra.

Esta meditación está saliendo hoy muy intelectual. De todas formas siempre habrá alguien que, cuando los Ángeles canten: Santo, Santo, Santo, empiece a toser. Para dar la nota.

Que le vamos a hacer somos humanos, que no viene de humo sino de humus, barro.

Gracias a María late un corazón humano en el interior de la Trinidad.

Gracias al Fiat de la Virgen se hizo hombre Dios. Para que nosotros participáramos de su vida divina.

Gracias a Ella somos humildemente dioses, porque contamos con nuestro Padre Dios.

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