La santidad no consiste en la «simple perfección». No se trata de luchar por no ser «perfectos», por no tener fallos.
Todo eso nos haría personas perfeccionistas, o por el contrario gente desanimada, porque nunca se consigue con nuestra naturaleza humana dejar de tener equivocaciones y pecados.
El Señor quiere que seamos «perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Y la forma de esa perfección también la aclara el Señor: «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36).
La misericordia es la medida de nuestra perfección. Con el pasar del tiempo hemos de alcanzar un corazón capaz de llevar con alegría la miseria de los demás.
Y dentro de nuestras posibilidades intentar curar esas enfermedades ajenas como si se trataran de las nuestras.
Pero esto es un don de Dios. El Señor en la última cena nos mando que viviésemos este mandato, que es imposible de vivir por nuestras propias fuerzas: «amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 13, 34).
Jesús, cuando envió a los discípulos para hablar de Dios, los mandó de dos en dos: no es un capricho, es que el amor a Dios y al prójimo, que van juntos.
Caridad con todos, especialmente con los que tenemos más cerca. Por eso nuestro Señor hablaba de los «próximos».
La Caridad tiene una base humana que es la amabilidad y el cariño que en ocasiones no nace solo. Es preciso fomentarlo.
Pero junto al cariño humano, no debe faltar el sobrenatural. De lo contrario caeríamos fácilmente en amistades poco sobrenaturales, que excluyen a otros con los que no nos llevamos tan bien.
Por eso ni caridad oficial, fría, ni sentimentalismo. La corrección fraterna es señal clara de caridad verdadera.
Es importante también cuidar la vida de familia.
Cuando hablamos del misterio de Dios, de la Santísima Trinidad, decimos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Lo sabemos porque Jesús se lo dijo a los apóstoles antes de la Ascensión: Id y haced discípulos míos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. (Mt 28, 19).
Podríamos pensar que Padre e Hijo son términos humanos, meras analogías con las funciones familiares de la tierra.
Pero en realidad es al revés.
La paternidad y la filiación humanas son metáforas vivas de algo divino y eterno.
Por eso, Dios es, de alguna manera, una familia eterna y perfecta.
Juan Pablo II lo explicó con estas palabras: «Dios en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia, que es el amor». (Homilía 28 enero 1979, en CELAM, Puebla)
Dios no es como una familia, sino que es una familia.
Por eso cuidar nuestras relaciones familiares, es vivir un aspecto importante de la caridad cristiana que nos acerca más a Dios y en cierto sentido a su misterio más íntimo que nos ha revelado.
Se podría vivir bajo un mismo techo y ya está: coincidir en algunos momentos en el comedor, en las tertulias…y poco más.
Cada uno con su ordenador personal, sus trabajos…Por eso lo nuestro es aportar en la vida en familia todo lo que uno pueda.
Qué importante es el clima de familia: es una realidad y una tarea. Depende de todos, nadie está eximido…
Cuidar y reforzar el clima de familia con oración, mortificación y dedicación de tiempo.
Cuentan de un Irlandés que murió y, como no, compadeció ante el tribunal divino. Estaba muy preocupado, pues el balance de su vida era más bien deficitario.
Como había cola, se puso a observar y escuchar. Tras haber consultado el gran fichero, Cristo le dice al primero: "Veo que tuve hambre y me diste de comer. ¡Muy bien!, ¡entra en el paraíso!" Al siguiente: "Tuve sed y me diste de beber". A un tercero: "Estuve preso y me visitaste". Y así sucesivamente.
Por cada uno que era destinado al paraíso, el irlandés hacía examen y hallaba algo de qué temer; ni había dado de comer, ni de beber, no había visitado ni a presos ni a enfermos. Llegado su turno, temblaba, viendo a Cristo examinar el fichero. Pero, mira por dónde, Cristo levanta la vista y dice: "No hay mucho escrito. Sin embargo, también tú hiciste algo: estaba triste, decaído, postrado y tú viniste y contaste unos cuantos chistes que me hicieron reír y me devolvieron el ánimo. ¡Al paraíso!". (A. Luciani, Ilustrísimos señores).
Mirar con ojos de Cristo, advirtiendo que Dios llama a todos por eso tenemos que ver los muchos aspectos positivos de los demás.
Esto significa también estar pendiente de lo que ocurre alrededor, lo que sucede con cada uno de los que conviven con nosotros, sus alegrías sus preocupaciones.
¿Cómo conocemos a los que viven con nosotros? ¿Nos interesamos por las cosas de su trabajo, de su descanso, de su alimentación?
–Señor, que sepamos ver con tus ojos.
Que no nos pase lo que aquella mujer: suena el timbre del portal en su piso. La señora de la casa pregunta: ¿Quién es? Soy el afinador de pianos responde el visitante.
Yo no he llamado a ningún afinador de pianos. Replica la mujer.
Usted no, señora. Me han llamado los vecinos.
Toda familia necesita una madre, y sólo Cristo podía escoger a la que sería suya
y la escogió providencialmente para ser madre de toda la Iglesia.
En muchos cuadros se representa a María con el Niño en su regazo.
Ella mira a Jesús y al mismo tiempo dirige su mirada a los espectadores, sus otros hijos.
La Madre de Jesús cuida de su Hijo pequeño y por ser Madre de todos los hombres cuida también de nosotros (cfr. Dios te salve, Reina y Madre, Scout Hahn, capítulo I).
–Madre ayúdanos para que en la tierra hagamos la familia de Dios para que sepamos cuidar a nuestros hermanos.
Yago Martínez, Estanis Mazzuchelli
No hay comentarios:
Publicar un comentario