Hay quien piensa que los milagros de los que nos habla el Evangelio se hicieron por medio de sugestión. La gente se sugestionaba y se le curaba una enfermedad: es el llamado efecto placebo.
Es típico en los campamentos que algunos niños se quejen mucho de que les duele la cabeza o el brazo. Se les pasa milagrosamente cuando les das una pastilla. Y, a lo mejor, esa pastilla es de azúcar. Pero se sugestionan y se curan.
Así, algunos explican que un ciego de nacimiento comenzase a ver, que un paralítico pudiese andar, que con tres bocadillos de sardinas comiesen miles de personas, etc.
Dicen que la mente humana tiene una capacidad desconocida para realizar esos fenómenos paranormales, que la gente corriente llama milagros. Desde luego esta opinión pseudocientífica no deja de ser bastante curiosa.
Pero lo de resucitar a un muerto, eso es ya diferente, ahí ya no existe el efecto placebo, porque el muerto no puede ser sugestionado.
Entonces se podría objetar que es que no estaría muerto. Pero en este caso de la resurrección de Lázaro, su cuerpo llevaba varios días en el sepulcro, y olía ya por putrefacción de la carne, señal evidente de que no estaba en estado de coma.
Con la medicina y contando con el paso del tiempo se podrá hacer muchas cosas, pero nunca resucitar a un muerto, eso no tiene vuelta de hoja.
Y el Señor lo hizo, y por eso querían matarle sus enemigos. Porque ya era demasiado. Darle la vista a un ciego de nacimiento fue portentoso, pero darle la vida a Lázaro eso era ya tumbativo, mejor dicho resucitativo.
Aunque parezca increíble, hace poco leí en un libro que lo de Lázaro fue un montaje. Que, como estaba enfermo y pálido, se envolvió el mismo con vendas y se metió en su propio sepulcro esperando a que llegara Jesús. Esto es lo que pensaban los gnosticos. Bueno, a lo mejor es que allí estaba más fresquito. Hay gente que niega hasta la evidencia.
La Sagrada Escritura nos habla este domingo de la Resurrección. Y es que Jesucristo es el camino nuestro, y también la Vida.
Está profetizado: os infundiré mi espíritu y viviréis (Primera lectura de la Misa: Ez 37, 12-14). Por eso dice el Salmo que hoy leemos: desde lo hondo (desde el sepulcro) a ti grito, Señor (129).
Jesús es Dios y Hombre. Su palabra es fuerte, tiene un poder sobrenatural. Cuando dijo Dios que se hicieran las montañas, las montañas aparecieron, y lo mismo pasó con el sol y los mares…Por eso cuando dijo a Lázaro: ¡sal fuera!, el que estaba muerto volvió a la vida. El que estaba ya putrefacto, en lo hondo de la tumba salió con otra cara.
Cuando algo huele muy fuerte, decimos que es capaz de resucitar a un muerto. La palabra de Jesús es poderosa. La muerte no aguanta su presencia. Sus palabras traspasaron aquel día la roca donde estaba enterrado su amigo Lázaro.
En el Génesis se cuenta como Dios le sopló a Adán un aliento de vida, y Adán comenzó a vivir.
Así ocurre también en una de la novelas de las Crónicas de Narnia. No se si recordarás que Aslan, el león, después de vencer a la bruja, fue y resucitó con su aliento a todos los que estaban encerrados en el castillo. Permanecía allí petrificados, insensibles.
El Señor puede devolvernos la vida como hizo con su amigo Lázaro, pero también puede resucitarnos a la vida sobrenatural, la vida de la gracia, que es lo importante.
Porque ¿para qué queremos vivir toda la eternidad alejados de las personas que queremos? Eso no sería vida, porque una vida sin amor es un desastre y una vida eterna sin amor es un infierno.
Como dice san Pablo el Amor de Dios es lo que nos devuelve otra vez la vida sobrenatural (Segunda lectura de la Misa: cfr. Rom 8,8-11). Y esto es lo que el Señor quiere hacer con nosotros esta cuaresma: resucitarnos.
Tiene poder para sacarnos de lo más profundo. Por eso le repetimos: –Desde lo hondo, a Ti grito, Señor.
Además el mismo Jesús lo dijo: El que (…) cree en mí, no morirá para siempre (Ioh 11, 26).
Lázaro estuvo cuatro días muerto. Por eso, nosotros nunca debemos desanimarnos por nuestros pecados, aunque los cometamos una y otra vez. La Gracia es más fuerte. Jesús nos cura si confiamos en Él.
Vamos a pedirle al Señor que nos resucite las veces que haga falta porque somos sus amigos. Vamos a pedírselo ahora.
Un conocido filósofo, que murió loco, decía para meterse con los cristianos: no se les nota caras de resucitados. Como si dijera que a veces vamos por la vida con cara de mártires.
Pero en el cielo se lo pasan tan bien que es como si fueran todo el día con el puntillo cogido. Por eso si en la tierra hay cristianos que tienen cara de muerto es aconsejable que vayan a tomar el sol.
Es típico en los campamentos que algunos niños se quejen mucho de que les duele la cabeza o el brazo. Se les pasa milagrosamente cuando les das una pastilla. Y, a lo mejor, esa pastilla es de azúcar. Pero se sugestionan y se curan.
Así, algunos explican que un ciego de nacimiento comenzase a ver, que un paralítico pudiese andar, que con tres bocadillos de sardinas comiesen miles de personas, etc.
Dicen que la mente humana tiene una capacidad desconocida para realizar esos fenómenos paranormales, que la gente corriente llama milagros. Desde luego esta opinión pseudocientífica no deja de ser bastante curiosa.
Pero lo de resucitar a un muerto, eso es ya diferente, ahí ya no existe el efecto placebo, porque el muerto no puede ser sugestionado.
Entonces se podría objetar que es que no estaría muerto. Pero en este caso de la resurrección de Lázaro, su cuerpo llevaba varios días en el sepulcro, y olía ya por putrefacción de la carne, señal evidente de que no estaba en estado de coma.
Con la medicina y contando con el paso del tiempo se podrá hacer muchas cosas, pero nunca resucitar a un muerto, eso no tiene vuelta de hoja.
Y el Señor lo hizo, y por eso querían matarle sus enemigos. Porque ya era demasiado. Darle la vista a un ciego de nacimiento fue portentoso, pero darle la vida a Lázaro eso era ya tumbativo, mejor dicho resucitativo.
Aunque parezca increíble, hace poco leí en un libro que lo de Lázaro fue un montaje. Que, como estaba enfermo y pálido, se envolvió el mismo con vendas y se metió en su propio sepulcro esperando a que llegara Jesús. Esto es lo que pensaban los gnosticos. Bueno, a lo mejor es que allí estaba más fresquito. Hay gente que niega hasta la evidencia.
La Sagrada Escritura nos habla este domingo de la Resurrección. Y es que Jesucristo es el camino nuestro, y también la Vida.
Está profetizado: os infundiré mi espíritu y viviréis (Primera lectura de la Misa: Ez 37, 12-14). Por eso dice el Salmo que hoy leemos: desde lo hondo (desde el sepulcro) a ti grito, Señor (129).
Jesús es Dios y Hombre. Su palabra es fuerte, tiene un poder sobrenatural. Cuando dijo Dios que se hicieran las montañas, las montañas aparecieron, y lo mismo pasó con el sol y los mares…Por eso cuando dijo a Lázaro: ¡sal fuera!, el que estaba muerto volvió a la vida. El que estaba ya putrefacto, en lo hondo de la tumba salió con otra cara.
Cuando algo huele muy fuerte, decimos que es capaz de resucitar a un muerto. La palabra de Jesús es poderosa. La muerte no aguanta su presencia. Sus palabras traspasaron aquel día la roca donde estaba enterrado su amigo Lázaro.
En el Génesis se cuenta como Dios le sopló a Adán un aliento de vida, y Adán comenzó a vivir.
Así ocurre también en una de la novelas de las Crónicas de Narnia. No se si recordarás que Aslan, el león, después de vencer a la bruja, fue y resucitó con su aliento a todos los que estaban encerrados en el castillo. Permanecía allí petrificados, insensibles.
El Señor puede devolvernos la vida como hizo con su amigo Lázaro, pero también puede resucitarnos a la vida sobrenatural, la vida de la gracia, que es lo importante.
Porque ¿para qué queremos vivir toda la eternidad alejados de las personas que queremos? Eso no sería vida, porque una vida sin amor es un desastre y una vida eterna sin amor es un infierno.
Como dice san Pablo el Amor de Dios es lo que nos devuelve otra vez la vida sobrenatural (Segunda lectura de la Misa: cfr. Rom 8,8-11). Y esto es lo que el Señor quiere hacer con nosotros esta cuaresma: resucitarnos.
Tiene poder para sacarnos de lo más profundo. Por eso le repetimos: –Desde lo hondo, a Ti grito, Señor.
Además el mismo Jesús lo dijo: El que (…) cree en mí, no morirá para siempre (Ioh 11, 26).
Lázaro estuvo cuatro días muerto. Por eso, nosotros nunca debemos desanimarnos por nuestros pecados, aunque los cometamos una y otra vez. La Gracia es más fuerte. Jesús nos cura si confiamos en Él.
Vamos a pedirle al Señor que nos resucite las veces que haga falta porque somos sus amigos. Vamos a pedírselo ahora.
Un conocido filósofo, que murió loco, decía para meterse con los cristianos: no se les nota caras de resucitados. Como si dijera que a veces vamos por la vida con cara de mártires.
Pero en el cielo se lo pasan tan bien que es como si fueran todo el día con el puntillo cogido. Por eso si en la tierra hay cristianos que tienen cara de muerto es aconsejable que vayan a tomar el sol.
Que a nosotros se nos note después de esta cuaresma que hemos cambiado. No solo porque nos hayamos empeñado, sino porque le hemos pedido al Señor que nos ayude. Y Él con su voz de Dios nos dice: ¡sal fuera!
Muchas veces se ha explicado la dificultad de cortar con las cosas que nos cuestan con la imagen del sapo.
Recuerdo hace tiempo que una niña de 5º de Primaria definía el sapo como «algo malo que uno ha hecho, que se queda dentro y da supervergüenza contar, y te pones de todos los colores» (Enrique MONASTERIO: Un safari en mi pasillo).
A un sacerdote santo, Dios un día le permitió ver como, hablando con un joven, vio que iban saliendo sapitos pequeños de su boca. Pero que de vez en cuando se asomaba uno grande y repugnante, con ojos saltones y que no terminaba de salir. Se metía para adentro y volvía a asomarse al cabo de un rato…
Tú, pídele al Señor que nos saque nuestros sapos: la pereza de los fines de semana, el programa de televisión que a veces nos separa de Él.
Que nos saque de los sitios donde no está Dios. Y verás como a la puerta de ese local el Señor te dice: ¡sal fuera!
Cuenta Santa Teresa de Jesús en el Libro de la vida (Capítulo VII) que Dios le hizo entender que no le convenían algunas amistades que frecuentaba.
Ella, que era una persona buena, fue poco a poco enfriándose en su amistad con el Señor y perdiendo vida sobrenatural.
Y como le crecieron los pecados comenzó a faltarle el gusto por las cosas de Dios. Entonces, el diablo la engañó porque, al verse «tan perdida», tenía miedo de hacer oración. Y por eso prefería estar con mucha gente y tratar menos con el Señor.
Ella misma dice que engañaba a las personas con las que hablaba, porque seguía apareciendo como buena, e incluso les hablaba de Dios.
Como ella no hacía caso, y seguía hablando con una determinada persona, el Señor se le apareció y le hizo ver que aquello le dolía mucho.
Precisamente, un día, estando con esa persona, vio venir hacia ella como una especie de «sapo grande».
La santa cuando entendió todo aquello, echó el sapo de su vida, que no era imaginario. Y volvió a darle gusto a Dios, que le pedía desde hacia tiempo que dejara de verse con esa persona.
Por eso, nosotros, en este tiempo, después de reconciliarnos con Dios volveremos a la vida verdadera, no la de diseño.
Y, aunque haya gente que nos diga que no estábamos muertos, que nos habían visto en el botellón, les diremos que sí, que estuvimos, pero que nos fuimos porque Alguien nos llamó.
Cuenta el Evangelio que el Señor expulsó siete demonios de María Magdalena (Lc 8, 3). Yo me los imagino en forma de sapo.
La Magdalena no resucitaría a la vida espiritual de la noche a la mañana. Su conversión sería poco a poco. A veces volvería para atrás.
Estoy seguro que Jesús se la confió a su Madre, para que su vuelta a la vida fuese definitiva.
La Virgen como buena enfermera nos curará también a nosotros del postoperatorio.
Fornés & Balsera
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