miércoles, 28 de mayo de 2008

TRABAJO DE DIOS

El Señor vino al mundo para salvarnos. Esa fue su misión.

Dios Padre lo envió para «dar su vida en rescate» (Mt 20, 28: Antífona de la comunión de la Misa de San Josemaría).

Y así, la Persona de Cristo, se identifica con su misión. Jesús es el Salvador. Vino para salvar almas.

La salvación la hizo con su vida, la mayor parte en una carpintería; luego tres años más en contacto con la gente, predicando por Palestina. Y siempre con su oración por nosotros. Todo esto fue su trabajo.

Jesús dice: «mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo» (Jn 5,17).

Señor, gracias por tus cuidados constantes.

Siempre está realizando nuestra salvación. Y se sirve de otras personas como instrumentos para hacerla.

Por eso nos manifiesta: «Os daré pastores conforme a mi corazón» (Jr 3, 15: oración de la Antífona de entrada).

Y esto es lo que ha hecho durante toda la vida de la Iglesia. El Papa, los obispos y los sacerdotes son los pastores puestos por el Dios.

Señor ¡qué bueno eres que no nos dejas nunca solos!

Es una realidad que siempre está cerca de nosotros, también a través de personas que nos envía continuamente para que le ayuden a cumplir la misión que había recibido del Padre:
salvar almas.

–Señor, gracias por los santos. Son como un regalo del Cielo. Nos señalan el camino para llegar a la meta.

Los buenos pastores, como Jesús, también dan su vida por los demás. Este es el caso de san Josemaría. Lo recordamos en este mes de junio porque el día 26 celebramos su fiesta.

En él, como en todos los santos, se ha cumplido lo que el Señor dijo: «serás pescador de hombres» (Lc 5, 1–11: Evangelio de la Misa).

La vida de san Josemaría fue muy parecida a la de Jesús. Estuvo durante muchos años trabajando encerrado en un despacho.

Y, luego, en los últimos años de su vida fue por el mundo hablando de Dios, en una catequesis por España y América.

Ayudó a Dios en el trabajo de la salvación de los hombres. Colaboró con el Señor proclamando «la vocación universal a la santidad y al apostolado» (oración colecta).

Entendió que debía ganar almas para Cristo.

Y el Prelado del Opus Dei, ahora, sigue con esa misma misión.

San Pablo nos dice que «los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son Hijos de Dios» (Rm 8, 14: segunda lectura de la Misa de San Josemaría).

Y ¿cuál es el Espíritu de Dios? Es el Espíritu Santo, el Alma de la Iglesia, que nos hace apóstoles de Jesucristo.

Por eso dice el Aleluya de la Misa de San Josemaría: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mc 1, 17).

Para eso nos ha puesto Dios en este mundo, para abrir los caminos divinos de la tierra, haciendo un apostolado de amistad.

Para ser amigos hay que tener proyectos en común.
El libro del Génesis nos cuenta como «El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en medio del jardín del Edén, para que lo guardara y lo cultivara» (2, 15: Primera lectura).

Guardar este mundo para Dios y cultivarlo. Ese es nuestro proyecto común. Común entre los cristianos y común con Dios.

San Josemaría se dedicó a ese proyecto desde que era joven. Durante los años que pasó estudiando la carrera de Derecho en la Universidad de Zaragoza, fue acercando a Dios a los que trataba.


Comentaba él mismo:
cuando yo era estudiante de la Universidad de Zaragoza tenía un amigo que llevaba una vida desarreglada, y entre varios logramos que fuera a confesarse…

Un amigo suyo le agradecía por carta la ayuda que le había prestado al preparar el examen de Canónico, y se despedía de san Josemaría diciéndole:
Pater, me confesé y comulgué y acerca de esto tengo que escribir una carta muy larga.

Toda su vida estuvo así, trabajando para Dios. Por eso el día de su canonización, 6 de octubre de 2002, muchos miles de personas estuvieron en la Plaza de San Pedro.

El Señor nos dice ahora: –
Necesito tu ayuda para salvar almas.

Somos colaboradores del trabajo de Dios en el mundo. Y eso nos lleva a trabajar siempre con «con alegría» (Oración después de la comunión).

Y como el mundo son todas las almas, hacemos nuestra, ahora, la oración del salmo «alabad al Señor todas las naciones» (Salmo responsorial de la Misa, 116, 1a). Ese es nuestro objetivo.

Hay una persona que es la máxima colaboradora de Dios en el trabajo de la redención: nuestra Madre. Tiene, como buena Madre, una solicitud constante por nosotros. Después del Señor, es la que más nos quiere.

San Josemaría la quería mucho. Decía que no teníamos que imitarle en nada, si acaso , en el amor que le tenía a la Virgen. Por algo llevaba el nombre de María repetido en los que le pusieron en el bautismo.

Podríamos decir que en su esencia era Mariano, como así se llamaba también. Su corazón estaba siempre junto a la Virgen.

Como cosa anecdótica te cuento que San Josemaría dijo —estando en Pamplona— que le gustaría que después de su muerte, su corazón fuese a la Ermita del Campus.

Y don Álvaro, su primer sucesor, por el cariño que le tenía no quería que se despedazase el cuerpo de San Josemaría, para hacer reliquias, como se ha hecho con otros santos.

Tanto le quería D. Álvaro que no deseaba repartir su cuerpo: aunque se tratase un devoto despiece. Y por eso le dijo en esa ocasión, con mucho humor, tratándose además de un lugar tan próximo a la Clínica Universitaria:

Padre, en lugar de su corazón, lo que vamos a poner es un electrocardiograma.

Y efectivamente el deseo de San Josemaría se ha realizado: debajo de la imagen de Nuestra Señora del Amor hermoso, se ha puesto una reliquia suya, que D. Álvaro, previsoramente consiguió en vida.

Su corazón estaba siempre junto a la Virgen del Amor más hermoso que puede existir. Ella que trabajó siempre para su Hijo a favor de nosotros, nos ayudará en este trabajo de Dios, como ayudó a san Josemaría.

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